Manuel de León de la Vega
13 DE DICIEMBRE DE
2005 (Protestante Digital)
1. Calvino y el trabajo
Suelo decir que yo soy de la generación del “trillo” y del
“arado”. Con estos elementos se familiarizó mi infancia. Mi padre me enseñó a
arar la tierra y a trillar el trigo. El arado y el trillo salen en el libro de
Job y durante generaciones, y por miles de años, el trillo y el arado han sido
elementos simbólicos de la producción. Hoy –por ejemplo- los tractores y las
cosechadoras han cambiado la faz de esa tierra que daba sus frutos a su tiempo
y han aparecido otros modelos de trabajo y producción que multiplican los
beneficios, aunque sea a costa - en algunos casos- de destruir el planeta.
En esta industrialización del campo, se ha avanzado en los
últimos 50 años más que en toda la historia del hombre. Sin embargo, la
desigualdad entre el tractor y el arado es la misma que entre los pobres y los
ricos de la tierra. ¿Será pues el capitalismo la causa de todos los males? ¿O
será el egoísmo del ser humano y la ambición por atesorar la que produce estos
desequilibrios?
Lo que nos interesa en este análisis, necesariamente
sucinto, de la mentalidad capitalista, es por qué y de donde proviene la idea
de acumular capital y emprender una actividad lucrativa. Todos están de acuerdo
que el calvinismo y el pietismo posterior tuvieron mucho que ver. Por una
parte, según analizó magistralmente Max Weber en “La ética protestante y el
espíritu del capitalismo”, el creyente entendió el trabajo y toda actividad
humana como objeto de prueba y seguridad de estar predestinados y salvados. El
“ora et labora” tenían el mismo sentido de gratitud a ese Dios que desde la
eternidad los había elegido.
También necesitamos saber si este espíritu del capitalismo
nacido del calvinismo es el mismo espíritu que anima la salvaje explotación
actual y donde los imperios capitalistas oprimen sin piedad a los pobres
haciéndolos cada día más esclavos y dependientes. Una desigualdad que adquiere
tintes de tragedia y casi cataclismo, porque el holocausto de pueblos enteros
denigra al ser humano hecho a la imagen de Dios. ¿Son estos dos elementos
producto de una mala definición, de una mala doctrina que entendía “vocación o
profesión” como misión impuesta por Dios, un mandato celestial que exigía todas
las fuerzas en forma continua y tenaz para dedicarse en cuerpo y alma al mundo
del comercio, la política, la salud y todas las demás esferas de la actividad
humana?
Se ha dicho que en la Edad Media había una arraigada
conciencia colectivista y cooperativista frente al individualismo moderno
generador del capitalismo. Sin embargo, algunos autores sostienen que si bien
los grupos y los gremios, la aldea y la iglesia ejercían una fuerte unión, no
por ello la gente se consideraba colectivista, ni hubo una ruptura brusca hacia
el individualismo renacentista. Por otra parte, el papel que se le atribuye al
hecho religioso, en unos casos como obstaculizador y coercitivo –en el caso
católico- y en otros sirviendo de instrumento y de “espíritu” del capitalismo
–caso protestante- para su plena irrupción, no es siempre cierto. Lutero
aceptaba las doctrinas de los escolásticos del “precio justo” y que eran
similares a las decretadas en el Concilio Lateranense de 1179. Calvino, un poco
más flexible, también se oponía a la obtención de réditos en los préstamos que
se daban a personas necesitadas que tenían que resolver una desgracia.
El usurero no era el único actor en
el préstamo del dinero, porque la misma Iglesia católica romana obtenía grandes
beneficios de sus tierras y también los mercaderes y orfebres conseguían
ganancias por los préstamos. Sin embargo, la usura que no era controlada
por la banca y las finanzas era contra la que se dirige el Lateranense y que
marcaría una clara diferencia entre los países de la Reforma y el Catolicismo
romano.
Al separarse y secularizarse los negocios de la esfera de la
autoridad de la iglesia, el empresario, aunque siguiese teniendo a la religión
como mecanismo de sanción moral, liberó energías e hizo florecer ambiciones en
individuos que se estaban convirtiendo ya en capitalistas. El protestantismo,
es cierto, ayudó a romper la cubierta de costumbres, tradiciones y autoridad
que imponía la iglesia católica, pero más que nada, en el protestantismo, los
individuos encontraron mayores posibilidades y el triunfo de los nuevos
valores.
2. Calvino, economía y Biblia (A)
Ya en el siglo XVI la función del interés en la teoría
política había recibido una fuerte transformación desde el pensamiento de
Maquiavelo. El interés en su concepción primigenia de avaricia y usura pasó a
ser considerado de una manera benevolente y se apuntaba a mostrar la búsqueda
del interés y el lucro propios como algo que beneficiaría al Estado y al
interés público. La justificación del interés como actividad lucrativa iría
evolucionando hasta la Revolución industrial.
