jueves, 14 de noviembre de 2013

La unificación personal.

La unificación personal




por José Pablo Noriega de Lomas.



CAPÍTULO I: SOBRE EL CONCEPTO DE UNIFICACIÓN

I)

    Entendemos por unificación personal la unión de las diferentes facultades humanas bajo un principio único (que se manifiesta como Absoluto),  y que tiene la virtualidad de proporcionarnos  la mayor felicidad y la mayor bondad de las que el ser humano es capaz en este mundo. Así, se puede distinguir dentro del proceso de unificación personal lo que es nuclear de lo que no lo es. Es nuclear- como se verá- la creencia en un Absoluto- que puede manifestarse como Amor- creencia que lleva a algún tipo de relación con el mismo y que puede manifestarse (en el cristianismo) como un amor que viene de Él, y vuelve a Él y se transmite al prójimo. También es nuclear la creencia en la Salvación personal, es decir, la creencia en que la muerte no es algo definitivo, sino que existe para la persona un futuro absoluto en el que es posible alcanzar la felicidad, y también la creencia de que la realidad tiene un pasado y un futuro racional. De este modo, creemos que con esto postulados se hace posible lo que llamamos unificación personal, la cual, como vemos, se realiza como religiosidad, en la medida en que nos encontramos en unas alternativas que desbordan las realidades del mundo natural, y tienden a la prolongación de las vivencias de la vida personal en un campo sobrenatural que las desborda.
     Más allá de estos planteamientos, las distintas concreciones, las diferentes cifras (Jaspers) que toman las unificaciones que se producen en las religiones de la Tierra, en las religiones particulares es un hecho que pide una elucidación racional y dialógica en un proceso histórico, que habrá de conducir a un futuro en el que las religiones del presente jugarán el papel de anticipaciones, que gozan de un mayor o menor grado de
aproximación a la verdad.

II)
    
     Desde la perspectiva de lo que es originante (la unificación) y lo que es originado, podemos examinar las implicaciones de la creencia, y de aquella unificación que se lleva a cabo en  la  fe, la esperanza y la caridad, que son virtudes teologales.
       Efectivamente, hemos visto en otros ensayos que la virtud teologal de la caridad, de la que hemos ofrecido la posibilidad de un desarrollo político en la virtud que hemos llamado misericordia política, lleva al perdón y al diálogo, lo que permite alcanzar la paz interior. También la esperanza conduce a la tranquilidad de ánimo, que permite superar nuestra angustia natural ante la seguridad de la muerte. Esta tranquilidad, obviamente, favorece la mayor aproximación posible a lo que buscamos como felicidad.
     Así que podemos establecer que esta paz de ánimo y felicidad  conducen a una optimización de la realidad humana. De esta optimización, como conclusión, puede decirse que se debe  realizar y poder ser estudiada en los distintos campos que han roturado las Ciencias Humanas (así la Psicología, la Psiquiatría, la Pedagogía, la Economía etc.).
     Pero, por ello,  no podemos perder de vista que estos desarrollos en los campos que trabajan las Ciencias Humanas no son posibles sino  gracias a un núcleo original, que se concreta posteriormente en los términos  que son tematizados por ellas. En efecto, podemos decir que este núcleo se encuentra precisamente en la fe en Dios, la cual hace posible un amor y una esperanza capaces de optimizar los ánimos y las realizaciones humanas a  niveles que, de otra manera, parecerían inalcanzables. Por ello, podemos decir que el desarrollo en el terreno de lo que mejora al ser humano, en la ortología del Hombre tiene su punto de apoyo, esencialmente en la Religión, por la cual entramos en relación con la realidad transcendente de Dios.
     Por tanto, en el orden de las causas y efectos, se hace necesario reconocer que el núcleo de lo que conocemos como unificación promueve desarrollos muy importantes en el resto de las realidades de la persona, lo cual tiene implicaciones considerables en las materias que las estudian.

