martes, 2 de julio de 2019

Ética








por Pablo Noriega




El autor plantea la Paz como bien absoluto, y la Misericordia como virtud que mejor la sirve. A partir de ello, se plantea que una apertura a la Religión y a la Metafísica ayuda a perfeccionar el mundo ético


Introducción



Presentamos un trabajo nuevo que toca temas de Ética.. Si en el ensayo titulado “Democracia Consecuente” nos veíamos con asuntos relacionados con la Filosofía Política y la Ética Política, además de los problemas de la transcendentalidad del conocimiento político, en el que a continuación presentamos pretendemos mostrar que las hipótesis con las que trabajábamos para la Política son válidas para toda la Ética, de tal manera que en ellas puede fundarse una Ética general, que abarque los aspectos políticos, así como los que se consideran más propiamente morales.

Así, hemos pretendido, en la medida de nuestras posibilidades, una Ética que se basa igualmente en el bien supremo de la Paz y en las virtudes que para la construcción de dicho fin se imponen como adecuadas. Esto, por supuesto, en la parte que toca a la fundamentación autónoma de la disciplina.

Pero también hemos intentado mostrar que la Ética exige una apertura sustancial a la Metafísica y a la Religión, de tal manera que su mismo desarrollo desemboca en las verdades de orden metafísico y religioso. Por otra parte, esto último indica hasta que punto es posible llegar en la autonomía de la disciplina que tratamos, sin que ello nos conduzca a las verdades metafísicas y religiosas. Con esto, el campo de la disciplina no permanece inalterado sino, por así decir, complementado. Se puede hablar así, desde la perspectiva que ensayamos, de incompleción de la disciplina, que hace que esta se prolongue, de forma natural, en las antedichas.

Por otra parte, hemos comparado la Ética normativa que se construye en este trabajo con otras posiciones en la materia y ,en la medida de nuestro saber, hemos dialogado con la alternativa ensayada por el filósofo Kant, la cual nos parece demasiado abstracta y formal, sin que sea capaz de aportar, con su imperativo categórico, las soluciones concretas que reclama un ética normativa. Igualmente, hemos contrastado nuestras alternativas con el escepticismo, resultado que estas posiciones son contrarrestadas por medio de la fundamentación que hacemos y también a través de la prolongación de la materia en la Religión y la Metafísica.

Nos hubiera gustado, no sólo exponer a la Misericordia como virtud principal, sino también haber explicitado el tema de la Justicia más, en el sentido de exponer como esta virtud podría ser consecuencia de la primera y, por tanto, resuelta en ella. No hemos encontrado la ocasión y , por ello, lo dejamos pendiente como una tarea que deseamos acometer en un futuro, aunque el tema principal de la argumentación no quede disminuido, pues las virtudes que defendemos como principales se coligen directamente de la exposición centrada en el bien de la Paz.

Por último, hacemos notar que el presente ensayo ha sido elaborado desde una perspectiva metodológica racionalista y constructivista, procediendo de unas premisas que se consideran evidentes para ir elaborando las conclusiones por medio de un método que usa la razón como única herramienta. No obstante, con ello no pretendemos restar plausibilidad a otras formas de resolución en la disciplina que trabajan con el intuicionismo o el emotivismo, por ejemplo.

Capítulo I: Cuestiones Metodlógicas

Dentro de los estudios de Ética suele incluirse el análisis de los términos que forman parte del lenguaje de la disciplina (Metaética). En el presente ensayo obviamos este camino pues, de alguna manera, pensamos que el uso que hacemos de los mismos ya implica su conocimiento. Emprenderemos, así, otro camino posible que consiste en hacer corresponder a la disciplina la más tradicional función normativa, en cuanto que explicitamos cuáles deben de ser las normas de lo moral y sus implicaciones en otros órdenes de la realidad. Emprendemos, pues, el estudio de lo bueno y de lo malo en su discusión y tratamiento teórico.

Evidentemente, trataremos con términos propios de la materia , términos como virtud, Paz, Solidaridad, Justicia, imperativo categórico... y otros más. Todos ellos trabajan y roturan la materia de la Ética o Moral y nosotros intentaremos una fundamentación que los sistematice.

Entendemos por sistematización una fundamentación en la que se parte de verdades evidentes y que, en su desarrollo, dan lugar a un trabajo del campo que estudiamos de una manera axiomático-deductiva, de tal manera que, a partir de premisas evidentes, se pueden concluir otras verdades que son demostradas desde aquéllas.

Así, la perspectiva que domina es aquella que ejercita la razón y no la de las intuiciones, los sentimientos o las emociones, aunque no la planteamos desde una perspectiva exclusivista en el sentido de que aceptamos que estas perspectivas pueden ser válidas como tratamiento del material que nos ocupa, es decir, que la Ética puede igualmente desarrollarse por medio de la descripción intuitiva de valores, sentimientos o emociones. Aún con todo, tomamos el punto de vista racionalista y constructivista porque consideramos que, por definición es el que más se acerca a los métodos de la Filosofía, en tanto en cuanto los otros métodos lo único que pueden alcanzar es la constatación de los mismos hechos o procedimientos morales, tal como ocurren en nuestras conciencias y esto al modo de intuiciones o sentimientos.

Con todo, consideramos que el valor de verdad de los métodos intuicionistas está subordinado al del método axiomático-deductivo. Esto no significa que no se conceda operatividad ninguna a aquellos, sino que pensamos que adquieren su última justificación y aclaración en el método axiomático-deductivo que ensayamos, aunque no dejamos de reconocer que los métodos intuicionistas y emotivistas pueden tener un valor de anticipación, incluso de guía inconsciente, con respecto a lo que defendemos. Pero nuestra opinión es que los intuicionismos , como por ejemplo el de los valores, tienen su mayor validez en su capacidad para anticiparse a la conclusiones y las verdades del método que defendemos, es decir, de los bienes y virtudes defendidos desde el punto de vista de la demostración y no de una intuición el la que los valores , los bienes o las virtudes aparecen desconectados entre sí, desdibujando el orden lógico de proceder en una intuición que todo lo iguala

Por ejemplo, con el método que defendemos hemos partido, para la construcción ontológica del hecho, que nos parece innegable, de la existencia del mal en el mundo y,a partir de ello, hemos intentado alcanzar conclusiones. Igualmente partimos, quizás como premisa fundamental del presente trabajo, de que la consecución de cualquier bien pasa por el hecho de que exista la Paz (un mínimo de Paz) lo cual ,dicho de otra manera, significa que la Paz es el bien supremo y que la Guerra no permite la prosecución de ningún bien pues ,en último extremo, implica la destrucción de la civilización y de la vida humana, con lo que se puede definir como mal absoluto Así, de estas premisas extraemos conclusiones como la de que la misericordia es la virtud principal en tanto que ordena los comportamientos a la Paz. De igual manera, se puede declarar que a través de la ordenación a esta virtud se cumple con la obligación más importante, cual es la prosecución del bien de la Paz. Por tanto, en estos tipos de argumentación partimos de la premisa de la Paz para construir de forma deductiva la ordenación de las virtudes y los comportamientos a ella por medio de la misericordia.

De todos modos, como ya hemos señalado, aunque demos preferencia a la metodología que defendemos, reconocemos que no es la única manera posible de roturar el campo de la disciplina y que es posible alcanzar las verdades morales desde otras perspectivas menos racionalistas y también menos analíticas.

En este sentido, un caso particular de aprehensión intuitiva consideramos que se da en la persona religiosa, que de una sola mirada es capaz de captar el proceso que aquí se describe, pues, de hecho, esta persona se encuentra en la misma cumbre del pensamiento ético en perfecta armonía en lo que respecta al campo de la virtud y en lo que atañe a una moral abierta a la Religión. Así, se dice que el iluminado budista alcanza el estado de santidad cuando consigue el Nirvana que, al mismo tiempo, implica un estado moral que rebosa compasión. De la misma manera, el santo cristiano que vive en la virtud teologal de la caridad. Según nuestra opinión, estos dos estados de vida ética y religiosa pueden considerarse equivalentes y son una muestra de lo que defendemos: la superioridad de cualquier ética abierta a la Religión y el desbordamiento natural de aquélla en ésta así como en la Metafísica.

Por otra parte, lo que pretendemos mostrar es que se puede levantar una ética sin la necesidad de especificar si por bien se entiende el ímpetu de la realidad, o cualquiera de las otras especificaciones habituales como la felicidad , el placer, la virtud , la utilidad en lo que se refiere a morales inmanentistas, es decir, a aquéllas que sólo se atienen a la facticidad del mundo y sus bienes y realidades.

Así, la moral que defendemos se basa, como ya hemos señalado, en el hecho general y comprehensivo de que la Paz es el bien supremo o absoluto, puesto que en la Guerra Total no se puede concebir ningún bien, ni siquiera la vida. Esto, a su vez, quiere decir que se puede dar una aproximación a la idea de Bien a través de la de Ser, como más adelante se tratará de demostrar, siguiendo el argumento de que si la nada es la imposibilidad del bien es porque suponemos que en el ser reside, en alguna medida, éste ultimo.

Por tanto, a partir de los conceptos que estamos introduciendo es posible construir una Ética, pues como hemos señalado la idea de Paz se sitúa en una cima desde la que puede aparecer como concepto organizador de ella, es decir, que puede determinar los contenidos de una ética universal, aportando al mismo tiempo un estudio del objeto de la materia, es decir, del concepto de bien.

Efectivamente, la idea de Paz actúa como un fin al que debe subordinarse el comportamiento y, por ello, puede tener la virtualidad de definir virtudes que sean consecuencia del imperativo que marca. Así, la misericordia , el perdón, como se ha mostrado en el ensayo “Democracia consecuente”.

Entramos ahora en otro orden de cosas, haciendo notar que en otros ensayos hemos probado el método de llevar los razonamientos exclusivamente por los caminos de la razón natural, comprobando si por medio de ella es posible dar cuenta tanto de ella misma como del mundo natural. En ellos, hemos visto como la razón, en su mismo juego o dinámica, necesitaba desprenderse de lo natural, necesitaba desasirse de un establecerse exclusivamente en el mundo y a través del mundo natural, para ir a encontrarse con una realidad que transciende los límites de lo natural. Más en concreto, se trata de defender la existencia de la realidad sobrenatural y postular como punto de apoyo de la racionalidad la inmortalidad del alma y la existencia de Dios, como hiciera Kant desde otras coordenadas.