Calvino era un hombre de Dios y no escribió tratados
formales sobre teorías económicas, políticas o sociales, sin embargo, todas las
esferas de la actividad humana han resultado tomadas por su pensamiento. En sus
escritos hay material suficiente para guiar sobre múltiples temas que afectaban
al gobierno de Dios en el mundo. En general Calvino cree que todo desequilibrio
es producto de la enemistad del hombre con Dios. El hombre necesita la reconciliación
con Dios para que la corrupción y la depravación del corazón del hombre no se
extienda por la “polis”.
En cuanto al “espíritu del capitalismo” que según Weber nace
del fuerte sentido de la frugalidad, de la capacidad para el trabajo bien hecho
y de las organizaciones y asociaciones protestantes, no fue exclusivo del
protestantismo. Hubo otros factores para completar la formulación capitalista,
como fueron el florecimiento de la nación-estado, la formación de la
burocracia, los avances científicos y el arrollador espíritu racionalista.
Estas sociedades trabajadoras y frugales podían atesorar, acumular y hasta
exhibir fuertes cantidades de dinero. Esto sería el referente del capitalismo,
que era la posesión de bienes, que poco a poco se harían más deseables y
respetables, al margen de las necesidades del hombre.
En Calvino la propiedad privada era de vital importancia,
porque privar a un ser humano de su propiedad, aunque fuese el mismo Estado y
legalmente, era totalmente reprochable. El Estado solo debería regular la
propiedad privada cuando afectaba al bien público, por eso el Consistorio
debería preocuparse de la conducta de la comunidad, la participación en los
cultos y la doctrina. Vigilaría a los comerciantes y artesanos para regular la
actividad económica y prohibir el monopolio, por lo que se ha dicho que Calvino
estaba en contra del absolutismo socialista y comunista, deseando la democracia
y el espíritu comunitario de la iglesia primitiva.
Pero en lo que quizás representa mejor el espíritu
capitalista, - la acumulación de bienes, - Calvino estaba bastante lejos de ese
concepto social y económico del capitalismo actual. El capitalismo de Adan
Smith no tenía esa fundamentación bíblica y esa orientación filosófica que
poseía el capital en Calvino. Para Calvino el hombre interactúa en las
cuestiones sociales y económicas para la gloria de Dios y no solo para el
bienestar o el progreso. Calvino estaba convencido de que los Diez Mandamientos
eran suficiente base para la vida social y de la economía de la tierra. Él era
un líder espiritual que con la Biblia en la mano buscaba el equilibrio entre
política, economía y sociedad, y la vida religiosa. La Biblia debía de ser
pauta, medida y fuente en la actividad humana. Calvino, por ejemplo, tenía una
predilección especial por 2ª Tes 3:10 “Quien no quiera trabajar que no coma” y
lo comentaba con el contenido del salmo 128:2 “Comerás del fruto de tu trabajo,
serás feliz y te irá bien”, sin que ello quisiese decir que los holgazanes
debían dejarse morir de hambre, sino que el bien y la felicidad nacen en esa
actividad humana que es el trabajo.
Con el texto de
Proverbios 10:4 “mucho trabajo, riqueza”, Calvino promueve una ética
protestante del trabajo que emana de la Biblia como Sabiduría de Dios y puede
considerarse este valor de la dignidad del trabajo como la primera teología del
trabajo y del derecho de los trabajadores a disfrutar y beneficiarse de su
esfuerzo.
Sin embargo, aunque Calvino no era partidario de que las
personas que no trabajaban se beneficiasen del trabajo de los demás, no se
refería a los pobres sino a los holgazanes. La holgazanería está condenada por
Dios, pero los pobres deben ser ayudados por los diáconos y recibir ayuda
económica mediante préstamos sin interés. Los niños pobres debían ser educados
gratuitamente y beneficiarse de la venta de los bienes de las iglesias para
socorrerlos.
3. Calvino, economía y Biblia (B)
Me contaba un hermano que ha trabajado en Suiza muchos años,
de un pueblo, del que ya no recuerdo su nombre, cuyos habitantes, la mitad son
católicos y la otra mitad protestantes. Pero es tradición que los que nacen en
un lado ya nacen católicos y los del otro, nacen protestantes. La curiosidad de
este hermano le llevo a observar, que hasta las calles del lado protestante
estaban más limpias y había más prosperidad en este lado.
Parece que el fenómeno religión igual a pobreza o riqueza,
es un hecho contrastado. Pero también el trabajo mismo y la psicología del
trabajo generan resultados de pobreza o riqueza. Componentes psicológicos como
el temperamento, el carácter, la capacidad y otros contenidos de la
personalidad pueden incidir en la actuación del hombre.
Hay sin embargo una verdadera jungla de teorías que según
Koontz (1987) abordan la problemática de la personalidad respecto al éxito o
fracaso del trabajo y quizás ninguna sepa dar solución al problema. Se podría
decir que el éxito en el desarrollo de una actividad es la resultante del
conjunto de factores interrelacionados, y en el caso del protestantismo y en la
mayoría de los casos el judaísmo, son los principios de la Sabiduría Bíblica
que son integrales e integradores.
