sábado, 5 de diciembre de 2015

Antropología Teológica



Antropología teológica



por
José Pablo Noriega de Lomas

PRÓLOGO
     La constitución de nuestras sociedades es tal que unos grupos humanos dominan sobre otros y sobre las personas no organizadas en ninguno de ellos. En las sociedades occidentales actuales unos pocos grupos dominan todo el panorama de tal manera que el pensamiento independiente tiene pocas posibilidades de publicitarse y promocionarse, aunque a veces lo logre. Efectivamente, toda la producción filosófica, ideológica y artística normalmente está destinada a promover la defensa de algunos de los poderes ideológicos dominantes. Hay efectivamente libertad de expresión formal, pero verdaderamente no existe la libertad de difusión, pues lo que escapa a los poderes que controlan la información no tiene posibilidad de implantarse. Es más, se puede decir que entre los grandes poderes existe, al menos tácitamente, el acuerdo de repartirse todo el campo de la ideología y la filosofía (moral, política, espiritual…), aunque, al mismo tiempo, se de la pugna para tratar de captar el mayor número de militantes y simpatizantes hacia las posiciones respectivas. Esto es el dominio de lo políticamente correcto, aunque cada uno de los poderes se considere particularmente incorrecto.
     Por todo ello, muchos de los productos del saber se convierten en asuntos de propaganda sofística, que buscan no la argumentación, sino la oratoria; no la verdad, sino la difusión de sus respectivos programas filosóficos y políticos. Por ello, publicitar un pensamiento determinado se convierte en un asunto pragmático, que más bien depende de las relaciones que se mantengan con los poderes. Como se ve, ello guarda poca relación con la justicia, al tiempo que tampoco es conveniente porque estanca el progreso e impide la construcción de la verdad, al poner los obstáculos epistemológicos que impiden ver la limpia verdad.
     Ello, evidentemente, no quiere decir que la alternativa real a estas posiciones sea el relativismo. Nosotros consideramos que, de la misma manera que la crítica del relativismo –que se contradice a sí mismo- no se traduce automáticamente en que las posiciones de quien lo critica sean las verdaderas, tampoco se deduce que la defensa del amor plantea que su pensamiento tenga toda la verdad o incluso la verdad esencialmente, en el núcleo del mismo. Por el contrario, la misma política del amor exige que tengamos facilidad para la autocrítica y la conversión, y que se practique también la virtud de la caridad en el debate. Si se hace así, nos abriremos directamente al verdadero diálogo, que tiene como uno de sus momentos la crítica del pensamiento propio y la apertura al del oponente, el cual es entonces visto como un hermano con el que se comparte la búsqueda de la verdad. Por tanto, no llamamos diálogo a esa manera de comportarse que busca una mayor o menor violencia en la defensa de lo propio, e intenta la defensa a ultranza de las maneras de pensar propias; teniendo además  el deseo de imponerlas con una dialéctica de ideas que no busca la verdad sino una argumentación esencialmente dirigida por los intereses del pensamiento propio. En efecto, el verdadero diálogo exige la apertura de corazón por las partes en el amor y la misericordia.
     En lo que respecta la presente ensayo, podemos decir que toca el tema de la Antropología Teológica en cuanto que busca una exploración de la Idea de hombre en la relación con Dios. Tras la introducción, en el capítulo primero hemos tratado sobre el estudio de las características puramente naturales del hombre. En el capítulo segundo, hemos tratado de la relación del ser humano con Dios; en el tercero, hemos trabajado, sobre la referencia obligada de las Ciencias Humanas a Dios. Por último, en el cuarto hemos discutido sobre las posibilidades de futuro de la religión en conexión con algún otro sistema que pretende presentarse como alternativa a ella. El ensayo termina con un breve epílogo.
INTRODUCCIÓN
     El hombre es un ser que despliega muchas facetas. Estas son tratadas por las diversas ciencias a que han dado lugar. Así, la Lingüística estudia el lenguaje de segunda articulación; la Proxémica (Hall) y la Kinésica (Birwdhistle) tratan de la comunicación no verbal, del lenguaje no verbal (por ejemplo, los gestos); la Etnología estudia la vida de los pueblos naturales; la Geografía Humana estudia diversos aspectos de la huella que deja la presencia del ser humano en la Tierra (la ciudad, la población, los paisajes agrarios…); la Historia estudia el desenvolvimiento de la especie en el tiempo; la Psicología, la mente humana; la Teoría Política, los sistemas políticos y las filosofías políticas. Y así sucesivamente, la Economía, la Ciencia de las Religiones, la Sociología, la Historia de la Literatura. Igualmente, las ciencias que surgen del cruce de más de un saber, como la Psicolingüística, la Psicología Matemática, la Psicopedagogía, la Sociolingüística. Por tanto, el acervo de datos con que se ha de contar para una antropología filosófica es grande; y a él habría que añadir las disciplinas filosóficas humanas tales como la Filosofía Política, la Filosofía del Lenguaje, la Filosofía de la Mente, la Pneumatología etc.  Como consecuencia, un estudio sobre el Hombre deberá tener en cuenta las Ciencias Antropológicas, pero igualmente habrá de saber que ninguna de ellas puede agotarlo, presentándose reductivamente como si se pensase que un solo aspecto de lo humano es capaz de ofrecer la esencia de ello.
     El error es mayor si se toma el tema en un sentido exclusivamente natural, que privilegia la construcción de un concepto de hombre que entiende al mismo como un ser exclusivamente natural, como si fuera un producto únicamente de la evolución de la naturaleza. El naturalismo ignora completamente la dimensión transcendente, entendiendo que no se trata del reduccionismo propio de una ciencia que pretende reducir a sí todo el fenómeno humano, sino del reduccionismo de un conjunto de ciencias humanas que olvidan la dimensión sobrenatural del ser humano.
     El hecho es que ni una sola ciencia, ni un conjunto de ellas es capaz de dar cuenta del hecho humano. Por ello, las Ciencias Humanas deben dar paso a la Filosofía, y concretamente a la Antropología Filosófica, que entiende el Hombre como un ser incompleto, y definitivamente orientado a la Religión, en la que encuentra su fin y su compleción. Es decir, no es posible mostrar en la constitución actual de las Ciencias Humanas el concepto de Hombre, sino que ha de ser en la Filosofía (la Antropología Filosófica) el lugar donde se puede encontrar qué es realmente el Hombre. Ello se ha de hacer en conexión con las diferentes disciplinas filosóficas (Ética, Teología Natural, Filosofía Política…). Es entonces desde esta Idea de Hombre desde donde se puede resolver el conjunto de las Ciencias Antropológicas, cambiando lo que sea preciso, y dándoles una nueva constitución y un nuevo ser y sentido.
     En este tratamiento gnoseológico de la temática antropológica se tienen en cuenta las distintas dimensiones de lo humano para una comprensión cabal de lo que es la realidad humana. Ello comprende asimismo la crítica de la constitución y construcción de las Ciencias Humanas a la luz de una filosofía antropológica adecuada. Según la comprensión que mantenemos de lo antropológico, no es válida cualquier constitución de las Humanidades.
     Desde esta perspectiva, pueden criticarse los reduccionismos científicos que pretenden que la definición de la Antropología es una labor exclusiva de una sola ciencia. Así el reduccionismo de la Antropología Cultural; el de la Lingüística; el de la Psicología; el de la Historia etc. Pero hay igualmente reduccionismos filosóficos como, según hemos apuntado, el naturalismo general que intenta construir las Humanidades desde la perspectiva plana que da una comprensión del material antropológico exclusivamente natural. En nuestra opinión no se trata de negar que el ser humano sea un ser natural, sino de plantear que la naturalidad humana queda transformada por la sobrenaturalidad, al menos, desde el momento que se da el fenómeno histórico de la revelación de Dios, que es anterior al conocimiento racional que brinda la filosofía (Abraham es anterior la primer filósofo, Tales de Mileto). Así desde el momento en que se da la Revelación, el ser humano aparece como religado a Dios y llamado a la vida sobrenatural. Ello supone una metamorfosis de todas las realidades antropológicas. Por eso puede decirse que la constitución contemporánea de las Humanidades yerra en la medida en que ignora la relación, esencial y fundante, del hombre con el Absoluto; y en vez de confeccionar una praxis liberadora de lo humano, hacen dicha praxis alienante.
     En este orden del discurso, parece natural preguntarse por la relación entre la Filosofía Antropológica y la Teología Natural. Parece que se sigue del orden natural del conocimiento la subalternación de la Antropología Filosófica a la Teología Natural. De esta manera, se parte de la aceptación de Dios por parte de las vías racionales que presentan pruebas sobre la realidad de la existencia del Absoluto. Después, se continúa preguntando sobre las implicaciones que la existencia de Dios tiene para el hombre, que aparece lógicamente como dependiente de Él. Por último, se piensa en la perfección que se alcanza con la religación, con la religión.
     Así pues, no es indiferente en la constitución de las Humanidades la existencia de Dios. La constitución de dichas ciencias y de la Antropología Filosófica  es muy diferente según se mantenga o no que Dios existe, pues su existencia incumbe al hombre de manera fundante. En este sentido, los escolásticos sostenían que la Metafísica era la reina de las ciencias, y no les faltaba razón, pues incluso en unas ciencias que pueden parecer lejanas a la Metafísica (las Humanidades) pueden construirse teniendo en cuenta el núcleo de la Teología Natural. Este núcleo desciende sobre aquellas conservándose y modulándose en cada una de ellas.