Esta vez intentaremos, de nuevo, la misma metodología. Dicho de otro modo, partiremos exclusivamente del mundo natural (en este caso del mundo moral) ,de lo fáctico, de lo dado; intentaremos alargar el razonamiento dentro de él cuanto sea posible para ver sus potencialidades, para comprobar si este mundo puede mantenerse en el plano que determina su línea de partida o si, por el contrario, en su mismo ejercicio necesita de un salto que lo transporte a otro. Por ello, nuestro punto de apoyo no lo construye ni la fe, ni Dios sino los hechos o las razones que son evidentes o pueden argumentarse; posteriormente, vemos sus posibilidades o sus limitaciones. Las limitaciones nos llevaron a postular la existencia de la Sobrenaturaleza, debido a la insuficiencia racional o incompleción del mundo natural. En esta ocasión el resultado es el mismo. Es decir, la razón moral como razón natural no se basta a sí misma. Seguir consecuentemente las premisas de nuestra argumentación equivale a defender la existencia de la prolongación del mundo moral natural en otro sobrenatural, pues para seguir adelante la razón necesita de Dios. En el terreno de lo moral, también.

Así , parece que muchas de las conclusiones de la ética que aquí desarrollamos tienen mucho en común con aquéllas de inspiración religiosa, por ejemplo la cristiana o la budista, cuyas categoría parecen venir de una inspiración especial (Revelación en el cristianismo, Iluminación en el budismo). En gran medida así es, pues la virtud central de estas religiones (compasión budista, caridad cristiana) coinciden, en términos generales, con lo que nosotros conocemos como misericordia. Las diferencias estriban en el tratamiento filosófico que damos a nuestra ética que parte de una axiomática y en que este procede deductivamente. Esto es, el método filosófico es el método racional, aunque las conclusiones que alcanza coincidan con las religiosas (existencia de un Absoluto o Dios, prolongación de esta vida en una futura...).

Según esto, hemos intentado una fundamentación de la moral basada en el principio de que la Paz es el bien supremo de manera autónoma, es decir, por propio y exclusivo razonamiento. Igualmente, el resto de las conclusiones que parten del axioma de la Paz proceden de manera deductiva, esto es, racional.

Por otro lado, queremos significar que hemos intentado también fundamentar autónomamente la disciplina, es decir, con el exclusivo auxilio de la razón ejercitada sobre el territorio de la Ética, sin intentar, por tanto, asentarla en otras disciplinas como podrían haber sido la Metafísica o la propia Religión. Ello, obviamente, no implica que la materia no esté abierta a estas disciplinas, en cuanto la complementan y en cuanto que constituyan su derivación natural. Tampoco, que el camino inverso (el que va de la Metafísica a la Ética) no pueda ser racional y coherentemente recorrido.

En un sentido parecido puede hablarse del tránsito que va de la Religión a la Moral. Aquí queremos hacer notar que las virtudes de la caridad o la compasión son presentadas como las primeras, como fundamento de la vida moral, de forma racionalmente heterónoma, mientras que nosotros hemos intentado hacerlo por la forma del razonamiento y, por ello, con independencia de que dichas virtudes, por su misma excelencia fáctica, hayan provocado la adhesión de los corazones de la Humanidad, o al menos, de una parte considerable de ella y ,por eso, en este caso puede hablarse de una fundamentación extraracional.

Con esto, pretendemos que nuestras conclusiones tanto en Moral como en Metafísica coinciden esencialmente con las de las religiones. Teniéndolo en cuenta cabría la posibilidad de interpretar nuestra argumentación como dependiente de éstas y, en cierto modo, así es en cuanto a esta misma coincidencia en general y en cuanto a que estas conclusiones han sido adelantadas por lo que se llama Revelación o Iluminación. Pero es preciso señalar que con el método racional el contenido de las religiones no puede aparecer exclusivamente como revelado, sino que puede tener una base racional, en tanto que sus contenidos son tomados no de la mera fe sino conformados por la razón. Así se perfila una doble funcionalidad: por una parte el de la Revelación o de la fe, que anticipa y, por otra, el de la razón que demuestra o corrobora los contenidos anunciados por aquella con anterioridad.

Capitulo III: La Paz Y La Misericordia

En este capítulo vamos a exponer de otra forma las tesis que hemos presentado en otros ensayos. Para ello partimos de la teoría del estado de naturaleza, no como una construcción conceptual de un estadio anterior a la civilización en la que se entra mediante el contrato social, sino como algo real, presente y empíricamente comprobable, aunque se suela creer que el estadio de civilización es una realidad alcanzada. Para constatar lo que defendemos proponemos fijarnos en un somero análisis de cómo son las relaciones humanas en el ámbito de los estados y en la arena internacional. En efecto, la verdadera esencia de las relaciones humanas en la libertad sin derecho efectivo de los estados en sus relaciones es la guerra, quizá porque el monopolio de la fuerza para imponer el imperio de la ley no existe en este ámbito de la realidad. Se podría objetar que existe la diplomacia, pero lo que ha sido la historia del mundo en su aspecto estatal e internacional ha sido la de un continuo conflicto y para contrastar lo que afirmamos podemos acudir a lo que ocurre en la actualidad o al estudio de la Historia, aunque solamente se haga del capítulo más reciente de la Guerra Fría, por lo que se demuestra que la guerra es el modo habitual en que los estados resuelven sus diferencias.



Pero el desarrollo del armamento nuclear y lo que significó la Guerra Fría nos sitúa ante la evidencia que la guerra es el peor de los males, pues ella conlleva el peligro de destrucción de la civilización y de la vida humana y, por tanto, destruye la posibilidad de cualquier bien de cualquier tipo (material, moral...).

Por otra parte, se puede afirmar que se llega al estado de guerra porque los estados persiguen o bien su bienestar o bien la consolidación y extensión de su propio poder o bien cualquier otra causa, pero todo ello situado siempre en la búsqueda de los intereses propios por encima de los ajenos. Este defecto bien puede llamarse egoísmo, aunque pueda decirse que se aplica a los estados.

Como consecuencia, podemos afirmar que si la Guerra es el peor mal de cuantos podemos imaginar, la Paz el bien supremo que podemos encontrar en la realidad natural. A partir de esta última afirmación se puede uno preguntar por los medios para alcanzar el bien supremo, a los cuales llamamos virtudes. Entendemos que la deducción de la virtud capital que estamos buscando puede hacerse o bien buscando el contrario del defecto de lo que hemos llamado egoísmo, o bien deduciéndolo directamente del concepto de Paz. Si lo hacemos de la primera manera diremos que es la misericordia en cuanto donación de uno mismo y apertura al prójimo la virtud que es diametralmente opuesta al egoísmo. Si lo hacemos de la segunda, diremos que es la virtud que fundamentalmente contribuye al logro del bien supremo de la Paz. Pero la virtud debe entenderse también como apertura mental que nos pone en el lugar del adversario político, de tal manera que estamos dispuestos a comprender sus planteamientos e ideología. De esta manera, se evita la guerra y, cuando es practicada por todas las partes en conflicto, se abre la posibilidad de un diálogo sincero, que permita superar la paradoja de que los hombres puedan ponerse de acuerdo en unas materias(las ciencias, por ejemplo) mientras que en otras no (la Política...). Así pues, concebimos la misericordia no sólo como capaz de lograr pasivamente la Paz, sino también como virtud que conduce al acuerdo, que llamamos transcendental en cuanto que es producto de un diálogo y de una razón que nos ponen de acuerdo y de los que es imposible estar fuera, es decir, no estar implicado mental o ideológicamente.

Efectivamente, hemos partido del hecho de que los hombres son capaces de alcanzar acuerdos racionales, es decir, que proceden demostrativamente a partir de premisas o axiomas que se aceptan por su evidencia. Pero al mismo tiempo pretendemos integrar el disenso en los campos en los que se da, es decir y para nuestro campo, pretendemos que las diferencias en las conceptualizaciones o los razonamientos en el campo de la Ética son también, si no racióneles, sí racionalizables. Para ello presentamos el argumento de la Paz con el que pretendemos fundar y fundamentar el campo de la Ética. Es decir, prescribir la formulación general de un objetivo y unas virtudes, que dependen de él, que hacen de base de la construcción del campo.

Efectivamente, la posición relativista e incluso la escéptica, sobre el tema de la moral puede ofrecer fuertes razones que la hacen defendible por el sólo hecho de comprobar la facticidad del disenso moral, frente a nuestra posición que quiere emplear el método transcendental, entendiendo por ello la búsqueda de la evidencia de un conocimiento absolutamente cierto, universalizable y universal. En este sentido, como hemos adelantado, los diferentes estado, las diferentes ideologías políticas son la prueba del disenso en materia de política y ética o moral.

Creemos que el precisamente porque el disenso es, por una parte, incompatible con la unidad de la razón, que es capaz de alcanzar la transcendentalidad en otros terrenos hy, por otra, causa de la guerra- larvada o declarada- entre las culturas y las ideologías, por lo que se han de levantar alternativas que lo eliminen. La respuesta a estas contradicciones tiene las direcciones que siguen a continuación.

Por un lado, si la contradicción principal es que los hombres se enfrentan por sus diferencias puede decirse, no que el conflicto sea inevitable, sino que para eliminarlo se debe emplear el diálogo, lo que permite evitar la guerra que el peor de los males; si entendemos que el diálogo entraña la capacidad de salirse del empecinamiento en las posiciones propias y abrirse a las razones del prójimo oponente en una comprensión que desborda el conflicto entonces estaremos defendiendo la virtud que hemos llamado misericordia, entendida en un sentido ideológico.

Por otro lado, puede señalarse que la contradicción de suponer el disenso y la guerra como algo natural e inevitable y, por ello mantener la imposibilidad de un acuerdo transcendental, se desvanecen cuando presentamos, como ya hemos hecho, el argumento de la Paz como transcendental y además como capaz de propiciar la elaboración de una tabla o una categorización de las virtudes (como más adelante completaremos) comenzando por la de la misericordia. Así, este argumento aparece como algo que permite acabar con las divisiones morales que lo anteceden, siendo además su consecuencia lógica. Por ello, el ajustamiento de los procedimientos a lo que consideramos como verdadero diálogo, sometido al principio racional de la Paz y a la virtud de la misericordia, llevaría a un ser humano completamente nuevo, en su ser y en sus relaciones.

Por tanto, lo que proponemos sirve tanto que, en lugar de partir de las diferentes perspectivas para la fundamentación de la moral, los cuales llevan al conflicto, se ofrece una perspectiva que parte de un punto de vista universalizable que descarta los otros, pero que permite la investigación de una síntesis que los contenga como parte interna de ella misma.