Por eso los resultados de los estudios modernos sobre la
valoración del hombre en función de una actividad, en este caso el trabajo, dan
enfoques teóricos dispares y siempre se apunta a la integración de las esferas
cognitivas, activas, físicas y sociales, donde se incluya el elemento religioso
como diferenciador importante. Los objetivos y los resultados esperados en la
interrelación hombre-trabajo pueden motivar para trabajar, producir y
progresar, pero nunca determinarán el éxito de la prosperidad la cual solamente
da Dios. Es lo que refleja el texto bíblico: “Si Dios no edifica la casa, en
vano trabajan los edificadores”
No podemos olvidar los grandes cambios económicos
ocasionados por Lutero al suprimir los monasterios y las propiedades
eclesiásticas, pero Lutero defiende todas las estructuras sociales y económicas
de la Edad Media y ataca al capitalismo naciente. Lutero defiende una ética de
contentamiento con lo dado por Dios y de confiar en la Providencia de Dios como
los pajarillos y los lirios del campo que no trabajan ni hilan. Defiende Lutero
una ética de simplicidad basada en el amor y la fe, en contra del egoísmo y
autosuficiencia humana que quiere llenar sus graneros para decirle a Dios que
no le necesita por ahora. En esto Lutero comparte con los teólogos
católico-romanos esa ética cristiana de amor y confianza en Dios y renuncia al
mundo, que es bíblica, pero que conduce a resultados económicos diferentes.
En Calvino el “concepto de Soberanía de Dios” sobre todo
aspecto de la vida creada y sobre la actividad humana, incluido el trabajo,
impregna a todo de “dependencia de Dios”, donde el conocimiento de Dios y de
nosotros mismos están relacionados. En Calvino todo aspecto de la actividad
humana está bajo la ley y voluntad de Dios. Toda la vida del hombre es una
respuesta al llamado de Dios. Dios ha dado dones a los hombres y cada uno según
la “vocación” de Dios, tendrá que dar su respuesta al llamado. La prosperidad y
la riqueza serán pues una bendición de Dios, pero debe quedar claro que Calvino
advierte contra la acumulación de riquezas y de reírse de Dios cuando se ora
“danos el pan nuestro de cada día”.
Sin embargo, según Calvino, la riqueza como realidad que
deviene en la historia está relacionada también con el ser humano y el bien
común, porque los bienes dados por Dios no son para ser usados licenciosamente
y para la lujuria, sino para compartir con los necesitados. Los necesitados son
el termómetro de la fe y el amor. Si hay pobres en una comunidad cristiana, es
un problema serio puesto que la pobreza puede causar daño espiritual cuando las
aflicciones y las dificultades agobian la fe y la esperanza. Por eso mantiene
la necesidad tajante de cortar con el problema de la pobreza y estaría de
acuerdo también de acabar con el capitalismo que equivaliese a opresión y
explotación.
La ética socioeconomía de Calvino se basa en un sueldo
equitativo, en el que se tenga en cuenta las necesidades del trabajador. El
empleador que no da el sueldo, que como don misericordioso de Dios se le da al
hombre, está defraudando a Dios. Pero en la llamada aprobación por parte de
Calvino del capitalismo naciente, hay que tener en cuenta algunos aspectos
determinantes. Calvino al reconocer que los métodos de producción y de crédito
no son malos en sí, no está hablando de explotación y de usura.
Calvino considera que prestar plata a un interés equitativo,
no es diferente de pedir el alquiler de una casa, pero la usura, que ya era un
elemento aceptado en la Edad Media, no será aceptada, desde el punto de vista
teológico, hasta estas afirmaciones suyas.
Pero se debe dejar claro que el capitalismo en los términos
modernos y postmodernos no es el de Calvino, ni siquiera del puritanismo inglés
al que Weber hace referencia. La relación calvinismo-capitalismo sin embargo ha
dejado en Europa un claro ejemplo que no se puede negar y donde, en los países
que aceptaron el calvinismo, los niveles de cultura, educación, ciencia,
prosperidad en general y reducción de la pobreza, es mucho más avanzada que en
el resto de los países.
4. Justicia económica en Calvino (3)
Por tanto, debemos dejar claro que el capitalismo de Joseph
Alois Schumpeter cuyas teorías económicas se centraron en el papel de los
empresarios y en el futuro del capitalismo, tienen muy poco que ver con la
posición calvinista del trabajo.
Deberíamos considerar a Calvino como el padre de la justicia
económica, no ya porque creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que
todos sus recursos y maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo
padre del capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el
20% de la humanidad poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus
palabras eran estas:
“Los bienes materiales no son posesiones personales; son
medios que sirven al bien común; los dones intelectuales individuales, el
talento físico o la capacidad de creación artística encuentran su verdadero
sentido apoyándose mutuamente dentro del conjunto de la sociedad.”
“El Creador quiso que todos los seres humanos lo
supieran, puesto que unos y otros son miembros de la familia humana del mundo
en virtud de su nacimiento y cada quien debe reconocer en cada uno de los demás
a alguien de ‘su propia carne y hueso”.
