sábado, 2 de mayo de 2015

Estética Teológica


Estética Teológica

Por José Pablo Noriega de Lomas

INTRODUCCIÓN


     Esta vez presentamos un ensayo de Estética, que es Teológica. En él hemos intentado de nuevo llevar las cosas a sus consecuencias, lo cual ha significado llevarlas al terreno de Dios, pues la mayor belleza es la Suya. Se ha dividido el trabajo en cinco capítulos. En el primero, se trata sobre la Idea de Belleza desde la perspectiva de la Filosofía. En el segundo, hemos escrito sobre la transición del mundo de la belleza a la Belleza Excelsa, que es Dios. En el capítulo tercero, nos hemos detenido en el tratamiento de las implicaciones que tiene para la ciencia de la Estética la realidad de la existencia de Dios. En el cuarto, hemos tratado de las consecuencias que tienen nuestras concepciones para el mundo de la Estética y del Arte. Por último, en el capítulo quinto hemos criticado las concepciones contemporáneas sobre la Estética y el Arte, defendiendo un Arte Teológico. Deseamos que este escrito sea del agrado del lector.



 CAPÍTULO I: SOBRE EL CONCEPTO DE BELLEZA




     El hombre tiene algunos conocimientos que no han sido puestos en él por la experiencia, sino que nace con ellos. Estos conocimientos son difícilmente tematizables. La tematización de los mismos es tarea de la ciencia específica de la filosofía. Todos sabemos lo que es verdadero, y por la tematización filosófica de este concepto sabemos que conocemos la verdad, y que ella consiste en la adecuación de lo que se dice con la realidad. Igualmente, sabemos filosóficamente que ése es el concepto de verdad no pudiendo existir ningún otro que sea verdadero.

     Otro tanto podemos decir del concepto de bien. Todos sabemos lo que es bueno, pero su tematización resulta igualmente difícil. Por Aristóteles y la Filosofía Perenne sabemos que lo bueno se presenta como aquello que se desea, y que por ello tiene forma de fin. Verdad, bien y otras ideas son transcendentales, es decir, conceptos supracategóricos, más allá de los cuales no se puede ir en el pensamiento excepto para llegar a Dios. Son la cúspide del pensamiento.

     En el tratamiento clásico de los transcendentales está también el transcendental

Belleza (el pulchrum). Así, todos decimos que tal cosa es bella, pero si nos pusieran en la obligación de expresar lo que es realmente la Belleza nos veríamos en algún apuro. Ello es porque, al igual que la Verdad y la Bondad, es un transcendental que conocemos pero que es difícil de definir.

     Los antiguos definían lo bello, la Belleza como aquello que tiene proporción, armonía, ritmo, número; y todos estos atributos son verdaderos. Los medievales lo definían como el brillo de la forma en la materia; y ello también es verdad. Por ello podemos concebir que la Belleza es ese brillo que da la forma a la materia proporcionándola. Ahora bien, esto es el concepto del transcendental bello que corresponde al mundo de la sensibilidad. Pero también existe el mundo de la inteligencia, al que corresponde igualmente este transcendental, el transcendental bello. En el mundo inteligible alcanza el transcendental al que nos estamos refiriendo la máxima dimensión en cuanto que se presenta como parte del Absoluto, de Dios; y en cuanto se presenta no ya como brillo sino como resplandor, que ya no es sensible sino que es propio de lo inteligible, del Absoluto, de Dios.

     De lo dicho puede concluirse que los transcendentales son realidades que se dan a priori, que conocemos previamente a su definición, la cual tanto como un conocimiento es un reconocimiento. Así, por ejemplo, en el Bien, según dice Santo Tomás de Aquino, tenemos unas inclinaciones por la ley natural que nos hacen reconocer como bueno la permanencia en el ser, que en nuestro caso es vida. Esta querencia está grabada en nuestra naturaleza, y se nos presenta como fin al que tendemos, querámoslo o no.

     Aún con todo, en estos temas puede hablarse de cierta herencia cultural, incluso de un a priori  cultural, refiriéndose a los conocimientos que tiene la especie humana que se transmiten por la línea del aprendizaje y del lenguaje. No obstante, ellos están en nuestra naturaleza y está en ella el recibirlos como tales.

     En conclusión, no podemos fingir que no tenemos conocimientos innatos o que  somos como una tabula rasa. Por ello, en nuestra naturaleza individual o social, o en ambas poseemos unos conocimientos que no podemos negar, como puede ser la idea de verdad o como puede ser el de que el primer principio del conocimiento es innegable. Lo mismo ocurre con la idea de Belleza, que según hemos dicho se muestra como el brillo que tienen las cosas que poseen esa cualidad de la belleza; y que despierta en nosotros la alegría de la contemplación. De modo que cuando contemplamos lo bueno, lo armonioso, lo consonante, lo numerado, la claridad se despierta en nuestra mente de forma natural un sentimiento placentero y alegre por el cual reconocemos la belleza de las cosas. (Nos interesa también señalar que lo bueno tiene su propio brillo. Ello constituye su belleza. En este sentido, algunos han confundido la Bondad con la Belleza por ese brillo característico de lo bueno al que nos referimos, lo que equivocadamente les ha llevado a identificar ambos transcendentales).

     En estos órdenes de cosas podría tal vez plantearse, al igual que More ha hecho con el concepto de bueno, que el predicado bello sea una realidad indefinible que se capta o no. En arte ello es cierto, pues captamos la belleza de las cosas innatamente, y hasta la Revelación del Resplandor divino se capta de una sola vez, aunque haya sido aprehendido viniendo de Dios, y se renueve en cada ocasión en que alguien alcanza a intuir el esplendor divino.

     Pero, según la tesis que estamos estudiando, ello es cierto solamente de modo parcial porque, aunque muchos reconozcan y perciban la belleza de las cosas sin saber definirla, la Filosofía ha venido tematizando la Idea de Belleza desde la Antigüedad. Por nuestra parte, recogiendo la tradición hemos considerado lo bello como el brillo en el proceso de desvelamiento propio de la Idea. En cuanto al Resplandor divino, también ello ha sido tratado por la Filosofía Perenne desde que la Revelación entró en contacto con aquélla, y ha sido especialmente tratado. Por ello, no puede decirse que la Idea sea indefinible, pues por ejemplo está definida en su máxima realización como Resplandor.

     Así pues, defendemos que existe la Belleza. Existe en el mundo natural como atributo objetivo de las cosas. Pero, sobre todo, existe la Belleza Absoluta de Dios que se muestra como un resplandor. Un resplandor en sí mismo como tal, un resplandor de sus atributos y un resplandor que comunica al mundo de las cosas, a la Creación. Por su parte, ello no depende de que el resplandor divino nos guste o no, sino que éste existe objetivamente, realmente, como verdad de la Belleza. Por tanto, no depende de nosotros aceptarlo o no puesto que se nos impone por su evidencia a no ser que nos pongamos en los ojos la venda de los prejuicios.

     Esta captación, pues, de la Belleza del Resplandor y de la belleza del brillo no depende de nosotros sino que, al igual que conocemos que lo verdadero es la adecuación del pensamiento a la realidad, también sabemos que la Belleza Absoluta está en Dios; y que las cosas sensibles, las cosas del mundo son también bellas, aunque su belleza sea la del brillo. (En ello existe cierto sentido subjetivo, pero igualmente se da en su extensión más amplia la verdad del conocimiento de lo que es bello).

     Por otro lado, Buda, el gran maestro de una parte muy importante de la Humanidad, enseñó que toda la existencia es sufrimiento. Y, como se puede comprobar por la experiencia histórica y la de nuestro mundo actual, no estaba falto de razón. Pero, como no queremos el sufrimiento es natural que busquemos motivos y formas de evitarlo o de mitigarlo, para hacer la vida más feliz y placentera. Una de las maneras que tenemos de hacerlo es con la creación del arte y con la contemplación de sus obras en su belleza. (Nos referimos a las formas más variadas que desde el museo, al cine o al baile y la danza. Todo ello nos vale).

     En este sentido, es lamentable que la fuente prístina de la Belleza, de la mayor belleza, que es la religiosa en el Resplandor de Dios, esté en muchas ocasiones cegada para muchos que ni siquiera ya saben que no conocen lo más exquisito de lo bello, por lo que la presencia del dolor es mucho mayor. No en vano, los epicúreos, que conocían la gradación de los placeres,  explicitaban que los placeres espirituales eran los superiores, frente a los elementales. Nos parece que no estaría de más la aplicación a nosotros mismos de este modo de pensar.

     No se niega con ello que el mundo sea bello. Pero, en cuanto que es finito, no puede serlo totalmente. Y así es porque, como se sabe, a pesar de que hay una cortina que intenta ocultárnoslo, hay sufrimiento, injusticia, pobreza que hacen que el mundo sea en ello feo. Además, incluso del mundo en el que no existe la pobreza tampoco se puede decir que parezca bello, muchas veces porque los problemas de la vida cotidiana ponen un velo que impide ver la belleza.  E, incluso, aunque no fuera así, como enseñó el Iluminado  la esencia de la vida de la Tierra es sufrimiento.

     No obstante, hay que resaltar que es con la alegría y la fiesta cuando estamos en mejores condiciones de apreciar la belleza del mundo, pues con ellas la tristeza y la preocupación se atenúan o desaparecen, y así nos quitan el velo que oculta el engaño. Pero aunque el mundo de la sensibilidad sea bello, y su belleza se pueda apreciar en su brillo, solamente cuando podemos vislumbrar el resplandor de Dios- especialmente por medio de la religión- alcanzamos a ver la verdadera y más alta Belleza; la mayor que los seres humanos son capaces en este mundo.

