martes, 24 de febrero de 2015

NUESTRO TIEMPO

Nuestro Tiempo

 

 Por José Pablo Noriega de Lomas

(Ensayo)



     INTRODUCCIÓN

         Hemos escrito un ensayo  que hemos titulado Nuestro tiempo. Como indica su título, en él hemos expuesto y criticado algunas de las concepciones de nuestra época, especialmente referidas a la parte de la Humanidad de la Europa Occidental, tanto en sí misma como en las relaciones que mantiene con otras civilizaciones de la Tierra. No hemos pretendido ser exhaustivos sino tratar de algunos de los temas que atañen a nuestra actualidad desde un punto de vista filosófico.
     Lo hemos dividido en cinco capítulos. En el primero, hemos tratado sobre algunas de las filosofías dominantes en la Edad Contemporánea, y también hemos expuesto una crítica de las filosofías ateas. En el segundo, hemos tocado tanto la teoría especulativa como la práctica, pues hemos pergeñado nuestras posiciones sobre las ciencias y las artes. En el capítulo tercero, hemos tratado sobre los temas de esa parte de la filosofía práctica que es la política, siempre desde la perspectiva de la sociedad europea occidental contemporánea. En el cuarto, hemos profundizado sobre un tema que en nuestros días muy a menudo tiende a ser olvidado a pesar de su importancia capital, cual es el de la Religión. Por último, en el quinto nos hemos referido a  una miscelánea de temas unidos por el hecho de que pertenecen a la actualidad más reciente. Esperamos que el ensayo sea ilustrativo y del agrado del lector.

CAPÍTULO I: ALGUNAS FILOSOFÍAS EN NUESTRA ÉPOCA

1. Sobre algunas filosofías de nuestro tiempo.   
 En Occidente, desde el Renacimiento, comenzó una revalorización de la vida mundana. Con la aparición del ateísmo de masas dicha revalorización alcanza el paroxismo, de tal manera que no ha existido otra época que haya buscado el disfrute de la vida mundana sin religión y sin Dios como la nuestra, con sus sociedades laicistas y a veces antiteológicas. Así, en todas partes se ofrece la felicidad con un sinfín de recetas, y se organiza el disfrute de la vida apurándola, pues no se cree en ninguna otro tipo de vida ni otra clase de realidad que la que aparece de forma inmediata a nuestros sentidos. Con esto se garantiza una visión del mundo que ha perdido todo sentido de profundidad y de transcendencia.
Pero cuanto más se cree en la posibilidad de alcanzar una vida feliz en la inmanencia, mayor es el fracaso de tal pretensión porque al volcarse el sentimiento y la razón en lo aparente de la vida, mayor es la frustración que se padece.
Según hemos visto en otros ensayos, ello es debido a que no se toma en cuenta la radicalidad de la naturaleza humana, pues dicha naturaleza está abocada al vivir con Dios, en la esperanza de la vida eterna, de una vida verdaderamente feliz. En el fondo, el ser humano sabe que solamente podrá encontrar la felicidad verdadera en la vida eterna de la inmortalidad y del Reino. Como consecuencia, en esta vida la mayor felicidad de la que el hombre es capaz solamente se puede pensar como promesa, y en Dios. Es decir, solamente en cuanto que somos capaces  de sentir el amor que Dios nos tiene, y que estamos llamados a una vida eterna, aunque muchas veces ello se de cómo incoado, y no como una realidad plena.
Una de las filosofías más influyentes de nuestra época es el positivismo, que tiene un gran predicamento, tanto en su versión  comtiana como en la que formula el Círculo de Viena, que se conoce como neopositivismo o positivismo lógico. En su vertiente más conocida el positivismo sostiene que la ciencia da razón total de la realidad, no siendo de valor cognitivo hacerse preguntas metacientíficas; o practicar una religión, porque no se puede ir más allá de la facticidad de lo dado, que es insuperable.Olvida que las mismas ciencias no agotan la racionalidad de lo real; y que ellas mismas dependen de su petición de principio. Además, no reconocen que la racionalización total de lo real exige una filosofía teísta; una filosofía que pivote en torno a Dios, y que tenga fuertes apoyos en la Teología. Este es el sentido de todo lo que hemos trabajado hasta ahora en otros ensayos anteriores.
De otro lado, hay que reconocer que el ser humano no puede encontrarse bien en estas teorías porque sus exigencias sentimentales y emotivas, su deseo de felicidad y de inmortalidad no se encuentran colmados por la mera positividad de los hechos (Unamuno). Por el contrario, el hombre necesita esperanza, anhela la felicidad, y está necesitado de amor. Por ello, sólo encuentra su verdadero descanso en Dios y en la religión, pues nos hizo para Él y no encontramos descanso hasta que  reposamos en Él (San Agustín). Pero este reposo es a la vez, espiritual,  emotivo y racional porque nos da razón de la realidad, nos da la espiritualidad y los sentimientos en los que nos encontramos a gusto. En efecto, Dios nos da tranquilidad de ánimo, y el amor que necesitamos y con Él estamos en condiciones de dar cuenta racional de lo real. En fin, puede decirse que la mentalidad positivista es claramente insuficiente desde la perspectiva de las facultades y necesidades humanas, debiendo consecuentemente desecharse.
Otra de las filosofías importantes de nuestro siglo es el marxismo. Marx y Engels construyeron la utopía del comunismo como etapa final de la historia humana en la que el hombre habría de encontrar la felicidad total, la igualdad, la humanización; en definitiva, la perfección y la vida feliz. Nosotros no discutimos su posibilidad como ideal, aunque los hechos históricos del siglo pasado, con el ascenso y la caída del comunismo  ateo en el Este de Europa, están ahí para contradecirlo. Nos referimos más bien al hecho de la insuficiencia de cualquier teoría que en el sentido dicho no tenga en cuenta la vida eterna como necesidad humana de plenificación. Así, el hombre encuentra ante sí la muerte como barrera insuperable que no puede ser obviada, por más que se pretenda que la religión es producto en última instancia de la ordenación económica de la sociedad, y que desaparecida la ordenación social alienante se alcanzaría el mundo feliz y redimido.
Por el contrario, toda utopía que no tenga en cuenta la limitación radical de la muerte está destinada a no colmar el espíritu humano, según  señala el pensamiento político cristiano. Ello es debido a que no podemos concebir una vida feliz, una utopía en la Tierra si no descansa sobre la promesa de una vida eterna. Como consecuencia, la alternativa cristiana del Reino de Dios como fin escatológico de la historia es mucho más potente que la del materialismo histórico porque llega mucho más al corazón y a la razón; y está más  de acuerdo con la naturaleza humana en su radicalidad que cualquier utopía política.
Por otro lado, no debe extrañar que en el siglo XX haya tomado fuerza como corriente filosófica de masas el existencialismo ateo (Sartre), aunque su fuerza ha decaído en su mayor parte. Esta corriente hace teoría del tema de la angustia existencial, ante el vacío que se experimenta ante una muerte irremediable y sin esperanza, y ante un mundo sin Dios. En efecto, sin Dios y la Religión es natural que se experimente el vacío de la existencia y la angustia vital porque ha desaparecido el horizonte de sentido y racionalidad que daba fortaleza de ánimo. Así es porque la creencia en que la historia tiene un fin de redención en el Reino de Dios; la seguridad de que la muerte no es definitiva sino un tránsito hacia otra vida mejor; la fe en un Dios que da cuenta de la perfección constituyen baluartes que dan al hombre una esperanza y un sentido, sin los cuales se desmorona vitalmente.
Así ha sido en la historia porque con estas fuerzas hemos afrontado épocas  bastante más difíciles, sin el desmoronamiento existencialista, sin perder la vitalidad y la moral. Ello se debe a que con la ayuda de la religión somos capaces de soportar la dureza de la existencia, en la medida en que transcendemos simbólicamente nuestras limitaciones; y encontramos ofertas de ánimo, valor y felicidad que, de otro modo, son imposibles. El ateísmo es más débil que la creencia y la Religión.
 También en el último tercio del siglo pasado ha aparecido la corriente de pensamiento postmoderna. Según los autores de la misma (Lyotard, Baudrillard…) estaríamos a las puertas de una nueva época: La Postmodernidad, que se caracterizaría por el hecho de que los grandes relatos, los grandes sistemas de pensamiento, las religiones y las ideologías han llegado a su fin. En este nuevo tiempo lo que predomina es el fragmento, lo pequeño; y se trata de captar las cosas separadamente, sin grandes conexiones, sin que interesasen las grandes verdades, pues la verdad sería relativa.
Como vemos, se trata de un nuevo relativismo o de un escepticismo renovado. Pero, según sabemos, tanto el relativismo como el escepticismo se contradicen a sí mismos, pues si decimos que la verdad es relativa o que no existe la verdad, el argumento debe aplicarse a sí mismo con lo cual se entra en contradicción. Y desde Aristóteles, sabemos que el principio de no contradicción es verdadero sin duda, objetivo para todo pensamiento, porque si intentáramos prescindir de él no sería posible ni siquiera pensar.
