La unificación personal
por José Pablo Noriega de Lomas.
CAPÍTULO I: SOBRE EL CONCEPTO DE UNIFICACIÓN
I)
Entendemos por unificación personal la unión de las diferentes
facultades humanas bajo un principio único (que se manifiesta como
Absoluto), y que tiene la virtualidad de
proporcionarnos la mayor felicidad y la
mayor bondad de las que el ser humano es capaz en este mundo. Así, se puede
distinguir dentro del proceso de unificación personal lo que es nuclear de lo
que no lo es. Es nuclear- como se verá- la creencia en un Absoluto- que puede
manifestarse como Amor- creencia que lleva a algún tipo de relación con el
mismo y que puede manifestarse (en el cristianismo) como un amor que viene de
Él, y vuelve a Él y se transmite al prójimo. También es nuclear la creencia en
la Salvación personal, es decir, la creencia en que la muerte no es algo
definitivo, sino que existe para la persona un futuro absoluto en el que es
posible alcanzar la felicidad, y también la creencia de que la realidad tiene
un pasado y un futuro racional. De este modo, creemos que con esto postulados
se hace posible lo que llamamos unificación personal, la cual, como vemos, se
realiza como religiosidad, en la medida en que nos encontramos en unas
alternativas que desbordan las realidades del mundo natural, y tienden a la
prolongación de las vivencias de la vida personal en un campo sobrenatural que
las desborda.
Más
allá de estos planteamientos, las distintas concreciones, las diferentes cifras
(Jaspers) que toman las unificaciones que se producen en las religiones de la
Tierra, en las religiones particulares es un hecho que pide una elucidación
racional y dialógica en un proceso histórico, que habrá de conducir a un futuro
en el que las religiones del presente jugarán el papel de anticipaciones, que
gozan de un mayor o menor grado de
aproximación a la verdad.
II)
Desde la perspectiva de lo que es originante (la unificación) y lo que
es originado, podemos examinar las implicaciones de la creencia, y de aquella
unificación que se lleva a cabo en
la fe, la esperanza y la caridad,
que son virtudes teologales.
Efectivamente, hemos visto en otros ensayos que la virtud teologal de la
caridad, de la que hemos ofrecido la posibilidad de un desarrollo político en
la virtud que hemos llamado misericordia política, lleva al perdón y al
diálogo, lo que permite alcanzar la paz interior. También la esperanza conduce
a la tranquilidad de ánimo, que permite superar nuestra angustia natural ante
la seguridad de la muerte. Esta tranquilidad, obviamente, favorece la mayor
aproximación posible a lo que buscamos como felicidad.
Así
que podemos establecer que esta paz de ánimo y felicidad conducen a una optimización de la realidad
humana. De esta optimización, como conclusión, puede decirse que se debe realizar y poder ser estudiada en los
distintos campos que han roturado las Ciencias Humanas (así la Psicología, la
Psiquiatría, la Pedagogía, la Economía etc.).
Pero, por ello, no podemos perder
de vista que estos desarrollos en los campos que trabajan las Ciencias Humanas
no son posibles sino gracias a un núcleo
original, que se concreta posteriormente en los términos que son tematizados por ellas. En efecto,
podemos decir que este núcleo se encuentra precisamente en la fe en Dios, la
cual hace posible un amor y una esperanza capaces de optimizar los ánimos y las
realizaciones humanas a niveles que, de
otra manera, parecerían inalcanzables. Por ello, podemos decir que el
desarrollo en el terreno de lo que mejora al ser humano, en la ortología del
Hombre tiene su punto de apoyo, esencialmente en la Religión, por la cual
entramos en relación con la realidad transcendente de Dios.
Por
tanto, en el orden de las causas y efectos, se hace necesario reconocer que el
núcleo de lo que conocemos como unificación promueve desarrollos muy
importantes en el resto de las realidades de la persona, lo cual tiene
implicaciones considerables en las materias que las estudian.
III)
La
unificación es un proceso que tiene la virtualidad de unir campos
independientes bajo un principio único, que se despliega o realiza en ellos
aportándoles unidad. Esta unidad, como sabemos, se realiza en el núcleo de la
persona humana y le proporciona la optimización espiritual, psicológica, moral
y de todo tipo.