III)

     La unificación es un proceso que tiene la virtualidad de unir campos independientes bajo un principio único, que se despliega o realiza en ellos aportándoles unidad. Esta unidad, como sabemos, se realiza en el núcleo de la persona humana y le proporciona la optimización espiritual, psicológica, moral y de todo tipo.
     En este apartado vamos a ver como la virtud de la caridad supone, cuando se despliega, la unificación de campos diversos, atingentes al individuo y que, además, también se realizan en los distintos territorios de la realidad humana objetiva.
     Así, hemos intentado, en trabajos que presentamos anteriormente, probar que la Paz es el bien absoluto en el orden moral y político, es decir, en cuanto al orden de las relaciones que mantienen entre sí los humanos en la medida en que son seres sociales. Este bien absoluto está fuera de las personas y es algo por lo que éstas deben esforzarse buscando su logro. Así, que en el camino del esfuerzo por su consecución establecimos como medio para ello la necesidad de una virtud a la que, en otros trabajos, llamamos misericordia. Esta virtud es prácticamente equivalente a lo que el cristianismo conoce como caridad o amor, situándonos en una terminología más tradicional, pero también podría hacerse equivalente a la compasión, virtud más relacionada con las cosmovisiones orientales.
     Con todo, los ensayos a los que nos referimos fijaban la virtud de la misericordia o caridad ceñida al ámbito de lo político. Pero creemos que se puede establecer una argumentación que pude trasladar la pertinencia de dicha virtud en otros campos distintos del puramente político, en concreto al ámbito de las relaciones personales, que tematiza la Ética. Esto es así en la medida en que aquéllas relaciones pueden parecer exentas, separadas del campo de la Política.
     Para ello, podemos preguntarnos si el  proseguir el logro de los fines interesados que nos representamos contribuye a la consecución de la Paz o, por el contrario, nos conduce  a una búsqueda fanática del poder que intenta la imposición. Fácilmente se comprende que nos lleva a esa última tesitura, la cual no puede erigirse en norma de actuación, pues otros harían lo mismo resultando de ello inevitablemente el conflicto y la hostilidad. Por ello, la misericordia (que también puede ser llamada caridad o amor) puede presentarse como una virtud que, sin dejar de poder ser política, es aplicable a campos desconectados del campo político, que se pueden presentar exentos de este marco. Como consecuencia puede afirmarse que la virtud se presenta como principal y es válida para todo el ámbito de las relaciones humanas.
     De otro lado, también habíamos visto que la creencia religiosa hacía más fácil y más realizable el cumplimiento de la ley moral, del mandato, en la medida en que la creencia en un Absoluto personal de Amor, con el que nos podemos encontrar unidos en la misericordia o caridad, así lo posibilita y lo fomenta. Igualmente, por otra parte, también habíamos afirmado que esta misma creencia y esta misma unión promueven el bienestar psicológico.
     Por estas razones, es preciso concluir que se produce una verdadera unificación en la persona humana en la medida en que por la virtud unimos diferentes aspectos de la vida subjetiva de la persona, que culminan en esa unión con el Absoluto o Dios, que, a su vez, se derrama sobre los diversos aspectos de la vida personal. Ello implica que no puede establecerse una distinción neta entre vida moral, religiosa y psicológica buenas.
      Por el contrario, se ha de entender que la unificación profunda obrada actúa de tal manera, que el centro personal irradia a la moral y a la psicología, desde el núcleo de la caridad o misericordia producido en su unión con el Absoluto. Por ello, puede hablarse de una interconexión de los diferentes ámbitos personales, por lo que una distinción radical que separe religión, ética y psicología debe ser considerada como incorrecta.
    

CAPÍTULO II: CONSECUENCIAS DE LA UNIFICACIÓN.

     En este segundo capítulo examinaremos las consecuencias que se pueden derivar del hecho de la unificación a niveles teóricos o prácticos en diferentes ámbitos de lo real.