Por otra parte, el hombre necesita de los llamados grandes relatos, de las grandes ideologías, de la Filosofía y de la Religión. No se pueden reprimir las grandes preguntas; y ante ellas hemos de ofrecer respuestas para lo que surgen los grandes sistemas de pensamiento (religiones, filosofías…). Es verdad que los grandes sistemas se han ido sucediendo a lo largo de la historia, pero ello no es argumento en contra, pues, como enseña la dialéctica, la verdad va creciendo y los sistemas o los paradigmas religiosos (Küng) van progresando o desapareciendo en la historia, de modo que los superiores incorporan a los inferiores. Así, las verdades mayores incluyen a otras verdades más parciales, a las que superan.
Por último, la corriente postmoderna de pensamiento constituye otra forma de ateísmo. Por ello, se la puede confutar al señalar que el hombre sin religión queda vacío y desarmado, pues necesita de Dios para llegar a la plenitud y por consiguiente optimizarse, según ya hemos defendido en otros ensayos.
2. Crítica del ateísmo
El ser humano de todos los tiempos ha tenido conciencia de su propia limitación y pequeñez, que brota de la experiencia propia de su vida. El hombre se siente franqueado por abismos que lo limitan en toda su extensión.  Así, por ejemplo, la infinitud del Cosmos contrasta con lo pequeño y limitado de su propia vida, que está rodeada por el misterio. Desde hace milenios el hombre, en muchas ocasiones, ha sofocado la angustia que rodea su existencia por la presencia, en sus múltiples formas, del Absoluto o Dios, que le da tranquilidad y sosiego, ante lo que presiente como una inmensidad.
Pero muchos en nuestros días han preferido prescindir de la Religión y de la relación con Dios, especialmente en Europa Occidental. El resultado de ello no puede ser otro que la vuelta de ese sentimiento de insignificancia y angustia, y del miedo a los abismos que nos limitan. Quizá el acentuar el reino del disfrute de la vida natural, el poner grandes energías en cosas que de por sí tienen poca consistencia, como del deporte o los espectáculos, hayan servido para desplazar el acento y poner un énfasis en cosas que, por  su trivialidad, no lo merecen. Con ello, se produce por la capacidad de simbolización que tenemos cierta sublimación de los grandes sentimientos. Pero el problema no encuentra en ello solución porque la única alternativa consecuente, que es la Religión, ha sido desechada. Con ello surge una patología especial, que es la de poner gran carga afectiva en cosas que objetivamente no lo merecen. Efectivamente, las pasiones más fuertes, según dicta nuestra propia naturaleza, deben ser puestas en Dios y la Religión, según vamos argumentando. Solamente con ello pueden desaparecer los sentimientos de pequeñez y de angustia propios de nosotros, los humanos.
Esto último es así porque el ser humano está hecho para Dios de manera que encuentra en Él su roca firme y su compleción. Por ello, es natural que la conveniencia de la experiencia religiosa se manifieste de múltiples formas. Por ejemplo, podemos experimentar el poder que tiene la oración para tranquilizar o consolar; o notamos como la presencia y participación en las ceremonias religiosas sirve para levantar el corazón y el ánimo, de forma que tenemos una mayor capacidad para afrontar las adversidades; y así sucesivamente.
Por el contrario, estas fuentes de salud son cegadas por el pensamiento ateo que pretende que la religión es perjudicial (Marx, Nietzsche, Freud…). Según este punto de vista, es lógico que la religión esté obturada o reprimida. Por ello, no puede aportar ningún desahogo.  Como consecuencia, no por ello deja de notarse la responsabilidad que tiene este tipo de pensamiento en las patologías del hombre contemporáneo. (No pretendemos negar, obviamente, los avances médicos, pero sí defender que si la salud fuese capaz de incorporar la religión a su práctica, y que si se incluyese la Religión en la vida cotidiana todo lo humano mejoraría considerablemente, especialmente en Occidente).
Como consecuencia, hay que pensar que el fenómeno ateo es pasajero, y que ya está obsoleta la conciencia hipercrítica de gran parte de Occidente. Así es, pues como estamos viendo existe un gradiente a favor de la Religión y la creencia, porque pensamos que el ser humano encuentra su felicidad en esta vida y en la venidera en Dios; igualmente en Él halla su perfección moral  (en la caridad y en la unión con el mismo, también por el amor); y además  consideramos que encuentra mayor bien en la esperanza, que es imposible sin la fe y la confianza en la vida eterna. Por ello se debe concluir que la naturaleza humana se encuentra de manera natural en  la creencia en Dios y no el ateísmo. Se debe afirmar que encontramos nuestro centro, nuestra unificación, nuestra salud y nuestra felicidad en la creencia, la cual es más fuerte que su contradictoria.
Pero la creencia también se muestra como superior desde la perspectiva de la razón, pues ésta encuentra su compleción en Dios, en tanto que Él es el termino que conduce a la racionalización total de lo real, siendo como el vértice en el que convergen los diferentes problemas científicos, vitales y filosóficos, y en el que encuentran su solución: la posibilidad de una construcción acabada racionalmente que de cuenta del conjunto de la realidad.
No obstante, en estos últimos tiempos nos encontramos con una ofensiva fuerte en la argumentación atea, cuyo vector de transmisión se constituye sobre la filosofía mundana, que está presente en los más diversos medios de comunicación, manifestándose en los discursos ideológicos, así como en el arte de masas. En este sentido puede comprobarse que, en muchas ocasiones la filosofía y las argumentaciones del ateísmo son más nuevas que las aportadas por la fe y la religión. Por ello, parece necesario que, además  de la filosofía teológica tradicional, se intente elaborar nuevas argumentaciones filosóficas de la fe que sean capaces de ofrecer alternativas claras a las ya viejas del ateísmo y el agnosticismo; que pueden ofrecer nuevas ideologías para inspirar una nueva cultura de masas. En este sentido, como dice Arsenio Alonso, se hace necesario reivindicar por ejemplo la obra de Blondel y la nouvelle teologie, que ya está alcanzando reconocimiento en nuestro tiempo. Aquí la fuerza organizada de la Iglesia tiene mucho que hacer, pues tiene una gran capacidad de movilización intelectual, necesaria para defender la alternativa teológica de Dios y la religión.
En este orden de  cosas, una de las tareas más importantes que impone el proceso de globalización en el que estamos inmersos, es la necesidad de seguir adelante con el diálogo ecuménico e interreligioso si no queremos vernos abocados de nuevo a las guerras de religión. En este sentido, como ya hemos señalado en otras ocasiones, en las mismas religiones se encuentran las armas para ello. Nos estamos claramente refiriendo a las virtudes de la caridad, la compasión y la misericordia como virtudes centrales de las religiones. Estas virtudes son las que las capacitan para emprender el camino del nuevo diálogo en el que seamos capaces de situarnos en las posiciones del otro, para abrirnos al cambio.
Pero al lado, además de estas tareas imprescindibles cabe la posibilidad de encontrar otras comunes y más unitarias. Nos estamos refiriendo a la apologética (cristiana y también teísta). De este modo, parece posible intentar las tareas en común que la argumentación filosófica ofrece a la creencia. De esta manera, la defensa racional movida por la fe de la filosofía teísta se puede presentar como un principio general en el que pueden participar no solamente los filósofos  y teólogos cristianos, sino todos los que son creyentes. En este caso, hay que añadir que una tarea urgente en Occidente es la defensa de la fe, en la que parece que pueden participar todos los creyentes, pues tienen lo principal en común.

CAPÍTULO II: CIENCIAS Y ARTE

Nuestro tiempo suele considerar la ciencia como el despliegue de la razón; y no admite como razón otras realidades que las científicas: El positivismo tiene fuertes arraigos. Pero esta mentalidad se equivoca porque las ciencias no poseen la razón suficiente de la realidad que roturan, sino que su racionalidad es incompleta, aunque se piense que lo que escapa a ellas se indemostrable o quimérico. La ciencia, por el contrario, no agota la razón sino que se abre a la Filosofía, que constituye la razón cabal de lo real.
 Valga lo que decimos para las Ciencias Biológicas. Así, el mundo animal, especialmente el de los animales más evolucionados en la filogénesis, se comporta de tal manera que uno de sus principales instintos es la búsqueda de la reproducción de la especie. Pero ello es algo que no encuentra su explicación en las mismas Ciencias Naturales, en la medida en que sólo se puede constatar como un hecho. Igualmente, que el mundo de la naturaleza evolucione según un índice de complejidad creciente tampoco tiene explicación porque solamente se presenta como un hecho. Ello significa que el porqué de que sea como es no tiene respuesta en la ciencia que se agota en la descripción de los hechos. Esto se debe a que la explicación es tarea de un saber racional que supera la misma ciencia, cual es el de la Filosofía, puesto que nuestra razón nos impele a dar cuenta de estas preguntas.
Por tanto, la incompleción racional de las Ciencias Biológicas plantea también aquí la necesidad de una ampliación que las racionalice. Ello implica postular la existencia de Dios. Esta ampliación racionaliza el campo en cuanto se puede afirmar que la historia de la evolución conduce al Hombre, cuya historia tiene como fin el Reino de Dios. De este modo, por la introducción de un fin en la Historia Natural se aportan razones para explicar la dialéctica de la vida de las especies más allá de los meros hechos.