     En esta relación con la Filosofía, también pueden marcarse diferencias claras entre las Ciencias Antropológica y el resto de las ciencias, en la medida en que estas quedan afectadas en su cuerpo por la Filosofía (Teología Natural, fundamentalmente); mientras que el resto de las ciencias, aunque tampoco quedan completas sin la Teología Racional, tienen una autonomía mucho mayor en la construcción de su argumentación. Así por ejemplo, aunque necesita la existencia de Dios para completarse racionalmente, -como muestra Flew en su última obra-, la Física está cerrada en su construcción como ciencia dentro de sus límites, que no dependen de la Metafísica.
    Sin embargo, también existe la vía propiamente antropológica. En general, para ello se establece una concepción de Hombre como ser necesitado de Salvación, como ser que se perfecciona con la religación a Dios. Es decir, que la misma realidad de la constitución carencial del ser humano prueba la existencia de Dios, pues si racionalizamos la carencia de la realidad humana no puede ser de otro modo que aceptando la existencia del Absoluto, que da sentido a esta realidad carencial; y que, por lo mismo, está según una teleología precisa orientada al Ser Supremo. En este sentido, está Feuerbach en lo cierto cuando dice que el secreto de la Teología está en la Antropología. Solo que la dirección que defendemos para ello es la contraria.
     Para terminar con el capítulo, defendemos que es necesaria una reorientación de las Humanidades. Desde su constitución, las Ciencias Humanas se han construido sobre el agnosticismo o el ateísmo práctico, que supone que Dios no es relevante para la ciencia. Al contrario, según venimos mostrando dichas ciencias deberían tener presente el hecho de que Dios es máximamente significativo para el ser humano, y que las ciencias que lo estudian no pueden obviar esta constatación. No obstante, ello no significa que se deba anular la existencia actual de ellas, pues existen verdades que no pueden ser negadas, aunque sí suponga una reorientación de estos saberes.
     Así, por ejemplo la Psicología Evolutiva deberá tener en cuenta las etapas de formación de la conciencia religiosa, y prestar especial atención a la formulación de una Ortología Antropológica de la psique, que dirija hacia la religión como excelencia de lo humano. Es decir, que la clínica de esta rama de la Psicología debería contar con la teleología del hombre hacia la plenitud de lo humano, sin que ello signifique la negación de objetividades como las que mostró la Psicología Genética (Piaget).
     De manera parecida se orientaría la Pedagogía. Aquí también se encontrará la aplicación de la Religión; por ejemplo en la medida en que su práctica proporciona estados mentales positivos que permiten emprender las tareas educativas y los aprendizajes.
CAPÍTULO I: CARACTERES NATURALES DEL HOMBRE
     En este orden de cosas, no negamos que se puedan estudiar características puramente naturales (no sobrenaturales) del hombre. Efectivamente, se puede, por ejemplo, resolver desde la pura naturalidad si tenemos conocimientos innatos. Con respecto a ello, están desde las teorías empiristas de la mente como tabula rasa, hasta la conocida afirmación orteguiana de que el hombre no tiene naturaleza sino que tiene historia, pasando por las teorías de la Antropología Cultural que entienden al ser humano como un ser que tiene cultura. Hay, pues, muchas concepciones que piensan que el ser humano no tiene constitución propia, sino que algo exterior forma su realidad  constitutiva. Nosotros no lo negamos radicalmente, pues la mayoría de nuestras posesiones son adquiridas; pero también creemos que tenemos una naturaleza determinada, lo cual significa que existen exterioridades que se ajustan mejor que otras a la constitución humana. Así, por ejemplo, son más apropiadas a la naturaleza humana las que religiones que las conjeturas ateas, pues aquellas dan sentido y mejoran al ser humano, mientras que estas, no. En conclusión, si la mente humana fuera una tabula rasa  no sería indiferente cualquier contenido, sino la mente está diseñada para unas determinadas creencias y no para otras. Y aunque el ser humano solamente tuviera historia, existen contenidos que el mismo transcurso de la historia ha depurado, y que se prueban como más eficaces que otros.
     Pero pueden añadirse otros datos a la discusión, tan importante en la Filosofía Moderna, entre empirismo e innatismo, que defienden respectivamente que todo conocimiento proviene de la experiencia, y que existen conocimientos innatos (así las ideas innatas de Descartes). Por nuestra parte, argumentamos que, aunque la experiencia juegue un papel muy importante en la puesta en pie del conocimiento, existen contenidos –filosóficos y naturales- que se prueban como innatos. Entre estos: la perseverancia en seguir en la vida o en el ser, el cuidado de la prole; que se manifiestan según modo y lugar. Entre los filosóficos están: el conocimiento de qué es la verdad,  y el conocimiento de los primeros principios, como el principio de no contradicción o el primer principio práctico. A este respecto, es evidente para la mente, y no necesita demostración que un predicado no puede ser a la vez verdadero y falso, bajo el mismo aspecto y al mismo tiempo (Aristóteles). De la misma manera, está impreso en nuestro conocimiento el primer principio práctico, que nos manda hacer el bien y evitar el mal (Tomás de Aquino). En cuanto a la idea de verdad la tenemos sin necesidad de aprenderla, pues todos sabemos que quien dice verdad, dice adecuación de la mente a la realidad; y que si intentamos otro concepto de verdad (por ejemplo el constructivista) caemos en contradicción.
     Por otra parte, es muy común la característica del hombre como ser social. La sociabilidad del ser humano parece estar arraigada en la Prehistoria del mono cazador (Ardrey) o del mono desnudo (Morris). Desde la entrada en la Historia la sociabilidad del ser humano se plasma también en la construcción del Estado. Pero sigue abarcando  la sociedad civil y  la familia, que quedan organizadas dentro del marco del estado. Con ello, en la sociedad se potencia la colaboración y la amistad; mientras que la familia permite la educación de la descendencia.
     Otra de las características del hombre es la de ser un ser sexuado. Con respecto a ello, desde posiciones naturalistas se pretende que hombre y mujer son como una tabula rasa en la que la cultura va poniendo diferencias, que no están en la misma naturaleza humana. Según esta manera de entender el tema, el sexo masculino y el femenino no guardarían diferencias de naturaleza. Pero la verdad es que ni somos tal tabula, ni la cultura es el único factor que nos hace distintos. Antes al contrario, hombre y mujer son naturalezas distintas ontológicamente, pues no es necesario otra cosa que acudir a la Medicina para comprobar lo que defendemos: Fisiológica  y anatómicamente somos dos sexos distintos. Principalmente, el sistema nervioso y el sistema hormonal no son los mismos en el hombre que en la mujer. Ello significa que al menos fisológicamente estamos predeterminados, preprogramados (Eibl-Eibesfeldt). Por tanto, la naturaleza es puesta por la cultura de manera diferente según el género. Todo ello no dejará de tener sus consecuencias, ni tampoco significa que la unidad moral y espiritual de la especie no sea tal. Obviamente, tampoco significa que cualquiera de los géneros sea una realidad perfecta, sino que tienen, como todo lo finito, defectos y virtudes.
     También, característica natural del ser humano es la de ser racional. En este sentido hay tanto una filosofía mundana como una académica. Pero el hombre no puede prescindir de la razón, de la filosofía, pues todos tienen creencias y preguntas sobre el origen, el porqué de las cosas y el destino, entre otras cosas.
     Como se sabe, la filosofía surgió en Occidente y en Oriente. Desde entonces todo saber que pretenda contradecir la razón está condenado al fracaso. Así por ejemplo, la religión politeísta griega, ante el empuje de la razón y la filosofía. No se nos malentienda. No queremos decir que las religiones sean esencialmente irracionales, sino solamente que lo son algunas, aunque las haya que tengan elementos irracionales que la crítica debe depurar sin que sea necesario entrar en su núcleo, el cual puede incluso servir de guía a la razón. Todo ello a pesar de que la labor crítica de la razón haya podido costar hasta la vida a algunos filósofos, verdaderos mártires (Sócrates, Bruno…).
      Pero la filosofía, la razón también han tenido sus marchas triunfales. Con respecto a ello, cabe atestiguar que los principios de  los sistemas filosóficos se implantan en la sociedad y dan lugar a los sistemas políticos y sociales, así como a determinadas relaciones con el mundo religioso. Así cabe citar la filosofía de Locke que inspiró la Ilustración (Montesquieu, Rousseau, Voltaire…), cuya crítica al Antiguo Régimen abrió paso a los estados y sociedades liberales, que surgieron en Europa después de la Revolución Francesa. Yendo a la actualidad, nuestras teorías democráticas se organizan filosóficamente por sistemas con estados con división de poderes, con soberanía popular, con una sanidad pública determinada por la filosofía que se profesa, con una determinada relación iglesia estado (estados confesionales, estado laicos…); y así sucesivamente. Ello, a su vez, significa que los tópicos que se manejan sobre la filosofía, defendiendo que esta no toca la realidad son completamente falsos porque todos los desarrollos teóricos tienen totales repercusiones prácticas, incluyendo aquí  las ramas que parecen más alejadas de la realidad como es el caso de la Teología Natural. En este último caso, no hay más que pensar que el ateísmo afecta a las personas humanas y al desarrollo de las Humanidades, con todas las implicaciones que  de ello devienen.
     Queremos salir al paso de una objeción que se presenta muy frecuentemente a la filosofía. El argumento es que los filósofos se contradicen, lo que constituye una crítica a que la disciplina aporte conocimiento verdadero. En nuestra opinión, el esfuerzo de los filósofos no es en vano, pues hay que suponer que la ciencia está destinada a encontrar la verdad en el proceso histórico. Además, la filosofía verdadera va dejando el poso de lo que racionalmente puede defenderse y de lo que no.