Con ello se apunta más a la liberación, la justicia y el
bien común, que a todo intento de monopolio esclavizante y amontonamiento de
capitales estériles en manos de unos pocos.
Además, a Calvino se le ha ocultado en su inconveniente
insistencia donde los cristianos han de hacer por su prójimo lo que desearían
que su prójimo hiciese por ellos, incluso llegando al punto de sacrificar su
vida, su honor y sus posesiones. Según algún comentarista “Calvino estaba
profunda y personalmente convencido de que el cuidado de todos los dones del
mundo con miras al bien común y la justicia, así como el amor en todas las
relaciones humanas, no son optativos para ningún ser humano.”
Pero del mismo modo se ha tergiversado su famoso
autoritarismo, cuando él deseaba el retorno de la democracia y el espíritu
comunitario de las iglesias primitivas. Sin embargo, en esa constante paradoja,
él contribuyó al afán de los burgueses y el florecimiento del capitalista. Lo
que Calvino no quería del capitalismo y de la democracia es que fuese tan
empobrecida como es la hoy y como una especie de barbarie que dice Walter
Benjamín: “una pobreza del todo nueva ha caído sobre el hombre, al tiempo que
ese desarrollo de la técnica”. Un triunfo técnico que se hace posible a base de
males, como la corrupción, el soborno, la prostitución, injusticia,
desintegración, insolidaridad, y que parece obligar a atacar ese capitalismo
como dice P. Bourdieu” en su terreno privilegiado, el de la ciencia,
principalmente económica”.
Podríamos decir que Calvino, más que ayatolá protestante,
como se le ha llamado, era un hombre convencido de que la Ley de Dios era buena
y por tanto quiso vivir esa realidad, utópica para algunos, como era ese Estado
teocrático. Un Estado afirmado en el derecho y las leyes bíblicas que eran
marcadas por los presbíteros y en Ginebra el Consistorio.
Lo que ocurre es que entre las paradojas del ser humano-
“simul justus et pecator”, - se confundió, en muchas ocasiones, el placer de la
vida como algo bueno hecho por Dios, con el vicio y la depravación. Se limitaba
todo, se prohibía todo y se podía vivir en la hipocresía más grande sancionando
canciones indecorosas, el baile, el juego, los bares, las comidas, el lujo, el
teatro, la ropa y hasta los cortes de pelo. Se llegó a establecer la pena de
muerte a quienes caían en el lazo de la prostitución, el adulterio y la
idolatría. Parecía que la belleza de la vida, la libertad delante de Dios, se
habían convertido en mazmorra oscura. Todo estaba controlado en este Estado
perfecto, frugal y ascético.
El dinero ahorrado se permitiría prestar a cambio de
intereses. Estos intereses darían más estabilidad al Estado que tendría
recursos para usar en el bien común. Además, la justicia económica de Calvino
se basaba en que los bienes materiales no eran posesiones personales, sino
medios que servían para el bien común. Se lograba así que Estado e individuos
mirasen a los demás como prójimos objeto de ayuda. ¿Era mala esta propuesta?
¿No estaba enraizada profundamente en las leyes bíblicas de amor a Dios y al
prójimo?
5. Política, Biblia y dinero (4)
Aunque ya hemos expuesto que con la Reforma nace una nueva
forma de pensar sobre el capital y el interés y las consecuencias hacia una
prosperidad, paradójicamente proveniente del ahorro y la frugalidad, no
queremos decir que los escolásticos o Santo Tomas, con su moralismo sobre
percibir intereses, haya entorpecido el ritmo de crecimiento de las naciones
católicas. Sería demasiado injusto.
Las teorías políticas sobre la riqueza de las naciones en
Adam Smith y sobre principios de economía política en David Ricardo no dejan de
basarse en el principio bíblico de que Dios dio dones a los hombres y cada cual
es responsable. La economía funciona mejor a merced de “esa mano invisible”
que, aunque no se reconociese a la de Dios Soberano que cuida los pajarillos y
viste los lirios del campo, constata el hecho de que algo se mueve detrás de
las teorías sobre el capital, el trabajo, las relaciones entre las clases
sociales, la producción, el mercado y la distribución de beneficios, consumo y
bienestar.
Todo un tinglado de doctrinas de autores antiguos y
contemporáneos como Turgot, Stuart, Mill, Sismondi, Say, Malthus, Smith, y
West, Marx o Schumpeter no son capaces de entender que es el amor al dinero lo
que hace que sea pecado todo lucro o interés. Son los instintos egoístas del
poder del dinero, los que cuestionan todo modelo económico, toda política,
aunque vaya encaminada al bien común y al progreso.
Los griegos, representados por filósofos como Hesíodo,
Jenofonte, Platón o Aristóteles, ya intuyeron que la riqueza como la gracia de
Dios no es del que quiere ni del que corre sino de Dios que tiene misericordia.
Ellos consideraban la escasez como un maleficio desatado sobre la humanidad,
por la irresponsable apertura del cofre o caja de Pandora, y no tanto porque el
Estado interviniera en los consumos familiares.