     En lo que se refiere al Arte, parece claro que su máxima función artística el ser humano la consigue con la contemplación del Resplandor del Absoluto, ese resplandor perfecto, inmarcesible e inteligible. Pero, al mismo tiempo, es preciso reconocer que el mundo de la sensibilidad puede hacer de imagen de la Belleza Absoluta, y servir de camino, en cuanto que refleja esta belleza, que lleve a la contemplación de la misma o a ser también una imagen, aunque pálida, de ella. En este sentido puede ser un punto de partida para que muchos puedan acercarse a la Pura Belleza o a una imagen más o menos aproximada de ella.

     Ello significa que el Arte en su más perfecta expresión es el religioso, puesto que el profano, aunque también puede ser bello, por sí no alcanza los valores que permite el otro porque éste último alcanza lo que el otro no, esto es, llega a lo más Bello, a Dios. Con todo, ello no implica que el esfuerzo por encontrar representaciones que dentro del ámbito de lo sensible reflejen lo más fielmente posible la Belleza Inteligible deba cesar. Por el contrario, puede incluso proponerse como un arte por descubrir y hacer en distintas manifestaciones.

     Pero no solamente cabe hablar de un arte bello. También es posible hablar de las almas bellas o de vidas bellas, entendiendo por ellas aquellas que tienen a la belleza por su hacer. Es decir, que se entregan a la realización de la Belleza Resplandeciente, a Dios. Ello significa que se dedican a la contemplación de Ella o a su servicio. Igualmente implica un servicio y una dedicación a la Bondad, pues como hemos dicho no puede ser que la Belleza sea mala o neutra, sino que es buena. Por tanto, puede afirmarse que las personas humanas tienen una vida más bella en la medida en que se encuentra en una relación de servicio y adoración al Absoluto, lo que se da eminentemente en aquellas personas que tienen su vida consagrada. Como consecuencia, puede asegurarse que las almas y las vidas más bellas son eminentemente por lo general las de los religiosos. Con respecto a esta temática se hace preciso constatar que la vida bella es resultado de una realidad interior que tiene la capacidad de producir la consagración al Resplandor de la Belleza. Ello significa que una vida bella es el producto de un alma que era o se hace bella. En ello nos referimos especialmente a los santos- especialmente los grandes fundadores de religiones- de los que se puede pensar siguiendo a Bergson que alumbran la vida de la Humanidad Como, por otra parte, ocurre que la llamada al servicio de la Divina Hermosura se encuentra en las distintas religiones de la Tierra, lo que venimos diciendo se aplica por lo general a todos excepto obviamente a los violentos.

     En efecto, también en esto se hace necesario distinguir lo verdadero de lo falso, por lo que no cabe creer que se de una vida bella en los militantes de las distintas clases de fanatismo. En este sentido puede aseverarse que la hermosura de la vida religiosa queda anulada cuando se anteponen los intereses de las propias creencias al diálogo verdadero, que debe presidir la vida religiosa de una Humanidad dividida en diversas religiones, que muchas veces se creen exclusivas portadoras de la verdad absoluta.



CAPÍTULO II: TRANSICIONES




     Por el ritmo, por la armonía, por la forma sobre la materia captamos el brillo de las cosas, que es también el resplandor apagado de la Belleza Inteligible, de Dios. Por medio de esos elementos podemos elevarnos también a la captación de la Belleza Suprema del Absoluto, que ya no es belleza sensible sino inteligible o, dicho de otro modo, Belleza Espiritual. Pero la diferencia entre el brillo de la belleza del mundo de las cosas y el Resplandor de la Belleza del mundo espiritual persiste; y si podemos captar cierto resplandor en el mundo de la sensibilidad, de las cosas ello se debe al hecho de que participan del mundo espiritual, inteligible en el que la Belleza es prístina, y es verdadera naturaleza. Es esta especie de resplandor apagado aquel al que llegamos cuando no es posible contemplar la belleza del mundo del arte y de la sensibilidad como copia o reflejo del Resplandor de la Belleza del Absoluto, que es lo bello por excelencia. Ello se da eminentemente en la forma espiritual y se conoce por la inteligencia, pues Dios es espíritu e inteligencia. De ahí que la copia sensible de la Hermosura Divina también nos transporte, nos eleve, transformando el brillo de lo sensible en la contemplación de las cosas de arriba, en que, según venimos diciendo, Dios resplandece en su Belleza y Él es lo bello por excelencia y por propiedad.

     Por otra parte, el brillo de la belleza sensible se capta naturalmente por medio de los sentidos, pero también interviene la inteligencia que da, comprende o recoge el ritmo, la armonía al ordenar lo que aportan los sentidos. Por su parte, la inteligencia tiene la capacidad de convertir lo percibido por los sentidos al símbolo; así por ejemplo, la visión de una cruz no es solamente la cosa sino que remite a un universo simbólico e inteligible de Belleza contribuyendo a mostrar sus contornos, o su sencillez, a enseñar el esplendor de la misma.

     Pero el órgano de la visión inteligible también es capaz de captar, la Belleza puramente inteligible de Dios, que es causa de la belleza en cuanto brillo de las cosas bellas. Así con este ojo inteligible, noético somos capaces de comprender la perenne Belleza  de Dios, en su pureza, o con mediaciones o adherencias sensibles, que nos sirven para que, por mediación de los sentidos, el órgano inteligible trabaje y sea capaz de la contemplación de la Pura Belleza.

     De este modo, el hombre una vez que ha visto el Resplandor de la Belleza del Absoluto comprende que carecía de algo. Por ello, quiere tenerlo presente en su alma, y verlo, con los ojos de la inteligencia, tanto como sea posible. Esta comprensión de la carencia del pulchrum, como uno de los atributos transcendentales de Dios, le lleva lógicamente a comprender que en un estado de naturaleza le falta lo que le supone la contemplación de la Belleza Suprema. De ahí, también que por medio de la sensibilidad, a través del brillo del símbolo artístico en cuanto tal brillo procura evocar y traer a la presencia esta Belleza, pero esta vez no con todo su resplandor, sino como reminiscencia que hace recordarla. Por ello, la belleza de lo sensible constituye un tipo de sustitución de la Belleza Inteligible de la que hace las veces, pero no suplanta ni iguala.

     En fin, el pulchrum como brillo existía, pero cuando el hombre lo comprende como resplandor de Dios, lo desea por encima del brillo, a no ser que se encuentre en una especie de ofuscamiento que le vele la contemplación del mismo, y le haga perder la causa de un deleite que, en el caso de la mística, llega hasta el éxtasis. Como corolario, puede decirse que parece imprescindible remover los obstáculos que impiden dicha contemplación; bien por la vía de la argumentación racional, bien por la vía de la emotividad de la manera que los no creyentes puedan abrirse a la comprensión que los haga capaces de Dios.

     En este sentido, el viejo problema - formulado por Epicuro-  sobre el mal en el mundo también puede ser reformulado como el problema de la fealdad en el cosmos. Dicho de otra manera, parece haber una relación de incompatibilidad entre la existencia de la fealdad y la de Dios como perfección pura y, por ello, como bondad y sabiduría. Evidentemente ello es un problema para la Estética, en sí mismo, y también porque lo bello no puede ser malo, aunque se pude afirmar que la razón de por qué hay imperfección y no existe sólo lo perfecto es un misterio para la razón.

     Por nuestra parte, lo escrito en Razón y realidad es aplicable a este problema. Con ello se pueden admitir ampliaciones de la realidad natural que la embellezcan, aunque totalmente el misterio de la fealdad en el mundo por sí solo no desaparece. Por ello, puede afirmarse que la  racionalidad de la realidad –que la razón no puede sino postular- pide no sólo las ampliaciones naturales (que racionalizan lo real natural sin salirse de ello) sino la racionalización absoluta. Esta racionalización absoluta consiste en la aceptación no solamente del misterio para la razón humana, sino la de la existencia de la Inteligencia Suprafinita, que desbordando nuestra racionalidad limitada, es capaz de racionalizar el conjunto de lo real. Así, la misma Estética, en sus planteamientos y en los problemas que plantea a la razón, se abre a la Teología Natural y a la Metafísica, pues la problemática que plantea no puede ser resuelta únicamente en su campo específico, sino que, por el contrario, refiere su conexión con estas disciplinas. En conclusión, el problema del mal en el mundo puede pasar a formularse como el problema de la imperfección del mismo, y por ello como el problema de la fealdad; y tener en esta formulación unas soluciones parecidas. 

     Con respecto a ello, comenzamos preguntándonos como la voluntad de belleza del hombre permanece sin ser satisfecha, puesto que es evidente que en el mundo hay fealdad. Para responder a ello  ya hemos planteado las ampliaciones de la realidad del mundo natural porque estas ampliaciones atenúan la irracionalidad anterior. La primera ampliación postula la existencia de la libertad humana que hace lo feo, porque siendo libres es nuestra elección escoger lo feo frente a lo bello.

