APUNTES HACIA LA FILOSOFÍA DE RAMIRO LEDESMA
por D. Francisco Díaz de Otazu y Güerri:
Licenciado
en Ciencias Religiosas por la Universidad Pontificia de Salamanca. Certificado
de Aptitud Pedagógica en Historia, Diploma de Estudios Avanzados en Filosofía y
diplomado en Derecho. Profesor de I.E.S. Alférez reservista de Infantería de
Marina y Vicepresidente de la Asociación de Reservistas Españoles. Es autor de
diferentes trabajos sobre el mundo militar, como Margarita se llama mi amor.
Oficiales y suboficiales eventuales en las Fuerzas Armadas españolas, 1936-
2005 y del la letra del himno de los reservistas voluntarios de España. Ha
publicado Islam y Cristianismo, confrontación y entendimiento.
TRABAJO
DE INVESTIGACIÓN
Programa
de doctorado bienio 1998-2000
Francisco
Díaz de Otazu Güerri
bajo la dirección
del
Dr. Gustavo Bueno
Sánchez
Oviedo, septiembre
de 2000
Departamento
de Filosofía Universidad de Oviedo
1 Índice
1)
Introducción, 3
2)
Trayectoria biográfica: de lo filosófico a lo político, 4
2 a) Biografía y formación 4
2 b) El giro político 8
3)
Ledesma y la filosofía 12
3 a) Influencias recibidas 12
3 b) Obra filosófica. Textos
disponibles (1927-1931) 23
3 c) Ledesma ante la religión. 39
4)
Conclusión 41
5) Apéndices 45
5 a) Bibliografía cronológica de
Ledesma 45
5 b) Bibliografía sobre Ledesma 49
1)
Introducción
No pocos pensadores
han visto oscurecida su significación en la filosofía por haber desempeñado un
rol político que, si bien está siempre cercano a aquella como consecuencia de
la subordinación de la praxis a lo ideológico, impide no pocas veces el
acercamiento desapasionado y desprejuiciado a su pensamiento.
Para el presente
proyecto, buscábamos a un autor perteneciente a la historia de la filosofía
contemporánea española y que no hubiese merecido, que sepamos, un estudio
monográfico como tal. Como la Guerra Civil marca un hito en la historia de
España del siglo XX, hemos preferido buscar un autor cuya obra fuera anterior a
la guerra, al objeto de poder, en su caso, en nuestra tesis doctoral,
profundizar sobre ese autor y la posible influencia ulterior de su pensamiento.
El frenesí vital y
la crisis global europea de los años treinta, nos ofrece en Ramiro Ledesma
Ramos un ejemplo significativo de las superposición del filósofo y el político.
Se trata de un autor sobre el que existen diversos estudios
histórico-biográficos y político- apologéticos, pero, que sepamos, ninguno
específicamente en el plano filosófico. Se da la circunstancia, además, de que
como consecuencia directa de esa vertiginosa y apasionante década española,
Ledesma falleció en circunstancias trágicas a la edad de 31 años. Pese a su
asombrosa precocidad y laboriosa pluma, resulta imposible que un autor de
trayectoria tan corta pudiese haber acabado un sistema de pensamiento en todo
coherente y “cerrado”, en el sentido filosófico del término.
Pese a ello, creemos
que Ramiro Ledesma Ramos, que ha legado varios libros, más de un centenar de
artículos y entrevistas, de interés parcialmente filosófico, físico o
matemático, y una veintena de ensayos estrictamente filosóficos, escritos estos
entre 1927 y 1931, ofrece la completa dimensión de un filósofo académico hasta
1930. Su vida experimentará un cambio radical en ese año; el Ledesma del 1931 a
1936 será, fundamentalmente, un político.
En este trabajo de
investigación nos hemos limitado a ofrecer el estado de la cuestión por lo que
respecta al conocimiento actual sobre Ledesma (a partir de materiales
publicados). Nuestro propósito consiste en continuar, esta investigación hasta
que pueda llegar a transformarse en una tesis doctoral sobre Ledesma y la
filosofía. Que ha de incluir a Montero Díaz y Souto Vilas, entre otros. En ese
futuro, será imprescindible contar con los inéditos de Ledesma que conservan
sus familias y que no han sido explotados desde una perspectiva filosófica.
Por eso nos
limitaremos aquí a dar noticia de algunos de los artículos filosóficos de
Ledesma que fueron reeditados (en 1939, en el libro Escritos filosóficos, recopilado
por Santiago Montero Díaz, del que existe una nueva edición, bajo el título La
Filosofía, disciplina imperial, realizada en 1968 por la editorial Ariel).
Será necesario estudiar, más adelante, cuanto hubiera de interés filosófico en
sus artículos publicados en revistas y periódicos, en especial en sus
colaboraciones, en buena parte no reeditadas, en La Gaceta Literaria de
Giménez Caballero, El Sol y Revista de Occidente de Ortega y
Gasset.
Nuestra curiosidad
por Ramiro Ledesma procede de una mención de pasada que encontramos en el
artículo La filosofía española en un tiempo de silencio (El
Basilisco, no 20, 1996) de Gustavo Bueno Martínez: «... qué nivel más
elevado de la filosofía alemana de su tiempo, que el que nos ponía Ramiro
Ledesma con sus rigurosas reseñas... ». En efecto, tras haber profundizado en
los trabajos de Ledesma, creemos que no es nada despreciable su función de
cointroductor del pensamiento centroeuropeo en la España de aquel tiempo. No es
exagerado considerarle como uno de los primeros introductores y divulgadores en
español de Einstein y de Heidegger, de Scheler, la fenomenología y la Gestaltstheorie.
Por todo ello
creemos que el autor de un texto de título tan ambicioso como «La Filosofía,
disciplina imperial», es acreedor de un estudio universitario riguroso de su
obra desde una perspectiva filosófica, que incluya las influencias recibidas,
la interrelación con sus coetáneos, especialmente con Ortega, y las implicaciones
de su legado intelectual. Creemos que el olvido que Ledesma ha sufrido
en la bibliografía de la historia de la filosofía española sólo puede
explicarse con motivaciones derivadas de prejuicios ideológico políticos.
Cuando han transcurrido setenta años desde la publicación de aquellos textos, y
dentro de muy poco, todo aquel periodo pertenecerá «al siglo pasado», creemos
que mantener tal olvido no tiene ya ninguna justificación desde una perspectiva
histórico filosófica.
Somos deudores
confesos de Erik Norling en la referencia biográfica, de Velarde Fuertes en las
conexiones diversas de La Gaceta Literaria y La Conquista del Estado,
y de Salvador Brocá en cuanto al orden de influencias filosóficas. La web
ramirista Nuestra Revolución, completada por la de la Fundación
Gustavo Bueno; ofrecen muchos de los textos utilizados.
2)
Trayectoria biográfica: de lo filosófico a lo político.
Ramiro Ledesma Ramos
nace en Alfaraz de Sayago (Zamora), en la casa secularmente llamada «de
Viriato», lo que debió marcar sus juegos infantiles. La condición de castellano
será importante en un «nieto del 98», generación que cantó a Castilla desde la
periferia española. Nace el 23 de mayo de 1905, en el seno de una familia de
maestros rurales, lo que en esos años implicaba gran precariedad económica:
fueron ocho hermanos, pero todos lograron alcanzar una amplia base cultural.
Para salir del pueblo oposita a Correos, donde trabajaba un hermano, y con
apenas dieciséis años se traslada a Madrid, donde logra ingresar como
funcionario del cuerpo técnico de Correos en 1922, recibiendo destinos
diferentes durante varios años hasta lograr una plaza definitiva en la capital.
Su procedencia social, de la clase media baja, le marcará profundamente,
sintiéndose ajeno al tiempo que partícipe de las luchas sociales de la década
de los años veinte. Autodidacta en buena medida, hay que resaltar el carácter
absolutamente laico de su formación (mientras que, por ejemplo, su coetáneo
Onésimo Redondo estudió con los jesuitas, que le marcaron profundamente). La
enseñanza religiosa era la predominante en la España de entonces, sobre todo en
las clases medias urbanas. Se puede decir que lo que marcaba era haber
disfrutado de una formación laica, mientras que la impregnación católica
resultado de los estudios habidos en los colegios de religiosos era lo normal.
No disponía además Ledesma, como hemos dicho, ni de una familia adinerada que
le sustentase, ni de un apellido que pudiera servir como tarjeta de visita en
el Madrid de la Dictadura primorriverista.
Sorprende su precocidad
literaria. Siendo aún adolescente había manifestado inquietudes literarias.
Entre 1923 y 1925 escribe varios textos menores. «El vacío», «El joven suicida»
y «El fracaso de Eva» son los nombres de algunos de estos trabajos que se conservan,
y que jamás fueron editados. En 1924 ve la luz su primer libro, publicado
gracias a la contribución financiera que hace un tío suyo: la prestigiosa
editorial Reus de Madrid publica su novela autobiográfica «El Sello de la
Muerte» (adviértase que Ledesma tenía entonces sólo 19 años).
Es un texto de
claras referencias existencialistas e irracionalistas, consecuente con las
primeras direcciones de su pensamiento (Ramiro desde temprana edad venía
leyendo y estudiando a Nietzsche, Bergson y Kierkegaard) que le llevan entonces
a romper con todo el movimiento positivista y racionalista de la época. Tales
lecturas y la correspondiente visión filosófica le marcará su futura
trayectoria política, tan alejada del iusnaturalismo y del tradicionalismo
español.
Se afirma siempre
que esta novela es un exponente de las influencias de Unamuno, al que se la
dedica, en Ramiro Ledesma, sin embargo está más cercano a las posturas
barojianas (El árbol de la Ciencia) que bebía de las mismas fuentes
rebeldes e irracionalistas.
Poco después, el
mismo año escribe «El Quijote y nuestro tiempo», esta vez sí, un homenaje al
viejo maestro de Salamanca, Unamuno, donde se percibe ya una evolución
sustancial de su estilo y visión del mundo. Este texto ha permanecido inédito
hasta que en 1971 lo publicó Tomas Borrás, si bien, al parecer, censurado
levemente.
Tras estos escarceos
literarios Ledesma, que ya ha logrado su plaza en Correos en Madrid, decide
estudiar regladamente en la Universidad la Filosofía, pero también las
Matemáticas. En 1926 —o sea, a los veintiún años— se matricula simultáneamente
en las Facultades de Filosofía y de Ciencias Exactas. Se gradúa en 1930 como
Licenciado en la Facultad de Filosofía y Letras, en la sección de Filosofía.
Ese año tenía aprobadas siete asignaturas de la licenciatura en Ciencias
Exactas (su paso a la política y su temprana desaparición impidieron que
pudiese licenciarse en Matemáticas, como él deseaba) y dos de la licenciatura
en Ciencias Químicas.
La relación con
Ortega en la Universidad fue intensa, como intensa fue su actividad como
estudiante universitario y trabajador que procura mantenerse al tanto de las
novedades que esos años agitaban la capital de España: descubre los movimientos
vanguardistas en la literatura y el arte, lee intensamente todo lo que cae en
sus manos, filosofía francesa en especial. Pronto, como superación de la que
hará siempre gala, comenzará a interesarse por la filosofía alemana, lengua que
aprenderá gracias a sus esfuerzos para poder traducir a los autores germanos.
Su pericia en la lengua de Goethe llegará a tal grado que será traductor al
castellano de varios trabajos de filosofía que se publicarán en Madrid. Este
influencia germana será vista como una de las diferencias que determinará que,
cuando se lance a la arena política, no pueda Ledesma compartir la visión
meridional del fascismo, prefiriendo la sobriedad germana; aunque, en honor a
la verdad, nos parezca difícil encuadrar a la ligera a Ledesma en una corriente
ideológica determinada, dada la originalidad que creemos ver en su pensamiento.
Fue muy importante
en la biografía del joven estudiante el conocer a Ernesto Giménez Caballero
justo cuando éste comenzaba, en 1927, esa interesante aventura que fue La
Gaceta Literaria. Gracias sobre todo a Giménez Caballero, logra Ramiro
participar en la fiebre vanguardista y en las nuevas corrientes que irrumpen y
desean destruir el viejo mundo del arte, de la política, de la ciencia, para
hacer llegar las vanguardias a España. Como en Italia, donde el futurismo de
Marinetti se alía junto al fascismo para destruir los cimientos del decadente
estado italiano, en España reclaman estos jóvenes una salida artística e
ideológica a la crisis final de la Restauración canovista. Así se entiende que
de la vanguardia a la política activa medie apenas un paso. La mayor parte de
los jóvenes miembros de La Gaceta Literaria evolucionarán bien hacia el
comunismo, bien hacia el fascismo. Es la generación que asiste a la mayor
crisis del capitalismo, que parece herido de muerte sustituido por
totalitarismos de diverso signo, reflejo de una época y de unos jóvenes
inconformistas y rebeldes que se hundirá en el torbellino de la contienda
civil. La profunda amistad que les unían en torno al arte y las letras se
truncará conforme la falla se ahonda entre las dos Españas a las que se refería
Machado y que fue una triste realidad.
El año 1931 es
decisivo en la vida de Ledesma Ramos. Tiene veinticinco años, decide dar un
giro radical, y lo que pareciera una prometedora trayectoria intelectual se convierte
en la vida de un activista y militante político, aunque esta tendencia se podía
ya atisbar en escritos anteriores. ¿Se estaba truncando un gran intelectual por
lo efímero de la política? Quizás de no haber tomado esta determinación
crucial, y si se nos permite la licencia contrafáctica, hoy el Ramiro filósofo
sería un personaje consagrado en las enciclopedias como crítico, profesor y
literato. Este «todo por el todo» es el paso del Ramiro filósofo al Ramiro
político. No cabe duda. Había sido contagiado, como tantos otros de su
generación, por lo que Mussolini llamó «la enfermedad del siglo XX»: el
Fascismo.
Ramiro Ledesma como
político y como doctrinario es casi tan importante y mucho más conocido que por
su faceta intelectual. Mientras que el Ledesma filósofo está más bien olvidado,
es bien sabido que es Ledesma quien sienta las bases de la ideología nacional-
sindicalista que harán suyas después Falange Española y, se mantendrán, al
menos en su fachada, durante el franquismo. Primero con el semanario La
Conquista del Estado (año 1931), periódico de profundas reminiscencias
malapartianas, después con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
(J.O.N.S.), Ramiro Ledesma intentará dar forma política a su pensamiento
filosófico (años 1932-1933). Durante los años de la II a República, Ramiro
Ledesma sienta los fundamentos ideológicos, da las consignas, los lemas y
símbolos que luego adoptará literalmente la Falange de José Antonio Primo de
Rivera, el hijo del Dictador que por entonces se lanzaba igualmente a la arena
política, cuando se fusionan en marzo de 1934 ambas formaciones políticas. JONS
era un movimiento minoritario, de creación ideológica, sin grandes medios.
Falange aparece con más medios, y logra la fusión con JONS, de la que toma todo
su contenido político e ideológico. Pero en 1935 Ledesma se da cuenta de que la
nueva organización no responde a lo que él esperaba con la fusión de 1934, y se
enfrenta a Primo. Prácticamente sólo le seguirán, en cierto modo, en su
abandono de FE de las JONS, Santiago Montero Díaz y Juan Aparicio. Al poco de
iniciarse la guerra, muere Ledesma en una «saca» de la cárcel Modelo, en
Aravaca, el 29 de octubre de 1936. Fue en el mismo camión que llevaba a la
muerte al otro Ramiro, a Ramiro de Maeztu, su amigo de cautiverio, y, se dice,
en un gesto desesperado de rebeldía que creemos coherente con su personalidad.
Aunque existen
biografías, como las de Borrás y Diana, que se reseñan en el apéndice
bibliográfico, no existe todavía una biografía detallada que vaya siguiendo la
evolución de los intereses de Ledesma desde antes de decidir estudiar filosofía
y matemáticas, su relación con Ortega... Esa biografía interna, intelectual,
deberemos realizarla en nuestra tesis doctoral.
Pese a que nuestro
interés se centrará en la dimensión de Ledesma como filósofo, es imprescindible
tener una visión general de su cosmovisión ideológica, y, desde luego, conocer
su formación intelectual.
Nuestro autor es
producto y crisol de una tradición ideológica muy plural, a veces
contradictoria, de igual modo que el movimiento político, llamado
«nacional-sindicalismo», del que resultó fundador. Creemos poder apuntar un
paralelismo entre la función sincrética del movimiento político del que Ledesma
fue fundador y su papel filosófico. Aquel movimiento debía su paternidad última
generacional e ideológica al concepto genérico de fascismo que inquietó a toda
la Europa de entreguerras. Su maternidad podría atribuirse a una tradición
específicamente española de cuño antiliberal. Todo ello trasunto del «sindicalismo
revolucionario» de escuela soreliana. En lo filosófico, también cabe descubrir
ese intento de síntesis de contradicciones entre las dos tradiciones cuya
colisión explica buena parte del debate intelectual de la España contemporánea;
una hispanista, que para Ledesma representarían Unamuno y Giménez Caballero, y
otra europeísta que personificaría Ortega.
A un intento de una
«filosofía nacional», asunto aparte es la posible contradicción del concepto,
le seguirá el instrumento político. En la biografía de Ledesma se advierten
nítidamente en dos lustros que se superponen; el filosófico del 1927-31, y el
inmediato hasta su muerte en 1936. Desde el 98 y el Regeneracionismo, se
advierte el general esfuerzo en dotar a los españoles de la ilusión en una empresa
comunitaria. Dentro de ese esfuerzo hay que situar a Ledesma.
La actitud última
que sostiene el ethos del fundador de las JONS responde a un sentido
total de la realidad, lo que Dilthey llamó weltanschauung. La intuición
del mundo como totalidad puede apreciarse en Ramiro cuando escribe en 1930,
justo antes de su gran giro vital, que únicamente la filosofía legitima todo
conocimiento posible. El pensador «en tanto que filosofa con legitimidad»
precisa de un sistema en tanto que «a los conocimientos científicos como tales
está vedada esta pretensión», la de ser saberes sistemáticos. Ledesma, buen
conocedor de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, recoge del alemán
la pretensión de sistematicidad en el saber, únicamente alcanzable por la
filosofía.
«El saber
filosófico, debido a su carácter de sistema, logra la máxima legitimidad y, por
su esencia misma, está dotado de capacidad de convivencia frente al saber
científico. Pero la filosofía centra sus problemas en el orbe mismo, donde
todas las cosas se unifican y reciben el aliento primario que las hace objeto
para nosotros. Es por ello, según decimos en el título ... una disciplina
imperial.» (1)
Sólo la tesis de ese
ensayo creemos que hace a su autor merecedor de atención por parte de la
historia de la filosofía, atención que el autor zamorano ha recibido ya desde
planteamientos políticos.
En su acelerada
formación intelectual Ledesma quemó etapas que parece requiriesen más sosiego.
Sólo el vértigo de aquel tiempo lo explica. Pero su vuelco a la política no es
una arribada
romántica a partir de unos supuestos turbulentos y huérfanos del rigor que
comporta una vida universitaria seriamente entendida como umbral de un
pensamiento más profundo. Ledesma tenía sólo 23 años cuando comenzó a escribir
en La Gaceta Literaria y 24 cuando escribió por primera vez en Revista
de Occidente. Ledesma pertenecía al círculo directo de los discípulos de
Ortega, lo que le permitía escribir en El Sol, y significaba sin duda,
en el Madrid y en la España de aquellos años, un porvenir intelectual sólido y
un halagüeño acompañamiento social. Esa extrema juventud explica el modo
ingenuo de demostrar su admiración por la figura magistral de Ortega, que se
transluce en el uso inmoderado de vocablos cono «acontecer», «rigoroso»... habituales
en aquél. Esta admiración, que a veces parece indicar que Ortega ejerció sobre
una generación de jóvenes una especie de «dictadura intelectual», era
compartida por muchos de ellos, desde Julián Marías a Primo de Rivera hijo.
Todas estas perspectivas las abandona en el umbral de 1930-31, cuando, sin
dejar su vocación de escritor filosófico, se orienta a la creación de un
movimiento político tal y como anuncia el manifiesto inicial de La Conquista
del Estado.
Vemos entonces que
la admiración no oculta de Ledesma por Ortega, que no deja de formar parte del
mundo liberal que parece entonces en crisis definitiva, no transciende al
terreno político, en una discriminación nítida: aunque hay muchos rasgos
admirativos en el Ledesma político hacia aquél. En el no 7 de La Conquista
del Estado podemos leer, en 1931, recién proclamada la República el
siguiente alegato resaltado con gran tipografía: «Frente a los nacionalismos
regionales que resurgen, afirmamos nuestra voluntad de imperio. Bien están los
desgloses administrativos, si contribuyen a la grandeza y al poderío hispánico.
¡Atención a ese gran imperium central del que habla Ortega!»
Reparemos en la
divergencia de actitudes entre el profesor y el alumno, ante el quehacer
político. Aquél intenta encauzar el hecho, por él diagnosticado, de la
subversión de las masas, mediante un «régimen de profesores», en frase de
Antonio Pinillos, una minoría selecta e ilustrada en el poder. La viabilidad,
no tanto del hecho oligárquico, sino de la postulación de éste, así como el
perfil agrio de la república a la que dedicó el «no es esto», están detrás del
silencio y la defección política de D. José: el discípulo no olvida ese gran
acontecimiento de la historia contemporánea que es la irrupción de las masas en
la vida pública, pero se une a ella, sin oponerse, más bien intentando
encabalgarse, a ese hecho inevitable.
Ese salto a la
política no es descabellado en el curso biográfico de un filósofo. Está en los
fundamentos de la Historia de la Filosofía; en la trayectoria particular de
Platón y Aristóteles. Pero es que además, en el tiempo de Ledesma, que es, con
juventud, el de Unamuno, es importantísimo el concepto de «angustia». El
pensador debe enfrentarse por fuerza con los fundamentos teóricos de la
estructura social, tratando de inquirir las causas del desequilibrio e
injustica. El filósofo es un hombre más, doblemente impelido por ambas
condiciones a la actuación.
Ocurre que el
intelectual puede revisar sus propias conclusiones, y esa es la diferencia
radical con el político, que está obligado a acertar en cada momento histórico.
Esto explicaría el fracaso en política de no pocos intelectuales que intentaron
aplicar a esa trepidante actuación los supuestos de biblioteca o laboratorio.
En el caso de
Ledesma hay un continuum entre sus dos grandes etapas vitales. Tres si
reparamos en el esquema dialéctico que Santiago Montero Díaz proponía en 1939
en su prólogo a la edición de Escritos Filosóficos de Ledesma:
literatura-filosofía-política. (Santiago Montero Díaz había nacido en 1911, en
1932 era comunista y desde la ortodoxia a la III Internacional publica ese año
su desconocido opúsculo Fascismo, en el que tacha de «fascistas
platónicos» al grupo de Ledesma, pero en 1933 ya ingresa en las JONS, acercando
su filosofía de manera importante a la de Ledesma, del que se convirtió en
recuperador póstumo, tanto filosófico como político, al finalizar la guerra
civil, desde su cátedra de Filosofía de la Universidad Complutense, en la que
se mantuvo no especialmente ligado al régimen: recuérdese que fue expulsado
junto con Tierno y Aranguren tras la célebre manifestación.)
Toda política
necesita ineludiblemente una concepción teórica acerca de lo que son y debieran
ser el hombre y la sociedad. Todos lo sistemas políticos de la historia tienen
una base, firme o no, de especulación filosófica.
El
giro político.
Ledesma acumuló
tensión política en su extrema juventud, durante la Dictadura. Habla, en 1930,
de «economía sindical» (2). Su incidente en la cena-homenaje a Gecé (Ernesto
Giménez-Caballero), el 30 de enero de 1930, en el que acalló a un orador que
sostenía el «oscurantismo» de España con un tremendo «¡Arriba los valores
hispánicos!», evidencia que el cambio no es tan fuerte, ni tan «brusca la
transición» del filósofo al político como se indica en el interesante libro Ramiro
Ledesma, fundador de las J.O.N.S. (3).
Estamos, por el
contrario, totalmente al lado del profesor Santiago Montero Díaz, que se
plantea el problema de esa «brusca» transición. Muy bien señala éste que
«contra lo que pudiera creerse, la postura política que Ramiro inicia en La
Conquista del Estado tiene un precedente en anteriores escritos. Existe
toda una evolución, todo un proceso ideológico a lo largo de unos años de vida
intelectual, cuyo desenlace es la formulación de su doctrina
nacionalsindicalista» (4). Este primer ¡Arriba! provocó una polémica entre
Ramiro y Fernández Almagro. En carta que el primero envió al Heraldo de
Madrid (5), afirma varias cosas: a) Que actúa dentro de «un grupo» de
jóvenes; b) Que «no somos fascistas»; c) Que la raíz intelectual se encuentra
«en los libros del maestro José Ortega y Gasset, donde se hallará casi
íntegra»; y d) Que es antiliberal, pero simultáneamente opuesto a las
«ideologías reaccionarias», a las que califica de «carroña histórica». A
principios de 1930 todo parecía claro. Por ello, buceando en sus orígenes, hay
que llegar, guste o no, a Ernesto Giménez Caballero y a José Ortega y Gasset,
cada uno en su plano, naturalmente.