En cuanto a las Ciencias Humanas, según hemos mostrado en otros lugares (Agnosticismo, creencia y humanidades; Humanidades y Absoluto), las Ciencias Humanas en su corriente mayoritaria, en su paradigma dominante están construidas sobre el principio de que Dios no es relevante para ellas. Por ello, la Historia o la Psicología, por ejemplo, se trazan sobre el presupuesto de que Dios no es una realidad significativa para su génesis; hasta tal punto que incluso se pretendió que Dios y la religión eran perjudiciales para el ser humano, en tanto que necesita deshacerse de las ideas religiosas para su bien. Por ello, se considera incluso que el vector de progreso de desarrollo de la historia se encuentra en el ateísmo, resultado final de la historia humana.
Por nuestra parte, hemos propuesto que la idea de Dios es esencial para la teoría y para la práctica de estas ciencias. No es en absoluto indiferente para el ser humano que, por ejemplo, construya su personalidad en relación con Dios o sin Él, pues lo primero es lo que se adecua a su naturaleza, según la ortología antropológica que hemos defendido en otros ensayos (Ortología antropológica, por ejemplo).
Por poner otro ejemplo, en la Historia hemos entendido que la verdadera racionalidad de esta ciencia consiste en incorporar a Dios como presente en el desarrollo del acaecer, en cuanto Providencia, y en cuanto  da sentido al devenir humano – que debe tener un fin escatológico- en el tiempo.
De manera parecida, nos hemos manifestado en otras de las humanidades. Como consecuencia, siendo nuestro tiempo el de una pérdida de peso de las religiones, urge hacer una crítica de las visiones agnósticas y ateas de las ciencias en general, y de las humanidades en particular, para conseguir que éstas sean adecuadas a la naturaleza humana, que no puede prescindir de la religión. Ello es una tarea necesaria de nuestro tiempo.
En este sentido, podemos hacer un breve tratamiento  de algunas de estas ciencias. Así en lo que se refiere a la Política y el Derecho. En Democracia consecuente hemos hecho una comparación entre las Ideas filosóficas de Justicia y Misericordia (Amor); y, en general, hemos defendido la primacía del Amor. Pero el cristianismo como religión del Amor se implantó en el Imperio Romano, respetando sus instituciones y su derecho. Estas instituciones, este derecho y sus principios han persistido hasta nuestros días.Por ello, quizá es adecuado plantearse si los principios de una nueva Civilización del Amor deben organizarse desde el derecho, construyendo una nueva Filosofía del Derecho, que matizaría los principios generales del Derecho. Se abriría de esta manera la posibilidad de la implantación de un derecho nuevo, basado en los principios de la caridad, del amor. Por consiguiente, de la misma manera que los conceptos filosóficos de la Teoría de los Derechos Humanos tomaron forma jurídica en las constituciones de la Edad Contemporánea, esta filosofía nueva  podría intentar incardinarse en los ordenamientos jurídicos; o incluso construir nuevas organizaciones de derecho. En este sentido, es posible la pregunta por la capacidad del hombre para tal derecho, de tal manera que, además de su existencia en la teoría se pueda dar en la práctica, porque la puesta en práctica de utopías puede ser contraproducente.
En otro orden de cosas, se constata fácilmente que vivimos en una sociedad que presenta unos modelos que no casan con el estudio, porque aparecen como valores más atrayentes el deporte, la música o el dinero. Pero también sabemos que los verdaderos valores se encuentran en la cultura y la religión.Refiriéndonos a la cultura, hay que decir que el Arte, la Filosofía o la Ciencia no están presentados como modelos de excelencia, por lo que la infancia y la juventud siguen prisioneras de unos modelos que no son precisamente los de la excelencia en estos campos, según hemos señalado. Por ello, el estudio, la cultura (y por supuesto la religión) aparecen como algo secundario y no deseado, como algo que no promueve la motivación y el seguimiento.
Como consecuencia, hemos de considerar que con los modelos que actualmente se presentan a nuestros niños y jóvenes, apoyados por la habitual práctica de los padres, las pedagogías de la motivación están abocadas al fracaso, pues la propia dinámica de la imitación de la infancia y la juventud hace que se polaricen por los valores, menos atrayentes objetivamente, que ya hemos indicado.
Ello implica, como primera medida, la necesidad de pedir responsabilidades a los medios de comunicación por la presentación de modelos inadecuados, y por responder exclusivamente a la demanda. Desde una pedagogía como la que defendemos deberían presentar opciones diferentes a las actuales, presentando la verdadera cultura y la religión como algo que es merecedor de ser valorado y seguido. Parece entonces necesario promover a todos los niveles modelos culturales diferentes de los que nos tocan vivir en nuestro tiempo.
 De otro lado, también existen implicaciones de la religión en la vida económica. Con respecto a ello, puede afirmarse que existe un fuerte intento de racionalización de la vida económica que quiere traducir los bienes económicos a lo que es contable, lo cual establece unos baremos que miden  exclusivamtne la producción de determinados bienes y servicios, sobre todo la producción de bienes materiales. Esta solución olvida la riqueza, la utilidad y la satisfacción que produce la vida religiosa, la vida del espíritu, pues previamente la elimina.
Por el contrario, hay que pensar que la religión es un factor de salud psíquica, en la medida en que el hombre es un ser abierto a la transcendencia, que necesita de Dios espiritualmente; y por ello psíquicamente. Por consiguiente, es natural pensar que esta salud psíquica aporta utilidad económica y salud corporal. Pero la ciencia económica, en su interés por la racionalización incompleta ha alejado tradicionalmente de la conceptuación de los bienes la religiosidad. Por ello, el hombre es conducido a la infelicidad, a la falta de salud espiritual y al vacío, porque como dice Santa Teresa de Jesús en sus versos sólo Dios basta. Esto es hasta tal punto así que la religión puede hacer feliz una vida de necesidades materiales, pues no sólo de pan vive el hombre, como enseñó el Maestro. Como consecuencia, abogamos por un nuevo concepto de economía, pues el ser humano no es homo oeconomicus, sino homo religiosus; y este hecho tiene la capacidad de hacer subvertir los dictados de la ciencia económica oficial, de modo que lo que se considera prescindible pase a ser importante.
En conclusión, la relación amistosa con Dios nos beneficia optimizándonos espiritual, mental, intelectual y corporalmente. Pero, al lado de ello, hay que añadir que tampoco la racionalidad económica, que en muchas ocasiones exige exclusiva dedicación al trabajo permite el cultivo de la religión. De manera que la inadecuada relación con Dios traerá fuerte malestar. Esto ocurre especialmente en Occidente, que en gran medida ha excluido a Dios de la vida de muchas personas, o que impulsa la relación escueta con Él. Por el contrario, el Islam tiene de positivo que no ha perdido la relación amistosa con Dios y conserva vivos sus preceptos como es el caso de la oración. De esta manera, a su modo resiste a la secularización y al laicismo, imperantes en otros lugares.
También puede abrirse la mirada crítica a la Psicología. Con respecto a ello, se puede decir que el paradigma dominante en las Ciencias Psicológicas entiende equivocadamente que la vida en la inmanencia tiene alicientes suficientes para que solamente con ella, y sin necesidad de salirse de lo inmediatamente dado, se pueda hablar de salud psíquica total. Por tanto, entiende que el optimismo, la alegría, el bienestar psicológico, la felicidad en fin se puede alcanzar sin necesidad de vida religiosa, sin transcendencia. Pero todo ello esta destinado al fracaso porque la experiencia religiosa es una condición sine qua non para alcanzar estos logros.
Como consecuencia, hay que declarar que la misma raíz constitucional de la Psicología no es científica sino filosófica porque la misma posición de que los objetivos terapéuticos pueden ser alcanzados sin la transcendencia, o que la relación con Ella es indiferente para ello es filosófica. Por tanto, la desaparición filosófica de la religión no es ninguna condición de la constitución de estas ciencias. Por el contrario nos encontramos con un radical error filosófico, que hace que dicha constitución sea falsa. Dicho error consiste en suponer que Dios y la religión no son relevantes, y que por ello la opción religiosa es algo secundario y prescindible. Es un error metafísico que desciende hacia las mismas ciencias humanas.
Por nuestra parte, hemos defendido en nuestros escritos, siguiendo la tradición de la filosofía perenne, que Dios cumple un papel de esencial importancia, constitutivo en las ciencias humanas. Por ello, es clave para entender bien el concepto de salud. Así es, porque la perspectiva transcendente, que establece la relación del hombre con Dios, es la que verdaderamente da sentido y también alegría, consuelo, optimismo, esperanza en la vida espiritual, lo cual irradia hasta el psiquismo y hasta la vida moral, en cuanto que la relación con el Señor por medio de la caridad nos hace moralmente mejores.
Lógicamente, si prescindimos de la religión, de la dimensión transcendente de la vida humana nos encontraremos con una pérdida de sentido y positividad. Así por ejemplo, nos enfrentaremos con la muerte sin esperanza, o estaremos sin el cariño y el consuelo de Dios, que tanto bien conlleva, no nos encontraremos vacíos en el momento de afrontar las dificultades, y, en fin, tendremos muchas menos razones para el optimismo y la alegría, para una vida psicológica más sana, mejor. Aquí nos remitimos a otros ensayos como Religión y salud.
