jueves, 9 de julio de 2015

Filosofía Teológica


por

José Pablo Noriega de Lomas


INTRODUCCIÓN

     Presentamos aquí un nuevo ensayo. En él tratamos temas clásicos de la Teología Natural, es decir, de la Teología Racional o Filosófica. Por tanto, intentamos hacer un discurso sobre Dios empleando la razón como única fuente. Es por ello un trabajo filosófico. En el capítulo primero hemos trabajado sobre los caminos racionales para alcanzar la existencia y los atributos de Dios. En el capítulo segundo hemos discurrido sobre el imperio que Dios tiene sobre el campo de las ciencias. Hemos tratado las mismas desde la perspectiva de su conexión con Dios.  En lo que respecta al capítulo tercero, hemos tocado el tema de la relación de la Filosofía Teológica con las religiones y filosofías de otras civilizaciones. De las relaciones del Absoluto con las Humanidades hemos tratado en el capítulo cuarto. En él hemos criticado la pretensión del paradigma dominante de las Humanidades de construirse sin recurrir de ninguna manera a Dios. El capítulo quinto hemos aportado nuestra posición sobre el problema de la Teodicea, que intenta hacer compatible la presencia del mal en el mundo con la realidad divina. Lo hemos hecho pensando que el mal no es argumento contra Dios, sino a favor de Él. El sexto ha versado sobre escatología; por tanto, sobre la relación con Dios de sus dos grandes temas: la inmortalidad del alma y la resurrección, y hemos comparado la solución monoteísta con otras. En el séptimo, hemos deducido las consecuencias de lo anterior para la religión, al tiempo que hemos defendido la necesidad de un renacimiento de la misma. Por último en el capítulo octavo hemos criticado fundamentalmente las alternativas a la solución teísta (que es la que defendemos) al tiempo que hacemos un breve tratamiento sobre algunos temas importantes de la filosofía de nuestro tiempo.

    

CAPÍTULO I: VIAS  A DIOS

     Platón defendió en la Antigüedad que la realidad y el conocimiento se dividen en dos mundos: el mundo sensible y el mundo inteligible. El primero de ellos es el de las cosas. El segundo es el de las Ideas, tales como son las de Justicia, Verdad o Belleza. Este mundo, el de las ideas,  constituye el mundo verdadero tanto  desde el punto de vista de la Ontología como desde el de la Epistemología; es decir, tanto en la realidad como en el conocimiento. Así, según Platón la tarea de la Filosofía es el trabajo intelectual con las Ideas, de modo que el filósofo es quien está en posesión del conocimiento más profundo de la realidad. Efectivamente, contempla la realidad desde las Ideas.

     La Filosofía  desde Platón a nuestros días ha tenido una larga evolución, pero todavía se organiza en torno a las Ideas, aunque éstas hayan cambiado en el transcurso de la Historia (Bueno).  Como consecuencia, se ve que las diferentes ciencias filosóficas pueden descubrirse y analizarse según las Ideas de que traten.

     La Metafísica  trata de las Ideas de Ser, Realidad, Dios…; la Epistemología, de las Ideas de Conocimiento, Verdad,  Experiencia, Razón…; la Ética, se organiza en torno a las de Bien, Justicia, Imperativo y otras; la Filosofía de la Historia trabaja las de Historia, Providencia, Reino de Dios, Ésjaton…; la Estética, con las de Belleza o Arte; la Antropología con las de Hombre, Cultura o Civilización; la Filosofía del Derecho con las de Derecho, Justicia o Bien; la Filosofía de la Ciencia, con las de Conocimiento, Verdad…; la Filosofía de la Religión, con las de Dios u Hombre; la Teología Natural tiene por centro las Ideas de Dios, Creación, Revelación…; la de la Revelación, con las de Revelación, Escritura, Dios…Y así sucesivamente.

     Por otra parte, si seguimos a Platón, podemos decir que las Ideas se relacionan entre sí. Hay una symploké de las Ideas en la que no es posible cualquier tipo de relación, pues se sigue una línea de construcción y desarrollo. Y efectivamente así es, porque, por ejemplo, la Idea de Verdad está presente tanto en Epistemología como en Filosofía de la Ciencia; la Idea de Providencia, tanto en Teología Natural como en Filosofía de la Historia; la de Revelación, en Filosofía de la Revelación y en Filosofía de la Historia; la de Justicia, en Filosofía Política como en Ética; la Idea de Derecho, tanto en Filosofía del Derecho como en Filosofía Política. Y así sucesivamente.

     Pero no todas las ideas tienen la misma potencia constructiva. Entre ellas hay una que destaca por su capacidad de construcción del conjunto de las Ciencias Filosóficas, así como por su potencia para darles unidad. Tal Idea es la Idea de Dios. Por tanto, la Filosofía de la Historia adquiere su unidad y racionalidad desde las Ideas de Reino de Dios y Providencia, que manan directamente de Dios; la Antropología se construye cabalmente desde la aceptación de que el Hombre es un ser esencialmente religado a Dios de modo que encuentra su telos en Él, recibiendo así su optimización; la Epistemología se construye en cuanto que la Idea de Verdad está inscrita en Dios;  la Ética se construye en cuanto que la Idea de Bien supone la existencia de Dios y se potencia con ella; la Filosofía Política puede aclararse por medio de la Idea de Misericordia o Caridad que encuentran su potenciación en el mismo Dios; la Psicología Filosófica supone la Idea de Alma que implica las de Inmortalidad, que tiene a Dios como garante de ella; la Estética lleva con ella la existencia de la Belleza Absoluta, es decir, de Dios. En fin, la Teología Natural se construye directamente desde Dios como Idea central; la Metafísica implica la Idea de Realidad que supone la de Creación, y ésta  a su vez la de Dios. Y así sucesivamente.

     Pero no sólo son las ciencias filosóficas las que toman su racionalidad con la Idea de Dios, sino que las mismas ciencias y las Humanidades encuentran su optimización en  Dios. De esta manera,  por ejemplo, las Ciencias Naturales se racionalizan completamente con la Idea de Creación. De modo parecido, en la Psicología  Dios tiene poder terapéutico en cuanto que la relación con Él proporciona felicidad y armonía. Todo ello hará que las ciencias no puedan cerrarse desde el punto de vista del agnosticismo o el ateísmo, sino que por el contrario  deben estar abiertas a Dios como condición de su máxima racionalidad.

     Así es, porque  las primeras  noticias escritas atestiguan que el hombre siempre se  ha hecho preguntas sobre el origen del cosmos, sobre su destino, sobre la Justicia, la Belleza, etc. En el principio las grandes preguntas eran contestadas por medio de la imaginación mitológica;  pero cuando aparece la Filosofía intenta hacerlo a través de la razón por lo que en consecuencia también criticará las primeras respuestas de la imaginación mitológica.

     Pero la Filosofía no encuentra su madurez hasta que no es capaz de asimilar por la razón la Idea de Dios, que en un principio le viene dada por la religión. Primero  la Patrística, luego el Islam, y por último la Filosofía Cristiana Medieval elaboran lo esencial de los sistemas que perdurarán hasta nuestro tiempo en la Filosofía Perenne. Esta filosofía perenne responde racionalmente a las preguntas que necesita saber el ser humano para dar satisfacción a su instinto de racionalización de lo real, y es totalizadora en cuanto que se presenta la real como un todo. Ello es debido a que los fenómenos (de la ciencia, de la sensibilidad…)  están inacabados desde el punto de vista de la razón, y dejan una estela de preguntas con las que la razón trabaja, una  vez depuradas las explicaciones míticas.

     Efectivamente, desde el Absoluto la filosofía ha podido dar respuesta racional a todas las grandes preguntas del ser humano. Ha sido y es capaz de una totalización racional de lo real, lo que significa que podemos dar una contestación racional al conjunto de lo real y a los diferentes campos en que la realidad se especifica. Pero en la medida en  que es la Idea de Dios la que con su constitución y despliegue es capaz de unificar racionalmente la filosofía es natural que la disciplina primera de toda la filosofía sea aquella que recorre la vía racional de acceso a Dios; la que nos dice cómo llegar a Dios y cómo es Él. Esta ciencia es la Teología Racional o Natural, que ensaya vías diversas y métodos con los objetivos indicados.

     Existen en la Escuela dos caminos para llegar a demostrar la existencia de Dios, que tienen sus respectivas implicaciones en la totalización racional de lo real, como conjunto y de sus diferentes categorías. Ambos caminos arriban  a las mismas conclusiones, lo cual también es un argumento que corrobora la verdad de Dios como Absoluto, sin quien lo real pierde consistencia y racionalidad. Estas dos vías son la vía ascendente que va de los diferentes aspectos de la Creación a Dios, como condición de racionalización del conjunto de lo real; y la vía a priori, que tiene su  origen en el concepto de Dios, y puede ir  luego a la Creación. Así, la Filosofía ha ensayado el argumento ontológico, y otras vías diferentes, que pasamos a tratar someramente.

     Las pruebas a posteriori  sobre la existencia de Dios nos elevan del mundo a Dios. Se puede demostrar que hay un Primer Motor del mundo, que hay una Causa Primera Eficiente, que hay un Ser Necesario etc. Pero afirmar que el Ser Necesario, el Primer Motor, la Primera Causa Eficiente son Dios, es una sola realidad que tiene necesidad de otra prueba, puesto que las vías en sí mismas no lo prueban. Es decir, llegan a un Primer Motor, a una Primera causa, al Ser Necesario etc., pero ni el Primer Motor, ni la Primera Causa, ni el Ser necesario son por sí solos Dios, puesto que Él es el Ser Perfectísimo. Se necesita por ello un segundo argumento que una estos principios en un solo Ser; y además mostrar que ese ser es el Absoluto o Perfección Suprema.

     En cambio si para demostrar la existencia de Dios, del Ser Perfecto partimos de su solo concepto, como Anselmo de Canterbury hizo, los conceptos cambian, pues desde el concepto de Ser Perfectísimo se concluye que dicho ser existe. Igualmente se concluye que tiene unas perfecciones que descienden de su mismo concepto, por lo que no es necesario acudir a otro nexo sintético que una los diferentes predicados sobre Él porque ocurre que  los atributos se derivan del mismo concepto. Así si el Ser es Perfecto se concluye directamente que es Omnipotente, Santo Infinito…; en fin, que ha de tener los atributos entitativos y los atributos operativos que otras escuelas han definido y tratado.

     Por otra parte, de ello se derivan corolarios metafísicos. Así: Si Dios es Perfecto, es Bueno y Omnipotente. Si es Bueno y Omnipotente no permitirá que si estamos llamados a la vida, muramos eternamente. Ello implica la inmortalidad personal, cuyas formas canónicas son la inmortalidad del alma y la Resurrección. O también: Si Dios es Omnipotente y Bueno es natural que haya creado el mundo, pues quiere darse; y también es natural que el mundo llegue a una vida perfecta y feliz. Ello significa postular que en el final de los tiempos del mundo se encuentra el Reino de Dios.

     En conclusión, con el argumento ontológico se cumple la verdad del creer para comprender; aunque no sea una simple creencia sino una prueba racional, que constituye el punto de apoyo que permita construir una cadena de razonamiento que puede totalizar racionalmente lo real.

     De otro lado, también puede ensayarse el siguiente argumento a priori: Se dice que el mal, como imperfección que es, es racionalmente intransitable porque es pura negatividad. Por ello, el bien es lo racional; y el Bien Absoluto, máximamente racional. Pero la razón no tiene otra opción que afirmar que lo real es racional como condición de su mismo ejercicio. De lo dicho se colige que el Bien Absoluto existe. Por su parte, el Bien Absoluto es Dios puesto que si el mal se da en todos los aspectos, el bien también debe darse en todos.

     Siguiendo en el orden de cosas del argumento ontológico, vamos a discutir dos objeciones que debo a mi querido amigo José Antonio Martínez (Longoria). La primera consiste en decir que Dios es Misterio, por lo que el atributo de Perfecto podía corresponderle o no. La segunda señala que estamos aplicando la analogía con respecto al calificativo de Perfectísimo y que es discutible que hablar de Dios pueda hacerse analógicamente en la medida que nos sobrepasa completamente. A la primera de las objeciones respondemos que efectivamente Dios es Misterio insondable, pero de ello no se deduce que Dios sea irracional, de modo que no puede por eso mismo negar las pruebas que racionalmente conducen a ese Misterio, una de las cuales es la prueba anselmiana. Con respecto a la segunda objeción, exponemos  que cuando hablamos del Ser Perfectísimo empleamos la analogía, al mismo tiempo que la desbordamos, pues el concepto de perfección incluye todo posible predicado de que son capaces nuestras posibilidades cognitivas. Ello se  añade al poder probatorio del argumento, pues más que emplear la analogía en el argumento, la desbordamos sin que ello haga el razonamiento ininteligible. Esto ocurre también porque la analogía está llevada a un plano superlativo que la desborda. Por ello, podemos efectivamente predicar de Dios sin caer en una analogía que  rebajase o empequeñeciera su suma grandeza. Aún con todo, estamos suponiendo que las objeciones a la analogía del afirmar de Dios son válidas, cosa que está por demostrar, y que no es aceptada por la Escuela, pues dicha analogía se produce por la vía de la eminencia. 

     De otra parte, transitando lo que se ha llamado el argumento antropológico puede observarse que nos son innatas una serie de querencias. Nos es dado el deseo de inmortalidad, el deseo de un mundo bueno, el deseo de conocer este mundo por la razón, y otros más. Entonces, es racional que estos deseos puedan ser satisfechos de alguna manera. Por ello, el deseo de un mundo bueno y feliz será satisfecho con el Reino de Dios; el deseo de inmortalidad, con la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne; el deseo de conocer a Dios y de encontrarle, por las distintas y variadas formas que tiene la razón humana de llegar a Dios. De ello, a su vez, se deduce que Dios no es ni irracional ni caprichoso pues no nos ha dado estos deseos para que no puedan ser satisfechos. En este sentido, también aquí se ve la racionalidad del credo ut intelligam porque sin la creencia estos deseos serían pasiones inútiles o incluso absurdas, mientras que con la creencia todo se vuelve racional y con sentido. Ello, por su parte, denota la existencia de una Inteligencia Creadora de modo que los deseos humanos aparecen como subordinados a un fin que se cumple. De otro modo faltaría sentido a toda la realidad.