     No obstante, cabe hablar de diferentes orientaciones o perspectivas naturalistas de la Antropología Filosófica y de la crítica de las mismas, pues yerran al no encontrar  los caracteres definitorios de lo humano. Así, todo naturalismo como orientación que pretende de distintos modos que el hombre es un ser estrictamente natural, olvidando su relación con Dios y su vocación sobrenatural; o poniéndolas en un segundo plano no esencial. Este naturalismo aunque pretenda ser científico, es filosófico, pues según hemos visto un conocimiento cabal del ser humano no puede pretenderse sino es desde la filosofía (también en cuanto se entiende como fundamental para la comprensión de lo humano su relación con Dios, su teleología teológica).
     Por ello, el naturalismo se presenta como reduccionismo que puede tener muchas dimensiones. Así el reduccionismo que presume que lo fundamental del hombre es el lenguaje, como lenguaje de segunda articulación; el que pretende que es un animal político; o que es esencialmente un animal social; o que es homo ludens ; o mono desnudo; ser cultural; homo oeconomicus; homo sapiens, etc. Reconocemos en nuestra crítica todas estas características como características del ser humano, a las que hay que tener en cuenta para tratar el tema, pero pensamos que ninguna de ellas da en el centro, pues según veremos  Dios como Ser Perfecto, como Absoluto no puede sino ser lo más importante para la definición de Hombre.
     CAPÍTULO II: HOMBRE Y RELIGIÓN
          En este segundo capítulo vamos a exponer la relación de algunos rasgos humanos con la religión, y veremos  que esta permite una transformación y una nueva comprensión de aquellos.
     Comenzamos constatando que ni siquiera muchas especies animales nacen sabiendo todo lo que su naturaleza debe aprender. De igual manera, tampoco el ser humano nace acabado. Por el contrario, el ser humano, nace abierto a realidades que le harán auténticamente hombre. Para nosotros, ello quiere decir que el ser humano está teleológicamente orientado, encontrando su fin, su telos en la religión. En este sentido, no es suficiente la creencia, sino que se necesita la religación con Dios. Con respecto a ello, existen varios cursos, distintas dinámicas que confluyen unitariamente alcanzando la religión, y que demuestran lo que decimos.
     Ello no es así en el tratamiento de las realidades humanas, del hombre que dan  la Prehistoria y la Antropología Física. Según la investigación de los prehistoriadotes y según la Antropología Física cabe mostrar algunas de las características físicas o psicológicas como definitorias de lo que es el hombre. Los estudiosos de la Prehistoria señalan que el hombre es un animal reflexivo que fabrica instrumentos o herramientas. O desde la Antropología Física se defiende que somos el animal que camina erguido, o que tiene el índice de cerebración más grande de todo el reino animal. Ello le permite tener la gama de conocimientos aprendidos mayor de todos los animales.
     Parece que no se puede negar que estas sean características humanas, aunque el andar erguido corresponde al género homo desde el homo habilis, que tenía una capacidad craneana de unos 500 centímetros cúbico frete a los 1500 de nuestra especie (homo sapiens sapiens). No obstante lo que sí se puede objetar es que estos caracteres sean esenciales o definitorios de lo humano. En primer lugar, porque no tienen en cuenta el desarrollo histórico (muchas de ellas aparecen en el Paleolítico Inferior). En segundo lugar, porque son puramente inmanentistas. Esto último significa que hacen lo que no se puede, pues no se debe ignorar la apertura transcendental del hombre a la religión, que es mucho más reciente en el desarrollo histórico. Como veremos, la religión no es una característica humana al lado de otras, sino que hace caer bajo su influencia todo lo que somos, fundiéndolo todo y cambiando el signo de lo que somos.
      En otro orden de cosas, es indudable que el ser humano es un animal político, pues vive en el estado. En nuestra sociedades la conciencia política colectiva se forma por los medios de comunicación. Pero los medios están formados filosóficamente; ocurriendo además que solamente conocen unas pocas filosofías, siendo las mismas mayormente políticas. Debido a esta falta de formación filosófica, ocurre que las opiniones que se forman son deficientes; y muchas veces, como no conocen la filosofía, están alejadas de la prudencia. De otro lado, como la opinión pública tampoco está formada en filosofía es natural que no se vean alternativas posibles al modelo actual, de modo que se repite continuamente la filosofía del sistema. Así parece que el pensamiento político oficial – que todos comparten esencialmente- es el único posible. Seguimos, entonces, con las ideologías de los siglos pasados. Esto quiere decir que estamos muy lejos de la consideración en que Platón tenía a la filosofía que le llevó  a proponer el gobierno del Filósofo en la medida en que el es el que mejor conoce las Ideas filosóficas; en especial la Idea de Bien, que es la más importante de todas.
      Por ello, permítansenos unas consideraciones en cuanto a la Política, que tienen en cuenta una filosofía distinta a la usual. Entrando en materia, pensamos  lo que el bien común es superior al bien individual, que le queda supeditado. Por ello, decir bien inmanente equivale a decir bien del estado, bien de la polis. Por otra parte, ocurre que, según el desarrollo que alcanzó la política a raíz de la Revolución Francesa, la virtud política por excelencia debe ser la caridad  o misericordia políticas, tomadas en un sentido ideológico. Ello quiere decir que el mejor modo de garantizar la paz civil e internacional, al tiempo que se elimina la contradicción de  que seres con una única razón no pueda llegar a acuerdos, es la práctica de esta virtud de la misericordia.
     La virtud dicha se opone a toda voluntad dogmática, que intenta imponer sus maneras y modos al oponente político. Es decir, que pasa por la comprensión de sus razones y la autocrítica de las propias para permitir un proceso que desbloquee el desacuerdo, y la consecución del asenso como razón política universal. Ello significa que la razón política autónoma puede llegar a apercibirse de lo más conveniente en cuanto al régimen adecuado, en cuanto a los bienes que ha de perseguir el estado y en cuanto a las virtudes principales para el mundo político, tanto nacional como internacionalmente.
     Pero la  creencia en Dios y la religión añaden algo bueno, cual es la posibilidad de un acceso más fácil a la ley moral y política. En efecto, cumplimos mejor con la virtud de la misericordia si tenemos una religión adecuada, pues el sentirnos amados profunda e incondicionalmente por la Realidad Infinita nos hace mejores y aptos para el amor, la caridad y la misericordia. Obviamente, ello lleva consigo que estamos llamados al Amor de Dios si queremos mejorar nuestra vida política.
     No obstante, no solo compete al hombre, como ser político, la presencia de Dios en la actualidad, sino que en el futuro (más o menos lejano) Dios va  a ser el Soberano. Puesto que la Tierra es de Dios por creación; puesto que Él es el Ser Absoluto; la Perfección Absoluta  está destinada a ser la Reina de la política. Por tanto, es de esperar que se instaure el régimen que, respetando la libertad humana, tenga a Dios como Supremo. Ello, obviamente, ocurrirá en el Reino de Dios y significará el gobierno del Absoluto en la Tierra, llamado a superar en bien a, y a servir de crítica a cualquier otro régimen. Así, Dios es la culminación de la vida política y marca su perfección.
     También somos realidad histórica. Igualemente en el proceso histórico existe una teleología, cuyo fin es el Reino de Dios. En la medida en que la historia –al igual que toda realidad- exige racionalización; en le medida en que el hombre total aspira a la vida eterna, la racionalización se realiza siguiendo en un sentido que va hacia el Reino, y en un final que es el mismo. Él es la consumación de la historia porque inaugura lo mejor, supone la realización de los deseos de vida eterna y es la manifestación de una humanidad resucitada y redimida que contempla la Perfección, que vive en la Perfección. En conclusión, hay un telos histórico que es Dios, Las cosas nacen de Dios y vuelven a Él, pues es alfa y omega.
     Por otro lado, es conocido por la Historia que la Humanidad alcanza el monoteísmo tardíamente, de modo que es relativamente reciente el conocimiento de Dios como Amor (Juan). De ahí que la teleología de la esencia humana alcance sus objetivos  muy recientemente en el desarrollo del proceso evolutivo de la religión. Pero del hecho de que el Absoluto colme la esencia humana se concluye que todos los hombres y culturas estén llamados a encontrarse con Dios y a entenderlo como Amor; aunque  solo algunas han alcanzado el objetivo. Pero los creyentes en la caridad de Dios, en la medida en que el amor es difusivo, llevan consigo la misión de difundir la religión en todos, no como estructura de dominio sino como liberación.
     Por otra parte, puede afirmarse que los seres humanos regulan sus relaciones según Dios lo establece en Su Revelación. Del núcleo de la Revelación surge la organización social. Es Dios el que determina la organización de la vida de los pueblos. De este modo, por ejemplo, el judaísmo se organiza, como atestigua la Torá o el Antiguo Testamento, a partir de la Revelación monoteísta de Yavé. De la misma manera el cristianismo da lugar a una civilización a partir de la Revelación de Jesús. Igualmente, el Dios Compasivo y Misericordioso del Islam produce la civilización musulmana por la Revelación de Alá, por ejemplo en  el califato organizado como teocracia en el primer Islam. De la misma manera, a partir de la configuración determinada del Absoluto como Nirvana el budismo forma las sociedades del Lejano Oriente (en el hinayana especialmente, con el monacato como institución prevalente). Y así sucesivamente, para otras sociedades y religiones.
     Por su parte, el núcleo configurador de la relación de los hombres con Dios tiene su evolución histórica, que da lugar a distintos paradigmas, que marcan importante diferencias en los nuevos estados históricos, que se inauguran a partir de la Revelación inicial. Así lo muestra Küng, por ejemplo, en su obra sobre el Islam. En ella estudia la sucesión de paradigmas en esta religión, cada uno de los cuales manifiesta un nuevo matiz de la relación de los musulmanes con Alá.