     I)

        Se piensa muchas veces que las diferentes Ciencias Humanas son compartimentos estancos, que están cerradas cada una sobre sí misma. Así, por ejemplo, la Pedagogía trataría de las técnicas y métodos de la educación; la Psicología, sobre la mente o la conducta humana; la Fisiología sobre el funcionamiento del cuerpo humano etc. Se pensará, como consecuencia de estas premisas, que no existe posibilidad de relación, y, aún menos, de unificación de estas ciencias y que la tarea de articular sus relaciones, de fundamentar sus principios o de someterlas a crítica sería una labor de la Filosofía. En todo caso, serían labor de ésta los métodos generalizadores. De esta manera ella se presentaría  como la reina de las ciencias.
     Pero esto no es así. Por una parte, porque el mismo desarrollo de las Ciencias Humanas va poniendo en relación distintos campos del saber de las Humanidades. Así,
por ejemplo, se puede poner la Medicina en relación con la Psicología en la medida en que la fisiología del sistema nervioso tiene una correlación clara con los sentimientos y las emociones. También, por ejemplo, se pueden relacionar Sociología y Psicología en la medida en que sentimientos y emociones son inducidos socialmente.
     De otro lado, también la compartimentación entre Ciencias Humanas y Filosofía también ha sido criticada, por ejemplo, en el campo de la Psiquiatría. Así la obra publicada en nuestro país con el título de “ Más filosofía, menos prozac” relaciona los procesos psicopatológicos con la Filosofía, al defender que algunas enfermedades mentales son también patologías filosóficas, por lo que se deduce que aquélla contribuye necesariamente a la formación de una mente sana que conlleve, a ser posible, el mínimo nivel de sufrimiento psíquico. En este terreno se movió también con anterioridad  Frankl, que muestra como la falta de sentido es causa de enfermedad mental. Por ello, si seguimos a este último autor, un sentido transcendente de la vida favorecerá la salud.
     Tampoco es posible hablar cabalmente de que esta fragmentación entre disciplina se de en el campo de las disciplinas filosóficas. Por ejemplo, ya en la Antigüedad, el intelectualismo socrático puso en relación ética y conocimiento. Por nuestra parte, en nuestros ensayos hemos mostrado que el conocimiento, cuyo tratamiento corresponde a la Epistemología, no puede permanecer ajeno a la Ética o a la Filosofía Política. Igualmente la Filosofía de la Religión no puede ser totalmente desligada de la Moral, pues, por ejemplo, en la Teología cristiana la virtud teologal de la caridad, como estamos exponiendo en el presente, tiene una evidente irradiación hacia la Moral. Otro tanto puede decirse de la relación de estas disciplinas con la Metafísica, pues, por ejemplo, la existencia de Dios acarrea fuertes implicaciones en otras disciplinas que no son la Teología Natural
     Por nuestra parte, especialmente en el ensayo “Agnosticismo, creencia y Humanidades” también hemos sometido a crítica la posibilidad de cerrar individualmente sobre sí mismas las Ciencias Humanas y en, general, todos los saberes que constituyen las Humanidades. En este sentido, por ejemplo hablábamos de las relaciones que mantienen la Fisiología y la Psicología o la Religión y la misma Fisiología. Igualmente, en el ensayo “Ética”, pusimos en relación los campos de la Ética y la Religión. Por ello, evidenciamos la relación que, en general, mantienen entre sí los diversos campos del saber sobre el Hombre.
          