En otro orden de cosas, puede establecerse que la misericordia no tiene sólo el sentido de ser una virtud exclusivamente formal, que permite un orden y un método en la discusión, sino que también tiene la posibilidad de realizarse materialmente en un orden de fraternidad cuya última expresión es la igualdad humana. Por otra parte, si la fraternidad está estrechamente relacionada con la Paz en cuanto que su instauración significa la instauración de la Paz, la igualdad, si no va matizada y subsumida en la fraternidad, implica conflicto y violencia, por lo que podemos concluir que la fraternidad está implicada por la Paz y lleva como una consecuencia suya la igualdad.

No concluiremos el tema del bien de la Paz y la virtud de la misericordia sin hablar de una serie de virtudes, que dependiendo de la misericordia sirven para instaurar con ella una moral, que de aplicarse a la Política sería una auténtica revolución. Nos referimos a la constelación de virtudes, que instituyen todo un espíritu, y que son el perdón, la amabilidad, la humildad...

En efecto, todas ellas están dentro del espíritu de la Paz, pues por medio del perdón impedimos que una ofensa se continúe en otra con lo que se evita el conflicto; por la amabilidad renunciamos a los modos violentos que buscan imponer las posturas propias y nos decidimos por el convencimiento pacífico; por la humildad reconocemos que es necesaria la comprensión de las otras posiciones para llegar a un verdadero diálogo en el que nos abrimos a otras formas de entender la realidad; y así sucesivamente, dentro de lo que hemos llamado un nuevo espíritu de las relaciones humanas y, entre ellas, las políticas.

Por último queremos referirnos a un corolario de lo que hemos planteado hasta ahora. Aunque, podría ser susceptible de un tratamiento independiente, vamos a introducirlo en este apartado. Nos estamos refiriendo al análisis de lo conceptos de Barbarie y Civilización, que tanta importancia tiene en el mundo actual. Según nuestro planteamiento no es posible establecer una auténtica distinción entre los dos conceptos en términos diferentes a los de los fijados por la misericordia. En este sentido, no se puede elegir que el progreso científico o técnico como criterios superiores al moral para clasificar a una sociedad o cultura como civilizada, puesto que como bien muestra la historia de la Guerra Fría, la Barbarie puede encontrarse más cerca de lo que creemos.

Así que podemos defender que son las sociedades y culturas que más cerca están de la práctica de la misericordia, la afabilidad y la mansedumbre de corazón las que pueden ser llamadas civilizadas con independencia del grado de desarrollo científico o tecnológico. Eminentemente éstas son las que descartan la guerra como principio organizador des sistema social e instauran un amor real en el trato recíproco entre sus miembros, pudiendo resultar de ello que sociedades supuestamente más atrasadas que la nuestra sean realmente más civilizadas que ella.

2.El Bien. La Ley Moral. La Justicia.

Por medio de la Paz hemos determinado el bien absoluto como bien político. Ahora bien el bien absoluto se determina como paz entre los estados principalmente y también como paz dentro del estado. Como consecuencia, e inversamente hemos encontrado el mal supremo en la guerra y de manera excelente en su manifestación más frecuente que es la guerra entre distintos estados. Por tanto, se concluye que el máximo bien se da de manera eminente en la Política, donde se constituye su presentación más acendrada..

Ello es lógico y no puede presentarse de otra manera porque el estado y las relaciones internacionales organizan la vida de las naciones y los individuos, de tal manera que no puede perseguirse ningún fin que sea superior al de asegurar la convivencia internacional ni que sea moralmente bueno presentarlos cuando contradicen este principio, pues él es el que es condición de posibilidad de cualquier tipo de vida moral.

Igualmente, tampoco puede concebirse ningún bien que contradiga el bien común porque éste es superior a cualquier otro y, esto hasta tal punto, que puede decirse que si se hunde el bien común no es posible ningún otro, pues se da simplemente la destrucción total de la civilización.

Desde luego, podría objetarse que la Paz no opera como fuerza que, de hecho, subordine los comportamientos de los individuos y que, por ello, carece de fundamente defender posiciones como la nuestra. Pero hemos de contestar a esta objeción que escapar de la guerra total y buscar un mínimo de paz, que garantice la estabilidad es una condición para perseguir cualquier otro bien. Por ello, nos ratificamos en afirmar que la Paz es el bien supremo para el estado y para los individuos. Es, pues, el bien por excelencia.

Por otro lado, cabe preguntarse si las virtudes que hemos descrito como las principales en el campo de la ética política pueden ser aplicadas a todo campo de tal manera que se pueda construir una ética unitaria, es decir, válida universalmente. La respuesta es afirmativa, pues no puede concebirse un estado bien ordenado y amante de la paz si sus miembros son belicosos e inmisericordes, debido a que en su misma maldad arruinarían la convivencia en el país e impedirían que el estado del que forman parte, caso de que pudiera existir como tal, buscara seriamente la paz y no el predominio y la humillación de los demás estados.

Es evidente que lo que hemos hecho hasta ahora ha sido ejercitar la razón en su uso moral o práctico, que también puede ser definida como capaz de determinar una ley que obligue a la voluntad para su cumplimiento, aunque hasta este momento se ha determinado el bien como lo deseable. De lo que hemos indicado se deduce que esta razón moral puede formularse como un imperativo que se dice así. “Actúa de tal manera que en todo momento te dejes guiar por el principio de la misericordia”. Este imperativo, como se ha visto, se deriva del hecho de que se considera la Paz como el bien supremo que, por ello, determina la forma y el contenido de la moralidad.

Por último, vamos a hacer algunas indicaciones acerca de la idea de Justicia. En otro lugar la hemos criticado como incapaz de proporcionar un criterio objetivo que pueda dirigir un razonamiento moral y político correcto, en tanto en cuanto alcanza desarrollos que son contradictorios entre sí. Pero lo que aquí pretendemos mostrar es que esta idea no puede dar un criterio para construir una moral. Efectivamente, si la Justicia fuese el bien absoluto debería aceptarse el lema que dice “Hágase la Justicia, aunque perezca el mundo”. Pero esto no puede aceptarse pues se puede imaginar un mundo sin justicia, pero que , sin embargo, tiene algo de valioso que hace la realidad como digna de otros merecimientos y, por tanto, digna de existencia. Y así ha sido real e históricamente pues la Humanidad ha soportado los regímenes más ominosos y tiránicos, por lo que se hace necesario aceptar que existen bienes que son dignos de ser disfrutados y que son distintos del de la Justicia.

Capitulo IV: Moral Y Ontología.

1.Bien Y Razón.



Cuando decimos que la razón práctica o moral y la razón teórica son dos especificaciones diferentes de una misma forma o de una misma facultad, no parece muy claro lo que pretendemos, en nuestra opinión porque el concepto de razón práctica parece más difícil de explicitar en cuanto razón que el de la facultad teórica.



Podemos señalar que para la razón teórica se puede partir como ejemplo del paradigma de la ciencia, según lo cual a partir de unas verdades evidentes se deducen otras en una concatenación correcta de razonamientos (la razón puede proceder por el establecimiento de teoremas). Así, todo arranca de una verdad que se extiende a todo el proceso racional.

Pero cuando hablamos de la razón moral hay una primera instancia engañosa por lo que las cosas no están tan claras. Nos referimos a lo que se conoce como razón instrumental, es decir, aquella que no pertenece a los fines pero que proporciona las mediaciones necesarias para obtener dichos fines. Así, se determina un fin, no necesariamente de manera racional, y se coloca a la razón como instrumento que obtiene los medios destinados a lograrlo como objetivo.

Pero decimos que esta instancia es engañosa porque lo que debe ser racional son los fines, racional en sí mismo y cuando hablamos desde el punto de vista práctico de que algo es racional queremos decir que es bueno. Así, lo que a la facultad teórica corresponde como verdad a la práctica lo hace como bondad.

No obstante, se presenta el problema de que el concepto de verdad puede ser definido (como adecuación, como consenso...),pero no el de bien según el conocido como argumento de la falacia naturalista, pues el predicado bueno es una realidad tan simple e indefinible como el de amarillo. Como no pretendemos caer en el emotivismo (que según nuestra opinión, no pasa de ser otra cosa que un intento de descripción )sino que nos mantendremos en coordenadas racionalistas intentaremos hacer un discurso racional, que concluya unas consecuencias de unos principios racionales. Para ello queremos encontrar la racionalidad del discurso moral, salvando el obstáculo de definir el predicado bueno por medio de otros como felicidad, utilidad o virtud.

Para esto contamos con el hecho de que llegamos al predicado bueno por medio de la razón, lo mismo que en Matemáticas llegamos a teoremas. Para ello no nos referimos al bien como fin o como objeto de la voluntad ,porque ésta sin razón es ciega pues no puede ordenar nada si no conoce lo que quiere. Así, conocer lo que es la felicidad o que notas son las suyas propias es obra de la razón y , por tanto, si apetecemos el bien es porque previamente lo conocemos. Pero el concepto de bien o sus desgloses no son captados por los sentidos. Por tanto, si es conocido es porque es captado por la razón, sea de forma intuitiva o discursiva.

También, en favor de esta racionalidad del concepto de bien se puede argumentar por reducción al absurdo. Así el hecho, tematizado por el existencialismo, de entender la existencia como algo sin sentido, irracional absurdo y ello por causa de la realidad del mal en el mundo. Lógicamente, si el mal se entiende como absurdo hay que entender al bien como lo racional.

Por último y con respecto al tema del bien como objeto de la razón están los que podríamos llamar razonamientos globales en los que se comprende la idea de bien de una manera general y mediante el ejercicio de la razón- Así, por ejemplo, cuando argumentamos que la Paz es el soberanos bien porque su negación (la guerra) supone la posibilidad de destrucción de toda la realidad humana o cuando señalamos que la Igualdad es un bien deseable porque una de sus negaciones (las sociedades aristocráticas) implican previamente la consecución de la igualdad para ser consecuentes con el adjetivo, tal como hemos argumentado en nuestro trabajo de teoría política “Democracia consecuente”.



2. Bien Y Realidad.

En este apartado intentaremos explorar las relaciones entre las ideas de bien y realidad o , lo que es lo mismo, las relaciones entre Ética y Ontología y veremos algunas conexiones entre los dos conceptos o las dos disciplinas. Para comenzar diremos que, según lo que hemos dicho hasta ahora en este trabajo, una condición de cualquier determinación de cualquier objeto es su existencia lo que implica que para que la realidad, hablando en términos generales, continúe existiendo se debe proceder respetándola. Esto, a su vez, implica que para que en el mundo del hombre exista y continúe en el existir debe haber paz. Así, la Paz aparece como la especificación moral del hecho de que lo real es condición del bien. Es decir, que la afirmación ontológica de que el ser es condición de cualquier bien tiene la propiedad de especificarse en que la Paz es un bien, sea cualquiera la concreción que tome el concepto, que es condición de otros bienes. Ahora bien, la idea de Paz admite la posibilidad ,como ya hemos mostrado, de ser punto de partida de un razonamiento o discurso moral, pues para ser perseguida necesita de otros bienes que se imponen como deberes y virtudes que implican la adecuación del querer racional al bien supremo. Estas virtudes son la misericordia, el perdón, la comprensión...