En 1929, Giménez
Caballero publica un libro muy poco manejado hoy (6). Muestra un camino a los
intelectuales jóvenes, diferente del liberal un tanto pasado de moda, y del
atractivo comunismo, poniéndolo en línea de paridad con éste: el fascismo. Juan
Aparicio lo muestra bien claro, al aludir a «la camaradería incierta y resuelta
de La Gaceta literaria, donde Giménez Caballero nos descubría con acento
mesiánico lo que era el fascismo» (7).
Adviértase que de
los 11 constituyentes de La Conquista del Estado en 1931, de los cuales
se seguirán rumbos bien diferentes, desde el comunismo hasta la vida privada,
serán dos los que se definan específicamente como fascistas, Giménez Caballero
y Juan Aparicio: ambos eran además, formalmente, las mejores plumas. No es
casualidad la relación con la capacidad fascinadora de la dimensión estética
del fascismo. Aparicio proveerá desde ella el icono y el lema del naciente
movimiento (el yugo y las flechas y "España, una, grande, libre").
Por lo que se
refiere a la relación Ortega-Ledesma, Juan Aparicio nos habla de un libro manuscrito,
extraviado en los talleres de la C.I.A.P. en la primavera de 1939. Llevaba,
según Aparicio, por título Filosofía imperial (8). Creemos se trata del
mismo texto al que alude el catedrático compostelano Santiago Montero Díaz, y
que Ramiro Ledesma iba a titular, en 1931, La Filosofía, disciplina imperial
(9). En la Advertencia inicial, fechada en Madrid, octubre 1930,
indica que estos trabajos se publicaron en «su primera juventud, de la que
ahora estrictamente sale, a los veinticinco años, para dar cara a otras
responsabilidades y otras tareas de grado muy distinto» (10). Es curioso que
señale en esta Advertencia inicial una postura bien clara y bien lógica,
de política cultural, al señalar que «nada hará entre nosotros el físico, el
jurista, el historiador, si no logramos que se densifique en nuestra atmósfera
intelectual el gusto y la afición por los problemas centrales de la filosofía.
Ella tiene el secreto de los nexos sobre que gravita el enjambre teorético, de
que el hombre de ciencia se rodea a todas horas. Así, todavía, la cultura
española es tosquedad y radio breve, sin una concepción del mundo ni una seria
dedicación a los temas fundamentales. Semejantes limitaciones deben ser
torpedeadas por la generación nueva. A base de cien cátedras magníficas de
filosofía,» (11).
¿Y esto, por qué?
Pues, muy en síntesis, de su postura frente al idealismo, que elabora «una
filosofía de la naturaleza, que no es ciencia», y frente al positivismo, al que
casi
despectivamente
tacha de no ser filosofía, surge su afirmación de que todo filósofo, «en tanto
que filosofa con legitimidad», necesita de un sistema —de una «idea
estructuradora»—, pero «a los conocimientos científicos —como tales— les está
vedada esa pretensión» de ser saberes sistemáticos. Por eso, Hegel, en su
Phänomenologie des Geistes, «pensaba, con imperial gesto, que no hay
conocimiento posible sino dentro de un sistema». En esta interferencia de
saberes, del científico y del filosófico, «el rango sistemático e imperial, por
decirlo así, del segundo sirve de antena diferenciadora». «Resulta, por tanto,
que sin los auxilios de la filosofía los saberes carecerían de legitimidad. Con
lo que no queremos decir que fuesen falsos. Sólo el saber sistemático alcanza
solidez y es inatacable.» De ello concluye: «El saber filosófico, debido a su
carácter de sistema, logra la máxima legitimidad y, por su esencia misma, está
dotado de capacidad de convivencia frente al saber científico. Pero la
filosofía centra sus problemas en el orbe mismo, donde todas las cosas se
unifican y reciben el aliento primario que las hace objetos para nosotros. Es
por ello, según decimos en el título de estas leves notas, una disciplina
imperial» (ibid., nota 1).
Este conjunto de
ensayos está impregnado de trabajos que, como confiesa Ramiro, los han conocido
«muy bien los que frecuentamos las conversaciones filosóficas de este maestro»
(se refiere a Ortega) (12).
Ramiro Ledesma Ramos
representa, por tanto, un caso parecido al de Carlos Marx. Forja sus armas en
la filosofía, en el mundo intelectual, y éste le impulsa a la acción.
Entenderla sin entender lo primero, es imposible. Por eso es especialmente
significativo su ensayo Un libro francés sobre Hegel. Piénsese al leerlo
y en las alusiones que hace Ramiro a la lógica hegeliana como contrapuesta a la
aristotélica, en esta frase lapidaria de Lenin que allí recuerda: «No se es
capaz de comprender enteramente el Capital de Marx, y, particularmente
el primer capítulo, si no se ha estudiado y comprendido toda (subrayado
de Lenin) la Lógica de Hegel. En consecuencia, se puede afirmar que,
desde hace medio siglo, ningún marxista ha comprendido a Marx» (14). Después de
leer lo que escribió Ramiro, ¿estaremos de acuerdo con la siguiente afirmación
trivial y pedantesca de Stanley G. Payne?: «Ledesma empezó interesándose por la
filosofía alemana y trató (¿?)de obtener el título de licenciado en Filosofía
por la Universidad de Madrid. Alrededor de 1930 publicó algunos ensayos
inteligentes, pero sin gran originalidad, sobre diversos aspectos del pensamiento
alemán en la Revista de Occidente de Ortega y Gasset y en la Gaceta
Literaria de Giménez Caballero.» (15). Stanley G. Payne es aquí deudor, en
su información sesgada, de las fuentes falangistas en las que bebió. Desde la
primera biografía de José Antonio, la de Francisco Bravo, a la más clásica y apasionada
de Ximénez de Sandoval (16), hay una tradición de beligerancia o desprecio
a Ledesma desde los llamados medios azules, cuya raíz está en su
enfrentamiento personal con Primo de Rivera, tanto por razones ideológicas como
tácticas, y que se asientan en que su figura resultó mucho menos digerible por
el Nuevo Estado de Franco. Sólo a finales del régimen, Sánchez Diana y
Tomás Borrás intentaron rescatar el legado político de Ramiro.
Volviendo a Ortega,
decir, como hace Southworth que sembró «la semilla del fascismo español», es
una simpleza. Semillas encontraría en Costa, Tierno Galván; en Azorín, el
propio Antonio Machado; en Unamuno, Baroja y Ramón Gómez de la Serna, al
redactar lo que le contaron en Roma muchos fascistas, Giménez Caballero. Más
que de una semilla individualizable surge de una serie de concausas, entre las
que no es ajena el snobismo. Por ejemplo, según Giménez Caballero,
Rafael Alberti osciló mucho entre fascismo y comunismo en la etapa de La
Gaceta Literaria.
El año 1931 fue el
del alborear, pues, de muchas cosas. El 1o de enero de 1931, en La Gaceta
Literaria, se despide de su vida de pensador puro Ramiro Ledesma Ramos con
su artículo Filosofía 1930. En él se refiere a un escritor socialista en
rotundos términos, al aludir a su semblanza política, pues de ella escribe,
«radicalmente difiero y estoy llamado a combatirla de un modo implacable y
agresivo». El 31 de diciembre de 1931 con la radicalización de Onésimo Redondo
y su Libertad: «No menos tajante habrá de ser la protesta contra la
tozudez del capitalismo burgués, cerrado a toda transigencia voluntaria con la
ya ineludible victoria de una nueva estructura económico-social», a lo que
añade, «la invalidez de las formas capitalistas para llevar el derecho a un
bienestar medio de todos los ciudadanos del Estado» (17), nacen las Juntas de
Ofensiva Nacional Sindicalista.
Curioso que el
primero de los pasos en público de Ramiro sea un cuento publicado en La
Esfera, la revista semanal quizá más famosa de aquellos años, cuando sólo
contaba diecisiete años. De ese cuento procede este texto: «Llegó un día en que
Leonardo Ramírez se plantea a sí mismo la cuestión enigmática de su
existencia... ¿Quién era él, para qué vivía?... » (18). Aquí aparecen por vez
primera las iniciales de Ledesma, aunque por orden inverso. Será las mismas del
Roberto Lanzas de ¿Fascismo en España?.
Espero que no queden
desdibujadas, en este análisis desde 1931, una serie de figuras que van después
a desempeñar una influencia notable en Ledesma. Nos parece que no es ocioso
escribir algo sobre los diversos afluentes que constituirán los «ríos
falangistas» de que habló Panero en su Canto Personal. Es muy
interesante conocer cómo se cohesionan, cómo se dividen y cómo se afianzan en
ellos las creencias en la posibilidad de una revolución nacionalsindicalista
conforme va aclarándose la doctrina político-social que propugnan. El presente
análisis se refiere a los inicios, no a lo que pasó después.
Los antecedentes más
remotos de todo, parece que habrían de buscarse en La Gaceta Literaria.
Es curioso el autógrafo de Ernesto Giménez Caballero que, tomándolo de la obra
de Nello Enríquez, La Spagna risorge, publicada en 1937, se transcribe
fotográficamente en la obra de Southworth Antifalange (19). En torno a
Giménez Caballero y su revista, desde 1927, se agitan todos los ismos que
éste es capaz de captar. Entre éstos no desdeña los ismos políticos,
unidos, por supuesto, a los estéticos. Un substrato propio existe. La
traducción de la obra de Curzio Malaparte, La técnica del golpe de Estado,
no es ajena. Incluso en su propio título vemos alguna raíz de la denominación
que se impone el grupo inicial de 1931: La Conquista del Estado. Giménez
Caballero se autodeclara fascista en 1929: «Cuando el fenómeno fascista
irrumpió en mi conciencia, a posteriori de mi reconocimiento entrañable con
Roma, me vi perdido. Tenía que admitirlo acríticamente. Como un mandato
familiar, como una imperiosa mirada de obediencia» (20), aunque añade que «para
España, por ejemplo, el fascismo resultaría casi tan extranjero como el
liberalismo» y encaja así esta aparente antinomia: «El pueblo que no encuentra
en sí su propia fórmula de fascismo es un pueblo influido, sin carácter y sin
médula» (21). En 1932 va a publicar Genio de España, violenta reacción
nacionalista a la serie de pérdidas de nuestro Imperio desde Westfalia —1648—
al Pacto de San Sebastián —1930—, pasando por la Paz de París, que liquidó la
catástrofe del 98. Ofrece así un texto, no para la doctrina social, pero sí
para la nacional, de esta corriente.
Pero La Gaceta
Literaria —lo atisbó García Venero (22) y se le escapó a Southworth— era
casa con muchas, quizá excesivas, puertas. Ya es sospechosa la sistemática y
sincrónica alabanza que en ella, y en una serie de libros de Giménez Caballero,
se hace tanto del fascismo como del comunismo. Por otro lado, hay que
considerar las conexiones monárquicas y burguesas de la famosa editorial
C.I.A.P., donde acabó encajándose La Gaceta Literaria desde un punto de
vista financiero. Así se explica el que, efectivamente, en esta publicación y
en su director esté el mantillo donde arraiga por primera vez este nuevo
movimiento (23), pero nada más.
Southworth no se da
cuenta de ese abrir varias puertas cuando él mismo transcribe el citado
autógrafo. En éste, debajo del nombre La Gaceta Literaria. Madrid,
surge un ángulo. Al final de uno de los lados escribe Giménez Caballero
textualmente Com., y en la terminación del otro Fas. Supongo
quisiese decir comunistas y fascistas. En columna, bajo Com., aparece la
siguiente lista: Alberti, Arconada, García Lorca, Antonio Espina. De ellos sale
una flecha que concluye en Nueva España, y debajo, 1931. Bajo Fas.,
y muy recuadrado, pone, sucesivamente, Ledesma Ramos, Aparicio. De ambos salen
dos flechas que concluyen en La Conquista del Estado y debajo 1931-2 (sic).
Una flecha apunta a Baviera —supongo sea la cervecería de este nombre— y a Sindicalismo
Nacional. Estas palabras están subrayadas, y sobre Genio de España
1931-2 otra flecha, que sale de Ledesma Ramos, concluye en Juntas de
Ofensiva Nacional Sindic. Si se quiere marcar más claramente que La
Gaceta Literaria y su director, con sus traducciones de Malaparte —debe
destacarse En torno al casticismo de Italia— no fueron base de ismos políticos,
bien dispares y con tendencia a prohijarlos todo, sino de uno en particular, va
a ser difícil.
Sin embargo, el 15
de febrero de 1929 se publicó en La Gaceta Literaria el texto que
encabeza la cuartilla manuscrita por Giménez Caballero: Carta a un compañero
de la joven España. Este compañero era Ramón Iglesias Parga, que iba a
firmar también el Manifiesto político "La Conquista del Estado".
Por considerar tal Carta
como una declaración fascista, los colaboradores de Giménez Caballero se
dividieron. Unos, Antonio Espina, los miembros de la F.U.E., se fueron. Pero se
quedó Arconada. Todo esto indica, incluso cuando pasa a publicar el Robinsón
literario —subtítulo de seis números finales de La Gaceta Literaria,
correspondientes a 1931 y 1932, cuando Giménez se fue quedando sólo y comenzó a
escribir íntegramente números de su revista, los otros los rellenaba el
monárquico Pedro Sainz Rodríguez— y a redactar Genio de España, que
Giménez Caballero siempre siguió llamando a puertas bien diversas. Recordemos
su extraña alusión a que Alberti le saludaba brazo en alto y que pudo haber
sido el poeta de la Falange. Insisto en que Gecé no es más que un
basamento y que osciló políticamente con desequilibrio (24).
Esta línea que se
lanza desde La Conquista del Estado tiene de número en número del
periódico político un originalísimo carácter doctrinal. Uno de sus aspectos es
que, por primera vez, se formula un empeño nacional muy claro, que llega hasta
la formulación de una política exterior agresiva. Esta novedad es observada por
Areilza y Castiella en sus Reivindicaciones de España, la única obra
intelectual del entorno falangista en que se concretaron algunas de estas
cuestiones (25). Su único precedente, después del cataclismo del 98, está en la
Federación Cívica Española, que creó Emilio Huguet del Villar en 1918, y donde
se formulaba una política exterior africana.
Después de esta
excursión sobre la política expansiva que nace desde La Conquista del Estado,
debemos recordar que en el Manifiesto inicial, el punto 6.°indica: «Afirmación
de los valores hispánicos»; el punto 7.°señala: «Difusión imperial de nuestra
cultura». El 10 ataca el separatismo, y el 16 solicita la «lucha contra el
farisaico caciquismo de Ginebra», y la «afirmación de España como potencia
internacional». Leemos lo que es «Imperio» para Ramiro. Escrito en 1931 está:
«El imperio hispánico ha de significar la gran ofensiva: nueva cultura, nuevo
orden económico, nueva jerarquía vital» (26).
Ledesma pide una
revolución nacional, “vigorizadora, sobre todo, de la unidad de España”, con un
sentido social,”... abordar el problema de la revolución del régimen
capitalista”. En cuanto a esto, hablando en tercera persona en ¿Fascismo en
España? (publicado con pseudónimo en 1935), dice que a sus JONS «les viene
mejor la camisa roja de Garibaldi que la camisa negra de Mussolini».
Y es que en paralelo
obligado a ”lo nacional” está “lo social”. La Conquista del Estado, se
acercó resueltamente a la CNT. Los colores rojinegros de la bandera elegida
responden a esa filiación. Cuando Ledesma, que acudió como periodista a un
congreso confederal, se solidariza con una huelga contra la Telefónica, capta a
uno de sus jefes Nicasio Álvarez de Sotomayor. También lo hará con un miembro
del Comité Central del PCE, Manuel Mateo. Fracasó, sin embargo, con el
comandante Ramón Franco. El radicalismo del La Conquista en relación a
la propiedad de la tierra superaba al de los partidos marxistas. Junto con el
economista Bermúdez Cañete se estudió una acción campesina, aunque se tendría
más éxito en la radicalización del agrarismo católico y castellano de Onésimo
Redondo. Y del Primo de Rivera de los años 1935 y 36. Pero las consecuencias
fácticas e históricas de la dinámica que Ledesma haya podido desencadenar no
interesan a este trabajo.
Es interesante
apuntar las relaciones que tuvo Ramiro Ledesma con los grupos inconformistas
franceses de los años 30 y la influencia que ejercieron sobre su pensamiento
político. Nos referimos a los contactos con los grupos de Ordre Nouveau franceses,
la revista Plans y todo el círculo de intelectuales inconformistas que
en esa década innovaban el mundo de la cultura y política gala. Ningún biógrafo
de Ramiro ha observado esta relación, y la hubo. Ramiro Ledesma Ramos puede
considerarse como el representante español de este grupo que el catedrático
suizo Armin Moehler ha llamado la Revolución Conservadora. Por este
término se comprende al grupo de jóvenes
intelectuales
salidos de la crisis de la Primera Guerra mundial (en España será de la Dictadura
Primorriverista) que en Alemania, Italia, Francia intentan conjugar el
nacionalismo con la necesidad de una revolución social. Ledesma, atento a las
novedades bibliográficas, sin duda pudo conocer a Ernst Nieskisch, que publicó
en 1926 Escritos para una política socialista y nacionalista-revolucionaria,
(Nieskisch fue un socialdemócrata que se hizo nacionalista con la derrota
alemana, pero que no perteneció al NSDAP, y acabó sirviendo al PC de la RDA), y
Tempestades de Acero, de Ernst Jünger, traducida por Joaquín Gil
ed., Barcelona en 1930. Con las salvedad de carecer España de la tremenda
prueba que supuso la PGM para aquella generación, nos atrevemos a apuntar una
cierta proximidad anímica e intelectual entre Jünger y Ledesma. Poco más que
una elucubración si contrastamos sus exageradamente diferentes longevidades.
Evidentemente es un espectro complejo y amplio, demasiado amplio para siquiera
repasarlo aquí. Los más activos exponentes de este grupo, predecesor del
nacional-socialismo y del fascismo italiano, acabarán por unirse a uno u otro
bando, muchos al comunismo pero muchos al fascismo. Destacarán los llamados Nacional-Bolcheviques,
ubicados entre el fascismo y el comunismo, cuya ideología
nacional-revolucionaria no logró alcanzar una implantación social. Por el
lenguaje político ramirista algunos han intentado asimilarle a este grupo, pero
sin dar pruebas de la existencia de esta relación, sirviéndose más de sus
intuiciones (27). Creemos que el error estriba en considerar al llamado
“nacional-bolchevismo” como un movimiento ideológico de gran estilo en sí
mismo, y no como lo que fue, una estrategia de confluencia, con algún
predicamento en la Alemania de los 20 y en la Rusia de fin de siglo, pero a la
postre fracasada.
Hoy podemos afirmar,
que Ramiro Ledesma podría haber tenido relaciones con los
nacional-revolucionarios europeos, lo que habría sido consecuente con su
espíritu soreliano de la política. Espíritu igualmente tan cercano a los
anarcosindicalistas de Ángel Pestaña en España, que ha sido reivindicado
constantemente por los sectores con mayor inquietud social del
nacional-sindicalismo. Si hubo alguien que aquí supo interpretar a George Sorel
y el sindicalismo revolucionario procedente del socialismo revisionista, éste
fue Ramiro Ledesma.
La versión italiana
del sindicalismo soreliano, P’Annunzio, que no debe confundirse con el esteta
prefascista D’ Annuncio cuya poesía y ocupación del Fiume tanto influyeron en
Giménez Caballero, se adelantará a la península hermana un cuarto de siglo en
la utilización del término «sindicalismo nacional». La bifurcación entre las
dos grandes líneas del sindicalismo italiano, la intervencionista y la
pacifista-internacionalista se producirá en paralelo al expansionismo italiano
a costa de Turquía; Libia y Dodecaneso. Y se Consolidará con la IGM. Mussolini
abandona el socialismo como consecuencia de ello.
La indisociabilidad
de ambas cuestiones, la nacional y la social, no fue un comercial hallazgo del
fascismo o del nacional-socialismo, a la que le debe éste el nombre. Ya en
1914, Ortega escribe; «Para nosotros existe el problema nacional; más aún, no
acertamos a separar la cuestión obrera de la nacional» (28).
Diez y siete años
más tarde, Ledesma retomará la sugerencia: «Frente al comunismo, con su carga
de razones y eficacias, colocamos una idea nacional, que él no acepta, y que
representa para nosotros el orígen de toda empresa humano de rango airoso.
Nosotros aceptamos el problema económico que planteó el marxismo. Frente a la
economía liberal y arbitraria, el marxismo tiene razón. Pero el marxismo pierde
todos sus derechos cuando despoja al hombre de los valores eminentes... Frente
a la empresa comunista cabe la empresa nacional. El hundir las raíces en el
palpitar más hondo. El sentirse llamado a la genial visión de elaborar
humanidad plena.» (29)
3)
Ledesma y la filosofía a) Influencias recibidas
Recordemos que
siendo aún adolescente nuestro autor había manifestado inquietudes literarias.
Entre 1923 y 1925 escribe varios textos menores, "El vacío", "El
joven suicida" y
"El
fracaso de Eva" son los nombres de algunos de
estos trabajos que se conservan y que jamás fueron editados. En 1924 ve la luz
su primer libro, publicado gracias a la contribución financiera que hace su
tío, por la editorial Reus de Madrid, su novela autobiográfica "El
Sello de la Muerte". Es un texto de claras referencias
existencialistas e irracionalistas, consecuente con su pensamiento (Ramiro
estudia a Nietzsche, Bergson, Kierkegaard) que le llevará a romper con todo el
movimiento positivista y racionalista de la época. Estas lecturas y visión
filosófica le marcará su futura trayectoria política, alejada del
iusnaturalismo y tradicionalismo centrales en el pensamiento español más
católico y ortodoxo. Ya hemos dicho que se afirma siempre que esta novela es un
exponente de las influencias de Unamuno en Ramiro Ledesma, sin embargo está más
cercano a las posturas barojianas (El árbol de la Ciencia) que bebía de
las mismas fuentes rebeldes e irracionalistas. Poco después, el mismo año
escribe "El Quijote y nuestro tiempo", esta vez sí, y nos
repetimos de nuevo, un homenaje al viejo maestro de Salamanca, Unamuno, ya
modificando sustancialmente su estilo y visión. Este texto permanecerá inédito
hasta que en 1971 Tomas Borrás lo publique, si bien censurado levemente.
En 1926 se matricula
en la universidad de Madrid, en la Facultad de Filosofía y Letras, carrera que
concluirá en 1930, además de en Ciencias Exactas (que no acabará, contra lo que
se afirma en varias biografías, como hemos dicho ya en el cap. 1). Estos años
son de intenso estudio (que no interrumpirá ni siquiera durante los largos
meses de su servicio militar que cumple entre agosto de 1926 y octubre de 1927)
y de la mano de Ernesto Giménez Caballero así como de César Arconada se
introducirá en lo más granado del pensamiento filosófico de la época.
Cesar Arconada era
vecino de Ramiro Ledesma, y fue quien habló a Giménez Caballero del joven
Ledesma, quien acudió a la entrevista con una carta de recomendación de Ortega:
Ledesma comenzó a colaborar inmediatamente en La Gaceta Literaria, ya
desde su número 7, en marzo de 1927, con una reseña a un libro de Croce.
(Arconada sufrió una evolución inversa a la de Santiago Montero: de «fascista»
acabó transformándose en «comunista», y ocupó la secretaría de La Gaceta
Literaria una vez que el vanguardista Guillermo de Torre marchó a
Buenos Aires para casarse con la hermana de Jorge Luis Borges.)
Estrechará allí, en
esas tertulias, amistad con muchos de los que serán posteriormente sus más
cercanos colaboradores políticos pero también con la flor y nata de pensamiento
español. Se le abrirán las puertas de La Gaceta Literaria y de la
prestigiosa Revista de Occidente junto a otras revistas vanguardistas en
lo cultural y lo filosófico de la época. En el Ateneo de Madrid Ramiro, a sus
apenas veintipocos años, es una figura consagrada, una promesa intelectual
admirada por todos. Ortega y Gasset se convierte en su principal maestro,
introduciéndole en el complejo mundo de la filosofía alemana. Así leerá a
Ottogaard, Hegel, Scheler, Meyerson, Rickert, Hartmann, Heidegger, Fichte, y un
largo etcétera. Su afición por las matemáticas le es de gran ayuda para la
filosofía, así como su dominio del alemán. Traduce y trae a España muchos de
estos autores. No en vano nos atrevemos a decir que deberá ser recordado como
co-introductor de Einstein y de Heidegger en España, así como de Scheler, la
fenomenología y la Gestaltstheorie. Sus escritos, complicados para los
profanos, resultan elaborados y de una gran altura intelectual, aún alejados de
cualquier atisbo político. La lista de trabajos publicados entre 1928 y 1930
impresiona no sólo a los profanos sino a los mismos expertos en estas lides, al
salir de la pluma de un joven funcionario de correos.