     En otro orden de cosas, según hemos señalado más arriba, como consecuencia de que la Idea de Dios juega un papel de clave de racionalización de lo real en sus aspectos generales y en sus desarrollos particulares, puede decirse que ella es el centro de todo el discurso filosófico, que se desarrollará en diferentes disciplinas. Estas disciplinas tienen su campo y sus Ideas pero, como decimos, todas ellas se ordenan esencialmente a Dios; y ello  aunque la Teología Natural pueda organizarse en positivo, y a priori  a partir del argumento de Anselmo de Canterbury, o a posteriori (a partir de la existencia del mundo). 

     Efectivamente, la Ontología en cuanto Teoría de la Realidad,  que abarca la realidad del mundo, es fundamentada con la existencia de un Absoluto.  Si Dios es el Absoluto ello significa que el resto de lo real es relativo a Él, y por ello mismo dependientes. Como la dependencia consecuente se refiere al orden del ser y del origen, la realidad mundana ha de ser creada por Dios. El mundo es, pues, creación de Dios.

     Pero el Absoluto lo es completamente. Ello significa que no se encuentra atado por la necesidad. Por ello la creación del mundo es libre. Dios crea entonces el mundo desde la libertad. Además, como no crea por necesidad, la creación es acto de bondad, de querer salirse de Sí mismo para dar. En otras palabras: es un acto de Amor. Y si Dios crea el mundo, siendo Omnipotente y Amor, es natural que lo cree para su Salvación, aunque debido a su finitud no sea perfecto, totalmente bueno. Como consecuencia de lo que venimos exponiendo, ha de decirse que el mundo tiene como característica fundamental la de ser creatura dependiente de Dios. Pero, por otra parte, está llamado a la salvación final, la cual ha de consistir, en  la medida en que Dios es el Absoluto, en su presencia omnímoda al final de los tiempos. Esto es en lo que se llama el advenimiento del Reino de Dios. Ello tiene como consecuencia que la muerte no tiene la última palabra, y que habrá vida eterna con la Resurrección de la Carne.

     Pero, aún con todo, se puede levantar la objeción de que la presencia del mal en el mundo lo hace irracional, por lo que la argumentación que estamos ofreciendo no es válida. Creemos que ello no es así porque la presencia del mal en lugar de cuestionar la realidad del Absoluto, lo postula en la medida Él posee una racionalidad que desborda la de los seres racionales finitos, que por tanto  se presenta como capaz de dar cuenta de la presencia del mal en la realidad natural. Y no solamente aparece esta argumentación, sino que también en la medida en que no pudiésemos racionalizar la realidad por este escolio, se presenta como exigencia de la misma razón que Dios lo sea. Ello porque es una exigencia de la misma razón en su mismo acto, en su mismo ejercicio el postular la racionalidad de la realidad.

     La Epistemología es Teoría del Conocimiento, lo que implica que trata con la Idea de Verdad, pues en el mismo concepto de Conocimiento se encuentra el de esta. Así que también en esta ciencia filosófica el cierre se hace con Dios. Ello es así porque la única comprensión posible de verdad no es la de construcción, o cualquier otro, sino la de adecuación de lo que pensamos o decimos con la realidad. Este concepto de verdad es el natural. De él no podemos prescindir, pues siempre podemos preguntarnos si tal o cual entendimiento de la verdad es verdadero, es decir si se conforma con el concepto natural de verdad.  Ello, por su parte, significa que en alguna medida es como una idea innata. Y siguiendo el argumento también podemos preguntarnos a qué se adecúa la idea de verdad que poseemos naturalmente. Y es aquí donde se hace preciso defender que esta Idea de Verdad es Absoluta, lo que significa que si es absoluta no puede sino ser la Idea divina de Verdad.

     Por ello, también en Epistemología Dios es principio de culminación y final de cierre de la comprensión de la Verdad, que es la idea central de esta ciencia. Pero hay que añadir que esta concepción de verdad se traslada a todas las ciencias. Así por ejemplo la Teoría de la Ciencia que trata con la verdad científica, la cual no puede contradecir la Idea filosófica de verdad. Asimismo puede afirmarse que  la Idea de Verdad postula la existencia de Dios, pues si no hubiera un absoluto sería imposible que un ser relativo y dependiente se pudiera poner en posiciones absolutas, que es lo que hace cuando hace uso de la Idea natural de Verdad. Por ello, puede asegurarse que las ciencias también tienen, desde sus principios y con sus categorías, una vía de acceso a Dios, como acabamos de ver con esta idea.

     En cuanto a la Antropología, se sabe que su idea vertebradora es la de Hombre, y que a la pregunta por él trata de responder. Con respecto a ello hay que decir que la realidad del ser humano encuentra su plenitud en Dios, por lo que está llamado al encuentro con Él. Así es porque en la Tierra, en la medida en que el hombre es un ser necesitado de amor, encuentra en la relación  amistosa con Dios una fuente de cariño y comprensión. A su vez, ello representa una vida psíquica más sana, que implica un mejoramiento corporal y fisiológico con respecto al hombre natural. Así pues, de este modo el hombre encuentra su optimización en Dios, en la relación con Él.  Pero el ser humano desea vivir eternamente; y un Dios omnipotente y bueno proporciona el cumplimiento de este deseo, lo que significa que disfrutaremos de vida eterna.

     Por otra parte, el mundo es creación y nosotros somos creatura que depende totalmente de Él. Esto quiere decir que el conocimiento de Dios hace que se despierten naturalmente, como una necesidad antropológica, los deseos de adoración; lo cual se traduce en el hecho de que somos, en nuestro punto más alto, seres religiosos, que encontramos en la relación con Dios una armonía y plenitud mayores, aunque estas serán perfectas en la plenitud escatológica.

     Igualmente, por su parte, la Antropología Filosófica dispone de una prueba específica de demostración de la existencia de Dios, que sigue las huellas de Kant en la Crítica de la razón práctica. Consiste en ver que el ser humano desea una vida eterna feliz; y que sería absurdo que dándose tal deseo no pudiera cumplirse. Ello lleva consigo que la vida eterna,  que deseamos, se da efectivamente. Pero ella es posible gracias a la presencia de Dios en la medida en que es Bueno y Omnipotente, en la medida en que quiere y puede hacer  que disfrutemos de tal vida.

     Transitando hacia la Escatología, podemos preguntarnos en que consistirá más en concreto esta vida nueva. La respuesta adecuada es que será que dará cumplimiento a lo mejor de las aspiraciones humanas, que son la Verdad, el Bien y la Belleza. Ello implica que, siendo Dios el grado máximo de los tres transcendentales que decimos, lo esencial de la vida eterna consistirá en la contemplación de Dios, en la que se darán cumplimiento en su máximo grado las aspiraciones antropológicas, pues la presencia de Dios será total. Ello es lo que las religiones han conocido como Reino de Dios, etapa escatológica final.

     Pasamos a tratar ahora sobre la Filosofía Política. En cuanto a ella, puede afirmarse que también tiene su objeto, sus términos y sus legalidades que le permiten un tratamiento autónomo. Así puede afirmarse que el resto fanático producto del desacuerdo moral contemporáneo (Mc Intre) tiene la posibilidad de encontrar su desbordamiento en una democracia consecuente que elimine dicho desacuerdo,  puesto que uno es el hombre y una es la razón.

     Pero esta autonomía o legalidad propia de la Política no se cierra sobre sí misma. Al contrario, la Idea de Dios es capaz de ofrecer una alternativa general a toda la visión de la ciencia política. Para ello se hace preciso reconocer que la Tierra es de Él como soberano que es. Por ello el gobierno de la Tierra corresponde a Dios como soberano en la medida en que Él no se equivoca y puede constituir el poder de máxima justicia. Ahora bien, lo más parecido que puede haber con respecto al gobierno de Dios es el gobierno de los creyentes organizados como Iglesia, y por ello el gobierno de sus representantes. Y en la medida en  que el Señor respeta la voluntad y la libertad humanas el Gobierno de la Iglesia no se puede ejercer sin el respeto de las mismas, lo cual significa una Democracia Teológica. Estos principios en nuestros tiempos se concretan como supremacía del poder espiritual con respecto a otros poderes (Maritain). En conclusión, en lo atingente al discurso principal, se ve entonces que en la Teoría Política Dios tiene la máxima importancia, pues sirve para organizar y unificar los conceptos políticos bajo Su campo. Así, por ejemplo: Justicia, Gobierno, Libertad, etc.

     En cuanto a la Ética – que trata de bienes, deberes y virtudes- puede asegurarse que la parte de ella más importante es la de la Ética Política, pues el vivimos dentro de un estado que organiza y regula por la ley y el orden, la mayor parte de nuestras actividades. Pues bien, en esta nueva disciplina también es notable en alto grado la presencia de Dios. Ello no lleva consigo que el campo de esta disciplina no tenga su autonomía, sino que el conjunto de deberes y virtudes que manda un imperativo absoluto resultan potenciados en Dios. Así, en cuanto  la falta moral no es solamente ética sino también desobediencia a la Voluntad Santa, el concepto de transgresión moral queda transformado en pecado. Y el pecado refuerza el mandamiento de la virtud y la ley, por lo que la moral tiene su prolongación natural en Dios y la religión. De este modo, la existencia de Dios no deja incólume el campo de la Ética sino que lo transforma y lo subsume bajo el concepto de pecado y el de Voluntad Santa.

     Hemos pensado, en alguna medida, estos aspectos negativamente, pero positivamente también se puede presentar en tanto que Dios como Voluntad Santa quiere y desea el bien, el deber y la virtud; resultando que por el amor que nos inspira refuerza el cumplimiento con los mismos, el cumplimiento de lo que es moral. En conclusión el mismo cumplimiento de lo moral pide la creencia en Dios, lo que en sí es una prueba autónoma de Su existencia que deriva de la misma ética.

     En lo que respecta a la Filosofía del Derecho, permítansenos unas breves palabras. Creemos que hay que señalar que el Derecho encuentra su legitimidad, no en el hecho de ser vigente, sino en Ideas como las de Paz o de Justicia, que caen en el terreno de la Filosofía Política, por lo que la primer ciencia está subalternada a la segunda y le son aplicables los concepto que derivan de ella.

     En lo atinente a la Filosofía de la Historia, también Dios es quien la completa y racionaliza. En primer lugar,  porque la totalización racional de la historia como proceso exige que este tenga un fin bueno que lo pueda racionalizar. Este fin bueno se mide por el rasero humano, y puesto que para el hombre Dios es el bien por excelencia, la constitución feliz del fin de la Historia pide el Reino de Dios como acabamiento de la misma. Así pues,  si  racionalizamos totalmente, la teleología de la historia  se exige el Reino como su perfeccionamiento cabal. En segundo lugar, el proceso histórico exige la Idea de Providencia. Ello quiere decir que el mal que se ha dado y se dará en el devenir de la historia tiene una posibilidad de racionalización en la Inteligencia divina; y que además Dios vela por la buena marcha del desarrollo de la historia con cuidado amoroso, como parte de Su premoción de las cosas.  En fin, la mirada de la razón aplicada a la Filosofía de la Historia se desarrolla en mayor medida si se aplican las categorías teológicas. También por ejemplo,  se puede entender la Idea de Progreso como proceso por el que nos vamos acercando al mayor Bien, cuyo acabamiento es el Reino.

     Para terminar este recorrido por las Ciencias Filosóficas, haremos algunas consideraciones sobre la Estética. Dios también la organiza porque la Idea central, que es la de Belleza, encuentra en Él su perfección, pues como Él es el Ser Perfectísimo, es también la Belleza por excelencia. La belleza consecuente es la de Dios, pues en el Absoluto encuentra su perfección la Belleza. Por tanto, Él culmina esta ciencia filosófica, más en la medida en que el alma humana desea la perfección de lo real. Esto a su vez da lugar a un canon en el Arte que sale de la misma consideración de la Belleza. Este consiste en defender que, en la medida en que el Arte es el mismo tratamiento de la Belleza, deberá tener a Dios como motivo central.

     No obstante, las Ideas no están inconexas sino que forman lo que Platón conocía como una symploké, de tal manera unas Ideas se relacionan con otras según líneas precisas, que hacen que las mismas ciencias estén conectadas. Así, por ejemplo, la Idea de Estado está tratada tanto en Filosofía Política, como en Filosofía del Derecho; la de Verdad está presente tanto en Epistemología, como en Teoría de la Ciencia; La Idea de Reino de Dios se trabaja tanto en Antropología como en Filosofía de la Historia; la Idea de Hombre tanto en Antropología como en otras ciencias humanas. Pero entre todas las ideas hay una que destaca por su importancia. Tal es la Idea de Dios, que es central y produce una unificación epistemológica del campo del saber  filosófico, según hemos visto, pues todas las ciencias filosóficas culminan en ella que les brinda su consecuencia y su coherencia.

CAPÍTULO II: DIOS Y LAS CIENCIAS

      Tampoco las Ciencias Formales, las Físicas y las Naturales escapan a la totalización racionalizadota de la realidad, pues todas ella ofrecen la existencia de un orden ejercido en sus legalidades. Este orden, lógicamente, pide un ordenador, esto es, de Dios pues Él es el ser inteligente, con la potencia infinita que ordena lo real. Además todas las ciencias racionalizan (cada una) un sector de lo real, pero igualmente lo real como conjunto exige una racionalización totalizadora, que se lleva a cabo de manera eminente con Dios.

     La racionalización sectorial la realiza cada ciencia particularmente. Por ejemplo, la Física  explica las leyes del Universo, que llegan hasta los primeros instantes del mismo. Pero, como hemos visto, el orden que implican estas leyes pide un Ordeandor, es decir, pide a Dios como Inteligencia Originante. Por su parte,  en las Ciencias Biológicas la Evolución no se capta inmanentemente, pues la vida es un salto que exige la premoción divina, la causalidad de Dios. Igualmente lo exige la existencia del hombre, con un alma inmortal, que está llamada a una vida imperecedera (por ello la Antropología no se agora en el mundo, como  ciencia natural).