Desde luego, hemos reconocido que es muy difícil una aproximación directa al concepto de bien de tal manera que se pueda señalar una definición de la idea que no sea la establecida con una aplicación (por ejemplo, cuando se dice por ejemplo que el bien es la felicidad o el placer). En este sentido, hemos indicado que puede mostrarse la racionalidad del concepto por medio de un razonamiento más globlalizador, como cuando se dice que la virtud es merecedora de la felicidad o que la paz es el bien supremo. Pero, en la línea que hemos establecido en este apartado, vamos a analizar más detenidamente el segundo de estos razonamientos con el objeto de aclarar las relaciones que nos hemos propuesto, aclarando que el mismo tiene una racionalidad que no es instrumental, es decir, que no se habla de bien en cuanto que medio para unos fines que pueden ser ellos mismos buenos o malos.

Entonces ¿qué queremos decir cuando declaramos a la Paz como bien supremo?, ¿es correcto el argumento?. Creemos que sí porque la negación de la Paz, la Guerra, significa la negación de la misma posibilidad de que exista la realidad humana, de alguna manera, la posibilidad, en términos escolásticos del ser y con ello se elimina la posibilidad de existencia de cualquier bien. Esto significa que el ser, la realidad es una condición de que exista lo bueno en el sentido moral.

Esto significa entender que el ser es bueno porque, expresando el argumento de otro modo, el mal absoluto no puede existir porque se puede concebir el mal como sufrimiento intolerable y esto hace que la existencia no pueda ser vivida o porque se puede pensar el mal como guerra total en cuyo caso no habría nada. Así pues, de la afirmación de la Paz como bien hemos llegado a la conclusión de que el ser es bueno y ,por otra parte, hemos concluido que la paz es la condición de otros bienes, materiales y morales. Con todo hemos de distinguir dos sentidos del término bien, que se aplican a la realidad y a la Paz, que son el sentido natural en el primer caso y el sentido moral en el segundo.

En conclusión, se comprende que la existencia de la realidad e condición de cualquier bien, pues si nada existiera nada habría de bueno. Ello significa que el ser o la realidad son, en alguna medida, conmensurables y que el ser es condición del bien. No obstante, la relación también es recíproca, pues para que haya ser se requiere la paz, porque, como hemos señalado, la realización del concepto de guerra total supone la destrucción de lo real. Así pues, el bien se identifica con la paz y el ser o la realidad tienen como una condición suya a aquella.

Por tanto, se puede concluir que la realidad (el ser) en cuanto que puede seguir en su realidad implica la Paz y, como consecuencia, el resto de las obligaciones y virtudes que ella conlleva. Igualmente, que la realidad es bien y condición del bien moral, lo cual significa que el bien moral es posibilidad de realización de lo real.

De la misma manera puede decirse que el ser es condición de otros bienes morales como la felicidad o el placer por lo que la búsqueda de éstas ha de estar subordinada a la de la paz.

Por tanto, en cuanto que la realidad es condición de todo otro bien decimos que es buena y en cuanto la Paz es condición moral de existencia de lo real llamamos a la Paz bien moral supremo. Así , la realidad es bien en cuanto se quiere el bien y la Paz es bien moral también en cuanto que ordena como principio a un conjunto de virtudes que toman la forma de deberes.

Capitulo V: La Ampliación De La Realidad Moral



1.                              INTRODUCCIÓN



En nuestros planteamientos sobre la disciplina hemos partido de un tratamiento autonomista, es decir, hemos intentado fundamentar los principios éticos por la mera razón natural y, por tanto, no hemos recurrido a otra fuentes religiosas o metafísicas por lo que no hemos tratado de principios como la existencia de Dios o la inmortalidad personal. Por ello, hemos operado en el campo inmanente de la razón ética.



Desde esta perspectiva se puede hablar de autonomía de la materia, pues las virtudes, los bienes se establecen de una manera autónoma, por el puro ejercicio de la razón en su uso práctico sin ningún tipo de asistencia de cualquier otra instancia.



Pero, como hizo Kant, se podría plantear el hecho de que esta misma razón autónoma exige la postulación de otros supuestos, como la existencia de Dios o la realidad de la inmortalidad del alma. Efectivamente, puede intentarse este camino en Ética, pero es igualmente posible plantearse la existencia de realidades sobrenaturales desde supuestos y con argumentos distintos a los del filósofo. Así, desde nuestro punto de vista, haremos también nuestra ampliación de la realidad natural y moral y las repercusiones que tiene esta ampliación en el campo que estamos estudiando, de tal manera que se vea que una ética puramente autónoma permanece incompleta. Es decir, que su campo se perfecciona cuando tenemos en cuenta la existencia de las realidades sobrenaturales (Dios, inmortalidad personal) porque, entre otros motivos, el cumplimiento de la misma moral queda facilitado por la realidad de lo sobrenatural.



Así, por ejemplo, desde el momento que la Metafísica y el establecimiento del vínculo religioso estimula el cumplimiento y la perfección de la virtud, que autónomamente ha establecido la razón moral, cabe hablar de una incompleción de la materia que tratamos, pues se acaba o perfecciona cuando se tienen en cuenta las instancias religiosa y metafísica. Es en este sentido que cabe hablar de una apertura de la Ética a la Metafísica y a la Religión.



De lo que hemos dicho hasta ahora, se colige como una consecuencia que la perfección moral del hombre no se encuentre en la autonomía de la moral y, por ello, en el agnosticismo o el ateísmo, que no necesitan de lo religioso o lo metafísico y que se puede determinar moralmente por la virtud y la ley, sino en la apertura e estas instancias, que permiten una moralidad en la que se incluyen, completando y perfeccionando el terreno de lo meramente regido por la razón práctica, que así es llevada a su acabamiento.



2.La Ampliación De Lo Moral.



En este apartado veremos como los conceptos morales pueden y deben ampliarse, de tal manera que exigen una apertura de lo moral a los territorios de la Religión o de la Metafísica. Veremos dos argumentos para ello. El primero se basará en la defensa de una ampliación de lo la realidad moral sobre la base del mismo concepto de lo moral y de la función de la razón. El segundo ampliará lo moral en base al problema de la transcendentalidad del conocimiento.



A-Primer argumento



Partimos del hecho de que no nos hemos representado la realidad moral como algo que es racional de una manera meramente instrumental pensando, por ejemplo, que el bien moral es deseado solamente por la voluntad y que la razón se dedica exclusivamente a buscar los medios que busquen la realización de los deseos de la voluntad. La razón de nuestra posición es que el bien, para ser, deseado debe ser conocido intelectualmente, pues, de otra manera, no podría representarse, ni conocerse y por tanto no podría ser querido. En otras palabras, puede decirse que el bien es, hablando en general, racional.



Pero el argumento de la racionalidad del bien puede presentarse también por medio de los bienes particulares como, por ejemplo, la felicidad o la Paz. Si nos ceñimos a la felicidad nos podemos representar el mundo como organizado racionalmente, en cuanto que una de las notas que se exigen para la existencia de lo real es la facticidad de un mínimo de felicidad Efectivamente, el ser o la realidad se especifican como buenos en cuanto que su existencia implica un mínimo de felicidad. Queremos decir que la existencia puede darse en la medida en que es mínimamente feliz. Así pues, si la felicidad es una condición de la realidad debemos admitirla como racional pues es actualización del ser y por ello, siendo la realidad una condición del pensamiento, actualización de la razón y por tanto, racional.



Así que podemos afirmar que el mundo de la Ética es racional y tiene unas notas propias de racionalidad, pudiendo señalarse que lo bueno es racional como felicidad. Así el postulado de la racionalidad de lo real ha sido demostrado en concreto, aunque hablando en términos generales la razón no puede negarse a aceptar las proposiciones que racionalizan lo real pues ello forma parte del mismo ejercicio de su función, de tal manera que si hiciera otra cosa o negara esta afirmación entraría en contradicción.



Si, por otra parte, tenemos en cuenta que el mal aparece en este mundo como lo irracional (hemos visto que lo racional es el bien) hemos de reconocer que la realidad natural y moral pide para esta irracionalidad una explicación. Ésta ya ha sido ofrecida en nuestro trabajo anterior “Razón y Realidad” y consiste en que se postule la existencia de realidades que desbordan el marco de lo natural y de lo moral que sirven, si no para eliminar la irracionalidad, sí al menos para reducirla. Esta es la conclusión forzosa de un logos que afirma que lo real es racional y que quiere racionalizar lo real. Estas realidades, cuya existencia afirmamos en el ejercicio de la razón son: la inmortalidad personal, la existencia de Dios y la consumación del mundo en la perfección. Vamos a verlas con algo de detenimiento.



a-                              La inmortalidad personal



Aceptar que la virtud (misericordia) y la felicidad no se dan acabadamente en esta vida e igualmente defender la racionalidad y la racionalización de lo real implica que hemos de suponer que la vida de los seres racionales finitos no termina en el mundo de lo real natural, sino que tiene continuidad en otra vida, en la que se las puede perseguir. Y se las debe poder perseguir no de una manera limitada en el tiempo sino indefinidamente, `pues si no fuera de esta manera ello implicaría un limitación al concepto de felicidad y la racionalización de lo real estaría incompleta.



b-Dios



Como primer argumento para defender la existencia de Dios señalamos que aceptar la realidad de la inmortalidad personal supone la existencia de una potencia capaz de asegurarla. Esta potencia es Dios.



En segundo lugar, partimos de la tesis de la necesidad de racionalizar lo real En efecto, si la persecución de la felicidad queda garantizada con la inmortalidad del alma, la necesidad de virtud de lo real nos hace defender la existencia de una realidad que como misericordia o virtud total perfecciona la realidad. Como no se puede concebir la existencia de una virtud sin conciencia, se debe defender la existencia de una conciencia moralmente perfecta. Esta es la realidad de lo que conocemos por Dios.



c-La consumación del mundo



De la misma manera que hablamos de un ideal de racionalización o perfección en otros terrenos en el del acabamiento del mundo en el tiempo. Ello significa una finalización del mundo en una realidad sin mal, el cual es imperfección e irracionalidad. El concepto de esta realidad sin imperfecciones donde acaba la historia del mundo o donde este se transforma lo recibimos de la tradición religiosa y este perfeccionamiento del mundo en Paz. Misericordia y Felicidad toma las formas de los ideales del Reino de Dios, de la Apocatástasis y del Nirvana que no deben ser vistos como excluyentes.