     En conclusión, defendemos un cambio de perspectiva en la comprensión de la Historia, que ha olvidado a Dios, cuando, en realidad, la relación de Él con el hombre es la más importante. Por eso, esta relación debe ser el núcleo sobre el que se configura el devenir histórico y nuestro modo de comprenderlo. Es decir, que lo esencial del devenir humano es Historia Sagrada. Lógicamente, ello conlleva la reordenación de los acontecimientos y la construcción de un nuevo orden de explicación, que es de Dios a las criaturas y no a la inversa. Por esto, los materialismos, que intentan reducir la religión y la historia a lo material, no son escuelas verdaderas, pues su núcleo teórico está invertido con respecto al correcto.
     Por consiguiente, no es posible una ciencia histórica que prescinda de la filosofía (así por ejemplo el positivismo) pues la misma elección de los datos y su ordenación exige un orden de generador a generado que depende claramente de la Filosofía que se maneje. También la ciencia de la Historia depende de la Metafísica y, en este caso más concretamente, de la Teología Natural. Ello es natural, pues si Dios es omnipotente Él es el Señor de la Historia; y siendo tal, la Revelación se da cuando Él quiere y como quiere.
     En fin, la Providencia como razón, sentido y cuidado amoroso de Dios por la Historia del ser humano aparece en la ciencia de la Historia en tanto que  racionalidad y teleología en la que el conjunto de la Historia se manifiesta como Historia de Salvación. Queda así refutado todo inmanentismo en el que se supone que la Historia se desarrolla sin sentido de verticalidad, como horizontalidad de unos hechos y un devenir en el que se ha eliminado el Absoluto.
     En otro orden de realidades- ahora no nos referimos a los destinos históricos colectivos, sino al ser humano individual- todos conocemos por propia experiencia y científicamente por la Etología que la vida desea prolongarse, y que toda ella aborrece la muerte (salvo casos no representativos). Nosotros tampoco  podemos ser de otra manera como seres vivos que somos. Deseamos permanecer en la vida para siempre, queremos vida eterna aunque sepamos que algún día feneceremos, pues somos el animal que sabe que tiene que morir. Y en la medida en que esta vida eterna aparece como condición de la racionalización parcial de lo real, hay que postularla. Además con ello hay que creer que existe un ser capaz de proporcionárnosla. Por tanto, con ello surge la esperanza y la afirmación de Dios. Así es, porque la dinámica vital del ser humano también tiene como fin a Dios: La creencia en Dios hace que se forme la esperanza, virtud teologal con la que calmamos el temor a la aniquilación, el fuerte deseo de permanencia y el anhelo de superación de la muerte. De esta manera, en la medida en que el Absoluto es el autor de la vida a Él estamos orientados en la confianza y en la amistad que proporciona el agradecimiento, pues la muerte no tiene la última palabra, no es lo último de nuestra vida. Aquí, también garantiza la religión la felicidad humana pues el en la escatología donde se alcanzará plenamente la dicha. Dios, al garantizar el cumplimiento al deseo, derrama felicidad en la mente y con ello cumple con una de nuestras más fuertes necesidades espirituales.
     De lo anterior se deduce, como corolario, que la misma economía está orientada a Dios. Desde que Él aporta felicidad podemos decir que aumenta la utilidad. Así pues, también la religión aparece con implicaciones económicas, pues todos buscamos la mayor felicidad posible: No solo hay bienes tangibles, sino que también los hay intangibles, siendo la religión uno de ellos. Además, se da el hecho de que la familia, la sociedad civil y el estado ganan en armonía con la religión, debido a que por la presencia de Dios cabe esperar una vida social con menor conflictividad, con lo que el marco moral de la economía sale ganando.
     Con respecto a estos temas, es conveniente darse cuenta de que en la sociedad occidental existen muchas personas que dicen que, aunque no creen, les gustaría creer. En nuestra opinión, ello es una prueba de la existencia de Dios y de la realidad de la vida sobrenatural, pues tal como hemos manifestado sería irracional que existiese la querencia por una vida sobrenatural y por la contemplación de la perfección, y que, sin embargo, ello no se diese. Aquí se puede levantar la objeción de que realmente no queremos vivir para siempre. Pero, en el momento en que se dice que la vida eterna que se propone es una vida feliz la objeción pierde  toda consistencia, pues la aspiración a la vida y a la felicidad está hasta en nuestras células. Efectivamente el deseo de pervivir está en todas las especies,  y lógicamente también en el homo sapiens sapiens, tal como lo atestiguan la Prehistoria y la Antropología Cultural.
     Pero como es obvio que la parte física desaparece con la muerte, se hace necesario reconocer que existe en nosotros algo que no muere. Ello equivale a creer en la inmortalidad de la parte que no muere y en la que se conserva la conciencia, esto es, el alma. Como es evidente que dicha alma no puede ser la parte vegetativa y la parte corporal, el alma que permanece es el alma psicológica y espiritual.
     Por otro lado, también se puede argüir con respecto a este tema con la creencia en Dios. En efecto, Dios no puede haber hecho un ser que desee la vida, y que sin embargo tenga un final temporal. De otra manera, no sería omnipotente y bueno. Ello significa que somos inmortales.
     No obstante, el alma no es la única forma de pervivencia más allá del fin temporal. En efecto, la inmortalidad del alma no colma plenamente las aspiraciones porque somos alma y cuerpo. Ello implica que es preciso que también sobreviva nuestro cuerpo. Por tanto, dado que deseamos la inmortalidad completa (de cuerpo y alma) la inmortalidad del alma ha de ser un estado de transición hacia la vida eterna plena, que es la del cuerpo y alma. Ello equivale a postular la Resurrección. Y para que ello sea posible hay, de nuevo, que acudir a un ser con la suficiente capacidad para realizar tal milagro; es decir a Dios, que del mismo modo que creó el mundo ha de tener la suficiente potencia para redimirlo con la creación de un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra. En conclusión: Nada más opuesto a la razón que la manifestación de  que nuestro destino es la aniquilación absoluta, pues la vida no puede extinguirse. (Sería incluso más creíble el Eterno Retorno, pues en él la vida tiene momentos de brillo en el transcurso del tiempo.)
     Por otra parte, igualmente en el campo moral puede asegurarse que estamos ordenados a Dios. Así, el ser humano busca la felicidad. Pero sin buena conciencia aquella es imposible. Dios nos ayuda a mejorar nuestra conciencia ya que Su Gracia nos impulsa a menos pecar. Y en la medida en que el amor es difusivo Dios nos ayuda a ser mejores. Ello implica que, al mejorar nuestro estado de conciencia, estamos en condiciones de conseguir una mayor felicidad. Aquí también se inclina el gradiente que nos lleva a la creencia y a la religión.
     Aún con todo, no es solo la vida psicológica y espiritual la que resulta mejorada con la religión, sino que la misma vida fisiológica sale ganando salud. Este hecho se debe a que una psicología  positiva y la espiritualidad ayudan a una mejor salud. Ello no deja de ser fácilmente comprensible porque si tenemos una mejor psicología y espiritualidad, felices ello repercute en el cuerpo obviamente. Efectivamente, es sabido que el bienestar del sistema nervioso, de los sentimientos y de las emociones influye en el bienestar general. Concluyendo, el mismo cuerpo humano experimenta la atracción del Absoluto, pidiendo al alma la creencia para mejor estar, para un mejor funcionamiento.
     En este sentido, la autoayuda y las terapias psicológicas defienden el principio de que es bueno conseguir una mente sana porque ello repercute beneficiosamente sobre el organismo. El principio es verdadero pues somos seres que tenemos una mente y un cuerpo, que interactúan. Pero ni la autoayuda ni la terapia psicológica dan plenamente  con el tema porque descartan la religión. Efectivamente, el ser humano alcanza el estado óptimo por medio de la experiencia religiosa, por medio de la relación con Dios. Ello es así porque en la medida en que sentimos y nos relacionamos  con un Ser Perfectísimo que nos ama y nos salva mejora grandemente nuestro psiquismo. Como consecuencia, nuestra salud corporal.
     Esto es así hasta tal punto que el mejor modelo de autoayuda y de ayuda a la medicina somática en la curación de la enfermedad no está sino en el ser humano que acepta que el Amor de Dios es el mayor bien. En este sentido, por ejemplo la liturgia en cuanto que sacramento y expresión sensorial de la Bondad y la Belleza de Dios es extremadamente importante para el logro de bienes espirituales y psicológicos y, por tanto, para una mejor salud. Por lo espiritual se va a lo psíquico y por ambos a la fisiología. Estamos pues en lo contrario a pensar la religión como alienación, pues pensamos que la religión es medicina también (el opio se usaba como medicina, si recordamos la famosa sentencia de Marx, que veía la religión como opio del pueblo).
     La característica del hombre como ser   racional,   también admite un desarrollo teológico. La razón también está orientada según un fin en cuanto que la satisfacción de las facultades cognitivas se encuentra en Dios. Mediante Él se puede totalizar racionalmente el todo de lo real como va demostrando la Filosofía Perenne en su desarrollo histórico. De ello se deduce que el ser humano individual encuentra su fin racional en la relación con Dios.
     Pero la racionalidad se organiza históricamente en distintos niveles, entre los que están la ciencia y la filosofía como principales. De los dos, el saber de la filosofía se ha probado como el principal en la medida en que la construcción de las ciencias depende de presupuestos filosóficos. Por otra parte, como la Metafísica y la Teología Natural son las reinas del saber filosófico; y Dios ofrece la mayor racionalidad de que somos capaces, es lógico que el fin de la razón humana sea Dios. Ello quiere decir que el hombre está racionalmente orientado al Absoluto.