En
este apartado vamos a ver como la virtud de la caridad supone, cuando se
despliega, la unificación de campos diversos, atingentes al individuo y que,
además, también se realizan en los distintos territorios de la realidad humana
objetiva.
Así, hemos intentado, en trabajos que presentamos anteriormente, probar
que la Paz es el bien absoluto en el orden moral y político, es decir, en
cuanto al orden de las relaciones que mantienen entre sí los humanos en la
medida en que son seres sociales. Este bien absoluto está fuera de las personas
y es algo por lo que éstas deben esforzarse buscando su logro. Así, que en el
camino del esfuerzo por su consecución establecimos como medio para ello la
necesidad de una virtud a la que, en otros trabajos, llamamos misericordia.
Esta virtud es prácticamente equivalente a lo que el cristianismo conoce como
caridad o amor, situándonos en una terminología más tradicional, pero también
podría hacerse equivalente a la compasión, virtud más relacionada con las
cosmovisiones orientales.
Con
todo, los ensayos a los que nos referimos fijaban la virtud de la misericordia
o caridad ceñida al ámbito de lo político. Pero creemos que se puede establecer
una argumentación que pude trasladar la pertinencia de dicha virtud en otros
campos distintos del puramente político, en concreto al ámbito de las
relaciones personales, que tematiza la Ética. Esto es así en la medida en que
aquéllas relaciones pueden parecer exentas, separadas del campo de la Política.
Para ello, podemos preguntarnos si el
proseguir el logro de los fines interesados que nos representamos
contribuye a la consecución de la Paz o, por el contrario, nos conduce a una búsqueda fanática del poder que intenta
la imposición. Fácilmente se comprende que nos lleva a esa última tesitura, la
cual no puede erigirse en norma de actuación, pues otros harían lo mismo
resultando de ello inevitablemente el conflicto y la hostilidad. Por ello, la
misericordia (que también puede ser llamada caridad o amor) puede presentarse
como una virtud que, sin dejar de poder ser política, es aplicable a campos
desconectados del campo político, que se pueden presentar exentos de este
marco. Como consecuencia puede afirmarse que la virtud se presenta como
principal y es válida para todo el ámbito de las relaciones humanas.
De
otro lado, también habíamos visto que la creencia religiosa hacía más fácil y
más realizable el cumplimiento de la ley moral, del mandato, en la medida en
que la creencia en un Absoluto personal de Amor, con el que nos podemos
encontrar unidos en la misericordia o caridad, así lo posibilita y lo fomenta.
Igualmente, por otra parte, también habíamos afirmado que esta misma creencia y
esta misma unión promueven el bienestar psicológico.
Por
estas razones, es preciso concluir que se produce una verdadera unificación en
la persona humana en la medida en que por la virtud unimos diferentes aspectos
de la vida subjetiva de la persona, que culminan en esa unión con el Absoluto o
Dios, que, a su vez, se derrama sobre los diversos aspectos de la vida
personal. Ello implica que no puede establecerse una distinción neta entre vida
moral, religiosa y psicológica buenas.
Por el contrario, se ha de entender que la unificación profunda obrada
actúa de tal manera, que el centro personal irradia a la moral y a la psicología,
desde el núcleo de la caridad o misericordia producido en su unión con el
Absoluto. Por ello, puede hablarse de una interconexión de los diferentes
ámbitos personales, por lo que una distinción radical que separe religión,
ética y psicología debe ser considerada como incorrecta.
CAPÍTULO II: CONSECUENCIAS DE LA UNIFICACIÓN.
En
este segundo capítulo examinaremos las consecuencias que se pueden derivar del
hecho de la unificación a niveles teóricos o prácticos en diferentes ámbitos de
lo real.