1-El Reino de Dios



El Reino de Dios constituye la primera racionalización de la realidad como consumación en cuanto que supone la existencia de un mundo en el que el Amor, la inmortalidad y la realización del bien forma un reino de Paz y Felicidad inmarcesibles, en el que desaparece todo sufrimiento.



2- La Apocatástasis



El regreso de todas las cosas a Dios en el que todo será en Dios es otro ideal de perfección posible en cuanto que la perfección de Dios racionaliza el devenir de la realidad natural.



3-El Nirvana



Hasta ahora para este apartado sólo hemos tenido en cuenta la tradición religiosa y filosófica occidental pero la consumación que nos viene del Oriente por medio de la religión budista es algo que merece ser tenido en cuenta también. Así, el Nirvana, asegurado individualmente con lo que Buda conocía como cese de la sed, es otro ideal posible a la hora de hablar de perfeccionamiento de lo real natural si es concebido como el acto en el cual las almas y la realidad se transforman en un Absoluto de Paz y Felicidad inefables.



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Hasta ahora no nos hemos referido a las utopías políticas como intentos de racionalización de lo real. Hemos de decir que les reconocemos cierta potencialidad en el terreno al que nos referimos. Pero consideramos que son racionalizaciones más débiles que las metafísicas y las religiosas. Podrían señalarse algunas razones para defender esta posición, entre ellas que sólo una mente que supera lo finito es capaz de una racionalización absoluta de lo real y que, por tanto, sólo Dios es capaz de racionalizar de manera completa lo real. Con todo señalamos que la radicalidad del hecho de la muerte personal hace que cualquier utopía sea incompleta frente a la escatología religiosa, representada por ejemplo por el Reino de Dios.



Aún con todo, puede presentarse la argumentación sobre la realidad del mundo sobrenatural a través de una especie de experimento mental. Para ello intentaremos mostrar que la realidad de lo sobrenatural es mayor desde el punto de vista de la razón que la del mundo. Efectivamente, imaginémonos una conciencia pura sin la existencia del mundo. Si lo hacemos veremos que la conciencia no puede hacer otra cosa que concebir racionalmente (una conciencia irracional es un absurdo) y racionalizar lo real, lo cual exige la existencia de una realidad perfecta que es Dios. Así se muestra que, desde el punto de vista de la razón, Dios es necesario y el mundo es contingente. Es decir, a la hora de postular una racionalización de lo real se puede prescindir del mundo, pero no de Dios, lo que significa que Dios es, desde una óptica absoluta, necesario.



No ocurre lo mismo si examinamos el mundo natural pretendiendo la no existencia de Dios porque la racionalidad incompleta de éste exige, como cabal realización de lo racional, la ampliación de ella en una realidad sobrenatural que implica el hecho de la inmortalidad personal y la existencia de Dios, pues una racionalidad incompleta no puede ser defendida consecuentemente.



B- Segundo argumento: La transcendentalidad del conocimiento y la existencia de Dios.



Este argumento intentará analizar la necesidad de una ampliación de la realidad pero solamente desde el horizonte de la necesidad de postular la existencia de Dios como garantía de la transcendentalidad de nuestro conocimiento. Vamos a exponerlo con más detalle.



a-El problema de la transcendentalidad del conocimiento moral.



El problema de lo que es la corrección, sea entendida como verdad, sea como justeza o como ambas a la vez, aparece de forma diferente( en primera instancia al menos) según nos refiramos a las ciencias formales, físicas y naturales o a las ciencias humanas y también a la Filosofía y, dentro de esta a la Moral y a la Política. Efectivamente, mientras que en las primeras la verdad aparece como algo indiscutible que se basa en su propia validez y consistencia, y que, en todo caso, es enseñable, pero no discutible, en el segundo la verdad no se presenta de esta manera apodíctica sino que es cuestionable y discutible y sin que se pueda hablar de descubrimientos comprobables por cualquier miembro de la comunidad científica o, en general, por cualquier hombre.



Así es, porque en los campos moral, político y religioso los hombres y los pueblos se encuentran divididos en lo que se podría llamar como diferentes grupos de opinión. Pero se necesitaría una gran arrogancia para defender que pueblos enteros o millones de personas mantienen sus posiciones en estos terrenos gratuitamente y sin fundamento, es decir sin ningún tipo de razón o racionalidad. Pero, por otra parte, para quienes pensamos que la razón absoluta no se encuentra en ninguna parte, aunque todas ellas contengan una parte de esta razón, es decir, razones parciales, nos parece muy aventurado sostener la completa irracionalidad de determinadas opciones morales o políticas, pues todas están avaladas por una cierta comprensión de la realidad.



Como pretendemos no caer en el relativismo hemos elaborado en otros trabajos la respuesta a esta paradoja. Ella pasa por la defensa de la necesidad de llegar a acuerdos unánimes que permitan recoger la racionalidad parcial de las opiniones, pero incorporando al mismo tiempo la razón total que conlleva el acuerdo universal. El medio fundamental para lograr este acuerdo de conocimiento consiste en el ejercicio de una virtud que conocemos con el nombre de misericordia y que consiste, como ya hemos expuesto, en un mutuo abrirse a las razones del oponente, que permite la apertura de un proceso que desbloquea el desacuerdo y facilita el logro de conclusiones generales en los terrenos moral y político.



Por otra parte, estos son los resultados a los que llegamos desde una perspectiva de la que podemos decir que es exclusivamente inmanentista, esto es, que se ciñe sólo al punto de vista de la realidad natural, sin tener en cuenta el tema de la existencia de Dios. Pero consideramos que esta manera de entender el problema de la verdad es incompleta ( sin que ello signifique que se ha caído ni en el subjetivismo ni en el relativismo), porque a las conclusiones a las que se ha llegado siempre se les puede preguntar si son absolutamente verdaderas (aquí sí puede funcionar la hipótesis de la existencia de un genio maligno que nos puede engañar). La respuesta creemos que está en el camino de señalar que mientras que no exista un instancia absoluta a la que se pueda recurrir la total transcendentalidad del conocimiento moral (esto es, su absoluta certeza y verdad) no es posible



b-Dios



Efectivamente, no podemos asegurar que los acuerdos en el terreno moral que alcanzamos con unanimidad sean absolutamente verdaderos (transcendentales) porque se puede plantear (por ejemplo, desde la hipótesis del genio maligno) la duda sobre su verdad. Pero como las posiciones relativista y escéptica se contradicen puesto que no se puede decir que no existe ninguna verdad o que sea verdad absoluta que la verdad es relativa, si queremos seguir manteniendo el único concepto de verdad lógicamente posible hemos de afirmar una fuente de verdad. Sencillamente porque nuestros conocimientos son falibles y, al mismo tiempo, la verdad existe. Esa fuente de verdad no puede ser otra que una Inteligencia capaz de dar valor de verdad a cualquier afirmación que se haga. Esto es lo que llamamos Dios. Así pues, la existencia de Dios es condición de la verdad y también asegura la validez de las conclusiones que, de manera general, alcanzamos.



Pero. ¿cómo aplicamos la realidad de la existencia de Dios al tema de la transcendentalidad del conocimiento político y, en general, moral? Pues indicando que la misma ampliación de la realidad natural implica la existencia de Dios como realidad omnisciente, buena y veraz. Lógicamente si Dios es fuente de verdad y, además, omnisciente, bueno y veraz los acuerdos que alcanzamos son verdaderos y ,por ello, nuestro conocimiento moral queda asegurado.



Así pues, de nuevo, la Ética queda completada en estos argumentos por la Metafísica y la Religión, aquí no en el sentido de que no se pueda alcanzar autónomamente el punto de vista moral sino en el de que la completa certeza (el paso de lo problemático a lo apodíctico) de éste no se alcanza si no se recurre a estas dos instancias, cuyo contenido desborda al de la materia que estamos tratando, pues partiendo de un planteamiento epistemológico se desemboca en realidades que pertenecen al ámbito de lo que conocemos como Sobrenaturaleza. Esto permite, a su vez, que el panorama de lo ético gane en consistencia.






Capitulo VI: Consecuencias De La Ampliación De La Moral.



En el último capítulo hemos visto que la realidad moral, para ser racionalmente consecuente, requería de una ampliación hacia la Metafísica o la Religión. La ampliación de la realidad ética significa que la materia no está cerrada en sí misma de tal manera que pueda decirse de ella que está acabada, sino que su compleción racional postula la Metafísica y la Religión. Pero no es sólo que desde un `punto de vista racionalista se pueda decir que la disciplina está abierta, sino que esta apertura implica que la Moral no queda inalterada porque la Religión y la Metafísica, exigidas, cambian grandemente el sentido de lo ético, pues la autonomía de ésta es sólo una posibilidad con una trayectoria más corta que la que viene dada por su prolongación en las dos disciplinas que hemos indicado. Esto último será lo que vamos a tratar en el presente capítulo.

1.Consecuencias De La Ampliación.

En términos generales las consecuencias de la ampliación de la realidad natural que postula la misma constitución de la moral consisten en la apertura y la fusión del mundo moral y la Religión. En concreto, la ampliación de lo real natural hacia lo sobrenatural tiene las siguientes consecuencias.

En primer lugar, al fundarse la esperanza en otra vida más allá de la muerte terrenal se sustentan y amplían las bases de la felicidad personal, lo cual trae como consecuencia el acrecentamiento de la capacidad para la virtud, pues la misma felicidad facilita el logro de la ésta.

En segundo lugar, con la afirmación de la existencia de un Dios de Misericordia (virtud que podemos traducir como Amor), se acentúa el sentimiento de sentirse amado por un Amor incondicional y perfecto y, como consecuencia, la felicidad y la virtud, entendida ésta como capacidad para cumplir con la misericordia, es decir, como capacidad para amar al prójimo. Evidentemente, esto aumenta la capacidad de cumplimiento de la ley moral, entendida como mandato de misericordia.

En tercer lugar, la creencia en un Dios de Misericordia (de Amor, en términos cristianos), cuyos mandamientos no pueden ser otros que los de la misericordia, acentúan la capacidad de misericordia hacia el prójimo, pues el vínculo que se establece con Dios estimula la capacidad de cumplir con la virtud.