     La segunda ampliación se da porque el ser humano con su voluntad de belleza hace por embellecer el mundo, por ejemplo buscando el bien y respetando la ley moral. O también con el arte y la microcreación, entre otras actividades. La tercera ampliación, que atenúa la irracionalidad de que el hombre tenga voluntad de belleza y no exista un mundo completamente bello, consiste en afirmar la inmortalidad personal, en la que efectivamente contemplará la belleza. Pero ello mismo significa creen en la existencia de Dios como Belleza Absoluta, puesto que es natural que el deseo se vea colmado, y el deseo solo puede ser satisfecho con la contemplación del Absoluto. Luego, también aquí –en el terreno de la razón estética- la existencia del Ser Supremo racionaliza lo real, al permitir que el deseo de Belleza pueda encontrar su objeto con esta nueva ampliación de la realidad natural.

     Así pues, como estamos viendo, alcanzamos la optimización en Dios, en la realidad suprema  tanto espiritualmente como psicológicamente, como filosóficamente; en este estar cerca del Absoluto. En Ella alcanzamos nuestras mejores posibilidades. Con la belleza ocurre lo mismo: alcanzamos con Él la Suma Belleza. Pero alienados de Dios por nuestra propia ofuscación fuera y alejados de Ella, somos incapaces de los beneficios que ello comporta como la gran alegría, la paz del ánimo. Por eso el Arte Contemporáneo, con su alejamiento de la prístina fuente de lo Bello no cumple con su misión para con el hombre, y, más que alegrarle con la verdadera belleza, lo que hace realmente es alejarle de la misma al alejarlo de la Belleza Inteligible. En efecto, al poner el punto de mira en los objetos que se pierden en su valor estético por no tener presente la dimensión religiosa, no la alcanza. Por ello frustra el deseo de belleza verdadera que tiene el alma humana.



CAPÍTULO III: LA ESTÉTICA Y EL ABSOLUTO




     Desde el Paleolítico Superior el hombre ha sentido la necesidad del arte, y con ello la necesidad de fabricar obras bellas, con los atributos propios de ellas, atributos que han sido descritos desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea, pasando por el Medievo. Éstos son la simetría, la proporción, la armonía, la claridad, la integridad y otros. Y desde una venus paleolítica o una pintura de Lascaux, pasando por un templo egipcio o un palacio de Cnossos ha brillado lo bello.

     Pero, en cuanto que en ellas no ha aparecido la manifestación de la Belleza del Ser Perfecto, no puede decirse que el ser humano hubiera alcanzado en ellas  la contemplación del Resplandor de la más pura belleza. Como se sabe éste sólo aparece a partir de la revelación abrahámica, que se anticipa a la filosofía y el arte del Ser Perfecto, como conjunto de todas las perfecciones, en los cuales ya puede decirse que se ve el Resplandor de lo Bello Absoluto.

     Con todo, la tematización de dicho resplandor vendrá siglos después cuando la Filosofía Cristiana en la Edad Media, recogiendo el legado de la Antigüedad, lo que significa que la tematización de ello se ha dado relativamente tarde: Ha tenido una historia en la que hay que destacar como importantes bases de la misma el trato platónico de la Belleza Inteligible –las Ideas de Bien y Belleza- y el plotiniano de la belleza –también inteligible- del Uno.

     Así pues, la Estética que estamos pensando es una estética teológica en tanto que Dios es el centro de gravedad de la elaboración, la Idea que completa, y la que es condición de posibilidad de la totalización racional del campo. Por ello, entronca con las filosofías estéticas antigua y especialmente con la filosofía estética medieval, a la que reivindica como construcción más potente y auténtica del campo que debe su nombre a Baumgarten. Así, según hemos mencionado, en la Antigüedad se debe especialmente a Platón y Plotino en cuanto a la comprensión de la Belleza como absoluto; y en tanto que el Absoluto tiene como atributo esencial la belleza. San Agustín – que está en la transición entre la Antigüedad y el Medievo- es también un antecedente por situar las Ideas en el Entendimiento divino. Igualmente, toda la filosofía de la Edad Media, en cuanto que hace de Dios  la perfección de la Belleza, y constituye su estética teniéndolo en cuenta, es muy importante para el trabajo de la Estética Teológica. Así que, como estamos viendo, existe una Filosofía estética perenne, que es la corriente más importante y más potente de la disciplina, precisamente por tener su centro en Dios. Por el contrario, otras, lógicamente, no culminan por intentar acabar su teoría inmanentemente, esto es, al margen de la divinidad. (También en Filosofía del Arte).

     De esta manera, cabe la pregunta por la posibilidad de una estética sin Dios, contradictoriamente a la que pensamos aquí, que, según planteamos, es una estética teológica. En respuesta puede señalarse que una estética que no capta la Belleza Suprema, que es Dios, está claramente incompleta puesto que no puede lograr una definición adecuada de la Belleza, ni siquiera intentar averiguar dónde se encuentra esta verdadera Belleza.

     Igualmente, tampoco puede responder a la cuestión de por qué la realidad no es perfecta desde el punto de vista de lo bello porque ello exige una ampliación de la realidad natural que una estética inmanentista es incapaz de hacer. En todo caso, podría definir lo que es la belleza natural, pero una comprensión completa de la Idea de Belleza no está a su alcance, puesto que dicha comprensión exige  postular la realidad sobrenatural e inteligible de Dios.

     En consecuencia, también en el campo de la Estética la comprensión cabal de su gnoseología necesita de la realidad de Dios. Ocurre aquí, entonces, que Dios es el vértice sobre el que se construye el desarrollo de la teoría, lo mismo que en la Metafísica, la Ética, la Filosofía de la Historia, la Epistemología y, en general, en la filosofía toda. En definitiva, el Absoluto marca siempre la compleción racional de las ciencias que, sin el tratamiento sobrenatural, están carentes de totalización, aunque puedan conseguir una racionalización parcial de lo real natural.

     Así, la Metafísica distingue los transcendentales del ser que son la verdad, la bondad y la belleza entre otros. Ello son los predicables más generales que se puedan mentar sobre el ser. Por ello, son supracategoriales. De otro lado, siguiendo el argumento ontológico, Dios es el Ser que reúne todas las perfecciones. Ello significa que no solamente es el ser por excelencia sino también la Belleza Absoluta, la Verdad, y la Suprema Bondad. (Ello también porque por el método de la afirmación de lo bueno, la negación de los atributos negativos y de la analogía, de Dios  se puede predicar los atributos, que en los seres se presentan como finitos, en su expresión infinita). Nos basta aquí subrayar que Dios es la Belleza Infinita, y que Él es la piedra angular desde la que se construye toda la Estética, que así es Estética Teológica. Ello no obsta para que pueda asegurarse que Dios también tiene otros atributos como son la Omnisciencia, la Omnipotencia o la Eternidad, pues el si es el Absoluto, lo es de todo lo bueno.

     Por otro lado, en el orden estético el alma humana tiene un deseo natural de belleza. Desde el Paleolítico el hombre se ha adornado, ha esculpido, ha pintado buscando el orden o la simetría. Ha buscado y ha hecho las cosas bellas con el mundo visible, hasta el punto de que incluso su cuerpo ha sido objeto del planteamiento estético mediante, por ejemplo el peinado o la ropa. Ahora bien, el ser humano ha podido encontrar la belleza sensible e incluso cierta belleza espiritual, pero la Belleza Absoluta sólo puede encontrarla en Dios. Y no de cualquier manera en la comprensión de Él, sino en el momento en que  Lo descubre como el Ser Perfecto. Desde ese instante, se capta a Dios no sólo como Suma Bondad o como Dios del Amor sino también como Suma Belleza. Y cuando se capta la Belleza de Dios se la capta como Sumo Resplandor del cual las cosas bellas son solamente reflejo. Así que,  comparadas con este Resplandor la belleza de las cosas, la belleza sensible es solamente brillo.

     En conclusión, puede decirse que el alma humana encuentra en un momento tardío de su evolución el Resplandor de la Belleza de Dios, por lo que Él era como un deseo desconocido que cuando es descubierto cambia completamente nuestras realidades, puesto que el brillo mundano queda en un segundo plano con respecto al Resplandor del Absoluto, que se hace presente no solamente a través de la sensibilidad, sino sobre todo por medio de la inteligencia. Por ello las cosas sensibles en cuanto hablan de Dios también evocan la Belleza Inteligible, también en la medida en que son reflejo, según estamos defendiendo.

     En efecto, la visión de la Belleza esplendorosa de Dios se capta por la luz inteligible. Por medio de ella, se comprende que Dios tiene todas las cualidades estéticas de modo perfecto. Estas cualidades las captamos analógicamente, auque también realmente. Ello significa que también la sensibilidad juega su papel. Así, por medio de una obra bella se puede remitir a la Belleza Total. Pero ello es de modo aproximado, con una relación de semejanza con Ella. Por consiguiente, podemos ser transportados a la Perfecta Belleza intuitivamente. Por ello el Arte pude ser trasunto de Dios, pues Él también puede estar entre los pinceles, por ejemplo.