I)
Se piensa muchas veces que las diferentes Ciencias Humanas son
compartimentos estancos, que están cerradas cada una sobre sí misma. Así, por
ejemplo, la Pedagogía trataría de las técnicas y métodos de la educación; la
Psicología, sobre la mente o la conducta humana; la Fisiología sobre el
funcionamiento del cuerpo humano etc. Se pensará, como consecuencia de estas
premisas, que no existe posibilidad de relación, y, aún menos, de unificación
de estas ciencias y que la tarea de articular sus relaciones, de fundamentar
sus principios o de someterlas a crítica sería una labor de la Filosofía. En
todo caso, serían labor de ésta los métodos generalizadores. De esta manera
ella se presentaría como la reina de las
ciencias.
Pero esto no es así. Por una parte, porque el mismo desarrollo de las
Ciencias Humanas va poniendo en relación distintos campos del saber de las
Humanidades. Así,
por ejemplo, se puede poner la Medicina en
relación con la Psicología en la medida en que la fisiología del sistema
nervioso tiene una correlación clara con los sentimientos y las emociones.
También, por ejemplo, se pueden relacionar Sociología y Psicología en la medida
en que sentimientos y emociones son inducidos socialmente.
De
otro lado, también la compartimentación entre Ciencias Humanas y Filosofía
también ha sido criticada, por ejemplo, en el campo de la Psiquiatría. Así la
obra publicada en nuestro país con el título de “ Más filosofía, menos prozac”
relaciona los procesos psicopatológicos con la Filosofía, al defender que
algunas enfermedades mentales son también patologías filosóficas, por lo que se
deduce que aquélla contribuye necesariamente a la formación de una mente sana
que conlleve, a ser posible, el mínimo nivel de sufrimiento psíquico. En este
terreno se movió también con anterioridad
Frankl, que muestra como la falta de sentido es causa de enfermedad
mental. Por ello, si seguimos a este último autor, un sentido transcendente de
la vida favorecerá la salud.
Tampoco es posible hablar cabalmente de que esta fragmentación entre
disciplina se de en el campo de las disciplinas filosóficas. Por ejemplo, ya en
la Antigüedad, el intelectualismo socrático puso en relación ética y
conocimiento. Por nuestra parte, en nuestros ensayos hemos mostrado que el
conocimiento, cuyo tratamiento corresponde a la Epistemología, no puede
permanecer ajeno a la Ética o a la Filosofía Política. Igualmente la Filosofía
de la Religión no puede ser totalmente desligada de la Moral, pues, por
ejemplo, en la Teología cristiana la virtud teologal de la caridad, como
estamos exponiendo en el presente, tiene una evidente irradiación hacia la
Moral. Otro tanto puede decirse de la relación de estas disciplinas con la
Metafísica, pues, por ejemplo, la existencia de Dios acarrea fuertes
implicaciones en otras disciplinas que no son la Teología Natural
Por
nuestra parte, especialmente en el ensayo “Agnosticismo, creencia y
Humanidades” también hemos sometido a crítica la posibilidad de cerrar
individualmente sobre sí mismas las Ciencias Humanas y en, general, todos los
saberes que constituyen las Humanidades. En este sentido, por ejemplo
hablábamos de las relaciones que mantienen la Fisiología y la Psicología o la
Religión y la misma Fisiología. Igualmente, en el ensayo “Ética”, pusimos en
relación los campos de la Ética y la Religión. Por ello, evidenciamos la
relación que, en general, mantienen entre sí los diversos campos del saber
sobre el Hombre.
II)
Como estamos viendo, objetivamente los dominios de las Ciencias Humanas
se han relacionado por su mismo desarrollo. En este desarrollo esta misma
ciencia pretende prescindir de la religión. Pero la unificación contradice esto
y, además, presenta a estos mismos dominios relacionados, interconectados todavía
más profundamente y de otro modo Por ejemplo, por medio de la caridad, que,
relacionando a la persona humana con el Absoluto, irradia hacia otros dominios
de la persona. Así, como consecuencia, la distinción entre Ética y Psicología
se hace más relativa, pues las dos están relacionadas y unificadas en el centro
personal.
Vamos, entonces, a ver las consecuencias de lo que hemos expuesto y la
trasformación que ello supone para una visión convencional de algunas Ciencias
Humanas. Así, según lo que hemos dicho hasta ahora en el presente ensayo y lo
que hemos tratado en otros, puede decirse que la división entre salud mental,
ética y religión se atenúa, pues estos campos están claramente interconectados.