Seguiremos a
Salvador de Brocá (30), que coincide con De la Cierva al analizar las fuentes
bibliográficas en las que bebe Ledesma: Hay una primera etapa novelística, bajo
un creciente influjo de Nietzsche y de Unamuno. Una segunda etapa
universitaria: se licencia en filosofía y cursa ciencias exactas, carrera de la
que le faltarán asignaturas. Admira a Ortega y Nietzsche le conduce a
Heidegger. Sumergido en la cultura germánica, colaboró con La Gaceta
Literaria y la Revista de Occidente. Sus ensayos y sus traducciones
revelan una poderosa inteligencia, un implacable rigor científico, vinculado a
su formación matemática, una búsqueda de una weltanschauung y una
síntesis definitiva. Se licencia en 1930. No es aventurado intuir que la
colisión entre el clasicismo de sus
raíces castellanas y
el romanticismo del Herrenvolk impulsaron a una acción política que,
aunque fundada en su experiencia intelectual, podrá tener visos de evasión
intuicionista.
Ya hemos dicho que
Juan Velarde Fuertes polemiza con Payne (31), quien atribuye a Ledesma “algunos
ensayos inteligentes” pero sin gran originalidad, “sobre diversos aspectos del
pensamiento alemán”, señalando, que “sí comentó muchos aspectos de la filosofía
alemana, entre otras cosas porque grandes filósofos fueron alemanes. Por
ejemplo, estaba entonces reciente Sein und Zeit de Martin Hedegger, nada
menos. Su maestro, Ortega, le traía efluvios de la escuela neokantiana de
Marburgo. Pero si hubiese repasado la lista de sus ensayos, hubiera visto Payne
que de esa exclusividad del pensamiento alemán, nada; Ortega y Gasset, Gómez
Izquierdo, Sanz del Río, Descartes, Amor Ruibal, Mercier, Bertrand Russell,
Vico, Unamuno, Gracián, Meyerson, son los protagonistas de una serie de
artículos publicados precisamente en esas dos revistas» (32)
El impresor y amigo
de Ledesma, Emiliano Aguado, cita al Kant de la primera Crítica, Fichte
y Nietzsche entre sus lecturas (33). Para Fichte, como para Kant —recordemos la
influencia kantiana de la escuela de Marburgo vía Ortega—, el estado es una
intuición que vela por la libertad y por la seguridad de los ciudadanos
mediante el empleo de la fuerza; en los Discursos a la Nación alemana,
se perciben nuevos fines de educación y cultura. El concepto de formación de un
espíritu nacional, Ledesma lo toma de Herder, y representa una alternativa a la
concepción universalista de las grandes declaraciones de tradición ilustrada,
buscando culminar en un Estado nacional. Será Hegel el que vuelva a un espìritu
universal, weltgeist.
Fichte parte de la
energía moral del hombre como premisa de su idealismo subjetivo; «... te
encuentras aquí no para contemplarte a ti mismo, no para cavilar sobre piadosas
sensaciones; estás aquí para la acción. Tu acción, y sólo tu acción, determinan
tu valor». Esta energía moral o voluntad práctica se encuentra sólo en pocas y
grandes personalidades, que encarnan el verdadero sentido de la Historia; son
los héroes. La selecta minoría de Scheler, Carlyle, y, más cercano, Ortega: La
justificación de una ética aristocratizante, está, en gran parte en Fichte.
Para Hegel «El
espíritu en la historia es un individuo de naturaleza universal pero a la vez
determinada, esto es, un pueblo en general. Y el espíritu del que hemos de
ocuparnos es el espíritu del pueblo... Los pueblos son el concepto que el
espíritu tiene de sí mismo» (34). Las pasiones de la historia son “astucias de
la razón”. Para Hegel la concepción del Estado está muy ligada a la concepción
de la historia. Sólo en el estado tiene el hombre existencia racional (35). En
él se realiza el desarrollo pleno de individuo. Piensa como Aristóteles en una
unidad orgánica en el que el todo precede a las partes. Aunque no es justo
confundir a Hegel con las tentaciones totalitarias del siglo XX, porque su
Filosofía del Estado y de la Historia insisten en orientarse hacia la libertad,
es cierto que no es ajeno al basamento intelectual de los autoritarismos más
diversos.
Ledesma conocía bien
la Phänomenologie des Geistes, y admira la gravitación hacia la
filosofía de su prólogo. Para Ledesma Hegel es un pensador que ha elaborado un
sistema en su íntegra majestad. Sistema de “los más bellos perfiles”, pero que
no le merece una adscripción como hegeliano expreso (36).
En su comentario al
libro de Wahl sobre Hegel (37) atribuye a éste un afán religioso resuelto de un
modo racionalista, una religión anulada por la totalidad del sistema. “El
pensamiento de Hegel obedece con todo rigor a tres normas, que son para él como
desinfectantes teoréticos: 1o Es conceptual, o lo que es lo mismo, no admite un
conocimiento inexpresable por medio de conceptos; 2o es universal; 3o es
concreto.”(38). Ledesma apunta a un intento de sustituir, más que de negar, la
religión. El genuino hallazgo de Hegel, la lógica dialéctica es “el romántico
afán de Hegel de dialogar con las águilas en una soledad inmensa, castillo
roquero de la Idea, donde el más leve acontecimiento guiña un ojo a lo
absoluto.”(39) En el mismo texto, Ledesma liga la actitud hegeliana a la
actitud poética; “Frente a las vivencias metafísicas, cabe también a la vez que
la activudad teorética, la actividad poética. Así hay el poeta Hölderlin. Y
hay, al mismo tiempo, el filósofo Hegel.” (40)
Aun sin profesar
como hegeliano, el Manifiesto de La Conquista del Estado reconoce al
Estado como el principal valor político:
“1. Todo el poder corresponde
al Estado.
2. Hay tan sólo
libertades políticas en el Estado, no sobre el estado ni frente a el estado.
3. El mayor valor
político que reside en el hombre es su capacidad de convivencia civil en el
Estado.” (41)
Ledesma critica al
estado liberal-burgués, y con ello a Ortega, al que hay que someter a la Aufhebung
hegeliana: «El Estado no es pues, un marco externo, que se le coloca al
pueblo desde fuera, sino algo que nace de él, se nutre de él, y sólo en él
tiene sentido. El Estado liberal-burgués se fabrica en serie, y los pueblos lo
adaptaron en su día en forma de costituciones dictadas asimismo en serie...
frente a todo eso triunfa hoy en el mundo el nuevo Estado, cuyo precursor
ideológico más pulcro es Hegel. El Estado es ya eso que hace posible que un
pueblo entre en la historia y lleve a efecto grandes cosas. Pueblo y estado son
algo indisoluble, fundido, cuyo nombre es todo un designio gigantesco.» (42)
Hegel intenta
materializar el orden de la razón en la sociedad civil, que requiere del Estado
para armonizar la libertad de los individuos con el bienestar general. Ledesma
entiende a Hegel en este sentido. El pueblo puede carecer del conocimiento de
su propio interés. No es fácil la búsqueda de la fórmula política que
potenciando la libertad profunda del hombre, promueva las posibilidades
sociales de la comunidad en el orden universal del Estado. La teoría de las
unidades naturales de convivencia representaba el postulado de un Estado
coordinador de los múltiples destinos particulares, la síntesis de todas las
funciones, y de las misiones de los individuos en la realidad del Estado. El
Estado no es el espíritu absoluto o Dios en la tierra, más bien, con el propio
hegel, “la unidad de la voluntad subjetiva y de lo universal en su forma
concreta” (43) La realidad en la que el hombre goza de su libertad. Aquí
aparece la teoría organicista, en la que la llamada en España “democracia
orgánica” pretendió sustentarse, que llega al jonsismo por dos vías; el
corporativismo vinculado al Principio de Subsidiariedad católico, que
encontramos en Pío IX, y el organicismo de Krause, cuya recepción política en
España se desarrolló en buena medida a través de la Institución Libre de
Enseñanza. Así lo quiere sontener Gonzálo Fernández de la Mora en Los
teóricos izquierdistas de la Democracia Orgánica. (Plaza- Janés, Barcelona
1985).
Ledesma defiende la
«íntegra y plena autonomía de los municipios» (44) así como una natural
comarcalización.
La Filosofía del
Estado de Ledesma está vinculada a la idea del estado como razón. Un universo
racional regido por leyes universales válidas que protejan los intereses
esenciales de los individuos, vertebrados según sus actividades profesionales y
municipalidades. El Estado no es la culminación del sistema. Lo es el hombre.
Paralelamente a Hegel, en el que el pináculo tampoco es el estado, sino el
espíritu absoluto. Ocurre que en ambos planteamientos, sin Estado la libertad
no es real. El Estado es la realización de la libertad, el lugar en cuyo seno
el hombre alcanza su dimensión ético-moral. Lo que para Hegel era segunda
naturaleza, siendo la primera su ser inmediato, animal.
Aunque el
personalismo está más acentuado en su contrafigura, en José Antonio. Ambos son
legatarios de un concepto del valor persona, de la que Gustavo Bueno nos dice
“que venía, vía Ortega, no tanto del cristianismo medieval cuanto de Max
Scheler o de Nicolai Hartmann” (45)
De Hegel parte un
tronco común a la mayoría de los movimientos políticos contemporáneos. La
derecha Hegeliana la forman los teóricos del prusianismo y el filósofo fascista
Gentile. La izquierda genera a Stirner, Herzen, teórico anarquista, Feuerbach,
Engels y Marx.
Hegel enseñó que la
historia es un proceso llevado a cabo por la práctica colectiva de los hombres.
El trabajo determina la forma social. Marx descubrirá la historia como
alienación del hombre, y a la vez historia de su realización. La entfremdung,
enajenación o alienación de Hegel que la conciencia experimenta, se desarrolla
en una realidad espiritual, lógica y especulativa. Marx señala una disociación
entre el pensamiento y la acción. El idealismo se desenvuelve en los caminos de
la teoría pura. El materialismo dialéctico denuncia esta pretensión de elevarse
por encima del mundo mediante la reflexión pura. El materialismo intenta
devolver al pensamiento su fuerza activa, ligándose a la praxis. Al primado de
la Idea, «superestructura» se opone la realidad material, «infraestructura». La
estructura económica determina de tal modo el ser social, que es éste el que
determina la conciencia, no a la inversa, como pretendió Hegel. Se escapa a
nuestro propósito extendernos sobre el marxismo. Sólo nos interesa sintetizar
de algún modo la línea de pensamiento de Marx en cuanto ha influido, directa y
también inversamente, en cuanto declarado oponente y competidor político, en
las ideas de Ledesma. A partir de Marx el estado cobra otra dimensión, al que
se subordinan “las esferas del derecho, y del bienestar privado, de la familia
y de la sociedad civil”(46). Hacer hombre exige liberarlo de las estructuras
alienantes, instaurar un hombre auténtico. En el Manifiesto Comunista,
Marx y Engels transforman la lucha de contrarios de la dialéctica hegeliana a
la lucha de clases. La síntesis de la colisión proletario-burguesa es la
Revolución.
Ledesma está muy
lejos del anticomunismo primario de la derecha. Además de una cierta
fascinación estética por la “modernidad”, que le hace consignar en grandes
caracteres en La Conquista un “¡Viva la Rusia Soviética!” al lado de un
“¡Viva la Italia Fascista!” y un “Viva la Alemania Nacional-Socialista!”, no ve
la Revolución Bolchevique como una revolución propiamente marxista, si no como
una revolución nacional. En ese punto, se encuentra más cerca del stalinismo
que del troskysmo, y se anticipa al discurso moscovita durante la “Gran guerra
Patria” contra Alemania. Para Ledesma los bolcheviques incorporan un nuevo
sentido social, una nueva manera de entender la vida, la economía, el mundo:
"estos ingredientes han forjado su victoria. Pero, entendámoslo bien: esa
victoria no es otra que la de haber edificado de veras una patria. Es una
victoria nacional” (47) —el jonsista ve con simpatía que los trabajadores se
incorporen a las fuerzas políticas dirigentes, aunque criticó la consigna,
ingenua, de la “Dictadura del proletariado—; ”La Revolución francesa, la
revolución de la burguesía, dialécticamente explicada por el marxismo como su
antecedente histórico, no se hizo por la burguesía por una conciencia de clase,
es decir, no se desarrolló bajo la consigna de “¡Todo el poder para la
burguesía!” aunque ésta fuese la consecuencia, sino que postuló unas reformas
políticas y sociales, las que naturalmente una vez impuestas e implantadas,...
pusieron el poder íntegro en sus manos.” (48)
Ledesma ve el
marxismo como “el movimiento político-social más fértil desde hace siglo y
medio, desde la Revolución Francesa” (49)
Nuestro autor
entiende que el marxismo yerra al dejar fuera de su fuerza histórica positiva a
extensas zonas sociales no encuadrables entre los asalariados, pero también
marginados por el interés capitalista. Ledesma reprocha al marxismo el
desterrar toda emoción nacional; “la idea de Patria y la defensa de la Patria
son, en efecto, rotulaciones evidentes de la reacción política, y muchas veces,
la mayor parte de las veces que se las invoca por parte de los sectores
regresivos se hace en rigor escudando en ello sus intereses económicos. Pero
todo ello no indicaría sino la eficacia de la idea nacional, como la plaza
fuerte, lo que debía de producir en los revolucionarios, más que su afán de
negar la Patria ... el afán contrario de conquistarla para la Revolución.”
Ledesma comprende
que la revolución sea antimilitarista respecto al estado enemigo, pero reclama
“moral de milicia” para la conquista del poder; “..cosa muy distinta de ésa es
renunciar a las propias filas en revolución, a los valores peculiares de la
milicia, y hasta a la moral de guerra, renunciar a los mitos heroicos... ” (50)
La acción revolucionaria que el marxismo ejemplifica, debe alcanzar a “la
totalidad de los resortes emocionales, formales y prácticos en la época actual
existentes”.
La contemporaneidad
a la Revolución Rusa marcó la visión del marxismo de aquella generación.
Ledesma ve el futuro de la humanidad vinculado a alguna especie de socialismo,
pero rechaza el aspecto cerrado, clasista y autocrático del estado soviético.
Reconoce la “profunda razón“ de las masas obreras, en su demanda de justicia
social. Acepta la crítica de Marx a la sociedad capitalista, sus
consideraciones sobre la plusvalía y la ética supraindividualista en oposición
a la roussoniana. Por el contrario el planteamiento nacional-sindicalista
considera antirreligioso y antinacional al socialismo marxista. Si el concepto
de Patria es un mito burgués para el marxismo, para el jonsismo es “la idea
nacional, como la plaza fuerte, lo que debía de producir en los
revolucionarios, más que su afán de negar la Patria, y de incluso desconocer su
existencia, el afán contrario de conquistarla para la Revolución” (51). El
slogan político de La Conquista será un elocuente reflejo de la
asociación social-patriótica de sus valores: Patria, pan y justicia.
Actualizado por
Heidegger, Nietzsche ha ido cobrando interés. Para unos es el profeta de la
emancipación respecto a las servidumbres morales del pasado, en busca de la
plenitud, como el existencialismo, Jaspers y Heidegger. Para otros es un
moralista y esteta de una sociedad decadente, vinculándolo a las formas
autoritarias y al prefascismo, como Lukás y el marxismo.
Nietzsche, aunque
decía abominar del romanticismo, busca el éxtasis heroico de la antigüedad, uno
de sus principales rasgos. Como Hölderlin se trata de unir el espíritu de la
primitiva Germania aria al de la Grecia presocrática. La afirmación de la vida
es la voluntad de poder. De ella sale la más decidida crítica al igualitarismo,
el socialismo y al cristianismo. Éste “no es más que la típica doctrina
socialista ... la democracia significa la no creencia en hombres superiores, en
clases elegidas... (Nietzsche nos propone vivir peligrosamente y despreciar el
ascetismo cristiano y la herencia democrática. Frente al homo ludens desarmado
propugna) “... el establecimiento del Estado militar significa el más poderoso
medio de asegurar y conservar la gran tradición respecto al tipo humano superior,
al tipo de hombre fuerte. Y todos los conceptos que mantienen la enemistad y
jerarquía social de los estados necesitan ser sancionados; nacionalismo,
proteccionismo..” (52)
La nueva filosofía
la afirman “los señores de la Tierra” que frente al viejo “tu debes” afirman el
“yo quiero”. A la cultura burguesa del presente opone el grupo guerrero del
mañana. Combate el presente capitalista; la palabra más digna para designar lo
mediocre es, como se sabe, la palabra liberal, y el sufragio universal es el sistema
en virtud del cual las naturalezas más bajas se imponen a las superiores y
contrastadas. Su ataque a la moral individualista y su preferencia por el
riesgo de una vida azarosa y exaltada hacen que Nietzsche influya en Mussolini
o en Ledesma, y sea condenado desde los medios antifascistas. Aunque Büemler
haya entroncado a aquél con el nacional-socialismo, no cabe hacerle por
completo responsable del uso que se pudiese posteriormente hacer de sus
consignas; voluntad de poder, aristocratismo, brutalidad de las razas nobles,
rechazo de la conciencia moral y del cristianismo, desprecio de “lo burgués”.
Su pensamiento, desde luego, representa el enfrentamiento al cristianismo y al
marxismo.
Como hemos apuntado,
éste autor influye considerablemente en Ledesma. Su novela de 1924, El sello
de la muerte, se abre con dos citas, una de Fernando de Rojas y otra de
Nietzsche. Montero Díaz lo refrenda en su citado prólogo. El protagonista de el
sello, trasunto del joven Ramiro, se define así: “El mío era un temperamento
fogoso, poco dado a la ramplonería mística y muy amigo de la intelectualidad
viril del hombre, cerebro abierto a todos los estoicismos y reacio a las
humoradas sensibles, espíritu libre, irreligioso y amante de las impulsiones
nobles; aficionado a la claridad de toda ideología, darwinista y nietscheana”
(53).
Seis años más tarde,
licenciado en filosofía, publica sus reflexiones sobre un filósofo que “por su
carácter mismo de pensador arbitrario y genial, fue un hombre condenado a vivir
a media luz.” Comparándolo con Unamuno, ambos son “hombres geniales si se
quiere, pero que realizan... una labor subversiva y profundamente perturbadora”
(54). En La Conquista, la presencia de Nietzsche está a veces
literalmente patente, tanto en Ledesma como en sus colaboradores. Así
Solavarría escribe: “¡Guardadme a España! Libradme a España de toda estupidez,
de toda frivolidad e incoherencia, de toda renunciación y blandura. ¡Haced dura
a España!” (55). Vemos la huella de Zarathustra.
Sobejano dice que
“... esas ideologías tomaron de Nietzsche, de cerca o de lejos, modelos éticos
y premisas de sensibilidad ante la historia y el mundo: la exaltación vitalista
del peligro y de la guerra, el ímpetu viril, la moral de nobleza y lealtad
hacia uno mismo, la aversión a las democracias y al liberalismo del s. XIX, la
tendencia a una aristocracia jerarquizadora, la apetencia de subversión, el
anhelo de poderío, el ademán profético.” (56) El mismo autor nos dice, citando
a Azorín, que un partido que aspirase a levantar a
España no podía
tener otra filosofía que la de Nietzsche. (57)
El más genuino
fascista español, Ernesto Giménez Caballero, y director de Ledesma en
La
Gaceta Literaria, invoca a Nietzsche en su libro La
nueva catolicidad: “La concepción hegeliana, afirmando el concepto del
Estado de un modo rotundo y postulando como factor único de la historia al
Genio, al Héroe, ... por esa estela se embarcaron Nietzsche y Sorel.” (58)
Las categorías
nietzscheanas de amor al peligro, autodisciplina y vocación de poderío,
exaltación vitalista, fueron un revulsivo para muchos jóvenes. El Nietzsche que
llega a Ledesma está determinado por dos vías bien distintas; nuestros
noventayochistas por un lado, por otro, Mussolini y el hitlerismo. En todo
caso, ese maestro de la sospecha marcará su ética antiburguesa.
En La decadencia
de Occidente, Oswald Spengler se reconoce heredero de Goethe y de
Nietzsche. Autor muy leído en la Europa de entreguerras, considera a la
historia como un ciclo biológico, conducido fatalmente hacia el ocaso. Ortega consideró
esa obra como “la peripecia intelectual más estruendosa de los últimos años”
(59)
Historicismo e
idealismo, “lógica del tiempo” y relativización de valores. La democracia
occidental es para Spengler la manifestación de una cultura avocada a la demagogia
social y vendida al socialismo. En cambio “el cesarismo acabado es dictadura;
pero no la de un partido, sino la de un hombre contra todos los partidos y,
sobre todo, contra el propio. Todo movimiento revolucionario alcanza la
victoria con una vanguardia de pretorianos... ”
La nación alemana,
“la nación decisiva en el mundo” es la esperanza salvadora del “verdadero”
socialismo. Spengler saluda al ascenso de Hitler: ”los acontecimientos de este
año nos dan la esperanza de que ... volveremos a ser —como en la época de
Bismarck— sujeto y no objeto de la historia.” (60) Spengler es verdadero
precusor del fascismo, al que reprocha sus lastres socialistas, la confusión de
masa con nación, la imitación del modelo que combate. Su socialismo es de
estilo prusiano, el “prusianismo” que describirá jurídicamente Karl Smitz. Ese
socialismo aristocratizante coincide en paralelo con Maeztu.
El vitalismo de
Spengler es más radical que el de su maestro Nietzsche. El hombre es un “animal
de presa”, la historia es “la historia de las guerras.” (61) “Siempre se ha
sacrificado la verdad y la justicia al poder, a la raza, y siempre se ha
condenado a muerte a aquellos hombres y pueblos para quienes la verdad era más
importante que la acción, la justicia más esencial que la fuerza” (62).
El vitalismo
fáustico de Spengler influyó más en Primo que en Ledesma, pero la actitud
autoritaria del jonsismo recoge a “El socialista —Fausto moribundo en la
segunda parte—, es el hombre de la solicitud histórica, de lo venidero, el
hombre que siente el futuro como un problema y un propósito frente al cual la
felicidad del momento resulta despreciable.” (63)
El organicismo del
krausismo es una corrección del liberalismo, con el que no rompe. Krause “no es
individualista como Nietzsche ni estatalista como Hegel” (64), su educación
ética del hombre, pone “mucho énfasis en la organización social y en la
gradación de los organismos sociales, desde la familia a la humanidad concebida
como totalidad” (65)
En España postulan
el reformismo social krausista Julián Sanz del Río y Francisco Giner,
encuadrado en un liberalismo orgánico que critica la falsa igualdad que condena
toda distinción y jerarquía. El liberalismo individualista roussoniano es
abstracto y utópico. Es significativa la conexión entre krausimo y
tradicionalismo católico, que señalan Elías Díaz, Carlos Ollero, Tierno, Legaz
Lacambra y Aranguren. El krausismo es un “liberalismo de grupos”. El
tradicionalismo, antiliberal, pretende una democracia con división de
funciones, un corporativismo gremialista.
Tierno Galván señala
que “el principio que anima al organismo nacional es el alma del pueblo, el
espíritu popular... La tradición, a su vez, es el testimonio de la vinculación
de la historia hacia la vida de un organismo. Tradición, nación e historia se
une en el supuesto
común de organismo. En este sentido Spengler
es uno de los últimos románticos, y lo mismo con mayores reservas se podría
decir de Dilthey.” (66)
En este sentido el
organicismo precede al fascismo, pero no implica que toda concepción
organicista desemboca en aquél. En España, el krausismo tuvo notable arraigo, a
través de la Institución Libre de Enseñanza, y de notables socialistas como De
los Ríos y Besteiro. Elías Díaz cita tanto a Fernando Valera en los años
1925-30, como al proyecto de constitución que presentó en 1931 Félix Gordón
Ordax —que fue ministro republicano y luego presidente de gobierno en el
exilio—, que implicaba una democracia social y orgánica que, si bien no
prosperó, interesó mucho al prefalangismo.(67)
El mismo Unamuno
llega a escribir; “En España hace falta una democracia orgánica; la inorgánica
la hemos tenido siempre y nos ha perdido.” (68)
Otra vía de
influencia krausista fue Joaquín Costa. El liberalismo europeo no parecía capaz
de conseguir la regeneración de España. Aunque sin romper del todo con el
liberalismo, su fe liberal se rompió ante el oligarquismo. Costa demanda un
estado de intervención y un “cirujano de hierro”. El aragonés va más lejos que
el krausismo al atacar al parlamento y los partidos, en busca de “la revolución
desde arriba”. Puntos comunes con Costa y Spengler se pueden atisbar en el
último Donoso Cortés, cuando prefiere “la dictadura del sable a la de la
navaja”. «Costa dio contenido nacional a dos tópicos frecuentísimos en su tiempo:
la dictadura y la revolución. El proceso por el cual pretendió hacer de la
dictadura una solución nacional ... que subordinase las ideas a la eficacia
para salvar el país de la situación en la que se encontraba... la expresión
ideológica de la dictadura sería exclusivamente “la nación”, su historia, sus
aspiraciones intra y extranacionales... A esta tradición le llamamos en el
presente libro costismo. Costa se ofrece a esta liz como un prefascista» (69).
Pérez de la Dehesa dice “Este Costa autoritario fue también aceptado por
falangistas y jonsistas. Es simbólico que en el no 2 de La Conquista del
Estado apareciese un artículo de Giménez Caballero con el título de Dos
profetas: Joaquín Costa y Orsini” (70).
