La conciencia en Vicktor E. Frankl.
por Regino Chiquirrín Aguilar
I. El binomio responsabilidad - conciencia
Títulos y siglas[i]
La conciencia es una realidad del ser humano que está en relación
esencial con la responsabilidad. Por
eso hemos de exponer primero lo que nuestro autor dice sobre la responsabilidad.
El ser responsable, la responsabilidad, es uno de los tres
existenciales que, no sólo caracterizan, sino constituyen la existencia humana en
cuanto humana: espiritualidad, libertad y responsabilidad[ii]. Es el rasgo esencial del
Dasein humano. El ser humano es Da-sein; está concretamente “aquí y ahora” y no está simplemente
como un cosa (Vorhanden sein). La
mesa que está delante de mí está y seguirá estando como está, a no ser que
alguien la haga cambiar; pero la persona que está sentada a esa mesa frente a
mí decide por sí mismo lo que será en el momento siguiente, lo que ha de decir
u ocultar.
Este modo de ser del hombre lo designa la filosofía contemporánea con
la palabra existencia (Existenz). Por
eso dirá Frankl que “el fundamento esencial de la existencia humana es la responsabilidad”[iii].
Para Frankl “Ek-sistir significa
salir de sí y enfrentarse consigo mismo, con lo cual el hombre sale del plano
de lo corpóreo-anímico y llega a través del espacio de lo espiritual a sí mismo. Ek-sistencia
acontece en el espíritu y el hombre se enfrenta consigo mismo siempre que él,
en cuanto existencia espiritual, se está enfrentando consigo mismo en cuanto
organismo psicofísico”[iv]. Por eso se puede decir
que “El hombre es un ser ex – céntrico”[v].
Esta responsabilidad del Dasein es siempre una responsabilidad ad personam et ad situationem, “en el
aquí ahora”, en la concreción de esta persona y esta situación en la que se
encuentra en cada caso.
Lo que caracteriza la existencia del hombre es la multiplicidad de
posibilidades distintas, de las que sólo realiza una en cada caso. El hombre no se sustrae en ningún momento de
su vida a la forzosidad de optar entre diversas posibilidades. Por eso, como
dice Jaspers, es un ser que decide cada
vez lo que es: un “ser-que-decide”[vi].
La responsabilidad supone necesariamente:
1) Un de qué es uno responsable: de la
realización de un mundo objetivo del sentido
y los valores, del logos (lo
espiritual objetivo).
2) Un ante qué se es
responsable, porque mientras no tengamos en consideración el ante qué es responsable el hombre, sólo
podremos hablar – aun desde el punto de jurídico – de que algo le es imputable
al hombre, no de que el hombre sea responsable de ello.
Ahora bien, para que alguien sea responsable
no sólo tiene que serlo de algo, sino también ante algo. Este algo es la conciencia.
El análisis existencial estima que la conciencia no es una instancia
subjetiva, emanada del sujeto, en
último término autocreada (el Superego,
término acuñado por Freud), sino una instancia objetiva, más aún, absoluta.
Pues, ¿puede el hombre ser responsable ante “algo” (su conciencia), en último
término ante sí mismo? ¿La responsabilidad
no es en realidad sólo concebible
ante “Alguien”, con mayúscula? “Ese ser personal, que en su esencia transciende
al hombre y que tiene que ser, por lo tanto, de naturaleza superior al hombre,
es lo que desde muy antiguamente venimos llamando Dios”[vii].
Por tanto, la conciencia no es la última instancia ante la que somos
responsables sino la penúltima. Así el
planteamiento ético del “ante qué” de la responsabilidad humana se convierte en
religioso. Quien actúa en la vida con esta convicción, siente – es la sabiduría
del corazón -, aunque no lo vea, la presencia del gran Testigo, del testigo
invisible del que se dice en el salmo 8, 12: “Estaba oculto en las tinieblas”[viii].
II. Análisis existencial de la conciencia
¿Qué es el análisis existencial?
El análisis existencial es el concepto de hombre correlativo a la
logoterapia de V. Frankl, esto es, la antropología que proporciona un sustento teórico a la logoterapia[ix].
