Nuestro Tiempo
Por José Pablo Noriega de Lomas
(Ensayo)
INTRODUCCIÓN
Hemos escrito un ensayo que hemos titulado Nuestro tiempo. Como indica su título, en él hemos expuesto y
criticado algunas de las concepciones de nuestra época, especialmente referidas
a la parte de la Humanidad de la Europa Occidental, tanto en sí misma como en
las relaciones que mantiene con otras civilizaciones de la Tierra. No hemos
pretendido ser exhaustivos sino tratar de algunos de los temas que atañen a
nuestra actualidad desde un punto de vista filosófico.
Lo hemos dividido en cinco capítulos. En
el primero, hemos tratado sobre algunas de las filosofías dominantes en la Edad
Contemporánea, y también hemos expuesto una crítica de las filosofías ateas. En
el segundo, hemos tocado tanto la teoría especulativa como la práctica, pues
hemos pergeñado nuestras posiciones sobre las ciencias y las artes. En el
capítulo tercero, hemos tratado sobre los temas de esa parte de la filosofía
práctica que es la política, siempre desde la perspectiva de la sociedad
europea occidental contemporánea. En el cuarto, hemos profundizado sobre un
tema que en nuestros días muy a menudo tiende a ser olvidado a pesar de su
importancia capital, cual es el de la Religión. Por último, en el quinto nos
hemos referido a una miscelánea de temas
unidos por el hecho de que pertenecen a la actualidad más reciente. Esperamos
que el ensayo sea ilustrativo y del agrado del lector.
CAPÍTULO I: ALGUNAS FILOSOFÍAS EN NUESTRA ÉPOCA
1. Sobre algunas filosofías de nuestro
tiempo.
En Occidente, desde el Renacimiento, comenzó
una revalorización de la vida mundana. Con la aparición del ateísmo de masas
dicha revalorización alcanza el paroxismo, de tal manera que no ha existido
otra época que haya buscado el disfrute de la vida mundana sin religión y sin
Dios como la nuestra, con sus sociedades laicistas y a veces antiteológicas.
Así, en todas partes se ofrece la felicidad con un sinfín de recetas, y se
organiza el disfrute de la vida apurándola, pues no se cree en ninguna otro
tipo de vida ni otra clase de realidad que la que aparece de forma inmediata a
nuestros sentidos. Con esto se garantiza una visión del mundo que ha perdido
todo sentido de profundidad y de transcendencia.
Pero cuanto más se cree en la
posibilidad de alcanzar una vida feliz en la inmanencia, mayor es el fracaso de
tal pretensión porque al volcarse el sentimiento y la razón en lo aparente de
la vida, mayor es la frustración que se padece.
Según hemos visto en otros ensayos,
ello es debido a que no se toma en cuenta la radicalidad de la naturaleza
humana, pues dicha naturaleza está abocada al vivir con Dios, en la esperanza
de la vida eterna, de una vida verdaderamente feliz. En el fondo, el ser humano
sabe que solamente podrá encontrar la felicidad verdadera en la vida eterna de
la inmortalidad y del Reino. Como consecuencia, en esta vida la mayor felicidad
de la que el hombre es capaz solamente se puede pensar como promesa, y en Dios.
Es decir, solamente en cuanto que somos capaces
de sentir el amor que Dios nos tiene, y que estamos llamados a una vida
eterna, aunque muchas veces ello se de cómo incoado, y no como una realidad
plena.
Una de las filosofías más influyentes
de nuestra época es el positivismo, que tiene un gran predicamento, tanto en su
versión comtiana como en la que formula
el Círculo de Viena, que se conoce como neopositivismo o positivismo lógico. En
su vertiente más conocida el positivismo sostiene que la ciencia da razón total
de la realidad, no siendo de valor cognitivo hacerse preguntas metacientíficas;
o practicar una religión, porque no se puede ir más allá de la facticidad de lo
dado, que es insuperable.Olvida que las mismas ciencias no agotan la
racionalidad de lo real; y que ellas mismas dependen de su petición de
principio. Además, no reconocen que la racionalización total de lo real exige
una filosofía teísta; una filosofía que pivote en torno a Dios, y que tenga
fuertes apoyos en la Teología. Este es el sentido de todo lo que hemos
trabajado hasta ahora en otros ensayos anteriores.
De otro lado, hay que reconocer que el
ser humano no puede encontrarse bien en estas teorías porque sus exigencias
sentimentales y emotivas, su deseo de felicidad y de inmortalidad no se
encuentran colmados por la mera positividad de los hechos (Unamuno). Por el
contrario, el hombre necesita esperanza, anhela la felicidad, y está necesitado
de amor. Por ello, sólo encuentra su verdadero descanso en Dios y en la
religión, pues nos hizo para Él y no encontramos descanso hasta que reposamos en Él (San Agustín). Pero este
reposo es a la vez, espiritual, emotivo
y racional porque nos da razón de la realidad, nos da la espiritualidad y los
sentimientos en los que nos encontramos a gusto. En efecto, Dios nos da
tranquilidad de ánimo, y el amor que necesitamos y con Él estamos en
condiciones de dar cuenta racional de lo real. En fin, puede decirse que la
mentalidad positivista es claramente insuficiente desde la perspectiva de las
facultades y necesidades humanas, debiendo consecuentemente desecharse.
Otra de las filosofías importantes de
nuestro siglo es el marxismo. Marx y Engels construyeron la utopía del
comunismo como etapa final de la historia humana en la que el hombre habría de
encontrar la felicidad total, la igualdad, la humanización; en definitiva, la
perfección y la vida feliz. Nosotros no discutimos su posibilidad como ideal,
aunque los hechos históricos del siglo pasado, con el ascenso y la caída del
comunismo ateo en el Este de Europa,
están ahí para contradecirlo. Nos referimos más bien al hecho de la
insuficiencia de cualquier teoría que en el sentido dicho no tenga en cuenta la
vida eterna como necesidad humana de plenificación. Así, el hombre encuentra
ante sí la muerte como barrera insuperable que no puede ser obviada, por más
que se pretenda que la religión es producto en última instancia de la
ordenación económica de la sociedad, y que desaparecida la ordenación social
alienante se alcanzaría el mundo feliz y redimido.
Por el contrario, toda utopía que no
tenga en cuenta la limitación radical de la muerte está destinada a no colmar
el espíritu humano, según señala el
pensamiento político cristiano. Ello es debido a que no podemos concebir una
vida feliz, una utopía en la Tierra si no descansa sobre la promesa de una vida
eterna. Como consecuencia, la alternativa cristiana del Reino de Dios como fin
escatológico de la historia es mucho más potente que la del materialismo
histórico porque llega mucho más al corazón y a la razón; y está más de acuerdo con la naturaleza humana en su
radicalidad que cualquier utopía política.
Por otro lado, no debe extrañar que en
el siglo XX haya tomado fuerza como corriente filosófica de masas el
existencialismo ateo (Sartre), aunque su fuerza ha decaído en su mayor parte.
Esta corriente hace teoría del tema de la angustia existencial, ante el vacío
que se experimenta ante una muerte irremediable y sin esperanza, y ante un
mundo sin Dios. En efecto, sin Dios y la Religión es natural que se experimente
el vacío de la existencia y la angustia vital porque ha desaparecido el
horizonte de sentido y racionalidad que daba fortaleza de ánimo. Así es porque
la creencia en que la historia tiene un fin de redención en el Reino de Dios;
la seguridad de que la muerte no es definitiva sino un tránsito hacia otra vida
mejor; la fe en un Dios que da cuenta de la perfección constituyen baluartes
que dan al hombre una esperanza y un sentido, sin los cuales se desmorona
vitalmente.
Así ha sido en la historia porque con
estas fuerzas hemos afrontado épocas bastante más difíciles, sin el desmoronamiento
existencialista, sin perder la vitalidad y la moral. Ello se debe a que con la
ayuda de la religión somos capaces de soportar la dureza de la existencia, en
la medida en que transcendemos simbólicamente nuestras limitaciones; y
encontramos ofertas de ánimo, valor y felicidad que, de otro modo, son
imposibles. El ateísmo es más débil que la creencia y la Religión.
También en el último tercio del siglo pasado
ha aparecido la corriente de pensamiento postmoderna. Según los autores de la
misma (Lyotard, Baudrillard…) estaríamos a las puertas de una nueva época: La
Postmodernidad, que se caracterizaría por el hecho de que los grandes relatos,
los grandes sistemas de pensamiento, las religiones y las ideologías han
llegado a su fin. En este nuevo tiempo lo que predomina es el fragmento, lo
pequeño; y se trata de captar las cosas separadamente, sin grandes conexiones,
sin que interesasen las grandes verdades, pues la verdad sería relativa.
Como vemos, se trata de un nuevo
relativismo o de un escepticismo renovado. Pero, según sabemos, tanto el
relativismo como el escepticismo se contradicen a sí mismos, pues si decimos
que la verdad es relativa o que no existe la verdad, el argumento debe
aplicarse a sí mismo con lo cual se entra en contradicción. Y desde Aristóteles,
sabemos que el principio de no contradicción es verdadero sin duda, objetivo
para todo pensamiento, porque si intentáramos prescindir de él no sería posible
ni siquiera pensar.