“No es absolutamente
exacto que el totalitarismo español fuera una imitación del italiano con
ingredientes del nazismo alemán. Existía un prefascismo en España... la
importancia del hecho Costismo es a mi juicio muy grande. Llegó por dos caminos
claros... uno de ellos el grupo jonsista de Valladolid, cuya admiración por
Costa y el costismo, a través de Macías Picavea es conocida. Otro, la
admiración incondicionada del general Primo de Rivera y bastantes de sus
adeptos a Costa.” (71)
Así tendríamos una
línea autoritaria del krausismo distinta del modelo inicial de Giner y
Azcárate. Todos ellos, krausismo tradicional, costismo y corriente socialista,
coinciden en el afán de regeneración con la meta de la democracia real, a la
que había que llegar mediante una educación austera. Ledesma no es ajeno a
ello, ni a las derivaciones del socialismo humanista, sobre todo, al
raciovitalismo orteguiano que sustituirá al krausismo.
Ortega transcendió
los ámbitos de la pura especulación metafísica. Solamente su contribución a la
lengua española como gran vehículo de filosofía ya justificarían el influjo
decisivo durante un cuarto de siglo en una generación. Ortega es el gran
introductor de las ideas más vivas del pensamiento europeo. Además, ejerció una
labor de orientación política de magnitud, como testimonia el éxito de España
invertebrada y La rebelión de las Masas.
La llamada Escuela
de Madrid, en torno a la Revista de Occidente, contó con Morente,
Zubiri, Ma Zambrano, Julián Marías, Laín, Ferrater, Recasens, Aranguren...
contribuyendo a la introducción del pensamiento europeo. En ese entorno se
traducen y publican sus textos fundamentales. Y Ledesma toma contacto con este
grupo con 24 años de edad, un año antes de terminar la licenciatura, confesando
expresamente el magisterio de Ortega, y lo hace indicatívamente en su ensayo
sobre Was ist Metaphysik?, de Heidegger.
Para el idealismo el
sujeto es el eje en torno al que gira la realidad. Para el realismo el sujeto
es un trozo de la realidad. En Meditaciones del Quijote, leemos la
célebre solución de Ortega; “yo soy yo y mi circunstancia” (72): la vida es una
realidad radical, dinámica, problemática y biológica, que no puede sino razonar
ante la circunstancia. Ortega esgrime su doctrina de la razón vital. Es el
“tema de nuestro tiempo”, sustituir la razón pura por la
razón vital. Toda
razón es viviente y su función decisiva es dar razón de las cosas para saber a
qué atenerse. Razón vital en Ortega es la vida como razón. Y “vida es
peculiaridad, cambio, desarrollo; en una palabra, historia” (73). Vivir es
convivir, no hay “sociedad como tal”, sino pugna permanente entre las fuerzas
sociales y las antisociales. La vida es historia y drama. Dentro de ella Ortega
contrapone al hombre-masa viviente en pura inercia, sin imperativo ni proyecto
vital, el hombre selecto, noble, en el mejor sentido. A éste le compete el
mando espiritual sobre la masa, que debe ser dirigida y que necesita de
minorías excelentes. Masa es “el hombre medio”, no sólo la masa obrera. En
oposición los pocos “capaces de un esfuerzo espontáneo y lujoso. Son los
hombres selectos, los nobles, los único activos y no sólo reactivos, para
quienes vivir es una perpetua tensión, un incesante entrenamiento.
Entrenamiento igual a áskesis. Son los ascetas:” (74)
Ortega ve evidente
en el campo político la rebelión de las masas. Bolchevismo y fascismo son
“movimiento típicos del hombres-masas, dirigidos como todos los que lo son, por
hombres mediocres, extemporáneos y sin larga memoria, sin conciencia histórica”
(75). En el origen de ésta rebelión se encuentra la desmoralización de Europa,
cuyo tipo humano representativo es “el señorito satisfecho”. El mismo burgués
del que abominarán Júnger o Ledesma.
En cuanto a las
naciones, Ortega no las considera comunidad de sangre, territorio, lengua o
religión. “La potencia verdaderamente sustantiva que impulsa y nutre el proceso
(de la unidad nacional) es siempre un dogma nacional, un proyecto sugestivo
de vida en común. Repudiamos toda interpretación estática de la convivencia
nacional y sepamos entenderla dinámicamente. No vienen juntos para algo, son
una comunidad de propósitos, de anhelos, de grandes utilidades. No viven por
estar sino para hacer juntos algo.” (76)
“Primero, un
proyecto de convivencia total en una empresa común; segundo, la adhesión de los
hombres a ese proyecto iniciativo:” (77) lealtad a la voz del destino. La
nación es una empresa donde “mandar tiene doble efecto, se manda a alguien,
pero se le manda algo. Y lo que se manda es, a la postre, que participe en una
empresa, en un gran destino histórico. Por eso no hay imperio sin programa de
vida, precisamente sin un plan de vida imperial” (78)
En España no existe
empresa. “Donde no hay una minoría que actúe sobre la masa colectiva” (79) “En
las horas de historia ascendente, de apasionada instauración nacional, las masas
se sienten masas, colectividad anónima que, amando su propia unidad, la
simboliza y concreta en ciertas personas elegidas, sobre las cuales decanta el
tesoro de su entusiasmo vital. Entonces se dice que hay hombres” (80) En las
horas decandentes, las masas no quieren serlo, revolviéndose contra lo que
sobresale, y se dice “no hay hombres”.
Ortega nunca dejó de
ser un liberal, aunque Luckás le define como el típico antidemócrata, cuyo
espíritu aristocrático molestaba sobre manera el plebeyismo, el envilecimiento.
La democracia liberal, como norma del derecho político, le parece cosa óptima,
pero fuera de sí, en religión , arte, pensamiento, “es el más peligroso morbo
que puede padecer una sociedad”(81) Conscientemente sigue a Nietzsche cuando
fustiga la impreganción plebeya del sentimiento democrático, llamado resentidos
a los igualitaristas. En El Sol nos dice; “contra la ingenuidad
igualitaria es preciso hacer notar que la jerarquización es el impulso esencial
de la socialización” (82)
La primera tarea pública
en España es la organización de la minoría que debe dar educación política a
las masas. Hay que construir la nación futura, antes que el “estado perfecto”,
error que señala en Rusia e Italia.
Es conocida su
teoría de las dos Españas; “una España oficial que se obstina en prolongar los
gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, la España
vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada
por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia.” (83)
Ortega ve que “no
sólo España, sino Europa entera ha ingresado en una crisis de la ideología
política, que únicamente haya su semejanza en la primera mitad del s. XIX.”(83)
En cuanto a la forma de régimen, Ortega es accidentalista, pero al ver que la
monarquía no se nacionaliza, se decantará por la república. Poco antes de su
llegada, Ortega solicita la constitución de un “Frente Nacional” en un intento
superador de los partidos. “Un minuto de reflexión basta para convencerse de
que entre todos los principios políticos hoy a la vista, el que menos
probabilidades tiene de provenir es el parlamentarismo. (Entiéndase bien, el
parlamentarismo, no el Parlamento).”(84)
Junto a Marañón y
Pérez de Ayala se retiró ante la República del “no es esto”. El paso de la ciencia
a la política implica siempre una tragedia, como hemos dicho con el caso de su
discípulo Ledesma.
Ortega está detrás
del ideario nacional-sindicalista en gran medida. Para Guillermo Morón éste
“está estructurado sobre ideas e incluso imágenes y metáforas aprendidas en
Ortega... aquello de estar por encima de izquierdas y derechas (célebres
hemiplejias morales para Ortega), aquello de gran grupo nacional; lo otro de la
vida es milicia” (85)
El jonsismo bebe de España
invertebrada. Ledesma pide para España, desde el siglo XVII al margen de la
filosofía, “cien cátedras magníficas de filosofía”(86) Ortega ha recuperado una
gloriosa tradición desde Suárez. El grupo de Ledesma quiere dar una
interpretación política española al mundo, a la vez “a la altura de los
tiempos” pero vinculada a la tradición hispánica. Como Ortega, Azorín y
Machado, ven a Castilla como el símbolo de la pasada grandeza de España. El
dolor de España parte de Castilla y es vivido igualmente por los hombres del 98
y por los jóvenes jonsistas, “nietos del 98” para Giménez Caballero.
Otro aspecto de la
influencia de Ortega es su visión de la “triste, lamentables y sórdida
institución provincial”, prefiriendo “la gran comarca”(87). El Manifiesto de La
conquista alude a “la comarca vital y actualísima”. Ambos intentan acercar
pueblo y estado, arrumbando el viejo instrumento liberal provincial.
La sociología de
Ortega, y su canto a las minorías, forzosamente era grata para Ledesma. El
mismo título de su publicación alude a una titánica labor de una minoría. Pero
el fundador de las JONS se atreve a corregir aspectos de La Rebelión de las
Masas, aunque no cuestiona su diagnóstico final. Considera que el concepto
político-social de las masas no aparecía de modo forzoso vinculado a la
presencia de las multitudes, y que debía desglosarse el concepto de mayoría y
minoría, propio de una era liberal que ve caduca. Sólo hay masas si hay una
cierta homogeneidad. “Tiene que haber operado en su formación una conciencia
colectiva, expresión más fuerte que la conciencia individual de quienes la
forman... Las masas son totalitarias, exclusivas, es decir poseen conciencia de
ser una unidad cabal, completa y cerrada.”(88)
Ortega señala la
vinculación entre masa y juventud, “dominantes en la dinámica de nuestro tiempo”(89),
ocurre que mientras el maestro lo lamente, el alumno ve el fenómeno con gusto
evidente. “Las masas son, por esencia, cuerpos de signo juvenil... coincide la
aparición de las masas con la hora mundial en que se nota asimismo un imperio y
vigencia de “lo joven”... está operante una conciencia juvenil de carácter
mesiánico” (90) Esta juventud se destaca del fondo demoburgués por la adopción
del uniforme político, como gesto rabiosamente antiindividualista. (91)
Ledesma no comparte
la general creencia de los años 30 en que la suerte de Europa resultará de la
pugna entre bolchevismo y fascismo. Esta tesitura fue, además de creencia
general, un gran hallazgo de la propaganda frentepopulista de Dimitrov e
hitlerista de Goebbels, en su célebre discurso y consigna “Hilter o Lenin”. En
esto coincide con Ortega; “el bolchevismo, el fascismo italiano, el racismo
socialista alemán... son erupciones, iniciaciones impregnadas ya de lo que ha
de venir, pero cosas nada definitivas, permanentes y conclusas... fenómenos
nacionales y restringidos, sin envergadura ni profundidad mundial.”(92) Ledesma
ambiciona que, como en los momentos de plenitud histórica, sea España la que dé
su sentido más fértil a su realidad transmutadora. La solución no vendrá de
fuera, sino que debe ser el “genio de España” el que alumbrase tras el ocaso de
Occidente.
Ledesma cree que las
masas están esperando y demanda la presencia de una voz nacional que sepa
encarnar las angustias del pueblo. Pide una moral nacional, “una
nacionalización de las grandes masas populares españolas” (93). Buscaba en la
idea de Patria una bandera liberadora, lo contrario del patriotismo sospechoso
e interesado de la derecha. Su enfoque no es diferente, sino que su confianza
es inversa a la de Ortega. Urge la “aparición y selección de las nuevas
minorías rectoras, procedentes de las masas, surgidas de ellas y sustituidoras,
por propio y auténtico derecho de conquista, de las minorías tradicionales o
procedentes de los partidos y sectas políticas dominantes” (94)
Ledesma rompe aquí
con el liberalismo y el parlamentarismo, y con sus clásicos representantes del
tira y afloja, los abogados, demandando un triunfo no de la negociación sino de
la voluntad, y no tanto de la mayoría como de “la perfección, la movilidad, el
esfuerzo, y la combatividad de sus masas” (95)
Ledesma no concentra
en sus contemporáneos la responsabilidad de al suerte de España; “No hay aquí
una gran burguesía enteramente explotadora ni grandes organizaciones obreras
enteramente desnacionalizadas” (96). Con Ortega, concibe inseparables las
cuestiones nacional y obrera. Para Ledesma los intereses nacionales coinciden
con los de la clase laboriosa. “Es necesario atraer de la clase obrera
luchadores revolucionarios. Sería tan lamentable que la revolución nacional no
lograse esos concursos, que la invalidaría casi por completo... La revolución
nacional exige esta doble presencia: España como empresa histórica, sólo
posible a partir de una profunda solidaridad nacional ... y la incorporación de
los trabajadores a la empresa histórica que España representa ... Su liberación
es la liberación de la patria. En las luchas contra el imperialismo económico
extranjero, por la industrialización nacional, por la justicia en los campos,
contra el separatismo de los grandes rentistas, etc... la posición que conviene
a los trabajadores es la posición misma del interés nacional” (97)
En este sentido, los
puntos 9 al 16 de la norma programática de Falange, que Ledesma redactó y que
Primo modificó “en el triple sentido de mejorar la forma, hacer más abstractas
las expresiones y de dulcificar, desradicalizar algunos puntos” (98)
En Ledesma se
percibe la influencia de la moderna axiología. Ortega, atento lector de
Hartmann y Scheler, al igual que Ledesma (99), considera el campo de los
valores como “una de las más fértiles conquistas que el siglo XX ha hecho”.
Ledesma comenta a Hartmann inteligentemente en su ensayo Esquemas de Nicolai
Hartmann. Para Ledesma el término valor se refiere fundamentalmente a la
nación. No es casualidad que se inicie en política al grito de ¡Arriba los
Valores Hispánicos!. España está a punto de descomponerse porque vive de
espaldas a sus valores, “en una autonegación suicida”. El máximo valor político
es el Estado Nacional, cuya justificación histórica reside en el servicio a la
comunidad. Al reclamar en su manifiesto al Estado como soberanía última, se
ganará las condenas de Ángel Herrera que calificará a los jonsitas de
“hegelianos empedernidos, estatólatras y una porción más de herejías.” Desde
otro campo, Unamuno también desconfía de la supremacía del estado en una carta,
cortés pero severa, en la que se niega a colaborar con el semanario, que
anunciaba colaboradores con demasiada libertad. (100)
No cabe exagerar la
influencia de Ortega en Ledesma. Objeto de un trabajo más ambicioso que éste
será analizar la evolución, día a día, de éste, en buena medida, en función de
aquél. La cordial acogida que halló en Ortega primero, y el equipaje que se
trajo Ledesma acerca del núcleo de la doctrina aristocrática de la sociedad lo
refrendan. Sin embargo, su radicalismo nacionalista, su autoritarismo y sus
apelaciones revolucionarias y antiburguesas no podía ser compartidos por
Ortega. Pero hay que reconocer que D. José preparó el terreno al
nacional-sindicalismo. Su crítica al presente español y la amenaza del
inmediato porvenir fueron el verdadero reto sus discípulos.
El
nacional-sindicalismo bebía de fuentes diversas, Marx, el mito político y
humano de Mussolini, que llegó a atraer a Churchill o Gandhi, el sindicalismo
revolucionario que está a caballo entre ambos... Va más lejos que Ortega en
cuanto éste eleva una elegante elegía decadentista. Pero Ortega es la crítica
precusora, Ledesma una agónica conclusión.
Ledesma polemizará
frente al idealismo, que concibe una filosofía de la naturaleza “que no es
ciencia”, y frente al positivismo, que opera una reducción epistemológica de la
filosofía al conocimiento de los hechos observables según el discurso
científico. Aquí Ledesma se refiere a la idea más clásica de positivismo, la
comptiana, y no a las derivaciones neopositivistas fundadas en los criterios de
marcación. Entiende que la aspiración al sistema, a la idea estructuradora, no
puede ser solayada y que es preciso, asimismo, recoger la pretensión positiva
de la cientificidad.
Ledesma escribe el
21 de enero de 1930: “Nuestra posición teórica, véase y estúdiese en los libros
del maestro Ortega y Gasset, donde se hallará casi íntegra.” (101)
En lo estrictamente
filosófico, podríamos atrevernos a decir que la definición sintética de todas
las influencias en Ledesma es un nombre; Ortega y Gasset. En él confluyeron el
idealismo racionalista de un Descartes, de un Kant y de un Fichte, el vitalismo
de un Nietzsche y la filosofía existencial de un Heidegger. Ofreceremos cuanto
material publicado se dispone hoy para poder apuntar esa conclusión.
El profesor de
metafísica madrileño fue, para Ledesma como para muchos otros, el catalizador
de sus inquietudes intelectuales, el guía de un pensamiento que iba a seguir
derroteros sembrados por la intuición de aquél y recorridos por el
comportamiento de este. Que Ortega apreciaba en su justo valor a la dimensión
meditativa del fundador de las JONS lo evidencian sus palabras al conocer en
París su final trágico, y que hemos incluido en la introducción: “No han matado
a un hombre, han matado a un entendimiento”(102).
3
b) Obra filosófica:
Primero debemos
seleccionar, sin pretender un carácter definitivo, el elenco de textos de
Ledesma específicamente filosóficos, se han suprimido las citas, buscando sólo
una visión global:
Publicados en 1927:
«Filosofía práctica.
Por B. Croce». La Gaceta Literaria no 5 «El matemático Rey Pastor». La
Gaceta Literaria no 30
Publicados en 1928:
Otto
Braun: Ausnachgelausseneu Schiriften eines frühvollendeten. La Gaceta Literaria
no 34
Hans
Driesch y las teorías de Einstein . La Gaceta Literaria no 44
Escritos publicados
en 1929:
Bertrand
Russell: Análisis de la materia. Revista de Occidente no 71 El pedagogo Cossío.
La Gaceta Literaria no 55
Juventud
e Impresionismo. Atlántico no de agosto
Un
libro francés sobre Hegel. Revista de Occidente no 72
El
causalismo de Meyerson. Revista de Occidente no 75
La
última incógnita de Max Scheler. La Gaceta Literaria no 70
Escritos publicados
en 1930:
Gracián
y Schopenhauer.Heraldo de Aragón (1-1-30)
Notas
sobre Heidegger. ¿Qué es Metafísica? . La Gaceta Literaria no 70 Unamuno y la
filosofía. La Gaceta Literaria no 78
De
Rickert a la fenomenología. Revista de Occidente no 82
Las
sensaciones táctiles. Revista de Occidente no 84
Keyserling
y el «sentido». Revista de Occidente no 85
Vigencia
de Vico. La Gaceta Literaria no 91
Esquemas
de Nicolai Hartmann. Revista de Occidente no 89
Filosofía.
El filósofo Amor Ruibal . La Gaceta Literaria no 95
Sobre
la filosofía del Renacimiento. Revista de Occidente no 90
Escritos publicados
en 1931:
La
Filosofía, disciplina imperial. (Notas para una fenomenología del conocimiento
filosófico). El Sol el 22-IX-31
Se ofrece en cada
caso, una breve síntesis o simple resumen, que en el contexto de este trabajo
de investigación sólo quiere servir para que se pueda apreciar la temática en
la que estaba Ledesma inserto:
1927
Filosofía
práctica. Por B. Croce.
Ledesma, elogiando
el estilo “que distingue a los hombres versados en la ciencia de las ciencias, la
Filosofía” pone de relieve su vinculación con la economía y la ética. La reseña
se ocupa también del prólogo de Edmundo López Blanco que debió ser contertulio
de Ramiro en el Ateneo. La reseña, que firma con una R., es sucinta y como para
satisfacer al presentador de la Filosofía práctica crociana en España. A
don Benedetto le denomina: «genial profesor italiano». Y exalta su obra. Por lo
que todavía en ese momento, no advierte Ramiro que estaba glorificando al
máximo pensador antifascista de Italia. El lenguaje de tal nota es un tanto
retórico y circunstancial.
El
matemático Rey Pastor
Entrevista con el
sobretítulo de “Transeunte eximio”. Ardorosamente admirativa. Ledesma se
preocupa por la tópica incapacidad hispana para las ciencias exactas. Pastor
responde con una historia de la matemática española. Se queja con Ortega de que
los mejores alumnos técnicos se hacen ingenieros, como los filosóficos se hacen
abogados.
Le pregunta sobre
los problemas matemáticos de Einsten. El argentino explica a Ledesma la
utilidad del diferencia absoluto de Ricci, las geometrías de Gauss y
Lobatchsky, y las dimensiones de espacio de Riemann. Ambos depositan grandes
esperanzas en Einstein. La entrevista termina con una consideración general
sobre la matemática en españa del XVI al XVIII, sobre todo de Torres
Villarroel.
Otto
Braun: Postales internacionales.
El joven Braun muere
con 18 años en la IGM. Pese a su extrema juventud, “no es ajeno a nada que
tenga que ver con el Espíritu. Y así, lo mismo nos habla del arte griego que
del Barroco, y lo mismo comenta una lectura de Leibniz que expone una inquietud
religiosa”. Llega a comparar al joven Braun con Unamuno.
1928
Juventud
e impresionismo
Dedicado a D’ Ors.
Pese a ello, le reprocha considerar a la juventud “enferma de impresionismo”.
“La física de Heisenberg, la filosofía de Ortega, y todo lo referente al arte
nuevo es comprendido con más rapidez por un muchacho de 23 años que por un
señor maduro de 50... hoy vemos como la frailería intenta el desprestigio (de
aquel) por el pecado vitando de hacer posibles en España estudios filosóficos
auténticos”
Hans
Driesch y las teorías de Einstein
Ledesma considera en
1928¡ que la teoría eisnteniana “ha sido la más fecunda impulsión en el
acontecer de los tiempos. Y esto prescindiendo en absoluto de su valor de verdad,
conformándonos con su valor de agitación. Porque aun en el caso, nada
improbables, de que se llegue a demostrar la falsedad del ala teoría, siempre
quedará flambeado con todo vigor el hecho de la insuficiencia dela s concepciones
clásicas debeladas”.
Driesch es un
biólogo-filósofo, fundador de una escuela vitalista. Este autor niega a la
Relatividad el derecho a ser una teoría llegando a atribuirle la vulneración
del principio de no contradicción.
La Relatividad
consistió básicamente en agrietar la Mecánica clásica ante la pujante
electrodinámica. Driesch arremete contra las geometrías no euclidianas,
considerando hacer crítica a la metageometría. Ledesma rechaza esta crítica y
defiende a Einstein, coincidiendo con Rey Pastor. Las fuerzas magnéticas son
inintuitibles y no se las puede negar realidad.
Einstein dice que no
puede hablarse de espacio no euclídeo, sino que depende de los estados de
gravitación. Esta teoría es la gran contribución den Einstein a la nueva
física. La gravitación no necesita tener en cuenta la naturaleza física ni
química de los cuerpos y es para aquél ·”el fundamento intrínseco de las
relaciones métricas del espaciotiempo”. Para Ledesma las matemáticas prueban la
relatividad y eso es su pecado para Driesch. No las cree suficientes para
fundamentar una ciencia natural, para Ledesma, un resabio de biólogo.
En relación con las
posibles influencias de Einstein y otros autores en Ledesma, creemos curioso
adjuntar una cita en francés de un artículo de Defense de l ́Occident de
José Cuadrado Costa , quien definiera a Ramiro como “un Romanticismo de acero”,
titulado “Ledesma Ramos et la question juive”: “ En ce qui concerne le
prétendu "magistère" d'Einstein... , il faut prendre en considération
différentes points. Ramiro Ledesma étudiait la philosophie et les sciences
exactes, et, à ce titre, il était parfaitement naturel qu'il s'intéressât aux
théories d'Einstein qui, justement, atteignaient l'Espagne à cette époque, à la
fin des années 20. Mais de là a être le disciple théorique d'Einstein, comme le
prétend Sánchez Diana, il y a un grand pas. En plus de ses trois années de
collaborations philosophiques et scientifiques à "La Gaceta
Literaria" et à la "Revista de Occidente" il en se référa à
Einstein que dans deux articles: "Hans Driesch et les théories
d'Einstein", paru dans "La Gaceta Literaria" du 15 octobre 1928
et dans "Bertrand Russell: Analyse de la matière", paru dans le
número de mai 1929 de la "Revista de Occidente". Dans le premier de
ces articles, il en reconnaît aux théories d'Einstein qu'une "valeur
d'agitation", le mérite de sougliner "l'insuffisance des conceptions
classiques dépassées". Et ceci en permet pas de parler du "magistère
d'Einstein" et encore moins sin l'on considère que dans l'article suscité,
Ramiro Ledesma prévoit "le cas -en rien improbable- où l'on parviendrait à
dé montrer la fausseté de la théorie (d'Einstein)". Le système de valeurs
de Ledesma, avec sa recherche passionée de l'absolu, contredit d'une manière
criante les ultimes conséquences des théories d'Eisntein qu'Evola résume
adroitement sous la forme suivante:
"... mase et
énergie se réduissent ici aux valeurs convertibles d'une formule abstraite
et(... ) le seul résultat de tout cela est d'ordre practique: l'application de la
formule contrôle des forces atomiques. Ceci mis à part, tout est consumé le feu
de l'abstraction algébraique associée à un experiméntalisme radical,
c'est-a-dire à l'enregistrement des simples phénomènes"...
Voici le jugement de
l'un des vrais maîtres de Ramiro Ledesma. (Un autre de ses maîtres fut Martin
Heidegger, auquel il consacra trois articles, les premiers qui, en Espagne,
parlèrent du philosophe allemand. Cependant, nous en voulons pas évoquer ici
l'adhésion de Heidegger au national-socialisme, puisque nous voulons seulement,
pour l'instant, nous placer sur le terrain intellectuel).