    Si, por otra parte, nos preguntamos que tipo de belleza (la sensible o la inteligible; la Belleza de Dios o la de las criaturas) es más fácilmente captable, la respuesta ofrece distintos  matices. Efectivamente, primeramente parece más que se aprehende con menor dificultad la belleza sensible- la belleza de las cosas que han sido creadas por Dios como causa primera, o que han sido hechas por la naturaleza o el hombre como causas segundas- en la medida en que nos resultan más inmediatas o más próximas. Así por ejemplo, la belleza de una pintura de Monet o la de un ramo de flores. Pero, de otro lado, la Belleza de Dios es más fuerte, especialmente cuando somos capaces de comprenderla por la vía de lo inteligible. Es el Resplandor de Dios la intensión máxima de lo bello y así resulta que su contemplación nos da superlativamente una visión más fiel de lo que verdaderamente es la Belleza en su resplandor mayor y en su verdad. Por consiguiente, el captar el auténtico y perfecto Esplendor nos lo da el ámbito sobrenatural. Así por ejemplo, cuando entendemos a Dios como Dios del Amor. Ahora bien, entre la belleza natural y la sobrenatural caben mediaciones por medio de la sensibilidad, que puede elevarnos a la contemplación de la Belleza Suprema. Nos referimos por ejemplo al arte religioso con el cual, mediante la sensibilidad, nos podemos elevar a la contemplación de la más grande Belleza con una gama enorme de matices y posibilidades. Así por ejemplo, una catedral gótica como la de Oviedo o como la de Reims.

     Como estamos viendo, el Esplendor de Dios no es sensible, aunque se lo pueda representar simbólicamente por la sensibilidad. Pero también se capta por medio de la razón o, si se quiere, espiritualmente sin mediación sensible. Su Belleza es eterna como su ser. Es infinita, y no puede aumentar ni disminuir. Existiría en sí aunque no existieran las criaturas racionales para admirarla. Las criaturas participan analógicamente de Ella, pues supera la belleza natural infinitamente. Todo lo bello le guarda semejanza, y sin embargo supera infinitamente lo sensible. La belleza de las criaturas lleva el sello de la sensibilidad, y por tanto de la proporción y la armonía en lo sensible; la divina, siendo armónica y proporcionada, es de otra manera, pues es espiritual y racional. Se entiende por la razón y el espíritu. Además se mantiene inmarcesible. Mientras que la de las criaturas el limitado, la del Absoluto es ilimitada: No tiene ni principio ni fin. Al contrario que la belleza del mundo, la Absoluta no está mezclada ni contaminada con la fealdad: Es bella en todo su ser, completamente, por lo que la contemplación no necesita de ningún proceso de eliminación o perfeccionamiento. En fin, cuanto más se aprecia y más penetra en los corazones de las criaturas finitas, más alegría y felicidad experimentan, de modo que su presencia es proporcional al bienestar de ellas. Y quien no tiene abierto el ojo inteligible y espiritual no puede apreciarla, por lo que se tiene que arreglar exclusivamente con la del mundo, con la natural, lo cual es una carencia.

     En consecuencia, desde la creencia en Dios, que resplandece, el hombre de hoy puede comprender perfectamente que el signo del arte cambie y se vuelque en la apreciación de la Belleza Absoluta. De este modo, la representación artística buscaría el cambio en sus modos, pues el artista de nuevo ha de sentirse impresionado por la Belleza Suprema e intentar reflejarla y atraparla en la materia, aunque, como señalamos, el Fulgor de Dios se capte fundamentalmente por el ojo inteligible y espiritual. Por ello, llevar al Absoluto, por así decir, a la sensibilidad hace necesario encontrar los medios expresivos para hacer que ésta sensibilidad se ajuste a Dios. De este  modo, el Arte podrá hacer de símbolo analógico. De cualquier forma, lo que no se puede hacer es reprimir la manifestación del Resplandor y la Grandeza, en la respuesta que provoca de expresión y adoración, que dará lugar a un nuevo arte, transformado por esta visión antigua. Ella ya había sido enaltecida por el arte de las diferentes religiones desde los tiempos de las revelaciones históricas.

     En lo que respecta al acercamiento a Dios desde la perspectiva propia de la Estética, pueden ensayarse diferentes modos. Por una parte, puede asegurarse que el ser humano en cuanto conoce la Idea de Belleza Absoluta, aspira a ella. Pero sería irracional que existiera la aspiración y que no pudiera ser satisfecha. Por ello, se hace imprescindible ampliar la realidad natural de dos maneras. En primer lugar, postulando la existencia de la Belleza Absoluta, la cual se manifiesta como Resplandor de Dios, pues éste es uno de los atributos naturales del Ser Perfecto. En conclusión, el concepto de Belleza Absoluta es también un argumento a favor de la existencia del Absoluto o Dios.

      En segundo lugar, sería igualmente absurdo que tuviéramos el deseo de contemplar la Belleza  (y de contemplarla eternamente) y, sin embargo, este deseo no pudiera ser cumplido. Ello implica que en este caso también se hace necesaria la ampliación de la realidad natural, y abogar por la existencia de una vida eterna en la que puedan realizarse estos deseos. Ello supone la afirmación de la inmortalidad personal; y es un argumento más a su favor. Pero, según hemos visto en otros ensayos, postular la inmortalidad personal implica defender la existencia de una potencia capaz de hacerlo, esto es, defender la existencia de Dios.

     En tercer lugar, la aprehensión de la Belleza de Dios se produce por intuición intelectual, por la que inmediatamente y en un solo momento se nos aparece el deslumbrante Fulgor del Absoluto. (Este modo también puede presentarse en un solo momento cuando se entiende la existencia de la Perfección).

     La cuarta vía es aquella en que habiéndose acercado al Absoluto por la intelección parcial, (es decir, conociendo a Dios en cuanto se comprenden Sus atributos) se logra también discernir el Resplandor como resplandor de los mismos atributos. Esta vía no es la de la visión repentina de Dios- como le ocurrió a Abraham – sino que es un acercamiento discursivo e intelectivo. (En este último sentido, es obvio que al Absoluto no se le puede captar sino por la vía de la intelección, aunque ésta pueda darse con apoyos de la sensibilidad, que ayudan, pero  que no son la esencia del acercamiento).

     En quinto lugar, puede considerarse que las cosas bellas siempre tuvieron brillo para el hombre. No obstante, cuando se da la Revelación este brillo aumenta de modo que las cosas se hacen más bellas, en tanto que se las ve como creadas por Dios y en tanto que reflejan la Belleza divina. Por ello la Revelación del Absoluto añade algo a las cosas de modo que puede asegurarse que es como una nueva creación, que cambia con ella la Humanidad. Al hilo de lo anterior, cabe asegurar que las críticas al teísmo y la religión no hacen sino disminuir al ser humano, pues eliminan las posibilidades positivas que aportan la creencia y la relación con Él. Hasta puede indicarse que el ateísmo  como ocultación del Absoluto no es solamente  una desteologización, sino también una deshumanización pues el ser humano encuentra su fin en la religión. Hay por tanto una belleza sin Dios y una Belleza con Dios, que supera la anterior. Así pues, esta argumentación se basa en la confluencia de la relativa autonomía de la Creación, y lo que añade la Revelación, el Teísmo  a la vida desde el punto de vista de la estética.

     Penúltimamente, vamos a tratar sobre el tema de la búsqueda de la Belleza por el alma. Ella quiso siempre la Belleza, pero el transcurrir de los tiempos no le daba lo que ansiaba. Por eso permanecía inquieta. Cuando históricamente la encuentra, como la Belleza al igual que el Amor es difusiva, el alma, que necesita de la Belleza del Absoluto, se encuentra a sí misma como con una misión. De esta manera ilumina a las demás almas, enseñándoles lo que ha visto; lo que les permite encontrar el camino más fácilmente. Con todo, el alma solamente puede hacer ver los modos en los que las otras pueden ponerse a contemplar la Belleza de Dios. Esto es así, porque se hace preciso saber que la primacía, del encuentro proviene de Dios porque el hombre solamente conocía el Resplandor atemáticamente. De esta manera, es la iniciativa divina la que hace patente el Fulgor de su Belleza, manifestando lo prístino estético. En efecto, el desvelamiento corre a cargo de Él. Así, el ser humano encuentra lo que estaba buscando sin saberlo, hallando el brillo de las cosas de otro modo: Como reflejo de Dios en su Belleza.

     Por último, hablaremos someramente de los argumentos más clásicos sobre la existencia de Dios y su relación con Su Belleza en particular y con la Estética en general. Nosotros hemos defendido la Belleza de Dios como Resplandor. Ello también  implica que es el mayor grado de belleza, que es la Belleza Absoluta y que en ello supera toda la del mundo. Pero además cabe la pregunta sobre por qué la Belleza Suprema está en Dios o es Dios, de manera parecida a la pregunta de por qué los transcendentales están en Dios (la Verdad, la Bondad…).

     Parece que la vía ensayada por San Anselmo en el siglo XI –que es el conocido argumento ontológico, según lo llamó Kant-  nos aporta luz. Este argumento, como se sabe, dice que todos tenemos la idea del ser máximamente perfecto, y que tiene por tanto que existir necesariamente porque, de lo contrario, no sería perfecto puesto que le faltaría la perfección de la existencia. Ahora bien, si este ser existe se puede comprender que existe también la Bondad Absoluta, que es omnipotente y, consiguientemente, que es también Belleza en su máxima radicalidad, esto es, que es la Belleza por excelencia, la Belleza Suprema o Absoluta. Efectivamente, de otro modo no tendría todas las perfecciones en su máximo grado, y no podríamos decir que es el ser máximamente perfecto. Por su parte, todo ello significa que es posible sintetizar en una Idea las diferentes vías o cauces que conducen a absolutos en aspectos concretos de la realidad, como lo absolutamente bueno, o lo absolutamente bello, que es lo que ahora estamos viendo, pues el concepto de máxima perfección se ha sintetizado por la tradición en una unidad de realidad, de ser.