Por otra parte, el hombre necesita de
los llamados grandes relatos, de las grandes ideologías, de la Filosofía y de
la Religión. No se pueden reprimir las grandes preguntas; y ante ellas hemos de
ofrecer respuestas para lo que surgen los grandes sistemas de pensamiento
(religiones, filosofías…). Es verdad que los grandes sistemas se han ido
sucediendo a lo largo de la historia, pero ello no es argumento en contra, pues,
como enseña la dialéctica, la verdad va creciendo y los sistemas o los
paradigmas religiosos (Küng) van progresando o desapareciendo en la historia,
de modo que los superiores incorporan a los inferiores. Así, las verdades
mayores incluyen a otras verdades más parciales, a las que superan.
Por último, la corriente postmoderna de
pensamiento constituye otra forma de ateísmo. Por ello, se la puede confutar al
señalar que el hombre sin religión queda vacío y desarmado, pues necesita de Dios
para llegar a la plenitud y por consiguiente optimizarse, según ya hemos
defendido en otros ensayos.
2. Crítica del ateísmo
El ser humano de todos los tiempos ha
tenido conciencia de su propia limitación y pequeñez, que brota de la
experiencia propia de su vida. El hombre se siente franqueado por abismos que
lo limitan en toda su extensión. Así,
por ejemplo, la infinitud del Cosmos contrasta con lo pequeño y limitado de su
propia vida, que está rodeada por el misterio. Desde hace milenios el hombre,
en muchas ocasiones, ha sofocado la angustia que rodea su existencia por la
presencia, en sus múltiples formas, del Absoluto o Dios, que le da tranquilidad
y sosiego, ante lo que presiente como una inmensidad.
Pero muchos en nuestros días han
preferido prescindir de la Religión y de la relación con Dios, especialmente en
Europa Occidental. El resultado de ello no puede ser otro que la vuelta de ese
sentimiento de insignificancia y angustia, y del miedo a los abismos que nos
limitan. Quizá el acentuar el reino del disfrute de la vida natural, el poner
grandes energías en cosas que de por sí tienen poca consistencia, como del
deporte o los espectáculos, hayan servido para desplazar el acento y poner un
énfasis en cosas que, por su
trivialidad, no lo merecen. Con ello, se produce por la capacidad de
simbolización que tenemos cierta sublimación de los grandes sentimientos. Pero
el problema no encuentra en ello solución porque la única alternativa
consecuente, que es la Religión, ha sido desechada. Con ello surge una
patología especial, que es la de poner gran carga afectiva en cosas que
objetivamente no lo merecen. Efectivamente, las pasiones más fuertes, según
dicta nuestra propia naturaleza, deben ser puestas en Dios y la Religión, según
vamos argumentando. Solamente con ello pueden desaparecer los sentimientos de
pequeñez y de angustia propios de nosotros, los humanos.
Esto último es así porque el ser humano
está hecho para Dios de manera que encuentra en Él su roca firme y su
compleción. Por ello, es natural que la conveniencia de la experiencia
religiosa se manifieste de múltiples formas. Por ejemplo, podemos experimentar
el poder que tiene la oración para tranquilizar o consolar; o notamos como la
presencia y participación en las ceremonias religiosas sirve para levantar el
corazón y el ánimo, de forma que tenemos una mayor capacidad para afrontar las
adversidades; y así sucesivamente.
Por el contrario, estas fuentes de
salud son cegadas por el pensamiento ateo que pretende que la religión es
perjudicial (Marx, Nietzsche, Freud…). Según este punto de vista, es lógico que
la religión esté obturada o reprimida. Por ello, no puede aportar ningún
desahogo. Como consecuencia, no por ello
deja de notarse la responsabilidad que tiene este tipo de pensamiento en las
patologías del hombre contemporáneo. (No pretendemos negar, obviamente, los
avances médicos, pero sí defender que si la salud fuese capaz de incorporar la
religión a su práctica, y que si se incluyese la Religión en la vida cotidiana
todo lo humano mejoraría considerablemente, especialmente en Occidente).
Como consecuencia, hay que pensar que
el fenómeno ateo es pasajero, y que ya está obsoleta la conciencia hipercrítica
de gran parte de Occidente. Así es, pues como estamos viendo existe un
gradiente a favor de la Religión y la creencia, porque pensamos que el ser
humano encuentra su felicidad en esta vida y en la venidera en Dios; igualmente
en Él halla su perfección moral (en la
caridad y en la unión con el mismo, también por el amor); y además consideramos que encuentra mayor bien en la
esperanza, que es imposible sin la fe y la confianza en la vida eterna. Por
ello se debe concluir que la naturaleza humana se encuentra de manera natural
en la creencia en Dios y no el ateísmo.
Se debe afirmar que encontramos nuestro centro, nuestra unificación, nuestra
salud y nuestra felicidad en la creencia, la cual es más fuerte que su
contradictoria.
Pero la creencia también se muestra
como superior desde la perspectiva de la razón, pues ésta encuentra su
compleción en Dios, en tanto que Él es el termino que conduce a la
racionalización total de lo real, siendo como el vértice en el que convergen
los diferentes problemas científicos, vitales y filosóficos, y en el que encuentran
su solución: la posibilidad de una construcción acabada racionalmente que de
cuenta del conjunto de la realidad.
No obstante, en estos últimos tiempos
nos encontramos con una ofensiva fuerte en la argumentación atea, cuyo vector
de transmisión se constituye sobre la filosofía mundana, que está presente en
los más diversos medios de comunicación, manifestándose en los discursos
ideológicos, así como en el arte de masas. En este sentido puede comprobarse
que, en muchas ocasiones la filosofía y las argumentaciones del ateísmo son más
nuevas que las aportadas por la fe y la religión. Por ello, parece necesario
que, además de la filosofía teológica
tradicional, se intente elaborar nuevas argumentaciones filosóficas de la fe
que sean capaces de ofrecer alternativas claras a las ya viejas del ateísmo y
el agnosticismo; que pueden ofrecer nuevas ideologías para inspirar una nueva
cultura de masas. En este sentido, como dice Arsenio Alonso, se hace necesario
reivindicar por ejemplo la obra de Blondel y la nouvelle teologie, que ya está alcanzando reconocimiento en nuestro
tiempo. Aquí la fuerza organizada de la Iglesia tiene mucho que hacer, pues
tiene una gran capacidad de movilización intelectual, necesaria para defender
la alternativa teológica de Dios y la religión.
En este orden de cosas, una de las tareas más importantes que
impone el proceso de globalización en el que estamos inmersos, es la necesidad
de seguir adelante con el diálogo ecuménico e interreligioso si no queremos
vernos abocados de nuevo a las guerras de religión. En este sentido, como ya
hemos señalado en otras ocasiones, en las mismas religiones se encuentran las
armas para ello. Nos estamos claramente refiriendo a las virtudes de la
caridad, la compasión y la misericordia como virtudes centrales de las
religiones. Estas virtudes son las que las capacitan para emprender el camino
del nuevo diálogo en el que seamos capaces de situarnos en las posiciones del
otro, para abrirnos al cambio.
Pero al lado, además de estas tareas
imprescindibles cabe la posibilidad de encontrar otras comunes y más unitarias.
Nos estamos refiriendo a la apologética (cristiana y también teísta). De este
modo, parece posible intentar las tareas en común que la argumentación
filosófica ofrece a la creencia. De esta manera, la defensa racional movida por
la fe de la filosofía teísta se puede presentar como un principio general en el
que pueden participar no solamente los filósofos y teólogos cristianos, sino todos los que son
creyentes. En este caso, hay que añadir que una tarea urgente en Occidente es
la defensa de la fe, en la que parece que pueden participar todos los
creyentes, pues tienen lo principal en común.
CAPÍTULO II: CIENCIAS Y ARTE
Nuestro tiempo suele considerar la
ciencia como el despliegue de la razón; y no admite como razón otras realidades
que las científicas: El positivismo tiene fuertes arraigos. Pero esta
mentalidad se equivoca porque las ciencias no poseen la razón suficiente de la
realidad que roturan, sino que su racionalidad es incompleta, aunque se piense
que lo que escapa a ellas se indemostrable o quimérico. La ciencia, por el
contrario, no agota la razón sino que se abre a la Filosofía, que constituye la
razón cabal de lo real.
Valga lo que decimos para las Ciencias
Biológicas. Así, el mundo animal, especialmente el de los animales más
evolucionados en la filogénesis, se comporta de tal manera que uno de sus
principales instintos es la búsqueda de la reproducción de la especie. Pero
ello es algo que no encuentra su explicación en las mismas Ciencias Naturales,
en la medida en que sólo se puede constatar como un hecho. Igualmente, que el
mundo de la naturaleza evolucione según un índice de complejidad creciente
tampoco tiene explicación porque solamente se presenta como un hecho. Ello
significa que el porqué de que sea como es no tiene respuesta en la ciencia que
se agota en la descripción de los hechos. Esto se debe a que la explicación es
tarea de un saber racional que supera la misma ciencia, cual es el de la
Filosofía, puesto que nuestra razón nos impele a dar cuenta de estas preguntas.
Por tanto, la incompleción racional de
las Ciencias Biológicas plantea también aquí la necesidad de una ampliación que
las racionalice. Ello implica postular la existencia de Dios. Esta ampliación
racionaliza el campo en cuanto se puede afirmar que la historia de la evolución
conduce al Hombre, cuya historia tiene como fin el Reino de Dios. De este modo,
por la introducción de un fin en la Historia Natural se aportan razones para
explicar la dialéctica de la vida de las especies más allá de los meros hechos.