Así pues, podemos afirmar que creer en una realidad perfecta (inmortalidad, Nirvana, Dios...) hace al conjunto de lo real más amable, lo cual incita a una mayor felicidad y ésta nos hace más buenos, por ejemplo porque nos hace más alegres o más optimistas. En este sentido, si somos capaces de ascender a la presencia de una Misericordia incondicional nos sentiremos amados, lo que impulsa la misericordia hacia el prójimo, que es el mandamiento de la ley que, por otra parte, ha sido deducida de autónomamente por la mera razón.

. Obviamente, estas conclusiones parten del principio de que el logro del mayor grado de virtud va acompañado de la consecución del mayor grado de felicidad, tanto porque la virtud facilita la felicidad como porque la felicidad asegura la virtud. Estas conclusiones implican, a su vez, que la vida más buena moralmente tiende a desembocar en la vida religiosa (no en una vida despojada del sentimiento de misericordia o amor por los demás, sino la vida que ama a Dios en el prójimo), de tal manera que el santo, que vive en el amor esperanzado a Dios, es el hombre más acendrado moralmente, si entendemos por santidad no sólo la adecuación perfecta y completa a la ley moral, sino también ese sentido por el que ciertas personas se sienten íntimamente unidas con el Absoluto (Dios).

Efectivamente, hemos visto que la Paz como objetivo marca un imperativo, cuya consecución pasa por el ejercicio de la virtud de la misericordia. En este sentido, el imperativo moral manda incondicionalmente. Pero lo que ponemos en duda es que se pueda conseguir la completa adecuación a la ley moral sin pasar por el aspecto religioso, pues la religión es la que permite salir de nuestro estado natural, en tanto que la persona se encuentra unida con la realidad sobrenatural, que le brinda la sobreabundancia de positividad que permite la forma más lograda de cumplimiento con el imperativo moral, que queda desbordado en la religión. Con esto queremos decir que la santidad (cumplimiento de la ley moral) se realiza en la unión con el Absoluto, en la identificación con Él.

Y así ocurre con las grandes religiones en las que la moral queda impulsada por el estado de santidad, que se manifiesta en una clara tendencia hacia la sumisión de la persona entera a la divinidad.

Por tanto, podemos concluir que creer en una Misericordia total (Dios) impulsa el cumplimiento de la ley ética. Lógicamente creer en Dios aparece como mandamiento de la misma en tanto que esta creencia nos perfecciona. Así, Dios en cuanto que ayuda al cumplimiento de la ley se muestra como una condición del cumplimiento de ella misma, que Lo supone bajo el aspecto de la posibilidad de cumplimiento del imperativo. Por tanto, la creencia en Él se ofrece una mayor posibilidad de cumplimiento de dicho imperativo. También, por otro lado, el cumplimiento se ve impulsado si consideramos la ley como el mandato de una Voluntad Santa por lo que, también en este caso, la creencia en Dios se da como factor de cumplimiento, lo que exige pensar la ley como mandato de Dios. Así pues, sólo una vida moral con el fundamento en la Misericordia de Dios puede dar una vida feliz y puede ser el fundamento de una vida de misericordia con el prójimo, es decir, que estando en Dios el cumplimiento del imperativo y del bien moral se ven impulsados.

En este sentido, lo que hasta ahora hemos expuesto desde el punto de vista de la Filosofía Moral que busca por medio de la razón la investigación de el qué y el cómo de la ley y el bien y cuya argumentación nos eleva hasta el punto de vista en el que podemos alcanzar el mayor cumplimiento posible de lo moral. Pero existe una manera no filosófica de situarse en la misma perspectiva desde el punto de vista del cristianismo y es aquella posición que viene definida por lo que se llaman las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Así, el que vive en estas virtudes se sitúa en la misma perspectiva que el filósofo cuando ha alcanzado el fin de la argumentación, sólo que por la vía unitiva, es decir, a través de la certeza en la existencia de Dios, de la esperanza en la vida del mundo futuro y del amor al prójimo en Dios (caridad). De esta manera está quien ha alcanzado la mismas conclusiones que el filósofo pero sin pasar por toda la cadena argumentativa, quien goza de una especie de intuición que da una certeza que se comprueba por su capacidad para hacer bueno al que la posee, al mismo tiempo que proporciona la mayor felicidad, al sentirse en Dios, en el bien y en la ley moral. Es como si hubiera dado un salto desde el mundo natural al moral y esto en cuanto está en relación con el sobrenatural. Este salto puede darse merced a una voluntad que desea santificarse, siendo Dios el fin de esta voluntad. Por tanto, el razonamiento filosófico moral puede servir para instalar al sujeto en el punto de vista de la fe en la que el hombre se une a Dios en Su amor y en el amor al prójimo, aunque se tenga en cuenta que éste ya instala la s hombre en el máximo moral, y previamente.

En un sentido parecido al de la moral cristiana cabe hablar de la moral en el budismo, pues la ley y la virtud quedan impulsadas también por el estado de santidad en que consiste la liberación, que permite el mayor grado de compasión (virtud que podemos hacer equivalente a la misericordia). No obstante, cabe establecer en este terreno una diferencia entre estas dos religiones, pues mientras en el budismo el estado de santidad y de unión con el Absoluto se da como fin de un camino en el que Éste no interviene si no es como llamamiento , en el cristianismo Dios contribuye a la elevación hacia el estado de santidad a través de Su amor o de Su gracia.

En conclusión, podemos indicar que la santidad ,en un aspecto, se considera como la perfecta adecuación del comportamiento personal a la virtud y a la ley ética. Pero, de otro lado, queda establecido por la observación empírica que ésta adecuación a la ley que exige la virtud de la misericordia es una realidad que no se da espontáneamente, es decir por el mismo proceso inmanente al sujeto moral, aunque también hemos visto que el cumplimiento de la ley queda notablemente ayudado por el amor y la misericordia de Dios. Por estas razones podemos decir que la ley, desde el punto de vista de su cumplimiento, supone o exige a Dios, pues, como ya se ha indicado, la creencia y el amor de Dios ofrecen la posibilidad de cumplir con los objetivos o fines de la ética. Y esto es tanto así, que puede ofrecerse un nuevo argumento sobre la incompleción de una mera moral que no esté abierta a la Metafísica y, más en especial, a la Religión, pues desde la perspectiva del cumplimiento este queda facilitado por la creencia en la divinidad y por la existencia de una relación real con Ella en la forma de religión.

2.Otras Conclusiones.

Vamos a ver ahora otras conclusiones de nuestros presupuestos racionalistas en lo que se refiere a la prolongación de la Ética en la Religión. Estas, a diferencia de las anteriores que trabajan el campo limítrofe de estas dos materias, están más adentradas en el terreno puramente religioso sin que ello signifique que sean puramente de este campo, pues están fuertemente arraigadas en el sentido ético.

En primer lugar, trataremos brevemente de cuando se puede hablar de una ley moral revelada. Cuando las verdades morales se hallan dadas con anterioridad al razonamiento se puede decir que nos encontramos con la intuición ética. Pero como ya hemos visto que la ley se perfecciona tanto en sí misma con el la mayor facilitación en su cumplimiento, si se la considera otorgada por una Voluntad Santa, entonces esta ley , y también sus virtudes, no es sólo una ley meramente humana sino que aparece entonces como Ley Revelada.

En segundo lugar hemos de considerar el concepto religioso y moral de Iglesia. De nuevo aquí la ética se abre a la Religión. En efecto, el amor a Dios estimula el amor, la compasión y la misericordia por el prójimo. Estimula igualmente la necesidad que tienen los que comparte el credo de experimentar y formar parte de una fraternidad de la misericordia o del amor, lo cual da lugar a que los que sienten estos ideales tengan interés en organizarse para vivirlos como anticipación de un futuro escatológico. Esta misma concepción estimula también la necesidad de promover la Buena Nueva entre los demás hombres. Así pues, estos dos impulsos hacen que los que comparten el ideal se organicen para vivirlo y hacerlo posible y real. Así nace la Iglesia, como futuro enraizado en el presente y como anuncio de Evangelio. Es decir, que los hombres que comparten los ideales en cuanto que desean que los demás se hagan por su obra igual a ellos se unen con el objetivo de la predicación y el reclutamiento, formando iglesia, al mismo tiempo que satisfacen las necesidades de su sociabilidad compartiendo dichos ideales. Por otra parte, encarnan de hecho el ideal de la fraternidad en la comunión con el Absoluto o Dios, el más alto de los ideales morales y religiosos. Lógicamente, el ideal social comunitario se va perfilando como la comunión de los santos que implica el hermanamiento en Dios de los seres racionales finitos.



En tercer lugar y, como consecuencia de este adentramiento de la Ética en la Religión surge el concepto racional de pecado. Efectivamente, por una parte, hemos visto como a partir de la idea de Paz se estatuye la consistencia de un ética como región autónoma del pensar y del obrar humanos y en este sentido cabe hablar de autonomía de la ética con respecto a otros sistemas de pensamiento, pues organiza su propio sistema de normas y valores.

Pero, por otra parte, hemos considerado la disciplina como incompleta desde el punto de vista de su acabamiento. Queremos decir que se puede llegar a una fundamentación autónoma , que en sí es suficiente para el ordenamiento de lo moral, pero que el perfeccionamiento y la misma perfección de la materia exige la apertura al mundo de la Metafísica y de la Religión.

Pues bien, lo que en el aspecto positivo del cumplimiento con el bien moral relacionábamos con la santidad, en el aspecto negativo tiene que relacionarse con el pecado, como ampliación natural del incumplimiento de la norma o ley ética. En efecto, si hemos definido a Dios como Misericordia perfecta, ello implica que Él quiere la ley mora, manifestada en el mandato de la misericordia. Esto hace que la norma moral ,racionalmente establecida, se presente también como mandato divino, lo cual sobreañade santidad a la misma. Como consecuencia la violación de la norma implica desobediencia al mandato de Dios. Esta trasgresión es el pecado. Por tanto, la desobediencia a la norma moral tiene como corolario que también se hace una ofensa a Dios.

Por último quisiéramos hablar de un estado de sobrenaturaleza opuesto al estado, que acompaña las teorías del Contrato Social, de naturaleza. Según éstas, al estado de naturaleza sucede tras el Pacto Social, un estado civil en el que nace la sociedad o el estado, al que los miembros del contrato han cedido una parte de sus poderes. Con respecto a esto, no negamos que esta nueva situación (que no tiene por qué entenderse como un hecho histórico) suponga un progreso con respecto al estado anterior de naturaleza, en cuanto que las virtudes que encarna el estado de sociedad suponen un acercamiento notable a la misericordia. Pero queremos señalar que, aún debajo de la ley, permanece el juego de las pasiones y ambiciones individuales y grupales, por lo que sólo se vive en una atenuación del estado de naturaleza, que tiene el freno de la norma jurídica y la fuerza del estado. Por ello indicamos que el anterior estado pervive en nuestras sociedades de forma latente y sofocado.