     En cuanto a la relación entre las vías tomistas y la  Idea de Belleza Perfectísima, también se puede hacer alguna consideración. En primer lugar, que no todas las vías son directamente relacionables con el concepto de Belleza. Así, por ejemplo, en la primera vía (la del movimiento) parece que la Idea de Belleza no tiene aplicabilidad. Pero en cuanto a la vía de los grados de perfección parece que sí, pues si no hubiera un ser máximamente perfecto no se podrían hacer comparaciones y establecer grados. Esta verdad se aplica igualmente al Esplendor de la Belleza; y así: En todos lados vemos cosas bellas y las comparamos unas con otras, resultando una jerarquización de lo bello. Pero si no hubiera una Belleza Total las comparaciones y gradaciones serían imposibles. Por ello, se debe concluir que existe un ser absolutamente bello, que es Dios.

     En lo que atañe a la vía segunda, (la de la causalidad eficiente) parece que es de aplicación al tema que nos ocupa, a la Estética Teológica, pues si existe la belleza en lo real, ésta como toda realidad debe tener una causa porque todas las cosas parecen provenir de otras anteriores; y por ello debe existir una causa primera que sea también causa de la belleza del mundo, es decir, debe existir Dios. Y como la causa debe ser proporcionada a su efecto se concluye que Dios es la Suma Belleza.

     Como corolario, nos interesa tratar la relación entre la belleza y nuestra psique, lo cual ha sido tematizado por la psicología estética. Según esta ciencia y nuestra propia experiencia, lo bello deleita, produce placer por lo que da alegría al contemplarlo. Por tanto, es natural pensar que la Belleza del Absoluto produce estos efectos en su grado máximo. En la medida en que experimentamos el placer y el deleite en sumo grado, en esa medida la alegría se convierte en júbilo. Ahora bien, sería nuestro deseo natural el ver a Dios en todo su resplandor y en todo momento, pues la experiencia de la belleza colma y nunca cansa. Pero ello no es posible sino para un escogido número de personas porque las cosas de aquí abajo nos ocupan, resultando que las necesidades del vivir nos hacen olvidar el Resplandor. Ello significa que el mundo de la sensibilidad es ambivalente porque muchas veces es bello por sí mismo o el artista lo ha embellecido, pero también muchas veces es malo y feo, lo cual nos aleja de la Belleza de Dios. Por ello se hace necesario un esfuerzo específico para poder contemplar la Verdadera Belleza. Ello puede hacerse por ejemplo por la oración, la meditación o la liturgia, lo cual puede acercarnos a ese júbilo que produce la contemplación del Esplendor del Absoluto. De ahí que la vida del monje sea una vida bella.



CAPÍTULO IV: CONSECUENCIAS




     Como estamos viendo, la argumentación a favor de la existencia de Dios no está acabada, como por ejemplo mostró la nouvell teologie sino que permanece abierta, siendo de esperar que el devenir de la historia y de la filosofía aporte nuevos argumentos que muestren, cada vez con más fuerza, la realidad del Absoluto. Como estamos estudiando en el presente ensayo, la existencia de Dios tiene enormes consecuencias en el territorio de la Estética. La belleza natural es un brillo que da la forma sobre la materia, lo que implica que algo es bello en la medida en que tiene número, proporción, equilibrio, medida etc. Con ello se dice que las cosas naturales son bellas; y es verdad. Pero, cuando se las considera como reflejo de la Belleza Sobrenatural, alcanzan la mayor de que son capaces, pues a su brillo añaden el resplandor de lo Sobrenatural, el de Dios, como belleza suprema. Ello quiera decir que las cosas sensibles son bellas en sí, pero  que alcanzan su máximo en cuanto que son el reflejo de una realidad que es  muy superior a ellas.

     No obstante, si pensamos en el Ser Perfecto inmediatamente nos apercibimos que tiene su propio brillo, que alcanza la categoría de resplandor por ser máximamente. Este apercibimiento no es como una premisa y una conclusión –aunque también puede presentarse así-  sino que inmediatamente percibimos que la Perfección es completamente bella, que resplandece. En este sentido, pasa que teniendo en la inteligencia la existencia de lo Perfecto aceptamos racionalmente que su resplandor es la Belleza, o que tiene una Belleza esplendorosa. Por su parte, según estamos analizando, la captación de este Esplendor no se hace por medio de la sensibilidad sino por la inteligencia, aunque aquélla se constituya por medio de ésta, es decir, que la inteligencia actúa sobre la sensibilidad para que también perciba la Belleza Perfecta. Ésta se percibe de doble modo. En un primer momento, se acepta que ella existe en Él como una perfección que es. En un segundo momento, se percibe el Resplandor de todo Él, como perfección suprema, de modo que el esplendor de todo Dios constituye Su misma belleza.

     Pero este esplendor de Dios o, incluso el reflejo de Él, muchas veces no nos llegan por causa de la cortina de las fealdades y de la maldad del mismo mundo. Por ello, solamente desde la mística es ello posible en la medida que para ella el aspecto principal de la vida es la contemplación del Creador. Eso hace que los místicos sean testigos de que esta vida terrenal pide otra celestial. Es por esas razones que solamente en la vida futura -con la inmortalidad del alma y la resurrección- podemos ver permanente la Belleza Imperecedera, al contemplar Su Rostro, pues este mundo y sus debilidades estarán superados. En conclusión, la contemplación de la Belleza Absoluta sólo se realizará plenamente en la vida eterna. Y ello, sin falta de mediaciones.

     Así pues, lo que más deleita es la contemplación de la Belleza de Dios, que se ha comprendido como grado máximo de brillo, como Resplandor. En la medida en que Dios es espíritu, ello se puede hacer por el órgano inteligible. De ahí, que cuando aspiramos a gozar del mayor grado de belleza, intentemos hacernos presente el gran Resplandor del Absoluto, pues estamos forzados por nuestra naturaleza a buscar la felicidad y la contemplación de la Belleza es una de las vías para acercarnos a ello.

     Lógicamente, la belleza es un transcendental en que se presenta Dios junto con otros como la Verdad y la Bondad. Para la contemplación del transcendental que estamos tratando es natural que tengamos en cuenta las vías de acceso que las distintas religiones ofrecen para aproximarse a Dios.

     La perfección del Creador movió a los profetas verdaderos en la Antigüedad a anunciarle y predicarle. La predicación fue atendida cuando el pueblo escuchó correctamente la voz de su interior que era una anticipación atemática del Absoluto. De esta manera puede decirse que nacieron las religiones monoteístas, en cuanto que la conciencia de la Perfección lleva al ser humano a adorar a Dios.

     Por otra parte la Suma Perfección hace que se la capte también como Belleza Total y de ahí nazca el arte religioso, que quiere ese deseo de acceder al Resplandor, y también a todas las perfecciones del Altísimo. De este modo, la Belleza aparece en el mundo, que de manera simbólica intenta acceder a Ella y hacerla entrar en esta realidad. De este modo, por medio del arte religioso se da no solamente la belleza formal de una celosía o un baldaquino, sino que el mismo Dios se expresa en dicho arte. La Belleza del Absoluto se transfunde en la misma religión, que se hace arte y belleza. Por tanto, por medio del símbolo religioso conseguimos hacer presentes las distintas facetas, las distintas perfecciones del Santísimo.

     Ahora bien, este derramarse del Resplandor en el mundo ha sido progresiva y se ha realizado en las religiones de la Humanidad de maneras distintas, por lo que se hace necesario  comprender que en la Religión Universal se dará una belleza mayor recogiendo las diferentes aportaciones.

     Por consiguiente, según estamos viendo el devenir humano se va perfeccionando. La perfección de los tiempos tendrá lugar cuando devenga el Reino, que marcará el final de la historia. Para nuestro campo ello quiere decir que también la belleza se va superando. Ello es natural porque también consiste en la cada vez mayor presencia de Dios en la Tierra. Por tanto, es de esperar que el Resplandor en detrimento del brillo hasta que con la venida del Reino sólo encontremos el Resplandor o el brillo a la luz de aquél, y su perfección sobre todas las cosas. Entonces la Humanidad habrá recorrido un largo camino desde la Prehistoria, en la que la falta de la Revelación sólo permitía el brillo, hasta el final escatológico de los tiempos, pasando por la Revelación progresiva, que todavía deberá llegar a todos los pueblos.

    Por otro lado,  las religiones tienen diferentes perspectivas. En las religiones orientales, por ejemplo, la meditación o el yoga del budismo intentan acceder al Absoluto como Nirvana. Por su parte, en el Islam aparece la mística del sufismo, que por la santidad pretende acceder a la unión con Dios. En Occidente la vía más conocida es la mística por la que se alcanza la fruición de la divinidad, como muestran Echart o Santa Teresa de Jesús. También en el cristianismo, la contemplación de los monjes es una de las vías de acceso a la Belleza. En fin, es vía también el arte religioso, que ayuda a encontrar a Dios, las formas populares  de  piedad o la liturgia de la Iglesia. Concluyendo, todas estas formas de religiosidad permiten a los hombres la visión de la Belleza más alta y les benefician espiritualmente y de otras maneras: Por ejemplo, psicológicamente en cuanto que hacen llegar la alegría, que no puede sino producir felicidad en las almas. En este sentido, es de lamentar que distraídos por otros acontecimientos y ocupaciones, en Occidente muchas personas apenas dediquen tiempo al ejercicio de la espiritualidad, y se pierdan todo lo que aporta de beneficio. Se debe ello a que los bienes de la religión se encuentran arrinconados en las conciencias; y solamente se accede a ellos en momentos críticos como en las enfermedades o en el trance de la muerte.