II)
       Como estamos viendo, objetivamente los dominios de las Ciencias Humanas se han relacionado por su mismo desarrollo. En este desarrollo esta misma ciencia pretende prescindir de la religión. Pero la unificación contradice esto y, además, presenta a estos mismos dominios relacionados, interconectados todavía más profundamente y de otro modo Por ejemplo, por medio de la caridad, que, relacionando a la persona humana con el Absoluto, irradia hacia otros dominios de la persona. Así, como consecuencia, la distinción entre Ética y Psicología se hace más relativa, pues las dos están relacionadas y unificadas en el centro personal.
     Vamos, entonces, a ver las consecuencias de lo que hemos expuesto y la trasformación que ello supone para una visión convencional de algunas Ciencias Humanas. Así, según lo que hemos dicho hasta ahora en el presente ensayo y lo que hemos tratado en otros, puede decirse que la división entre salud mental, ética y religión se atenúa, pues estos campos están claramente interconectados. Esto es de tal manera así, que una vida emocional y sentimental adecuada supone, por un lado, la correcta acción que viene dada por la caridad.
      En este sentido, se puede reforzar la argumentación cuando se reconoce que la ausencia de una correcta acción, que es en esencia producto de la caridad o la compasión, conlleva una reacción por parte de aquellos con los que nos relacionamos, que suscita en la conciencia el remordimiento. Esto último, lógicamente implica sufrimiento, falta de salud, malestar, enfermedad.
     Por otra parte, la certeza del amor de Dios, vivida en la caridad es en sí una fuente de bienestar, de felicidad, de salud., por lo que también en este sentido las discontinuidades entre, ética, religión y salud también tienden a desaparecer y, por ello, se debe establecer una relación de complementación entre ellas.
     Así pues, puede decirse que la virtud de la caridad (que en otros lugares hemos conocido como misericordia o como compasión), estando unificada en el centro personal del que parte. y proporcionando unificación, tiene una realización doble. Esta consiste, por una parte, en su concreción ética (la cual como también hemos mostrado es reforzada por la religión, lo cual aumenta la interrelación dicha), que en sí misma es fuente de virtud y buen obrar; y, por otra parte, su concreción religiosa, que también lo es.
     Por todo ello, se pueden indicar toda una serie de interrelaciones entre Ética, Psicología y Religión. Así, se puede decir que la vida en la caridad proporciona una acción y un  pensamiento correcto, que se traducen en una vida de relación con los semejantes adecuada y buena, y en una vida interna afectiva buena y saludable. Además puede afirmarse que los dos aspectos interactúan. Efectivamente, el amor de Dios vivido en la caridad tiene consecuencias afectivas, emocionales, sentimentales benéficas y además (también por lo dicho) favorece una vida de relación moralmente buena.
    
     III)
          
            Desde esta perspectiva, como hemos adelantado, cabe entender orientaciones como las expuestas en la obra “Más filosofía, menos prozac”, en la que se explica como muchos de los problemas o enfermedades tratados por la Psiquiatría tradicional no son psicológicos, sino filosóficos. Nosotros vamos más allá y lo que estamos defendiendo es una filosofía que no se mantiene en posiciones subjetivistas o relativistas, sino que se sitúa en una concepción antropológica que exige lo que es adecuado o correcto para el mayor mejoramiento posible de la realidad humana. Esto abarca más de un campo de las Ciencias Humanas. En este sentido podría decirse que es ortológica.
     Desde nuestra perspectiva, redundando en lo que hemos dicho, cabe entender  la concepción del representante más eximio de la tercera generación del psicoanálisis, Frankl. Ella está muy próxima a nuestros planteamientos. En efecto, Víktor Frankl señala que la enfermedad psiquiátrica es producida, en ocasiones, por que el ser humano no encuentra sentido en la vida y que, por ello, la tarea del psicoterapeuta es ayudar a sus pacientes a encontrarlo. Efectivamente, también en nuestras tesis, defendemos que el sentido es fuente de salud y de curación. Pero hablamos de un sentido por excelencia, que es el religioso. Así por ejemplo, el sentido que la religión proporciona a la persona contribuye a la atenuación del sentimiento de angustia ante las grandes preguntas de la vida. Como consecuencia, contribuye al desarrollo de sentimientos positivos, que, a su vez, favorece la buena conducta, el  cumplimiento del bien y el acatamiento de la ley moral.
     Así pues, además de la conexión objetiva que se establece entre las disciplinas  que estamos tratando, se opera también, o se superpone, otra entre estas mismas realidades en el sujeto que está centrado en la relación religiosa. De esta manera sus funciones espirituales, psicológicas, éticas y religiosas están interrelacionadas y, al mismo tiempo, unificadas.