La logoterapia y el análisis existencial son las dos caras de una misma
teoría. Es decir, la logoterapia es un modelo de tratamiento psicoterapéutico,
mientras que el análisis existencial representa una orientación antropológica
de investigación[x].
El análisis existencial trata de concienciación, esto es, tomar
conciencia, ser consciente (a esto se refiere el término “análisis”) de la libertad y de la responsabilidad
como fundamento de la existencia humana[xi].
Para Frankl, la responsabilidad es siempre responsabilidad ante un
sentido, cerrándose así el arco que va desde el análisis existencial hasta la
logoterapia[xii].
Pues si no existiera el sentido, en rigor, si no existiera un sentido último,
tampoco existiría la responsabilidad. Frankl contrapone el objetivo de la
logoterapia al objetivo del psicoanálisis de Sigmund Freud. Mientras que en
éste se trata de concienciar la impulsividad inconsciente, en la logoterapia y
en el análisis existencial lo que importa es la concienciación de lo espiritual.
El traductor del libro de Längle usa
el término concientización que la RAE aconseja sustituir por concienciar, esto es, hacer que alguien
sea consciente de algo, que lo conozca y sepa de su alcance. No sé cuál es el
término que usa Längle, pero me inclino a creer que es bewusstmachen, que significa hacer
consciente. (Ver nota 15).
Lo espiritual en el hombre se evidencia en la toma de conciencia de la propia responsabilidad
y en la capacidad para encontrar un sentido[xiii].
Visión que tiene el análisis existencial de estas dos preguntas:
1ª ¿Qué es el hombre desde el punto de vista existencial?
Responde: Ser hombre es
ser-cuestionado.
2ª ¿Qué es vivir para la concepción existencial?
Responde: Vivir es dar una
respuesta[xiv].
El objetivo al que aspira Frankl con el análisis existencial es
capacitar a los pacientes para alcanzar una existencia autorresponsable y
autoconfigurada, libre para el descubrimiento de sentido de cada situación. Por
eso es un método de autoconocimiento y desarrollo personal orientado a la
maduración personal con énfasis en la responsabilidad y sentido de la vida.
Análisis existencial de la conciencia
La conciencia pertenece incondicionalmente al ser humano como “ser que
decide”, de acuerdo con lo dicho sobre el ser responsable. Ahora bien, las
auténticas decisiones del hombre son siempre enteramente irreflejas y por ello
también inconscientes. En su origen la conciencia se halla inmersa en el inconsciente;
es irracional (irrational), alógica,
o mejor aún, prelógica.
Igual que existe una inteligencia prelógica previa a la comprensión
científica del ser, hay también una inteligencia premoral de los valores,
previa a toda moral explícita: precisamente la conciencia[xv]. La conciencia es
irracional, nunca totalmente racionalizable. La conciencia sólo es capaz de
descubrirse a una racionalización secundaria; todo “examen de conciencia” se
hace después de haber actuado, y el mismo fallo de la conciencia es en última
instancia inescrutable.
¿Por qué el modo de actuar la conciencia es esencialmente intuitivo,
irracional y, consiguientemente, nunca del todo racionalizable? Por dos
razones:
1ª) La conciencia trata con meras posibilidades y no con realidades.
“A la consciencia (Bewusstsein)
se descubre un ser que es (Seiendes);
a la conciencia ética (Gewissen), en
cambio, no un ser que es, sino un ser que todavía no es, pero que debe ser (Sein-sollendes), Este ser que debe ser
no es, por consiguiente, nada real…sino meramente posible…”[xvi].
Es algo que está por hacerse real, y para hacerse real tiene que ser de
alguna manera anticipado espiritualmente. Esta anticipación espiritual se da en
lo que se llama “intuición”.
La anticipación espiritual ocurre en un acto de “visión”. Así la
conciencia se revela como una función esencialmente intuitiva. Para anticipar
lo que ha de realizarse, la conciencia debe primero intuirlo, y en este sentido
la conciencia es de hecho irracional y sólo en segundo término racionalizable.
Un caso análogo es el amor: el amor es irracional y, por ende,
intuitivo. También el amor intuye, pero no un ser que debe ser, como la
conciencia, sino un ser que puede ser (Sein-könnendes).