     En este orden de cosas, podemos tratar el tema si desde cualquier punto de vista religioso o desde cualquier religión cabe encontrar la perspectiva estética absoluta.  Respondiendo a ello, nos parece que la consideración de Dios como ser perfecto es necesaria para una estética absoluta porque solamente un ser que reúne en su esencia todas las perfecciones es capaz de resplandecer. Consiguientemente, parece que exclusivamente las religiones monoteístas poseen la capacidad de llegar a comprender en el curso de su desarrollo a Dios como Resplandor. Pero tampoco queremos significar que, por ejemplo, el henoteísmo no tenga la capacidad de contemplar a Dios como Belleza Total, aunque sí aseguramos que ello es en cuanto Le afirman como Ser perfectísimo, y aún cuando reconozcan la existencia de otros dioses menores. O por ejemplo que el Budismo conviene en la capacidad de la Belleza Máxima, en la medida que reconoce el Nirvana como Absoluto capaz de dar felicidad (que por otra parte no sería completa si no incluye la contemplación del Resplandor). No obstante, son principalmente las religiones proveniente del tronco abrahámico las que, por su esencial creencia de el Ser Perfecto, se muestran con la capacidad de entender todas las perfecciones del Santo y, entre ellas, la de la belleza suprema.

     En estas religiones existen mediaciones que por sí mismas y por el poder simbólico que poseen son capaces de evocar o trasladarnos el Fulgor de Dios. Tal es el caso de la liturgia de la Iglesia, que con sus variadas formas nos hace ver simbólicamente la Belleza de Dios, por ejemplo por medio de la música o las mismas vestimentas litúrgicas. En este sentido ella es el discurso de Dios que, por medio del símbolo, se nos hace presente, por lo que es camino hacia la contemplación del pulchrun  absoluto. Por medio de la liturgia el Señor se hace presente a los fieles la posibilidad de acceder no solo a la Bondad sino al Resplandor, aunque en ocasiones no se capte plenamente. Por consiguiente la Iglesia es Sacramento en este mundo, pues por medio de su vida se manifiesta el Altísimo en Su esplendor, aunque ella misma tenga sus limitaciones en la medida en que está habitada también por seres humanos.

     Por otro lado, en la ciencia filosófica de la Estética se plantea el problema de la disparidad del gusto, que se da entre las distintas culturas y civilizaciones e internamente a ellas entre las distintas clases o individuos, puesto que todos estos elementos tienen distintas visiones en lo que respecta a lo que es bello. La cuestión se agudiza si tenemos en cuenta que somos la misma especie, con la misma capacidad sensible y racional, y que el pulchrum es un transcendental más allá del cual el pensamiento no puede ir.

     Para participar en la solución de esta temática, nos hacemos partícipes de la línea inclusivista, que defiende que no hay que plantear el gusto artístico como si se tratara de escoger entre realidades antitéticas, en sentido exclusivo. Por el contrario, de lo que se trata es de corroborar  que las distintas experiencias y concepciones estéticas pueden acogerse al juicio del gusto, presentándose como armonizables. Con respecto a ello, si tenemos en cuenta que el Absoluto es el dios de toda la Humanidad, hemos de concebir que Su Esplendor puede ser compartido por todos (civilizaciones, personas…). Incluso se puede asegurar que el más puro resplandor tendrá lugar con la Religión Universal, que será compartida por todos los seres humanos, según hemos tratado en el ensayo  Religión.

     Por otro lado, muchas veces la disparidad de criterios se debe al orgullo y la afirmación egoísta del sí propio de las culturas o las personas. Por ello, los antídotos son la misericordia estética -que impulsa a pensar en la comprensión y el compartir el gusto- y la argumentación racional. Más si tenemos en cuenta que la mayoría de las ocasiones las distinciones están movidas por otras concepciones que no son las puramente estéticas. Por tanto, no negamos las variantes del gusto, ni estamos por la desaparición de las mismas sino que defendemos el renacimiento religioso y estético movido por la misericordia estética y la presencia del Señor en la vida cotidiana de los seres humanos. Pero de cualquier modo, el transcendental Belleza está en todas las personas y culturas, pues, aunque todavía no se hayan resuelto las diferencias culturales y religiosas, más allá de la Belleza como género supremo no se puede ir.

     En este orden de cosas cabe tocar los temas de la iconoclastia y el anaconismo. Con respecto al primero cabe decir que cuando se entiende que la belleza que habita el mundo solamente puede hablar analógicamente del Esplendor de Dios- pues Ella supera a las criaturas-  entonces se comprendemos que no hay razones objetivas para la iconoclastia. Queremos significar que la belleza del mundo, aunque intenta reflejar el Resplandor de Dios, no es capaz de lograrlo. Por tanto, en ningún caso – sino analógicamente- puede auténticamente suplantar la Belleza de Dios o hacer las veces de Ella, por lo que el Arte queda convertido en puro símbolo del Absoluto, que lleva a Él.  Así, lo que se expone es el modo de pensar contemporáneo sobre las artes religiosas porque la ciencia no permite calificar el arte religioso como representación directa de ningún dios, aunque estemos necesitados de cierta representación de la divinidad en la sensibilidad. Es por estas razones por las que en nuestros tiempos no tiene sentido la iconoclastia que en la Edad Media eliminó las imágenes de los templos en el Imperio  Bizantino, pues el hombre de hoy –intentado armonizar ciencia y religión- no puede considerar cierta la proposición de que las imágenes, el arte, los iconos son dioses; aunque quepa discutir la conveniencia de que la escultura esté presente en los templos y a pesar de que ello sea debido a otro tipo de consideraciones diferentes a las del principio iconoclasta, pues prácticamente nadie estaría de acuerdo en que en que el culto a las imágenes es lo mismo que la adoración a Dios.

     En lo atingente al anaconismo se hace preciso indicar que en muchas ocasiones las religiones han pensado que Dios no debía tener ningún tipo de representación, pues creían que el respeto y la adoración que Le es debido tendría que tomar la forma de un silencio anacónico, más teniendo en cuenta que el pueblo caía múltiples veces en la idolatría, al confundir las imágenes con la misma divinidad. En cambio, en otros momentos las religiones pensaron que los iconos eran una forma de traer la divinidad a la presencia, permitiendo la adoración y haciendo presente el Absoluto.

     En este problema lo erróneo no es el anaconismo o la presencia de iconos, sino el hecho de que se hagan antitéticas dos posibilidades de adoración, que en lugar de excluirse pueden coexistir perfectamente; más teniendo en cuenta que deben respetarse mutuamente como sensibilidades diferentes; por ello, la relación  no debe estar en la exclusión sino en la conjunción. En este sentido, consideramos que no hay ningún inconveniente en disfrutar de la belleza en religión siempre que no se caiga en idolatría, y se olvide que las imágenes son símbolos que representan la Belleza analógicamente. Ello quiere decir que, siendo adecuado que con el buen uso podamos disfrutar de lo Bello Total, no tenemos que renunciar a ello; más teniendo en cuenta que sí ayuda a la religión, y que ésta es, en su buen uso, una alegría y un gran descanso.

     Efectivamente, los hombres desde el Paleolítico hasta nuestros días han mostrado tener una indiscutible voluntad de belleza. En la Prehistoria la han producido con abalorios o con pinturas en cuevas; y en nuestro tiempo, por ejemplo, con las obras de arte contenidas en los museos. Pero según hemos visto, la máxima expresión de la Belleza se encuentra en Dios. Así que si tenemos en cuenta que el ser humano tiene un deseo natural de ver a Dios (Tomás de Aquino lo muestra), la voluntad de belleza es una expresión de este deseo. Y si no se da satisfacción a él se produce entonces la represión metafísica o religiosa (V. Frankl), que puede dar lugar a la enfermedad, puesto que la mala o la buena relación con Dios es objetivamente mórbida u objetivamente saludable según mostró Paul Tournier.

     En nuestros días, en lo que nos ocupa se da el contradictorio fenómeno –que no deja de tener efectos fisiológicos- de que, por una parte, se da un verdadero culto a la belleza y al arte y, por otra, se ciega la principal fuente de Belleza que es Dios. Por tanto, es natural que si queremos ganar en creación y contemplación de belleza la eliminación de la represión religiosa en general, y en el arte en particular,  produciría un enorme beneficio para todos, y  particularmente para éste, que  experimentaría un gran avivamiento.

     Por consiguiente, puede defenderse una teoría de la belleza y del arte que tenga en cuenta estas argumentaciones. Así, en otros ensayos hemos abogado por la conveniencia de una Ortología antropológica, es decir, por la existencia de lo objetivamente adecuado para las personas humanas. En ella hemos defendido que desde las perspectivas moral y afectiva que lo más adecuado para el ser humano es una conveniente relación con Dios. Lo mismo ocurre desde el punto de vista de la Estética donde nos plantearemos que la mejor expresión de lo Bello es la religiosa, es decir, aquella que tiene en cuenta el mayor grado de belleza que es la Belleza del Absoluto. Así pues, defendemos un arte que Le tenga como objeto y como centro, aunque parezca difícil de comprender para la mentalidad occidental, en que el agnosticismo y el ateísmo tienen una fuerza importante.