IV)


A)


       Desde este núcleo de unificación se puede afirmar que existen consecuencias en el orden individual, pero también en el social y político en la medida en que aquél influye en éste. En el orden individual ya hemos indicado las consecuencias psicológicas que comporta la unificación en general, en cuanto optimización de la vida mental individual Ahora pondremos como ejemplo alguna de las implicaciones que la vida unificada puede tener para la inteligencia de la persona unificada.
    Para ello, constatamos que  nosotros tenemos toda una serie de faltas morales y de pecados como la soberbia, la envidia, la ira…Es, por otra parte, evidente que en nuestra vida mental ello absorben una buena parte  y además contribuyen a la formación de unos estados psicológicos completamente inadecuados. Por ello, aunque para nosotros la adecuación completa del obrar a la ley  moral sea imposible (no así para Dios, como enseña Kant), por medio del proceso unificador somos capaces de superarnos. Así, parcialmente, podemos liberarnos de estos ecos de lo que es nuestra concupiscencia.  
      Como consecuencia seremos más virtuosos, menos soberbios, menos envidiosos. Por tanto, se puede decir que la energía mental que se distrae en los vicios puede ser recuperada y empleada en otros quehaceres, además de que ello acarreará una vida emocional y sentimental más sana. Por tanto, la energía liberada podrá ser empleada en otros terrenos. La consecuencia de estos procesos es que la inteligencia se aclara, pues queda la mente más libre, más descansada, más concentrada y dispuesta, para dedicarse a otras tareas.
     Desde otra perspectiva, igualmente relacionada con la unificación, cabe tratar el mismo tema. En efecto, es un hecho conocido, que puede verificarse por experiencia propia, que existe toda una serie de factores que perjudican el desarrollo intelectual en tanto que capacidad operativa, es decir, en tanto que capacidad para resolver problemas y para aprender el conocimiento humano que se ha desarrollado como ciencia o como técnica. Entre ellos destacan los emocionales. Así, la falta de equilibrio emocional es un hecho que obliga a gastar energías en conseguirlo, impidiendo además la concentración en los problemas de otro tipo que necesitan ser resueltos.
     Lo dicho puede ser concretado en dos aspectos. Por un lado, la falta de misericordia o caridad con el prójimo, en cuanto que introduce el remordimiento por la falta moral que de ello deriva, nos detrae mucha energía mental. Por otro, la angustia ante la muerte absoluta y el futuro  intervienen negativamente en el desarrollo intelectual en la medida en que conlleva una falta de paz y alegría.
      Por ello, es evidente que si eliminamos, mediante la unificación, las fuentes de perturbación que hemos señalado se verán favorecidas la posibilidad de concentración, la tranquilidad, la alegría etc., lo que a su vez permitirá un mayor desarrollo de la inteligencia, pues queda liberada de lastre.
     En otro orden de cosas, si no privilegiamos el contenido meramente instrumental de la inteligencia y tenemos en cuenta otros aspectos de  ella como pueden ser el emocional, el social o incluso el moral, igualmente hemos de reconocer que la unificación proporciona el mayor desarrollo de que somos capaces porque la caridad, como virtud teologal que es, tiene la propiedad de incardinarse en estos campos y darles el mayor desarrollo de que somos capaces.
     Pero la unificación abarca al cuerpo dentro de su desarrollo. Así, como ya hemos señalado en otra parte, la psique y la fisiología están estrechamente relacionadas. Sabemos que la mente, que se concreta en el sistema nervioso, organiza y regula todo el funcionamiento de nuestro cuerpo aunque se desconozca cómo sucede esto (aquí nos encontramos con un problema filosófico para el que se han ensayado distintas respuestas). Así que si sabemos que los sentimientos y emociones positivas favorecen al organismo, es lógico pensar que la unificación influya favorablemente en el organismo y ello repercuta en órdenes como por ejemplo, la esperanza de vida o la salud en general.
    Pero es evidente que cuando defendemos que la unificación favorece la salud corporal no nos estamos refiriendo a la posibilidad de que, mediante ella, seamos capaces de obviar las legalidades fisiológicas y, en este sentido, la felicidad que proporciona tiene también, como condición, un mínimo de buen funcionamiento de nuestro organismo. Quiere esto decir que la enfermedad lleva consigo un nivel de ruptura tal que puede imposibilitar la armonía y felicidad propias de la unificación. Pero, no obstante, debe reconocerse que el nivel fisiológico que permite la unificación favorece una mayor actividad terapéutica, favoreciendo así la lucha contra la enfermedad, reaccionando contra ella e impulsando las posibilidades de curación.
     Por otra parte, parece claro que, lo mismo que en la enfermedad, es imposible lograr la unificación en situaciones de penuria o en estado en los que el organismo tiene carencias fuertes, como por ejemplo, el hambre, pues las más elementales necesidades impulsan a buscar su satisfacción, siendo así una condición para la consecución de realizaciones más espirituales. Así pues, está claro que no pretendemos que la unificación pueda conseguirse en estas situaciones de carencia extrema, entre las que también pueden encontrarse las necesidades afectivas y en general psicológicas (también las que pueden ser propias de las personas según su particular idiosincrasia  o circunstancias). Pero, no obstante, cabe la posibilidad de que la concentración y bienestar proporcionados por la unificación pueda, una vez conseguida la elevación a ella, reobrar sobre los niveles que podríamos llamar más infraestructurales, como pueden ser el sufrimiento psíquico y así actuar, por ejemplo, como disolvente de tensiones y también, según estamos viendo, como coadyuvante en la curación de  enfermedades, si no como propiamente sanadora Este es, por ejemplo, el sentido que tienen en la tradición de Oriente prácticas como la de la meditación y el yoga.