En cuanto a las Ciencias Humanas, según
hemos mostrado en otros lugares (Agnosticismo,
creencia y humanidades; Humanidades y Absoluto), las Ciencias Humanas en su
corriente mayoritaria, en su paradigma dominante están construidas sobre el
principio de que Dios no es relevante para ellas. Por ello, la Historia o la
Psicología, por ejemplo, se trazan sobre el presupuesto de que Dios no es una
realidad significativa para su génesis; hasta tal punto que incluso se pretendió
que Dios y la religión eran perjudiciales para el ser humano, en tanto que
necesita deshacerse de las ideas religiosas para su bien. Por ello, se
considera incluso que el vector de progreso de desarrollo de la historia se
encuentra en el ateísmo, resultado final de la historia humana.
Por nuestra parte, hemos propuesto que
la idea de Dios es esencial para la teoría y para la práctica de estas
ciencias. No es en absoluto indiferente para el ser humano que, por ejemplo,
construya su personalidad en relación con Dios o sin Él, pues lo primero es lo
que se adecua a su naturaleza, según la ortología antropológica que hemos
defendido en otros ensayos (Ortología
antropológica, por ejemplo).
Por poner otro ejemplo, en la Historia
hemos entendido que la verdadera racionalidad de esta ciencia consiste en
incorporar a Dios como presente en el desarrollo del acaecer, en cuanto
Providencia, y en cuanto da sentido al
devenir humano – que debe tener un fin escatológico- en el tiempo.
De manera parecida, nos hemos
manifestado en otras de las humanidades. Como consecuencia, siendo nuestro
tiempo el de una pérdida de peso de las religiones, urge hacer una crítica de
las visiones agnósticas y ateas de las ciencias en general, y de las
humanidades en particular, para conseguir que éstas sean adecuadas a la
naturaleza humana, que no puede prescindir de la religión. Ello es una tarea
necesaria de nuestro tiempo.
En este sentido, podemos hacer un breve
tratamiento de algunas de estas
ciencias. Así en lo que se refiere a la Política y el Derecho. En Democracia consecuente hemos hecho una
comparación entre las Ideas filosóficas de Justicia y Misericordia (Amor); y,
en general, hemos defendido la primacía del Amor. Pero el cristianismo como
religión del Amor se implantó en el Imperio Romano, respetando sus
instituciones y su derecho. Estas instituciones, este derecho y sus principios
han persistido hasta nuestros días.Por ello, quizá es adecuado plantearse si
los principios de una nueva Civilización del Amor deben organizarse desde el
derecho, construyendo una nueva Filosofía del Derecho, que matizaría los
principios generales del Derecho. Se abriría de esta manera la posibilidad de
la implantación de un derecho nuevo, basado en los principios de la caridad,
del amor. Por consiguiente, de la misma manera que los conceptos filosóficos de
la Teoría de los Derechos Humanos tomaron forma jurídica en las constituciones
de la Edad Contemporánea, esta filosofía nueva
podría intentar incardinarse en los ordenamientos jurídicos; o incluso
construir nuevas organizaciones de derecho. En este sentido, es posible la
pregunta por la capacidad del hombre para tal derecho, de tal manera que,
además de su existencia en la teoría se pueda dar en la práctica, porque la
puesta en práctica de utopías puede ser contraproducente.
En otro orden de cosas, se constata
fácilmente que vivimos en una sociedad que presenta unos modelos que no casan
con el estudio, porque aparecen como valores más atrayentes el deporte, la
música o el dinero. Pero también sabemos que los verdaderos valores se
encuentran en la cultura y la religión.Refiriéndonos a la cultura, hay que
decir que el Arte, la Filosofía o la Ciencia no están presentados como modelos
de excelencia, por lo que la infancia y la juventud siguen prisioneras de unos
modelos que no son precisamente los de la excelencia en estos campos, según
hemos señalado. Por ello, el estudio, la cultura (y por supuesto la religión)
aparecen como algo secundario y no deseado, como algo que no promueve la
motivación y el seguimiento.
Como consecuencia, hemos de considerar
que con los modelos que actualmente se presentan a nuestros niños y jóvenes,
apoyados por la habitual práctica de los padres, las pedagogías de la
motivación están abocadas al fracaso, pues la propia dinámica de la imitación
de la infancia y la juventud hace que se polaricen por los valores, menos
atrayentes objetivamente, que ya hemos indicado.
Ello implica, como primera medida, la
necesidad de pedir responsabilidades a los medios de comunicación por la presentación
de modelos inadecuados, y por responder exclusivamente a la demanda. Desde una
pedagogía como la que defendemos deberían presentar opciones diferentes a las
actuales, presentando la verdadera cultura y la religión como algo que es
merecedor de ser valorado y seguido. Parece entonces necesario promover a todos
los niveles modelos culturales diferentes de los que nos tocan vivir en nuestro
tiempo.
De otro lado, también existen implicaciones de
la religión en la vida económica. Con respecto a ello, puede afirmarse que
existe un fuerte intento de racionalización de la vida económica que quiere
traducir los bienes económicos a lo que es contable, lo cual establece unos
baremos que miden exclusivamtne la
producción de determinados bienes y servicios, sobre todo la producción de
bienes materiales. Esta solución olvida la riqueza, la utilidad y la
satisfacción que produce la vida religiosa, la vida del espíritu, pues
previamente la elimina.
Por el contrario, hay que pensar que la
religión es un factor de salud psíquica, en la medida en que el hombre es un
ser abierto a la transcendencia, que necesita de Dios espiritualmente; y por
ello psíquicamente. Por consiguiente, es natural pensar que esta salud psíquica
aporta utilidad económica y salud corporal. Pero la ciencia económica, en su
interés por la racionalización incompleta ha alejado tradicionalmente de la
conceptuación de los bienes la religiosidad. Por ello, el hombre es conducido a
la infelicidad, a la falta de salud espiritual y al vacío, porque como dice
Santa Teresa de Jesús en sus versos sólo Dios basta. Esto es hasta tal punto
así que la religión puede hacer feliz una vida de necesidades materiales, pues
no sólo de pan vive el hombre, como enseñó el Maestro. Como consecuencia,
abogamos por un nuevo concepto de economía, pues el ser humano no es homo oeconomicus, sino homo religiosus; y este hecho tiene la
capacidad de hacer subvertir los dictados de la ciencia económica oficial, de
modo que lo que se considera prescindible pase a ser importante.
En conclusión, la relación amistosa con
Dios nos beneficia optimizándonos espiritual, mental, intelectual y
corporalmente. Pero, al lado de ello, hay que añadir que tampoco la
racionalidad económica, que en muchas ocasiones exige exclusiva dedicación al
trabajo permite el cultivo de la religión. De manera que la inadecuada relación
con Dios traerá fuerte malestar. Esto ocurre especialmente en Occidente, que en
gran medida ha excluido a Dios de la vida de muchas personas, o que impulsa la
relación escueta con Él. Por el contrario, el Islam tiene de positivo que no ha
perdido la relación amistosa con Dios y conserva vivos sus preceptos como es el
caso de la oración. De esta manera, a su modo resiste a la secularización y al
laicismo, imperantes en otros lugares.
También puede abrirse la mirada crítica
a la Psicología. Con respecto a ello, se puede decir que el paradigma dominante
en las Ciencias Psicológicas entiende equivocadamente que la vida en la
inmanencia tiene alicientes suficientes para que solamente con ella, y sin
necesidad de salirse de lo inmediatamente dado, se pueda hablar de salud
psíquica total. Por tanto, entiende que el optimismo, la alegría, el bienestar
psicológico, la felicidad en fin se puede alcanzar sin necesidad de vida
religiosa, sin transcendencia. Pero todo ello esta destinado al fracaso porque
la experiencia religiosa es una condición sine
qua non para alcanzar estos logros.
Como consecuencia, hay que declarar que
la misma raíz constitucional de la Psicología no es científica sino filosófica
porque la misma posición de que los objetivos terapéuticos pueden ser
alcanzados sin la transcendencia, o que la relación con Ella es indiferente
para ello es filosófica. Por tanto, la desaparición filosófica de la religión
no es ninguna condición de la constitución de estas ciencias. Por el contrario
nos encontramos con un radical error filosófico, que hace que dicha
constitución sea falsa. Dicho error consiste en suponer que Dios y la religión
no son relevantes, y que por ello la opción religiosa es algo secundario y
prescindible. Es un error metafísico que desciende hacia las mismas ciencias
humanas.
Por nuestra parte, hemos defendido en
nuestros escritos, siguiendo la tradición de la filosofía perenne, que Dios
cumple un papel de esencial importancia, constitutivo en las ciencias humanas.
Por ello, es clave para entender bien el concepto de salud. Así es, porque la
perspectiva transcendente, que establece la relación del hombre con Dios, es la
que verdaderamente da sentido y también alegría, consuelo, optimismo, esperanza
en la vida espiritual, lo cual irradia hasta el psiquismo y hasta la vida
moral, en cuanto que la relación con el Señor por medio de la caridad nos hace
moralmente mejores.
Lógicamente, si prescindimos de la
religión, de la dimensión transcendente de la vida humana nos encontraremos con
una pérdida de sentido y positividad. Así por ejemplo, nos enfrentaremos con la
muerte sin esperanza, o estaremos sin el cariño y el consuelo de Dios, que
tanto bien conlleva, no nos encontraremos vacíos en el momento de afrontar las
dificultades, y, en fin, tendremos muchas menos razones para el optimismo y la
alegría, para una vida psicológica más sana, mejor. Aquí nos remitimos a otros
ensayos como Religión y salud.