     Ello es debido a que desde el momento en que reconocemos que el Supremo Resplandor de la Belleza se halla en el Señor es natural defender que Él debe ser el principio y el fin de la creación artística,  y consecuentemente las religiones más importantes, deben ser entendidas como centros de inspiración. Por ello, también cabe expresar que el arte natural, cuando se perfuma o se impregna de la relación con Dios queda muy mejorado. Esto es así porque, también en lo artístico, la plenitud debe consistir en estar centrado en la divinidad  (lo que se ha dado en las manifestaciones del arte religioso), por medio de un arte adorante, que describa Su Bondad, Su Verdad, Sus atributos y Su Vida. Todo ello significa un nuevo Arte Teológico.

     Por todo ello, estamos por la construcción y el desarrollo del canon clásico religioso, que podrá tener nuevos modos y formas, aunque en su esencia permanezca fiel a sí mismo, en cuanto se dedica a la expresión de la Belleza. Se trata por tanto, no de sacar a Dios del Arte, sino de meterlo como principal motivo, porque, aunque la vida es hermosa, el Absoluto lo es infinitamente más. Esto significa que no se trata de innovar por innovar, sino de trabajar desde el buen gusto, pues no cabe hablar de la belleza del mal o de unos artistas que no lo tengan, por mucho que abunde lo contrario. En este sentido, no todo es posible en nombre de la libertad de expresión, lo que supone el relativismo no puede ser considerado como opción verdadera. En fin, abogamos por un arte religioso, espiritual y teológico que será capaz de expresar la Verdadera Belleza, que es Dios.

     De este modo, contrariamente a la figura que desde el Renacimiento se ha dibujado en el Arte en la que la religión ha perdido peso muy significativamente al recluir la producción artística al espacio de lo real natural, estamos por una vuelta a lo espiritual. Así es porque se necesita una vuelta a la Belleza con toda su riqueza de matices. De esta manera, la vuelta del arte a la religión será manifestación de las innumerables posibilidades que tiene la experiencia religiosa para inspirar movimientos artísticos: Por ello de la infinita riqueza de la contemplación de la Hermosura Total. En definitiva, se trata de que el Arte valore a Dios como fuente de la Belleza que le habrá de inspirar. Así desaparecería el ocultamiento contemporáneo del Resplandor.

     Pero la persona humana no es sólo razón, sino que la totalidad de su vida psíquica está también integrada por la sensibilidad y el sentimiento. De ahí que la contemplación de la Belleza no deje indiferentes los sentimientos sino que provoca la efusión del mismo. Por tanto, la recuperación de la Belleza de Dios, que para muchos está sumida en el olvido o la ignorancia, tiene necesariamente que producir una nueva sentimentalidad, cuya característica fundamental será la afectividad movida por el Amor; pues la Belleza es también difusiva. Por su parte, ello significará también una mayor valencia de lo positivo, una presencia mayor del amor en el terreno antropológico; y una mayor presencia De Dios y una renovación de la misma en el campo teológico.

     Estos conceptos suponen una renovación de la  cultura y del espíritu, que hace la vida más bella; y, en la medida que supone un impulso en la afectividad humana espiritual, puede decirse que es un romanticismo. Este nuevo romanticismo busca la radiación de Belleza de Dios, que impulsada por Ella transforma la sentimentalidad humana al cambiar la relación y la comprensión del Absoluto, pues ello tiene consecuencias muy importantes.



CAPÍTULO V: CRÍTICA




     El arte occidental ha experimentado desde el Renacimiento un doble proceso de crecimiento y de decadencia. Por una parte, el arte que capta el brillo de la belleza de las cosas ha crecido. Pero el Arte que representa el Resplandor del Absoluto ha disminuido, lo cual significa un proceso de decadencia de todo el Arte religioso. Por ello, hablando en términos generales, en la medida en que se olvida el motivo principal de la Belleza, puede asegurarse que el conjunto del arte en su esencia ha declinado; en particular, con respecto al Arte de la Edad Media, que era esencialmente un arte religioso. Sólo el arte propiamente religioso ha resistido al proceso de secularización con la consiguiente desaparición del culto a la Belleza

      Por otra parte, entra dentro de lo normal que el ser humano en un momento de su dilatado desarrollo histórico pretenda hacer destacar el brillo propio de la belleza para un disfrute soberano de la misma. El momento llegó en el siglo XVIII cuando se metió el arte en los museos. Pero también hay que señalar que el fenómeno se desarrolló a la vez que una pérdida en la impronta religiosa del arte, que agudiza la evolución iniciada en el Renacimiento, pues la mayor parte del arte se encontraba en manos de la Iglesia. Por tanto, por una parte nos encontramos con la exaltación del brillo y, por otra, con el hecho de que el Resplandor de la Belleza divina va perdiendo fuerza en el mundo occidental, hecho que corre paralelo al proceso general de laicización de toda la vida, y que en arte se concreta en el retroceso del arte religioso en esa zona geográfica y cultural.

     Este proceso alcanza cotas muy altas en el siglo XX, especialmente a partir de los años cincuenta, que acabó de postergar el Resplandor y resaltar el brillo de las criaturas, según se había comenzado a hacer a comienzos de la Modernidad. En efecto, la revalorización de lo mundano ha conducido en muchas ocasiones al extremo del ateísmo práctico. Así, en la famosa década de los sesenta del siglo XX se yerra claramente  con respecto a lo que es el progreso, que, en realidad, se debe construir con la vuelta del hombre a su Creador. Por el contrario, lo que hay en los tiempos a que nos referimos es la consolidación de la mundanización del arte, por ejemplo al establecer exclusivamente el amor humano obsesivamente como tema de la canción popular, que va adquiriendo progresivamente nuevas formas. Ello no deja de constituir un craso error, que pretende encontrar la felicidad en el amor humano, y ello de manera exclusiva.

     Por nuestra parte, ya hemos confirmamos nuevamente que el fin principal y eminente al que está objetivamente llamado el Arte es la expresión de la Belleza de Dios, aunque secundariamente también puede mostrar el brillo del mudo sensible. Lógicamente, cuando se opta por evitar este principio el resultado es que el arte se deshumaniza (Ortega), y ello en la medida en que las personas humanas encuentran su optimización  en su relación con Dios (naturalmente también en la Estética y el Arte). Ello haría necesaria una rectificación del arte.

      Pero quizá nos equivoquemos si pensamos que dicha rectificación la puede hacer prontamente el hombre occidental. Por el contrario, es más probable que se siga con los errores, pues no se ve otra cosa que el afán de proselitismo en la extensión de sus criterios y valores dominantes, que se manifiesta en la relación que se mantiene con otras civilizaciones, más religiosas. Hay, no obstante, cierto lugar para la esperanza, pues existen muchas personas que no han olvidado a Dios, de los que puede decirse que siguen el consejo de Arcipreste de Hita de ir hacia Él, pues “loco amor es mal consejo”. Quizá ello sea un proceso de larga duración, en la medida en que también llevamos siglos en el camino inverso.

     En ello, también hay que contar con el proceso de globalización, que desde el final de la Guerra Fría, marca una relación de interdependencia e interconexión entre las culturas y civilizaciones de todo el planeta. Ello es evidente que no dejará de tener consecuencias para la materia que estamos tratando por vías que pueden resultar inesperadas, con resultados difíciles de prever. De todas maneras, hay que desear que este fenómeno no tome la forma agnóstica, aunque sea porque ya es hora que el modelo liberal-burgués nacido de la Ilustración periclite, siendo sustituido por una forma de entender y hacer las cosas que tenga mucho más en cuenta a Dios. Por ello, es de esperar que en la formación de la cultura global predominen las formas religiosas, que son las que recogen lo mejor del legado moral de la Humanidad. Ello tendría obvias repercusiones positivas para la vuelta de la religión al arte y para los planteamientos estéticos del futuro. Evidentemente, esta evolución tendría consecuencias en el mundo occidental.  Por ejemplo, en el sentido de que podría marcar una vuelta de la cultura artística a Dios.

     Así se cumpliría  la inconsciente  querencia del ser humano por los placeres superiores. En efecto, ya sabemos que el hedonismo antiguo clasificaba los placeres en superiores e inferiores, estando los primeros más cerca de lo que podría llamarse espiritualidad, de tal manera que incluso para aquellos que entienden la moral en términos de placer cabe hablar de un sentido espiritual.

     Así pues, el hombre  encuentra mayor satisfacción en los placeres superiores. Por ejemplo la voluntad de sentido (V. Frankl) es una poderosa necesidad de modo que enfermamos espiritualmente si no encontramos sentido a nuestra vida. De la misma manera necesitamos contemplar la Belleza divina, pues existe en nosotros la voluntad de belleza, que queda satisfecha cuando contemplamos el divino Esplendor; también en cuanto da sentido a nuestra existencia.

     Por ello, es urgente que la sociedad y el estado promuevan los valores espirituales, situándolos en la parte más visible de nuestro mundo circundante. Pero, en nuestra modesta opinión, para ello las religiones tienen la tarea de cumplir un proceso de aggiornamiento del orden natural al que llegó con las revelaciones abrahámicas. En este proceso jugará su papel la práctica de las virtudes religiosas (entre ellas la misericordia o caridad dialógica), así como la desmitologízación de sus contenidos en un proceso de adecuación con la razón científica y filosófica.

      Por otro lado, contrariamente al orden de pensamiento por el que nos estamos esforzando, en nuestro tiempo se han revalorizado los placeres primarios- que se encuentran en el estímulo más visible e inmediato-  olvidando, en muchas ocasiones, los superiores. Consiguientemente, es de esperar que si estimulamos unas tendencias, las otras se queden sin vida, pues el cultivo de lo más elemental no deja espacio para lo que es más complejo.