En este orden de cosas dos hechos destacan: El poder de la oración y el poder de la liturgia. Por medio de la oración somos capaces de entrar en íntima comunión con Dios, que conlleva la realización de nuestra dimensión espiritual. Esta comunión produce por difusión efectos claramente beneficiosos en toda la psicología, pues aporta salud psíquica en la medida en que por la espiritualidad adecuada se alcanza plenitud, felicidad y todo tipo de bienes para el psiquismo personal. De otra manera la vida espiritual se encuentra truncada lo que desencadena efectos negativos como la tristeza o la depresión, que repercuten integralmente en toda la persona.
Naturalmente, estos últimos beneficios también son resultado de la vida de la liturgia de la religión, pues gracias a ella no solamente estamos en oración, sino que también Dios se nos hace presente en la riqueza de sus manifestaciones. Así, los beneficios psicológicos de la religión entran igualmente por la el camino de la liturgia.
En otro aspecto de este mismo orden de cosas, también como fenómeno  de nuestro tiempo aparecen las patologías mentales como algo propio. Ello ha hecho proliferar las ciencias psicológicas, como intento de remedio de estos males. Por una parte, se analiza que el desarrollo de las dolencias y enfermedades mentales es fruto del tipo de sociedad en la que se vive, que no tiene los recursos tradicionales para el afecto y el cariño: los que suponen una familia estructurada y la amistad sana, por poner dos ejemplos.
Pero también las ciencias psicológicas en su aspecto curativo se ofrecen con una terapéutica que ignora que el ser humano necesita de la religión, por lo que intentan las terapias con unos presupuestos y una metodología inmanentistas. Por ello olvidan la Religión (también la Filosofía), y los motivos de salud que promueven como la donación de sentido y racionalidad al mundo, la alegría, el optimismo, la esperanza, el afecto, el apoyo moral, la tranquilidad de ánimo. En fin olvidan los efectos psicológicos tremendamente positivos que llevan consigo la Religión y Dios. Tener una dimensión espiritual en la vida acarrea muchos beneficios. Ello se debe a que no hay posibilidad de vida plena en la inmanencia, que olvida la dimensión transcendente del ser humano porque la religión mejora nuestra calidad de vida y es fuente de salud espiritual y psicológica.
En lo atingente a la Medicina, se precisa decir que el hombre tiene una naturaleza determinada, que tiene como una de sus características el estar abierta a la transcendencia; y por ello, por ejemplo, encuentra en la esperanza de la vida eterna un hontanar de consuelo y bienestar, de salud. De esta manera puede afirmarse que un componente esencial de toda salud psíquica –por tanto corporal también- se encuentra en la religión. De ello se deduce que la salud pasa también por tener presente las realidades religiosas (Tournier) y, como consecuencia, por una vida religiosa adecuada, que también, por ejemplo, es calma y comportamiento saludable (Da ahí se interpreta el aforismo: mens sana in corpore sano). Por tanto, la salud no es un parámetro que se pueda establecer acudiendo exclusivamente a las legalidades del cuerpo, sino que la filosofía y la religión forman parte de sus materiales, pues la salud es una realidad psicosomática y hasta extrasomática. De ahí que la religión forme parte de lo que hemos llamado ortología antropológica, es decir, de lo que es adecuado para la naturaleza humana.
Pero consideramos que la Medicina ha acortado su campo con lo que es una antropología de la inmanencia, pues defiende que la felicidad y el bienestar pueden ser alcanzados sin la imbricación religiosa, lo que lleva a que la corrección del tratamiento de la ciencia sea oblicua; es decir, parcialmente inadecuada. Efectivamente, si no se cree, por ejemplo, en la vida eterna aumenta el temor a la muerte, lo que se puede traducir en falta de la salud debida.
Por todo ello, por la falta de un marco religioso adecuado para la persona humana es natural que se produzca el culto desmedido al cuerpo y a la salud corporal, el exceso de deporte y el olvido de la vida espiritual y cultural; además de otras patologías propias de una hipertrofia de unos determinados componentes antropológicos, que se produce en detrimento de otros igualmente necesarios. En este sentido, es evidente que proliferará la enfermedad psíquica como elemento propio de nuestro tiempo, en la medida en que han crecido el ateísmo y el laicismo, que postergan o anulan la religión en la vida de las gentes. El hombre lejos de sentirse liberado por la increencia se encuentra más atormentado en nuestra Edad Contemporánea occidental, aunque el fenómeno pueda ser de  una baja intensidad.Como corolario, podemos asegurar que existe la necesidad de que en la Medicina se contemple la religión como algo importante para sus objetivos de sanación; y también en la medida en que ambas buscan la salud, por lo que se complementan, según venimos mostrando.
En lo que se refiere al campo de la ciencia histórica, llama la atención que los manuales de la disciplina expresen las ideologías del laicismo, del materialismo o del comunismo. Por ello, urge la construcción de una explicación histórica, de una historia científica que se realice desde otros parámetros interpretativos diferentes de los anteriores. Estos parámetros nuevos deberían tener como eje central la relación de los hombres, de los pueblo y de los estados con el Absoluto. Si así se hiciera se contemplaría la religión como una realidad positiva, y necesaria para el desarrollo cabal de la Humanidad. En parte, esta visión laicista y materialista se da por el modo de entender la historia que arranca de la cultura dominante en muchas universidades. Como consecuencia, si se consiguiera hacer una historia alternativa a la dicha, ésta se trasladaría a los niveles culturales siguientes y se alcanzaría una divulgación diferente, que ayudara a la construcción de una nueva Weltanschauung.
Valga como ejemplo de lo que decimos la Historia de la Filosofía. Ya hemos dicho que la historia actual estudia la filosofía como si el vector de su desarrollo condujera al ateísmo. Por ello, se entiende que el vector de progreso va de la filosofía creyente a la que es atea. Y esta cosmovisión se traslada a todo el campo de la ciencia de manera que se entiendo como progreso la pérdida de peso de la religión, el avance hacia el laicismo, el retroceso de la religión y  la Iglesia.Pero esta manera de entender las cosas va acompañada de unos componentes ideológicos fuertes que suponen que el sector de la creencia y la religión lleva consigo la irracionalidad y la maldad intrínsecamente, mientras que sus oponentes caen del lado de la bondad y la racionalidad.
Pero no nos parecen acertados estos contrastes. En primer lugar porque pensamos que el vector de progreso no se encuentra en la dirección del ateísmo o el agnosticismo, sino que, al contrario. ellos son un retroceso. En segundo lugar, porque consideramos que los hechos conllevan razones poderosas que explican el porqué de su producción; razones que un nuevo pensamiento podría recuperar. En tercer lugar, siguiendo a la Escuela de los Anales, porque la historia debe ser total, con lo que se hace preciso explicar los presupuestos filosóficos con que opera el desarrollo histórico.
En fin, nos parece para muchos casos paradigmática la historia de la Biblia en tanto en cuanto ve lo sustancial de la historia de Israel en la relación del pueblo con Dios. Aplicando este modelo a nuestra historia significa que las posiciones filosóficas y religiosas que se van incorporando en la Modernidad suponen la ruptura de los presupuestos religiosos y, por ello, de la relación amistosa con Dios. Ello también da lugar a una ruptura con la Antigüedad Tardía y el Medievo que configura otra ontología de la historia (en el Derecho, en la Economía, en la Política…)
Para terminar con el capítulo, vamos a hacer unas breves consideraciones sobre el arte occidental. Éste ha experimentado un proceso de secularización, porque   crecientemente ha abandonado la temática religiosa, sustituyéndola por un orden claramente secular o, incluso, laicista. Pero la vuelta a la religión que venimos defendiendo también incluye la necesidad de una construcción nueva, de un arte religioso, que incluya la temática y los modos de la religión. No debemos asustarnos por lo grande de la tarea, pues ello será un movimiento colectivo y de generaciones. Evidentemente tampoco hay que temer por la escasez de la temática pues los temas son grandes y abundantes. Así, la Biblia ofrece una temática enormemente abundante como lo atestigua todo el arte cristiano, temática que puede aumentarse con los nuevos desarrollos que la religión ha experimentado en los últimos siglos.
Señalamos que este arte nuevo ha de desarrollar la facultad humana que el Occidente ha postergado en gran medida en los últimos tiempos, y de la que el ser humano se encuentra necesitado constitutivamente, cual es la espiritualidad. Siguiendo este camino, es de esperar que el arte preste un gran servicio al hombre, pues como sabemos la religión es una dimensión que contribuye a la optimización del ser humano en sus facetas diversas.

CAPÍTULO III: POLÍTICA

Haremos algunas consideraciones sobre temas capitales de la Política de nuestra época. En primer lugar, señalamos que estamos acostumbrados a la configuración de las derechas y las izquierdas que se da en este momento histórico; y  a veces tendemos a pensar que es la única posible. Pero las izquierdas y las derechas no han tenido siempre –como se sabe- la misma forma en la Historia (Bueno). Así, por ejemplo, lo que era la izquierda en la crisis del llamado Antiguo Régimen ahora es la derecha. Por tanto, se hace posible hablar de un cambio que tenga como consecuencia la aparición de distintas formaciones de derechas o de izquierdas; o incluso la misma desaparición de ellas y sus conceptos.