B)

1-

     Lógicamente, también es posible hablar de las consecuencias que llamaremos colectivas, y sociales, o de relación, de la unificación. En este sentido, como ya hemos dicho, la persona unificada es la que ha logrado, según las posibilidades que le son propias, su optimización .Con ella se alcanza los sentimientos y las emociones más parecidos a la felicidad de que somos capaces. Con esto, es claro que no pretendemos defender que la unificación proporcione la optimización de lo humano con independencia de todo tipo de condiciones o circunstancias, sino sencillamente que cubiertas las necesidades primarias fisiológicas y psicológicas proporciona casi la plenitud de lo humano.
     Es entonces una conclusión natural, que la persona que alcance esta plenitud anímica lo manifieste en una palabra adecuada, en una expresión corporal positiva y, en general, con una sociabilidad que aporta bienestar o simpatía para los que le rodean y, por ello, para la sociedad como conjunto. Ello, como estamos viendo, es debido a que ejerce las virtudes morales de la compasión o la misericordia, pero también a que las mismas se incardinan en el centro espiritual de la persona merced a esta unificación total. 
     Por otra parte, como bien se sabe, el tema de estudio por excelencia  de la misma Sociología lo constituyen las sociedades actuales. En este sentido, es un tópico señalar que en las sociedades contemporáneas existe un alto nivel de estrés, acompañado por los problemas psicológicos y de toda índole, que ello entraña. Es obvio que las condiciones actuales no son un buen terreno para la concentración en la unificación, pues fácilmente olvidamos su necesidad y el beneficio que conlleva para estar más en los problemas que en ella. En este sentido, también la alternativa de la unificación parece adecuada.
     En efecto, pueden verse dos vías que conducen a una vida unificada. Una es la interior y es de la que venimos hablando en el presente ensayo. La otra podríamos conocerla como exterior. Esta consiste en llevar una vida litúrgica adecuada. Así, la asistencia y participación en los actos litúrgicos contribuye al logro de la unificación personal porque, la actualización de la Transcendencia en ellos proporciona la necesaria paz interior y bienestar, permitiéndonos el olvido de problemas que conllevan patologías propias de nuestras sociedades.
     También en la vía de la interioridad puede contarse con la tradición oriental, por ejemplo mediante las prácticas del yoga y la meditación, como hemos indicado Ellas son igualmente métodos válidos para lograr la necesaria concentración, que permite que lleguemos a ser personas unificadas en el Absoluto. Lógicamente, el incremento de estas prácticas tendría unas consecuencias muy importantes en el ámbito de lo social, pues como hemos señalado la mejora en las condiciones individuales tendría, evidentemente, repercusiones beneficiosa en la sociedad porque las interacciones entre lo individual y lo social son recíprocas.