Dans le second des
articles cités, les références à Einstein sont encore très épisodiques et
circonstancielles, sans qu'y puisse apparaître non plus rien qui justifique
l'existence de ce prétendu "magistère". Ramiro Ledesma n'a rien
laissé non plus dans ses papiers inédits qui fasse référence à Einstein; par
contre, il envisageait d'écrire un livre sur Kant et Copernic - c'est-à-dire le
contraire d'Einstein, livre que son sacrifice à a la lutte révolutionnaire
l'empêcha d'écrire.
En ce qui concerne
le fait de "savoir ce que les juifs avaient fait dans le domaine de la
culture", Ledesma le savait certainement: ils l'avaient corrompu. C'est
pourquoi, les penseurs qui l'influencèrent le plus (Fichte, Sorel, Nietzsche et
Spengler), non seulement n'éprouvaient aucune sympatie por les juifs, mais
plutôt le contraire. Nous posédons des listes assez longues des livres
consultés par Ledesma à la bibliothèque de l'Athénée, et il n'y figure pas plus
d'auteurs juifs que ceux ayant écrit des livres de mathématique pure (les
juifs, comme on le sait, sont très nombreux dans ce domaine) on ceux ayant
écrit quelque livre consulté par simple curiosité (Freud, par exemple).
Ramiro Ledesma n'accorde
pas non plus, dans ses articles philosophiques, sa préférence ou son intérêt à
des auteurs juifs; il s'y réfère seulement dans deux autres articles: "Le
causalime de Meyerson", où il se réfère à nouveau, tangentiellement, à
Einstein, paru dans le número de septembre 1929 de la "Revista de
Occidente", et dans "Les sensations tactiles" ("Revista de
Occidente", juin 1930), où il fail la récension d'un livre de David Katz.
Il en semble pas nécessaire de souligner le caractère "professionel"
et académique de tous ces articles de "La Gaceta Literaria" et de la
"Revista de Occidente", dont il avait à charge les rubriques de
"Philosophie et Science,... ” (103)
1929
Bertrand
Russell: Análisis de la materia
Procedemos a resumir
este ensayo, clarividente en sus consideraciones físicas. Creemos ver alguna
conexión con el perspectivismo de Ortega.
Bertrand Russell, en
diálogo polémico con los recientes hallazgos de los físicos, ha escrito este
Análisis de la materia que gira alrededor, de la relatividad de Einstein, de
hondas sugestiones para la filosofía. Afirma Russell que las consecuencias
filosóficas de esta teoría son de mucho mayor alcance, y por completo
diferentes de las que se figuran los filósofos que no conocen la matemática con
la debida amplitud. Russell ve en el espacio-tiempo la ventaja de que la
ciencia, al utilizarlo, se refiere con más eficacia a grupos de
«acontecimientos» que a simples «cosas». Para esta teoría, el tiempo —la fecha—
es una de las coordenadas de la posición, haciéndose imposible ocupar el mismo
lugar en fecha diferente.
Bertrand Russell y
Meyerson han comprendido en toda su íntegra majestad la física de Einstein, que
en la física moderna es de primordial interés.
Es imposible hablar
de cuestiones relacionadas con la materia y eludir el contacto con las
especulaciones atomísticas, hoy tan caras a los físicos. Puede aceptarse con
facilidad que la materia esté compuesta de protones y electrones, en la forma
que reclaman los atomistas. Las consecuencias que han llegado a derivarse de la
hipótesis de la atomicidad, la teoría atrevidísima de los quanta, y otras
sugestiones de análogo interés, nos conducen a la idea de una materia
discontinua, de más difícil examen cada día. Toda la teoría atómica es de un
rigor lógico admirable y de gran fuerza convincente. Un sistema material ha de
radiar o absorber energía para ostentar su existencia frente a lo que esté
situado fuera de él. Ya es imprescindible para esta prueba lógica el auxilio de
la teoría de los quanta. Las deficiencias que rodean todas estas teorías son
enormes.
Más todavía si
penetramos en los fenómenos de la luz. Ni el éxito de la teoría de Bohr, ni la
novísima mecánica cuántica de Heisenberg, ni la mecánica ondulatoria de
Schrödinger han conseguido explicar el mecanismo de la emisión ni de la
absorción de la luz por el átomo, etc.
Bertrand Russell
concede especial importancia al examen de los fundamentos de la física. El
hecho de percibir, por sí solo, no puede traer consigo, una verdad física. Esto
acontecerá después, a través de deducciones, más o menos complejas, que hemos
de realizar con los instrumentos más adecuados de que dispongamos. De la misma
forma que una representación no es para nosotros verdadera o falsa en tanto no
la hayamos estructurado en juicios, así una percepción no supone una verdad
científica, sino que ésta requiere, para existir, previas y laboriosas
deducciones. Se explica de este modo el hecho de que nuestro conocimiento de la
física sea exclusivamente matemático, y se nos presenta la cuestión de la
objetividad y del subjetivismo. Señalar la percepción como origen exclusivo del
conocimiento físico implica dificultades varias. Una percepción supone un
percipiente y una serie de referencias intencionales que ponen en peligro el
rango imprescindible de su valor objetivo. Veamos cómo desaparecen estos
temores. La objetividad en la percepción de un complejo por varias personas
tiene su justificación, no en las percepciones directas, sino en la posible
concordancia de las deducciones obtenidas por todas ellas.
Hay que fijarse bien
en que una teoría del conocimiento físico así establecida no es una ingenua
concepción subjetivista. Para conocer el mundo, hay que tener siempre en cuenta
un factor subjetivo, de posible intervención en todas las fórmulas o verdades a
que lleguemos. Qué aspecto pueda presentar el universo en un espacio donde no
haya sujeto alguno que lo examine, es cosa imposible de averiguar. Este factor
subjetivo a que hemos aludido no representa, después de todo, una perturbación
desmesurada. He aquí por qué nos parece el subjetivismo un peligro fantasmal,
poco considerable. Bertrand Russell cree posible eliminarlo siempre que se
logre reducirlo a una constante.
Gracias Bertrand
Russell por los esfuerzos por conocer el «esqueleto causal del mundo». (He aquí
la más elegante definición de la física.)
El
pedagogo Cossío
“Don Manuel B.
Cossío, profesor de Pedagogía superior en la Universidad. Director del Museo
pedagógico. Director de la Institución Libre. Y también, teórico del Greco,
casi diríamos conquistador del Greco para España; desde luego, autor del mejor
libro sobre el Greco.
El nombre de Cossío
va unido a... un grupo admirable de señores que, entre otras cosas de rango
elevadísimo, trajo aquí una filosofía. (Estos señores, los krausistas. Su
maestro único, maestro de todos, Sanz del Río.) ... la alta cultura española,
los organismos, instituciones y personas que la representan, derivan por
senderos nada difíciles de identificar de aquel grupo minoritario y
disconforme. ... Lo de menos fue el instrumento: sistema krausista. Lo de más,
fue la honradez intelectual con que lo utilizaron. ... Así, yo he podido
insistir en la afirmación de que, cronológicamente, es Sanz del Río el primer
auténtico filósofo que ha tenido España. (Balmes, no; sacerdote liberal; pluma
admirable de periodista con una teleología que defender.)... , asimiló y
propagó el krausismo. ... Hoy el krausismo no es nada. No creemos que en
Alemania haya un solo krausista. ... La filosofía contemporánea se encuentra
muy lejos de los recintos aquellos. Los krausistas españoles tienen valor, no
por krausistas, sino por filósofos, porque su tónica, su actitud intelectual
fue la adecuada y correcta del espíritu filosófico.
Después de Sanz del
Río, Giner. Está tan en la superficie, de forma tan innegable, la influencia de
este hombre en la cultura española de nuestro tiempo, que no es necesario
referirse a ella. Influencia socrática, integral, de entraña purísima...
Hoy, D. Manuel B.
Cossío dirige la Institución Libre de enseñanza. ... Cossío es algo más
importante todavía. En su calidad de continuador y heredero directo, ... la
historia del pensamiento español del último medio siglo XIX ha de hacerla él o
alguien a él muy cercano. Como afán concreto, es de gran necesidad un buen
libro, moderno, sobre Sanz del Río. ¿No surgirá algún joven, bien dotado de
temperamento filosófico y de un poco de heroísmo, que aproveche estos años el
archivo viviente y admirable que es el Sr. Cossío para escribir ese libro
imprescindible? “
Hertwig
y el postdarwinismo
“He aquí un libro de
pura biología. Júzguese de su rango y significación por un solo detalle:
aparece en una colección de «Ideas del siglo XX» (Espasa-Calpe), que dirige
nuestro gran Ortega y Gasset, seleccionador irreprochable. («Génesis de los
organismos», de Oscar Hertwig. Espasa-Calpe). ... Como toda teoría científica
de amplias márgenes que tiende a una concepción absoluta del universo, el
darwinismo ha periclitado. ... Oscar Hertwig, ... , ensaya en este libro una
seria labor de examen reflexivo acerca de los problemas biológicos del
momento... , no hace muchos años, las investigaciones se polarizaban en dos
tendencias irreductibles: la vitalista y la mecanicista, ... Hertwig supera
esta dicotomía y se declara partidario de una tercera dirección que él denomina
biológica.
...Por un lado, es
un poco ingenuo que trate de explicarse por medios físico-químicos los
problemas fundamentales de la vida. Aparte de que estas ciencias permanecen aún
en un estadio casi inicial, de indudable pequeño radio frente a las grandes
posibilidades, que las obliga a refugiarse, como denuncia el buen Kolbe «en
rebosantes juegos de imaginación», existe una radical imposibilidad que hace
poco aptos para la biología los métodos físico- químicos. Esto se patentiza de
continuo en Química orgánica, ... No hay forma de representar simbólicamente
las complicaciones moleculares que surgen; por ejemplo, los compuestos de
diversas proteínas cuando derivan de un complejo superior, en virtud de
afinidades de orden biológico.
Por otra parte, pretender
aplicar a las ciencias naturales un patrón filosófico a priori, que no puede
tener otra validez que la de satisfacer nuestro insobornable afán de ordenación
y estructura, no parece tampoco muy fecundo.
Todo gira hoy
alrededor de ese mundo maravilloso y microcósmico que es el mundo celular
insospechado para el darwinismo, sobre el que se encuentran fijas todas las
atenciones. Hertwig ha introducido en Biología el concepto de célula específica
y una ley ontogenética sucedánea a base de una de las pocas y auténticas
verdades de la biología moderna: es un hecho de riguroso conocimiento
experimental que «de una determinada célula sexual se desarrolla siempre con
infalible seguridad una sola especie bien determinada de organismos». Aquí, con
esta ley, creemos da comienzo la Biología de nuestro tiempo, y significa para
ella lo que el concepto de número natural significa para la matemática. “
Un
libro francés sobre Hegel
De nuevo resumimos
sin añadir nada: Después de un período de indisciplinadas anarquías, vamos ya
pensando un poco, como Hegel, que no hay conocimiento posible fuera de un
sistema. La necesidad, pues, de un sistema, el deseo que tenemos de él, es, por
tanto, lo que nos conduce a Hegel, el creador del sistema de más bellos
perfiles. El sistema de Hegel es perfecto como sistema, pero tiene el
inconveniente de que es falso.
Jean Wahl, ha
cometido con Hegel la máxima irreverencia, que es la de escrutar los orígenes
mismos de su Filosofía y desmontarla.
Wahl ha escrito su
libro con un propósito: el de probar que al período estrictamente filosófico de
Hegel precedió un período teológico, y es en este último donde tienen su
nacimiento y su raíz los problemas centrales que Hegel desarrolló después. Son,
pues, los escritos de la juventud de Hegel los que han dado lugar a este
intento de fundamentación teológica, cuando aún permanecía sin insinuarse la
dialéctica.
Los temas hegelianos
y la intuición primaria a que obedecían hacen de este filósofo un poeta magno
que, en vez de poseer talento expresivo, estaba dotado de una maravillosa
facilidad para manejar los conceptos lógicos. Ese espíritu poético enlaza a
Hegel, con los misticismos de Novalis, de Hölderlin y con las intuiciones de
Schiller.
Pero no debe
exagerarse la similitud proyectiva. La conscience malheureuse, que llama Wahl,
es un síntoma de la necesidad, que sentía Hegel, de encaramarse a un método
decisivo. La conciencia —en sí misma— es voraz de negaciones. Es un perpetuo
pasar de una idea a otra. La negatividad simple, en tanto tiene conciencia de
sí misma, sería la conscience malheureuse. O también, dialéctica inmanente en
el espíritu, conciencia de la dualidad y de la contradicción. Al fin, Hegel,
por el camino que sea, construye un sistema irreligioso, de pura entraña
racional. Su libro nos pone de relieve una serie de veredas posibles que rozan
de lejos las concepciones definitivas de Hegel. En el fondo, Whal comete un
error de jerarquía. El afán religioso lo resuelve Hegel de una manera
racionalista, y la religión queda anulada por la totalidad del sistema. No se
trata sólo de un negar la religión, sino de sustituirla.
El pensamiento de
Hegel obedece con todo rigor a tres normas: 1.a Es conceptual, o, lo que es lo
mismo, no admite un conocimiento inexpresable por medio de conceptos; 2.a Es
universal; 3.a Es concreto.
Hegel, hombre de
dotes excepcionales para triturar sistemas ideológicos, que advino al mundo en
una hora difícil, periclitado el aliento de la Aufklärung y circulando a
su vera el nubarrón romántico. No puede extrañar que en las obras que preceden
a su madurez sistemática se hallen y descubran filiaciones divergentes. Es el
coloso que se entrena. Creyó Hegel algún día que la moralidad escapa al
concepto. Serían los suyos conceptos sin objeto, que no saldrían del yo que los
creaba. Nació de aquí la categoría moral del amor, que él mismo refugió de
nuevo en el concepto. Análoga trayectoria evolutiva se advierte en la categoría
del ser, síntesis «del objeto y del sujeto, en la que uno y otro han perdido su
oposición».
El gran descubrimiento
de la dialéctica, o síntesis de los contrarios, y su famosa triada: Ser, No-ser
y Devenir, lo hizo Hegel después de múltiples embates lógicos. La lógica de la
dialéctica, genuino hallazgo de Hegel, estaba ya implícita en las cuestiones
anteriores, y hasta puede decirse que éstas nacían para servir el íntimo anhelo
del filósofo. Es la nueva manera de filosofar, que exigía igualmente una nueva
lógica, contraria a la de Aristóteles, y que nutrió el romántico afán de Hegel
de dialogar con las águilas en una soledad inmensa, castillo roquero de la
Idea, donde el más leve acontecimiento guiña un ojo a lo Absoluto.
Whal, que ha
removido el período juvenil de Hegel . Por otra parte, hemos de celebrar que se
estudie de nuevo a Hegel. (Hace dos meses ha salido, también sobre Hegel, un
libro del profesor Nicolai Hartmann.) Es un magno ejemplo de rigor y de
fidelidad a la filosofía, que siempre es bueno tener a la vista.
El
causalismo de Meyerson
“Desde hace unos
treinta años, el saber científico comienza a ser objeto de escrustaciones
eficaces. Hasta entonces, las ciencias han sido juzgadas, en vez de
comprendidas. Los filósofos se acercaban a los resultados científicos
... y nos asistían a su hacerse, cayendo así en la trampa que le tendían
las nuevas disciplinas. Pues la ciencia es una cosa real, que existe de alguna
manera, y, al inquirir el problema de su sentido, deben abandonarse las
pretensiones antiguas... ese loco propósito de sistematizar los hechos
científicos. La ciencia es dogmática, pero nunca sistemática. Así pudo
llegarse, de un lado, por el idealismo, a elaborar una filosofía de la
naturaleza, como la de Hegel, que no es ciencia, y de otro, a la culminación
del positivismo, que no es filosofía.
La diferencia entre
ambas disciplinas es radical. Más que diferencia de rango entre los saberes es
de problemas y métodos. Corresponde a la filosofía una peculiar manera de
vitalizar los problemas cósmicos inyectando sentido de totalidad a los
acontecimientos. La ciencia es concreta, se atiene a lo dado, tal como está
ahí, y en vez de crear dificultades, obteniéndolas de sí misma, recoge tan solo
las que se le presentan desde fuera. La filosofía, no. Simmel señaló con
claridad estas distinciones: «Pues lo que la filosofía sea, en realidad, sólo
dentro de la filosofía, sólo con sus métodos y conceptos, podrá determinarse;
ella misma es, por así decir, el primero de sus problemas»... , El objeto, la
finalidad y las rutas de la filosofía nacen de ella misma; Las ciencias, por el
contrario, reconocen unos objetos a ellas exteriores, que existen con
independencia absoluta, esto es, que no necesitan de las ciencias para ser
objetos. Si a una inteligencia virgen le explicamos qué cosa sea la física,
pero no le damos fenómenos, esto es, cosas, aconteceres ópticos, eléctricos,
etc., a este hombre no le servirá para nada el concepto de la física.
Dudamos mucho que
toda epistemología que no parta de una clara idea de estas diferencias llegue a
conclusión alguna de interés. Su misión es investigar qué es la ciencia real,
la que existe y cristaliza en los trabajos de los sabios. A qué principios
obedece, qué presupone y si es o no legítima la tarea deductiva de que se
sirve. Pues las ciencias estudian unos objetos determinados, tal como se sitúan
en sus laboratorios, y no les interesa nunca su historia como tales objetos;
esto es, la peripecia psicológica que proclama el hecho de que estén ahí.
Meyerson es uno de
los hombres más valiosos que hoy asaltan los problemas de la epistemología. Ha
llegado a soluciones muy interesantes, que pretenderemos esbozar en estas
líneas. El nombre de causalismo, dado a la filosofía de Meyerson, lo adoptamos,
a falta de otro, aun creyéndolo deficiente y poco alusivo a la más auténtica
significación de esta filosofía. Es quizá Meyerson el único francés a quien el
positivismo no ha contaminado. ... La inteligencia francesa naufraga hoy en
esas aguas del ochocientos, convictas ya de todos los errores. Resulta
extraordinario que una filosofía que pretende excluir toda metafísica y basar
sus afirmaciones en verdades de índole científica desconozca, en rigor, lo que
la ciencia sea. Gran parte de la labor de Meyerson está ciertamente encaminada
a denunciar el influjo del principio de causalidad en las creaciones
científicas. La noción de causa yace oculta en ellas, aun siendo con frecuencia
negada ... satisface aparentemente las exigencias primeras... Un ligero examen
aclara que la ciencia, no sólo busca leyes, como suponía el positivismo, sino
que pretende también explicar los fenómenos. La ciencia es sin duda alguna,
obra de la razón. Y caracteriza a ésta una indomable tendencia causal. ... Es
esa racionalidad el impulso primario del saber científico. A cuyo afán obedece,
pues, éste con todo rigor. Explicar es identificar. Mas el principio de
identidad, en su simple expresión corriente, A=A, es una tautología... Y el
principio de causalidad no es sino el de identidad, ... En Leibnitz puede ya
advertirse esa relación entre la causalidad —la razón determinante— y la
identidad. Establecer una ley sobre alguna cosa no es sino decir que esta cosa
se comporta como si aquella ley fuese cierta. Pero, en modo alguno, el
postulado de legalidad implica que los objetos permanezcan inmutables en el
tiempo. La validez eterna de las leyes nace del hecho de que, para ser cognoscibles
sus modificaciones en el tiempo, se necesitaría tener de éste un conocimiento
que fuese independiente de las leyes. Establecer leyes naturales no puede ser
el objeto de la ciencia. Yo puedo conocer una relación cualquiera entre dos
fenómenos, tan segura y cierta que me sea incluso legítimo afirmar una ley. No
es esto suficiente. Queda en el aire, en posición inestable, ese mi saber, si
no investigo la causa, el porqué. El postulado causal es un producto de la
razón, y, a diferencia de la legalidad, no es confirmado a todas horas por
nuestras sensaciones. Su origen va unido a una necesidad de conocimiento. Al
crear la ciencia, el hombre ha obedecido tan sólo a su instinto causal ...
En los dominios de
la física, el primado de la causalidad aparece de modo más evidente que en
cualesquiera otra ciencia. Su fundamentación matemática impregna de este
postulado todas sus conclusiones. ... Heisenberg da a algunas nociones físicas
un carácter estadístico. En unión de Born, insinúa que la función de onda que existe
en la ecuación de Schrodinger representa una probabilidad, esto es, que lo que
se propaga es una probabilidad. Esta física novísima utiliza una matemática
especial. Las magnitudes se representan por sistemas de números llamados
matrices, que siguen las leyes de una álgebra no conmutativa. No obstante, el
cálculo se efectúa por medio de la resolución de ecuaciones con derivadas
parciales. Se sigue, pues, fiel a la idea diferencia. Y, por tanto, a la
causalidad.
Meyerson ha logrado
uno de sus triunfos más indiscutibles con sus trabajos epistemológicos acerca
de la relatividad de Einstein. Con singular precisión analizó la entraña misma
de esta teoría, aclarando su sentido y la verdadera actitud cognoscitiva a que
respondían sus conclusiones. Es sabido cómo de todas partes brotaron filósofos,
con la pretensión de acotar para sus recintos la tarea relativista. Meyerson
redujo a la nada lo absurdo de estas pretensiones. Alguno de ellos, como
Petzholdt, en un libro que quedará como ejemplo de tozudez y de inconsciencia,
afirmaba que la relatividad era en un todo conforme al patrón positivista de
Mach —cosa que Einstein rechazó desde el principio... , en 1922, señalaba
Ortega y Gasset esto mismo con toda rotundidad: Lo peor que puede ocurrirle a
la nueva mecánica «es que se la interprete como un engendro más del viejo
relativismo filosófico que, precisamente, viene ella a decapitar» .
Meyerson,... trata de establecer una comparación agilísima de la relatividad
con los sistemas de Hegel y Descartes, que le conduce a advertir en las tres
doctrinas una misma «deducción apriorística de lo real». Einstein, en un
trabajo reciente, reconoció estas insinuaciones de Meyerson como legítimas,
apropiadas «a la actitud intelectual del teorético relativista» ... Unas teorías
suceden a otras, y lo que hoy se tiene por el más firme conocimiento es mañana
inválido y dudoso. ... Cuando Fresnel creó su teoría de la luz, lo único que
demostraba es que la luz no puede ser una emisión. De aquí que la teoría
científica nueva no sea, en rigor, dogmática sino en lo que niega, y nunca en
lo que afirma. Sin embargo, el valor de la novedad científica va unido a su
rigidez. Y la mayor prueba de que una teoría es verdadera es precisamente que
pueda ser refutada... , Meyerson ha llegado a una nueva teoría de la razón
humana . De la que se desprende, como flor anunciadora, la idea de que un
triunfo total de la razón va contra la razón, es el irracional primero y
máximo.
Aparte de la
fijación epistemológica, las ciencias, como todo lo que hay en el universo, han
de ser inquiridas por la especulación filosófica pura. ... La fuente de todo
conocimiento es sólo y siempre la experiencia. De aquí parte la fenomenología.
... Pero Heidegger, ... La demostración deductiva consiste en referir una
verdad a la intuición originaria. La experiencia ha de ser comprendida como
intuición, base, a su vez, para el conocimiento de las esencias. Los hechos son
individuaciones eidéticas, adscritos a una determinada región fenomenológica.
Así escribe Husserl que «toda ciencia de hechos (ciencia empírica) tiene
necesariamente sus fundamentos teoréticos en una ontología eidética» .Las
ciencias de experiencias, de hechos, subordinadas a las ciencias eidéticas. Las
líneas últimas son como un descorrer la cortina frente al panorama
fenomenológico, el de máxima pujanza en la actualidad.”
La
última incógnita de Max Scheler
“...sorprendió la
muerte a Max Scheler en plena y genial elaboración de una Antropológica
filosófica. De esta tarea irrealizada son tan solo perfiles insinuantes los
breves capítulos del libro que ahora se publica (El puesto del hombre en el
Cosmos; ed. Revista de Occidente, Madrid, 1929). Caracterizó siempre la labor
de Max Scheler el ímpetu con que todos sus hallazgos se afianzaban en el futuro
reclamado nuevas metas. Podían preverse los límites definitivos en una
Metafísica igualmente proyectada, que seguiría a las investigaciones
antropológicas en preparación. Nada de esto, por desgracia, ha tenido
efectividad; y las conquistas genuinas del filósofo malogrado residen en su
fundamentación de una Ética material y en el impulso gigantesco que dio a la
teoría de los valores.
Ciertamente, toda la
dedicación filosófica de Max Scheler conspiraba a que acometiese, por último,
el problema central de la antropología, ... El problema del hombre y la
valoración del hombre.