     También es reconocido en la filosofía desde la Antigüedad que el hombre es un ser racional, afirmando la Escolástica la razón como una característica esencial. Pero nos parece conveniente matizar reconociendo que tenemos una razón limitada. Hemos planteado desde Razón y Realidad  que la existencia del mal en la realidad natural es una irracionalidad por sí, de manera que somos incapaces de llegar a una racionalización total. Por el contrario, tenemos que reconocer la limitación de nuestra razón y postular – puesto que no se puede si no afirmar que la realidad es racional-  la existencia de Dios como Inteligencia que desborda la racionalidad humana con Su racionalidad (mis caminos no son vuestros caminos). Ello no significa que niegue nuestra razón sino  solamente que llega a desbordarla, pues existen niveles o verdades en los que el ser humano puede situarse en una solución transcendental, es decir, en posiciones absolutamente ciertas, innegables (tal es el caso por ejemplo de la verdad del principio de no contradicción).
     De otro lado, somos también racionales en cuanto que somos capaces de conocer la verdad. Esta se manifiesta como adecuación de la mente a la realidad. Sin embargo, en cuanto que la verdad es lo que se ha dicho, también depende de Dios y de su Inteligencia porque hay que creer en la Idea de Verdad, tal como ella es, se encuentra en Dios. Así que en este aspecto Dios es fin del hombre, puesto que da razón cabal de uno de los componentes de la razón humana, cual es la Idea de Verdad.
     Sin embargo, no solamente estamos individualmente orientados a Dios sino también socialmente, colectivamente. Cuando decimos que el fin de la Historia es el Reino, hablamos también del ser humano como realidad social y colectiva. E igualmente, en la medida en que eso ocurre alcanza relevancia la Idea de Iglesia. El hombre, como ser social que es, y teniendo en cuenta que el amor es difusivo, no busca no busca una experiencia religiosa en solitario, sino que la fe quiere vivirla comunitariamente. Como ocurre que al mismo tiempo desea santificar su vida, necesita la vida litúrgica, que le permite comunicarse comunitariamente con Dios y la santificación de los diversos momentos y circunstancias de la vida. Igualmente buscamos la perfección en la vida natural y traer a la conciencia lo que nos hace felices –ahora en la medida en que ello es posible; y completamente  en la  vida eterna- De otra manera, el ser humano también quiere hacer partícipes a sus semejantes del Amor de Dios, por lo que intente difundir el mensaje en la comunidad eclesial y por medio de ella, pues con ella se facilita la apostolicidad a que nos estamos refiriendo
      Todas estas aspiraciones solo se pueden cumplir en el marco de la Iglesia.  Por ello el hombre, a fuer de religioso es eclesial, porque con la Iglesia se encuentra  la mejor vida que podemos tener, incluyendo nuestros deseos de felicidad. Como consecuencia,  por la misma naturaleza que está predispuesta para recibir a Dios, también lo está para la consecuencia natural de ello que es la de ser iglesia, para ser parte de la misma, lo que proporciona una vida espiritual completa en la que se dan los bienes sobrenaturales abundantemente. Así pues, el hombre está llamado a hacer iglesia en la medida que es u ser social orientado hacia Dios. Con la Iglesia la  orientación individual al Ser Supremo se complemente con la institución social divina, también imantada por Dios.
     De otra parte, el estado es un producto de la sociabilidad humana. Como institución colectiva también tiene fines religiosos, puesto que si quiere buscar el bien común debe incorporar en esta búsqueda la religión. Así es, porque  el bien de los ciudadanos lo pide en la medida en que la creencia y la práctica de la religión promueven el bienestar y la felicidad de los hombres. Sin religión, los fines del estado no se cumplen completamente.
     Sin embargo, Dios no es solo el telos perfectivo de la naturaleza humana en un sentido positivo, sino también en uno negativo, en cuanto que impide que hagamos el mal que moralmente no queremos. En el momento en que el Amor de Dios entra en nuestros corazones, nuestra naturaleza queda mejorada porque somos menos capaces de hacer el mal, y más nos orientamos hacia el bien. En efecto, como ya hemos señalado, el amor es difusivo y el de Dios, más. Dicho en otras palabras: Queremos la Gracia y la necesitamos.
     Por tanto, el hecho de que el hombre tome conciencia en la Historia de Dios  por medio de la Revelación marca la reorganización de las estructuras antropológicas. Y ello como decimos es el caso de la Moral. La conciencia moral es anterior a la aparición del Dios monoteísta. Pero la irrupción de la Revelación en la Historia cambia el signo de la vida ética debido a que el Absoluto se manifiesta también como Voluntad Santa, que quiere y manda la ley y el bien. Es entonces natural que ello lleve consigo una nueva conciencia moral que se subsume, aún permaneciendo autónoma, en la religión. En efecto, desde que existe un mandamiento divino la falta moral no es solamente eso sino que es también pecado, en cuanto ofensa o desobediencia a la Voluntad Santa. Por ello, la conciencia del pecado constituye un gran progreso para la Humanidad, pues refuerza el mandamiento moral: Hace que seamos más capaces de bien, pues aumenta la solidaridad y la fraternidad entre los seres humanos. Primero en el seno del pueblo escogido; y después para la Humanidad entera, con el surgimiento del cristianismo como Religión Universal de Salvación.
     En conclusión, la Revelación de Dios supone una enorme ampliación de la riqueza moral de la Humanidad. La conciencia de pecado supone un gran logro que nos impulsa a ser mejores moral y  religiosamente. Por ello, se ve la conveniencia de no perder esta conciencia, pues ello sería un paso atrás en la capacidad de bien de una especie que también se constituye con la conciencia religiosa.  
     En otro orden de cosas, ya hemos expuesto en otros ensayos las conexiones entre la Moral, la Religión y la Metafísica. En ellos hemos defendido que Dios y los consuelos de la vida religiosa influyen en el campo de la moral en dos conceptos: Por una parte, la religión nos hace moralmente mejores; y por otra, nos hace más felices. Nos hace más buenos porque la relación con Dios impulsa la ley moral como mandato suyo, lo cual la refuerza, y hace  que estemos más cerca de la santidad, más cerca del cumplimiento de la ley (aunque santo solamente sea Dios). Nos hace más felices porque pensamos que tenemos un futuro absoluto de inmortalidad y bien; lo cual también tiene como consecuencia el hacernos mejores.
     Todo lo dicho no significa que el ser humano sea un ser amoral sin la religión, pues como enseña Santo Tomás de Aquino, por ejemplo, nos es innato  el conocimiento del primer de la ley natural (“haz el bien y evita el mal”); o también como enseña Kant la razón práctica conoce el imperativo categórico, que se expresa como regla de toda la moralidad. Y ello, aunque Kierkegaard, haga que nos preguntemos si Dios puede querer algo malo, cuando escribe sobre el sacrificio de Isaac; y aunque toda la Teodicea se construya sobre el problema de la justificación de Dios ante el misterio del mal (Leibniz, Voltaire, Maritain…) Concluyendo sobre el problema, la respuesta es clara: Dios no puede querer el mal, ni quiere mandarlo porque entre todas sus perfecciones como Absoluto está la Bondad. Ello implica que -también porque Dios es Misterio- si pensamos que Él es causa del mal, si no proclamamos la absoluta inocencia de Dios ante el mal (Maritain) tenemos una visión equivocada de Él; también, entre otras cosas, porque el mal aparece como consecuencia de la finitud de la criatura, y siempre subordinado al logro de un bien superior.
     Terminando sobre las relaciones entre Moral y Religión, se impone la conclusión que aunque el ser humano conozca naturalmente las normas de la vida moral, sin embargo, la vida moral queda incorporada, transformada y mejorada desde el momento en que aparece Dios, y el ser humano establece una relación religiosa con Él. Ello asimismo supone la superación práctica de los problemas que plantea la Teodicea
     Si tratamos con otro de los transcendentales –el pulchrum- constatamos que, además del bien,  deseamos la belleza, entre otras cosas, porque su brillo nos pacifica y nos conforta. En el campo de la Estética, reconociendo a Dios como Absoluto hemos de conceder que Su Belleza es la mayor y la más cautivadora. Como la belleza se expresa con Dios, también en esta transcendental nos encontramos forzados por la dinámica de las cosas a buscar a Dios y encontrarnos en Él. En este caso, en el campo de lo bello. 
     Con respecto a ello, puede parecer que el Arte - como captación de la belleza que es- ha tenido una evolución autónoma. Con ella, el brillo que la forma crea sobre la materia perduraría en la larga Historia del Arte, sin que quepa hablar de cambios significativos. Ello no es así, porque la Revelación de Dios en la Historia provoca nuevas manifestaciones en el mundo artístico. Ello es de este modo porque el brillo del Arte incorpora el simbolismo de la Perfección de Dios, y entonces el brillo se convierte en Resplandor. Entonces, ya no es cualquier realidad la que expresa el arte, sino que el mismo pasa a comunicar la presencia de Dios a través de la materia. De esta manera, la presencia de la Revelación en la Historia introduce una cisura en la misma historia del arte, de modo que no tiene el mismo significado las pinturas de Lascaux que la catedral de Oviedo, pues ésta se encuentra dedicada a Dios. Por tanto, el arte que proviene de la Revelación no solamente guarda diferencias formales con otras manifestaciones artísticas, sino que incorpora el Resplandor de Dios. Por ello, su significación simbólica es distinta completamente. En este sentido, el arte agnóstico, indiferente o ateo de nuestra época ha perdido el Resplandor que la religión comunica a las cosas, por lo que es claramente inferior al arte religioso, en cuanto que se pierde el  valor simbólico que el Absoluto presta al Arte. Ello implica que, en nuestros días, se hace más necesaria que nunca para el hombre del siglo XXI una vuelta del Arte a la Religión, pues también en el Arte el ser humano tiene al Absoluto como fin perfectivo.