En este mismo orden de cosas, también nos consta la existencia de opciones políticas minoritaria. Ello quiere decir que no es posible descartar a priori que alcancen una implantación mucho mayor. Así por ejemplo, la Teología de la Liberación, el socialismo cristiano u otras corrientes pueden dejar de ser minoritarias, como la historia y la actualidad atestiguan, pues los cambios se han producido, y pueden volver a producirse. Creemos que tampoco puede descartarse la aparición de un diálogo verdadero que haga desaparecer o atenúe las grandes diferencias políticas e ideológicas de la época contemporánea, llevando a una unidad de conciencia más o menos lograda, organizada por la misericordia o caridad política, como así aproximadamente sucedió en nuestro continente antes de la Reforma ( Benedicto XVI), la cual dibujó las grandes diferencias religiosas e ideológicas que luego tomarían otra forma tras la Revolución Inglesa; y de las cuales somos herederos todavía.
En efecto, parece claro según la historiografía que la dialéctica entre partidarios del Antiguo Régimen y liberalismo, propia de la primera mitad del siglo XIX, dio paso a la que se da entre liberalismo y las diferentes formas de socialismo ateo. Puede decirse que en nuestro tiempo en   Occidente seguimos esencialmente igual, aunque este último haya resultado derrotado en la Guerra Fría. Efectivamente, los planteamientos han variado poco, y muchas de las democracias europeas conservan la dialéctica que nace en la segunda mitad del siglo XIX. Así es, porque las fuerzas anticapitalistas y comunistas siguen conservando parte de sus fuerzas y de sus planteamientos, mientras que las fuerzas liberales, aunque con nuevas argumentaciones (el neoliberalismo por ejemplo de M. Friedman) siguen en lo esencial el discurso de Adam Smith. Por lo demás, en nuestra España también están latiendo estas ideologías en las grandes fuerzas políticas de la actualidad, de modo que parece que no somos capaces de aprender de la historia y que por ello estamos condenados a repetirla.
Por nuestra parte, en otros ensayos hemos abogado por la necesidad de la nueva virtud política de la misericordia. Si la virtud central de la democracia, que es la tolerancia, produce y es producto de una determinada cultura política en la que las diferencias políticas se conservan, y se decide la política concreta por la fuerza del parlamento, es de esperar que la misericordia como nueva capital virtud sea capaz de engendrar una nueva cultura política. De esta manera, entendemos por la misma la constitución de un verdadero diálogo político, que traiga  como consecuencia la búsqueda de la convergencia. Ello en el largo plazo tenderá a la desaparición de las divisiones políticas (entre ellas la de izquierdas y derechas); y en el corto producirá un nuevo tipo de relaciones entre los partidos políticos así como nuevos tipos de partidos. Estos nuevos tipos, por medio del diálogo y la comprensión, impulsarán la disminución de las diferencias para culminar  el proceso en una democracia consecuente, en la que el odio y las diferencias, la distancia y el enfrentamiento hayan desaparecido. Por ello, en la democracia consecuente se acaba con la contradicción de que los seres humanos tengan una sola razón, y de que al mismo tiempo se encuentren enfrentados y divididos en diferentes opciones políticas.
En este orden de cosas, no nos parece que el ideal socialista pueda ser descartado, pues el compartir los bienes es propio de hermanos, siendo también la fraternidad un ideal humano. No obstante, parece preciso destacar una serie de aspectos que debería tener la defensa de un socialismo posible para el futuro. En primer lugar, cabe decir  que no existe ninguna conexión necesaria entre socialismo y ateísmo por lo que el socialismo del tiempo venidero no tiene razones para ser anticlerical y antieclesiástico; por ello cabe afirmar  que es posible la constitución de un nuevo concepto de socialismo creyente, tal como atestigua la Teología de la Liberación en el cristianismo. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que la paz es el bien supremo. Eso implica que la defensa del ideal socialista debe hacerse desde el marco de las transiciones pacíficas, respetando totalmente la paz interna de los países y la paz de las relaciones internacionales. Ello significa que la defensa del socialismo si ha lugar debe hacerse por la vía de la argumentación racional y con el respeto a los plazos de la prudencia. Así, por ejemplo, puede señalarse que la fuerza de la planificación puede ser capaz de superar el impulso del mercado en la creación de riqueza. En tercer lugar, se debe asegurar que la libertad sea considerado un bien moral y político imprescindible y que por lo mismo el ideal socialista tiene que ser realizado dentro del cauce del liberalismo político, esto es, en el respeto por las libertades como patrimonio humano que son.
Pero para defender el socialismo también es preciso conocer la historia, especialmente la historia contemporánea. El ideal comunista tomó forma en el siglo XIX especialmente en el marxismo que no dejó de tener una considerable dosis de violencia y fanatismo, además de una cosmovisión atea. El marxismo tiene su propia visión de la historia y su escatología propia, de modo que defiende el comunismo como final de la historia en el que el hombre encontraría la libertad y la identidad, bajo las premisas del ateísmo y el fin de la propiedad privada. Hay que señalar que los esquemas parecían ir adelante puesto que en el siglo XX se fueron sumando poblaciones y territorios al ideal del marxismo-leninismo; y por ello muchos pensaban que el comunismo marxista constituía el porvenir de la Humanidad. Pero el esquema saltó por los aires con el final de la Guerra Fría y la consiguiente derrota de la Unión Soviética, en que la URSS y los países del Telón de Acero pasaron a formar en las filas de la democracia y el liberalismo económico. De idéntica manera, en lugar de haber implantado el ateísmo en las masas populares, se registra en nuestros días un renacimiento de la religión. Se ve, pues, la ruina del materialismo histórico y su escatología. Ello es lógico, pues el hombre necesita de Dios y de la religión en su vida porque ellos dan plenitud en los diversos aspectos de la vida humana: tanto en lo social, como en lo emocional, lo psíquico o lo espiritual. En conclusión, es de esperar que el laicismo y el ateísmo experimenten un retroceso como el de Europa Oriental, y que dejen de ser una adherencia innecesaria del ideal socialista, con sus consecuencias de anticlericalismo y antieclesialismo. Asimismo es de esperar una reformulación no utópica del ideal.
En el orden de este capítulo dedicado a la Política de nuestra época, vamos a tratar también el doloroso tema del Tercer Mundo. Primeramente, indicamos que es un discurso corriente que el capitalismo o el imperialismo cargue con las culpas del problema, olvidando que el capitalismo lo hacemos todos con nuestro comportamiento económico, pues muy frecuentemente buscamos la riqueza y el poder. Por ello, también se olvida que somos tanto las víctimas como los verdugos, en cuanto que por nuestras obras estamos colaborando con la injustita de la pobreza que asola a millones de seres humanos, sin que tampoco ellos sean totalmente inocentes de lo que les pasa. Igualmente olvidamos que en el orden de la diferencia cualitativa, es menor la que se da entre un millonario y un obrero del primer mundo que la que se da entre éste y un hambriento de África. Todo ello implica  que es hora de que asumamos nuestras responsabilidades y no las descarguemos en el sistema que contribuimos a crear. Así puede afirmarse que el Holocausto, el estalinismo y las explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki dejaron una huella enorme, tan grande como para exigir denodadamente que estos horrores históricos no volvieran a repetirse. Sin embargo, permanecemos impasibles ante el hecho de que millones de seres humanos mueran como consecuencia del hambre y la desnutrición. De este modo es una característica de nuestro tiempo que el mundo rico y desarrollado se olvide de la tragedia que supone la miseria del otro mundo.
No negamos que el problema tenga difícil solución; ni reivindicamos el liberalismo o el comunismo, sino que sencillamente señalamos por que más allá de las diferencias ideológicas, más allá de los sistemas políticos nos encontramos con una llamada que debe ser oída sin excusas. No obstante, esto que debería ser un clamor está olvidado y solamente se asoma alguna vez a los medios de comunicación, especialmente cuando los problemas afectan al mundo desarrollado.
En este sentido, estamos en un mundo, en cierta medida, construido por los medios de comunicación que de no pequeño modo, responde a la demanda efectiva que el público hace de ellos. Por ello, nos encontramos en una burbuja de comunicación en la que solo nos preocupamos de nosotros mismos, es decir, de los intereses materiales e intelectuales de las poblaciones de los países ricos. Elo hace que los más pobres estén olvidados. De esta manera, a lo más, se pretenden soluciones políticas o se cuenta con unos movimientos antiglobalización, bastante minoritarios y radicalizados; pero la realidad, aunque la solución se vea en alternativas políticas liberales, o comunistas, es que descargamos nuestra responsabilidad en otros (los políticos, los ricos…) o en el sistema. Por consiguiente, destaca que a nivel personal hacemos muy poco para solucionar el problema, que es grave, aunque afecte relativamente poco a las poblaciones de nuestro mundo. De otro lado, el problema es de difícil solución, pues hay temas que no se deben olvidar para una correcta comprensión del mismo, como que tenemos encima el problema ecológico, que los créditos dados se malgastaron o que las poblaciones  del mundo pobre tienen con mucha frecuencia comportamientos más próximos a la Barbarie que a la Civilización.