Y acontece el
extremo curioso de que, siendo objetivado por el hombre todo lo que existe en
el Universo, le es irreductible ese centro mismo desde el que dispara las
miradas teoréticas. He aquí, según Max Scheler, sus relaciones con los
fundamentos supremos del ser, que hacen al hombre superior a sí mismo y al
mundo. El espíritu, actualidad pura, es lo único que existe incapaz de ser
objeto. Su captación ha de verificarse, pues, en sus manifestaciones específicas,
entre las cuales ocupa el más alto rango y la más pura significación la
actividad ideatoria. La ideación confiere a los ejemplos concretos del Universo
las formas esenciales de la región fenomenológica en que esos ejemplos son
comprendidos. Es nota fundamental de las ideaciones ese carácter de reducción
fenomenológica descubierto por Husserl, basada en una anulación del coeficiente
existencial. Idear el mundo sería,... y otorgarle sentido... Scheler consigue
una división esquemática de las teorías que hasta aquí han sobresalido en
valoraciones antropológicas. Son éstas, fundamentalmente, dos, que podemos
llamar teoría clásica y teoría negativa del hombre. Ambas son rechazadas por
Max Scheler. Esa repulsión rodea del mayor interés estos trabajos póstumos. La
teoría clásica, dominante en la filosofía occidental, tiene su origen en el
concepto griego de Logos y conduce a un régimen autárquico de la idea,
considerándola productora de energía, capaz, por tanto, de acción causal. El
hombre es así poderoso por el espíritu, y la omnipotencia de Dios, para el
cristiano, será debida al espíritu. En la oposición de Scheler a esta
concepción clásica reside, a mi ver, el auténtico sentido antropológico que ha
podido derivarse de la fenomenología. Esa pasividad receptiva que supone para
el fenomenólogo la intuición esencial es aquí considerada en rango jerárquico.
A más de que la posición clásica implica una grave y absurda concepción
teológica del Universo, disponemos de un hallazgo, obtenido también por Hartmann,
y es que «las categorías superiores del ser y del valor son, por naturaleza,
las más débiles». Ahí está, en burlona independencia, el mundo inorgánico,
dotado de leyes peculiares y opulentas. Y el signo histórico de las masas, que
son el índice primario del hombre, es un radical impulso tanático, henchido de
renunciaciones.
La teoría negativa
deambula por todos los ascetismos orientales, y en la filosofía europea se
manifiesta en Schopenhauer y en sus discípulos. La virtud de las negaciones
ante la vida, ese su ascético oponerse, sería la actividad humana productora de
cultura. El espíritu compensaría deficiencias orgánicas constitucionales, a
modo de sustitutivo de ellas. Max Scheler concede que ese acto negativo influye
en la dotación de energía al espíritu, pues éste «consiste sólo en un grupo de
puras intenciones». Pero rechaza que el espíritu nazca a consecuencia de dicho
acto.
Max Scheler alcanza,
... el máximo vigor estructural y la más fiel dedicación al momento filosófico
a que estaba adscrito. En las páginas finales, unas escuetas lineaciones sobre
el nuevo sentido de las leyes ónticas, que presuponen las avanzadas de la
física actual y una posible concepción unitaria de la vida psicofísica,
conducen al lector a infinitas tensiones de tristeza.
...Max Scheler es el
filósofo que ha dejado más cosas sin decir. Porque, como antes insinué, toda su
tarea resucitaba y descubría miriadas de problemas, a los que él atendía con su
ciclópea cabeza de germano”.
1930
Gracián
y Schopenhauer
Resumen del texto:
Gracián es, para Schopenhauer, su idéntico mismo, a la vez que su idéntico
contrario.
Schopenhauer tradujo
al alemán, en bella prosa, el Oráculo. A través de los discos y
abstrusidades esquemáticas en que Gracián —director de la vanguardia
conceptista— envolvió su pensamiento, Schopenhauer desentraña con magnífica
habilidad todas las excelencias poniendo a prueba su afición a Gracián.
En el siglo XVII, el
pensador español y jesuita es aquí la voz universal del pesimismo. Gracián
envuelve en el mayor número posible de caparazones las agudezas que su ingenio
logra extraer de la universal bellaquería. Las máximas se nutren del fracaso de
los apuros vitales para los que precisamente tendrían ellas eficacia. Por eso,
los grandes hombres que se han complacido en bruñir máximas han resultado unos
grandes ironistas, con ironía suficiente para alzarse contra toda lamentación y
todo lagrimeo. Son seres con sensibilidad tan sólo para aquello que se va, que
es, por esencia, decadente y triste. Pero su salvación es la máxima, la
moraleja inmoral e ilegítima, que les permita edificar un mundo nuevo. Es algo
de lo que le ocurre con la greguería a nuestro genial Ramón Gómez de la Serna.
Pues bien: Schopenhauer realizó el hallazgo de Gracián, advirtiendo en él al
hombre ingenuo —e ingenioso— que quiere superar el pesimismo. Schopenhauer,
aquí, en la misma dirección exactamente, regresaba. Su pesimismo era de una
especial calidad, era un pesimismo metafísico, elaborado a base de todos los
recursos. Sin tentar su radical superación. Cuando, con auxilio de la
Metafísica —que es el auxilio más eficaz por su ineficacia—, realizamos algo,
este algo es ya perenne metafísicamente, que es el grado de perennidad de
duración más auténtica. Duración que no admite mediciones sino cuando la unidad
extensa es una vida.
Schopenhauer salía,
regresaba de un lugar análogo a aquel en que Gracián pugnó siempre por entrar.
Lo que para Gracián pudo ser una atmósfera de Renacimiento, para Schopenhauer
fue, con toda la integridad, la filosofía kantiana. Antes de los treinta años,
Schopenhauer, con su más famoso libro El mundo como voluntad y representación,
estiró tanto una de las varias posibles derivaciones de Kant, que su lazo
umbilical quedó roto. En forma de una filosofía tosca y deleznable. Imposibilitado
y pesimista.
Notas
sobre Heidegger. ¿Qué es Metafísica?
Heigdegger aborda el
problema de la Nada y la Metafísica con radical originalidad. Hegel permanece
en lo conceptual, mientras que Hartmann y Heigegger se han consagrado al
problema del Ser. El primero procede del neokantismo de Marburgo, “— como
nuestro maestro Ortega—” ,dice Ledesma. Tiene el problema perfectamente
limitado y busca la construcción del sistema. Heidegger no, “figura ortodoxa y
central de la fenomenología”. Éste ha desmontado el mundo trascendental de
Kant. En Ser y tiempo, aborda con radical novedad las categorías del
experiencia, que no son del espíritu, sino de las cosas, en tanto pensadas.
A Ledesma acaba de
llegarle la primera lección en Friburgo de Heidegger, que acaba de suceder
Husserl en la cátedra. Was ist Metaphysik?. Considera que no hay sino
una pregunta, la reclamación del Ser. Es el problema de la Metafísica. El
hombre ingenuo, cuando pregunta, intuye que hay respuesta, el metafísico tiene
en su esencial pregunta también el problema. Para las ciencias no hay problema
del ser mismo como objeto de una investigación fundamental.
Para Scheler las
ciencias de los valores conducen a la metafísica, en un hegelianismo cerrado,
mientras que Heidegger se pone directamente frente a ella. Es el hombre quien
estimula la cienca.
El cómo acontece esta irrupción —Einhruch— del ser hombre en la
totalidad del Ser, lleva en sí el nexo profundo entre la vida Dasein— y
el existir de la ciencia.
Heidegger para
definir la Metafísica, requiere una cuestión , sospechosa de ese carácter.
Comprueba que las ciencias no la reconocen como problema. El existir ontológico
tan particular confiere rango categorial a la Metafísica. La ciencia abandona
la Nada como infecundo. Hedeigger la coloca ante él como un ser, el No-Ser.
Hay que distinguir
entre la experiencia de la totalidad del Ser, en sí, el encontrarse, sentir
vivir en medio del Ser como totalidad, lo primero es imposible, lo segundo
acontece en la vida, es el das Dasein sobre el que también trabaja
Ortega. Solo la pura Dasein recoge el palpitar de la angustia. Nos
angustiamos ante la Nada. Su expresión constituye el problema de la Metafísica.
Al lado del Ser y sin exclusión. La esencia de la Nada es el anonadamiento —Nichtung—,
que no es, —Vernichtung—, aniquilamiento del Ser. Sólo en nombre de una
revelación de la Nada puede la vida avanzar y penetrar en el Ser. La inmersión
en la Nada es la superación del Ser como totalidad; la transcendencia. La Nada
despierta el esencial problema, el hallazgo del ser del Ser , Sein des
Seinden. El Ser es y aparee sólo por la transcendencia de laVida y en la
Nada. La Nada comprende la totalidad de la Metafísica, en ella reside la
negación, y por ello el sentido de la lógica en la Metafísica.
La Metafísica
pertenece a la naturaleza del hombre. Puede modificarse “el hombre es un animal
racional”, por “el hombre es un animal metafísico”.
La legitimidad de la
Metafísica como bloque de saberes es de más amplio radio que el rigor de las
ciencias.
Sobre
la filosofía del renacimiento.
Resumen: Las
investigaciones actuales tienden a destruir la idea de que el Renacimiento
significase un viraje radical de la Historia. No faltan razones para una
concepción así. Pero es innegable que caracteriza al pensamiento de esa época
un afán fortísimo de novedad y una clara tendencia a desasirse de los saberes
tradicionales. Por vez primera, quizá, en la historia de la filosofía, existe
aquí el hecho evidente de renunciar a unas obtenciones laboriosas, producto de
varios siglos de especulación y emprender la tarea de su reemplazo. El dominico
Fray Pedro Lumbreras ha publicado unos ensayos filosóficos que se ciñen a los
problemas renacentistas de mejor perfil , su signo más céntrico, el estudio
sobre la duda cartesiana y las páginas que dedica a comparar la actitud
filosófica a que responde esta duda con la que aparece, anteriormente a
Descartes, en Campanella. No tiene novedad alguna este viejo pleito de atribuir
a Campanella el honor de haber sido el primero en fijar las ideas capitales de
la filosofía moderna. La indudable analogía que, en algún aspecto, existe entre
Descartes y Campanella no se oculta al lector más distraído. El P. Lumbreras
—dominico, como Campanella, y es de suponer que nada desprovisto de bagajes
polémicos, sospecha y denuncia algo más grave: la probabilidad de un plagio en
Descartes, cuya sospecha no nos interesa destruir, aunque la creamos
tendenciosa y sin base alguna firme. Tiene más interés aprovechar el libro de
este Padre para decir alguna cosa sobre los filósofos y la filosofía del
Renacimiento. La filosofía medieval, hasta Santo Tomás, está toda ella en esta
frase axiomática, que hacía imposibles las autenticidades filosóficas en
aquellos siglos: Nisi credideritis, non intelligetis. El hecho
psicológico de la fe, que en el hombre residía de un modo patente, daba origen
a la problemática filosófica, cuya finalidad era comprender las posibles cosas
racionales que hubiese en los dogmas. Y si comienzo por suponer que no hay otro
saber que el encerrado en las Escrituras, claro que debe preceder mi fe en
ellas para que tenga efectividad mi conocimiento. La nueva vigencia de
Aristóteles, mediante la filosofía de Santo Tomás, destruye esa estrecha
concepción de la primera escolástica y es, en este sentido, un gran progreso.
La filosofía del Renacimiento es precedida de una nueva física, en armonía con
ese redescubrir la naturaleza, contra la trascendencia de la física tradicional
nace una física de la inmanencia, que se articula de modo magnífico: de una
parte, con la experimentación que exigían las normas científicas de la época,
y, de otra parte, con el nuevo hallazgo filosófico de la subjetividad, que da
origen a todo el idealismo moderno. Uno de los físicos que lograron más
eficacia en el quebrantamiento de la antigua física fue Telesio, maestro
directo de Campanella, y éste penetró así, desde su primera juventud, en el
orbe ideológico del Renacimiento.
Esa nueva física era
una física matemática, y sus leyes se ceñían al cálculo matemático. El
idealismo inventa al pensamiento como realidad, incluso como ser primario,
previo a todo. Pues bien: la metafísica de Campanella expresa ya, en medio de
toscas fugas, esa nueva y primaria realidad del pensamiento. Se conocen las
cosas en tanto son referidas al yo, y este conocimiento es el ser mismo de
ellas. Aquí surge un esfuerzo por identificar el ser y el conocer, que, de
múltiples maneras aparece después en toda la filosofía moderna, eludiendo así
las cuestiones propiamente ontológicas. Cuando Descartes establece el Cogito,
sirve este mismo afán, y su conclusión es legítima y congruente. Al decir:
«Pienso; luego soy», se entiende: «Soy pensamiento». Era, para Descartes, una
superfluidad añadir esta última palabra. No escapó en modo alguno a Descartes
que el ser que se desprendía y concluía del Cogito era, ni más ni menos, la
entidad llamada pensamiento. El ser está, para él, íntimamente vinculado al
pensar. Las cosas, para ser, necesitan del pensamiento. Y éste es categoría y
dimensión de la subjetividad. Se consuma, como se ve, de un modo inexorable el
nacimiento del idealismo, expresado por Campanella: «Semper ergo scire est sui»
(«Todo conocimiento consiste en conocerse a sí mismo»). Por mucho que se
esfuerce el Padre Lumbreras en presentarnos hondas señales que evidencian el uso
que hizo Campanella de la duda como método eficaz de investigación, no
destruirá la afirmación patentísima de que corresponde a Descartes el mérito de
haberla utilizado en el reducto capital y supremo que constituye la filosofía
del Renacimiento. La duda es, en Descartes, una esencial cuestión metódica.
Desde San Agustín se sabía ya cómo la duda no es precisamente escepticismo, ni
conduce a él. Mal podía ser escéptica una actitud filosófica como la
cartesiana, que recurría a la duda para conseguir la aprehensión de una
certeza. Descartes, una vez en posesión de la primaria realidad descubierta,
construye su filosofía, al contrario de Campanella, que no logra estructurar
una filosofía, y de su empirismo primero pasa a unas brumosidades
neoplatónicas. Pero acontece a Descartes un hecho curioso. Era un filósofo
estricto —al contrario también de Campanella, hombre híbrido, mezcla de
filósofo, teólogo, astrólogo y conspirador—, sin sombra alguna de influjo
teológico, al modo medieval. No ofrece duda alguna que, al adscribir la
existencia de Dios a una idea innata lo hizo guiado por una pura obligatoriedad
filosófica.. Descartes mantuvo siempre, en materia teológica y dogmática, una
discreta inhibición. Su innatismo equivale, no obstante, a un enlace con la
tradición de la escolástica hasta Santo Tomás. Tal como aparecía el problema
desde éste, que no admitía para la idea de Dios sino dos vías: la revelación
por medio de la Iglesia, o la demostración, a posteriori, por sus efectos, el
alma humana que careciese de ellas habría de deslizarse al ateísmo. Y véase
cómo Descartes, sin propósito alguno de hacer teología dogmática, establece una
continuidad y salva uno de los escollos del tomismo.
El Padre Lumbreras,
al final de su volumen, comenta y aclara el hecho de que la Iglesia haya
proclamado como única filosofía oficial la filosofía de Santo Tomás. En forma
de veinticuatro tesis tomistas, que han de ser las normas directivas de toda
especulación. Bien es cierto que los Papas, al decretar que se la considere
como única filosofía enseñable, lo hacen con la advertencia de que sea
propuesta, no impuesta, pues «se trata de filosofía y no de fe». La Iglesia
tiene perfectísimo derecho a todo esto, pues no es una institución que exista
en el mundo para crear filosofía, sino para propagar y extender unos dogmas. Si
cree que la filosofía tomista le ayuda en esta tarea, con fines puramente
apologéticos, nadie puede impedirle que la utilice.
Unamuno
y la filosofía.
Sostiene Ledesma que
esa eminente figura está lejos del “genuino carácter de la filosofía”. Su
genial capacidad para las dedicaciones del espíritu no es estrictamente
filosófica. Al lado de los caracteres más eminentes de la actual filosofía,
Scheler,
Heidegger, Hartmann,
están los desmontadores de ésta. Hombres geniales como Nietzsche o Unamuno, el
uno con saña, el otro con profundidad religiosa.
Frente a la
filosofía, dos tendencias se alzaron en el s. XIX, el espiritualismo y el
positivismo. Unamuno está entre los primeros. La verdad es para él amor al ser,
no existiendo categorías para capturar el saber verídico. Es la vida individual
para el rector de Salamanca la justificación del ser. No le interesa la
filosofía sino el hombre que late en angustia. En ella se guarece, ajeno a las
garambainas objetivantes de los filósofos. Es legítima su eterna duda. Si sus
eternas dudas no le torturaran, el autor Del sentimiento trágico de la vida seria
un místico perfecto o un teólogo imperial. Unamuno es un gran poeta y hay un
sector de la metafísica donde se encuentran poesía y filosofía. Así Hölderin o
Hegel.
Pero la filosofía
debe proporcionar conocimiento más que vivencias. Unamuno no es un
subjetivista, carácter posible de filósofo, es un desmontador de filosofía.
“Nada es tan horrible como la nada misma”, “lo primitivo no es que pienso, sino
que vivo”, —observación que a Ortega le ha llevado a superar el idealismo—, a
Unamuno le mantiene en la angustia.
De
Rickert y la fenomenología
Rickert es el último
de los guardadores de la ortodoxia transcendental idealista y kantiana. Su discípulo
Faust rompe una última lanza por él y contra la fenomenología de Husserl.
Las escuelas
neokantianas han aportado una filosofía de la cultura y de los valores “en
forma de un logicismo imperial.” Rickert introduce los valores desplazando a la
Idea de Hegel. La rigurosa objetividad reside en la transcendencia de los
valores, una exigencia del sujeto. La escuela de Bade amplia la validez del
Logos. La fenomenología es un esfuerzo por adentrarse en los recintos primarios
del pensamiento. Los fenómenos nada tienen que ver con los sistemas idealistas.
La fenomenología descubre una objetividad. ¡A las cosas mismas! grita
Heidegger.
Rickert expone que
la definición es un juicio sintético y la situa fuera de la fenomenología. Las
cosas mismas sobre las que quiere lanzarse Heidegger no son objetos, serían
meras situaciones. Su crítica a la fenomenología estriba en resaltar su falta
de sistema. Sería suficiente aclarar a sus discípulos qué es la intuición
fenomenológica, que no es la percepción, y que los objetos eidéticos son
también objetos.
Las
sensaciones táctiles
La reciente
psicología restringe su atención a problemas particulares, pero su problema
central, el secreto del fenómeno de conciencia, no aparece. Un ejemplo es David
Katz, que concede a las sensaciones táctiles primacía en el mundo psíquico.
Principio del más alto rango procederían del mundo táctil; perispere,
comprenhedere, manifestus.
Katz es heredero del
mundo kantiano en su teoría de los objetos, aunque su trabajo es notoriamente
experimental. Omite el tinglado anatómico y nos da una descripción
fenomenológica a partir de experimentos con calor, vibración etc. Con especial
importancia a las percepciones de los sordomudos. Parece que los recursos
humanos son infinitos.
Keyserling
y el “sentido”
El conde Keyserling,
a cuyo lado aparece Ledesma en una curiosa fotografía durante su visita España
al lado de las primeras espadas de la filosofía del momento español, publicó
sus cursos el “El conocimiento creador”. Su tarea filosófica descansa
sobre el “sentido”; la zona de más alto rango que nos sea posible discernir.
Contiene el máximo valo y otroga valores. Colaboran en su “Filosofía del
sentido” desde vislumbres religiosos a la Ding an sich —cosa en sí— de
Kant. El reino del sentido se identifica con espiritualidades tradicionales
pero Keyserling le obliga a simbiosis decisivas con sectores conceptuales.
“Sobre los límites de la razón, después de las críticas kantianas, no hay más
que hablar”.
Las cosas adquieren
significación a través del sentido, en el acontecer histórico. El grande hombre
es el realizador del sentido por excelencia. Keyserling nos hace una introducción
a la metafísica. Es curioso que lo transcendente haya de ser escrutado con
categorías empíricas. Eleva los aconteceres vitales a categorías, ejemplos de
sentido, que valora las cosas, realizados en ellas. Los únicos atisbos de
sentido son sus categorías.
Vigencia
de Vico
Vico representa el
primer gesto de dar sentido y necesidad a la historia. La Sciencia nuova de
Vico es la Filosofía de la Historia. Su objeto es la historia misma. Por
desgracia estaba libre de arqueología y sus fuentes pretéritas son los mitos.
Vico descubre que la
Historia está sometida a leyes, y esa idea adquiere en Hegel una construcción
imperial y disciplinada. El devenir parte de Vico, la Filosofía de la
Historia debe acordarse de él.
Esquemas
de Nicolai Hartmann
Auxilios
fenomenológicos.
El pensamiento de
Hartmann es auténtico del siglo XX. Somete audazmente a disciplina de sistema
el análisis fenomenológico. La fenomenología permite acercarse con eficacia a
ese sector de cuestiones que forman las cosas dadas.
Kant, en su Crítica,
delimitó una zona materia irreductible, lo dado a la experiencia, cuya
existencia se debía aceptar sin demostración. Forzos que la filosofía se
preguntase qué es realmente lo que aparece dado. Hay el nacimiento de la
fenomenología. Hartmann advirtió la fecundidad del método fenomenológico, que
confiere a los resultados carácter sistemático y firme. Es la fenomenología del
conocimiento.
La función del
conocimiento no ejerce modificación alguna en el objeto, pero sí en el sujeto,
donde tiene lugar la imagen del objeto.
El
conocimiento como hecho metafísico
El conocimiento no
es, como cree el idealismo, un crear, si no más bien capturar, algo anterior e
independiente del conocimiento mismo. El conocimiento es un hecho de carácter
metafísico. La radical afirmación es la transcedencia de sujeto y objeto. Lo
metafísico implica problematismo permanente. Hay tres fases en la investigación
del conocimiento: la fenomenológica, la aporética y la teorética. Hartmanna
hace que el conocimiento se mueva en esferas ontológicas. No es posible una
teoría del conocimiento eludiendo los problemas del ser, sin la metafísica.
El conocimiento es
una relación entre sujeto y objeto. Hay un ser del y para el conocimiento. La ratio
cognoscendi presupone una ratio essendi. El idealismo confundió esas
dos ratios. Para éste existía una inmanencia en el ser, que Hartamann
transforma en una inmanencia del ser del pensamiento.
Todo objeto es
parcialmente irracional, por lo que en él hay de trasinteligible. Lo racional
tiene dos caracteres: ser ser cognoscible y la estructura lógica. Kant y todo
el idealismo subjetivista no distinguen las categorías que son principio del
objeto y los conceptos mismos de ellas. Estas categorías son descubiertas
porque y en tanto funciona siempre en todo conocimiento.
Las
dos objetividades. El “a priori”
Hartmann divide su
tarea en dos zonas que corresponden a los objetos reales e ideales. En la primera,
sujeto y objeto pertenecen a una misma esfera del ser. El conocimiento es
captación de lo transcendente al sujeto. Hay una aprioridad transcendenteque
sería la capacidad el sujeto para intuir las conexiones esenciales de lo real.
Lo apriórico posee necesidad y universalidad. Necesita concordancia entre la
estructura lógica y la estructura de los objetos. El a priori estriba en
la concordancia entre representación y objeto. Las categorías del conocimiento
son una tercera entidad válida para sujeto y objeto a la vez. Su idealismo es
transcendental o crítico, porque acepta la existencia de algo fuera del
pensamiento.
Hartmann descubre su
principio de identidad parcial de las categorías; “en tanto que existe el
conocimiento apriórico de los objetos reales, debe coincidir, por lo menos, una
parte de las
categorías del ser con las categorías del conocimiento.” No todo lo dado en la
intuición puede ser objeto de conocimiento, es preciso que sus categorías se
atengan a esa coincidencia.
Hay un conocimiento a
posteriori de no menos carácter metafísico que el apriórico. Los sentido
intervienen en la captura de lo real. El dato es testimonio de realidad, pero
no sólo lo dado es real. Es tan irreal un teorema matemático como una sirena.
Pero el primero es alguna cosa en la esfera de los objetos ideales, lo seguro
pura representación de conciencia. En la esfera de lo ideal, todo conocimiento
es a priori. Además el conocimiento ideal es autónomo y autárquico. En
relación a él hay dos clases de intuiciones: la sigmática; percepción
del conocimiento real, y la konspectiva, de rotundo carácter
intelectivo. Pensamiento puro.
¿Hartmann
restaurador del escolasticismo?
La escolástica
estaba orientada a lo ontológico, y la filosofía moderna a lo lógico. La
ontología de Hartmann es el connubio entre sujeto y objeto. Estas entidades dar
lugar a un ser supraindividual y extrempírico, donde encuentra su realización e
fenómeno del conocimiento. Hartmann ingresa lo irracional en la filosofía. El
racionalismo escolástico es preponderancia de la razón en el pensamiento, el
moderno se ha valido de unos principios racionales; “claridad y distinción”,
“mónada” “razón pura”, “voluntad”, “idea”, “yo”, o lo “inconsciente” en
Hartmann. Un radical alegato contra todo idealismo. Una ontología analítica y
crítica que exige un ser real fuera de la conciencia, fuera de la esfera lógica
y de los límites de la ratio. El conocimiento es una de tantas
relaciones del ser. Hartmann camina al sistema y eso hoy el de más tenaz afán
de victoria.
Filosofía.
El filósofo Amor Ruibal
Reciente la muerte
del canónigo compostelano, Ledesma elogia su obra de exposición y crítica
histórica. En Los problemas fundamentales de la filosofía y el dogma,
describe la aventura intelectual que sale de la dogmática cristiana en connubio
con la tradición filosófica occidental.