El amor descubre posibilidades de valor en el tú amado, anticipa en su visión
espiritual lo que la persona puede encerrar en sí misma en cuanto a
posibilidades personales aún no realizadas. Por eso, no es cierto que el amor
sea ciego (así se le ha representado desde antiguo), sino que, por el contrario,
es más clarividente que la razón. Frankl lo compara a un zahorí que, donde los
demás no ven nada más que un terreno árido, descubre venas subterráneas de
agua.
Es muy interesante el paralelismo que establece Frankl entre el amor y
la conciencia. La decisión de la conciencia se orienta a una posibilidad total
y absolutamente individual, descubre “lo uno necesario”. El amor descubre lo
único posible, es decir, las posibilidades que únicamente la persona amada
puede realizar. Por esto el amor tiene una importante función cognoscitiva: es
el único que está en condiciones de contemplar a una persona en su
singularidad, de verla como el individuo absoluto que ella es.
De la misma manera que se ha hablado de una decisión de la conciencia,
hay admitir también una “decisión del amor”. En el amor un yo se decide por un
tú (un amigo, una compañera para toda la vida, etc.). Mientras un yo sea
impulsado a un tú por un ello (la
impulsividad) no es posible hablar de amor. “No sólo en poesía, sino también en
psicología es improcedente la rima de amor (Liebe)
con impulso (Triebe)”[xvii].
2ª) La conciencia, igual que el amor, sólo tiene que ver con el ser
absolutamente individual. Misión de la conciencia es descubrir al hombre “lo
uno necesario”. Este uno es en cada caso único. Se trata de esa única y
exclusiva posibilidad de una persona
concreta en una situación concreta, posibilidad que de alguna manera trató de
designar M. Scheler con el concepto “valores de situación” (Situationswerte). Es un “deber ser”
individual que no puede ser abarcado por ninguna ley general, que en ningún
caso es cognoscible racionalmente sino sólo intuitivamente. Y esta operación
intuitiva la ejecuta precisamente la conciencia[xviii].
En la vida no se trata de “dar” un sentido, sino de encontrarlo, de
descubrirlo. En su búsqueda y descubrimiento la guía al hombre la conciencia.
La conciencia es “órgano que percibe el sentido”[xix], “la capacidad de rastrear
el sentido único y singular oculto en cada situación”[xx], “la capacidad de
percibir formas de sentido en situaciones concretas de la vida[xxi].
¿Es la conciencia un instinto ético, en contraposición a la “razón
práctica”, semejante a lo que ordinariamente llamamos instinto vital de los
animales? No, porque el instinto de los animales actúa en a favor del bien
general, esto es, de la colectividad, y descuida lo individual. Hecha esta
precisión, se puede llamar a la conciencia instinto ético, pero que no tiende a
lo universal sino, siempre y solamente, a lo individual, a lo concreto.
El hombre es algunas veces inducido a error por su razón ética (ethische Vernunft), y sólo su instinto ético, o sea, la conciencia, es
capaz de hacerle ver ese “uno necesario”, que no es algo universal, “pues sólo
la conciencia puede sintonizar la ley ´eterna`, entendida en general como ´ley moral`, con la
respectiva situación concreta de una persona concreta. La conciencia incluye
siempre el “ahí” (da) concreto de mi
“ser” (Seins) personal”[xxii].
Por supuesto, en todas las explicaciones que preceden, bien entendidas,
nada debe interpretarse como dicho con la “ley moral”. Todas ellas contribuyen
más bien a exaltar la conciencia.
Pero no sólo lo ético y lo erótico tienen su raíz en una profundidad
intuitiva del inconsciente espiritual, sino también lo estético. Hay un
inconsciente estético: la conciencia estética.
Volviendo al tema que nos ocupa – la conciencia -, hay que añadir una
precisión de suma importancia: que la conciencia no es infalible, pues
participa de la condición humana y está marcada por su sello: la finitud. Puede
equivocarse en la interpretación del
sentido de una situación concreta; pero el hombre debe aceptar ese riesgo y
reconocer su carácter humano, finito, y así tiene que decidirse simplemente
“según su mejor saber y conciencia”[xxiii].
Vivimos en una época de creciente difusión del sentimiento de vacío
existencial. La educación ha de tender, no sólo a transmitir conocimientos,
sino a afinar la conciencia, de modo que el hombre preste atento oído para
percibir el requerimiento inherente a cada situación.