Con todo, ello no justifica la satisfacción que tenemos con nosotros mismos: Pensamos que nuestras formas culturales y políticas son superiores incondicionalmente a las de los otros pueblos, que tienden a ser vistos como bárbaros o atrasados. Puede que en muchas ocasiones el progreso y la razón están en la parte de la Civilización Occidental, como pueden ser los casos de la democracia como forma de organizar la convivencia política y de respeto por los derechos individuales. Pero también se hace preciso pensar que otras civilizaciones también tienen elementos positivos; por ejemplo, el hecho de que la religión juega entre ellos un papel de primer orden y no está orillada, siendo un elemento humanizador y vertebrador de toda la vida social. Así, por ejemplo, en el Islam la religión forma parte de la normalidad consuetudinaria y Dios está realmente presente; por estas razones, no estaría de más que desde el punto de vista de la religión olvidásemos nuestras presunciones e intentáramos imitar a las culturas que claramente nos superan en este campo.
En este orden de cosas, permítansenos algunas aclaraciones sobre el campo de la Pedagogía. Aquí, no negamos que los componentes objetivos verdaderos del progreso en la educación, como, a modo de ejemplo, puede ser la necesidad de estudiar la temporalización y progresividad del aprendizaje, según la edad y el nivel; u otras muchas. Pero también pensamos que las ciencias pedagógicas están construidas sobre supuestos filosóficos que las hacen crecer en direcciones ideológicas concretas. De esta manera estas directrices filosóficas suponen unas determinadas posiciones metafísicas con respecto a la existencia de Dios, o antropológicas con respecto a la naturaleza humana. Pero dichas directrices pasan a la Pedagogía y a través de ella a los sistemas educativos, imponiéndose como si tuviesen un valor incontrovertible, impidiendo la libertad de pensamiento, y por ello la libertad de cátedra. En efecto, dichas ciencias se presentan con el prestigio que en nuestros días tiene la ciencia, cuando en realidad son sistemas de presupuestos muy discutibles, pues en la medida en que estos presupuestos filosóficos fueran otros las pedagogías se construirían en otra dirección y serían  otras distintas.
Consiguientemente, sería importante la construcción de teorías en las Humanidades que partiendo de presupuestos filosóficos distintos a los dominantes, que son agnósticos o ateos, fueran alternativas reales a lo que impera. Pero también hay que reivindicar que los que tienen otras concepciones pedagógicas tengan el derecho de llevarlas a la práctica, pues la libertad en la construcción de teorías es una parte importante de la libertad de cátedra.
En este orden de cosas, defendió Foucault que desde el inicio de la Modernidad se produce un control cada vez mayor de los estados sobre la vida de los individuos. Asi, las Ciencias Humanas se han ido constituyendo creando un tipo de hombre y un saber que se producen con independencia de Dios y la religión, y que se presenta con todo el prestigio social de la ciencia. Esto obviamente ocurre con la Pedagogía y las Ciencias de la Educación hasta el punto de que llegan a organizar según sus esquemas los sistemas de enseñanza actuales. De este modo, se opta por un determinado modelo de disciplina escolar; o un modelo que tenga la religión y a Dios como aspectos secundarios y postergados del proceso educativo. Consiguientemente, amparado por la presunción de cientificidad, se imponen determinadas políticas pedagógicas, que además impiden la libertad del profesor al amparo de una legislación que sigue los dictados de la constitución actual de las Humanidades.
En el caso concreto de España, el derecho educativo en las últimas décadas ha estado marcado por las política pedagógicas dominantes que intentan que el acceso al estudio se haga por medio de la motivación positiva de los discentes. Pero en nuestro ensayo Pedagogía ya hemos criticado estas teorías en la medida en que no tienen en cuenta que los medios de comunicación y los valores sociales entiende el estudio, a lo más, solamente como algo instrumental para procurar dinero o comodidad; y así no se pueden articular políticas educativas adecuadas que motiven verdaderamente al estudio y al interés por la cultura.
Urge, por tanto, en una política de mínimos, una revisión de la política pedagógica habida cuenta que, desde unas posiciones objetivas, puede calificarse  que se da el fracaso escolar y la pérdida de nivel. Nos parece que hay que plantearse si la política pedagógica ha de aplicarse solamente a la escuela, o por el contrario debe haber una intervención más general que abarque los ámbitos del estado, la sociedad y los medios de comunicación.
Tocando otros aspectos de la política, hemos defendido que la práctica de la religión contribuye al bienestar humano en los aspectos espiritual, mental y corporal, aunque  el paradigma predominante en las Ciencias Humanas y sus tecnologías  lo ignore o  contradiga, considerando incluso la religión como algo negativo. Según este presupuesto, parece consecuente que los indicadores de la calidad de vida no la contemplen como parámetro y que en los objetivos de los gobiernos la religión no aparezca como algo positivo y deseable. Así, por ejemplo, el conocido Índice de Desarrollo Humano no contempla el hecho de la práctica de la religión como un factor positivo que indica calidad de vida. Igualmente se puede poner como ejemplo el hecho de que en los currículos escolares en los que se indican los objetivos o las capacidades que hay que desarrollar no aparece la competencia espiritual, pues se la considera como algo irrelevante y prescindible. En fin, podrían multiplicarse los ejemplos que muestran la constitución agnóstica de las Humanidades. Por tanto, no es de extrañar que las sociedades en las que la religión está fuertemente implantada rechacen esta constitución de las Ciencias Humanas y de sus políticas, por mucho que en el occidente secularizado se pretendan científicas. Por tanto, la constitución central de ellas, que arranca en el siglo XIX, nos da una idea de la fuerte impregnación de la cultura por las filosofías agnósticas y ateas en el Occidente, que domina la cultura mundialmente.
CAPÍTULO IV: RELIGIÓN
Puede afirmarse que el ateísmo ha ganado mucho terreno en las sociedades de Europa occidental, pues ha logrado que la presencia de Dios sea relativamente pequeña en ellas; a veces, quedando reducida la religión a una especie de semiclandestinidad de la que solamente sale en los grandes eventos. El entretenimiento ha sustituido a la religión en nuestra vida cotidiana, porque no quedan grandes discursos y la presencia de Dios va disminuyendo en la conciencia de las gentes. Aquí no cabe decir que todo de civilización el peso de la culpa recae sobre los medios de comunicación, pues a estos los hacemos todos, y con multitud de microelecciones  vamos configurando la realidad de los medios y la de nuestra vida cotidiana.
Creemos que estos fenómenos se deben a que la cosmovisión atea y la argumentación de su filosofía se va imponiendo en las mentalidades de mucha gente, que ve la religión como una realidad irrelevante. Así, uno de los caracteres de nuestra época es que se inaugura una humanidad completamente nueva en Occidente en tanto en que aparece por primera vez en la historia el ser humano sin religión a nivel de masas. Efectivamente, en todos los lugares y en todo tiempo el ser humano ha tenido religión, por lo que esta falta de religión – que no es definitiva- trae consecuencias desconocidas. En particular, puede asegurarse que el hombre del siglo XIX se encontraba más próximo al de la Antigúedad que al actual, pues éste, aún siendo politeísta, era religioso. Más aún, era solidario el hombre del siglo XIX con la Antigüedad Tardía en la medida en que ambos tenían el cristianismo como suelo religioso. En resumen, gran parte de la humanidad de occidente experimenta una ruptura con su tradición y con sus antepasados cercanos mayor que la que se ha dado en parte alguna de la historia y en las transiciones de unas edades a otras, por ejemplo el paso de la Edad Antigua a la Edad Media.
En este orden de cosas, desde ciertas perspectivas dominantes tiende a considerarse el Islam actual como una civilización atrasada e inculta que no ha pasado por la crítica racionalista de la Modernidad occidental. En efecto, es posible que el Islam no haya pasado por la crítica de la razón, pero tampoco quiere si la misma supone que la religión pierda presencia en su vida de civilización. Por ello, no tiene que verse el Islam como una sociedad entregada al fundamentalismo sino como una civilización en la que Dios y la religión cuentan y están presentes, contrariamente a lo que ocurre en Europa occidental, en donde la religión y Dios, por desgracia, cuentan mucho menos y su presencia no es abierta.
Así, según el pensamiento laicista, que es dominante, la religión es un fenómeno que tiene que estar exclusivamente en el ámbito privado, por lo que debería desaparecer la presencia pequeña que tiene en el estado (en la escuela, en las ceremonias…). Por nuestra parte, no pensamos que esta corriente de pensamiento se encuentre en lo cierto. Por el contrario, somos de la opinión de que la vida religiosa debería tener una mayor presencia y consideración en el estado, pues, como hemos manifestado en otros ensayos, ello hace que las personas humanas se desarrollen espiritualmente (por tanto psíquicamente y corporalmente), además de que la religión nos hace moralmente mejores (y por ello, es esencial en la educación moral de la infancia y la juventud).
De otro lado y con respecto al tema inmediato que estamos tocando, pueden añadirse otras consideraciones. Se puede ver que en lo que respecta a las ceremonias del estado hay un cierto secuestro de las creencias mayoritarias por parte del laicismo, pues, al menos en nuestro país, la mayoría de la población es creyente y, sin embargo, la creencia no aparece reflejada en la misma vida del estado. Por tanto, en buena lid democrática la religión debe tener una mayor presencia en la vida del estado. Además, realza y da majestad, lo cual es otro argumento a favor de una mayor presencia de la religión en la vida política.