Ledesma reprocha a
la Iglesia que la fidelidad a la ortodoxia escolástica arrebate dedicaciones
serias a los auténticos destinos del tiempo. La Escolástica una la gran
aventura filosófica con victorias intelectuales de alto brillo, pero no pudo
eludir el conflicto entre razón y fe.
Ruibal presenta las
corrientes helenizantes y su influjo cristiano genialmente. Ledesma lamenta que
dentro de “los muros de una Universidad Pontificia, en Esta España del s. XX”.
1931
La
Filosofía, disciplina imperial. (Notas para una fenomenología del conocimiento
filosófico).
Sólo por este ensayo
de El Sol, (22-9-31) a nuestro entender mereciera Ledesma una atención
digna desde la filosofía. Ledesma considera que “una definición de la filosofía
fracasa de modo inevitable. “ es el único conocimiento “inabordable desde
afuera” posee su propia justificación en él mismo. La física y en general las
ciencias eligen sus objetos que están ahí. La filosofía los crea y legitima
como tales. El “ser es preguntado, reclamado” de Ortega. Para las ciencias sus
objetos les son exteriores, para la filosofía “ella misma es — Simmel—, el
primero de sus problema... Una capacidad filosófica potente se basta a sí misma
para escalar los lugares más altos...
El saber filosófico
es saber sistemático. A los conocimientos científicos como tales les está
vedada esa pretensión... perdido el timón de estos conceptos: ciencia y
filosofía. Así pudo llegarse, de un lado, por el idealismo, a elaborar una
filosofía de la naturaleza, que no es ciencia, y de otro, a la culminación del
positivismo, que no es filosofía.
El proceso mismo en
que tiene lugar el hallazgo de ambas clases de saberes, filosóficos y
científicos, denuncia claramente su genuina diversidad. Cuando Hegel pensaba,
con imperial gesto, que no hay conocimiento posible sino dentro de un sistema,
lo hacía ante la misma idea de fidelidad a la filosofía que hoy nos informa y
sostiene. Pero la necesidad del sistema que ahí aparece, en tan borrosa
terminología como clara ideación, entraña la actual inquietud de pura
gravitación hacia la filosofía. Mas la ciencia, repetimos, no es sistemática.
Se lo impide ese su depender absoluto de algo que no es de ella, que, por
tanto, está sobre ella, forjando su destino último. La ciencia, en verdad,
camina sobre rieles a base de jornadas sucesivas, que obedecen a resortes
curiosísimos. Meyerson ha hecho, a este respecto, consideraciones de muy fina y
superior calidad. Cuando Fresnel creó su teoría de la luz, lo único que demostraba
es que la luz no puede ser una emisión. Así, el proceso de creación científica
viene a ser éste: Tal cosa, o teoría, que hoy se admite por los sabios,
demuestro que es imposible, que es falsa. Mi contribución positiva a la marcha
de la ciencia es esa demostración negativa de imposibilidad. Ahora bien: si una
teoría es debelada por mí, vengo obligado a construir otra, a afirmar otra que
suplante a aquélla. El único asidero de legitimidad para mi construcción es
realmente que triunfa de mis críticas a la teoría antigua. El que no le
alcanzan estas críticas y está libre de ellas. Lo que nos lleva a una paradoja
que encierra todo el profundo sentido de lo que la ciencia es y significa. Y es
ésta: La mayor prueba de que una teoría científica es verdadera consistirá
precisamente en que pueda ser refutada algún día. Su parte afirmativa adquiere
tan sólo entonces sabor científico genuino. Esto en cuanto a lo que la ciencia
tiene de teórico, que es de donde proceden sus habituales confusiones con la
filosofía. Pues su estricto matiz experimental, atenido a esto que ahora
observo, aunque le confieran mis métodos validez universal y firmeza absoluta,
no despierta peligro alguno de esa índole.
Ahora
bien: ¿qué es un sistema?
Caben tres actitudes
frente al mundo: la del filósofo, la del científico y la del hombre ingenuo. En
los tres es posible el conocimiento, si bien de muy distinto rango. No de
validez, claro, que, sin duda, es la misma para todos, sino rango de objetos
sobre los que la atención cognoscitiva de unos y otros se dirige. Ya insinuamos
antes que los objetos del filósofo no se presentan dados ante él, sino que
tienen que ser descubiertos. Pues bien: la fórmula para ese descubrir, ese ver
en alguna cosa capacidad de objeto para la filosofía, es lo que llamamos un
sistema. Por ello, no hay filosofía asistemática o sin pretensión agudísima de
constituir un sistema. La presencia de éste puede no ser visible en las
filosofías, haber quedado inexpreso por los filósofos; pero el sistema —su idea
estructuradora— residía en ellos, oscurecido y latente. El hecho mismo de
decidirse a filosofar presupone, en cierto modo, el sistema, un sistema que
tiene a su cargo la tarea radical de legitimar las obtenciones y situarlas ante
nosotros como saber filosófico estricto.
El filósofo tiende a
una concepción integral del universo, del que forman parte, claro es, los
objetos del científico y del hombre ingenuo. Estos últimos seccionan el
universo y persiguen así verdades particulares, sin nexo alguno con el resto
del ser. Si deseáramos precisar el sentido que, en el campo de los saberes,
corresponde a estos dos tipos de hombre, el científico y el ingenuo,
observaríamos analogías sorprendentes. Yo vengo sosteniendo en mis escritos,
que la ciencia, la actitud científica, es algo que existe realmente en el mundo
desde hace sólo cuatro o cinco siglos. Antes no hubo sino filósofos y hombres
ingenuos. El científico sale de estos últimos, superando con impulso grandioso
la estrecha visión que los caracteriza. Las verdades de que dispone el hombre
ingenuo son verdades aisladas, que se bastan a sí mismas en una restricta
finalidad, sin que necesiten nada de otras verdades. Surgen solicitadas
concretamente, ellas mismas, agotando el impulso cognoscitivo del interrogador.
El científico supera esta primitiva actitud frente al saber del mundo. Lo
indican así tres cosas: una, que investiga, esto es, que persigue con
uniformidad una tarea, que ha atrapado unos objetos; otra, que le absorbe como
un afán de conocer esos objetos, de articular un saber de ellos, y, por último,
que otorga a la causalidad la atención suprema. Casi, conocer esto es para él
conocer las causas de esto. Hay aquí una glorificación del ser mismo de las
relaciones, que culmina en la ciencia positiva del siglo XIX. Al positivismo no
le interesaban las cosas como tales, sino las relaciones entre ellas, que son
su cualidad más primordial y patente.
Un
sistema es algo que permite la presencia del ser ante la vida humana.
Presencia del ser, y
conduce a conocimiento del ser. Pero conocimiento de una cosa es una
explicación conceptual de ella. Quizá en este segundo estadio, el de nuestras
relaciones con el ser —en que lo aprehendemos conceptualmente—, es donde
aparece con más cercana precisión la necesidad del sistema.
Si todo filósofo, en
tanto que filosofa con legitimidad, necesita del sistema, no quiere ello decir
que ese sistema sea un sistema suyo, elaborado por él íntegramente. No existe,
en toda la historia de la filosofía, un solo filósofo del que pueda decirse que
elaboró en su íntegra majestad un sistema. Un aspirante a la excepción es quizá
Hegel; pero analizando un poco vigorosamente su obra, le advertimos situado en
una tradición filosófica estricta, que, si no otras cosas, le proporcionó,
desde luego, una concepción del ser. Precisemos de nuevo los tres estadios de
la elaboración sistemática: el primero se resume en una pregunta que el
filósofo se hace en los umbrales mismos de su hacer filosófico: ¿Qué es el ser?
Quizá podamos
descubrir sólo tres o cuatro momentos históricos en que los filósofos plantean
con pureza y rigor una reclamación auroral del ser. Pero ningún filósofo puede
prescindir de una concepción del ser: lo que quiere decir que si en la Historia
han existido sólo tres o cuatro corrientes sistemáticas, todas las filosofías
han aceptado la tradición ontológica de las mismas. Sólo, por tanto, tres o
cuatro veces se ha hecho radicalmente la humanidad la pregunta de qué sea el
ser. Así vemos hoy todavía grandes núcleos de pensadores que están influidos
por el saber ontológico de los griegos. Pero en esta época nuestra se inicia
una revisión de esas influencias, y todo hace sospechar que asistimos a uno de
esos raros momentos en que va a darse una respuesta original y nueva a esa
pregunta o reclamación por el ser, lo que equivale a decir que adviene al mundo
una nueva corriente sistemática. La pregunta original por el ser va a ser
contestada cualquier día desde cualquier rincón del universo donde anide un
sagaz filósofo.
Ya dijimos antes que
en este punto interferían los dos saberes: el saber científico y el saber
filosófico del universo. El rango sistemático e imperial, por decirlo así, del
segundo sirve de antena diferenciadora. Pues un sistema no nace de los saberes,
sino que éstos son posibles gracias al sistema. La cercanía vital en que los
conocimientos filosóficos se debaten está en relación directa con ese carácter
sistemático que le asignamos. Por todo ello, es absurdo que el filósofo recoja
de las ciencias resultados. Lo que no impide que estas verdades particulares de
las ciencias sean, o puedan ser, verdades en un sistema. (La cuestión que se
derivaría de aquí sería ésta: un sistema ¿tolera conocimientos obtenidos sin
pretensión sistemática?).
Gracias a la
inmersión vital del sistema, a su originaria inmediatez, la filosofía
constituye casi un saber sin puestos. La ciencia, en cambio —y con ella cierta
simplista filosofía—, adoptan frente al mundo una actitud natural, en algún
modo pasiva. Presupone la existencia del mundo. Y no sólo eso, sino también su cognoscibilidad.
Lo grave de esos supuestos no es que sean falsos o infundados, no es que sean,
a la postre, ilegítimos. No; consiste más bien en que se utilizan unos
conceptos, que, por el hecho de ser conceptos, no pueden ser algo dado, sino
obtenido. ¿Cómo y de dónde? ¡Ah! El recinto a que apuntan estas dificultades es
el recinto de la filosofía y de su sistemática radical. Si el hombre careciese
de agudeza filosófica, esos supuestos y otros de gravedad análoga se
resistirían a nuestros asaltos teoréticos. Las ciencias serían solamente
tautologías gigantescas. Sus verdades no alcanzarían sino este tipo de
afirmaciones: existe lo que existe; se mueve lo que tiene movimiento; se conoce
lo cognoscible, etc.
Resulta, por tanto,
que sin los auxilios de la filosofía, los saberes carecerían de legitimidad.
Con lo que no queremos decir que fuesen falsos. Sólo el saber sistemático
alcanza solidez y es inatacable. Aquello que no está dentro de un sistema no
depende de sí, sino de otra cosa que lo trasciende. Cuando Nietzsche, que, por
su carácter mismo de pensador arbitrario y genial, fue un hombre condenado a
vivir a media luz, proclama que la rectitud de un juicio no basta para
otorgarle justificación, busca, sin saberlo, la raíz misma de que se nutre la
legitimidad de todas las verdades.
El saber filosófico,
debido a su carácter de sistema, logra la máxima legitimidad, y por su esencia
misma, está dotado de capacidad de convivencia frente al saber científico. Pero
la filosofía centra sus problemas en el orbe mismo, donde todas las cosas se
unifican y reciben el aliento primario que las hace objetos para nosotros. Es,
por ello, una disciplina imperial.
3
c) Ramiro Ledesma ante la religión; su muerte
Es importante
reconocer que la desconfianza de Ledesma ante “el patriotismo al calor de las
sacristías”, tiene un cierto matiz anticlerical. Hemos mencionado ya su
formación rigurosamente laica. Ramiro trata el tema en su ensayo La Iglesia
Católica y su interferencia con la Revolución Nacional, dentro de su Discurso
a las Juventudes de España. En él, Ramiro considera que “La Iglesia... fue
testigo del nacimiento mismo de España como ser histórico. Está ligada a las
horas culminantes de nuestro pasado nacional, y... unida de un modo profundo a
dimensiones españolas de calidad alta...
Parece
incuestionable que el catolicismo es la religión del pueblo español y que no
tiene otra. Atentar contra ella, contra su estricta significación espiritual y
religiosa, equivale a atentar contra una de las cosas que el pueblo tiene, y
ese atropello nunca puede ser defendido por quienes ocupen la vertiente
nacional.” Otra cosa es que la empresa de resurgimiento histórico a la que
apela Ramiro convoca tanto a creyentes como a increyentes, ambos en nombre de
su patriotismo. En nombre de una “Unidad Moral” que no existe hoy en la
democracia liberal, la revolución que Ledesma propugna puede imponer una
decisión coactiva sobre “incrédulos”, que la Iglesia ni puede ni debe ejercer.
La revolución de Ramiro es en lo temporal, ”como españoles, y la vida católica
es cosa a cumplir como hombres, para salvar el alma”. El citado ensayo acaba y
se resume con la frase; “el yugo y las saetas como emblema de lucha, sustituye
con ventaja a la cruz para presidir las jornadas de la revolución nacional.”
En todos los tópicos
y simplificaciones hay algo de verdad y algo falso. Para averiguarlo, hay una
receta permanente como método científico; ignorar lo que “sabe todo el mundo” y
acudir en primera instancia a las fuentes directas; la pluma del autor, y en
segundo, a los testimonios coetáneos más fiables.
Ramiro escribe en
dos entregas a La Gaceta Literaria, en setiembre y octubre de 1930, poco
antes de lanzarse al ruedo político, en detrimento de sus vocaciones filosófica
y literaria, un ensayo con el elocuente título El concepto católico de la
vida, en el que se ocupa de la relación entre filosofía y religión.
El ensayo comienza
comentando una obra de Zaragüeta sobre el cardenal Mercier, del mismo título.
La reforma intelectual que el primado de Bélgica representó merece a Ramiro la
mejor consideración, al tiempo que desprecia la otra línea de renovación del
pensamiento católico en ese tiempo, el modernismo. Niega la existencia de una
filosofía católica, en el sentido estricto del termino católico como religión
positiva, algo en lo que coincide Muñoz-Alonso. El falangista de Peñafiel se
consideraba católico y filósofo, no filósofo católico, aunque ambos admiten
“una concepción teológica del mundo”. En el segundo es tan expresa que titula
un ensayo De La Vocación Cristocéntica del Universo.
Considera Ramiro que
desde el XVII la Iglesia ha perdido la vanguardia del pensamiento, pero
denuncia un equívoco de gran calibre; “la Iglesia Católica no ha estado en
conflicto con el pensamiento, ni con la alta cultura, ni con la especulación
filosófica. No podía estarlo... es la religión positiva que ha producido más
pensamiento, que ha salvado determinadas crisis de la historia de la
continuidad de la alta cultura, y, por último , la que ha mostrado mayor y más
profundo entusiasmo por la filosofía.”
Para Ledesma,
durante mil años la historia de la filosofía está sostenida por la Iglesia.
Después de la secularización, detecta en las filosofías sistemáticas, en la
fenomenología, remite a un estudio ofrecido sobre Hartmann, una raíz escolástica.
El reconocimiento del valor básico de la Escolástica tomista lo comparte, por
ejemplo, el filósofo materialista actual Bueno.
En el segundo
artículo de “la Gaceta”, comentando el segundo tomo de Zaragüeta, repara en la
proyección católica sobre las corrientes vitales del siglo. “Así como en
nuestro primer artículo sosteníamos la imposibilidad de una filosofía católica,
ahora, frente a la
cuestión de si es
posible que unos pueblos orienten su actividad vital en pleno sentido católico,
ya no podemos... ni siquiera dudar”.
Considera que en el
XVIII y XIX, la Ciencia, en cuanto técnica, arrinconó al catolicismo bajo la
tiranía de la modernidad. Pero ve en sus años , junto con la crisis de la
concepción demoliberal del Estado, una intervención activa y vital de las
masas. Junto a los ejemplos revolucionarios de Italia y Rusia, anuncia “para la
Iglesia una nueva aurora... la humanidad actual, por sus gustos y preferencias,
se hace cada día más incompatible con el concepto católico, y que... irá
perdiendo su vigencia. Ello es, en efecto, una aparente verdad... La vena
íntima, impulsora, que nutre a la Iglesia Católica y alimenta su viaje de
siglos reconoce en su más primario origen los mismos tres o cuatro valores
centrales que informan el orbe vital, hoy victorioso... Y esto tratándose de un
deportista, de un obrero, de un político, de un intelectual... la Iglesia
católica, cuyo concepto de la vida, en el fondo, no se opone a las
organizaciones vitales a las que ellos tiendan... el Estado liberal, la indisciplina,
la moral burguesa, la economía individualista etc. “
Siguiendo con el
citado texto dentro del Discurso a las Juventudes...Ledesma considera a
la Iglesia triunfante “de ese crítico periodo moderno, que declaraba
incompatibles las metas de la libre inteligencia con la presión católica, las
razones para perpetuar el divorcio pierden validez... defiéndase o no la
divinidad de Jesucristo, es innegable la rotunda fecundidad de su doctrina...
la Iglesia es en extremo aficionada a los valores del intelecto, y ahí están
sus teólogos, que son en general magníficos y estupendos intelectuales.”
Pasemos ahora a los
últimos pasos vitales, los definitivos en materia de religión en lo personal,
de Ramiro. Son muchos los artículos y testimonios sobre su estancia en la
cárcel y su muerte. Las citas exactas las recoge Sánchez-Diana en su conocida
biografía, a ella remito.
Mientras planeaba
una rebelión o fuga desesperadas, Ledesma conversaba con su homónimo Maeztu;
“Hablaba incesantemente del resurgir en otra vida. El alavés le dejó la
colección de las Epístolas de S. Pablo. Estas disputas le servían de pretexto
para meterse en el campo teológico. La charla con el padre Villares... se fue
haciendo más íntima... en estas charlas fue perdiendo sus antiguas reservas
creándose una entrañable amistad con el sacerdote detenido. “Me decía que
teníamos que fundar una sociedad que se titularía Sociedad de San Pablo para la
armonía entre la ciencia y la fe.”
Un día quiso
confesarse, pues sentía en su espíritu la misma fe ingenua de cuando era niño
en su pueblo; Villares, ante su petición, le envió a José Ignacio Marín,
sacerdote joven, el cual le confesó. Dice, y en esto seguimos esa fuente, que
el día que le sacaron se colocó detrás de Marín y le pidió la absolución.”
Aunque se escapa al
tema, no me resisto a mencionar su muerte, impresionante, en una“saca” de 25-30
reos, con su amigo Maeztu, el 29 de octubre de 1936.
Digna de sus
estéticas de vida, su muerte también contrasta, en perfecto paralelismo, con la
de José Antonio, como el positivo y el negativo de una fotografía. Primo de
defiende jurídicamente con pulcritud, hace perfecto testamento y camina al
paredón con gallardía. Diana dice que para Ledesma “no hay proceso ni juicio
trágico. Ramiro no pidió perdón ni misericordia. No murió piadosamente, sino
combatiendo.”
Su muerte fue un
metafórico gesto en perfecta consonancia con el vitalismo de su pluma. La
leyenda le empareja al guerrillero “el Empecinado”, escogiendo el lugar y el
momento, arrojándose sobre el fusil del verdugo en un gesto de suprema
rebeldía.
4)
Conclusión
Hemos procurado
trazar una visión general de Ramiro Ledesma Ramos y su vertiginosa trayectoria
vital, que sintetiza, de un modo más radical que en otros ejemplos de la
historia, el arquetipo del tránsito «de la filosofía a la política» . Una
evolución que, si es discutible que fuese útil para la realidad política del
momento, supuso indudablemente una amputación de lo que una persona de sus
cualidades podría haber llegado a materializar.
Tal como ya
advertíamos en la introducción a este trabajo, el elenco de textos de Ledesma
que hemos manejado no es definitivo. Sabemos de la existencia de materiales
inéditos, y creemos que un trabajo más ambicioso pasa por agotar con
exhaustividad la totalidad de documentos disponibles, tanto inéditos
(custodiados sobre todo por herederos) como editados pero prácticamente
olvidados (calculamos en unos 35 los artículos de La Gaceta Literaria que
no han sido reeditados; se hace necesario rebuscar críticas y reseñas no
firmadas en las revistas que dirigió, a veces se le atribuyen en antologías
alguno de dudosa autoría, y faltan otros que tienen su sello personal).
Muchos reprocharán a
Ledesma su indudable vinculación con el fascismo, así como un cierto
apasionamiento con la filosofía que le hizo mostrarse irregular en algunos de
sus ensayos, entrevistas y recensiones, donde podemos encontrar desde la
asepsia cuasi indiferente al ardiente elogio en exceso retórico. El
temperamento y el momento nos marcan a todos decisivamente. La extrema juventud
de un hombre que publicó numerosos textos de interés filosófico entre los 22 a
los 26 años de edad, debe considerarse, aunque sólo sea para explicar la
carencia de un sistema totalizador y con pretensión de definitividad. Un
sistema que él hubiese deseado «imperial», tal y como calificó a su disciplina
preferida. Pero no se le puede arrebatar la condición de pensador, de filósofo
en todo el sentido, ni el mérito de su servicio a la filosofía española,
introduciendo, digiriendo, y divulgando ciencia y pensamiento de vanguardia
desde su eclosión, a veces a los pocos días, además cuando aún existían los
Pirineos.
Creemos que Ramiro
Ledesma Ramos, a quien Ortega definió como «un entendimiento» (nota 102),
merece un lugar significativo en la historia de la filosofía española, y
esperamos poder culminar nosotros mismos una tesis doctoral consagrada a su
figura.
Notas
al capítulo 2:
(1) La Filosofía,
disciplina imperial. (Notas para una fenomenología del conocimiento
filosófico) El Sol 22-IX-1931, y La Filosofía, disciplina imperial. Escritos
filosóficos, ob. cit., págs. 7-20. Nada que ver con el Imperio político.
Así, resulta retórica la frase de Juan Aparicio cuando al referirse al citado
libro habla de que "¿quién se acordaba entonces del Imperio, en aquella
época desastrosa?".
(2) Véase la
acertada acotación que del mismo se efectuó por Santiago Montero Díaz en su
ensayo «La evolución intelectual de Ramiro Ledesma», que antecede a la obra Escritos
filosóficos, Imprenta y Encuadernación de los Sobrinos de la Sucesora de M.
Minuesa de los Ríos, Madrid, 1941, págs. XXXIV-XXXVII.
(3) Anónimo se
publicó por Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, Madrid, 1941.
El texto citado se encuentra en la página 20. ¿Fue Emiliano Aguado? Es muy
probable. El incidente lo relata Southworth como producido entre Antonio Espina
y Ramiro Ledesma, y que éste, frente a la pistola de madera que enarbolaba
Espina, había puesto sobre la mesa una pistola auténtica. Añade que Ramiro
gritó: ¡Viva España! y ¡Viva Italia! Se apoya en Guillén Salaya y Giménez
Caballero, cfs. Herbert Rutledge Southworth: Antifalange. Estudio
crítico de "Falange en la guerra de España: la unificación y Hedilla"
de Maximiano García Venero, trad. de José Martínez, Ruedo Ibérico, París, 1967,
pág. 66. la cena era en honor de Giménez Caballero.
(4) En La
evolución intelectual de Ramiro Ledesma, ob. cit., página XXVIII.
(5) Transcrita
íntegra en Tomás Borrás, ob. cit., págs. 128-129.
(6) Una prueba;
Tomás Borrás, en ob. cit., pág. 306, dice: "Alguien ha dicho que el
yugo y las flechas constan en un libro de Giménez Caballero, Circuito Imperial.
No he podido hallar ese libro, no conozco la fecha de salida al mundo
político". Pues bien, la ficha bibliográfica del mismo sería: E. Giménez
Caballero, Circuito Imperial, colección Joven España, La Gaceta
Literaria, Madrid, 1929, 125 págs. En la portada se lee: Cuadernos de La
Gaceta Literaria —1—. E. Giménez Caballero. Circuito Imperial. La
dedicatoria, pág. 7, reza así: "A la memoria de Ramón de Basterra. Poeta,
diplómata (sic), vesánico: esencial y viajero". No aparece nada sobre el
yugo y las flechas.
(7) Cfs. Juan
Aparicio: Prólogo a La Conquista del Estado. Antología, Ediciones F.E.,
Barcelona, 1939, pág. IX. Naturalmente que Circuito Imperial no es la única
obra fascista de Gecé. .
(8) Prólogo, cit.,
pág. IX.
(9) El texto que se
editó es el citado Escritos filosóficos. Lo encabeza precisamente el
ensayo La filosofía, disciplina imperial. (Notas para una fenomenología del
conocimiento filosófico.) El plan de los citados Escritos filosóficos, donde
se agrupaban una parte de sus artículos de filosofía, sigue precisamente el que
había trazado Ramiro Ledesma para el que titularía como el artículo que lo
iniciaba, y que deforma levemente Juan Aparicio. El texto de este artículo se
publicó en El Sol, y en Escritos filosóficos se edita de acuerdo
con la revisión hallada en los papeles del autor. Pensaba éste revisarlos
todos, pero sólo lo hizo con el primero, en lo que se conoce. Quizá por ello,
en vez del título que había pensado Ramiro, Santiago Montero Díaz optó por
otro.