En este orden de cosas dos hechos
destacan: El poder de la oración y el poder de la liturgia. Por medio de la
oración somos capaces de entrar en íntima comunión con Dios, que conlleva la
realización de nuestra dimensión espiritual. Esta comunión produce por difusión
efectos claramente beneficiosos en toda la psicología, pues aporta salud
psíquica en la medida en que por la espiritualidad adecuada se alcanza
plenitud, felicidad y todo tipo de bienes para el psiquismo personal. De otra
manera la vida espiritual se encuentra truncada lo que desencadena efectos
negativos como la tristeza o la depresión, que repercuten integralmente en toda
la persona.
Naturalmente, estos últimos beneficios
también son resultado de la vida de la liturgia de la religión, pues gracias a
ella no solamente estamos en oración, sino que también Dios se nos hace
presente en la riqueza de sus manifestaciones. Así, los beneficios psicológicos
de la religión entran igualmente por la el camino de la liturgia.
En otro aspecto de este mismo orden de
cosas, también como fenómeno de nuestro
tiempo aparecen las patologías mentales como algo propio. Ello ha hecho
proliferar las ciencias psicológicas, como intento de remedio de estos males.
Por una parte, se analiza que el desarrollo de las dolencias y enfermedades
mentales es fruto del tipo de sociedad en la que se vive, que no tiene los
recursos tradicionales para el afecto y el cariño: los que suponen una familia
estructurada y la amistad sana, por poner dos ejemplos.
Pero también las ciencias psicológicas
en su aspecto curativo se ofrecen con una terapéutica que ignora que el ser
humano necesita de la religión, por lo que intentan las terapias con unos
presupuestos y una metodología inmanentistas. Por ello olvidan la Religión
(también la Filosofía), y los motivos de salud que promueven como la donación
de sentido y racionalidad al mundo, la alegría, el optimismo, la esperanza, el
afecto, el apoyo moral, la tranquilidad de ánimo. En fin olvidan los efectos
psicológicos tremendamente positivos que llevan consigo la Religión y Dios.
Tener una dimensión espiritual en la vida acarrea muchos beneficios. Ello se
debe a que no hay posibilidad de vida plena en la inmanencia, que olvida la
dimensión transcendente del ser humano porque la religión mejora nuestra
calidad de vida y es fuente de salud espiritual y psicológica.
En lo atingente a la Medicina, se
precisa decir que el hombre tiene una naturaleza determinada, que tiene como
una de sus características el estar abierta a la transcendencia; y por ello,
por ejemplo, encuentra en la esperanza de la vida eterna un hontanar de
consuelo y bienestar, de salud. De esta manera puede afirmarse que un
componente esencial de toda salud psíquica –por tanto corporal también- se
encuentra en la religión. De ello se deduce que la salud pasa también por tener
presente las realidades religiosas (Tournier) y, como consecuencia, por una
vida religiosa adecuada, que también, por ejemplo, es calma y comportamiento
saludable (Da ahí se interpreta el aforismo: mens sana in corpore sano). Por tanto, la salud no es un parámetro
que se pueda establecer acudiendo exclusivamente a las legalidades del cuerpo,
sino que la filosofía y la religión forman parte de sus materiales, pues la
salud es una realidad psicosomática y hasta extrasomática. De ahí que la
religión forme parte de lo que hemos llamado ortología antropológica, es decir,
de lo que es adecuado para la naturaleza humana.
Pero consideramos que la Medicina ha
acortado su campo con lo que es una antropología de la inmanencia, pues
defiende que la felicidad y el bienestar pueden ser alcanzados sin la
imbricación religiosa, lo que lleva a que la corrección del tratamiento de la
ciencia sea oblicua; es decir, parcialmente inadecuada. Efectivamente, si no se
cree, por ejemplo, en la vida eterna aumenta el temor a la muerte, lo que se
puede traducir en falta de la salud debida.
Por todo ello, por la falta de un marco
religioso adecuado para la persona humana es natural que se produzca el culto
desmedido al cuerpo y a la salud corporal, el exceso de deporte y el olvido de
la vida espiritual y cultural; además de otras patologías propias de una
hipertrofia de unos determinados componentes antropológicos, que se produce en
detrimento de otros igualmente necesarios. En este sentido, es evidente que
proliferará la enfermedad psíquica como elemento propio de nuestro tiempo, en
la medida en que han crecido el ateísmo y el laicismo, que postergan o anulan
la religión en la vida de las gentes. El hombre lejos de sentirse liberado por
la increencia se encuentra más atormentado en nuestra Edad Contemporánea
occidental, aunque el fenómeno pueda ser de una baja intensidad.Como corolario, podemos
asegurar que existe la necesidad de que en la Medicina se contemple la religión
como algo importante para sus objetivos de sanación; y también en la medida en
que ambas buscan la salud, por lo que se complementan, según venimos mostrando.
En lo que se refiere al campo de la
ciencia histórica, llama la atención que los manuales de la disciplina expresen
las ideologías del laicismo, del materialismo o del comunismo. Por ello, urge
la construcción de una explicación histórica, de una historia científica que se
realice desde otros parámetros interpretativos diferentes de los anteriores.
Estos parámetros nuevos deberían tener como eje central la relación de los
hombres, de los pueblo y de los estados con el Absoluto. Si así se hiciera se
contemplaría la religión como una realidad positiva, y necesaria para el
desarrollo cabal de la Humanidad. En parte, esta visión laicista y materialista
se da por el modo de entender la historia que arranca de la cultura dominante
en muchas universidades. Como consecuencia, si se consiguiera hacer una
historia alternativa a la dicha, ésta se trasladaría a los niveles culturales
siguientes y se alcanzaría una divulgación diferente, que ayudara a la
construcción de una nueva Weltanschauung.
Valga como ejemplo de lo que decimos la
Historia de la Filosofía. Ya hemos dicho que la historia actual estudia la
filosofía como si el vector de su desarrollo condujera al ateísmo. Por ello, se
entiende que el vector de progreso va de la filosofía creyente a la que es
atea. Y esta cosmovisión se traslada a todo el campo de la ciencia de manera
que se entiendo como progreso la pérdida de peso de la religión, el avance
hacia el laicismo, el retroceso de la religión y la Iglesia.Pero esta manera de entender las
cosas va acompañada de unos componentes ideológicos fuertes que suponen que el
sector de la creencia y la religión lleva consigo la irracionalidad y la maldad
intrínsecamente, mientras que sus oponentes caen del lado de la bondad y la
racionalidad.
Pero no nos parecen acertados estos
contrastes. En primer lugar porque pensamos que el vector de progreso no se
encuentra en la dirección del ateísmo o el agnosticismo, sino que, al contrario.
ellos son un retroceso. En segundo lugar, porque consideramos que los hechos
conllevan razones poderosas que explican el porqué de su producción; razones
que un nuevo pensamiento podría recuperar. En tercer lugar, siguiendo a la
Escuela de los Anales, porque la historia debe ser total, con lo que se hace
preciso explicar los presupuestos filosóficos con que opera el desarrollo
histórico.
En fin, nos parece para muchos casos
paradigmática la historia de la Biblia en tanto en cuanto ve lo sustancial de
la historia de Israel en la relación del pueblo con Dios. Aplicando este modelo
a nuestra historia significa que las posiciones filosóficas y religiosas que se
van incorporando en la Modernidad suponen la ruptura de los presupuestos
religiosos y, por ello, de la relación amistosa con Dios. Ello también da lugar
a una ruptura con la Antigüedad Tardía y el Medievo que configura otra
ontología de la historia (en el Derecho, en la Economía, en la Política…)
Para terminar con el capítulo, vamos a
hacer unas breves consideraciones sobre el arte occidental. Éste ha
experimentado un proceso de secularización, porque crecientemente ha abandonado la temática
religiosa, sustituyéndola por un orden claramente secular o, incluso, laicista.
Pero la vuelta a la religión que venimos defendiendo también incluye la
necesidad de una construcción nueva, de un arte religioso, que incluya la
temática y los modos de la religión. No debemos asustarnos por lo grande de la
tarea, pues ello será un movimiento colectivo y de generaciones. Evidentemente
tampoco hay que temer por la escasez de la temática pues los temas son grandes
y abundantes. Así, la Biblia ofrece una temática enormemente abundante como lo
atestigua todo el arte cristiano, temática que puede aumentarse con los nuevos
desarrollos que la religión ha experimentado en los últimos siglos.
Señalamos que este arte nuevo ha de
desarrollar la facultad humana que el Occidente ha postergado en gran medida en
los últimos tiempos, y de la que el ser humano se encuentra necesitado
constitutivamente, cual es la espiritualidad. Siguiendo este camino, es de
esperar que el arte preste un gran servicio al hombre, pues como sabemos la
religión es una dimensión que contribuye a la optimización del ser humano en
sus facetas diversas.
CAPÍTULO III: POLÍTICA
Haremos algunas consideraciones sobre
temas capitales de la Política de nuestra época. En primer lugar, señalamos que
estamos acostumbrados a la configuración de las derechas y las izquierdas que
se da en este momento histórico; y a veces
tendemos a pensar que es la única posible. Pero las izquierdas y las derechas
no han tenido siempre –como se sabe- la misma forma en la Historia (Bueno). Así,
por ejemplo, lo que era la izquierda en la crisis del llamado Antiguo Régimen
ahora es la derecha. Por tanto, se hace posible hablar de un cambio que tenga
como consecuencia la aparición de distintas formaciones de derechas o de
izquierdas; o incluso la misma desaparición de ellas y sus conceptos.
En este mismo orden de cosas, también
nos consta la existencia de opciones políticas minoritaria. Ello quiere decir
que no es posible descartar a priori que alcancen una implantación mucho mayor.