Unos hacían caer las culpas de las desgracias a la milicia o
la administración pública, como Jenofonte. Otros sobre la propiedad privada y
su importancia en la sociedad, pero en general llegaron a entender mejor que
nadie el poder moral del uso del dinero. Llegaron a entender que las
necesidades del hombre eran moderadas, pero no así la ambición y el deseo del
hombre que era ilimitado.
El texto bíblico sería: “Esta noche vas a morir y ¿para
quién serán todos tus bienes? En nada seáis avariciosos, porque la vida del
hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea” Lucas. 12,
15-21
Los escolásticos, en el periodo que abarca desde la caída de
Roma a 1600, época de aparición de la escuela mercantilista, tenían bien
asentada la sociedad feudal con sus grupos de siervos, terratenientes, realeza
y clero. Todos tenían un modus vivendi tradicional y agrícola donde solo
existía el intercambio y la dependencia. El derecho divino de propiedad recaía
sobre el rey y su papel de autoridad, que, junto con la iglesia, mantenían un
equilibrio sostenible.
Sin embargo, santo Tomás se encuentra con el trabajo de
armonizar el texto bíblico y la enseñanza sobre propiedad privada, riqueza,
ganancia económica o propiedad comunal como estaba en el contexto de vida en
Jesús de Nazaret.
Las convulsiones socioeconómicas del Renacimiento
aconsejaban que el Estado dejase de regular la propiedad privada y se asumía la
diferencia entre necesidad y deseo o amor al dinero. La jerarquía feudal no
permitiría ese ascenso de los siervos por medio del mercado y hubo muchos
choques entre la iglesia y los negociantes por el tema de la usura.
Salomón escribió que “la sabiduría es para una protección lo
mismo que el dinero es para una protección” y que “el pan es para la risa de
los trabajadores, y el vino mismo regocija la vida; pero el dinero es lo que
tiene buena acogida en todo” (Eclesiastés 7:12; 10:19).
Pablo dijo en una de sus cartas: “Realmente sé estar en
escasez de provisiones, realmente sé tener abundancia. En toda cosa y en toda
circunstancia he aprendido el secreto tanto de estar saciado como de tener
hambre, tanto de tener abundancia como de padecer necesidad” (Filipenses 4:12).
No es solo la política del contentamiento, es la de la confianza en la
provisión de Dios cuando se padece necesidad, sino también el pan es la risa de
los trabajadores. No hay mejor tratado de economía.
6. Biblia, trabajo y capitalismo
Por eso dice el apóstol Pablo que “el que no trabaje que no
coma” y como ejemplo les dice a los de Éfeso que él, de ningún modo ha
codiciado plata, oro o vestidos, sino que como había dicho el Señor: “más
felicidad hay en dar que en recibir”. En el fondo, la cuestión del trabajo
visto por Pablo, es que no puede haber parásitos en el plano social comunitario
pues el trabajo aporta beneficios para todos.
La llamada “utopía cristiana”, que más bien es una “idea
fuerza” que impulsa nuevos modos de vida basados en el amor fraternal y
solidaridad cristiana, es lo que el comunismo trató de imitar pero que no
logró. El socialismo científico no era tan científico en la práctica, y la distribución
de los beneficios del trabajo quedó en manos de unos pocos.
La Reforma protestante y evangélica dio al trabajo un
sentido más sagrado por cuanto la voluntad de Dios era que el hombre ganase el
pan con el sudor de su frente. El puritanismo llegó a tener comunidades no solo
de fraternidad sino también de bienes que funcionaron muy bien durante muchos
años y creó un espíritu de solidaridad digno de imitar. Lo que Weber llamaría
“espíritu del capitalismo” no nace porque estas comunidades fuesen insolidarias
y se dedicasen a acumular capital, sino porque la acumulación de bienes que ese
espíritu austero y trabajador produce no tiene una visión más allá de la
comunidad. Las comunidades puritanas suelen ser cerradas, que se conforman con
lo que Dios les da, sea mucho o poco. Pero, cuando es mucho el producto de su
trabajo, la acumulación de bienes se convierte en poder en vez de solidaridad
con otros necesitados.
En la edad media se mantuvo un desprecio por el trabajo, que
se adjudicaba a clases bajas y era visto como castigo o penitencia. El siglo
XIX tanto en Europa Occidental como en Estados Unidos se forma una moral
laboral, herencia luterana y calvinista sin duda, que considera al trabajo como
fuente de todo valor y posteriormente, la visión de la sociedad y del hombre
será la de un gran mercado.