“En unos tiempos en que los diez mandamientos han perdido, al parecer,
vigencia para tantas personas, el hombre tiene que estar capacitado para
percibir los diez mil mandamientos encerrados en diez mil situaciones con las que
le confronta la vida”[xxiv].
“La conciencia también puede extraviar al hombre. Más aún, hasta el
último instante, hasta el postrer aliento, el hombre no sabe si ha cumplido
realmente el sentido de su vida o si más bien sólo ha creído haberlo cumplido: ignoramus et ignorabimus”[xxv].
Pero, aunque el hombre viva en la incertidumbre respecto de la pregunta
de si ha comprendido el sentido de su vida, esta incertidumbre no le exime del
riesgo de obedecer a su conciencia o, al menos, de pararse a escuchar su voz.
El hecho de que nuestra conciencia seda falible exige por nuestra parte
una actitud de humildad. Si la
conciencia nuestra puede ser víctima de un engaño, es la conciencia de los
otros la que puede estar en lo cierto. Esto, sin embargo, no quiere decir que
no exista ninguna verdad. Sólo puede haber una verdad, pero nadie puede saber
si él y no otro es el que la posee.
Humildad significa tolerancia.
Pero tolerancia no quiere decir indiferencia. En efecto, respetar la fe de los
que opinan de otra manera no significa identificarse con ella.
Después de todo lo dicho, hay que afirmar que “sólo puede ser absoluto,
a la hora de obrar, lo que nos dicta la conciencia”[xxvi].
III. La transcendencia de la conciencia
El propósito de Frankl es demostrar que los resultados psicológicos del
análisis existencial corresponden también a sus expectativas ontológicas y que,
por lo mismo, el análisis existencial de la conciencia debe desembocar, si lo
llevamos, hasta sus últimas consecuencias, en lo que él designa como transcendencia de la conciencia.
Parte de estos hechos:
Toda libertad tiene un de qué y un para
qué. Así, el hombre es libre de
ser impulsado – es libre frente al ello –
para ser responsable. Este doble
aspecto de la libertad lo expresa Maria von Ebner-Eschenbach de modo
imperativo: “Sé dueño de tu voluntad y siervo de tu conciencia”[xxvii].
Soy dueño de mi voluntad por el mero hecho de ser hombre, pero con tal
de entender debidamente este mi ser hombre, de comprenderlo precisamente como
ser libre y todo mi Dasein como pleno
ser responsable.
Siervo de mi conciencia…La conciencia debe ser algo distinto, más que
yo mismo; tiene que ser algo más alto que el hombre, ya que éste escucha la voz
de su conciencia. La conciencia debe ser algo extrahumano. “Sólo puedo ser
siervo de mi conciencia si la entiendo como un fenómeno que trasciende a mi
mero ser hombre, y, por tanto, me entiendo a mí mismo, mi existencia, a partir
de la transcendencia[xxviii].
La conciencia remite a la
transcendencia. En efecto, si
mi conciencia es algo más que mi propio yo, si es portavoz de alguien distinto,
el intercambio con la conciencia es un diálogo, no un monólogo. Por lo tanto,
¿no es un error hablar de la voz de la
conciencia? Según lo que se ha dicho, la conciencia no puede tener voz, ya
que ella misma “es” voz, voz de la transcendencia. Esta voz la escucha el
hombre, pero no procede de él.
A esta luz, la expresión
“persona” cobra un nuevo significado: en la conciencia de la persona per-sonat una instancia sobrehumana.
¿Qué instancia es ésta? Al menos ha de ser forzosamente de carácter personal.
Ahora bien, de esta conclusión ontológica se puede también deducir lo que se
llama el carácter de imagen viva de la persona humana; esto es, que la persona
humana es imagen viva de esa instancia sobrehumana de carácter personal.
La conciencia como hecho inmanente-psicológico nos remite, pues, por sí
misma, a la transcendencia. Del mismo modo que el ombligo del hombre por sí
mismo no tiene sentido, sino que remite
a su procedencia del organismo materno, así la conciencia sólo puede entenderse
en su sentido pleno cuando la concebimos en referencia a un origen
transcendente.