Así por ejemplo, la Teología de la Liberación, el socialismo cristiano u otras
corrientes pueden dejar de ser minoritarias, como la historia y la actualidad
atestiguan, pues los cambios se han producido, y pueden volver a producirse.
Creemos que tampoco puede descartarse la aparición de un diálogo verdadero que
haga desaparecer o atenúe las grandes diferencias políticas e ideológicas de la
época contemporánea, llevando a una unidad de conciencia más o menos lograda,
organizada por la misericordia o caridad política, como así aproximadamente
sucedió en nuestro continente antes de la Reforma ( Benedicto XVI), la cual
dibujó las grandes diferencias religiosas e ideológicas que luego tomarían otra
forma tras la Revolución Inglesa; y de las cuales somos herederos todavía.
En efecto, parece claro según la
historiografía que la dialéctica entre partidarios del Antiguo Régimen y
liberalismo, propia de la primera mitad del siglo XIX, dio paso a la que se da
entre liberalismo y las diferentes formas de socialismo ateo. Puede decirse que
en nuestro tiempo en Occidente seguimos
esencialmente igual, aunque este último haya resultado derrotado en la Guerra
Fría. Efectivamente, los planteamientos han variado poco, y muchas de las
democracias europeas conservan la dialéctica que nace en la segunda mitad del
siglo XIX. Así es, porque las fuerzas anticapitalistas y comunistas siguen
conservando parte de sus fuerzas y de sus planteamientos, mientras que las
fuerzas liberales, aunque con nuevas argumentaciones (el neoliberalismo por
ejemplo de M. Friedman) siguen en lo esencial el discurso de Adam Smith. Por lo
demás, en nuestra España también están latiendo estas ideologías en las grandes
fuerzas políticas de la actualidad, de modo que parece que no somos capaces de
aprender de la historia y que por ello estamos condenados a repetirla.
Por nuestra parte, en otros ensayos
hemos abogado por la necesidad de la nueva virtud política de la misericordia.
Si la virtud central de la democracia, que es la tolerancia, produce y es producto
de una determinada cultura política en la que las diferencias políticas se
conservan, y se decide la política concreta por la fuerza del parlamento, es de
esperar que la misericordia como nueva capital virtud sea capaz de engendrar
una nueva cultura política. De esta manera, entendemos por la misma la
constitución de un verdadero diálogo político, que traiga como consecuencia la búsqueda de la
convergencia. Ello en el largo plazo tenderá a la desaparición de las
divisiones políticas (entre ellas la de izquierdas y derechas); y en el corto
producirá un nuevo tipo de relaciones entre los partidos políticos así como
nuevos tipos de partidos. Estos nuevos tipos, por medio del diálogo y la
comprensión, impulsarán la disminución de las diferencias para culminar el proceso en una democracia consecuente, en
la que el odio y las diferencias, la distancia y el enfrentamiento hayan
desaparecido. Por ello, en la democracia consecuente se acaba con la
contradicción de que los seres humanos tengan una sola razón, y de que al mismo
tiempo se encuentren enfrentados y divididos en diferentes opciones políticas.
En este orden de cosas, no nos parece
que el ideal socialista pueda ser descartado, pues el compartir los bienes es
propio de hermanos, siendo también la fraternidad un ideal humano. No obstante,
parece preciso destacar una serie de aspectos que debería tener la defensa de un
socialismo posible para el futuro. En primer lugar, cabe decir que no existe ninguna conexión necesaria
entre socialismo y ateísmo por lo que el socialismo del tiempo venidero no
tiene razones para ser anticlerical y antieclesiástico; por ello cabe afirmar que es posible la constitución de un nuevo
concepto de socialismo creyente, tal como atestigua la Teología de la
Liberación en el cristianismo. En segundo lugar, hay que tener en cuenta que la
paz es el bien supremo. Eso implica que la defensa del ideal socialista debe
hacerse desde el marco de las transiciones pacíficas, respetando totalmente la
paz interna de los países y la paz de las relaciones internacionales. Ello
significa que la defensa del socialismo si ha lugar debe hacerse por la vía de
la argumentación racional y con el respeto a los plazos de la prudencia. Así,
por ejemplo, puede señalarse que la fuerza de la planificación puede ser capaz
de superar el impulso del mercado en la creación de riqueza. En tercer lugar,
se debe asegurar que la libertad sea considerado un bien moral y político
imprescindible y que por lo mismo el ideal socialista tiene que ser realizado
dentro del cauce del liberalismo político, esto es, en el respeto por las
libertades como patrimonio humano que son.
Pero para defender el socialismo
también es preciso conocer la historia, especialmente la historia
contemporánea. El ideal comunista tomó forma en el siglo XIX especialmente en
el marxismo que no dejó de tener una considerable dosis de violencia y
fanatismo, además de una cosmovisión atea. El marxismo tiene su propia visión
de la historia y su escatología propia, de modo que defiende el comunismo como
final de la historia en el que el hombre encontraría la libertad y la identidad,
bajo las premisas del ateísmo y el fin de la propiedad privada. Hay que señalar
que los esquemas parecían ir adelante puesto que en el siglo XX se fueron
sumando poblaciones y territorios al ideal del marxismo-leninismo; y por ello
muchos pensaban que el comunismo marxista constituía el porvenir de la
Humanidad. Pero el esquema saltó por los aires con el final de la Guerra Fría y
la consiguiente derrota de la Unión Soviética, en que la URSS y los países del
Telón de Acero pasaron a formar en las filas de la democracia y el liberalismo
económico. De idéntica manera, en lugar de haber implantado el ateísmo en las
masas populares, se registra en nuestros días un renacimiento de la religión.
Se ve, pues, la ruina del materialismo histórico y su escatología. Ello es
lógico, pues el hombre necesita de Dios y de la religión en su vida porque
ellos dan plenitud en los diversos aspectos de la vida humana: tanto en lo
social, como en lo emocional, lo psíquico o lo espiritual. En conclusión, es de
esperar que el laicismo y el ateísmo experimenten un retroceso como el de
Europa Oriental, y que dejen de ser una adherencia innecesaria del ideal
socialista, con sus consecuencias de anticlericalismo y antieclesialismo.
Asimismo es de esperar una reformulación no utópica del ideal.
En el orden de este capítulo dedicado a
la Política de nuestra época, vamos a tratar también el doloroso tema del
Tercer Mundo. Primeramente, indicamos que es un discurso corriente que el
capitalismo o el imperialismo cargue con las culpas del problema, olvidando que
el capitalismo lo hacemos todos con nuestro comportamiento económico, pues muy
frecuentemente buscamos la riqueza y el poder. Por ello, también se olvida que
somos tanto las víctimas como los verdugos, en cuanto que por nuestras obras
estamos colaborando con la injustita de la pobreza que asola a millones de
seres humanos, sin que tampoco ellos sean totalmente inocentes de lo que les
pasa. Igualmente olvidamos que en el orden de la diferencia cualitativa, es
menor la que se da entre un millonario y un obrero del primer mundo que la que
se da entre éste y un hambriento de África. Todo ello implica que es hora de que asumamos nuestras
responsabilidades y no las descarguemos en el sistema que contribuimos a crear.
Así puede afirmarse que el Holocausto, el estalinismo y las explosiones
atómicas de Hiroshima y Nagasaki dejaron una huella enorme, tan grande como
para exigir denodadamente que estos horrores históricos no volvieran a
repetirse. Sin embargo, permanecemos impasibles ante el hecho de que millones
de seres humanos mueran como consecuencia del hambre y la desnutrición. De este
modo es una característica de nuestro tiempo que el mundo rico y desarrollado
se olvide de la tragedia que supone la miseria del otro mundo.
No negamos que el problema tenga
difícil solución; ni reivindicamos el liberalismo o el comunismo, sino que
sencillamente señalamos por que más allá de las diferencias ideológicas, más
allá de los sistemas políticos nos encontramos con una llamada que debe ser
oída sin excusas. No obstante, esto que debería ser un clamor está olvidado y
solamente se asoma alguna vez a los medios de comunicación, especialmente
cuando los problemas afectan al mundo desarrollado.
En este sentido, estamos en un mundo,
en cierta medida, construido por los medios de comunicación que de no pequeño
modo, responde a la demanda efectiva que el público hace de ellos. Por ello,
nos encontramos en una burbuja de comunicación en la que solo nos preocupamos
de nosotros mismos, es decir, de los intereses materiales e intelectuales de
las poblaciones de los países ricos. Elo hace que los más pobres estén
olvidados. De esta manera, a lo más, se pretenden soluciones políticas o se
cuenta con unos movimientos antiglobalización, bastante minoritarios y
radicalizados; pero la realidad, aunque la solución se vea en alternativas
políticas liberales, o comunistas, es que descargamos nuestra responsabilidad
en otros (los políticos, los ricos…) o en el sistema. Por consiguiente, destaca
que a nivel personal hacemos muy poco para solucionar el problema, que es
grave, aunque afecte relativamente poco a las poblaciones de nuestro mundo. De
otro lado, el problema es de difícil solución, pues hay temas que no se deben
olvidar para una correcta comprensión del mismo, como que tenemos encima el
problema ecológico, que los créditos dados se malgastaron o que las poblaciones
del mundo pobre tienen con mucha
frecuencia comportamientos más próximos a la Barbarie que a la Civilización.