     En conclusión, tampoco las Ciencias Física y Naturales están cerradas sobre una categoría, sino que quedan abiertas a una racionalidad  ordenadora superior que se completa con la existencia y la Idea de Dios.

     En lo que respecta a las Ciencias Humanas ocurre algo parecido, solamente que el pensar el hombre como ser teológico tiene implicaciones muy fuertes para estas ciencias. La Idea de Dios desciende sobre cada una de ellas dándoles un complemento que el paradigma agnóstico dominante no puede ofrecer. Ello es así porque Dios no es una realidad indiferente, y el hombre es un animal religado, cuya relación con Él es determinante. Esto que exponemos ya lo hemos tratado en otros ensayos (por ejemplo en Humanidades y Absoluto), pero haremos nuevas consideraciones.

     En primer lugar, hay que afirmar que si Dios existe, y tiene lugar la religación, la definición de Hombre, el concepto del mismo cambia, de modo que incide fundamentalmente en el objeto de las ciencias. Por ejemplo, en Psicología no es lo mismo decir que la naturaleza del hombre exige a Dios, que no, puesto que la definición y el alcance de esta ciencia cambia sustancialmente. Pero, de igual manera, sucede en otras ciencias del Hombre como la Sociología, la Historia o la Economía (también en las ciencias subalternadas a las principales, como la Psicopedagogía).

     No obstante, la importancia de Dios para las Humanidades no tiene solamente un sentido práctico. Con relación a ello, podemos argumentar brevemente que si el hombre está llamado a entrar en relación con el Absoluto, negar esta llamada o alienarla es perjudicial para el ser humano; mientras que aceptarla y cultivarla es beneficioso. De esta manera, la Pedagogía recomendará la enseñanza de la religión en la medida en que posibilitar el bienestar de los discentes incrementa el potencial de aprendizaje. También la Psicología clínica recomendará la práctica religiosa, pues el descenso de la Gracia de Dios sobre el alma tiene efectos de sanación. Igualmente la Economía recomendará la religión y su práctica como forma de bienestar y enriquecimiento general. Todo ello lo trataremos más adelante con algún detalle, pero puede adelantarse que Dios complementa y da un sentido completamente diferente y ciertamente más positivo, que la constitución agnóstica o atea de las ciencias. En efecto,  Dios es para las Ciencias Humanas un factor de verdadera constitución, que ayuda al ser humano a conseguir la mayor felicidad de que es capaz en este mundo.

     Como corolario se puede deducir que las Ciencias Humanas. En su paradigma dominante, no están construidas adecuadamente, por lo que en sentido estricto no puede asegurarse que sean ciencias. Ello supone que la implantación de alguna ciencia humana o corriente de ellas depende de factores políticos e ideológicos, entre los cuales no es menor el prestigio del que goza la ciencia en general. Como consecuencia, ello da lugar  a que los intereses de dominio forman el entramado que nos tiene atados a una falsa conciencia, de modo que recientemente se deja notar una proliferación de ideologías, que naturalmente tienen un nivel divulgativo que se hace patente a través de los media. Por ello, se hace necesario levantar la crítica de tales ideologías que nos dominan y nos alejan de la verdadera humanidad.

      En conclusión, Dios da cuenta de todo el saber humano posibilitando la unificación y organización del mismo. Dios racionaliza  de modo totalizador lo real, posibilitándolo como un todo organizado. Frente a ello, el materialismo, con el concepto de materia, es incapaz de esta racionalización, en la medida que no hay posibilidad de desarrollarse como idea capaz de abarcar el conjunto  de lo real de manera explicativa y unitariamente. Es por ello una filosofía insuficiente que deja sin explicación la realidad  y sin unificación; además es incapaz de una formulación que potencie positivamente al hombre: al contrario, lo deja desmoralizado y desarmado; en parte también porque el potencial racionalizador del concepto de materia es mucho menor que el que aporta el Absoluto

     Como resultado, aunque no hubiera demostración de la existencia de Dios, bastaría el credo ut intellligam, pues la creencia en Dios permite la comprensión de la realidad y de las ciencias, cuya compleción y armonía no puede ser igualada por ninguna otra hipótesis que pretenda la explicación totalizadora de la realidad. Es decir, la mera hipótesis, la creencia aporta una racionalidad sobre la realidad que no se puede desarrollar de ninguna otra manera.

     En esto, es conveniente ver que la creencia en Dios remonta el vuelo  mucho antes que la demostración filosófica; y por ello mismo también cabe hablar de Revelación. Por ello, la creencia en el Absoluto ha tenido en la historia el poder de unificar el saber racional y filosófico, que aparece posteriormente, pues la vocación de Abraham es con mucho anterior a la filosofía presocrática y a las pruebas aristotélicas. Así es que de la fusión de ambos saberes brotarán la filosofía musulmana y la cristiana.

     De otro lado acudiendo al postulado de economía (navaja de Ockham) la filosofía teológica también es superior en cuanto a la sencillez y claridad del conocimiento que aporta a los conocimientos que se organizan desde la idea y realidad del Absoluto.

CAPITULO III: DIOS Y LAS RELIGIONES Y FILOSOFÍAS DEL MUNDO

     No queremos pasar sin decir algo sobre las filosofías orientales tradicionales, refiriéndonos a lo que es exclusivamente filosofía; es decir al pensamiento chino e indio.    La filosofía –no la religión- china se desarrolla como filosofía política fundamentalmente. Como tal hay que estudiarla, por lo que hay que pensar que carece de otros desarrollos filosóficos, tales como la Ontología o la Teología Natural. En cuanto a la filosofía india clásica (la de los darsanas) se desarrolla en varios casos  sin la Idea de Absoluto, (que consideramos la clave de toda filosofía bien tratada), o cuando la tiene no se desarrolla en una symploké  como sistema que agrupe las ramas del saber. Como consecuencia, puede asegurarse que la filosofía occidental (también la musulmana) es superior, más completa que las clásicas orientales, sin que ello signifique que no tengan valor o que haya que dejar de considerarlas.

     Con respecto a la filosofía budista, se hace preciso señalar que, en la medida en que depende de la Iluminación de Buda, no tiene un fundamento filosófico, a pesar de que ha tenido desarrollos filosóficos importantes, aunque tenga la carencia de presentar el Absoluto como Nirvana, y haya grandes preguntas (como por ejemplo la pregunta por la creación) a las que no pretende dar respuesta. Con ello, su nivel filosófico baja.

      Con respecto a las relaciones entre religión y filosofía haremos algunas consideraciones. En Occidente, la historia de la filosofía atestigua que los griegos tenían la Idea de Dios (Aristóteles, los estoicos…). Pero el advenimiento del cristianismo es la que permite un perfeccionamiento de dicha idea, en la medida que Dios aparece como Ser Perfectísimo, como Absoluto. De esta manera, las nuevas determinaciones de la Idea son capaces de asimilar toda la filosofía. Todo ello se realiza principalmente por la gran síntesis de Tomás de Aquino como determinación medieval de la filosofía perenne. Esta síntesis permite la organización de todas las disciplinas filosóficas y científicas bajo el signo de Dios, tomando para su concreción una reinterpretación del pensamiento de Aristóteles. No obstante, con la Modernidad esta filosofía sufre una gran crítica, que desembocará en el ateísmo, especialmente en loa siglos XIX y XX. Pero, aún con todo, es de esperar que la superioridad gnoseológica de la filosofía teológica haga que ésta renazca, de modo que la eliminación de Dios de la filosofía y de las ciencias termine desacreditándose.

     Por ello, el conflicto entre religión y filosofía, que tanto ha significado en cuanto crítica de la primera -debida a algunos errores inesenciales de ella-, está llamado a ser superado, siendo de esperar un reconocimiento de la religión, pues como hemos dicho en otros lados, en el ser humano se despierta la necesidad de la adoración con el solo conocimiento de Dios. Obviamente, ello no obsta para que la religión tenga que experimentar su propio proceso de depuración racionalizadota, de desmitologización para ponerse plenamente al corriente de los tiempos, los cuales piden racionalidad plena.  Por ello una religión cuyos contenidos no entren en colisión con la razón científica y filosófica es muy necesaria. Esto último, evidentemente, no significa que la Idea de Dios no se haya mostrado capaz de ofrecer la máxima racionalidad y unificación al saber humano.

      Igualmente, pueden ser examinadas las relaciones del conjunto de las religiones con las que son teístas y con la filosofía. Así, en cuanto que las filosofías orientales (hinduismo, jainismo, budismo…) no aceptan la Creación del mundo, ni su final en el Reino de Dios; o en cuanto que tienen una comprensión del Absoluto que no es totalizadora (el Absoluto no compete a todos los ámbitos de lo real), podemos decir que estas filosofías son  racionalmente insuficientes (también según hemos mostrado en positivo en otros ensayos). En efecto, el punto de vista de la razón que parte de la Idea de Ser Perfectísimo incluye la racionalización totalizadora de la realidad con la perspectiva que ella da. Ello implica que Dios es principio y fin de todas las cosas, que Dios es creador, que el mundo está llamado a consumarse en el Reino escatológico. Y ello en la medida que son conclusiones (además de otras) de la existencia del Ser Perfectísimo. Ello implica que las religiones y las filosofías estrictamente teístas son superiores en la medida en que son capaces de una mayor racionalidad, que busca la totalización, a través de la Idea de Dios. Esta aporta la capacidad de asumir el conjunto de la realidad en su desarrollo filosófico. Por ello, puede asegurarse que las religiones orientales están llamadas a converger con aquellas. Y ello en la medida en que las filosofías de Oriente no tienen la misma capacidad de racionalización que tienen las religiones y las filosofías teístas, aunque las primeras dependen de sus religiones respectivas que, lógicamente, son igualmente capaces de devenir filosofías. 

     Por ejemplo, el Nirvana se presenta como el Absoluto, pero es un absoluto de salvación personal y del final de las reencarnaciones, y no un absoluto en el sentido de dar cuenta racional de toda la realidad, cosa que ni Buda pretendió e n lo que se refiere a los grandes problemas filosóficos, como es el del origen. En cuanto al jainismo, puede indicarse que, aunque reconoce una salvación, sus soluciones son mitológicas; y sencillamente no conoce a Dios. En lo atingente al hinduismo, las distintas formas de salvación son de las almas, no del hombre entero; y, aunque, las religiones reconozcan dioses, a veces en el henoteísmo, estos dioses no son plenamente el Absoluto. Siguiendo con el hinduismo, tampoco el desarrollo más filosófico del panteísmo es una forma adecuada de presentar a Dios, pues Su forma propia de presentación incluye que el mundo es creación, en la medida en que de lo contrario el Absoluto no sería tal y también en cuanto que el mundo no puede ser el Creador. En otras palabras, Dios no puede coexistir con otro absoluto, porque si fuera así no sería propiamente el Absoluto. Por lo que respecta al taoísmo, cae en el error de no reconocer la realidad personal del Tao olvidando que la personalidad es una perfección. Además, es también panteísta.

     No nos referiremos a otras construcciones, porque estamos tomando las formas más racionalizadas y menos mitológicas de estas religiones del Lejano Oriente, pues las mitologías no son racionalmente defendibles, aunque se consideren como formas simbólicas o alegóricas.

    Por último, en lo atingente a las religiones monoteístas, el tema y los resultados son muy diferentes, pues la influencia mutua y la imbricación que han experimentado con la filosofía perenne se ha resuelto con unos parámetros que hace que estas religiones (judaísmo, cristianismo e Islam) se ajustan con mayor o menor aproximación y en su esencia con esta filosofía, con unas conclusiones que en lo principal son las mismas. Por ello cabe hablar del monoteísmo estricto como religión racional.

     Veamos algunos ejemplos. En cuanto a la relación de Dios con el mundo se entiende que Dios es Creador y el mundo criatura. En la escatología se entiendo que en el final de los tiempos vendrá la Resurrección y advendrá el Reino de Dios (por ejemplo el Día de Yaveh judío). En el desarrollo de la historia creen en un Dios providente. Evidentemente consideran el Absoluto como ser perfectísimo. Igualmente piensan que el ser humano encuentre su destino en el Absoluto. En lo que atañe a los atributos consideran el Absoluto como Omnipotente, Veraz, Sabio, Bueno y Misericordioso. Y así sucesivamente, de modo que el Dios de la religión y el Dios de la Filosofía Perenne no se contradicen sino que son en sus aspectos más generales son armonizables, relacionándose y condicionándose recíprocamente. No obstante, la filosofía ha de reconocer que el origen y las características más destacadas del Absoluto se encuentran originariamente en la Revelación, que por lo mismo es tal. (Dicho lo cual se hace necesario defender que de ninguna manera en nombre de los dogmas puede la razón filosófica y científica ser contradicha por creencias inadecuadas, llamadas a ser eliminadas por la religión racional. Por ello el programa desmitologizador de Bultmann sigue vigente, sin que ello signifique un apoyo al cientifismo, tan en auge en algunos países occidentales).

     Como corolario, puede decirse que el politeísmo en cualquiera de sus formas no puede formar religiones verdaderas en la medida en que sus creencias son filosóficamente inasumibles, aunque pueda ofrecer visiones parcialmente adecuadas del Absoluto. Por ello está llamado a integrarse en la religión racional.

     CAPÍTULO IV: DIOS Y LAS HUMANIDADES

     Vamos  a ver en este capítulo que el Absoluto tiene por su mismo concepto la capacidad de hacer inteligibles los distintos campos del saber humano, ejemplificándolo en algunos de ellos. Ello constituye una manifestación del credo ut intelligam, pues partiendo del axioma de la creencia se puede también unificar el saber sobre el hombre, haciéndolo un conjunto con una estructura unitaria y relativamente sencilla. Así aplicando la llamada navaja de Ockham la tesis teísta se muestra superior a otras como la materialista, en la medida en que constituye una explicación más económica para el conjunto y cada una de estas ciencias. Dicho en otras palabras: su capacidad de racionalización de lo real es superior, y la máxima que se puede encontrar, también para este conjunto, para las humanidades.