     En conclusión, se ha podido mostrar que el ser humano tiene a Dios como fin, que lo constituye, completa y optimiza en sus diferentes facetas Hemos mostrado los caracteres esenciales del ser humano; y hemos visto que todas ellas apuntan a Dios. Ello mismo, por su parte, forma un buen argumento a favor de la existencia de Dios, en cuanto que la misma constitución humana así lo parece pedir. Efectivamente, sería absurdo que existiera un ser que tiene la potencia obediencial, es decir, que fluye en su menesterosidad hacia la necesidad de estar religado a Dios; y que, sin embargo, el Absoluto no existiera. Así pues, los distintos caminos que el ser humano dirigen a Dios, implican que cada uno es una prueba a favor de la existencia de Él; y por ello el conjunto de los mismos también lo es.
CAPÍTULO III: HUMANIDADES Y RELIGIÓN
     Entrando en la Pedagogía, vamos a tratar el tema de la Religión en la enseñanza, en la escuela, que es un tema central del discurso contemporáneo. Ocurre que, hoy en día, las corrientes de ideología agnóstica o atea, principalmente, tienen la voluntad de sacar la religión de la enseñanza. Pero con  ello  se está lejos de beneficiar  al discente, pues la presencia de una enseñanza a la que está llamado por naturaleza es buena para él. Efectivamente, Dios y la religión son la columna de lo que debe ser la personalidad sana porque atemperan, consuelan, fortalecen y unifican.
     Como consecuencia, la ciencia que busca la excelencia del ser humano mediante la educación debe encontrar su sentido en la construcción de la transcendencia en su ámbito. Ello incluye la conveniencia de buscar los modos y formas, las vías y los argumentos para introducir el objetivo porque, según venimos exponiendo, la religión no solo no es alienante, como pensaba una minoría en el siglo XIX, sino que nos hace plenamente humanos en la medida en que nuestra teleología interna nos conduce a ella. Ello se debe a que en ella encontramos la optimización de lo humano.
     Por ello dejar a la escuela sin  religión es olvidar que la relación esencial del ser humano es aquella a la que está sobrenaturalmente llamado, la que le hace el mayor bien. Esta es la relación con Dios, que se manifiesta como religión. Según ello, el bien del discente pasa por la religión en tanto que ello no es algo subjetivo, que dependa del querer del individuo; en tanto que ello no es un asunto que dependa exclusivamente de la subjetividad de la conciencia. No deja de sorprender que no se vea que ello es una clara violación de la libertad de conciencia porque se puede efectivamente querer la enseñanza religiosa no solamente en el sentido de que haya una asignatura de religión, sino en aquel que pide la impregnación de todo el currículo por Dios.
     De esta manera se podría constatar la utilidad de la religión (Stuart Mill). La religión es útil, es beneficiosa, es económica en la construcción de una personalidad ilustrada y sana. Contrariamente a estas consideraciones la enseñanza en Europa –aunque todavía haya estados confesionales- se parece mucho al modelo laicista porque el núcleo teológico ha sido eliminado de las Ciencias, particularmente de las Humanidades. Parece increíble que una minoría (el agnosticismo y el ateísmo) haya impuesto sus criterios sobre la mayoría creyente.   
     Tocamos ahora la ciencia de la Psicología. Ésta es el estudio de la mente humana. Así es etimológicamente y así se ha probado ser en su desarrollo histórico desde que nace en la segunda mitad del siglo XIX (Wundt). No obstante, si no se comprende la dinámica  y las necesidades mentales no es posible establecer un objeto adecuado de la ciencia. Pero la mente está orientada, según vamos viendo, hacia la religión, es decir, tiene esa intencionalidad. Así, por ejemplo, si hay una descripción de las etapas del desarrollo mental –como es el caso de la Psicología Evolutiva-  se debe estudiar la intencionalidad religiosa de la mente humana, de modo que si falta en el desarrollo el aspecto religioso puede decirse que aquel está inacabado. De la misma manera ocurre con el aspecto social, cuando el ser humano no tiene un tiempo para la liturgia.
     Si hablamos de Psicopatología, estamos completamente en desacuerdo, con aquellas prácticas clínicas del Psicoanálisis que, basadas en Freud, llegaron a intentar erradicar de la vida mental la religión porque la consideraban una alienante ilusión infantil. Por el contrario, pensamos que la Psicoterapia debe tener en cuenta el poder terapéutico de la religión. En este sentido, puede dejar paso a la tradicional cura de almas, que aporta tranquilidad de ánimo, serenidad, alegría y consuelo. Valga el ejemplo que sigue: Ante la muerte de un ser querido, parecen más eficaces los tradicionales motivos de consuelo de la religión, que hablan de vida eterna, y tienen ceremonias adecuadas para el tránsito. Además tienen la ventaja de estar probados por la tradición milenaria de la Humanidad. Desde luego, hay una cura atea, pero nos parece claramente inferior.
     También Dios es importante para la construcción de la Antropología Cultural. Esta nace como ciencia en el siglo XIX. En aquella autoconcepción que tenía la Antropología Cultural de sí misma ella estudiaría al hombre en su totalidad y en sus diferentes culturas. Este estudio se hizo en primer lugar desde el evolucionismo (Tylor, Morgan…), que distinguía distintos estadios en la evolución del género humano (por ejemplo: salvajismo, barbarie y civilización). Después la ciencia se desarrollaría desde el relativismo cultural (Boas, Benedict…), el cual considera que todas las culturas tienen el mismo valor esencial.
     Nosotros no creemos que todas las culturas sean equivalentes sino que defendemos que unas son superiores a otras, por lo que estaríamos más cerca del evolucionismo que del relativismo. Pero situamos el núcleo de la definición de una civilización en la relación que esta tiene con el Absoluto, al igual que hicimos con la Historia. En efecto, según hemos visto, el ser humano encuentra su perfección social e individual cuando desarrolla religión con Dios. Por ello, se puede considerar que existe una cisura en la Historia de la Humanidad en cuanto que la aparición del Dios monoteísta con Abraham marca la verdadera realización del género humano, y la compleción que hace pleno al hombre.
     Ello significa que los pueblos con los que se encontraron los europeos en su expansión planetaria no habían alcanzado la plenitud de lo humano. Ello apunta al deber de los creyentes – siguiendo el principio de la misericordia-   de llevar a estos pueblos el monoteísmo para que alcancen la mejora que pueden lograr. De ahí, la misión.
     Pero también de nuestra comprensión se deduce  que la Idea de Cultura es contradictoria si se concibe que la   cultura  solamente es lo que se transmite de generación en generación por la vía del aprendizaje (Tylor). Ello es así porque esta concepción solamente puede aplicarse al campo de los pueblos politeístas y animistas, porque mantienen religiones que no son verdaderas, que, como mucho, sirven de propedéutica a la religión verdadera. Pero la Religión del Dios Amor, no puede ser conceptuada solamente como cultura porque es transcendente y revelada, por lo que no puede caer en el terreno de las creaciones humanas. Es una creación divina que se transmite al ser humano.
     De ello se deriva que las culturas no teístas son el objeto de la Antropología Cultural, pues el teísmo no tiene cabida en el concepto de cultura porque lo desborda, sin que ello implique que no pueda tener desarrollos culturales. De este modo, para el estudio de las humanidades teístas parece más conveniente el campo de la Teología Natural o de la Antropología Teológica.
     Obviamente, las escuelas materialistas (Harris, Engels…) también yerran cuando analizan la civilización teísta. Lo hacen de raíz porque el núcleo de la definición de lo humano se encuentra en una realidad material (la alimentación, la economía…). También yerran otras posiciones filosóficas que sostienen que las otras culturas son superiores. En ellas está presente el mito del Buen Salvaje (Rousseau, Lévi-Strauss), que obviamente no tiene una comprensión adecuada de la esencia humana.
     Igualmente, desde esta comprensión puede entenderse el ateísmo como una recaída en el hombre cultural. Por ejemplo, cuando pretende construir un mundo perfecto distinto del Reino, sin contar con Dios o negándolo. Ello no significa que el hombre teísta tenga otras instituciones solamente, sino que las instituciones ancestrales quedan metamorfoseadas a la luz de la nueva religión
     Por otro lado, que en la religión encuentra el ser humano su definición esencial se prueba porque el Absoluto es desde la dimensión ontológica lo superior, por lo que la relación con Dios, el aspecto transcendente es la dimensión más importante de ese ser que llamamos hombre. Por ello, no puede existir una característica del mismo  más resolutoria que la de estar religado al Absoluto. Ello significa que siempre está abierto a la Revelación de la divinidad, que se va introduciendo en el devenir de la historia, y que más allá del Absoluto no se puede ir. Por consiguiente, en este aspecto, la revelación queda cerrada y el Hombre, en sus determinaciones fundamentales, acabado.
     La revelación a que nos referimos es la del Dios del Amor. En lo que toca al tema podría plantearse por qué el Dios del Amor y no otro ofrecimiento de salvación, arguyendo que lo que verdaderamente importa no son las preguntas por el origen, el destino o la misma pregunta por el Absoluto. Según ello, siguiendo a Buda, lo que verdaderamente importaría es exclusivamente la Salvación.
     Por el contrario, creemos que la pregunta por la salvación no está desligada del resto de las grandes preguntas, por lo que las respuestas que se ofrezcan están organizadas relacionándose unas con otras. Así, por ejemplo, si Dios abarca la Historia como Absoluto, la respuesta que se da al problema de la salvación tiene sentido en cuanto que ella da lugar a una escatología intermedia (la inmortalidad del alma) y a una escatología final (la resurrección).