2-

     Desde la perspectiva con la que estamos trabajando, es posible criticar el sistema social, en cuanto que no promueve los valores que facilitan la virtud y la felicidad, que son propios de la persona realmente unificada. Es natural, que cuando faltan las condiciones materiales, cuando faltan aquellas necesidades perentorias que todo ser humano necesita satisfacer, no es posible la unificación y, por ello, es condición previa la satisfacción de las mismas. Pero,  nuestro sistema capitalista, con  un buen nivel de desarrollo social y económico, lejos de intentar cubrir las necesidades psicológicas y espirituales, las olvida y las posterga. De ahí, que se haga necesaria una crítica de este sistema social y, como consecuencia, de todos aquellos cuyos resultado u objetivos sean parecidos a los de él. Así se posibilitará el desarrollo correcto de la persona.
     El fenómeno a que nos estamos refiriendo alcanza el punto de un mayor desarrollo en lo que respecta a los medios de comunicación de masas. Estos, lejos de propagar un correcto desarrollo de las personas, favorecen la alienación de éstas de sus verdaderos objetivos de virtud y felicidad. Por ello, se contribuiría al logro de estos objetivos si se sustituyeran los modelos de conducta, si se propusieran otras formas alternativas de lo que significa la buena vida humana,  que priorizaran a las personas que han alcanzado altos niveles de desarrollo moral y espiritual como patrones que son verdaderamente dignos de ser imitados, en lugar de los vigentes.
     En este sentido, creemos que se puede afirmar que la virtud y la felicidad humanas tienen formas de ser universales, y no incurrir en un relativismo de la verdad que defiende que no existen contenidos absolutamente válidos. Así, creemos que existe una ley natural que impulsa la correcta realización de lo que implica ser persona humana, como realización de sus potencialidades, aún con las variaciones que se puedan concretar en los diversos ámbitos culturales del planeta.

3-

      En cuanto al problema de la educación se podrían hacer algunas consideraciones en lo que atañe a lo que podrían ser consecuencias derivadas de la propuesta de unificación. Ello pasaría, en primer lugar, por constatar que los mismos medios de comunicación son factores educativos, tanto en la permanente educación de los adultos como en la de la población infantil y juvenil. Como lo hemos tratado someramente en el apartado anterior, a él nos remitimos.
     En segundo lugar, nos referimos al conocido hecho de que la escuela es transmisora de valores, tanto de modo consciente a través de sus ideales y de su programación explícitos, como de manera inconsciente, en cuento que los profesores son modelos de todo tipo conducta y, por medio de su acción, se realiza gran parte del aprendizaje de las generaciones jóvenes. Es, entonces, lógico que la formación por parte de las instituciones educativas de un modelo o de otro de profesor altere el contenido y los modos de la educación en gran medida. En este sentido, no sólo se trataría de promover, como tendremos ocasión de defender en otro ensayo, un modelo verdaderamente implicado en el conocimiento, sino también un tipo de persona que responda a los patrones de pensamiento y conducta que promueve la unificación. No obstante, esto es un planteamiento de máximos, porque en la actual fase de desarrollo de los sistemas educativos ello es una utopía, al menos para los sistemas laicistas que dominan en la mayoría de nuestras sociedades occidentales.
     En tercer lugar, estos modelos generales, como hemos visto en “Agnosticismo, creencia y humanidades”, son susceptibles de introducirse como teoría en las humanidades y dar lugar a un cuerpo teórico diferente del producido por el agnosticismo, que conforma el paradigma actualmente dominante en los distintos ámbitos científicos que producen nuestras ciencias humanas. Ello, lógicamente, daría lugar, en cuanto a los contenidos impartidos, a un tipo muy diferente de escuela.