     Pero, antes de entrar en el apartado de las humanidades, vamos a hacer algunas reflexiones sobre la capacidad racionalizadora de la Idea de Absoluto. Así, que el Absoluto es absoluto y no mundo (panteísmo) se explica porque si fuera mundo ya no sería absoluto, porque entonces estaría disminuido o degradado. Por ello, si hay absoluto y hay mundo, se deduce que éste es creado, porque de lo contrario tampoco el Absoluto sería tal. Por ello, con la tesis de la creación se explica el problema de los orígenes, que es un tema muy importante de la Filosofía Natural. Igualmente, la tesis da respuesta al tema de la realidad del mundo, en cuanto que este es realidad creada.

     Pero también cumple la Idea de Absoluto para otras disciplinas filosóficas. De este modo, da campo a la Ontología en cuanto que Dios, por ser absoluto, aparece como principio del ser y como ser por excelencia, como ser pleno en cuanto que reúne en sí todas las perfecciones, según hemos visto. En cuanto a la Teoría del Conocimiento Dios la fundamenta en la medida en que tenemos un conocimiento a priori  del concepto de verdad, y este conocimiento solamente encuentra su justificación y fundamentación en el hecho de que existe una idea divina de Verdad, lo que significa que si sabemos que la verdad se manifiesta como adecuación, podemos decir que la idea de verdad nuestra es verdadera lo es porque corresponde a la Idea divina de Verdad.

     En cuanto a la Filosofía de la Historia, la Idea de Absoluto permite la totalización racional de este campo, en la medida en que la Historia es completamente racionalizada, por una parte, cuando tiene un fin; y, por otra, se postula una racionalidad suprafinita por medio de las Ideas de Reino de Dios y Providencia. Por medio de la Idea de Reino de Dios todo el devenir queda racionalizado en cuanto se da un final feliz a la Historia; y por la Idea de Providencia postulamos que, tras la aparente irracionalidad que da el mal al mundo, hay otra racionalidad que, por ejemplo, ordena las cosas a lo mejor; y que  además  puede dar cuenta de la realidad natural, en la que está el proceso histórico.

     En la Ética o Moral, Dios, en cuanto Dios del Amor, tiene una fuerte influencia, puesto que la caridad como virtud por excelencia tiene su fundamento en Dios; y en la medida en que si nos sentimos incondicionalmente amados por Dios proyectamos ese amor como amor al prójimo. Ello no significa que la virtud de la caridad (moral y teologal) no pueda ser alcanzada por la razón. De la misma manera tiene fuertes implicaciones para la vida moral las virtudes teologales de la fe y la esperaza, puesto que por medio de ellas nos hacemos moralmente (además de espiritualmente) mejores. Como se sabe, estas virtudes tienen su fuente en Dios. Por otra parte, hemos defendido en otros ensayos que la relación religiosa (de Dios con el hombre y de este con Dios) nos hace más felices, y que la felicidad nos hace mejores porque es difusiva. Pero, con estas breves consideraciones se levanta un fuerte argumento a favor de la existencia de Dios. El mismo consiste en afirmar que puesto que la relación religiosa nos hace mejores, y ser buenos es una obligación moral, entonces la creencia en Dios es una obligación moral. En este sentido, la contradictoria es también válida: No creer en Dios nos hace peores de lo que podríamos ser (por lo que el ateísmo no solamente es irracional sino también en alguna medida inmoral, puesto que se opone a nuestra posibilidad de mejora, según hemos visto).

     No obstante, también se puede plantear la argumentación moral de una segunda forma. Esta consiste en comprender que el cumplimiento de la ley moral es querido por Dios; y, por ello, la transgresión es una ofensa a Él, esto es, un pecado. Ahora bien, el concepto de pecado añade un plus al deseo de ser buenos, lo que implica que la religión añade una ayuda para  ser moralmente mejores. También porque la Voluntad Santa nos empuja a un mayor cumplimiento de los mandamientos morales, lo cual sería una tercera forma de la argumentación moral que estamos exponiendo. Es decir, que la santidad de Dios también por la vía del ejemplo nos lleva a buscar el bien, pues despierta nuestro amor con el Amor que Él nos da.

     En lo que corresponde a la Antropología Filosófica la Idea de Dios es de esencial importancia, y es la cúspide de todo el sistema, pues la optimización de lo que constituye el ser del hombre- que estudia la Ortología antropológica-  viene exactamente determinada en que el hombre descansa en Dios, ( si seguimos a san Agustín de Hipona), pues estamos hechos para Dios y nuestro corazón no descansa hasta que reposa en Él.

     En Escatología, Dios es igualmente transcendental porque, según hemos mostrado es la piedra angular sobre la que se construye en concepto de inmortalidad personal. Por ejemplo, en la medida en por medio de la acción de Dios podemos llegar al concepto de alma como la parte inmortal del ser humano. (También el alma es el punto de partida de la Psicología racional o filosófica).Otro tanto podría decirse de la disciplina de la Estética porque la Belleza encuentra su perfección en el Absoluto; y el alma humana desea la perfección de las cosas.

     Así pues, puede asegurarse que en lo que respecta a las Humanidades, en la medida en que el hombre encuentra su perfeccionamiento en Dios, se hace preciso suponer que ellas encuentran en el Absoluto su optimización. En este sentido, Dios es sumamente práctico. Vamos a verlo ello más en concreto en algunas Ciencias Humanas empíricas (no filosóficas) ya que hasta el momento solamente hemos estudiado las disciplinas filosóficas que tratan de ser humano.

     En la Psicología empírica Dios tiene la máxima practicidad puesto que ofrece una mejora considerable de la vida de la mente, en cuanto que aporta felicidad, paz, esperanza y optimismo. Por ello – adentrándonos en el terreno de la Psicología Evolutiva- puede verse que la constitución atea de las Ciencias Humanas no deja de tener sus consecuencias, también en esta rama de la ciencia psicológica. En efecto, la Psicología Evolutiva enseña que en la vejez las personas tienden al pesimismo. Ello es natural porque la enfermedad se manifiesta más que en otras edades, y la proximidad de la muerte es evidente. Frente a ello la Psicología en su paradigma dominante, recomienda una visión positiva de la vida; por ejemplo, pensando en lo bueno de lo que se ha vivido o en la obra realizada a lo largo del tiempo.

     Nos parece que esto en sí no es suficiente porque se ha suprimido la dimensión religiosa, que es fuente de alegría, de consuelo y de esperanza. Efectivamente, la alegría que imprime el Amor de Dios y la espera de una vida eterna nueva y feliz son superiores a cualquier otra alternativa, de modo que cualquier otra manera está por debajo de ellos. De ello se desprende que lo que ofrece la Psicología dominante es claramente insuficiente e impide un tratamiento adecuado de esta problemática. Y es por ello por lo que los métodos ofrecidos por el sacerdote son mejores para la vida psicológica de estas edades. Por ello, si la Psicología científica persiste en su constitución atea, tendrá una constitución insuficiente, frente a la que se levantará la religión como una cura de almas mucho más efectiva. En efecto, desde que se olvida la dimensión religiosa puede ocurrir que en lugar de beneficiar la cura de almas perjudique por el hecho de resultar contradictoria con la naturaleza humana, que pide lo que ha construido la tradición, la historia y la sabiduría ancestral de la Humanidad, probadas por prácticas milenarias. Así, lo que defendemos es fácil de corroborar porque no se tiene más que hacer el experimento mental de intentar vivir psíquicamente las dos propuestas y ver cuál de ellas es la más efectiva. Resulta claramente superior la alternativa religiosa, por lo que el ateísmo pueden llegar a ser perjudiciales para la salud psíquica (y por ende la corporal): No se encuentra bien el hombre en la finitud (a pesar de Tierno, por ejemplo) y necesita de eternidad en su alma, cosa con la que está de acuerdo mi  gran amigo Arsenio Alonso.

    Siguiendo con este orden de cosas, cabe hablar de un motivo de Psicología Social como es el de los consuelos en los funerales y entierros. Aquí, es igualmente necesario constatar el progreso del agnosticismo o del ateísmo que, también en estas ceremonias, están esforzándose por sacar la religión y la vida eterna de las formas de consuelo y duelo. Por ello, en este sentido se hace igualmente necesario remarcar que el motivo religioso de la vida eterna es superior a cualquier otro; y por ello sería necesaria su recuperación. En consecuencia, sería recomendable que la Psicología lo recuperase y también dejase de atribuirse funciones que tradicionalmente han sido realizadas por los sacerdotes y la tradicional cura de almas (suponiendo, claro está, que se quiera alcanzar la excelencia en este dominio). Lógicamente, ocurrirá algo muy similar con el tratamiento de las muertes en las grades catástrofes en las  que lo que  pueden aportar los sacerdotes es muy superior a lo que pueden ofrecer los psicólogos.  Y, si seguimos con los tópicos de la Psicología Social, en cuanto a los ritos y ceremonias de paso (bautismo, boda…) puede tratarse la problemática de una manera muy parecida, pues la significación religiosa en estos grandes eventos  da, por ejemplo, un mayor realce a los mismos.   

    Por otra parte, en Pedagogía existen claramente dos posibilidades. La primera de ellas es la que busca impulsar al discente al estudio por medio de la motivación, y por ello emplea recursos que intentan llevar al interés por el aprendizaje sin forzar voluntades. La segunda de ellas  es la que emplea la disciplina e intenta obligar al estudio, cuando el alumno no se entrega voluntariamente al mismo.

     A nivel concreto y práctico el sistema educativo en nuestro país lleva muchos años intentando la motivación por el estudio sin que por ello lo haya conseguido, aún siguiendo todas las posibilidades de las pedagogías de la motivación, que en muchas ocasiones intentan partir de los intereses de los alumnos. Pero, en nuestra opinión, ello no quiere decir que estas políticas pedagógicas estén fracasadas y que haya que emplear políticas más coercitivas. La motivación por el estudio se sabe que es importante para el rendimiento escolar. Aún con todo, según creemos, falla el sistema filosófico dominante entre las gentes. Efectivamente, estas no están interesadas por la cultura y, más bien, piensan en el entretenimiento y la diversión. Entonces es natural que la infancia y la juventud tampoco lo estén, pues proceden por imitación, con lo que sus preocupaciones e intereses no están en el estudio y la cultura. Por ello, cambiar el estado de cosas significa cambiar la mentalidad y los intereses de la gente que en su mayoría piensan que lo importante de una vida buena no es el conocimiento y la sabiduría. 

    Para cambiar este estado de cosas se necesita una ciudad educativa. Ello significa que la política educativa de los estados no es un capítulo más de los diferentes campos que configuran las sociedades complejas. Ello supone que cambiar la motivación de la infancia y la juventud implica cambiar también la motivación de los padres y abuelos. Por ello se necesita una acción concertada de los estados que haga ver a la población que la cultura es algo que merece la pena; y no solamente en cuanto permite acceder a otros bienes, sino por ella misma en cuanto tiene valor en sí, pues permite poseer uno de los principales principios de la vida buena.

      Pero, aún así. la mentalidad de las gentes no cambiará si no es en el largo plazo, lo que significa que sus motivaciones permanecerán largo tiempo. Por tanto, parece necesaria la intervención en los asuntos generales, para difundir el interés por la cultura, en lo cual entra una nueva política con los medios de comunicación, porque no se pueden cambiar los gustos de las poblaciones sin educar con la política comunicativa. Ello requiere una intervención del estado en estos temas con el objetivo de conseguir la ciudad educativa.

     No obstante, esto que hemos presentado forma los objetivos  pedagógicos mínimos para una sociedad que ha erradicado a Dios y la religión de su pensamiento. Pero esta erradicación  no es beneficiosa para la salud psíquica y espiritual de dicha sociedad, lo que hace imprescindible de nuevo la presencia de Dios en el discurso pedagógico. Ello se puede hacer a tres niveles: Primero, en cuanto a que en la formación integral de la persona el vínculo religioso es un aspecto central de lo que debe ser una personalidad sana. Segundo, en cuanto que el ambiente y la creencia facilita los aprendizajes porque permite la paz y el optimismo espiritual que es natural que ayude en la adquisición del conocimiento. Tercero, porque la religión añade un plus de motivación, de modo que al de por sí atrayente del mundo del saber se añade por ejemplo, el interés por el conocimiento del mundo y sus estructuras y leyes como creación de Dios.

     Por todo lo dicho, la religión lejos de ser un aspecto de poca importancia del currículo educativo debe ser un aspecto central en cuanto que por una parte es objetivo central de aprendizaje; y, por otra, en cuanto que facilita e impulsa el resto del currículo. Así pues, de lo argumentado se deduce que, con sus propios motivos, también es válido para la política cultural, de modo que Dios puede estar en el lugar que le corresponde en la vida de las personas. En conclusión, puede decirse que también en el aspecto pedagógico  la vuelta a Dios es necesaria para el desarrollo de la vida cultural en la ciudad educativa.

     En otro aspecto, en lo que se refiere a las ciencias económicas, haremos unas breves consideraciones en torno al concepto de riqueza, tan ligado al de utilidad. Diremos, por una parte, que Dios en economía es sumamente práctico no solamente en cuanto que aporta el marco moral en que se desarrolla la vida económica; sino también en cuanto que el ser humano tiene la capacidad de crear riqueza no solamente mediante la explotación de la naturaleza, sino también con las propias relaciones humanas en la medida en que estas son una fuente de utilidad puesto que pueden ser agradables. En efecto, la buena educación y el buen trato no solo son convenciones, sino que forman parte del componente del bienestar y la felicidad: Es evidente que no nos sentimos de la misma manera cuando somos tratados con amabilidad que cuando lo somos con falta de educación. De ello se deduce que mejorando el buen trato de unos con otros no solo nos hacemos moralmente mejores sino que contribuimos al enriquecimiento del prójimo y de nosotros mismos, aunque esta riqueza no sea ni cuantificable ni suficiente: Aún con todo ella nos ayuda a entrar en el proceso de obtención de otros bienes económicos  con más alegría, lo que lo facilita. Esto que defendemos, por su parte, es clara expresión de la virtud más importante de todas que es la caridad, la cual se expresa por la palabra y el gesto. Por ello Dios en la medida que aporta alegría y optimismo ayuda en gran manera al logro de los bienes económicos a que nos referimos.