     En cuanto a la opción por el Dios del Amor, cabe decir que la Paz es condición de todo bien, por lo que no podemos sino desearla; y como el amor es la virtud que mejor sirve a la Paz (amor, caridad, compasión se mantienen en el mismo ámbito axiológico) es natural que el Dios verdadero sea Aquel que impulsa el amor entre los hombres (suponemos a Dios como Absoluto, por lo que tiene todas las perfecciones y permite la racionalización de los distintos ámbitos, según hemos mostrado en otros lugares).En este sentido, podría parecer que, al igual que ocurrió en épocas anteriores, la religión monoteísta del Dios del Amor no sea la forma definitiva de toda religión, estando llamada a ser superada y sustituida por otras religiones mejores. Pero este no es el caso, sin que ello signifique que no sea perfeccionable. No lo es porque cuando hablamos de esta religión estamos hablando del Absoluto. Para comprender esto basta pensar que el Absoluto es aquel ser que tiene todas las perfecciones. Y si las tiene no puede ser mejorado ni empeorado, pues en estos casos no tendría todas las perfecciones. Así que se Él es el Absoluto la religión que promueve debe ser absoluta, y no admitir en su núcleo, en su esencia posibilidad de cambio. Por ello es la religión absoluta. No obstante, ello no significa que no haya que esperar desarrollos en la historia porque hayamos alcanzado su fin. Al contrario, es de esperar la expansión de la Religión del Amor a toda la Humanidad; además de que la Historia solamente alcanza su fin perfecto en el Reino de Dios. Ello significa que el hiato que existe entre el presente y el Reino es el espacio en el que cabe el desarrollo del género humano. Es pues un espacio amplio.
     Por otra parte, se puede plantear la pregunta por la naturaleza humana; y por cómo se va haciendo ésta en la Historia. Este es un tema que es clásico en la Historia de la Filosofía. Con respecto a la naturaleza humana se puede contestar que es buena (Rousseau) o que es mala (Lutero, Hobbes…); es decir si el hombre está naturalmente inclinado hacia el bien o si está corrompido y es completamente incapaz de  hacer el bien. Por nuestra parte pensamos que entre las dos posiciones existe un término medio (por ejemplo, Sócrates). Este término medio se define señalando que el hombre en cuanto conoce el bien es, en cierta medida, capaz de practicarlo; y ello más con el auxilio de Dios, que nos ayuda a ser mejores.
     Así por ejemplo, la Europa de las Guerras de Religión, no pudo salir del estado de guerra entre hermanos hasta que no descubrió y empezó a practicar la virtud de la tolerancia. Aquí el hombre europeo descubrió la manera de evitar la guerra permanente y lograr la paz, aunque haya habido posteriormente recaídas en el horror (nazismo, estalinismo…).
     Relacionado con estas ideas, está la Idea de Progreso. De esta manera, los que piensan que el hombre está negado para el bien, también tienden a pensar que no ha existido progreso verdaderamente, pues, aunque haya existido progreso técnico y científico, no se ha dado el progreso moral y político. Mientras los que creen que puede hacer el bien tienden a afirmar que el ser humano es perfectible y va conquistando estadios evolutivos cada vez mejores (por ejemplo, la antropología evolucionista del siglo XIX).
     Nuestra opinión, está en pensar que la alternativa correcta está más bien con un optimismo moderado, pues creemos que la aparición y desarrollo de las Ideas Morales y Religiosas hace del hombre un ser que moderadamente es bueno y que puede progresar. No es solamente el desarrollo de las Ideas de Tolerancia, Caridad… el que se da históricamente. También existe el progreso en materia de religión desde el momento en que aparece el monoteísmo y, por ejemplo, la Iglesia. Hay pues progreso teológico, que consiste en la Revelación de Dios en la Historia.   
CAPÍTULO IV: PROSPECTIVA
       Por otro lado, el ser humano está orientado a Dios, como a su fin. Pero no se debe entender que con el Reino de Dios como final racionalizador del proceso histórico ya no existe o no ha existido otra teleología de la historia. Ello significa que entre el momento actual y el Reino existe metas parciales a las que estamos abocados. En nuestro presente ello lleva consigo que el proceso de globalización en el que estamos inmersos no está acabado porque la afluencia a la línea occidental prevalente no es precisamente el camino que conduce a una cultura global.
     Por el contrario, hay que pensar que es contradictorio que el ser humano sea uno en las diferentes culturas, y que, sin embargo, las religiones sean diferentes hasta el punto de que las guerras religiosas sean algo normal en nuestros días. Por ello, consecuentemente con esa unidad del género humano y la unidad de la Revelación, se ofrece el paso a una religión efectivamente mundial.
     Sobre como puede ser el proceso que conduzca a una Religión Universal cabe pensar naturalmente que es necesario el diálogo interreligioso. Ello implica el ejercicio de la virtud central de todas las religiones universales de salvación. Así la misericordia, la caridad, la compasión se debe ejercer de modo tal que se aplique al mismo proceso de diálogo. Ello acarreará que las religiones se desprenderán del dogmatismo y entrarán en un proceso de verdadero diálogo, que supone examinar y comprender las razones del otro, en una apertura a las otras religiones que permita tender puentes para desbloquear los diálogos en los distintos aspectos. Por tanto, en el campo de la religión también se muestra el principio de la historicidad de todo lo humano;  así como el hecho de que la especie es proléptica (Bueno), es decir, que está orientada a fines determinados según marca la enorme riqueza de su ser (entendido como conjunto de individuos, o colectivamente).
     Igualmente, hay que reconocer el papel que juega la razón filosófica en el proceso de la Revelación. Ninguna pretendida revelación puede abrogarse la contradicción de las verdades racionales, de modo que si una falsa revelación pretende verdades que no se acomodan a la razón debe ser desechada. Así, por ejemplo, ocurrió con el heliocentrismo bíblico, pues la razón científica exigió otra interpretación distinta de los temas que atañen a la cuestión.
     Argumentaciones similares pueden erguirse con respecto al mito y al pensamiento racional, aunque se pueda aceptar que el pensamiento mítico es una forma de conocimiento (Eliade). Pero al igual que la Filosofía Presocrática contribuyó a la decadencia de la religión olímpica, cabe establecer siempre una crítica racional que tome las mitologías como motivo. Por ello, religión, mito y razón deben acomodarse respectivamente, sin que ello quiera suponer que la religión sea sierva de la razón ni a la inversa.
     De otra manera, para salvar ofertas concretas, cabría suponer que los decretos de Dios son irracionales, e incluso afirmar que se cree porque es absurdo (Tertuliano). Pero es inconsecuente que Dios nos haya hecho racionales, y que al mismo tiempo Sus decretos puedan anular la razón humana o negarla, aunque ello no significa que no podamos asentir a la Revelación sin antes racionalizarla, pues esta en muchas ocasiones se adelanta a aquella (Abraham es anterior a Platón). Incluso puede decirse que la Razón no tiene otra salida que afirmar la Revelación (por ejemplo, el Dios del monoteísmo).
     A la luz de estas consideraciones cabe considerar el programa de desmitologización. Según el mismo se exige un discernimiento dentro del campo de la fe. Con él se puede analizar si ésta cumple con los postulados de la razón o por el contrario es irracional abiertamente. Así, por ejemplo, cuando apareció en el siglo XIX el evolucionismo, en nombre de la fe las iglesias se opusieron a la ciencia, dando pábulo por sus crasos errores, todavía hoy a parte de  los tópicos de quienes, en nombre de la ciencia, se oponen a las religiones con los conocidos enfrentamientos entre ciencia y religión, que olvidan la contribución decisiva de la religión al desarrollo de la ciencia (Bueno).
     Pero el programa desmitologizador no puede olvidar- pretendiendo una falsa superioridad del principio racional-  la relación que se ha dado en la historia entre Razón y Revelación, donde  ha habido muchas alternativas desde el racionalismo extremo hasta el fideísmo. Pero dentro de la discusión hay un hecho que no pueden ser negados, pues así lo confirman los hechos históricos. Es el siguiente: la revelación monoteísta a Abraham es anterior al nacimiento de la filosofía. Aquí queda negada la tesis de que la filosofía a nivel general es el paso del mito al logos, pues la filosofía presocrática no conoce a Dios; y Platón y Aristóteles, insuficientemente. Por el contrario, lo que se registra es el paso del logos a la revelación, desde el momento en que la Filosofía Patrística toma los materiales de la Filosofía Antigua para reconducirlos a la religión del Absoluto y su filosofía. De esta manera, se racionaliza la Revelación,  que queda corroborada en sus pretensiones de verdad, en cuanto que es la respuesta  probada por la razón a las preguntas propuestas por el hombre (Tillich); en cuanto que Dios se prueba  como la respuesta más adecuada para la totalización racionalizadora de la realidad; en cuanto que se da un sentido racional y unidad sistemática la conjunto de las diversas disciplinas filosóficas (Metafísica, Epistemología, Ética…). Efectivamente, desde Abraham la razón ha levantado argumentos a favor de su tesis, que de esta manera se ha mostrado capaz de inspirar los materiales que la filosofía había elaborado. Este también es el caso del Islam con el desarrollo de la Teología y la Filosofía Musulmana. Igualmente en la civilización islámica la Revelación tomó a la filosofía inspirándola. De este modo también aquí se da la conjunción entre Razón y Revelación. Aquí la Revelación, precisamente por mostrarse adecuada al punto más elevado del discurso racional, es corroborada. De esta manera se hace lo que anteriormente solamente se había realizado por fe.