“El hecho psicológico de la conciencia es, pues, sólo el aspecto
inmanente de un fenómeno transcendental, la pieza que penetra como una cuña en
la inmanencia psicológica. La conciencia es sólo el lado inmanente de un todo
transcendental”[xxix].
Por tanto, la conciencia no puede nunca proyectarse sin violencia desde el
ámbito de lo espiritual al plano de lo anímico (psíquico, en terminología de
Frankl), como tratan de hacerlo todas las “explicaciones psicologísticas”[xxx].
La diferencia entre el hombre religioso y el que no lo es estriba en
que el hombre irreligioso ignora esta transcendencia de la conciencia. También
él tiene responsabilidad y conciencia, pero no pregunta por ante qué de su responsabilidad, ni por
el de dónde de su conciencia.
Mas esto no debe extrañarnos, pues el profeta Samuel, siendo todavía un
adolescente (I Sam 3, 2-9), ignora el origen transcendente de la llamada que
recibe, ¿cómo podrá un hombre ordinario reconocer sin más el carácter
transcendente de esa voz que oye proveniente de su conciencia? ¿Y cómo habrá de
extrañarnos que la voz que habla en su conciencia la tenga habitualmente por
algo que está fundado exclusivamente en sí mismo?
El hombre no religioso toma su conciencia en la facticidad psicológica
de ésta, se detiene en lo mero inmanente. Pero la conciencia no es la última instancia
ante la que somos responsables, sino la penúltima. La última no es “algo” sino
“Alguien”; posee una estructura personal, la más personal que imaginarse pueda,
pues consciente o inconscientemente, por detrás de la
conciencia está Dios, bien que de un modo invisible, un testigo, un espectador
invisible[xxxi].
El hombre religioso se atreve a internarse en la niebla que oculta la
verdadera cima; el hombre irreligioso no se atreve. Se trata de una decisión,
positiva en el primer caso, negativa en el segundo. La libertad de de tal
decisión, libertad hasta el “no”, va tan lejos que la criatura puede decidirse
aun en contra de su propio Creador. Puede incluso negar a Dios. Así, el
planteamiento ético del ante qué de
la responsabilidad humana se convierte en religioso.
La conciencia brota de la transcendencia
La conciencia, no solamente nos remite a la transcendencia sino que
brota también dentro de la misma transcendencia. Para resolver el problema del
origen de la conciencia no existe ningún camino psicológico o psicogenético,
sino únicamente ontológico.
El psicoanálisis ha intentado explicar la conciencia por la
impulsividad, y así la ha llamado “Superego”.
El “Superego” sería la instancia que determina al yo a hacer o dejar de hacer
algo, sería el conjunto de imperativos introyectados en el yo por influjo de la
imagen paterna.
Esta teoría, típicamente reducccionista, considera el fenómeno de la
conciencia como el mero resultado de un proceso condicionado. Algo así se
observa en un perro que, como resultado de un aprendizaje, “sabe” cuándo su
conducta es aceptable ante sus amos y cuándo no. En el segundo caso, por ejemplo si se orina
en la alfombra, manifestará una especie de angustia expectante, expectativa
angustiosa del castigo.
Pero la conciencia no tiene nada que ver con semejantes angustias.
Mientras el temor, la esperanza en la recompensa o el deseo de complacer al “Superego” determinan la conducta humana,
no se trata ya de verdadera conciencia[xxxii]. La conciencia no es
un Superego que nos impulse en el
sentido de un instinto. Si fuera así, mi comportamiento no sería moral siempre
que yo obrara movido sólo por el deseo de verme libre del aguijón de un Superego remordedor como la conciencia.
“Porque mi comportamiento no es moral cuando obro impulsado por el
deseo de librarme de la mala conciencia que me oprime; ni soy bueno cuando hago
u omito algo por el deseo de tener buena conciencia – entonces sería un vulgar
fariseo – sino que soy bueno en una cosa cuando lo soy por el deseo de la misma
cosa buena, por amor a otra persona o por complacer a Dios, que en definitiva
es quien está detrás de la conciencia[xxxiii].
La conciencia se orienta hacia el sentido de cada situación y el
superyó hacia las leyes establecidas y transmitidas[xxxiv].