     De otro lado, también tiene Dios implicaciones fuertes en la ciencia de la comunicación no verbal, ciencia de reciente desarrollo. Con respecto a ello, es fácilmente comprensible que los distintos paradigmas religiosos y religiones del mundo y de la historia tienen fuertes implicaciones en la expresividad corporal en la medida en que están implantadas en las conciencias de los seres humanos. Así, por ejemplo los conflictos en estos terrenos se expresan en los cuerpos, en los individuos particulares de modo que no es exclusivamente un tema psicológico, sino también filosófico. De igual manera, las distintas concepciones religiosas de Dios se ven en la expresividad de los cuerpos que forman parte del mensaje artístico, de tal modo que la obra del arte figurativo se expresa en la mayoría de las ocasiones a través de los cuerpos; o incluso a través de la ausencia de representación de los cuerpos como es el caso del arte musulmán (no así del cristiano). En conclusión, puede asegurarse que la comunicación no verbal se encuentra contextualizada y explicada en una parte muy importante por las religiones, y las Ideas de Dios de que son portadoras. Así pues, la comunicación no verbal puede aclarar el sentido y el significado de estas últimas.

     También venimos defendiendo que no es pequeña la contribución de la Teología Natural a las Ciencias Humanas, pues a la constitución atea de las mismas puede ser contrapuesta una constitución creyente. Así es, porque como hemos dicho la construcción de ellas se ha hecho sobre los supuestos del ateísmo epistemológico según los cuales el tema de Dios es algo subjetivo, que no cuenta para las ciencias que estudian las distintas facetas del ser humano; o incluso que es perjudicial para él, por ejemplo en cuanto alienación, por lo que sería preciso criticarlo hasta llegar a la desaparición de la religión.

     Pero lo cierto es que las Humanidades a pesar de llamarse científicas- con una pretensión que arranca de su constitución en el siglo XIX- no han logrado un estatuto que permitiera llegar a la demostración o intuición de sus presupuestos y conclusiones. Por el contrario, ocurre que no han logrado siquiera el acuerdo sobre su objeto. De este modo, la Psicología arranca en la segunda mitad del siglo XIX con la pretensión de estudiar la mente humana (Wundt), pero a principios del XX  cambia de objeto y se impone el estudio de la conducta: Se  argumenta que la mente no es observable y la conducta sí lo es (Watson, conductismo), aunque más tarde intente introducirse de nuevo la mente en el conductismo de las variables intermedias (Tolman). Igualmente, es de resaltar que ha gozado de de prestigio y de una práctica clínica importante una corriente de esta ciencia como es el Psicoanálisis (hoy en día no está en boga porque sus construcciones han sido criticadas), que ha llegado a tener psicoterapeutas que intentaron que sus pacientes eliminaran la  llamada pulsión religiosa en cuanto era considerada una perjudicial ilusión infantil (Freud). Además de ser contradictorias entre sí, todas tienen en común- aún tratando con pensamientos, sentimientos, emociones, desarrollo afectivo- que olvidan que todos los conceptos que emplean dependen y están ordenados a Dios, en cuanto que constituye la cima del desarrollo, sea de la mente o sea de de la conducta.

     En lo que atañe a la Antropología científica, ocurre otro tanto parecido desde su constitución. Impregnada de las corrientes filosóficas de la época toma la forma de estas, llegando hasta ser contradictorias entre sí, como lo fueron en los inicios el evolucionismo (Morgan) y el relativismo (Boas); sin que todavía hoy se hayan puesto de acuerdo las distintas corrientes sobre el objeto de su ciencia. Todas ellas olvidan que dependen de la Antropología Filosófica que se estructura en torno a la Idea de Hombre, de modo que la modulación correcta de la Idea- que tiene en cuenta materiales de las mismas ciencias antropológicas como la cultura, la familia o el arte-  pasa por pensar que Dios es la teleología consciente e inconsciente a que está ordenado el ser humano.

     Vamos también a poner el ejemplo de la Pedagogía en la que es evidente la diferencia entre las distintas alternativas o corrientes que dependen de las filosofías respectivas. Además, es evidente el fracaso de algunos sistemas educativos, que obviamente implica el fracaso de la ciencia pedagógica que lo sostiene.

     Por nuestra parte, hemos sostenido que Dios tiene una importancia decisiva en la constitución de las Humanidades, porque la alternativa teísta permite una construcción verdadera de las mismas, también porque desde el punto de vista de la praxis el Absoluto es sumamente beneficioso. De la constitución teológica es imposible salir porque de Dios depende la construcción de una Ortología antropológica, que es transcendental porque la constitución atea también la propone. Nosotros en nuestro ensayo Ortología antropológica hemos propuesto por primera vez que Dios no es indiferente para el hombre, para las Humanidades, pues el ser humano está diseñado para Dios y alcanza su optimización en cuanto hombre que entra en relación con el Absoluto, como hombre religioso. Es por ello por lo que, por tanto,  el paradigma dominante de las ciencias del hombre ha pergeñado un modelo inadecuado de hombre, una ortología inadecuada, que se implanta en las ciencias y las constituye inadecuadamente.

     Por ende, las propuestas filosófica de la Ortología antropológica configuran una valoración de lo que es apropiado para el sistema cultural del ser humano. Según ellas son apropiadas las realidades que corresponden a un sistema cultural en el que la religión juega un papel de primer orden. Ello significa que la norma del sistema cultural se encuentra en Dios y la religión, y que en Él el sistema cultural y científico encuentra su excelencia. Siguiendo estas premisas, se constituye una práctica humana que debe impulsar la religión como verdadera alternativa, en vez del programa que propone la ciencia normalizada, que impulsa programas de excelencia humana completamente inadecuados. Por ello, en los medios de masas la práctica religiosa, que recomienda la ortología antropológica, está completamente olvidada y fuera del sistema humano.

     Como consecuencia, nuestra alternativa está en contradicción con las prácticas de los estados en los que están prohibidos los signos y símbolos religiosos en el ámbito de lo público, porque ello en lugar de favorecer el desarrollo humano, en todos sus ámbitos, lo daña. Así por ejemplo, es fácil comprender que esta erradicación perjudica al mismo desarrollo de las Humanidades, pues una verdadera constitución de las mismas pasa por la incorporación del Absoluto a ellas. De otra manera: el ocultamiento de Dios y la religión contribuye al oscurantismo, pues Dios y la religión racionalizan la realidad total y la praxis humana en particular.

     En conclusión, puede decirse que las ciencias humanas no puede construirse cabalmente sino es dependiendo de la Idea de Dios, que las atrae aunque cada una guarde la especificidad de su objeto que no se pierde. Ello significa que las Humanidades conservan su autonomía en el orden del discurso, en el orden gnoseológico a pesar de que este discurso deba construirse en dependencia de Dios. Con ello no se pierde la Idea de Symploké  pues cada ciencia y la relación entre las distintas ciencias sigue un camino que está ontológicamente determinado por le misma realidad de los materiales humanos. Por tanto, debe señalarse que por medio del Absoluto se puede establecer una conexión verdadera entre la Ideas filosóficas, y de estas con las Ciencias Humanas en la que unas con otras se relacionan, por lo que Dios- al igual que la Idea de Bien en el sistema platónico- es la cúspide del saber. De lo dicho se desprende que es natural preguntarse por el papel que la teología racional debe jugar en el saber humano. Creemos que puede adelantarse que el papel de dicha ciencia es principalísimo porque la Idea de Dios es el objeto central de su discurso; y las Humanidades, aunque se construyen cabalmente con otros materiales, tienen como hilo conductor al Absoluto, aunque, según hemos señalado, cada ciencia pueda tener su autonomía como célula epistemológica.

     Para terminar el capítulo, y como corolario, unas breves palabras: Puede asegurarse que el sistema de las ciencias humanas tiende a la especialización. Pero también se sabe que está en un proceso permanente de creación. En nuestra opinión, este proceso de creación también pasa por los discursos que relacionan ciencias distintas, que primariamente estaban desconectadas. Con ello, se ve que la especialización a veces es una carencia porque se opone al crecimiento del conocimiento mediante la relación de unas ciencias con otras. Por ende, la existencia de generalistas es también necesaria para la ciencia (igualmente para la Filosofía) en la medida en que la totalización racional de lo real se desarrolla como venimos mostrando.

CAPÍTULO V: TEODICEA

     Es conocida en la Historia de la Filosofía la antigua objeción que presenta el mal a la existencia de un Ser Perfecto, Creador del mundo y perfectamente Bueno. Dicha objeción es fuerte y no ha dejado de calar en el pensamiento occidental, especialmente en los últimos siglos. Pero la Teología ha sabido responderle de diversas maneras, todas ellas justificando la realidad de Dios, hasta tal punto que se defiende que la existencia del mal en el mundo no es un argumento en contra de Dios sino a favor (in malo pro Deo: Santo Tomás de Aquino). Lo que modestamente vamos a hacer nosotros es defender que el mal es en sí un misterio para la razón finita en cuanto que parece presentar la opacidad de lo irracional. Como consecuencia, hemos planteado que para eliminar la aparente irracionalidad del mal es necesaria la ampliación de la realidad natural sucesivamente, hasta llegar a la Inteligencia de Dios, que es la que es capaz verdaderamente de dar cuenta del problema con una racionalidad que se nos escapaEn este sentido, pues, puede decirse, con la Escritura, que Sus caminos no son nuestros caminos. En fin, no se trata de afirmar que existen dos argumentaciones distintas sino de reconocer que el argumento contra la Teodicea ha encontrado su contradictoria, por lo que la existencia del mal en el mundo queda racionalizada postulando de la existencia de Dios.

     Por su parte, el argumento, formulado por el estoicismo, resalta que la razón ha de reconocer que Dios o es impotente o es malo; y que un dios impotente o malo no es Dios. El argumento es fuerte y no se puede suponer que se cree  porque es absurdo al modo de Tertuliano, porque en este orden de cosas es más consistente la solución general de Kierkegaard que afirma que la fe es un salto que damos por encima de la razón, por lo que a pesar de las razones en contra de la creencia, la fe se afianza en  ella.  Siguiendo con las racionalizaciones ante el problema que estamos tratando vemos que se han intentado diversas soluciones dentro de la creencia. De esta manera, se ha afirmado la negatividad del mal, la existencia de la libertad humana, creadora del mal (San Agustín de Hipona, Leibniz, Maritain…), que son racionalizaciones de la realidad que no son totales.

     Con respecto a estas racionalizaciones, cabe preguntarse que -puesto que se concede al menos cierta positividad al mal, al mismo tiempo que se afirma la existencia de Dios- que por qué Dios puede tolerar el mal. Creemos que la respuesta pasa por conceder que Dios no quiere el mal, sino que, al igual que por ejemplo no puede crear un círculo cuadrado, tampoco puede crear un ser finito sin mal. En efecto, los seres finitos son limitados, y por ello están íntimamente ligados a la imperfección; aunque no obstante también Dios permita igualmente la existencia del mal en la medida en que el ser finito está destinado a la Salvación; es decir que, como defiende Leibniz, el mal se permite en vista de un bien mayor. Todo ello, también teniendo en cuenta, que el mundo tal como es tiene mucho bien, que como venimos defendiendo en la línea de la Filosofía Perenne está llamado a un mejoramiento en la Salvación escatológica del Reino de Dios. No obstante, aunque el ser finito necesite de un proceso de mejoramiento hasta la llegada del Reino, esta llegada no implica la perfección del ser finito, pues entonces sería igual a Dios, sino, por ejemplo, la desaparición de las limitaciones que causan el sufrimiento. En efecto, estas mismas limitaciones de lo finito implican la necesidad de que atraviese por un proceso de perfeccionamiento, en el que esencialmente consiste la historia del mundo desde la Creación has el Ésjaton final.   

    Por otro lado, generalmente hablando, ante el problema filosófico del mal existen dos posibilidades básicas de racionalización. La primera es la que defiende la existencia de Dios (la Filosofía Perenne: San Anselmo de Canterbury, Santo Tomás de Aquino, Newman, Whitehead…); la segunda toca a cursos de racionalidad incompleta que niegan la existencia de Dios (fundamentalmente, los diversos materialismos). Con respecto a la dialéctica entre estas dos posibilidades, consideramos que el mayor nivel de racionalidad ante estos temas se consigue con la Filosofía Teísta, pues incluso en el problema central de la Teodicea se puede decir, siguiendo a Santo Tomás de Aquino, que el mal es un argumento a favor de la existencia de Dios. Precisamente porque la razón debe reconocer sus límites, que hacen incompleta la racionalización del conjunto de lo real,  es por lo que la razón en su mismo ejercicio debe defender la existencia del Ser Infinito como Inteligencia Suprafinita, que es capaz de racionalizar completamente el problema. Aquí, la razón humana se encuentra con sus límites y se necesita una racionalización en segunda instancia.

     En este orden de cosas, la irracionalidad de la existencia del mal postula otras realidades que atenúan la irracionalidad del mal. Ello, según hemos visto, implica la transformación del mundo en un mundo mejor en la Nueva Creación, lo cual si no elimina el problema sí lo atenúa. Por eso, también se postula la ampliación de la realidad natural con una sobrenatural, en la que el mundo aparece redimido. Pero, como la razón debe postular que lo real es racional, y nuestra razón finita no puede agotar esta posibilidad hay que afirmarlo como misterio para nuestra razón, al mismo tiempo que defendemos que la Razón de Dios lo racionaliza. En conclusión, hablamos de una racionalidad limitada de lo real porque la racionalización total es para nosotros imposible. Por todo ello, puede afirmarse con Tomás de Aquino que la existencia del mal es un argumento a favor de la existencia de Dios; y el tema es así también porque la misma racionalización de lo real natural pide la existencia de Dios.