La postmodernidad ha seguido apoyando el triunfo del
capitalismo y ha creado un tipo de hombre enjaulado que solo vive para trabajar
y trabaja porque tiene que consumir. Se le pide al trabajador una ética del
trabajo, mientras poco a poco se le va sustituyendo por máquinas y procesos de
automatización, perdiendo valor el trabajo frente al capital. Es decir, la
riqueza social ya no de pende del trabajo sino de lo que algunos han llamado
“economía de casino” generada por la especulación del dinero Mientras las
grandes multinacionales explotan la mano de obra barata del tercer mundo y se
enriquecen, más de la mitad de la tierra perece de hambre y miseria. Miseria
que será un arma de poder para el control social y del trabajo. Es en este
mundo explotado y subyugado, y al que le venden la globalización como sinónimo
de progreso, trabajo y modernidad, con el que hay que solidarizarse y enseñar
el espíritu de la comunidad cristiana.
Se ha dicho que la sociedad industrial tenía como paradigma
el trabajo. Pero ante esta pérdida de valor del trabajo frente al capital y
valores financieros, así como ante las máquinas, el hombre posmoderno está
abocado a que el paradigma, además del trabajo, sea el hombre completo, no separado
de otros mundos como la religión, la familia, el tiempo libre o el estudio y
siempre desde una concepción planetaria. Y sobre todo la comunidad cristiana
debería dar respuesta a la continua perversión del dinero, a la visión de una
sociedad fundada en el egoísmo radical, cuando la esencia del cristianismo
debería ser el amor en una comunidad de corazones y de bienes, donde el sentido
social estuviese apoyado en la justicia.
En el plano del trabajo y la justicia social, el creyente no
puede conformarse con reservar los valores cristianos a la esfera de la familia
o en el plano estrictamente privado. La doble moral, una “para andar por casa”
y otra para “vivir en el mundo” que desarrolló el teólogo americano Reinhold
Niebuhr no deja de ser un pecado de la comunidad cristiana que no podrá
tranquilizar la conciencia si disculpa el poder del dinero, el lucro y todo el
mundo económico insolidario.
7. Propiedad privada y tiranía calvinista
No solo fue en Ginebra y en Escocia, donde las clases medias
aceptaron y defendieron la llamada “tiranía” calvinista, frente al desánimo y
laxitud eclesiástica católica, que creaba un espíritu de pobreza desde las
múltiples instituciones de caridad, entendida esta como sentido de justicia
social. La imagen de Calvino, al que se llega a llamar
el “déspota de Ginebra”, se ha malinterpretado y pintado con tintes lóbregos,
no ya en los años de las guerras religiosas, sino también cuando en 1936,
Stefan Zweig, escribió su ensayo “Una conciencia contra la violencia.
Castellio contra Calvino”, cuando en realidad se refería al déspota
dictador Hitler.
Pero los datos exagerados para pintar al dictador se
reflejan en hechos aislados de Calvino, para dar un sentido de muerte y
tragedia a la vida, a la belleza, a la alegría, al canto y las efusiones
amorosas, y mostrar la terrible figura de un inquisidor - frío, calculador,
incapaz de goce alguno- hasta hacerse repugnante.
Sin embargo, muy poco de este Calvino hay en sus hechos y en
sus escritos. Cuando, por ejemplo, defiende la propiedad privada está
resolviendo uno de los problemas no resueltos aún en el día de hoy. Cuando el
Salmo 24:1 dice que “Del Señor es la tierra” deja claro que nadie puede
poseerla a perpetuidad y poseerla como inversión de capital explotador, sino
que debe ser adjudicada periódicamente a quienes la necesitan. “La tierra no se
venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es, y vosotros como forasteros y
extranjeros sois para mí.” Levítico 25:23. Calvino añade ese plus bíblico a la
teoría política del derecho a la propiedad. Del mismo modo, su visión de nuevo
orden social está relacionado con el Nuevo Testamento y en el contexto de las
exigencias de Jesús al joven rico, a quien le invita a sobrepasar los diez
mandamientos y buscar la vida eterna desde la entrega y abandono de sus bienes.
“Vende lo que tienes y dalo a los pobres” Mat.19:21
Es el mismo sentido dado por la primera comunidad cristiana:
“Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas:
vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad
de cada uno” (Hechos 2,44-45. ¿Es esto tiranía, despotismo o la única solución
al problema del hambre en el mundo y de toda injusticia social?
En los primeros escritos de los padres de la Iglesia, la
propiedad es más comunitaria que individual y ello generó problemas de gran
calado religioso. Ambrosio obispo de Milán (+ 340) cuestionó la propiedad
privada y mantuvo la comunitaria, recordando que la tierra fue creada como
propiedad común para todos. “¿Por qué ustedes, los ricos, se adjudican un
derecho exclusivo a la propiedad?” “No es parte de tus bienes lo que tú des al
pobre; lo que le das le pertenece.” Si ahora la propiedad privada lleva al
capitalismo materialista, entonces la propiedad comunitaria creó problemas de
autosuficiencia de las necesidades materiales y generó el movimiento
eclesiástico. Los que siguieron al pie de la letra la invitación de Jesús,
vendían sus bienes y se retiraban del mundo viviendo como ermitaños, como
monjes mendicantes o estableciéndose en conventos. Otros se preocuparon de los
pobres exclusivamente y crearon un aparato eclesiástico y organizaciones
comunitarias de ayuda, que de alguna manera necesitaban a los ricos para su
mantenimiento. De esta manera se permitía la expansión capitalista y el lucro
se hacía más benevolente.