Por estas razones, el primer ideal que se levanta frente al anterior es el que proviene del ejercicio de la misericordia derivado del principio de la Paz y en el que las partes se adecuan a la ley moral y se organizan en torno a estos principios. Como se sabe este nuevo pide de manera natural la unión de los hombres en Dios y por Dios y, por tanto, creemos que un buen nombre para él es el de estado de sobrenaturaleza, que se perfeccionaría, por ejemplo, con el Reino de Dios, en cuanto que éste completa las necesidades de la razón y del corazón del hombre.

Capítulo VII: Dios Y La Moral



Vamos a ver en este capítulo como Dios constituye la cima del mundo moral, tanto en lo que respecta al cumplimiento con la virtud y con la ley, como en lo que atañe a la perfección de la ética en Él.



1.                              Los Estadios De La Vida Ética.



Según lo que hemos expuesto hasta ahora podemos distinguir tres niveles diferentes en el desarrollo de la vida ética, que son estadios que se ordenan lógicamente desde el inicio en una moral más rudimentaria hasta el cénit del comportamiento ético.

El primero de estos niveles podemos considerarlo como aquel en el que los hombres se mueve meramente por los conceptos de placer o felicidad sin ulteriores determinaciones. En este estadio la idea de una virtud y un bien que estén por encima del interés individual no existe. Por el contrario, el sujeto se mueve únicamente por su conveniencia, especialmente la más inmediata, sin tener en cuenta los conceptos de bien y de deber intersubjetivo, los cuales van más allá de la inmediatez de los intereses.

El segundo de los estadios podemos asimilarlo al de aquella persona que procura determinarse exclusivamente por la ley y la virtud, sin introducirse en la dimensión sobrenatural o religiosa de ellas. En este nivel, el individuo moral ha recorrido la distancia necesaria para separarse de quien se mueve sólo en sus propias pasiones o intereses y se somete a la ley moral bajo la forma de cumplimiento con los principios y virtudes que se determinan autónomamente y que para nosotros se concretan en la misericordia como máximo exponente.

Por último, el tercer estadio es aquel, en el que la virtud de la misericordia se cumple en tanto en cuanto se vive, no sólo determinado por ella, sino en el amor de Dios. Aquí, el cumplimiento de la ley y la ordenación a la misericordia quedan máximamente potenciadas y reforzadas porque el sujeto ético vive, más o menos perfectamente, en la santidad , esto es, en el cumplimiento de la ley y la virtud al amparo de la creencia y el amor de Dios misericordioso. En este estadio el desarrollo de la vida ética ha alcanzado la perfección en la medida en que se ha introducido en la virtud , por medio de la santidad o unión con el amor de Dios.

El logro de este último estadio, como hemos visto, queda facilitado por medio de una vía racional a la que acompañan las demostraciones de la existencia de Dios que hemos hecho en este trabajo y en otros. Pero es igualmente accesible a la vivencia no sólo por estos medios sino también directamente por medio del salto de la fe, que se corresponde con la visión de la vida moral como santidad. En efecto, es inconsecuente sentir (sentir, para el caso de la fe; pensar, para la razón) a Dios como misericordia perfecta y como amor y no actuar en consecuencia desde la perspectiva de la moral. La fe, en este sentido, abre la puerta del un conocimiento que induce a unos sentimientos y a una ética cualitativamente diferentes a los de los dos primeros estadios, que pueden ser calificados como los de la mera moral.

En conclusión, puede decirse que no hemos opuesto la felicidad a la virtud, sino que las hemos medido con la santidad en cuanto que las supera, aunque también pueda decirse que las incorpora en cuanto que proporciona la virtud y una felicidad que desborda, por ser superior, a la del primer estadio.

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Por otra parte, de una manera parecida a como hemos analizado los estadios de la vida moral, se puede también estudiar los momentos de la motivación en el terreno ético. Así, puede señalarse que existen distintos niveles en la motivación moral y en la posibilidad de cumplimiento con la ley y con la virtud.

El primero sería aquel en el que se cumple con la ética por mera conveniencia, de tal manera que cuando la ley y la virtud no parecen convenientes para el sujeto, éste deja de cumplir. Esta motivación, que puede ser llamada de conveniencia o egoísta, lo que ofrece es un cumplimiento exterior al deber o a la virtud por lo que la moralidad interna de las acciones no existe.

El segundo nivel es aquel en que se obedece al mandato de la ley y la virtud por ellos mismos, es decir, porque su racionalidad obliga al sujeto que comprende el contenido de las dos. El problema que presenta este segundo estadio es que, aunque la ley mande incondicionalmente, existe tal distancia entre nuestra concupiscencia y aquella, que en muchas ocasiones es imposible de salvar.

El tercer nivel es, en nuestra opinión, el que más facilita el cumplimiento moral. Es el nivel de aquel que se siente en el amor de la Misericordia incondicional. Este es el nivel que permite y alcanza la santidad moral, esto es la total adecuación del obrar a la ley. Esto es así porque el amor de Dios, el cual santifica la misma ley, impulsa en el que se siente incondicionalmente amado y perdonado, la consecución de la virtud, el cumplimiento con la ley por la misma fuerza que promueve e impulsa este amor que, por otra parte, hace amar y hace capaz de superar los obstáculos que impiden el amor y la misericordia con el prójimo, y eso aunque éste no responda con la misma medida.

2.El Cénit De La Ética.

Quizá desde determinadas posiciones filosóficas o teológicas se podría sostener que Dios está más allá de la ley moral. Así, se pensaría que va contra la suprema Majestad de Él el pensar cualquier ley, incluida la moral, que lo limite. En este sentido la Ética carecería de toda posibilidad de ser fijada transcendentalmente, esto es de su condición de absoluta certeza y, por ello, incluso de su obligatoriedad o conservaría ésta no por su racionalidad, sino sólo, en el caso que pudiera así decirse, por ser mandato divino.



Nuestra respuesta a estas posiciones consiste, en primer lugar, en señalar que cuando hemos argumentado sobre la moral hemos establecido su validez absoluta, es decir, su transcendentalidad, de tal manera que no nos podemos imaginar, más allá de los juegos de palabras, una ley moral o unas virtudes que no valgan de manera absoluta, es decir, que, en lugar de ser confirmadas por Dios, fueran abrogadas. Naturalmente consideramos que la majestad de Dios, con esto, no queda eliminada, sino, al contrario, engrandecida por la misma consistencia de la verdad y de la moral.



En segundo lugar, se puede responder a estas objeciones de la manera que sigue. Se reconocen únicamente estas dos posibilidades: o que la ley es concordante con Dios, es decir, que la misma moral nos lleva a un Dios como Amor o Misericordia; o que Dios puede negar la moral que se establece transcendentalmente. Pero esta segunda posibilidad nos lleva a negar la misma bondad de Él, lo cual es contradictorio, además de que dificultaría el cumplimiento de la moral, pues la privaría de motivos para su cumplimiento. Si esto no fuera así más que con un Dios de Amor y Misericordia nos encontraríamos con un poder arbitrario, que ocuparía su lugar.



También dentro de este orden de cosas cuadra el problema de la llamada suspensión teológica de la moral, que se ejemplifica en el relato bíblico del sacrificio de Isaac por su padre Abraham. Así, desde la perspectiva de la religión parece poder compartirse la postura de Abraham, presto a sacrificar a su hijo, aunque, desde el punto de vista moral, el tema aparezca como más dudoso. Con todo, esta posición no lleva necesariamente a suponer una negación de los principios morales por la religión y sus imperativos, pues la orden del sacrificios es compatible con la suposición de un Dios misericordioso y acorde con los principios de la moral, puesto que sin negar a este Dios, cambiándolo por otro dios de la arbitrariedad, podemos suponer que Sus designios son inescrutables, aunque no inmorales. Así, a nuestro conocimiento de la moral se superpondría el conocimiento de Dios, que no niega el nuestro pero que sí lo desborda.



Otra argumentación que nos interesa discutir, y que constituye quizá, una radicalización de la línea de pensamiento que hemos criticado, es aquella que dice que la distancia entre Dios y el hombre es infinita o infranqueable, y que el hombre, por sus solas fuerzas, es incapaz de un conocimiento verdadero de la moral. Por ello, ningún discurso proveniente de ésta puede dar razón de Dios. En estos tipos de argumentación sólo la Revelación puede proporcionar una ética coherente y verdadera.

No nos parece conforme a la razón esta última posición porque creemos que los argumentos sostenidos por todos los sistemas éticos y nuestra propia fundamentación racional de una ética, próxima a la Religión y que desemboca en ésta, son prueba suficiente para demostrar que la razón natural tiene su puesto en la ética.

Por último, queremos señalar que la posición que defendemos no implica que supongamos una determinación de la Divinidad que deje vacío el lugar de la Teología Negativa, en tanto que afirma la incognoscibilidad e inefabilidad de Dios. Es decir, no negamos las afirmaciones fundamentales de esta Teología, sino que mantenemos que la total otreidad de Dios se realiza sin negar la luz natural de la razón moral, siendo de tal manera que los mismos principios exigen la ampliación del mundo moral natural hacia la misma Divinidad.



Capitulo VIII: Otras Éticas.

Vamos a considerar ahora otras filosofías éticas y a discutir con ellas. Consideraremos estas tres: el escepticismo, el Kantismo en su formulación del imperativo categórico y el materialismo.



1.                              El Escepticismo Moral.



Vamos a examinar los argumentos que ofrece el escepticismo moral en la forma que entendemos como la más consistente que es el vitalismo. El primer argumento se desarrollaría de la manera que sigue. La razón está anclada en la vida y es sierva de la misma vida. Por tanto, la razón moral, como una parte de ella, es también sierva de la vida. Pero, la vida es lucha, agresión, defensa de lo propio. Por ello mismo, debajo del razonamiento moral late el pulso de la vida y, como consecuencia, la razón moral es un engaño, un medio para el auténtico fin de la existencia: el predominio. Así, incluso cuando nos sacrificamos por nuestros hijos, lo hacemos por nosotros mismos porque los que realmente cuenta es dejar la mayor descendencia posible. Por tanto, ni en la conducta que parece más universalmente altruista, somos generosos, desprendidos, pues ,en realidad, obramos siguiendo nuestros propios intereses.