     En este orden de cosas, podemos empezar señalando que en la historia de la filosofía ya desde Parménides en Occidente, y desde la Metafísica advaita en Oriente, se hace el planteamiento de que para la razón es natural reconocer solamente la existencia del Absoluto. De este modo, lo relativo queda como una apariencia que no tiene realidad consistente. Pero, para nosotros, esto no es así porque no se puede negar la radical consistencia del mundo. Entonces, según estamos viendo, aquí el problema no es la existencia de Dios sino refutar el acosmismo. En este sentido, hay que reconocer que existe un impulso determinado de la razón que lleva a negar la existencia del mundo o su consistencia ontológica. Y este impulso tiene su justificación, pues la consistencia ontológica del mundo no puede llegar a ser la del ser realísimo y perfecto. (Por ello puede decirse que para un pensamiento maduro Dios es anterior, desde el punto de vista de la Gnoseología, al mundo. E incluso ontológicamente porque, según hemos visto, desde la mera idea de ser se concluye que existe el Absoluto, lo que ha sido perceptible desde que el pensamiento ha emprendido su vuelo en la Antigüedad). Pero no obstante, por ejemplo, la constitución transcendental de nuestro cuerpo hace imposible el acosmismo puesto que el cuerpo nos recuerda nuestras esclavitudes fisiológicas y físicas, y ellas se imponen de modo que es imposible negarlas consecuentemente. De todo ello, se deduce que el mundo existe y tiene sus propias legalidades, que son estudiadas por las distintas ciencias. Por consiguiente, afirmar la realidad y excelencia de Dios no puede justificar el acosmismo, puesto que el mundo tiene una consistencia y una realidad propia, aunque sea de segundo orden con respecto a Dios.

     Así pues, puesto que no se puede negar la realidad mundana lo que se plantea es el problema de por qué existe lo limitado, lo imperfecto y el mal. Ante ello, nosotros hemos defendido es que es posible pensar en una serie de ampliaciones de mundo natural que lo hagan menos irracional. Para tal fin se puede plantear el problema de diferentes maneras. La primera consiste en aceptar que el bien es en sí racional. Así lo han hecho los escolásticos atribuyendo al predicado bueno la cualidad de ser  un transcendental del ser. Así, puesto que el  ens,  el verum  y el bonum son convertibles puede afirmarse que el ser es bueno, que la realidad es buena.

     Que el ser tomado a priori es bueno es algo que puede ser aceptado en la construcción de la teoría. Por ello, decir que el ser es  verdadero y bueno implica decir que el ser es racional en cuanto que bueno y verdadero; también, porque lo bueno y lo verdadero son convertibles. Por otro lado, si afirmamos que algo es verdadero estamos afirmando que es racional; y si defendemos que lo real es verdadero y bueno estamos afirmando que lo real es racional.

     Así pues, desde la defensa de que lo real es bueno se concluye que lo real es racional. Si fuese así totalmente no sería tan necesaria la filosofía, ni los problemas serían tan difíciles como realmente lo son. Pero ocurre que lo real no es totalmente bueno y por tanto totalmente racionalizable para nosotros, los seres finitos. El mal existe en el mundo y ello hace parcialmente irracional el conjunto de la realidad natural. Existen, por oto lado, otras vías que demuestran que lo real no es totalmente racional. Así, por ejemplo, desde el punto de vista antropológico no es racional que el ser humano esté íntimamente llamado a la perfección y la felicidad y que sin embargo no lo pueda lograr en la realidad natural.

     No obstante, el mismo ejercicio de la razón le lleva a postular que lo real como totalidad es raciónala. Entonces, la pregunta es como puede salir la razón de la antinomia de que debe afirmar que la realidad es racional y que al mismo tiempo en la realidad natural no se de ello, por razones entre las que destaca la existencia del mal en el mundo. Por un lado, por el acto del mal mismo, sin otros aditamentos. Por otra, por ejemplo, porque el ansia de felicidad del corazón humano no se ve satisfecha en este mundo, pues es irracional que exista esta necesidad de perfección y sin embargo dicha perfección no se encuentre.

     Como ya hemos estudiado en otros lugares (Razón y realidad, Razón y Absoluto), existen vías para la solución de la antinomia de que venimos escribiendo, que tienen su cénit en el teísmo filosófico, que sigue varios pasos. Así la presencia de lo irracional en el mundo hace que la razón  finita tenga que reconocer sus límites en cuanto a las posibilidades de racionalización. Con ello, ha de defender la existencia de una Inteligencia Suprafinita que es capaz de dar solución a la antinomia, aunque para los seres racionales finitos no sea solucionable más que bajo la vicariedad, esto es, bajo la suposición de que existe Dios como Inteligencia Suprafinita que nos desborda y supera. Con todo ello, queda racionalizado lo real y satisfecha nuestra razón, aunque lo mismo plantee ulteriores problemas. Aún con todo, la racionalización que defiende la existencia de Dios es la racionalización total y última. Por ende, antes que ella es necesario sostener que existen hechos intermedios en los que la realidad natural se amplía tanto propiamente como sobrenaturalmente.

     La primera ampliación de la realidad natural se hace en el tiempo, y no la supera sino que se hace dentro de la misma. Ello consiste en postular que frente a la guerra, la injusticia y los males morales que asolan a los seres humanos, habrá un futuro en que ellos tengan una expresión mucho menor que la actual y la pasada. Esta es, pues, la primera ampliación de lo real natural que exige el uso de la razón finita.

     Pero el cumplimiento de los deseos humanos de justicia, caridad y paz no racionaliza completamente la realidad natural sino que el ser humano experimenta en su vida psicológica el deseo irreprimible de no morir, de vivir eternamente. Este hecho solo se puede comprender racionalmente si se cree en una nueva ampliación de la realidad natural, cual es la de la inmortalidad personal. Esto es, con la suposición de que nuestra vida natural tiene que ser seguida de una vida de inmortalidad. Y como no solamente una vida inmortal satisface nuestras necesidades, sino que también experimentamos el deseo de una vida feliz, habrá que defender una nueva ampliación de lo real natural hacia la inmortalidad personal feliz.

     Por ello, la razón cree que al final de los tiempos advendrá una vida  feliz e inmortal. Es la escatología final, que se presenta como Reino de Dios, que es por Dios en la medida en que su advenimiento exige la intervención de una potencia igual a la potencia de la creación. En la medida en que el hombre no se satisface plenamente con ningún bien transitorio o temporal, el Reino de Dios implicará el hecho de la felicidad en la contemplación y la vivencia de las perfecciones del Señor.

     Pero la escatología final no representa solo la racionalización de los deseos individuales de inmortalidad y felicidad, racionalización que como hemos visto en otros lados (Sobre la Historia) significa también la racionalización de la misma historia. En efecto, desde el momento en que postulamos la racionalidad de lo real, hemos de defender también la racionalidad del proceso histórico como un proceso racional en el que se amplía la historia natural para dar lugar al mundo final feliz, que es el Reino de Dios en el que acabará el sufrimiento. Ello amplía la linealidad del tiempo natural, pues de otra manera, la racionalidad del tiempo histórico no puede ser tan completa.

     Pero existe un tiempo entre la muerte personal y el Reino de Dios. Conforme al hecho que marcan nuestros deseos de inmortalidad es de razón que el hiato entre nuestra muerte y el Reino sea ocupado por la inmortalidad personal. Esta inmortalidad personal de la escatología intermedia implica que debe existir una realidad que conserva la esencia de la vida de la persona. Esta realidad es la que es conocida tradicionalmente como alma. Como consecuencia, es natural que se crea filosóficamente en la inmortalidad del alma, esto es, la persistencia personal entre la muerte y el Reino.

     Pero esta nueva ampliación de lo real natural también exige como condición de su posibilidad la existencia de un ser omnipotente, un ser capaz de cambiar el curso natural de los acontecimientos materiales, que lleva a la superación de la separación y la muerte final, para instaurar la vida del alma; y también el Reino. Por consiguiente, puede concluirse que tanto la inmortalidad del alma como el Reino, muestran la realidad de la existencia de Dios como un camino suyo. Es decir, exigen la existencia de Dios como potencia máxima y buena, que puede transformar el mundo radicalmente por su poder, y que además, por su bondad, quiere.

     Así pues, partiendo de que no se puede negar la consistencia del mundo hemos intentado mostrar una explicación al problema de la existencia de lo limitado, de lo imperfecto y del mal. De este modo, hemos considerado que es posible pensar una serie de ampliaciones del mundo que haga el total de lo real más racional. Así hemos arribado a una ampliación más general que consiste en afirmar que la realidad natural alcanza se mejoramiento en la escatología intermedia y final (que por su parte piden también la existencia del Absoluto). Aún con todo, no hemos negado que el problema como tal permanece como misterio, aunque hemos intentado mostrar una racionalización necesaria que consiste esencialmente en decir que aunque los seres racionales finitos no podamos agotar la racionalidad de lo real natural, Dios sí puede hacerlo cono Conciencia Suprafinita, como inteligencia que supera nuestra racionalidad sin negarla o contradecirla.

     Esto es así porque la razón no tiene otra opción que creer que lo real es racional, pues ello es condición de su mismo ejercicio. Este axioma empuja a la razón a ir cada vez más lejos en la construcción de la ciencia y la filosofía. Pero él mismo lleva a la razón finita a reconocer sus límites, en cuanto que el mal hace lo real  como totalidad irracionalizable para nosotros. Por ello, en el mismo ejercicio de la razón ésta pide la existencia de otra realidad que – sin negarla-  la supera. Esta Razón que supera los límites de la razón de los seres finitos es la razón de la Inteligencia Suprafinita, la Razón de Dios; lo cual, ya en sí, constituye una crítica de los límites y posibilidades de nuestra razón.

     En fin, hemos defendido ya desde Razón y realidad que el mal es real e irracional, y además hemos entendido que la realidad como totalidad es racional. Estos presupuestos son los que nos han permitido las ampliaciones de la realidad natural, así como la constatación de que queda un resto de irracionalidad que se elimina con la afirmación de la existencia de Dios como Razón Absoluta (Inteligencia Suprafinita), que es capaz de racionalizar completamente la totalidad de lo real. Con ello se reconocen los límites de la razón finita, en este caso ante el tema de la existencia del mal; aunque pueda decirse que es irracional en sí que haya mal; y que el mal se manifiesta como carencia de algo que es debido, es decir, como carencia o alejamiento de los parámetros del bien (como cuando decimos que una enfermedad tiene una sintomatología concreta distinta de la normalidad de la salud).

     Concluyendo, podemos decir que es racional que exista la Perfección (Dios) porque en caso contrario no podríamos pensarlo como lo Perfecto. De ello se desprende que es irracional que exista la imperfección. Sin embargo, como hemos estudiado, es condición de la razón el postulado de la racionalidad de lo real en cuanto totalidad. Ello significa que Dios existe, y que es Inteligencia capaz de racionalizar lo real por encima de nuestro pensamiento, que tiene por ello sus límites. Resta por aclarar que no nos hemos saltado el principio de no contradicción (diciendo que lo rea es racional y que no lo es) puesto que en última instancia (para Dios) lo real es racional. Tampoco hemos defendido que nuestra razón sea incapaz de conocer verdades, pues estamos diciendo únicamente que Dios, sin negar nuestra razón, la supera.

     Como corolario, puede asegurarse que puede también demostrarse que existe un Absoluto cuando pensamos que la razón en su mismo ejercicio no tiene otra alternativa que asegurar que lo real es racional. Ahora bien, si lo real es racional tiene que existir un ser que la racionalice, es decir que tenga todas las perfecciones. A ese ser es al que todos llamamos Dios. Luego, Dios existe como suma de todas las perfecciones.

     Pero de lo dicho, en alguna manera,  se deduce que el problema de la Teodicea queda invertido. Ello quiere decir que en vez de justificar la existencia de Dios, de lo que se trata más bien es de justificar la realidad de algo que no sea Dios, que es el problema con el que se enfrenta el monismo de la Filosofía India, que solamente cree en la realidad del Absoluto, pensando que el mundo más bien como fenómeno que hay que explicar como apariencia frente a la consistencia absoluta de Dios.

CAPÍTULO VI: ESCATOLOGÍA

     Ya hemos expresado en otros lugares que lo racional es que exista lo perfecto, y que el misterio del mal hace el mundo irracional parcialmente. Pero el mundo es una realidad que se impone con forzosidad (Zubiri), por lo que es incuestionable afirmar la consistencia de la realidad natural. Ello implica que la afirmación panteísta de su no existencia añade irracionalidad al problema. También hemos de reconocer que el mundo no es necesario por las mismas razones que lo hacen irracional parcialmente. Si el mundo no es necesario se hace incuestionable la existencia de una Voluntad Libre que sea su causa. De ahí, que Dios en cuanto que Voluntad produce el mundo no por necesidad sino libremente. Ello significa que lo produce por amor, pues una voluntad que no procede por necesidad procede por que quiere el mundo y su existencia. Por tanto, una de las perfecciones de Dios es la bondad. Y como es Omnipotente también, es lógico pensar que el mundo está destinado en Su Voluntad a la Salvación escatológica. 

     Por otra parte, parecen existir, al menos, dos tipos de bienes. El primero de ellos por ley natural es de la vida. El otro es el bien sobrenatural que consiste en la posesión de Dios. Así, partiendo del primero hemos podido construir intelectualmente muchas verdades, pero se impone la afirmación de que Dios es el Bien Supremo. Él es el bien de orden sobrenatural por excelencia, cuya posesión cabal supone que se ha alcanzado la vida eterna, bien como inmortalidad del alma o bien como resurrección de la carne. En estrecha relación con estas afirmaciones, está el hecho de que el hombre es un ser indigente, por lo que busca lo que no tiene, aquello de lo que carece. Ahora bien, desde que Dios es el ser que tiene todas las perfecciones, Él ofrece todo lo que el ser humano necesita. Luego, el Sumo Bien humano es Dios. Y puesto que este bien se alcanza con la vida eterna hay que concluir que el sumo bien humano es de orden sobrenatural, y consiste en la mayor posesión posible de Dios.