Pero sin duda el más cercano a Calvino es Tomás de Aquino: “La
comunidad de bienes se atribuye a la ley natural; por cierto, no en el sentido
de que la ley natural dictara que todas las cosas deban ser comunes y que nada
pueda poseerse como propiedad, sino en el sentido de que no existe ninguna
distribución de la propiedad según la ley natural; y que la misma se originó
más bien por el consenso humano, que pertenece a la ley positiva. Por tanto, el
derecho especial a la posesión no es contrario a la ley natural, sino que
constituye un complemento hecho por la razón humana.”
El calvinismo, aunque admite la propiedad privada, deja que
cada cual tenga su responsabilidad de administrador delante de Dios. Por eso no
hay una aportación protestante sobre la legitimidad de la propiedad
inmobiliaria o la participación de los empleados en el capital productivo, por
lo que todo se reduce a esa máxima bíblica de 1ª Cort, 7:30 “tener como si uno
no tuviera nada”. La declaración pública de la Iglesia Evangélica en Alemania
intitulada “El bien común y el egoísmo” (1991) analizaba la propiedad privada y
la comunal: “Los bienes de la tierra deben servir a todas las personas y a
todas las criaturas. Por ello, hay límites para la disposición sobre la
propiedad como para la fundamentación de derechos propietarios”.
Se requiere de un cuidadoso examen para determinar en qué
casos servirá mejor al bienestar de la totalidad la propiedad privada y en
cuáles lo hará más bien la propiedad común. La propiedad privada fomenta la
conciencia del compromiso concreto vinculado con la posesión de determinados bienes;
la propiedad común subraya el hecho de que el uso de determinados bienes es
vital para todas las personas.
Actualmente estas preguntas se vuelven especialmente
significativas en vista del aprovechamiento de entorno natural. Aquí aún
radican problemas, en gran parte no aclarados, relacionados con los límites de
los derechos individuales. Como espacio vital natural del ser humano y de todos
los seres creados, la tierra no es una propiedad de la humanidad sobre la cual
se pudiera disponer de manera arbitraria. Al respecto, aún deben hallarse los
caminos para limitar de manera eficiente mediante la responsabilidad por el
correcto empleo la libertad para el aprovechamiento de las reservas naturales
de la tierra (Nº 137)”. Son las mismas respuestas a las mismas preguntas. Es un
debate que exige una ética bíblica, que no es tiranía sino desprendimiento.
1.
Calvino y el capitalismo en el “Libro de Estilo
Protestante”
2.
Referencia en el libro de Leopoldo Cervantes:
“Un Calvino Latinoamericano para el siglo XX”
3.
A Rubén Montelongo y Amparo Lerín, compadres y
amigos de tantos años.
4.
Recientemente apareció el Libro de estilo
protestante (coordinado por José de
Segovia y Pedro Tarquis), un recurso que se necesitaba desde hacía tiempo,
sobre todo para “introducir” a muchos periodistas despistados a la “jerga
evangélica” que tanto se les indigesta a quienes desconocen el ambiente
protestante, sobre todo en sus aspectos comunitarios, litúrgicos y
sociológicos.
CALVINO Y
CAPITAL
Leopoldo Cervantes-Ortiz
La tercera sección, “Tópicos que generalizan prejuicios y
prejuicios que generalizan tópicos”, incluye en primer lugar el artículo “Calvino
y el capitalismo”, de Manuel de León (pp. 54-60), colaborador de
Protestante Digital de larga trayectoria, quien le ha dedicado varias e
interesantísimas series de textos a personajes del protestantismo español. A
Miguel Servet, por ejemplo, le dedicó varios ensayos entre mayo y agosto de
2008. El texto en cuestión retoma elementos de la serie dedicada al reformador
francés y la economía aparecida entre diciembre de 2005 y enero de 2006.
Es de llamar la atención el hecho de que precisamente sea
Calvino el “causante” de uno de los principales prejuicios que afectan a todo
el amplio abanico del protestantismo en España y Latinoamérica, pues las
comunidades, iglesias o movimientos que reivindican ese nombre, aunque
prefieran más la denominación de “evangélicos” por razones que se han discutido
ampliamente en esta revista (sobre todo en los textos de J.A. Monroy), aun
cuando no tengan relación directa con la tradición teológica derivada del
trabajo del reformador francés en la ciudad de Ginebra, ni conozcan
suficientemente sus obras, participan, en mayor o menor medida, de su herencia
ligada a la ética laboral, el ahorro y la industriosidad.