Ello se debe también a que el ser humano necesita salirse de la cotidianeidad, de su percepción normal de la vida, en la que el mal, la enfermedad y la muerte están presentes, aunque los pretenda obviar. En otras palabras, necesita salvarse de la percepción de la vida en la que solamente está presente la inmanencia. Ello significa que tiene que tener presente la religión para salir de esta cotidianeidad de dolor a que nos estamos refiriendo. Por medio de la religión podemos ver la verdad consoladora de la vida eterna y del Reino, de modo que con su vida variada nos presenta el rostro verdadero de la realidad que es un rostro de consuelo y alegría, toda vez que ella nos permite ser capaces de afrontar nuestra menesterosidad, que es mucho mayor si se vive sin Dios. Ella, pues, nos ofrece el rostro vital y deja ver la realidad como conjunto, como un todo que supera la mundaneidad de nuestra visión natural, a la que, según decimos, le falta el complemento y el sentido de lo sobrenatural que la supera. Por estas razones, nuestra sociedad atea y agnóstica es más torpe de lo que cree, pues pretende vivir sin Dios y arrojar a las personas humanas a la nada existencial, haciendo  del ser humano un ser  únicamente para la muerte (Sartre).
Como consecuencia, es completamente falso el esquema de la historia del ateísmo. Según él la Humanidad ha progresado en gran parte porque la religión ha experimentado un regreso considerable. De esta manera, se cree que la mayoría de edad del hombre se muestra en la medida en es capaz de despojarse de las creencias religiosas y metafísicas, pues la religión sería un antihumanismo, porque aliena o corrompe al ser Humano (Marx, Nietzsche…). Pero el esquema en cuestión no es cierto porque, según hemos mostrado en otras ocasiones, la religión no deshumaniza, ni nos hace desgraciados. Al contrario, tiene una utilidad claramente positiva (Stuart Mill). Así, en la medida que aporta consuelo, esperanza, amor ella nos hace más dichosos y, por ello, más libres de nuestros miedos ancestrales, que hunden sus raíces en la misma animalidad, en el mismo reino animal. En efecto, en la medida en que nos sentimos amados  somos más felices (si la felicidad admite graduación);  en la medida en que vivimos en la esperanza de la vida del mundo futuro nos encontramos pacificados. Lógicamente, si somos felices nuestra salud mejora, y somos más ricos. En conclusión, la religión en lugar de ser un factor negativo de empobrecimiento y alienación es positiva, pues nos mejora grandemente.
Pero ha habido varios sistemas de pensamiento que se han opuesto al desarrollo de la religión. Como resultado de estos fenómenos, ha habido propuestas que han anunciado fines de la historia distintos de los de la religión. Así, por ejemplo en la Edad Contemporánea Comte pronosticó que la Humanidad alcanzaría el estado positivo en el que solamente estarían presentes los saberes científicos. Se equivocó, entre otras cosas, porque el desarrollo de las ciencias no sólo no elimina la problemática filosófica y religiosa sino que la multiplica. Es natural entonces que no haya advenido ningún estadio positivo en el que solamente se cuente con el saber de las ciencias.
Igualmente Marx y Engels anunciaron el final de la historia de la Humanidad en el comunismo, en el que desaparecería la propiedad privada y nos encontraríamos con un género humano ateo y sin alienaciones. El esquema marxista parecía cierto, pues desde 1917 cada vez más países se iban sumando al comunismo como modelo social y político. Pero desde 1989 todo cambió, cuando los países comunistas del Este de Europa abandonaron el marxismo, para dar lugar a sociedades y estados democráticos de libre mercado. Como consecuencia, quienes piensan que el ateísmo es el fin natural de un desarrollo progresista de la historia deberían recapacitar a la vista de las lecciones que ésta brinda, siendo como es maestra de la vida. Entonces se podría pensar que el ateísmo no deja de ser sino  un fenómeno transitorio que desembocará en un renacimiento religioso que lo deje en movimiento marginal, pues no tiene fundamento racional o histórico.
En conclusión, la vuelta del ateísmo, del agnosticismo, del laicismo, del secularismo a la religión parece completamente necesaria. En efecto, desde la religión y su experiencia se asegura una vida mejor en todos los aspectos. Al estar el ser humano constitutivamente abierto a la transcendencia la ausencia de religión no puede dejar de afectarle negativamente. Así es porque el ateo pierde las posibilidades de optimización que le ofrece la religión. Primeramente, porque aumenta su tristeza, en tanto que carece de la esperanza que es propia del creyente y que da alegría y optimismo; también en tanto que no tiene la presencia del amor de Dios, que también es un motivo de alegría. En segundo lugar, porque con respecto a sus posibilidades no está optimizado moralmente, pues la religión nos hace mejores porque el amor es difusivo, y el amor que se recibe de Dios pasa a los semejantes. En tercer lugar, hay una actitud de la persona religiosa hacia los bienes materiales como consecuencia de una intensa valoración de los espirituales; ello aumenta la riqueza, pues, como hemos dicho, no sólo de pan vive el hombre, de modo que los bienes espirituales aportan una utilidad y una satisfacción que hace la vida mejor; (con respecto a ello no vale el paradigma inmanentista de las Ciencias Humanas que solamente ofrece objetivos de disfrute, como si las grandes inquietudes, las necesidades espirituales y las grandes preguntas no existieran para las personas). En fin, la argumentación podría seguir pero solamente pretendemos resaltar que la vuelta a la religión supondrá una gran mejora para las personas humanas, más si la religión hace las reformas que le corresponden.
En este sentido, se ha de decir que no pretendemos una vuelta a los defectos adheridos a la religión, sino que suponemos que ella también debe experimentar una puesta al día completamente necesaria, especialmente en algunos campos. Por ejemplo, la religión debe ponerse en armonía con la ciencia, con una desmitologízación (Bultmann) que se hace muy necesaria en tanto que los mitos la alejan del pensar científico y racional; aunque la ciencia también necesite pasar por el tamiz de la creencia, en cuanto pretende muchas veces conclusiones que no están demostradas y que necesitan de la crítica de la razón, de la crítica filosófica. (En este terreno tampoco hay que olvidar que la razón en los aspectos más formales y transcendentales está del lado de la religión y de la filosofía teológica, aunque éstas puedan también ser criticadas, según vamos viendo).
Para terminar el capítulo señalaremos que la religión necesita salir de la semiclandestinidad, por lo que nos parece necesario remover los obstáculos que la argumentación atea interpone levantando nuevos aspectos a favor de la creencia y la religión.  Levantar así una nueva argumentación desde la filosofía y la teología, que sea capaz de oponerse y proponer una vida cotidiana en la que la presencia de Dios vuelva a ser de radical importancia, pues ésta ayuda al hombre en todos los aspectos de esta vida, que pide la vida eterna.
CAPÍTULO V: ACTUALIDAD
No deja de admirar la enorme capacidad que tenemos de elaborar ideales morales. Así por ejemplo: los Derechos Humanos, la emancipación del proletariado, la liberación de la mujer, la liberación homosexual o incluso la liberación animal. Pero también choca que todos estos ideales éticos se aplican de modo muy preferente a los países ricos. Y aunque exista como ideal el final de la pobreza, no es un deseo que tiene la fuerza de la motivación de los ideales que se aplican en los países ricos, como los que hemos citado. Esto significa, que pensamos sólo en nosotros mismos, y de ello no nos olvidamos.
Por ello, se puede hablar de pecado estructural, en tanto que existen estructuras de poder que no respetan el amor, puesto que se olvidan del gran problema de la pobreza de los más necesitados. Y en ello no se comprende solamente a los millonarios sino que el conjunto de las poblaciones del Primer Mundo son igualmente responsables. Con respecto a ello, destaca la labor de caridad de las iglesias en todo el mundo, pues no se olvidan de los pobres, como también muestran corrientes, impregnadas de la problemática a la que intentan dar solución con intentos loables como es la Teología de la Liberación.
Por otra parte, como tema de actualidad, destaca el fenómeno de la globalización creciente. Así hay un flujo de capitales a lo largo de la mayor parte del planeta, y se produce una general internacionalización de la economía; también es importante el continuo desarrollo de la información en todo el mundo y otros fenómenos más.  Pero esta globalización está acaeciendo con la influencia dominante del mundo occidental; ello en contra de otras formas culturales y de vida que no tienen que ser consideradas atrasadas o bárbaras, si no se quiere ser etnocentrista.
Como consecuencia, es de esperar que el enfrentamiento entre las civilizaciones desaparezca en lo que debería ser un diálogo transparente, con conocimiento y comprensión recíproca. En este sentido, parece necesario señalar que el diálogo de las religiones es abierto, aunque parece inevitable que se produzca una mayor misericordia, de modo que no se repitan estereotipos religiosos y culturales de siempre. Es entonces imprescindible acabar con toda voluntad de dominio que se manifieste en la repetición de los clichés propios y en la tendencia a no revisar posiciones, olvidándose de la necesidad del diálogo. Se necesita pensar que la propia cosmovisión no está acabada y que puede ser enriquecida y cambiada por la aportación de otras. En fin, la idea de globalización obliga al respeto, al estudio y a tener en cuenta a las civilizaciones que existen en el planeta al lado de la nuestra.