Generalmente el superyó coincide con la voz de la conciencia, por ej.
el robo es rechazado por ambos. Pero hay situaciones en que la conciencia
personal de alguien podría apoyar el robo como algo “lleno de sentido”, por ej.
para salvar a un hijo de morir de inanición[xxxv].
Un ejemplo:
El superyó se puede comparar a una norma de circulación interiorizada.
Pero si la calle está totalmente vacía, la conciencia personal no tiene ningún
inconveniente en pasar también en rojo.
Pero si es una persona mayor y con problemas de visión la que tuviera que cruzar la calle,
la conciencia le aconsejaría no acelerarse incluso con luz verde.
Según Frankl (no da ninguna cita concreta) la ruptura de la tradición
en la historia de la humanidad a menudo se atribuye a un creciente abismo entre el superyó y la conciencia (moral) de un
gran número de personas. Así sucedió con la abolición de la esclavitud.
Ahora muchos se preguntan si no tendría más sentido dejar a la patria
indefensa en lugar de armarse, teniendo en cuenta la inseguridad y la mortalidad indiscriminada
y sin fronteras de las armas modernas[xxxvi].
Podríamos preguntarnos: ¿No está pasando lo mismo con la pena capital,
que durante siglos se ha aplicado en todas las naciones del mundo y que ahora
está puesta en cuestión, de manera que se ha suprimido de muchas legislaciones,
que “chirría” el que aún se aplique en naciones, alguna claramente democrática,
como EEUU de América?
La aplicación de la pena capital responde, en el mejor de los casos, a
la ley del talión. ¿No será que la conciencia de la humanidad va entendiendo
que la del talión no es una ley “humana”?
Por otra parte, hay que decir que la identificación de la conciencia y
el Superego no es ya aceptada por psicoanálisis verdaderamente
moderno[xxxvii].
La autora citada, hablando como psicoterapeuta dice:
Igual que en una brújula, la aguja es el indicador que señala el norte,
la conciencia es el instrumento indicador que apunta a una tarea concreta; es
el órgano espiritual de la persona, capaz de percibir la llamada destinada a
ella[xxxviii].
Hay muchas enfermedades mentales únicamente debidas a una “falta de
sintonía” con la propia conciencia, esto es, de actuar contra la propia
conciencia, ir hacia el “sur” cuando la conciencia apunta el “norte”.
Otras interpretaciones que se han dado sobre la conciencia:
¿Es la conciencia un “imperativo categórico” autónomo? No, porque el
imperativo de la conciencia recibe su legitimación de la transcendencia, no de
la inmanencia; su carácter categórico coincide con esta transcendencia. En
efecto, el yo es responsable, pero no ante sí mismo. De igual modo que la
pregunta precede a la respuesta, el ante
qué de toda responsabilidad precede a la responsabilidad misma.
Por tanto, la conciencia no es una instancia subjetiva, emanada del
sujeto, en último término autocreada. Esta instancia no puede ser concebida
sino como una instancia objetiva, por no decir absoluta. Solamente ante tal
instancia se da la responsabilidad[xxxix].
Ningún yo ideal podría actuar eficazmente si procediera
simplemente de mí mismo, si sólo fuese
un modelo concebido y creado por mí y no de alguna manera ya dado,
encontrado. Nunca podría tener efecto si se tratara únicamente de mi propia
invención.
J. P. Sastre pide que el hombre se invente a sí mismo. Con esto quiere
decir que el hombre se puede forjar a sí mismo sin un modelo pre-dado, sin
intervención de algo procedente de una región esencialmente extrahumana. Esto
se parece al truco indio de la soga. Con este truco el fakir quiere hacer creer
que un muchacho sería capaz de trepar por la soga que él ha lanzado al aire. De
esta manera el hombre. Según Sartre, lanza su deber-ser hacia la nada sin punto
alguno de apoyo que le venga de otra parte, y cree que a partir de esta
autoprotección o automodelo el hombre puede seguir trabajando por
perfeccionarlo y desarrollarlo. Pero esto no es sino una ontologización de la
teoría psicoanalítica del Superego[xl].