     De otro lado, por qué razón no existe solamente Dios se explica también porque Dios es Amor y Libertad, y ha creado libremente el mundo por amor. No obstante, la Apocatástasis es en Escatología algo sobre lo que hay que discurrir, siendo una posibilidad de la razón, pues, si pensamos en sus argumentos, nos damos cuenta que si todo vuelve a Dios al menos al final de los tiempos la realidad se haría perfecta, pues solo existiría Dios, que es Perfección. Pero hay que afirmar que la realidad de la Apocatástasis (todo vuelve y se disuelve en Dios) no es una alternativa plenamente racional porque niega la Perfección y la Suficiencia divinas, que suponen que a Dios no le falta nada. Como consecuencia, hay que defender que hay un fin escatológico en el que el mundo queda redimido y mejorado (en bien, en felicidad, en vida eterna…). En consecuencia, el Reino Escatológico es el fin de la historia pero no una disolución del cosmos (acosmismo), como defiende la filosofía más importante de la India.

     Así pues, para el hombre los temas escatológicos no son de poca importancia. En efecto, como ha mostrado repetidamente el existencialismo entre otras corrientes de pensamiento, el hombre es un ser que sabe que va a morir; es un ser para la muerte. El joven suele pensar que queda mucha vida por lo que la preparación para el final de la vida suele quedar postpuesta. Pero, según escribió el poeta Ángel González, cuando se alcanza una edad provecta el tema de la muerte resulta inaplazable. Y en este caso no se encuentran igualmente preparados el ateo que el creyente, puesto que el ateo ha de tener una muy  mayor propensión a contemplar el tema más angustiosamente; mientras el creyente, que espera la salvación y la vida eterna y feliz, ha de contemplar el problema con la esperanza y hasta con la alegría de una nueva vida que se le ofrece.

     Por ello, no sirve el olvido del tema, ni la represión de la angustia por un optimismo fácil y epidérmico,  que olvida las últimas preguntas o tiene para ellas soluciones ateas, según enseñan las psicologías al uso. En este sentido, es preciso constatar que la represión de la salida natural, (que es la de las creencias escatológicas) que produce el ateísmo da lugar a unas determinadas patologías, pues, según vamos viendo, esta represión de la salida natural produce un estado mental negativo. Con ello, el optimismo de la increencia resulta impostado y hasta contraproducente porque la realidad aflora por otros derroteros.

     Además, puede decirse que no somos una tabula rasa, sino que existen unos deseos y conocimientos entre los que están por ejemplo el conocimiento de los primeros principios, que no provienen de ninguna experiencia. En la materia que estamos tratando, destaca también el pensamiento de Santo Tomás de Aquino. Defendía él que los seres vivos quieren permanecer en el ser (al igual que el resto de las sustancias). Por propia experiencia y por la observación de los seres vivos, podemos asegurar que ello es verdadero, que los seres vivos desean con vehemencia permanecer en la vida (salvo las excepciones en las que el sufrimiento se hace insoportable). Y no solamente deseamos permanecer en la vida, sino también que esta vida sea eterna y feliz. Como hemos señalado en otras ocasiones, la realización de este deseo tiene que darse pues sería completamente irracional que existiera el deseo y no su cumplimiento.

     Así, si deseamos una inmortalidad feliz, y ello no puede darse en el terreno de la realidad natural ampliar racionalmente la realidad supone admitir que tal inmortalidad se da. Pero, como el cuerpo muere, hay que afirmar la existencia de una realidad que conserva lo esencial de la persona, su afectividad y su conocimiento; es decir hay que creer en otra vida. Ello significa defender que de la muerte corporal pasamos a una vida superior, y que como el cuerpo muere se exige pensar que existe otra esencia: el alma.

     Así que como lo que no es material es espíritu, es decir, como realidad con conciencia, razón, afectividad es lógico considerar el alma como espíritu personal. Pero igualmente es necesario reconocer que los seres humanos no se encuentran completos sin el cuerpo. Por tanto, por el método de la ampliación de la realidad, es necesario reconocer la ampliación de lo real que se producirá con la resurrección, y ello también por razones equivalentes a las que hemos aducido para pensar la inmortalidad feliz del alma. Ello quiere decir que sería absurdo que tuviéramos un deseo y que este no tuviera la posibilidad de realizarse. Para ir terminando con estos temas, queremos indicar que otra razón por la que se puede argumentar a favor de la escatología intermedia y final (la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne) es que Dios es bueno y omnipotente y por ello no permitirá que permanezca  la persona humana en la muerte.

     En cuanto a la pregunta de en qué consistirá la inmortalidad feliz se puede responder que, en la medida en que lo más elevado del hombre está en el trato con el Bien, la Verdad y la Belleza; y que estas son cualidades que se dan perfectamente en Dios, esta finalización de la vida del ser humano consistirá fundamentalmente en la vida con Dios, en cuanto que Él es Perfección. 

     Por último, defenderemos otro argumento a favor de la inmortalidad personal, basado en la Idea de Libertad. Ya Platón consideraba el cuerpo como cárcel del alma. (También Santa Teresa de Jesús: “Esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida”). De ahí que tanto el filósofo como la santa, concibieran la muerte como liberación y como acceso al mundo verdadero al que el alma está llamada. Y ello es cierto porque es normal sentir el mundo como realidad llena de servidumbres, como son las servidumbres sociales e incluso las del propio cuerpo. Por tanto, es natural que el deseo de muerte esté tratado en toda la literatura, entendida como libertad. (Freud entendía que había dos instintos básicos que eran el Eros y el Tánatos: el instinto sexual y el instinto de muerte).

     Ahora bien, estas consideraciones abren la posibilidad de construir otro argumento para la Escatología a favor de la inmortalidad personal, que bien puede seguir las huellas de otros que hemos ensayado más arriba. Efectivamente, si existe un deseo de libertad tienen que darse las condiciones para que su realización sea posible, pues de lo contrario sería irracional que teniendo el deseo no pudiera ser real. Por ello, es preciso creer en una vida después de la muerte,  es preciso que exista la inmortalidad personal en el que este deseo de libertad encuentra la posibilidad de su realización. Solo nos queda añadir que la libertad del alma forma parte de la felicidad con que nos obsequiará Dios en la vida eterna.

CAPÍTULO VII: RELIGIÓN

     El Hombre no es solo razón. Es también experiencia. Pero es fácil comprender que la razón abre las puertas a la experiencia. Así la Idea de Ser Absoluto que se expresa con el argumento ontológico marca la posibilidad de la experiencia metafísica, en cuanto que abre las puertas a la esperanza en la vida eterna, que junto con la certeza de la muerte forman los goznes sobre los que se construye dicha experiencia. Esta experiencia tiene también como característica la fascinación ante la presencia del Ser Perfecto (R. Otto), y las posibilidades que abre la vida eterna. Efectivamente, con ella entramos en la presencia directa de Dios. Ello sobrecoge, y cambia completamente nuestra percepción de la realidad. Ante dicha experiencia queda relativizado el mundo con sus cosas buenas y malas; y así, se le ve, como dice el poeta, como camino hacia el otro que es morada. Por ello, pasa al segundo plano la realidad del mundo natural. Con ello la esperanza en la vida futura feliz cobra fuerza, aunque en  muchas ocasiones ello llegue a olvidarse. No obstante, a pesar de la fascinación, la creencia en la vida futura y en Dios no deja de proporcionar tranquilidad de ánimo y bienestar psicológico y espiritual, que tanto ayuda a vencer las dificultades. Por último, la experiencia de la proximidad de la muerte en la vejez se corresponde palmariamente con esta experiencia metafísica, pues con ella se da el objeto adecuado que es la Grandeza de Dios.

      La Humanidad ha recorrido un largo camino desde la Revelación, su desarrollo y la consiguiente experiencia religiosa. Frente a esta experiencia milenaria, es de lamentar la actual pérdida de dicho legado. El problema con el que actualmente nos encontramos es grande si tenemos en cuenta el gran desarrollo del ateísmo en Occidente. Ello trae consigo la pérdida progresiva de estos hechos que tienen una larga tradición. En efecto, ya existen generaciones que viven ignorando la experiencia y los bienes que ella trae consigo, por lo que ni siquiera pueden comparar la religión con el ateísmo. Ello daría lugar a comprender la superioridad de la religión frente al fenómeno ateo, pero el hecho es que gran parte de la gente se encuentra desprotegida frente a la argumentación  de la filosofía atea, a lo que se añaden las carencias que todavía existen en la religión.

     Pero ya hemos visto en otros ensayos (Religión y Salud…) que la relación con Dios, que se manifiesta como religión, es riqueza y salud psicológica y espiritual, de tal manera que nos hace un gran bien. Aún con todo, ha tenido críticas fuertes, quizá debido también al hecho de que la religión- como toda obra humana- no es perfecta. Ello ha llevado a la pérdida del peso que tenía en las sociedades occidentales. Así, en estas sociedades los símbolos, las ceremonias y la presencia visible de la religión ha ido aminorándose. En la medida en que el símbolo religioso evoca los contenidos de la religión, poniéndonos en la presencia de Dios, su encubrimiento nos aleja de ello. Ello también trae como consecuencia la pérdida de sentido. Como resultado de ello, parece necesario que el símbolo religioso vuelva a estar presente en la vida cotidiana como ocurría antaño. No deja, en este sentido, de sorprender que, aunque la mayoría de la población es creyente, acepte esta ocultación, que puede ser antidemocrática, pues una minoría ha conseguido imponer sus criterios y  parcialmente su ideología a la mayoría.

     De la misma manera, hemos visto en otros ensayos (Agnosticismo, creencia y Humanidades…) que Dios constituye la constituye la condición de racionalización de las Ciencias Humanas; y que, además, lejos de ser algo de arbitrio es esencial para una verdadera construcción de las mismas y sus tecnologías. Por consiguiente, Dios no es una hipótesis de la que se pueda prescindir, sino que es un factor de la constitución de dichas ciencias. De ello se deduce que el Absoluto, en vez de estar fuera de la ciencia, debe estar dentro. Por ello, también en la Universidad y en la escuela.

     Con respecto a ello, valga el ejemplo de la Psicología. Aquí, hemos visto que la presencia de signos y símbolos religiosos resulta de gran utilidad para el desarrollo psicológico y espiritual de las personas. Como en nuestras sociedades (por ejemplo, en la escuela) resulta que la presencia de la religión en la vida cotidiana es muy pequeña, de ello resulta un gran perjuicio, que lógicamente produce enfermedad (Tournier). La enfermedad propiamente es espiritual, pero sus manifestaciones son también psicológicas y corporales. Lógicamente, la práctica clínica es inadecuada, pues en su paradigma dominante solo reconoce tratamientos inmanentistas que olvidan el componente trascendente, espiritual y religioso de la persona humana. Por ello, se hace necesario un cambio de paradigma, un cambio de visión, que olvide el ateísmo dominante.

      Naturalmente, conviene que la religión esté en las vidas de las personas y por ello en las partes más básicas del psiquismo. Para que esto sea así se requiere una fundamentación sólida de la religión en la psicología de las mentes. Pero ello se hace posible mediante una adecuada educación religiosa,  que debería comenzar desde las fases más tempranas de la vida, pues de esta manera la religión estará más asequible, más al alcance como recurso espiritual y psicológico para toda la vida.

     De otra manera, también pueden hacerse algunas precisiones sobre la Literatura. Ella ha sido defensora de formas filosóficas en lo concreto, no en el terreno de las grandes Ideas y especulaciones filosóficas. Pero en los géneros literarios se defienden tesis filosóficas y se expresan cosmovisiones. Por consiguiente, los cambios en las filosofías, que llegan a la Literatura hacen un camino descendente que va desde las grandes Ideas filosóficas hasta la concreción de la creación literaria, aunque esta muchas veces no sea consciente de estos niveles filosóficos. Por ello, más que comprender o representarse las filosofías las ejercen, hablando en términos generales que lógicamente tienen sus excepciones (Tolstoi, Unamuno…).Pero, no nos parece que esta falta de formación filosófica sea lo más conveniente para una buena literatura, pues una adecuada formación filosófica es evidente que mejoraría la creación literaria. Ello significaría una relación entre Filosofía y Literatura en la que la Literatura alcanzaría más autonomía, creatividad y mayor altura en la temática.

     A ello hay naturalmente que añadir que la pérdida de presencia de la religión que se experimenta progresivamente desde el Renacimiento debe ser cambiado por un nuevo paradigma, en el que el tema religioso ocupase el lugar que le corresponde en las creaciones humanas. En este sentido, desde los años ochenta del siglo pasado se habla de que hemos pasado a una nueva etapa de la Historia que se le da el nombre de Postmodernidad, que se caracterizaría por el fin de las grandes ideologías, de los grandes relatos y el comienzo del fragmento (Lyotard, Baudrillard, Vatimo, LL. X. Álvarez…). Por otra parte, la entrada de Europa en la Modernidad significó el fin de la cultura centrada en Dios (teocentrismo), que dio paso a una nueva cultura que atiende mucho más al mundo y a su disfrute. Ello no deja de promover filosofías nuevas y nuevas literaturas. El programa de alejamiento de la religión da sus primeros frutos en el ateísmo del siglo XVI (librepensamiento, Meslier…) y tiene una gran explosión en las filosofías ateas de los siglos XIX  y XX (Marx, Nietzsche,, Freud, Sartre…). Contrariamente a ello, en nuestros trabajos hemos abogado por una comprensión del perjuicio que ocasionó esta deriva. Por eso, el sentido de que hablamos de Postmodernidad no es el mismo en el que se emplean los autores que hemos mencionado. Por el contrario, consideramos que el programa del alejamiento de Dios, de adoración de lo profano, de una humanidad atea a que dio pie la entrada de la Modernidad está fracasado. Por consiguiente, más bien defendemos una postmodernidad de vuelta a la religión, vuelta que deberá darse en la nueva construcción de los distintos campos del Arte y del Saber.

     Pero distinguimos entre religiones mitológicas y religiones racionales. En aquellas están presentes, en mayor o menor medida, contenidos míticos, de modo que la religión puede ser enteramente mitológica o coexistir con un núcleo racional o racionalizable. En cuanto a la religión racional, entendemos por tal  la que se ajusta enteramente o mayormente a la razón. Lógicamente, las religiones mitológicas deben ser tratadas por la crítica racional, mientras que las parcialmente mitológicas deben desarrollar su núcleo racional hasta llegar a ser una religión plenamente racional, este es, a estar en armonía completa con la ciencia y la filosofía.