Con todo, ello no justifica la
satisfacción que tenemos con nosotros mismos: Pensamos que nuestras formas
culturales y políticas son superiores incondicionalmente a las de los otros
pueblos, que tienden a ser vistos como bárbaros o atrasados. Puede que en
muchas ocasiones el progreso y la razón están en la parte de la Civilización
Occidental, como pueden ser los casos de la democracia como forma de organizar
la convivencia política y de respeto por los derechos individuales. Pero
también se hace preciso pensar que otras civilizaciones también tienen
elementos positivos; por ejemplo, el hecho de que la religión juega entre ellos
un papel de primer orden y no está orillada, siendo un elemento humanizador y
vertebrador de toda la vida social. Así, por ejemplo, en el Islam la religión
forma parte de la normalidad consuetudinaria y Dios está realmente presente;
por estas razones, no estaría de más que desde el punto de vista de la religión
olvidásemos nuestras presunciones e intentáramos imitar a las culturas que
claramente nos superan en este campo.
En este orden de cosas, permítansenos
algunas aclaraciones sobre el campo de la Pedagogía. Aquí, no negamos que los
componentes objetivos verdaderos del progreso en la educación, como, a modo de
ejemplo, puede ser la necesidad de estudiar la temporalización y progresividad
del aprendizaje, según la edad y el nivel; u otras muchas. Pero también
pensamos que las ciencias pedagógicas están construidas sobre supuestos
filosóficos que las hacen crecer en direcciones ideológicas concretas. De esta
manera estas directrices filosóficas suponen unas determinadas posiciones
metafísicas con respecto a la existencia de Dios, o antropológicas con respecto
a la naturaleza humana. Pero dichas directrices pasan a la Pedagogía y a través
de ella a los sistemas educativos, imponiéndose como si tuviesen un valor
incontrovertible, impidiendo la libertad de pensamiento, y por ello la libertad
de cátedra. En efecto, dichas ciencias se presentan con el prestigio que en
nuestros días tiene la ciencia, cuando en realidad son sistemas de presupuestos
muy discutibles, pues en la medida en que estos presupuestos filosóficos fueran
otros las pedagogías se construirían en otra dirección y serían otras distintas.
Consiguientemente, sería importante la
construcción de teorías en las Humanidades que partiendo de presupuestos
filosóficos distintos a los dominantes, que son agnósticos o ateos, fueran
alternativas reales a lo que impera. Pero también hay que reivindicar que los
que tienen otras concepciones pedagógicas tengan el derecho de llevarlas a la
práctica, pues la libertad en la construcción de teorías es una parte
importante de la libertad de cátedra.
En este orden de cosas, defendió
Foucault que desde el inicio de la Modernidad se produce un control cada vez
mayor de los estados sobre la vida de los individuos. Asi, las Ciencias Humanas
se han ido constituyendo creando un tipo de hombre y un saber que se producen
con independencia de Dios y la religión, y que se presenta con todo el
prestigio social de la ciencia. Esto obviamente ocurre con la Pedagogía y las
Ciencias de la Educación hasta el punto de que llegan a organizar según sus
esquemas los sistemas de enseñanza actuales. De este modo, se opta por un
determinado modelo de disciplina escolar; o un modelo que tenga la religión y a
Dios como aspectos secundarios y postergados del proceso educativo.
Consiguientemente, amparado por la presunción de cientificidad, se imponen
determinadas políticas pedagógicas, que además impiden la libertad del profesor
al amparo de una legislación que sigue los dictados de la constitución actual
de las Humanidades.
En el caso concreto de España, el
derecho educativo en las últimas décadas ha estado marcado por las política
pedagógicas dominantes que intentan que el acceso al estudio se haga por medio
de la motivación positiva de los discentes. Pero en nuestro ensayo Pedagogía ya hemos criticado estas
teorías en la medida en que no tienen en cuenta que los medios de comunicación
y los valores sociales entiende el estudio, a lo más, solamente como algo
instrumental para procurar dinero o comodidad; y así no se pueden articular
políticas educativas adecuadas que motiven verdaderamente al estudio y al
interés por la cultura.
Urge, por tanto, en una política de
mínimos, una revisión de la política pedagógica habida cuenta que, desde unas
posiciones objetivas, puede calificarse
que se da el fracaso escolar y la pérdida de nivel. Nos parece que hay
que plantearse si la política pedagógica ha de aplicarse solamente a la
escuela, o por el contrario debe haber una intervención más general que abarque
los ámbitos del estado, la sociedad y los medios de comunicación.
Tocando otros aspectos de la política,
hemos defendido que la práctica de la religión contribuye al bienestar humano
en los aspectos espiritual, mental y corporal, aunque el paradigma predominante en las Ciencias
Humanas y sus tecnologías lo ignore o contradiga, considerando incluso la religión
como algo negativo. Según este presupuesto, parece consecuente que los
indicadores de la calidad de vida no la contemplen como parámetro y que en los
objetivos de los gobiernos la religión no aparezca como algo positivo y
deseable. Así, por ejemplo, el conocido Índice de Desarrollo Humano no
contempla el hecho de la práctica de la religión como un factor positivo que
indica calidad de vida. Igualmente se puede poner como ejemplo el hecho de que
en los currículos escolares en los que se indican los objetivos o las
capacidades que hay que desarrollar no aparece la competencia espiritual, pues
se la considera como algo irrelevante y prescindible. En fin, podrían multiplicarse
los ejemplos que muestran la constitución agnóstica de las Humanidades. Por
tanto, no es de extrañar que las sociedades en las que la religión está
fuertemente implantada rechacen esta constitución de las Ciencias Humanas y de
sus políticas, por mucho que en el occidente secularizado se pretendan
científicas. Por tanto, la constitución central de ellas, que arranca en el
siglo XIX, nos da una idea de la fuerte impregnación de la cultura por las
filosofías agnósticas y ateas en el Occidente, que domina la cultura
mundialmente.
CAPÍTULO IV: RELIGIÓN
Puede afirmarse que el ateísmo ha
ganado mucho terreno en las sociedades de Europa occidental, pues ha logrado que
la presencia de Dios sea relativamente pequeña en ellas; a veces, quedando
reducida la religión a una especie de semiclandestinidad de la que solamente
sale en los grandes eventos. El entretenimiento ha sustituido a la religión en
nuestra vida cotidiana, porque no quedan grandes discursos y la presencia de
Dios va disminuyendo en la conciencia de las gentes. Aquí no cabe decir que
todo de civilización el peso de la culpa recae sobre los medios de comunicación,
pues a estos los hacemos todos, y con multitud de microelecciones vamos configurando la realidad de los medios
y la de nuestra vida cotidiana.
Creemos que estos fenómenos se deben a
que la cosmovisión atea y la argumentación de su filosofía se va imponiendo en
las mentalidades de mucha gente, que ve la religión como una realidad
irrelevante. Así, uno de los caracteres de nuestra época es que se inaugura una
humanidad completamente nueva en Occidente en tanto en que aparece por primera
vez en la historia el ser humano sin religión a nivel de masas. Efectivamente,
en todos los lugares y en todo tiempo el ser humano ha tenido religión, por lo que
esta falta de religión – que no es definitiva- trae consecuencias desconocidas.
En particular, puede asegurarse que el hombre del siglo XIX se encontraba más
próximo al de la Antigúedad que al actual, pues éste, aún siendo politeísta,
era religioso. Más aún, era solidario el hombre del siglo XIX con la Antigüedad
Tardía en la medida en que ambos tenían el cristianismo como suelo religioso.
En resumen, gran parte de la humanidad de occidente experimenta una ruptura con
su tradición y con sus antepasados cercanos mayor que la que se ha dado en
parte alguna de la historia y en las transiciones de unas edades a otras, por
ejemplo el paso de la Edad Antigua a la Edad Media.
En este orden de cosas, desde ciertas
perspectivas dominantes tiende a considerarse el Islam actual como una
civilización atrasada e inculta que no ha pasado por la crítica racionalista de
la Modernidad occidental. En efecto, es posible que el Islam no haya pasado por
la crítica de la razón, pero tampoco quiere si la misma supone que la religión
pierda presencia en su vida de civilización. Por ello, no tiene que verse el
Islam como una sociedad entregada al fundamentalismo sino como una civilización
en la que Dios y la religión cuentan y están presentes, contrariamente a lo que
ocurre en Europa occidental, en donde la religión y Dios, por desgracia,
cuentan mucho menos y su presencia no es abierta.
Así, según el pensamiento laicista, que
es dominante, la religión es un fenómeno que tiene que estar exclusivamente en
el ámbito privado, por lo que debería desaparecer la presencia pequeña que
tiene en el estado (en la escuela, en las ceremonias…). Por nuestra parte, no
pensamos que esta corriente de pensamiento se encuentre en lo cierto. Por el
contrario, somos de la opinión de que la vida religiosa debería tener una mayor
presencia y consideración en el estado, pues, como hemos manifestado en otros
ensayos, ello hace que las personas humanas se desarrollen espiritualmente (por
tanto psíquicamente y corporalmente), además de que la religión nos hace
moralmente mejores (y por ello, es esencial en la educación moral de la
infancia y la juventud).
De otro lado y con respecto al tema
inmediato que estamos tocando, pueden añadirse otras consideraciones. Se puede
ver que en lo que respecta a las ceremonias del estado hay un cierto secuestro
de las creencias mayoritarias por parte del laicismo, pues, al menos en nuestro
país, la mayoría de la población es creyente y, sin embargo, la creencia no
aparece reflejada en la misma vida del estado. Por tanto, en buena lid
democrática la religión debe tener una mayor presencia en la vida del estado.
Además, realza y da majestad, lo cual es otro argumento a favor de una mayor
presencia de la religión en la vida política.