     En este capítulo de prospectiva que estamos escribiendo cabría plantea otras prospectivas, entre las que destacamos por su radicalidad y fortaleza la de Nietzsche. Según este gran pensador el Superhombre es el destino de la Tierra. Según él, el Superhombre es un nuevo hombre para el que Dios ha muerto; y con ello, también la moral cristiana, que es una moral de los débiles contra los fuertes. Según este filósofo alemán, de lo que se trata es de rescatar los valores superiores, los valores de los fuertes, que son los valores de la vida, la cual siempre intenta crear y superponerse. Otro puntal firme de la filosofía de Nietzsche es la Idea de Eterno Retorno, por el que las cosas, la realidad del mundo están destinadas a volver eternamente.
     Pero, críticamente a esta manera de pensar pueden decirse varias cosas. En primer lugar, que el hombre, por mucho que acepte los llamados valores de los fuertes y de la vida, no puede ser nunca plenamente feliz al saber que su destino es la muerte; aunque comprendemos que la Idea del Eterno Retorno atenúe un tanto la carencia, auqnue a pesar de todo no es tan satisfactoria como las soluciones clásicas. En segundo lugar, la moral de los fuertes lejos de ser una ética, es una moral del mal. En efecto, ella es contraria la primer principio de la razón práctica, que, estando grabada en nuestra conciencia, nos enseña que hay que buscar el bien y evitar el mal. En tercer lugar, un hombre movido por la voluntad de poder como suprema regla de la moralidad hace el mal, y, dado que existe una ley natural-que no podemos saltarnos-, no tendrá una conciencia que no acuse la violación de su ley.
     En conclusión, si se ha de hablar de Superhombre, se tiene que plantear con otros rasgos completamente diferentes, pues el ser humano tiene una naturaleza transcendental, que no puede superar porque está arraigada en nuestro mismo ser. Todo ello significa que la superación del hombre será por obra de una mejora en la condición moral y religiosa dentro de los caminos marcados por la historia de la filosofía y la religión tradicionales, y  mejorando lo que sea preciso mejorar, lo cual no es poco.
     Existe, con una fuerte implantación especialmente en Occidente, otro sistema de pensamiento que es el materialismo. Se presenta con   intenciones de dar la solución definitiva a los problemas del discurso filosófico. Ante él puede decirse que estamos en el mundo y tenemos sentido del misterio (Garrigou-Lagrange).  O que intentamos dar respuesta a los interrogantes que nos plantea la existencia, de los que dan cuenta la Religión y la Filosofía en tensión dialéctica.( En concreto, la Filosofía comprende la capacidad de racionalización del ser humano para resolver los grandes problemas como quiénes somos, cuál es el origen, cuál es el fin, etc.)
     En cuanto al problema del origen, así como el de la ontología de la realidad,  se ha formado desde la Antigüedad el materialismo, que se encuentra tanto en Occidente como en los sistemas filosóficos de la India (darsana). Según esta corriente  todo es materia. La materia es el origen, el fin y el devenir.
     Pero el filósofo compara niveles de racionalidad. En esta comparación se ve que la razón materialista es netamente insuficiente con respecto a la razón teísta. La razón teísta es superior con respecto al problema del origen porque no se comprende como sin el Absoluto puede surgir el mundo. La razón materialista es igualmente inferior con respecto al problema del fin porque no racionaliza el deseo de vida eterna. En efecto, niega las preguntas esenciales del hombre o las deja sin respuesta satisfactoria. El teísmo defiende que el ser humano puede alcanzar la vida eterna, hecho que se ajusta mucho más a su querencia y a su naturaleza. Tampoco queda mejorado en su desnudez el ser humano con el materialismo, pues la positividad que aporta Dios en todos los ámbitos de lo humano (por ejemplo en su psicología) no la puede ofrecer rl sistema de pensamiento mataerialista. Además, el teísmo, en lo que a la pregunta pragmática se refiere es superior al materialismo, pues aporta utilidad, riqueza, felicidad mientras que este más bien implica pobreza, vacío e insatisfacción. En fin, la respuesta materialista precipita al ser humano en la desmoralización, la tristeza; frente a la alegría, el amor al prójimo, la esperanza, el optimismo que claramente ayudan y optimizan. En conclusión, el teísmo es superior, en  su poder explicativo y en la praxis que proporciona, en todas las disciplinas filosóficas y científicas (Metafísica, Epistemología, Estética, Filosofía Política, Psicología, Pedagogía…); mientras, el materialismo  usa herramientas que son mucho más rudimentarias. Por ello, concluimos que  en el porvenir del ser humano las escuelas filosóficas y religiosas materialistas irán perdiendo fuerza, aunque en el momento actual gocen de cierto predicamento.
     Concluyendo,  hemos mostrado en el ensayo que lo más adecuado para el ser humano es la felicidad de la bienaventuranza, por lo que lo mejor para él es lo que más se aproxima a aquella, es decir, la vida religiosa. A este respecto, no hay que olvidar lo que decía el epicureísmo que basaba el máximo bien en el placer, considerando que entre los placeres los hay superiores: Entre estos están la amistad y los placeres espirituales. Y ni siquiera los estoicos que defendían la imperturbabilidad de ánimo se escapan a ello, porque esta se alcanza mediante la vida religiosa. Lo mismo expresa el conocido verso de Santa Teresa de Jesús que dice que solo Dios basta. Por ello, aunque se sea puramente discípulo de Kant, y se crea que el deber manda como imperativo por sí mismo, se debe reconocer que el ser humano aspira a la felicidad, y la vida eterna, como vida en la que se puede logra asintótica e indefinidamente dicha aspiración.
     Todo ello muestra que la optimización del ser humano desde todos los puntos de vista, incluido el de la felicidad; la autoayuda de la que el ser humano se favorece más es la religión. Esta vida no es una vida reprimida, sino todo lo contrario; una vida liberada porque Dios da libertad, no queriendo opresión. De este modo, hemos defendido que hay que olvidar los tópicos del ateísmo, que alienan de la verdad, la cual no puede ser más que teológica.
     De todas maneras, se puede levantar la objeción de que existen diferencias en el seno mismo de las religiones. Así, las diferencias entre el monoteísmo son pequeñas comparadas con las que existen entre el monoteísmo y las grandes religiones del budismo y del hinduismo. Por ejemplo, en estos últimos existe la creencia en la reencarnación y la liberación final, frente a las de la inmortalidad del alma y la Resurrección del monoteísmo.
     A esta objeción se responde en un primer nivel que en un nivel de abstracción adecuado existe acuerdo pues todas las religiones creen en la inmortalidad personal. En un segundo nivel, hemos defendido racionalmente, filosóficamente la inmortalidad del alma y la resurrección como lo más racional.
     Con respecto a las diferencias en cuanto al concepto de Dios, puede señalarse también que a un determinado nivel de abstracción coinciden en el Absoluto, pues tanto el Nirvana como el Brahma cumplen con ello. En cuanto a la moral, todas ellas comparten la comprensión de un nivel moral en el que la virtud por excelencia se parece mucho (no hay tanta distancia entre la compasión budista y la caridad cristiana: Las dos son morales del amor).
     Así pues, parece que a un determinado nivel de abstracción nos encontramos con una sola Humanidad en la que las manifestaciones religiosas son diversas, pero se dan dentro de una unidad general. Con ello no pretendemos que la verdad sea relativa, y que todas las manifestaciones tengan el mismo valor de verdad, sino que hay acuerdos de partida con los que se puede abrir un diálogo, que debe ir mediado por la argumentación, pero también por la compasión como virtud dialógica fundamental.
     En este sentido, ocurrió que los pecados de la religión fomentaron el fanatismo del hombre occidental, por lo que se buscó dejar la religión en un segundo plano y, después, desacreditarla y eliminarla. Pero ello constituyó una opción incorrecta que malinterpretaba la esencia de la religión porque en la medida en que Dios infunde amor en los corazones hemos de comprobar que en lugar del fanatismo y la intolerancia Dios impulsa el diálogo y la comprensión entre los hombres. Por lo mismo, es importante recuperar esta argumentación y mostrar una religión misericordiosa en todos los terrenos, pues unas interpretaciones que están en la periferia de la religión no pueden apartarnos del bien que ella nos proporciona, incluso como elemento de integración. Por ello, es importante recuperar la religión; y no una religión fanática e intolerante.
EPÍLOGO
     Hemos presentado un nuevo ensayo sobre temas antropológicos, ampliando los temas tratados en otros (Agnosticismo, creencia y Humanidades; Humanidades y Absoluto; Ortología antropológica) En los dos primeros tratamos de las ciencias antropológicas y su relación con el Absoluto, en cuanto está lejos de ser un asunto indiferente para ellas la realidad de Dios, sino que es capital. En Ortología antropológica profundizamos en el tema de lo que es correcto para el ser humano; y mantenemos que Dios nos perfecciona, pues lo que es adecuado para el hombre es la religación.
     El presente ensayo estudia la temática antropológica desde el punto de vista de la pregunta por la concepción de lo que es el ser humano, y busca la comprensión de lo humano en cuanto a lo que él es. No obstante, hemos contado con las Ciencias Antropológicas. En este sentido, hemos defendido que la Idea de Hombre no puede quedar recluida en ninguna de las Ciencias Humanas (Psicología, Historia, Antropología Cultural…), al tiempo que las organiza a todas porque la Antropología pide la Filosofía, la Antropología Filosófica que también dispone de su vía propia para llegar a Dios. Ello significa que la Filosofía Antropológica guarda relación con otras disciplinas filosóficas, principalmente con la Teología Natural, aunque ellas han permanecido abiertas a la Revelación monoteísta. Pero nada ha sido hecho según apriorismos, sino que se ha tenido en cuenta la propia constitución empírica del material. Es decir, hemos trabajado con las Ciencias Humanas, con la Filosofía Antropológica y con la Teología Racional como material científico y les hemos dado nuestro tratamiento dentro de las coordenadas que venimos manejando.