(10) Escritos
filosóficos, ob. cit., pág. 3.
(11) Escritos
filosóficos, ob. cit., págs. 4 y 5.
(12) Escritos
filosóficos, ob. cit., pág. 35.
(13) Escritos
filosóficos, ob, cit., pág. 95. Se puede ver un cierto paralelismo en
formación filosófica y jurídica con José Antonio; Agustín del Río Cisneros y
Enrique Pavón Pereyra: José Antonio, abogado, Ediciones del Movimiento,
2.a edición, Madrid, 1968.
(14) Ensayo de Román
Rosdolsky: «La signification du "Capital" pour la recherche marxiste
contemporaine», incluido en la obra colectiva En partant du
"Capital", Anthropos, París, 1968, pág. 253
(15) Creemos que no.
Sí comentó muchos aspectos de la filosofía alemana, entre otras cosas, porque
grandes filósofos fueron alemanes. Por ejemplo, entonces estaba bien reciente Sein
und Zeit, de Martin Heidegger, nada menos. Su maestro, Ortega, le traía
efluvios de la escuela neokantiana de Marburgo. Pero si hubiese repasado la
lista de sus ensayos, hubiera visto Payne que de esa exclusividad del
pensamiento alemán, nada: Ortega y Gasset, Gómez Izquierdo, Sanz del Río,
Descartes, Amor Ruibal, Mercier, Bertrand Russell, Vico, Unamuno, Gracián,
Meyerson, son los protagonistas de una serie de artículos publicados precisamente
en estas dos revistas, que se aportan en este trabajo. cfs. Stanley G. Payne:
Falange. Historia del fascismo español, trad. de Francisco Farreras,
Ediciones Ruedo Ibérico, París, 1965, págs. 10-11, y en lo referente a
Francisco Farreras, pág. IX.
(16) Ximénez de
Sandoval, F.: José Antonio. Biografía apasionada. Barcelona 1941
(17) Cfs. Obras
completas de Onésimo Redondo, edición cronológica, Dirección General de
Información. Publicaciones Españolas, Madrid, 1954, tomo I, pág. 415. La
Introducción es de Narciso García Sánchez, que las recopiló. Sin embargo, tiene
algunos errores graves. Una serie de textos que no son de Onésimo, sino de
Mariano Sebastián Herrador. (18) Tomás Borrás, ob. cit., pág. 36.
(19) Cfs. Herbert
Rutledge Southworth, Antifalange, obra citada, ilustración gráfica núm.
14. (20) Cfs. Circuito Imperial, ob. cit., pág. 49.
(21) Circuito
Imperial, ob. cit., pág. 55.
(22) Maximiano
García Venero. La Falange en la guerra de España: la Unificación y Hedilla,
Ruedo Ibérico, París, 1967, pág. 31.
(23) Maximiano
García Venero, Historia de la Unificación (Falange y Requeté en 1957),
Madrid, 1970, págs. 6-8.
(24) En las
elecciones de febrero de 1936, Giménez Caballero fue candidato en Madrid con
Gil Robles y restando votos, forzosamente, a la lista falangista. En su libro El
dinero y España, Afrodisio Aguado, Madrid, 1965, dice en la pág. 33:
"Don Juan March había entregado por mí —sin yo saberlo— una ingente suma
en las elecciones de 1936, a fin de que se me incluyera en la candidatura
anticomunista dirigida por un líder democristiano: Gil Robles." Giménez
Caballero, personalmente, me señaló que su inclusión en la candidatura
gilroblista había producido gran enfado en José Antonio ".
(25) Cfs. José M.a Areilza y Fernando M.a
Castiella, Reivindicaciones de España, Instituto de Estudios Políticos,
Madrid, 1941, página 3
(26) La Conquista
del estado. No1, 14-IV-1931
(27) Ramiro
Ledesma Ramos ¿un Nacional-bolchevique?. Juan A. Llopart Senet, ed.
Alternativa Europea, Barcelona 1996
(28) José Ortega y
Gasset, Vieja y nueva política, p. 70, Madrid 1963. (29) La Conquista
del Estado, no 3. 28-III-1931
Notas
al capítulo 3
(30) Salvador de
Brocá. Falange y filosofía, Unieurop, Tarragona 1976, citando a Ricardo
de la Cierva; Historia de la Guerra Civil Española, ed. San Martín,
Madrid 1968
(31) Stanley G.
Payne; Falange. Historia del fascismo español, Sarpe. Madrid 1985
(32) véase nota 15
(33) Emiliano
Aguado; Ramiro Ledesma en la Crisis de España, ed. Nacional. Madrid 1969
(34) J.G. Hegel; Filosofía de la Historia, Revista de Occidente. Madrid
1953 pp.45-46
(35) ibíd. p. 60
(36) R. Ledesma; se
adjunta Un libro francés sobre Hegel. También Escritos Filosóficos, ibíd.
p.90.
(37) ibíd. 36. Lo
mismo notas (40), (41) y (42)
(43) ibíd. p. 87
(44) Antología de La
Conquista del Estado pp. 4 y 5
(45) La filosofía
en España en un tiempo de silencio. El Basilisco, p. 60, no 20, enero-marzo
1996
(46) Jean Calvez, El
pensamiento de carlos Marx, ed. Taurus, Madrid 1960
(47) Discurso a
las juventudes de España p.289. Ed. Ariel, Barcelona 1968
(48) ibid. p. 311
(49) ibid. p. 307
(50) ibid. p.
312-313
(51) ibid. p.311
(52) La voluntad
de poderío, pp. 1256 y 1523 ,aforismos 209 y 747. O.C. Edaf, Madrid 1967
(53) El sello de la muerte, pp. 281-282, ed. Reus, Madrid 1924
(54) Escritos
filosóficos, pp 19 y 153, Madrid 1941
(55) Antología de
La Conquista del Estado. P.84
(56) Gonzalo
Sobejano, Nietszche en España, p. 659, ed. Gredos Madrid 1967
(57) ibid. Nota 56.
P.633
(58) La nueva
catolicidad. Teoría general sobre el fascismo en Europa: España. P. 127,
Madrid 1933
(59) Proemio a La
Decadencia de Occidente p. 12 Espasa-Calpe, Madrid 1966
(60) La Decadencia
de Occidente ibid. P. 11
(61) Años
decisivos pp. 34 y 36 Espasa-Calpe Madrid 1962
(62) La Decadencia
de Occidente ibid. vo. II p. 587-588
(63) La Decadencia
de Occidente ibid. vo. II p. 454
(64) Emile Bréhier, Historia
de la Filosofía, vol.II p.671 ed. Sudamericana, BB Aires
(65) cit. Por Elías
Díaz; La filosofía social del krausismo español, p.72. Estudio
preliminar a Textos escogido de Sanz del Río, p. 82
(66) E. Tierno
Galván: tradición y modernismo, p. 81, Tecnos, Madrid 1962
(67) ibid. Elías
Díaz, p. 243, nota 172
(68) O. C. De
Miguel de Unamuno, vol III, p. 259
(69) E. Tierno
Galván, Costa y el regeneracionismo p.6 y 10 ed Barna, Barcelona 1961
(70) Rafael Pérez de la Dehesa; El pensamiento de Costa y su influencia
sobre el 98, p. 214 Sociedad de Publicaciones, Madrid 1968
(71) E. Tierno
Galván. Op. cit. P.10
(72) p. 80
Espasa-Calpe, Madrid 1964
(73) El tema de
nuestro tiempo, p. 92
(74) La Rebelión de las masas p. 52,
Rev. De Occidente Madrid 1959. También España invertebrada, p. 95
(75) ibid. p. 114
(76) España
invertebrada pp. 32-33. En la Rebelión de las masas p. 235 ss
(77) ibid. p. 247
(78) ibid. p. 207
(79) España invertebrada
p.98
(80) ibid. p. 92
(81) El
Espectador vol. II, p. 24
(82) La
Rebelión... p.323
(83) Vieja y
Nueva política p. 22. Revista de Occidente, Madrid 1963
(84) ibid. P. 159
(85) Guillermo
Morón, Historia política de Ortega y Gasset p. 190 ed. Oasis México 1960 (86) Escritos
filosóficos p.5
(87) La redención
de las provincias p. 171, Alianza ed. Madrid 1967
(88) Discurso a
las Juventudes... p.331
(89) La
Rebelión... p.337
(90) Discurso a
las Juventudes... p.332
(91) ibid. p. 332
(92) ibid. p. 335
(93) ibid. p.
440-241
(94) ibid. p. 255
(95) ibid. p. 257
(96) ibid. p. 260
(97) ibid. pp.
263-264
(98) Ledesma, R.; ¿Fascismo
en España? P. 197 ed. Ariel Barcelona 1968
(99) Escritos
filosóficos pp. 61-77 y 79-83
(100) La
Conquista utilizó, mas comercial que escrupulosamente, a colaboradores
involuntarios, de los que reproducía textos si consentimiento, que van desde
Hitler a Unamuno. Enterado D. Miguel por el primer no, envía una carta a la
redacción marcando una respetuosa distancia, que he leído en un manual
monográfico y recopilatorio sobre Ramiro, mecanografiado y sin fecha, del
Departamento de Formación Política de la Delegación Nacional de Juventudes.
Esto no es óbice para que en el no 2 le dedique Ledesma un caluroso elogio,
donde por vez primera, que sepamos aparece la voz “falange”; “Aquí estamos,
frente a la realidad española, las falanges jóvenes de “La conquista
del Estado”.
(101) El Heraldo
de Madrid, recogido por Tomás Borrás; Ramiro Ledesma Ramos, ed.
Nacional Madrid 1971 pp. 128-129
(102) ibid. última
pág.
(103) publicado en
francés en el no 176, de julio-agosto de 1980. Cuadrado Costa, José, es autor
de “Ramiro Ledesma. Un Romanticismo de acero” ed. Barbarroja 2aed. Madrid 1998
5 )
Apéndices
5 A
) Bibliografía cronológica de Ramiro Ledesma Inéditos literarios
El joven suicida.
Cuento inédito, entre 1923 y 1925. 12 págs.
El fracaso de Eva.
Inédito, escrito en 1924.
La hora romántica.
Novela corta, inédita, escrita en 1924, 26 págs. El escepticismo y la vida.
Ensayo inédito, escrito en 1925, 10 págs.
Publicado
en forma de libro
El
sello de la muerte. Editorial Reus, Madrid,
1924, 299 págs.
El
Quijote y nuestro tiempo. (escrito en 1924). Vasallo
de Mumbert, Biblioteca literaria "Tomás Borrás", Madrid, 1971, 173
págs.
¡Hay
que hacer la revolución hispánica! (Carta al Comandante Franco), Folleto recopilatorio de textos publicados en La Conquista del Estado.
Ediciones de La Conquista del Estado, Madrid, junio de 1931, 80 págs.
Discurso
a las juventudes de España. Ediciones de La Conquista
del Estado, Madrid, 1935. 64 págs. 1938 (2a edición). Ediciones FE, Barcelona
1939 (3a edición). 1942 (4a edición). 1956 (5a edición). Edición conjunta con ¿Fascismo
en España? por editorial Ariel, Barcelona 1968, 335 págs. (6a edición).
Herederos de Ramiro Ledesma Ramos, Madrid, 1981, 214 págs. (7a edición)
¿Fascismo
en España? Ediciones de La Conquista del Estado, Madrid
1935, 226 págs. Publicado bajo el seudónimo de Roberto Lanzas.
Escritos
filosóficos. Imprenta de M. Minuesa de los Ríos, 1941, 180
págs. Aquí se publicó, por primera vez, el estudio de Santiago Montero Díaz. La
filosofía, disciplina imperial. Editorial Tecnos, S.A. Madrid, 1983, 131
págs. Reedición de los Escritos filosóficos.
Antologías
y reediciones
La
Conquista del Estado. Antología y Prólogo de Juan
Aparicio, Ediciones FE, Barcelona, 1939, 335 págs.
JONS.
Antología y Prólogo de Juan Aparicio. Ediciones FE,
Barcelona, 1939, 302 págs. Antología. Selección y Prólogo de Antonio
Macipe López, Ediciones FE, Breviario del Pensamiento español, Madrid, 1940, 287
págs.
La
Conquista del Estado. Edición facsímil. Edita
Círculo Doctrinal José Antonio, de Barcelona. Prólogo de J. Encuentra Morer.
Esplugas (Barcelona), 1974.
Ramiro Ledesma
Ramos. Escritos políticos, 1931. Edita Trinidad Ledesma Ramos, Madrid,
1986, 329 págs. Ilustrado. Recopilación de los artículos de Ramiro Ledesma
publicados en la revista La Conquista del Estado.
Ramiro Ledesma
Ramos. Escritos políticos, 1933-1934. Edita Trinidad Ledesma Ramos,
Madrid, 1985, 275 págs. Ilustrado. Recopilación de los artículos de Ramiro
Ledesma publicados en la revista JONS.
Ramiro Ledesma
Ramos. Escritos políticos, 1935 - 1936. Edita Trinidad Ledesma Ramos,
Madrid, 1988, 315 págs. Ilustrado. ¿Fascismo en España? y recopilación de los
artículos de Ledesma publicados en las revistas La Patria Libre y Nuestra
Revolución.
En
publicaciones periódicas
En Acción
Española:
«Ideas sobre el
Estado». No 24, 1 de marzo de 1933.
En Atlántico:
«Juventud e
Impresionismo». 5 de agosto de 1929.
En La Esfera:
«El lago Castañeda y
sus alrededores». 31 de enero de 1925.
En El Fascio:
«Movimiento español
J.O.N.S. (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista)». 16 de marzo de 1933.
En F.E.:
«El espíritu y la
decisión jonsista». 22 de febrero de 1934. «Discurso en Valladolid». 8 de marzo
de 1934.
En La Gaceta
Literaria:
1927
«Libros italianos:
Filosofía práctica, en sus aspectos económicos y ético, por el profesor B.
Croce». no 5, 1 de marzo.
«Necrología de un
suicida». no 9, 1 de mayo.
1928
«El matemático Rey
Pastor». no 30, 15 de marzo.
«Maurras y el
catolicismo». no 31, 1 de abril.
«Notas sobre
Hauptmann. Der Ketzer von Soana». no 33, 1 de mayo.
«Otto Braun: Aus
nachgelasseneu Schriften eins frühvollendeten». no 34, 15 de mayo. «Libros
americanos: José C. Antuña: Literae. (Ensayos). París, 1925». no 36, 15 de
junio. «El teatro. La tragedia de todos». no 37, 1 de julio.
«Joaquín Xirau:
Descartes y el idealismo subjetivista moderno». no 38, 15 de julio. «Postales
Americanas: Juan Marinello: Juventud y vejez». no 39, 1 de agosto.
«Tres libros de filosofía.
Eugenio D'ors: Las ideas y las formas. Francisco Vera: Espacio, Hiperespacio y
tiempo. Juan Vázquez de Mella: Filosofía de la Eucaristía». no 40, 15 de
agosto.
«Un griego: Joan
Estelrich». no 41, 1 de septiembre.
«Marcelino Domingo:
Libertad y Autoridad». no 42, 15 de septiembre.
«E. Gómez Baquero:
Nacionalismo e hispanismo.» no 42, 15 de septiembre.
«Cinema y Arte
Nuevo». no 43, 1 de octubre.
«Encuesta a los
escritores. ¿Desde su punto de vista literario, qué opinión tiene usted del
cinema». no 43, 1 de octubre.
«Maquiavelo:
Breviario de un hombre de Estado». no 44, 15 de octubre.
«Hans Driesch y las
teorías de Einstein». no 44, 15 de octubre.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. El profesor Carrasco y la filosofía de la Mecánica. El
matemático indio, S. Ramanujan. Rey Pastor y el sabio italiano Enriques» no 46,
15 de noviembre.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. Las lecciones de Cabrera sobre el átomo. Bergson, premio
Nóbel. Eugenio d'Ors y la estructuración de la Historia». no 47, 1 de
diciembre. «Controversia aplazada». no 48, 15 de diciembre.
1929
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. Un instituto de Sánz del Río. Un libro de análisis lógico».
no 49, 1 de enero.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. La Gestalttehorie. Sobre la matemática transfinita». no 50,
15 de enero.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. El profesor Butty. Una sociedad de Filosofía». no 52, 15 de
febrero.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. Andre Metz y la Geometría Euclidiana. De la nueva
psicología.» no 54, 15 de marzo.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. El pedagogo Cossio. Hertwig y el postdarwinismo.» no 55, 1
de abril.
«La Gaceta
Científica, Filosofía. El curso de Ortega. La actualidad de Cournot». no 56, 15
de abril.
«En alta voz.» no
58, 15 de mayo.
«Actualidad.
Filosofía, Ciencia. Unas reflexiones sobre Kant. Lógica y matemática». no 61, 1
de julio.
«Tres libros: tres
perfiles. Giménez Caballero y su Hércules. Benjamín Jarnés: Plenitud. Antonio
Espina: la novela pura.» no 63, 1 de agosto.
«El curso
universitario». no 68, 15 de octubre.
«Las asociaciones de
estudiantes». no 69, 1 de noviembre.
«La última incognita
de Max Scheler». no 70, 15 de noviembre.
«Francisco Vera:
Evolución del concepto de número». no 72, 15 de diciembre.
«Filosofía, Ciencia.
La fenomenología en España. En la Academia de las Ciencias». no 72, 15 de
diciembre.
1930
«Tres juicios de
jóvenes sobre Andrenio». no 73, 1 de enero.
«V. García Martí: El
sentimieto de lo Eterno». no 74, 15 de enero.
«Notas sobre
Heidegger. ¿Qué es metafísica? (I)». no 75, 1 de febrero.
«Nota: Contraréplica
breve». no 75, 1 de febrero.
«Notas sobre
Heidegger. ¿Qué es metafísica? (II)». no 76, 15 de febrero.
«Filosofía. El
filósofo Gómez Izquierdo». no 77, 1 de marzo.
«Unamuno y la
filosofía». no 78, 15 de marzo.
«Notas sobre
Heidegger. ¿Qué es metafísica? (III).» no 79, 1 de abril.
«Carmona Nenclares:
El pensamiento de Ortega y Gasset». no 80, 15 de abril. «Entrevista: Opiniones
de los que fueron a Barcelona» no 80, 15 de abril.
«Breve diálogo con
Keyserling». no 84, 15 de junio.
«Una encuesta
sensacional. ¿Qué es la vanguardia?» no 85, 1 de julio.
«Plotino: Las
Enneadas». no 85, 1 de julio.
«Walther Pabst:
Góngoras Schöpfung (Universo de Góngora)». no 90, 15 de septiembre. «El
concepto católico de la vida (I)» no 90, 15 de septiembre.
«Vigencia de Vico.»
no 91, 1 de octubre.
«El concepto
católico de la vida (II).» no 92, 15 de octubre.
«Paul Barth: Los
estoicos.» no 94, 15 de noviembre.
«Filosofía: El
filósofo Amor Ruibal.» no 95, 1 de diciembre.
1931
«Filosofía 1930.» no
97, 1 de enero.
«Sören Kierkegaard:
El concepto de la angustia.» no 98, 15 de enero.
En Hélix:
«La
"Gestalttheorie"». Villafranca del Penedés, diciembre de 1929.
En Heraldo de
Aragón:
«Gracián y
Schopenhauer.» 1 de enero de 1930.
En Heraldo de
Madrid:
1931
«Las migajas
politicoliterarias del banquete a Giménez Caballero» (Carta al Director). 21 de
enero
1935
«Los dirigentes de
las J.O.N.S deciden abandonar la disciplina de Falange Española.» (Nota firmada
por: Ramiro Ledesma Ramos, Nicasio Alvarez de Sotomayor y Onesimo Redondo. 14
de enero de 1935. Entrevista realizada a Ramiro Ledesma, con motivo de la
ruptura de las JONS con FE. 18 de enero de 1935.
En Informaciones:
1931
«Carta al Director».
25 de noviembre.
1933
«Precisiones. Adolfo
Hitler, canciller.» 10 de febrero.
«Lo nuevo. Lo social.
Lo nacional. Los tres tópico de Azaña.» 16 de febrero. «Precisiones. Burguesía
liberal y marxismo.» 2 de abril.
«Urgencias. La
estrategia política.» 6 de julio.
1935
«Tal como vienen.
Las divergencias en FE. Una carta del señor Ledesma Ramos.» 21 de enero.
En La Nación:
«El
Nacionalsindicalismo.» 13 de enero de 1933.
En Nuevo Mundo:
«El vacío (cuento
metafísico)». Con ilustraciones de Varela de Seijas. 18 de julio de 1924. En Revista
de Occidente:
1929
«Bertrand Russell.
Análisis de la materia.» no 71, mayo, págs 269 - 273. «Un libro francés sobre
Hegel.» no 72, junio, págs 388 - 392.
«El causalismo de
Meyerson.» no 75, septiembre, págs 368 - 374.
1930
«De Rickert a la
fenomenología.» no 82, abril, págs 123 - 130.
«Las sensaciones
táctiles.» no 84, junio, págs 400 - 405.
«Keyserling y el
sentido.» no 85, julio, págs 113 - 115.
«Esquemas de Nicolai
Hartmann.» no 89, noviembre, págs 252 - 261.
«Sobre la filosofía
del Renacimiento.» no 90, diciembre, págs 361- 365.
«Introducción a la
Filosofía matemática,» de Walther Brand y Marie Deutschbein. Traducción.
En El Sol:
«La filosofía
disciplina imperial (Notas para una fenomenología del conocimiento
filosófico)». 22 de
septiembre de 1931.
5
b) Bibliografía sobre Ramiro Ledesma
Abellán, José Luis. Historia
Crítica del Pensamiento español. Tomo V (III). La crisis contemporánea.
III. (Págs. 269 y 387 a 389.) Espasa-Calpe, S.A., Madrid 1991.
Aguado, Emiliano. Ramiro
Ledesma en la crisis de España. Editora Nacional, Madrid 1942, 122 págs.
Areilza, José Ma de.
Así los he visto. (Semblanza dedicada a Ramiro Ledesma Ramos, págs. 71 a
80). Editorial Planeta, Barcelona, 1975, 318 págs.
Borrás, Tomás, Ramiro
Ledesma, Editora Nacional, Madrid, 1971, 791 págs.
Cuadrado Costa,
José. Ramiro Ledesma Ramos. Un romanticismo de acero. Editorial
Barbarroja, Madrid, 1990, 113 págs. Segunda Edición, Madrid, 1998.
Fernández de la
Mora, Gonzalo. Pensamiento español 1968. (El Fascismo, págs. 215 - 223),
Editorial Rialp, Madrid, 1969.
Jerez Riesco, José
Luis. La Falange partido Fascista. (Ramiro Ledesma Ramos y el fascismo,
págs. 83 a 101). Ed. Baus, Barcelona, 1977, 121 págs.
Jerez Riesco, José
Luis. Ramiro Ledesma Ramos, rivoluzonario mistico. Iniziazione sulla
filosofia, il pensiero e l'azione del promotore della rivoluzione spagnola.
La Pleiadi- Sentinella d' Italia, Monfalcone, 1984, 104 págs.
Martinell Gifre,
Francisco. La política con alas. José Antonio, Ramiro y Onésimo desde una
perspectiva actual. Ediciones del Movimiento, Madrid, 1974, 198 págs.
Montero Díaz,
Santiago, Ramiro Ledesma Ramos. Estudio-prólogo publicado por primera
vez en el libro "Escritos filosóficos". Imprenta M. Minuesa de los
Ríos, Madrid 1941. Moreno Hernández, Miguel. El Nacionalsindicalismo de
Ramiro Ledesma Ramos. Delegación Nac. de Org. del Movimiento, Madrid 1963,
143 págs.
Quintanilla, R. S. y
Llopart, Juan Antonio. Ramiro Ledesma Ramos, ¿un nacional- bolchevique? .
Alternativa Europea, Barcelona, 1996, 49 págs.
Salas Pombo, Diego. Los
precursores (Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo y Julio Ruiz de Alda). Editorial
AHR, Barcelona.
Sánchez Diana, José
María. Ramiro Ledesma Ramos, biografía política. Editora Nacional,
Madrid, 1975, 352 págs.
Server, Gabriel. Ramiro
Ledesma Ramos, 1905-1936, Itinéraire d'un nationaliste révolutionnaire
espagnol. Mémoire de maîtrise d'histoire contemporaine, Université de Nice-
Sophia Antipolis, Nice, Junio 1998, 186 págs.
Viriato. Ademán. Ramiro
Ledesma. Colección "Cuadernos de Formación" no 6, Sevilla, mayo
1989, 14 págs.
Ramiro
Ledesma, fundador de las J.O.N.S. Ediciones de la
Vicesecretaría de Educación Popular, Madrid, 1941, 116 págs.
Ramiro
Ledesma Ramos, en el XXIX Aniversario de la fundación de La Conquista del
Estado (14-3-31-14-3-60). Delegación Nacional de
Juventudes, Departamente Nac. de Formación Política, Madrid, 1960.
Ramiro
Ledesma Ramos, en el XXV Aniversario de su muerte: guión para medios
audiovisuales. Delegación Nacional de Juventudes,
Departamento de Formación, Madrid, 1961.
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