IV. La doctrina de Frankl y la doctrina de la Iglesia en el Vaticano II sobre la conciencia.
La última conclusión de la memoria de licenciatura que hice en Teología
Dogmática, cuyo título era La
antropología de Víctor E. Frankl, decía:
La llamada a la transcendencia
la oye el hombre en su conciencia, ya que:
1) La conciencia remite a la
transcendencia: la conciencia no tiene voz, sino que ella misma “es” voz de la
transcendencia. La escucha el hombre, pero no procede de él.
2) La conciencia brota de la
transcendencia. La conciencia no es el “superego” en sentido psicoanalítico, ni
un “imperativo categórico” autónomo, ni un “yo ideal”.
Y comentaba a continuación:
Compárense las anteriores afirmaciones de Frankl sobre la conciencia
con el siguiente texto del Concilio Vaticano II (GS, 16), y se verá hasta qué
punto son coincidentes:
“En lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia
de una ley que no se dicta a sí mismo, pero a cuya voz debe obedecer y cuya voz
resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, advirtiéndole que
debe amar y practicar el bien y que debe evitar el mal…La conciencia es el
núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas
con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de aquélla”.
A lo cual el mismo Frankl, en la carta que me dirigió como respuesta al
envío que le hice de mi tesina, decía:
“Al mismo tiempo le señalo: las reflexiones que personalmente me he
hecho sobre la conciencia moral (Gewissen),
estarían en su consideración, según una visión más amplia, de acuerdo con
algunas declaraciones del Vaticano II, lo que me regocija y evidentemente me
alienta. A lo que hemos de volver naturalmente es a que mi Dios desconocido (Der
unbewusste Gott), en cuyo marco manifesté por primera vez mis reflexiones,
apareció en 1948”[xli].
Oviedo, 5 de noviembre
de 2011
Regino Chiquirrín Aguilar
[i] Ante el vacío existencial (=AVE),
Barcelona 1980; La idea psicológica del
hombre (=IPH), Madrid 1984; La
psicología al alcance de todos (PaT), Barcelona 1983); Psicoanálisis y existencialismo. De la Psicoterapia a la Logoterapia
(=PE), Méjico 1978; La presencia ignorada
de Dios. Psicoterapia y religión (=PiD), Barcelona 1979; Teoría y terapia de las neurosis (=TTN),
Madrid 1964; La voluntad de sentido (=VS),
Barcelona 1988.
[ii] TTN,
36.
[iii] PE,
59.
[iv] TTN,
216-217.
[v]
HIRSCHBERGER, J., Historia de la
Filosofía II, Barcelona 1963, 390.
[vi] PE,
130.
[vii]
TTN, 223.
[viii] IPH,
165.
[ix] LÄNGLE,
A.,Víctor E. Frankl.Una biografía, Barcelona 2000, 203.
[x] Op.
cit., 203.
[xi] Op. cit., 203.
[xii] Op. cit., 203-204.
[xiii]
Op. cit., 204.
[xiv] Op.
cit., 205.
[xv] PiD,
33.
[xvi] PiD, 33. Traduzco Bewusstsein
por “consciencia”. He aquí algunos ejemplos en que se emplea el término Bewusstsein; das Bewusstsein vertieren = perder el conocimiento; Bewusstsein trübung = perturbación del
conocimiento. Por eso, la traducción más exacta del Bewusstsein es consciencia.
[xvii] PiD. 37.
[xviii] PiD, 35.
[xix] PE, 82.
[xx] AVE, 31.
[xxii] PiD, 36.
[xxiii] PE, 85.
[xxiv] AVE, 32.
[xxv] PaT, 65.
[xxvi] IPH, 158.
[xxvii] PiD, 56.
[xxviii] PiD, 56.
[xxix] PiD, 58.
[xxx] PiD, 58.
[xxxi] IPH, 164.
[xxxii]
VS, 160.
[xxxiii] IPH,
151.
[xxxiv]
LUKAS E., Logoterapia. La búsqueda de
sentido, Barcelona 2003, 42.
[xxxv]
Op. cit., 41.
[xxxvi]
Op. cit., 42.
[xxxvii]
VS, 135
[xxxviii]
LUKAS E. Logoterapia. La búsqueda de
sentido, Barcelona 2003, 40.
[xxxix]
TTN, 223
[xl] PiD,
63
[xli] Der unbewusste Gott ha sido
traducido La presencia ignorada de Dios.
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