Por todo ello, De León comienza enjundiosamente su
argumentación lanzando sus dardos más bien contra el rostro feroz del
capitalismo salvaje actual:
¡Si Calvino levantara la cabeza!... es un clásico comenzar
para cualquier comentario sobre la persona y obra de Calvino. Sobre la frase
“el espíritu del capitalismo”, Si Calvino levantara la cabeza, se le pondría la
barba aún más de punta, porque Max Weber, que analizó la Reforma radical como
nadie lo ha hecho, sin embargo, le colocó una losa demasiado pesada para la
humildad de ese profeta. El capitalismo que conocemos, que ha cambiado la faz
de la Tierra llenándola de tecnología, también la ha convertido en un lugar de
mayor egoísmo humano y ambición, que la ha desequilibrado y hoy está agonizando
lentamente desorientada. (1)
Esta “losa” que carga Calvino se la ha transferido,
prácticamente por contigüidad, para bien o para mal, a todos los
protestantismos, por lo que bien valdría la pena que muchos creyentes
evangélicos se asomaran con mayor frecuencia a los análisis que clarifican la
ambigua y llamativa relación entre este reformador, la tradición que lleva su
nombre y el sistema económico actual. De León hace su parte, pues sus diversos
acercamientos al problema, y el que nos ocupa, en particular, contribuyen a deslindar
ideológicamente ambos aspectos. A la pregunta: “¿Tiene la culpa Calvino?”,
responde categóricamente que no, y ubica históricamente la postura económica de
Calvino en sus términos teológicos, subrayando que a él no le interesó
directamente el tema económico, aunque no se puedan negar los efectos prácticos
de algunas de sus doctrinas: “La frugalidad y el orden creaban riqueza. El
hombre en paz con Dios no gastaba su dinero en la vanidad de la vida. Pero,
¿qué sucederá con el dinero sobrante y ahorrado?”.(2)
A continuación, De León explica algunos de los desarrollos
que se encuentran en el origen del capitalismo. Así, se concentra en la forma
en que Calvino profundiza en las raíces espirituales de la desigualdad
económica: “Para Calvino el hombre interactúa en las cuestiones sociales y
económicas para la gloria de Dios y no sólo para el bienestar o el progreso.
Calvino estaba convencido de que los Diez Mandamientos eran suficiente base
para la vida social y de la economía de la tierra. Él era un líder espiritual
que con la Biblia en la mano buscaba el equilibrio entre política, economía y
sociedad, y la vida religiosa”.(3) En ese sentido, establece las diferencias
entre el reformador y las ideas de Adam Smith.
Calvino, concluye De León, al seguir tan de cerca las
enseñanzas bíblicas, “pensaba que el ´amor al dinero´ es el que tiene atrapados
a los hombres en esta cultura de la muerte, como droga alucinógena”,(4) de tal
manera que, como consecuencia de este análisis tan aleccionador, es posible
advertir que, en efecto, las apreciaciones de Weber apuntan hacia una realidad
innegable, esto es, que la religiosidad protestante fue uno de los factores que
contribuyeron al surgimiento de la práctica capitalista, pero esto no puede
aplicarse de manera unívoca a todos los aspectos derivados de la fe reformada.
En este y otros textos, De León destaca la necesidad de
promover la justicia económica, una necesidad en la que debería verse a Calvino
más bien como un aliado, en su carácter de promotor de una ética sólida y
pertinente: “Calvino promueve una ética protestante del trabajo que emana de la
Biblia como Sabiduría de Dios y puede considerarse este valor de la dignidad
del trabajo como la primera teología del trabajo y del derecho de los
trabajadores a disfrutar y beneficiarse del mismo”.(5) Y para que quede más
claro, lo cita directamente:
Deberíamos considerar a Calvino como el padre de la justicia
económica, no ya porque creyese firmemente que la Tierra es del Señor y que
todos sus recursos y maravillas deben ser compartidos, sino porque considerarlo
padre del capitalismo está muy alejado de realidad. No pensaba Calvino que el
20% de la humanidad poseyese toda la riqueza y el 80 se muriese de hambre. Sus
palabras eran éstas: “Los bienes materiales no son posesiones personales; son
medios que sirven al bien común; los dones intelectuales individuales, el
talento físico o la capacidad de creación artística encuentran su verdadero
sentido apoyándose mutuamente dentro del conjunto de la sociedad”.
“El Creador quiso que todos los seres humanos lo supieran,
puesto que unos y otros son miembros de la familia humana del mundo en virtud
de su nacimiento y cada quien debe reconocer en cada uno de los demás a alguien
de ´su propia carne y hueso´”.(6)
1) M. de León, “Calvino y el capitalismo”, en Libro de
estilo protestante. Barcelona, Alianza Evangélica Española-Protestante
Digital-Andamio, 2009, p. 54. Énfasis agregado. (Agradezco a Pedro Tarquis el
envío de tan valioso volumen.)
2) Ibid., p. 55.
3) Ibid., p. 57.
4) Ibid., p. 60.
5) Ibid., p. 58.
6) M. de León, “Justicia económica en Calvino”, en
Protestante Digital, 10 de enero de 2006. Énfasis agregado. Cf. “Redescubrir a
Calvino, padre de la justicia económica”, en Update, Alianza Reformada Mundial,
enero de 2005, http://warc.jalb.de/warcajsp/side.jsp?news_id=302&part_id=0&navi=22. conseguían ganancias por los préstamos…