4-

      En el ámbito que corresponde a lo económico la unificación tiene las implicaciones propias de la experiencia religiosa, como ya hemos tratado en otro trabajo. Así, la unificación incrementa el bienestar de la persona. Por ello, si medimos la utilidad en términos de satisfacción, hemos de reconocer que la unificación proporciona una genuina utilidad y por ello es un aumento del conjunto de nuestros haberes. Como consecuencia, es conveniente señalar que el proceso de vaciamiento de contenidos religiosos en todos los ámbitos y, también en el de la persona, que se ha producido en Occidente desde el inicio de la Edad Moderna, ha acarreado un empobrecimiento general, empobrecimiento que no puede ser eliminado en su sentido específico a no ser que la Religión vuelva a ocupar el ámbito que le corresponde. En efecto, la felicidad no sólo se mide en términos de capacidad de consumo o de renta per cápita.

5-

     No entramos en la problemática que discute sobre si son los cambios de las personas,  o las políticas de los estados y los partidos los que hacen cambiar las realidades políticas  de cualquier orden. Pero lo que nos parece claro es que existe un nivel en el que se puede cambiar la dinámica en el que la violencia, retroalimentándose, se hace un proceso de acción y reacción.
      Esto podría realizarse mediante una ruptura por la que las masas y los dirigentes se empezaran a conducir de una forma totalmente distinta de la habitual, teniendo la virtud política de la misericordia como norte. Ello permitiría inaugurar un nivel de conducta, de interrelación política y social más adecuada.
     Evidentemente, este nivel de ruptura podría venir marcado y promovido por la existencia de personas con un nivel alto de unificación, pues la desactivación del conflicto permanente en el que nos encontramos se ve favorecida claramente por la práctica de las virtudes a las que nos venimos refiriendo. De esta manera, sería posible la puesta en práctica de políticas completamente distintas a las actuales y así se podría lograr unas sociedades y unas relaciones internacionales más pacíficas y armoniosas, movidas por estímulos y modos alternativos a los que históricamente se han dado.
     La fuerza de la argumentación se acrecienta si tenemos en cuenta que las divisiones políticas y religiosas del siglo presente, muestran que ninguna de ellas tiene un valor de verdad apodíctico, transcendental. Esto se manifiesta claramente en el hecho de que no son compartidas por la Humanidad en su totalidad o, al menos, en su inmensa mayoría. La consecuencia más llamativa de ello la permanente conflictividad y la creciente amenaza de una Guerra Nuclear.
     Por eso, los valores conocidos en la Antigüedad, ya antes de Cristo, de amor al enemigo y al prójimo, fundidos por Jesús y por la Iglesia en Occidente, en el amor de Dios y a Dios, siguen teniendo vigencia en nuestros días y admiten una ampliación, como hemos propugnado en otras ocasiones, al campo de lo político. En efecto, en nuestra modesta opinión, la misericordia política, como amor o compasión por el prójimo, que busca el entendimiento, el acuerdo y la comprensión aparecería como una posibilidad de cambiar el diálogo por el disenso y la discordia. Así, estas ideas, ya antiguas, que pueden considerarse parte del proceso de unificación, parten de la fraternidad y llevan a la fraternidad.



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