Ante esta argumentación, que es muy fuerte, nuestra respuesta es que el predominio se realiza moralmente y cuando se actúa moralmente nunca éste es objeto del proceder. Es decir, que el predominio se realiza de tal manera que son los que mejor sirven a la comunidad (para nuestro caso a la comunidad universal de la Humanidad) los que pueden ejercer el predominio (hablamos, claro está, en el largo plazo). Luego es el servicio al bien común, que pasa por la Paz, la misericordia, el amor al prójimo, el que determina la hegemonía, que, por tanto, se realiza dentro del bien, dentro del orden moral. Así, si queremos contestar al ejemplo de la argumentación escéptica, podemos decir que el que se sacrifica por el conjunto del prójimo es aquel que, a la larga, más hace por los hijos.



El segundo argumento del escepticismo vitalista se desarrolla en los términos que exponemos a continuación. Si somos pacíficos, si somos misericordiosos, compasivos, solidarios es porque estas virtudes nos sirven en la lucha por la existencia y, aún nos servirán más en el futuro, pues con la guerra no hay vida y sin altruismo hay guerra. Luego, los valores morales sirven a la vida.



Nuestra respuesta a este tipo de contestación ya ha sido anticipada en el capítulo en el que considerábamos la relación entre el bien y el ser. Así, efectivamente reconocemos que el bien sirve a la vida, que puede ser una trasposición de nuestro concepto, más ontológico, de ser. Pero es precisamente moral, en tanto en cuanto sirve al bien, a la vida de la comunidad, pues la moral significa el atenerse a los intereses y al bien de los otros, del prójimo. Existe, pues, la aparente paradoja de que el que domina ha de ser el más compasivo y es a él a quien la vida elige como dominante.



No obstante, permítasenos el experimento mental de suponer que el escepticismo tiene razón. En efecto, supongamos que si somos buenos es porque interesa al hombre como especie, que, por ello, el altruismo, que esta argumentación considera base de la moral no existe. Así, el resultado de esta argumentación sería el siguiente: Podemos determinar en que consiste la moral ( en la renuncia a nuestros intereses y a los propios impulsos egoístas, en ser pacíficos, misericordiosos, benevolentes...), al mismo tiempo que reconocemos que esta moral es la máscara que oculta el egoísmo individual, cultural y de la especie. Ello querría decir que los valores morales quedarían completamente desacralizados y el hombre, desencantado, desilusionado porque la razón habría destruido el encanto, la ilusión ética.



Por supuesto, esto no querría decir que la ley moral no mandase, ni que lo bueno no existiese. Pero nuestra consideración hacia ellos cambiaría porque la ilusión de la generosidad, del desprendimiento habría desaparecido. Entonces,¿cómo podría conservarse la anterior majestad y grandeza de lo ético, si ello parece imposible?.¿Cómo podemos ser buenos absolutamente?.



La respuesta a esto es la Religión. Es decir, que sólo como mandatos de Dios recuperarían su antigua grandeza los mandatos morales. Así, reconociendo que el hombre es imagen de Dios, la moral recobraría su perdida grandeza porque, de esta manera, lo que hacemos al prójimo se lo estaríamos haciendo al mismo Dios. Con esto se quiere decir, que nos saldríamos de la motivación egoísta pues hacemos las cosas por Dios en el mismo hombre. Pero, aún así, la relación constituida es moral, porque se trata de relaciones entre hombres, pues, en caso contrario, estaríamos hablando de la relación de Dios consigo mismo, relación que tampoco sería moral.



Así, de la manera que hemos defendido estamos haciendo las cosas por otro, de manera altruista. Por tanto, en el amor al prójimo por Dios estamos engrandeciendo la relación con el otro y haciéndola verdaderamente moral. Pero de todas formas estas consideraciones última serían tema de otro trabajo por lo que las dejamos en los puntos a los que hemos llegado.



2.El Imperativo Categórico.



Si el kantiano imperativo categórico puede escapar de la acusación de se ser un formalismo vacío de contenido, se deberá a que si formulación puede desplegarse como un núcleo capaz de desarrollos que se manifiestan en contenidos, que pueden ir de los más generales hasta los más concretos. Queremos decir que si este imperativo tiene la potencialidad necesaria para fundar una conducta moral, ello se deberá a que en su interior anida la virtualidad de poder desplegarse en multitud de contenidos concretos, que proporcionan a la conducta moral su estructura y su determinación.



Pero la construcción ética que permite se ha de basar en unos contenidos morales históricos y concretos, que marcan el desarrollo del progreso ético de la Humanidad, de tal manera que los contenidos dados positivamente en la Historia se incardinan en el imperativo permitiendo su concreción. Más específicamente, el imperativo puede actualizarse en una multitud de contenidos concretos, que no son contradictorios entre sí sino armonizables, porque todos ellos manan de las fuentes de la moral. Pero del hecho de que estos recorridos sean todos igualmente éticos no se sigue de ellos que haya una fundamentación, en la que se encuentre un principio y unas consecuencias como en nuestra teorización. Así es, porque esta formulación sin ser ajena al imperativo debe buscarse por otros caminos, que determinen materialmente, sin contradecir lo formal, el ámbito moral. Así, en el sentido anteriormente dicho, las diferentes virtudes consisten en ser actualizaciones del imperativo para el conjunto de situaciones a las que responden.

Por nuestra parte, hemos ofrecido la posibilidad de una formulación, que siendo general y por el hecho de serlo, comprenda la mayor cantidad de generalización posible y que, al mismo tiempo, puede concretarse en virtudes, que generalizan pautas de comportamiento moral. Este tipo de formulación, no es asequible al imperativo en cuanto formal, pues se concreta en contenidos que desbordan la mera abstracción y formalidad de un imperativo que, por otra parte, no ha mostrado como es posible, la generación de una jerarquía que va de unos principios a unas consecuencias, aunque parezca válidos para cualquier situación posible.

Por otra parte, en su forma argumentativa, la ética que ofrecemos es una ética de bienes, pero con ello no se quiere decir que no sea susceptible de un tratamiento formal, en cuanto que muestra la estructura o formulación ética más general. Así, cuando decimos que la Paz es el bien supremo, se entiende que esta afirmación da forma a una jerarquización de los bienes que es susceptible de ser formulada imperativamente, por ejemplo, de la siguiente manera:” Obra de tal manera que busques la Paz en todos tus comportamientos”.

Por otra parte, igualmente puede decirse que el argumento es a priori, porque en el concepto de Guerra Total está el de la destrucción de toda realidad y, por tanto, de todo bien, de lo que se deduce que la Paz es el bien supremo sin necesidad de que se recurra a la experiencia. Lógicamente el argumento también puede ser expresado en positivo a partir de la misma idea de Paz. El imperativo es también categórico, puesto que no manda con vistas a un fin sino absolutamente y es, además, universalizable.

Por último, podemos dejar constancia de que el argumento de la Paz tiene la virtualidad de presentarse como un principio absoluto, donde la formalización de los contenidos alcanza un nivel de máxima generalidad y, al mismo tiempo, permite desplegar el campo de lo moral como el desarrollo de un único principio que va determinándose en especificaciones que pueden llegar a la máxima concreción. Por tanto, es capaz de articular una ética axiomática que puede proceder por demostración a partir de un principio evidente.

3.El Materialismo.

Pretendemos mostrar en este apartado que las posiciones de las éticas materialistas pueden ser reconducidas a las nuestras. En el primer caso trataremos de aquellas teorías que sitúan el origen de la organización social en la necesidad que tienen las comunidades humanas de procurarse el sustento. En este sentido, las sociedades están organizadas políticamente con el objetivo de conseguir la perdurabilidad de lo que se llama la vida material. Ello significa que la Política aparece, como en nuestra posición, como el campo principal donde se ha de organizar la vida. Pero esta organización tiene a su base la condición de la Paz. De ahí que esta teoría materialista pueda se conducida a nuestros argumentos.

En el segundo de los casos que examinamos, la argumentación del materialismo se desarrollará en un sentido relativista. Según ella, los individuos y los grupos sociales construyen sus normas de vida según sus intereses materiales. Así tenemos unos valores morales u otros según cuáles sean los intereses económicos (alimenticios, por ejemplo). La moral, por tanto, es relativa y no puede tener una validez absoluta porque su génesis depende de lo material. Nuestra argumentación no deja de reconocer que existe un campo de variabilidad de las costumbres que puede venir determinad por las condiciones materiales, pero argumentamos, frente a este relativismo, que la razón moral que construimos se construye de manera absoluta, teniendo su comienzo en este tiempo histórico, y, en este sentido, el principio de la Paz no es relativo sino que tiene una validez transcendental y, por ello, válido universalmente.

Epílogo

Estamos llegando al final de nuestro recorrido y nos toca rendir cuentas de la relación entre nuestra ética filosófica y la ética religiosa. Así, parece que muchas de las conclusiones de nuestras posiciones morales tienen bastante en común con las de inspiración religiosa (cristiana, budista...), cuyas categorías, según su propia representación, vienen de una inspiración (Revelación, Iluminación). En una gran medida es así, pues a las virtudes centrales de estas morales ( caridad o amor cristianos, compasión budista...) correspondemos con la misericordia.

No obstante, el tratamiento filosófico de una ética ha de hacerse desde una axiomática que proceda racionalmente, esto es, que la Filosofía usa como método el racional, aunque las conclusiones que alcance (existencia de un Absoluto o Dios, inmortalidad del alma...) coincidan con las religiosas

De la manera indicada es como hemos procedido en el presente ensayo, pues hemos intentado una fundamentación de la moral basada en el evidente principio en el que la Paz aparece como bien supremo autónomamente, es decir, por propio razonamiento y exclusivamente por él. En este sentido, el resto de las conclusiones las hemos formulado deductivamente a partir del axioma de la Paz, que se considera obvio de experiencial e incuestionablemente.

Con esto pretendemos indicar que hemos intentado una fundamentación autónoma de la Ética, es decir, con el auxilio exclusivo de la razón y sin asentarla en otras disciplinas, como pueden ser la Metafísica o la Religión, aunque se haya hablado de una apertura a ellas consustancial, en el sentido que la complementan en cuanto que constituyen su derivación natural.

Por estas consideraciones, señalamos que las virtudes religiosas de la caridad o la compasión son presentadas como primeras, como base de la vida moral , de forma heterónoma desde el punto de vista de la razón, mientras que nosotros lo hemos hecho de manera que se respeta la total autonomía de la razón. Ello con independencia de que las virtudes religiosas hayan conseguido el asentimiento de los corazones de la Humanidad por su excelencia práctica, por lo que en este sentido quizá pueda hablarse de una intuición, anterior a la razón, de lo que esencialmente es la corrección moral.