     Por el contrario, si nuestras sociedades y nuestros medios de comunicación fomentasen el estímulo espiritual se podría ver, sentir y vivir lo que es el Resplandor, además del brillo de las cosas de la Creación. Ello implica que, si queremos vivir la espiritualidad y la auténtica belleza, hemos de cambiar el orden de los estímulos a los que estamos expuestos e impulsar los de lo espiritual, lo cual en el terreno del Arte nos llevará al Fulgor divino. Con ello, seríamos capaces de vivir de otra manera muy distinta a la actual,  la cual está cegada  para lo verdadero, y nos aleja de lo que realmente nos conviene si queremos ser humanos excelentemente.

     Por consiguiente, se aceptamos que el ser humano encuentra en Dios la Verdad, la Bondad y la Belleza hemos de reconocer el flaco favor que hace el ateísmo, en cuanto que deja desasistido, alienado de esos bienes o valores, que iluminan y hacen mejor la vida sobre la tierra. Por ello, no se piense que la religión es una realidad alienante en la que, por ejemplo, proyectamos lo mejor de nosotros mismos en un ser imaginario (Feuerbach). Al contrario en la religión nos encontramos más felices, más asistidos. De otra manera, por ejemplo, seríamos incapaces de la Belleza que aporta Dios a la existencia. Contrariamente a ello, el ateo está disminuido, desestructurado. Por eso hemos demostrado que la religión optimiza al ser humano, puesto que añade una edificación que sin la fe sería imposible de alcanzar. Ello quiere significar que el que está verdaderamente alienado es el ateo, o el agnóstico, contrariamente a lo que muchos creen.

     También el pensamiento ateo ha hecho que muchas personas en Occidente hayan perdido el sentido y la visión de la Belleza del Absoluto, progresando el laicismo. Consiguientemente, es tarea de los que no han perdido la fe guardar este tesoro y mostrarlo a los que efectivamente han perdido o sencillamente desconocen la fe. Así es, porque no solamente se ha producido una regresión religiosa sino que la misma se da en todos los terrenos, entre ellos el estético al perder el contacto con lo Bello y, en el mejor de los casos, una reducción de la estética al campo natural.

     En fin, el ateísmo se niega a comprender la distinción entre mundo natural y sobrenatural, entre mundo sensible y mundo inteligible con lo que estéticamente se ciega ante la auténtica belleza, permaneciendo ajeno a la parte más importante de lo real.

     No obstante, se hace preciso ser optimistas y pensar que la reducción de que hablamos terminará con lo que se abrirá paso una reeducación que permita ver de nuevo el Resplandor, lo que pasa también por un renacimiento de la religión en el que nos encontremos de nuevo con los grandes valores eternos, con lo que ello tiene de positivo en todos los terrenos de la multifacética vida del hombre (moral, ciencia, filosofía…), y lógicamente también en el Arte, que deberá renacer en el campo que es más genuino y brillante: El que permitirá encontrar la Luz de Dios. Así se terminará el Arte plano, el arte que solamente ve el aspecto natural de la vida y que tan sobredimensionado está, por ejemplo, con respecto a la Filosofía y con respecto a aquél arte que se brinda a mostrar la Belleza Esplendorosa.

     En lo que atañe al aspecto en el que estamos, se hace necesario criticar los mitos –que no han dejado de ganar influencia desde la Ilustración- de que la creencia o la increencia no tienen implicaciones fuera de sí mismas, y de que además la religión debe ser recluida al ámbito privado. Nosotros, por el contrario, pensamos que la creencia tiene fuertes implicaciones en cuanto que, por ejemplo, impulsa la salud psicológica, espiritual y corporal, en cuanto que da a la persona una alegría y una felicidad a las que, de otro modo, no puede acceder.

     Como consecuencia, lejos de reprimirla trasladándola al ámbito exclusivamente personal (que en la práctica es lo mismo que intentar que desaparezca) es procurar llevar el campo de lo divino y su Resplandor a tantos lugares como sea posible, pues según vemos ello implica que los bienes que trasmiten pierden su invisibilidad y se hacen efectivamente presentes. De otro modo, en la medida en que somos seres simbólicos, perderíamos estos grandes beneficios. Efectivamente  estamos hechos para Dios y no reposa el corazón hasta que no estamos en Él (San Agustín). Es en este sentido que nos queda mucho que aprender de las sociedades orientales, en las que la presencia de la religión y su belleza es algo normal, permanente y cotidiano en la vida de los pueblos y las personas. Ello también hace necesaria la desaparición del falso pudor que se nos ha impuesto con respecto a las manifestaciones religiosas.

    Por consiguiente, es normal que prefiramos un régimen de cosas que aporte lo mejor que tuvo nuestra Edad Media y lo mejor de la Modernidad reciente. Nos referimos a aquel estado de cosas en las que la presencia de Dios es constante; y sin embargo se respetan las libertades democráticas, que permiten la verdadera acogida de Dios, la cual no es impuesta. Ello, a su vez, no permitiría que la minoría atea impusiera sus posiciones religiosas y filosóficas a la mayoría de la sociedad (que dicho sea de paso es creyente). De este modo la Belleza Radiante de Dios estaría verdaderamente presente en las vidas de los hombres.

     Por lo tanto, no tienen sentido los argumentos que, para criticar la religión, intentan mostrar que la religión es intrínsecamente fanática apoyándose en las manifestaciones pervertidas de la religión, como es el caso del yihaidismo, que ocultan el verdadero rostro de la religión (Francisco). Al contrario, pensamos que se pondría en algún apuro aquellas posiciones si nos preguntamos cómo puede producir violencia la contemplación de la Bondad y la Belleza, porque ella apacigua el ánimo, y es una fuente de amor y amistad. Por ello, la Belleza de Dios, lejos de promover el fundamentalismo, lo que produce es el Amor y la Paz entre los pueblos. Naturalmente, de ello se sigue que la religión abre los ánimos hacia la tolerancia y la misericordia dialógica, que son mayores en los creyentes, al estar el ateísmo desprovisto de la ayuda psicológica que permite la creencia.

     Para ir concluyendo con el ensayo, en primer lugar haremos unas consideraciones sobre las Ciencias. Éstas a partir de la Modernidad se han constituido dentro del proceso secularizador e inmanentista, en especial las Ciencias Humanas. Hemos defendido que el olvido de Dios hace que estén mal constituidas porque ignoran que la presencia de Él tiene grandes implicaciones. El fenómeno ocurre de la misma manera en las Ciencias Naturales que en la Psicología o la Epistemología. Por ello, hemos defendido que la razón y la ciencia piden a Dios como necesario para su formación y desarrollo. Por ejemplo, las Ciencias Naturales no encuentran su compleción natural si no es postulando la realidad de Dios como principio explicativo, pues sin Él la fundamentación sigue siendo un problema. De otra manera, se intenta responder a los interrogantes por medio de la filosofía, muchas veces pensando que la compleción racional es posible sin el Absoluto (ejemplo muy conocido es Hawking). Valga también el caso de las Ciencias Humanas en las que las aplicaciones de la religión son optimizadotas del ser humano en la medida en que la creencia aporta bienestar o alegría. Otro tanto ocurre con la Estética, que según estamos mostrando que la Belleza no es un asunto intramundano sino que exige la apertura a la Transcendencia.  

     En este sentido, se trata de priorizar el arte religioso frente al profano. En efecto, este último es capaz de atrapar el brillo de lo natural, el brillo de la belleza. Pero el arte religioso tiene mayor capacidad en cuanto que transporta a la Belleza Absoluta. Como consecuencia, puede asegurarse que el religioso tiene mayor valor que el profano. Aún con todo, en el arte contemporáneo este orden natural de lo bello se encuentra invertido, y  en Occidente es considerado el arte profano como el arte por excelencia en detrimento del religioso (bastaría contar el número de obras que se hacen en un campo

 y en otro). Parece entonces necesaria una inversión axiológica en los dos tipos de arte, de modo que el arte religioso pasase a ocupar el primer plano de la escena, colocando al profano al segundo lugar, que es el que le corresponde según su relación con lo bello. Así se restablecería el orden natural de la Estética, que pide una mayor presencia de Dios en la vida de los hombres.    

     Con ello, no negamos que la crítica de la Modernidad a la religión haya sido positiva, pues ésta estaba necesitada de una depuración y un mejoramiento, aunque la misma crítica haya tenido como resultado una pérdida de influencia, lo que ha traído los problemas de los que estamos hablando, y otros. En lo que se refiere a la Estética, el alejamiento del arte de la religión ha traído una pérdida de la Belleza que nos hacía intuir el Esplendor divino, pues el arte se fue por derroteros mundanales. Ello, según vamos viendo, significa una pérdida.

     Como consecuencia, también desde la perspectiva de la producción de Belleza se daría una mayor calidad del Arte, se mejoraría si se produjera el Renacimiento Religioso, que se necesita en todos los campos de la vida y de la ciencia. Para ello valdrían motivos tradicionales y nuevos.

     En definitiva, hay que esperar que la tendencia que arranca del Renacimiento se invierta, y que el proceso de secularización se termine. Con ello se produciría una nueva temática del Arte, que buscaría la vuelta a Dios. Para ello la religión también tendrá que deshacerse de sus adherencias negativas, como es el exceso de mitología. De la misma manera, con toda la fuerza que posee, podría abordar la crítica racional del ateísmo y renovar la argumentación. Si ello se produjera, veríamos una vuelta del arte y del hombre a la religión.