Tal es el caso de la cosmovisión oriental, que destaca sobre el discurso de las fuerzas culturales y espirituales de Occidente. De las consideraciones anteriores se concluye la necesidad de profundizar el diálogo con Oriente, para lo que se hace necesario conocer su civilización especialmente en sus religiones y en su filosofía. Así, por ejemplo, frente a las teorías de la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne, frente a la esperanza en el Reino están las concepciones orientales del Gran Tiempo (de la Pienda) que piensan en el tiempo cíclico, con la repetición de las edades; de la creencia en la reencarnación y la liberación final de las almas del ciclo de las reencarnaciones, todo ello con las variedades de las distintas religiones de la civilización, como el visnuísmo, el shivaísmo y la religión bhakti. En conclusión, las grandes diferencias entre la visión oriental y la occidental suponen un reto para nosotros, que lleva consigo la necesidad de un ponerse en el lugar del otro y de abrir las perspectivas religiosas y culturales, en el tiempo globalizado que nos toca vivir.
También en el tema de la valoración de las edades del ser humano hay una gran diferencia entre las sociedades tradicionales y la nuestra. Los occidentales vivimos en un mundo que en sus formas de vida, en su entretenimiento y en sus valores predomina claramente lo joven. Se oculta el paso del tiempo y sus consecuencias porque solamente se ven sus consecuencias negativas. Se cultivan los cuerpos bellos y jóvenes, así como las formas de expresión de la juventud. Se entiende que lo que está presente con la madurez y la vejez no deben ofrecerse a la mirada sobre los medios de comunicación.
Ciertamente, a nivel puramente cultural es un hecho que la diferencia de preparación entre los jóvenes y los mayores nunca había sido tan grande a favor de los primeros, de modo que equivocadamente se concluye que lo propio de la vejez, de la ancianidad debe ser apartado. Así, se produce el fenómeno contrario  al que se dio a lo largo de toda la historia  donde la madurez merecía un respeto y una consideración, por lo que las sociedades pasadas estaban más cerca de la comprensión del tema que tienen los pueblos naturales de hoy, en los que el valor de la edad se asimila con la acumulación de sabiduría.
Por nuestra parte, nos parece que esta comprensión de los hechos no está tan desacertada, pues no todo son conocimientos instrumentales, sino que el saber de la experiencia que da la vida debe ocupar un lugar de la mayor importancia, lo que le daría una mayor consideración de la que actualmente se le concede en occidente. No todo está en el saber de los libros, en  internete y la formación reglada, sino que también existe un saber que es producto de la experiencia vital, y  que solamente se logra por ella. Por ello, se hace preciso reconocer a nuestros mayores el respeto y la consideración de que sus conocimientos les hacen merecedores, pues en sus espaldas está la experiencia que le falta a otras edades.  Todo ello implica que se hace necesario recuperar la estima por la madurez y la experiencia de la vida, ofreciendo una perspectiva diferente. En ella lo bueno no está solamente en lo joven, que es lo que vale. Contrasta, como decimos, la valoración de la madurez de nuestras sociedades con la que tienen las sociedades tradicionales acerca de ello, pues en ellas la madurez tiene un valor: Se considera en ellas que el anciano posee experiencia y sabiduría. Por consiguiente, parece necesario para nosotros cambiar estos conceptos, pensando que la veteranía aporta conocimientos importantísimos, lo que supone la conveniencia de que las edades mayores sean las que dirijan la sociedad y acompañen a las generaciones más jóvenes, más si ello aparece aumentado con el trabajo intelectual durante el transcurso de la vida. En este sentido, es también natural que se ponga en práctica un mayor respeto hacia las personas mayores.
De otro lado, aunque nuestras sociedades intenten ocultar y evitar el tema de la muerte no lo logra, especialmente cuando las personas han alcanzado edades avanzadas en las que muchas veces es una preocupación permanente.  Ello va acompañado de una cosmovisión atea deja desamparadas a las personas. La cosa es así porque se ha olvidado la restauración y el consuelo que ofrece la vida religiosa, que hace  que con ella nos sintamos más confortados, más esperanzados. De este modo necesitamos, estar con un mundo circundante diferente del actual, que está desprovisto de estímulos religiosos. En efecto, el mundo circundante (umwelt) es expresión del mundo interior pero, a la vez, lo condiciona y construye. También es sabido que nuestro mundo está lleno de estímulos que realmente alejan de la experiencia religiosa, o a lo más la tienen por algo completamente secundario. Así, los estímulos fuertes son los que llaman al consumo, a la distracción u otros. Llama la atención cual es el mundo circundante de la normalidad de nuestro tiempo: Los estímulos que rodean al hombre occidental son políticos, económicos, deportivos…, y en ellos juega un importante papel la programación de los medios de comunicación, que más que no contribuyen al desarrollo de las personas. Por consiguiente, puede decirse que el hombre occidental crea su propio umwelt por microelecciones que, a su vez, configuran la vida intelectual y emocional, de modo que si los estímulos fueran otros la vida espiritual y psicológica sería otra. En este sentido, es evidente que no es el mismo el mundo de estímulos que rodea a una persona normal en Occidente que en Oriente, o que el que rodea a una comunidad de monjes Es de destacar que aquí se opera una especie de muerte de Dios, pues el ser humano occidental, desengañado de la posibilidad de dar una orientación a su vida basada en la presencia de la transcendencia, se imanta del lado de otros ideales. Con ello olvida que es un ser que necesita de lo transcendente, pues de lo contrario enferma espiritualmente Es completamente diferente a un mundo en el que en el orden de la estimulación prevalece el aspecto religioso.
Por su parte, este alejamiento de Dios no nos beneficia, pues la persona humana está constitutivamente orientada a Él. Por tanto, se hace necesario volver a la simbología y a la práctica religiosa en nuestra vida cotidiana. Ello implica que se hace necesaria una nueva orientación del mundo de la cultura, de la vida cotidiana, de los mass media de modo que los estímulos que nos rodeen dejen de ser los que nos alejan de la experiencia religiosa. Así, cambiando los estímulos se puede configurar una mentalidad, que haga más religiosa nuestra vida, pues en ello encontraríamos la eternidad y la felicidad que deseamos. Con respecto a ello, los creyentes tienen por delante una gran labor que cumplir, que pasa por la restauración de los símbolos y la vida de la religión en los distintos campos de la vida.
Entre estos campos está el de la cultura. En nuestra civilización ha aumentado el tiempo libre en una medida grande, lo que evidencia el bienestar alcanzado por  gran parte de la población. Pero este aumento no ha sido parejo en muchas ocasiones al de la culturización y la religiosidad. Por el contrario, el desarrollo del tiempo libre y de las industrias del ocio más bien se ha adaptado al nivel cultural y religioso de las gentes. Así aumenta el tiempo dedicado al deporte o los viajes en detrimento del tiempo dedicado a la cultura y la religión. En este sentido, no compartimos la posición relativista que defiende que todo es cultura y que, por ello, vale cualquier tipo de distracción, pues pensamos que hay cultura inferior y cultura superior. Como consecuencia, pensamos que se hacen necesarios dos niveles de actuación. En primer lugar un nivel en que se promueva un ocio verdaderamente cultural; en segundo lugar se debe llevar a cabo la promoción de un ocio religioso, puesto que la religión es una fuente de bienes espirituales y culturales. Con todo ello se promovería el desarrollo intelectual y espiritual de las poblaciones.
Por ello, contrasta lo que proponemos con una de las constantes del arte de masas (especialmente el cine y la canción), en cuanto que su temática la constituye el amor humano en sus variadas manifestaciones. La crítica que ofrecemos a ello consiste en señalar que esta temática no llena las necesidades naturales del ser humano, que está llamado a realizarse con bienes más altos. En efecto, el hombre necesita palabras de amor profundo y de vida eterna, lo cual implica que estamos ordenados a Dios por el amor. Ello significa que se hace de nuevo necesario que el amor de Dios y a Dios pase a un primer plano, olvidándose la postergación a la que está sometido. Esto, a su vez, implica la necesidad de un arte religioso; así como la necesidad de una nueva programación de los medios de comunicación de masas que muestre con inteligencia los valores del mundo de las religiones. Para ello también son necesarios artistas e intelectuales que tengan capacidad de criticar los valores del mundo actual y proponer los nuevos, necesarios para el mundo del espíritu.
Por último, queremos decir unas palabras sobre el nuevo descubrimiento de la sexualidad, que arranca de la Edad Moderna (Foucault). Así en nuestro tiempo, en las sociedades occidentales la sexualidad juega un papel importante, de modo que, si seguimos a Buda, si hubiera dos pasiones tan fuertes como ella sería imposible la liberación. Ello hace necesario seguir a los epicúreos para quienes el placer duradero es superior al temporal; y el intelectual, superior al corporal. Si siguiéramos estas premisas desaparecerían errores como los que intentan sobredimensionar e incluso suscitarlo allí donde no tiene lugar o interés. Como consecuencia, sería deseable que la sociedad   no sacara las cosas de quicio promoviendo una estimulación completamente artificial, que hace que nos olvidemos de otras dimensiones  humanas más importantes, como,  por ejemplo, la espiritual. Ello es capital, porque de lo contrario perderíamos el patrimonio e más importante de la Humanidad, patrimonio que ha acompañado al hombre desde que es tal.