Ello se debe también a que el ser
humano necesita salirse de la cotidianeidad, de su percepción normal de la
vida, en la que el mal, la enfermedad y la muerte están presentes, aunque los
pretenda obviar. En otras palabras, necesita salvarse de la percepción de la
vida en la que solamente está presente la inmanencia. Ello significa que tiene
que tener presente la religión para salir de esta cotidianeidad de dolor a que
nos estamos refiriendo. Por medio de la religión podemos ver la verdad
consoladora de la vida eterna y del Reino, de modo que con su vida variada nos
presenta el rostro verdadero de la realidad que es un rostro de consuelo y
alegría, toda vez que ella nos permite ser capaces de afrontar nuestra
menesterosidad, que es mucho mayor si se vive sin Dios. Ella, pues, nos ofrece
el rostro vital y deja ver la realidad como conjunto, como un todo que supera
la mundaneidad de nuestra visión natural, a la que, según decimos, le falta el
complemento y el sentido de lo sobrenatural que la supera. Por estas razones,
nuestra sociedad atea y agnóstica es más torpe de lo que cree, pues pretende
vivir sin Dios y arrojar a las personas humanas a la nada existencial,
haciendo del ser humano un ser únicamente para la muerte (Sartre).
Como consecuencia, es completamente
falso el esquema de la historia del ateísmo. Según él la Humanidad ha
progresado en gran parte porque la religión ha experimentado un regreso
considerable. De esta manera, se cree que la mayoría de edad del hombre se
muestra en la medida en es capaz de despojarse de las creencias religiosas y metafísicas,
pues la religión sería un antihumanismo, porque aliena o corrompe al ser Humano
(Marx, Nietzsche…). Pero el esquema en cuestión no es cierto porque, según
hemos mostrado en otras ocasiones, la religión no deshumaniza, ni nos hace
desgraciados. Al contrario, tiene una utilidad claramente positiva (Stuart
Mill). Así, en la medida que aporta consuelo, esperanza, amor ella nos hace más
dichosos y, por ello, más libres de nuestros miedos ancestrales, que hunden sus
raíces en la misma animalidad, en el mismo reino animal. En efecto, en la
medida en que nos sentimos amados somos
más felices (si la felicidad admite graduación); en la medida en que vivimos en la esperanza de
la vida del mundo futuro nos encontramos pacificados. Lógicamente, si somos
felices nuestra salud mejora, y somos más ricos. En conclusión, la religión en
lugar de ser un factor negativo de empobrecimiento y alienación es positiva,
pues nos mejora grandemente.
Pero ha habido varios sistemas de
pensamiento que se han opuesto al desarrollo de la religión. Como resultado de
estos fenómenos, ha habido propuestas que han anunciado fines de la historia
distintos de los de la religión. Así, por ejemplo en la Edad Contemporánea
Comte pronosticó que la Humanidad alcanzaría el estado positivo en el que
solamente estarían presentes los saberes científicos. Se equivocó, entre otras
cosas, porque el desarrollo de las ciencias no sólo no elimina la problemática
filosófica y religiosa sino que la multiplica. Es natural entonces que no haya
advenido ningún estadio positivo en el que solamente se cuente con el saber de
las ciencias.
Igualmente Marx y Engels anunciaron el
final de la historia de la Humanidad en el comunismo, en el que desaparecería
la propiedad privada y nos encontraríamos con un género humano ateo y sin
alienaciones. El esquema marxista parecía cierto, pues desde 1917 cada vez más
países se iban sumando al comunismo como modelo social y político. Pero desde
1989 todo cambió, cuando los países comunistas del Este de Europa abandonaron
el marxismo, para dar lugar a sociedades y estados democráticos de libre
mercado. Como consecuencia, quienes piensan que el ateísmo es el fin natural de
un desarrollo progresista de la historia deberían recapacitar a la vista de las
lecciones que ésta brinda, siendo como es maestra de la vida. Entonces se
podría pensar que el ateísmo no deja de ser sino un fenómeno transitorio que desembocará en un
renacimiento religioso que lo deje en movimiento marginal, pues no tiene
fundamento racional o histórico.
En conclusión, la vuelta del ateísmo,
del agnosticismo, del laicismo, del secularismo a la religión parece
completamente necesaria. En efecto, desde la religión y su experiencia se
asegura una vida mejor en todos los aspectos. Al estar el ser humano
constitutivamente abierto a la transcendencia la ausencia de religión no puede
dejar de afectarle negativamente. Así es porque el ateo pierde las
posibilidades de optimización que le ofrece la religión. Primeramente, porque
aumenta su tristeza, en tanto que carece de la esperanza que es propia del
creyente y que da alegría y optimismo; también en tanto que no tiene la
presencia del amor de Dios, que también es un motivo de alegría. En segundo
lugar, porque con respecto a sus posibilidades no está optimizado moralmente, pues
la religión nos hace mejores porque el amor es difusivo, y el amor que se
recibe de Dios pasa a los semejantes. En tercer lugar, hay una actitud de la
persona religiosa hacia los bienes materiales como consecuencia de una intensa
valoración de los espirituales; ello aumenta la riqueza, pues, como hemos
dicho, no sólo de pan vive el hombre, de modo que los bienes espirituales
aportan una utilidad y una satisfacción que hace la vida mejor; (con respecto a
ello no vale el paradigma inmanentista de las Ciencias Humanas que solamente
ofrece objetivos de disfrute, como si las grandes inquietudes, las necesidades
espirituales y las grandes preguntas no existieran para las personas). En fin,
la argumentación podría seguir pero solamente pretendemos resaltar que la
vuelta a la religión supondrá una gran mejora para las personas humanas, más si
la religión hace las reformas que le corresponden.
En este sentido, se ha de decir que no
pretendemos una vuelta a los defectos adheridos a la religión, sino que
suponemos que ella también debe experimentar una puesta al día completamente
necesaria, especialmente en algunos campos. Por ejemplo, la religión debe
ponerse en armonía con la ciencia, con una desmitologízación (Bultmann) que se
hace muy necesaria en tanto que los mitos la alejan del pensar científico y
racional; aunque la ciencia también necesite pasar por el tamiz de la creencia,
en cuanto pretende muchas veces conclusiones que no están demostradas y que
necesitan de la crítica de la razón, de la crítica filosófica. (En este terreno
tampoco hay que olvidar que la razón en los aspectos más formales y
transcendentales está del lado de la religión y de la filosofía teológica,
aunque éstas puedan también ser criticadas, según vamos viendo).
Para terminar el capítulo señalaremos
que la religión necesita salir de la semiclandestinidad, por lo que nos parece
necesario remover los obstáculos que la argumentación atea interpone levantando
nuevos aspectos a favor de la creencia y la religión. Levantar así una nueva argumentación desde la
filosofía y la teología, que sea capaz de oponerse y proponer una vida
cotidiana en la que la presencia de Dios vuelva a ser de radical importancia,
pues ésta ayuda al hombre en todos los aspectos de esta vida, que pide la vida
eterna.
CAPÍTULO V: ACTUALIDAD
No deja de admirar la enorme capacidad
que tenemos de elaborar ideales morales. Así por ejemplo: los Derechos Humanos,
la emancipación del proletariado, la liberación de la mujer, la liberación
homosexual o incluso la liberación animal. Pero también choca que todos estos
ideales éticos se aplican de modo muy preferente a los países ricos. Y aunque
exista como ideal el final de la pobreza, no es un deseo que tiene la fuerza de
la motivación de los ideales que se aplican en los países ricos, como los que
hemos citado. Esto significa, que pensamos sólo en nosotros mismos, y de ello
no nos olvidamos.
Por ello, se puede hablar de pecado
estructural, en tanto que existen estructuras de poder que no respetan el amor,
puesto que se olvidan del gran problema de la pobreza de los más necesitados. Y
en ello no se comprende solamente a los millonarios sino que el conjunto de las
poblaciones del Primer Mundo son igualmente responsables. Con respecto a ello,
destaca la labor de caridad de las iglesias en todo el mundo, pues no se
olvidan de los pobres, como también muestran corrientes, impregnadas de la
problemática a la que intentan dar solución con intentos loables como es la
Teología de la Liberación.
Por otra parte, como tema de
actualidad, destaca el fenómeno de la globalización creciente. Así hay un flujo
de capitales a lo largo de la mayor parte del planeta, y se produce una general
internacionalización de la economía; también es importante el continuo
desarrollo de la información en todo el mundo y otros fenómenos más. Pero esta globalización está acaeciendo con
la influencia dominante del mundo occidental; ello en contra de otras formas
culturales y de vida que no tienen que ser consideradas atrasadas o bárbaras,
si no se quiere ser etnocentrista.
Como consecuencia, es de esperar que el
enfrentamiento entre las civilizaciones desaparezca en lo que debería ser un
diálogo transparente, con conocimiento y comprensión recíproca. En este sentido,
parece necesario señalar que el diálogo de las religiones es abierto, aunque
parece inevitable que se produzca una mayor misericordia, de modo que no se
repitan estereotipos religiosos y culturales de siempre. Es entonces
imprescindible acabar con toda voluntad de dominio que se manifieste en la
repetición de los clichés propios y en la tendencia a no revisar posiciones,
olvidándose de la necesidad del diálogo. Se necesita pensar que la propia
cosmovisión no está acabada y que puede ser enriquecida y cambiada por la
aportación de otras. En fin, la idea de globalización obliga al respeto, al
estudio y a tener en cuenta a las civilizaciones que existen en el planeta al
lado de la nuestra.