     En este orden de cosas, es natural que la racionalización más amplia de las realidades cosmológicas y antropológica que se puede llevar a cabo se hace defendiendo la existencia de un Absoluto, lo que no significa que el proceso racionalizador se haya adelantado a la Revelación histórica. Por eso, es normal que aquellas religiones que tienen por núcleo la creencia en Dios puedan ser consideradas racionales, aunque existan componentes necesitados de crítica y depuración; por ejemplo un concepto de revelación que intente oponerse a la razón filosófica hasta el punto de contradecirla en un proceso que intente criticar la razón desde algo exterior a ella. En efecto, la Revelación, en ocasiones, puede guiar a la razón, pero no contradecirla (tampoco puede contener elementos irracionales).

     En definitiva, hoy más que nunca es necesario la armonización entre la fe y la razón. Por ello, se hace imprescindible eliminar de la religión los contenidos irracionales, que no responden a dicha armonización. Este es el proyecto de Bultmann que plantea la necesidad de desmitologízar las religiones proporcionando alternativas que destierren el mito y no entren en conflicto con la razón. Es de entender que existen varios campos en los que puede entrar la razón desmitologizadora. Todo ello es más necesario que nunca porque la religión mitológica es un factor de importancia en la decadencia de la religión en Europa occidental. Ello es debido a la fuerza de la crítica atea, que plantea la necesidad de una renovación de la argumentación teísta, más si tenemos en cuenta el gran prestigio de que gozan la ciencia y la razón. Así pues, es necesario tener en cuenta los factores señalados si queremos hablar de una vuelta de Europa a la religión, superando obstáculos que no son tan difíciles de salvar.

     De esta manera, se evitaría el fenómeno de los muchos casos de personas que tienen la creencia en Dios solamente para las grandes ocasiones, de modo que solamente acuden a la religión en las ceremonias o en casos de gran necesidad, pues en lo demás no encuentran ninguna utilidad a la religión; y viven como si el tema no fuera de gran importancia. De otro modo vivirían el sentimiento religioso y  lo podrían apreciar como beneficioso, lo que supondría que fuera la presencia de Dios constante en su vida. Ello les haría  capaces de comprender lo que de positivo tiene la experiencia religiosa. Por consiguiente, como decimos es totalmente necesario el izamiento de una nueva argumentación y la misma crítica racional a favor del teísmo y la religión.

CAPÍTULO VIII: CRÍTICA

     Según hemos estudiado, los sistemas filosóficos o religiosos pueden clasificarse en completos e incompletos. Los sistemas completos son los sistemas teístas, que tienen: la existencia de un vector y un final de progreso intramundano; reconocen la existencia del mundo y la inmortalidad del alma; creen en un futuro personal absoluto; y, por supuesto, tienen como cima de la construcción la existencia y la acción de Dios. Los sistemas incompletos son tales en cuanto carecen de algunos de estos elementos o de todos.          

     Puede, en primer lugar, haber sistemas que no reconozcan ninguna de las racionalizaciones que hemos propuesto, pudiendo incluso calificar la realidad como caótica o irracional, y sin perspectiva de racionalización inmanente. En segundo lugar, cabe situar a sistemas en los que la única ampliación de la realidad es la ampliación inmanente, cuando se sostiene que el mismo mundo alcanza su perfección por su propio desarrollo interno. Este es el caso del marxismo como materialismo histórico,  que cree que con el comunismo se consigue la racionalización de la realidad natural, la cual no necesita ulteriores complementos o ampliaciones, puesto que con esta etapa final de la historia se consigue la perfección humana.

     En general, los materialismos se sitúan en esta perspectiva. Los materialismo se presentan, tanto en Psicología Filosófica como en Ontología, como si la única realidad fuera la materia, por lo que niega tanto la inmortalidad personal, como la existencia de Dios. Este es el caso, por ejemplo, del materialismo dialéctico de Engels. Como crítica al materialismo se puede decir que la Idea de Materia no tiene la capacidad de racionalización que tiene la de Inmortalidad Personal y la de Dios. Es la Idea de Materia epistémicamente deficiente, de una potencia explicativa y argumentativa mucho menor. Efectivamente, en lo que atañe al corazón humano lo deja sin expectativas y sin esperanza al postular que la muerte física es el final de la vida. En este aspecto, es irracional pues se registra como incuestionable el ansia de inmortalidad feliz, que, sin embargo, no queda satisfecha. Del mismo modo, es inconsecuente pensar que la irracionalidad del mal en el mundo es la última palabra sobre el problema, ignorando a Dios como inteligencia capaz de dar cuenta de ello. Igualmente, el materialismo puede negar la línea argumentativa de racionalización de la Historia, pues si suponemos que existe un final escatológico y un Señor de la Historia estamos en condiciones de superar a aquella argumentación que sostiene que el final de todo es la disipación de la materia o la conversión en otras formas de materia. Otro argumento clásico es el que se refiere al problema de la creación. En él, el materialismo supone que la materia entera está desprovista de la finalidad consecuente que le da la existencia de una Inteligencia Creadora y Ordenadora, que impide el puro azar irracional. En fin, el materialismo también impide la construcción adecuada de las Humanidades. Así, Dios tiene la máxima practicidad en Pedagogía, en Psicología y en todas las Ciencias Humanas. Por ende, en Pedagogía la creencia en Dios mejora las capacidades de aprendizaje; en Psicología, la vida religiosa ayuda a la psique y su dinamismo. Y así sucesivamente puede concluirse que Dios es absolutamente necesario para la constitución adecuada de estas regiones del saber y lógicamente para la praxis liberadora que deben promover.

     Asociado al materialismo aparece el naturalismo. Desde ideologías ateas se critica como superstición la comprensión del acontecer natural con causas sobrenaturales. Pero existe la comprensión de la actividad sobrenatural que no  entiende  esta como causa primera de las realidades naturales, aunque no se niegue toda actividad divina. Esta es la tesis de la Escolástica. Ella consiste en comprender que existen las causas segundas como efectos inmediatos de los fenómenos naturales, pero que además existe igualmente la acción divina en lo que la Escuela llama la premoción divina, de modo que Dios se vale de las causas segundas para efectuar su acción en el mundo. No obstante, como se sabe, también existe una causalidad primera de Dios, en sí misma. Esta se manifiesta propiamente como tal causalidad primera. Pero también se manifiesta, por ejemplo, en el poder de la oración. Este, en la medida en aporta bienestar psicológico y espiritual, manifiesta de manera inmediata la acción de Dios en el mundo, pues aquí las causas segundas desaparecen. Por ello, la premoción no es la única forma de acción inmediata del Absoluto en el mundo, que contradice el naturalismo.

     En cuanto a los sistemas que amplían la realidad natural, los hay que lo hacen creyendo exclusivamente en la inmortalidad personal o los hay que defienden la existencia de Dios. En el segundo caso podemos encontrarnos exclusivamente con Dios, sin inmortalidad; y en el primero con la inmortalidad personal sin Dios. El segundo caso es el del judaísmo antiguo, monoteísta pero sin creer en ningún tipo de inmortalidad. En el primer caso nos encontramos con el jainismo, que cree en la posibilidad de liberación personal no teísta, la cual consiste en la existencia del alma separada cuando ha alcanzado la perfección de la santidad por sus propios medios.

     Por último, existe la racionalización teísta completa que consiste en la defensa de, en primer lugar, la racionalización de lo real dentro del mismo mundo natural, como primera ampliación de la realidad natural; en segundo lugar, en la ampliación de un futuro personal absoluto, como inmortalidad del alma y como resurrección; y en tercer lugar, en la ampliación absoluta con la existencia de Dios. Estas son las ampliaciones que realizan las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo e Islam), y las filosofías que se relacionan con ellas.

     Desde luego, la ampliación de lo real natural que no plantea un futuro personal absoluto (inmortalidad del alma, resurrección) racionalizan limitadamente. Pero las religiones y filosofías como el jainismo, que están a favor de un futuro personal absoluto sin creer en la existencia de Dios plantean un problema para el teísmo porque se puede asegurar que para el logro de la felicidad personal y la vida eterna es necesario el Absoluto. Ello es así por varias razones. Primeramente, porque estamos hechos para Dios, y nuestra felicidad personal completa no puede ser imaginada sin Él. También porque la inmortalidad del alma supone una translocación tal de las leyes naturales que exige la existencia de una realidad que pueda hacerlo posible. Por tanto, Dios, mostrándose como confluencia de varios cursos de racionalidad, representa también la condición de posibilidad de la inmortalidad personal en la medida en que es omnipotente, y tiene por ello la capacidad de superar las leyes naturales.

     En cuanto a la solución que solamente contempla la existencia de Dios sin futuro personal absoluto, hay que hacer alguna observación. A este respecto, aunque la opción teísta, la opción de Dios racionalice muchos aspectos, se hace necesario reconocer que deja sin solución racional el problema del deseo de inmortalidad, que está en el corazón humano. Por ello, lo deja sin esperanza. Así pues, como estos inconvenientes son contrarios a la racionalización posible parece necesario reconocer que una religión con futuro personal es superior a otra que no lo tiene, por lo que resulta mucho más aceptable que la anterior, que niega la vida sobrenatural.

     Como consecuencia, se colige que aquellos sistemas filosóficos y religiosos que aceptan las dos proposiciones (inmortalidad y Dios) son la que desde la razón dan mejor cuenta de lo real. Entre ellas la más influyente es el cristianismo y su filosofía, aunque el Islam es también muy importante.

EPÍLOGO

     Algunos de los temas del presente ensayo ya los hemos tratado de otra manera cuando defendimos que las opciones metafísicas son decisivas en la construcción de las Humanidades, de modo que la respuesta que se da a la pregunta por Dios las conduce en uno u otro sentido. La Política también forma parte de las Humanidades y no escapa a esta regla general de manera que la afirmación  que todo es política es falsa. Es falsa porque la respuesta que se da a la pregunta por el Absoluto condiciona toda política. Siguiendo la Metafísica y la Teología Natural, puede ofrecerse la conclusión de que la Política se encuentra subalternada a la Metafísica por lo que no se puede defender la subalternación de todo a la política. Ello supone  que las visiones totalizadoras de esta ciencia sobre  el Saber no están justificadas. Por ello, también está equivocado el pensar que las religiones están fuera del estado y la política, pues por el contrario la respuesta que se les de condiciona toda la vida de los estados. Prueba de lo que mantenemos es que el Derecho eclesiástico del estado existe, porque es inevitable que todo estado debe tratar con la religión y las iglesias.

     Sobre todo esto existe un prejuicio abundante, de modo que se dan por incuestionables los dogmas ilustrados que pretenden hacer de la religión y la política dos mundos completamente separados, quedando la religión relegada a una subjetividad calificada de acientífica. Concluyendo, podemos decir que según la opción metafísica y religiosa que se escoja mantendremos una política u otra sobre las realidades humanas, pues, aunque a veces ello sea inconsciente o ejercido y no representado, la Política depende de la Metafísica. Como consecuencia, en lugar de la afirmación de que todo es política, debe decirse que todo es metafísica, lo que significa que el filósofo no está en las nubes sino en el mismo corazón de la realidad, como ya sostenía Platón.

          Lógicamente esta subalternación de la Política a la Metafísica (especialmente a la Teología Racional) y a la Religión cambia la construcción actual de las Ciencias Políticas, proponiendo como tarea la reconstrucción de esta parcela de las Humanidades, pues no es posible fingir que el tema de Dios está fuera del campo de las Ciencias Humanas. Ganaríamos mucho y en muchos aspectos se introdujéramos de nuevo a Dios en el campo antropológico, según hemos mostrado en otros ensayos (Humanidades y Absoluto, por ejemplo).

     Ello no significa obviamente que no quepa establecer ninguna consideración política, porque el apogeo de los sistemas filosóficos y religiosos depende muchas veces de la propia praxis humana. De este modo, el triunfo o el fracaso de un sistema dependen de condiciones políticas. Así, se habla de filosofías y religiones triunfantes o de formas filosóficas y religiosas ignoradas y hasta perseguidas. En la historia se registran ejemplos de ambos fenómenos. Por ejemplo se habla de una filosofía triunfante cuando nos referimos a Hegel, que consiguió hacer de la suya, la filosofía del estado prusiano; o se habla de Servet como ejemplo de religión perseguida.

     Lindando con lo que estamos diciendo, cabe decir que además de la filosofía mundana y la filosofía académica (Kant) existe en la realidad social la filosofía oficial. Esta es el conjunto de maneras de entender la realidad aceptadas por un sistema social y político determinado. Como filosofía que es, no puede escaparse tampoco de las opciones metafísicas. Por medio de ellas se impone un sistema de pensamiento a la sociedad que consciente o inconscientemente es compartido por la mayoría. Naturalmente, este sistema de pensamiento es compartido por un número suficiente de personas para imponerse, y organiza la realidad política y social. Por tanto, organiza la vida cotidiana de la mayoría de la población, que pasa a compartir estas ideas o el núcleo central de las mismas. Como resultado, puede decirse que la vida cotidiana de las sociedades y las civilizaciones está tomada por estas filosofías y sus Ideas. Ello no obsta para que los individuos tengan sus filosofías, aunque muchas veces no sean conscientes de ellas, estando muchas veces orilladas por la acción de la filosofía oficial triunfante. De todo ello destaca en nuestra sociedad la ignorancia y transparencia  de la vida religiosa.

     Al hilo de esto que estamos mostrando, nos queda por hacer un breve alegato a favor de la libertad de cátedra, Ella forma parte de la libertad de expresión, siendo un derecho formalmente reconocido en las democracias. Sin embargo, es un hecho que no existe en muchos ámbitos. Por ejemplo, en la enseñanza secundaria el prestigio de que disfrutan las Ciencias Humanas oficiales ofrece una gran resistencia a la libertad de pensamiento. Así, los contenidos son obligatorios y las interpretaciones pasan por científica y por ende incontrovertibles. Pero en realidad son cuestionables. Valga como ejemplo todo lo que venimos mostrando acerca de las Ciencias Humanas, construidas sobre postulados agnósticos o ateos. Incluso el mismo hecho de la imposición de las corrientes dominantes en Psicología, Pedagogía o Antropología va en contra de la libertad a que nos referimos, de modo que esta queda para las grandes palabras y las buenas intenciones.