Tal es el caso de la cosmovisión
oriental, que destaca sobre el discurso de las fuerzas culturales y
espirituales de Occidente. De las consideraciones anteriores se concluye la
necesidad de profundizar el diálogo con Oriente, para lo que se hace necesario
conocer su civilización especialmente en sus religiones y en su filosofía. Así,
por ejemplo, frente a las teorías de la inmortalidad del alma y la resurrección
de la carne, frente a la esperanza en el Reino están las concepciones
orientales del Gran Tiempo (de la Pienda) que piensan en el tiempo cíclico, con
la repetición de las edades; de la creencia en la reencarnación y la liberación
final de las almas del ciclo de las reencarnaciones, todo ello con las
variedades de las distintas religiones de la civilización, como el visnuísmo,
el shivaísmo y la religión bhakti. En conclusión, las grandes diferencias entre
la visión oriental y la occidental suponen un reto para nosotros, que lleva
consigo la necesidad de un ponerse en el lugar del otro y de abrir las
perspectivas religiosas y culturales, en el tiempo globalizado que nos toca
vivir.
También en el tema de la valoración de
las edades del ser humano hay una gran diferencia entre las sociedades
tradicionales y la nuestra. Los occidentales vivimos en un mundo que en sus
formas de vida, en su entretenimiento y en sus valores predomina claramente lo
joven. Se oculta el paso del tiempo y sus consecuencias porque solamente se ven
sus consecuencias negativas. Se cultivan los cuerpos bellos y jóvenes, así como
las formas de expresión de la juventud. Se entiende que lo que está presente
con la madurez y la vejez no deben ofrecerse a la mirada sobre los medios de
comunicación.
Ciertamente, a nivel puramente cultural
es un hecho que la diferencia de preparación entre los jóvenes y los mayores
nunca había sido tan grande a favor de los primeros, de modo que
equivocadamente se concluye que lo propio de la vejez, de la ancianidad debe
ser apartado. Así, se produce el fenómeno contrario al que se dio a lo largo de toda la
historia donde la madurez merecía un
respeto y una consideración, por lo que las sociedades pasadas estaban más
cerca de la comprensión del tema que tienen los pueblos naturales de hoy, en
los que el valor de la edad se asimila con la acumulación de sabiduría.
Por nuestra parte, nos parece que esta
comprensión de los hechos no está tan desacertada, pues no todo son
conocimientos instrumentales, sino que el saber de la experiencia que da la
vida debe ocupar un lugar de la mayor importancia, lo que le daría una mayor
consideración de la que actualmente se le concede en occidente. No todo está en
el saber de los libros, en internete y
la formación reglada, sino que también existe un saber que es producto de la
experiencia vital, y que solamente se
logra por ella. Por ello, se hace preciso reconocer a nuestros mayores el
respeto y la consideración de que sus conocimientos les hacen merecedores, pues
en sus espaldas está la experiencia que le falta a otras edades. Todo ello implica que se hace necesario
recuperar la estima por la madurez y la experiencia de la vida, ofreciendo una
perspectiva diferente. En ella lo bueno no está solamente en lo joven, que es
lo que vale. Contrasta, como decimos, la valoración de la madurez de nuestras
sociedades con la que tienen las sociedades tradicionales acerca de ello, pues
en ellas la madurez tiene un valor: Se considera en ellas que el anciano posee
experiencia y sabiduría. Por consiguiente, parece necesario para nosotros
cambiar estos conceptos, pensando que la veteranía aporta conocimientos
importantísimos, lo que supone la conveniencia de que las edades mayores sean
las que dirijan la sociedad y acompañen a las generaciones más jóvenes, más si
ello aparece aumentado con el trabajo intelectual durante el transcurso de la
vida. En este sentido, es también natural que se ponga en práctica un mayor
respeto hacia las personas mayores.
De otro lado, aunque nuestras
sociedades intenten ocultar y evitar el tema de la muerte no lo logra,
especialmente cuando las personas han alcanzado edades avanzadas en las que
muchas veces es una preocupación permanente. Ello va acompañado de una cosmovisión atea
deja desamparadas a las personas. La cosa es así porque se ha olvidado la
restauración y el consuelo que ofrece la vida religiosa, que hace que con ella nos sintamos más confortados,
más esperanzados. De este modo necesitamos, estar con un mundo circundante
diferente del actual, que está desprovisto de estímulos religiosos. En efecto,
el mundo circundante (umwelt) es
expresión del mundo interior pero, a la vez, lo condiciona y construye. También
es sabido que nuestro mundo está lleno de estímulos que realmente alejan de la
experiencia religiosa, o a lo más la tienen por algo completamente secundario.
Así, los estímulos fuertes son los que llaman al consumo, a la distracción u
otros. Llama la atención cual es el mundo circundante de la normalidad de
nuestro tiempo: Los estímulos que rodean al hombre occidental son políticos,
económicos, deportivos…, y en ellos juega un importante papel la programación
de los medios de comunicación, que más que no contribuyen al desarrollo de las
personas. Por consiguiente, puede decirse que el hombre occidental crea su
propio umwelt por microelecciones
que, a su vez, configuran la vida intelectual y emocional, de modo que si los
estímulos fueran otros la vida espiritual y psicológica sería otra. En este
sentido, es evidente que no es el mismo el mundo de estímulos que rodea a una
persona normal en Occidente que en Oriente, o que el que rodea a una comunidad
de monjes Es de destacar que aquí se opera una especie de muerte de Dios, pues
el ser humano occidental, desengañado de la posibilidad de dar una orientación
a su vida basada en la presencia de la transcendencia, se imanta del lado de
otros ideales. Con ello olvida que es un ser que necesita de lo transcendente,
pues de lo contrario enferma espiritualmente Es completamente diferente a un
mundo en el que en el orden de la estimulación prevalece el aspecto religioso.
Por su parte, este alejamiento de Dios
no nos beneficia, pues la persona humana está constitutivamente orientada a Él.
Por tanto, se hace necesario volver a la simbología y a la práctica religiosa
en nuestra vida cotidiana. Ello implica que se hace necesaria una nueva
orientación del mundo de la cultura, de la vida cotidiana, de los mass media de modo que los estímulos
que nos rodeen dejen de ser los que nos alejan de la experiencia religiosa.
Así, cambiando los estímulos se puede configurar una mentalidad, que haga más
religiosa nuestra vida, pues en ello encontraríamos la eternidad y la felicidad
que deseamos. Con respecto a ello, los creyentes tienen por delante una gran
labor que cumplir, que pasa por la restauración de los símbolos y la vida de la
religión en los distintos campos de la vida.
Entre estos campos está el de la
cultura. En nuestra civilización ha aumentado el tiempo libre en una medida
grande, lo que evidencia el bienestar alcanzado por gran parte de la población. Pero este aumento
no ha sido parejo en muchas ocasiones al de la culturización y la religiosidad.
Por el contrario, el desarrollo del tiempo libre y de las industrias del ocio
más bien se ha adaptado al nivel cultural y religioso de las gentes. Así
aumenta el tiempo dedicado al deporte o los viajes en detrimento del tiempo
dedicado a la cultura y la religión. En este sentido, no compartimos la
posición relativista que defiende que todo es cultura y que, por ello, vale
cualquier tipo de distracción, pues pensamos que hay cultura inferior y cultura
superior. Como consecuencia, pensamos que se hacen necesarios dos niveles de
actuación. En primer lugar un nivel en que se promueva un ocio verdaderamente
cultural; en segundo lugar se debe llevar a cabo la promoción de un ocio
religioso, puesto que la religión es una fuente de bienes espirituales y
culturales. Con todo ello se promovería el desarrollo intelectual y espiritual
de las poblaciones.
Por ello, contrasta lo que proponemos
con una de las constantes del arte de masas (especialmente el cine y la
canción), en cuanto que su temática la constituye el amor humano en sus
variadas manifestaciones. La crítica que ofrecemos a ello consiste en señalar
que esta temática no llena las necesidades naturales del ser humano, que está
llamado a realizarse con bienes más altos. En efecto, el hombre necesita
palabras de amor profundo y de vida eterna, lo cual implica que estamos
ordenados a Dios por el amor. Ello significa que se hace de nuevo necesario que
el amor de Dios y a Dios pase a un primer plano, olvidándose la postergación a
la que está sometido. Esto, a su vez, implica la necesidad de un arte
religioso; así como la necesidad de una nueva programación de los medios de
comunicación de masas que muestre con inteligencia los valores del mundo de las
religiones. Para ello también son necesarios artistas e intelectuales que
tengan capacidad de criticar los valores del mundo actual y proponer los nuevos,
necesarios para el mundo del espíritu.
Por último, queremos decir unas
palabras sobre el nuevo descubrimiento de la sexualidad, que arranca de la Edad
Moderna (Foucault). Así en nuestro tiempo, en las sociedades occidentales la
sexualidad juega un papel importante, de modo que, si seguimos a Buda, si
hubiera dos pasiones tan fuertes como ella sería imposible la liberación. Ello
hace necesario seguir a los epicúreos para quienes el placer duradero es
superior al temporal; y el intelectual, superior al corporal. Si siguiéramos
estas premisas desaparecerían errores como los que intentan sobredimensionar e
incluso suscitarlo allí donde no tiene lugar o interés. Como consecuencia, sería
deseable que la sociedad no sacara las
cosas de quicio promoviendo una estimulación completamente artificial, que hace
que nos olvidemos de otras dimensiones humanas más importantes, como, por ejemplo, la espiritual. Ello es capital,
porque de lo contrario perderíamos el patrimonio e más importante de la
Humanidad, patrimonio que ha acompañado al hombre desde que es tal.
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