Esto es de tal manera así, que una vida emocional y sentimental adecuada
supone, por un lado, la correcta acción que viene dada por la caridad.
En
este sentido, se puede reforzar la argumentación cuando se reconoce que la
ausencia de una correcta acción, que es en esencia producto de la caridad o la
compasión, conlleva una reacción por parte de aquellos con los que nos
relacionamos, que suscita en la conciencia el remordimiento. Esto último,
lógicamente implica sufrimiento, falta de salud, malestar, enfermedad.
Por
otra parte, la certeza del amor de Dios, vivida en la caridad es en sí una
fuente de bienestar, de felicidad, de salud., por lo que también en este
sentido las discontinuidades entre, ética, religión y salud también tienden a
desaparecer y, por ello, se debe establecer una relación de complementación
entre ellas.
Así
pues, puede decirse que la virtud de la caridad (que en otros lugares hemos
conocido como misericordia o como compasión), estando unificada en el centro
personal del que parte. y proporcionando unificación, tiene una realización
doble. Esta consiste, por una parte, en su concreción ética (la cual como
también hemos mostrado es reforzada por la religión, lo cual aumenta la
interrelación dicha), que en sí misma es fuente de virtud y buen obrar; y, por
otra parte, su concreción religiosa, que también lo es.
Por
todo ello, se pueden indicar toda una serie de interrelaciones entre Ética,
Psicología y Religión. Así, se puede decir que la vida en la caridad
proporciona una acción y un pensamiento
correcto, que se traducen en una vida de relación con los semejantes adecuada y
buena, y en una vida interna afectiva buena y saludable. Además puede afirmarse
que los dos aspectos interactúan. Efectivamente, el amor de Dios vivido en la
caridad tiene consecuencias afectivas, emocionales, sentimentales benéficas y
además (también por lo dicho) favorece una vida de relación moralmente buena.
III)
Desde esta perspectiva, como hemos adelantado, cabe entender
orientaciones como las expuestas en la obra “Más filosofía, menos prozac”, en
la que se explica como muchos de los problemas o enfermedades tratados por la
Psiquiatría tradicional no son psicológicos, sino filosóficos. Nosotros vamos
más allá y lo que estamos defendiendo es una filosofía que no se mantiene en
posiciones subjetivistas o relativistas, sino que se sitúa en una concepción
antropológica que exige lo que es adecuado o correcto para el mayor
mejoramiento posible de la realidad humana. Esto abarca más de un campo de las
Ciencias Humanas. En este sentido podría decirse que es ortológica.
Desde nuestra perspectiva, redundando en lo que hemos dicho, cabe
entender la concepción del representante
más eximio de la tercera generación del psicoanálisis, Frankl. Ella está muy
próxima a nuestros planteamientos. En efecto, Víktor Frankl señala que la
enfermedad psiquiátrica es producida, en ocasiones, por que el ser humano no
encuentra sentido en la vida y que, por ello, la tarea del psicoterapeuta es
ayudar a sus pacientes a encontrarlo. Efectivamente, también en nuestras tesis,
defendemos que el sentido es fuente de salud y de curación. Pero hablamos de un
sentido por excelencia, que es el religioso. Así por ejemplo, el sentido que la
religión proporciona a la persona contribuye a la atenuación del sentimiento de
angustia ante las grandes preguntas de la vida. Como consecuencia, contribuye
al desarrollo de sentimientos positivos, que, a su vez, favorece la buena
conducta, el cumplimiento del bien y el
acatamiento de la ley moral.
Así
pues, además de la conexión objetiva que se establece entre las
disciplinas que estamos tratando, se
opera también, o se superpone, otra entre estas mismas realidades en el sujeto
que está centrado en la relación religiosa. De esta manera sus funciones espirituales,
psicológicas, éticas y religiosas están interrelacionadas y, al mismo tiempo,
unificadas.
IV)
A)
Desde este núcleo de unificación se puede afirmar que existen
consecuencias en el orden individual, pero también en el social y político en
la medida en que aquél influye en éste. En el orden individual ya hemos
indicado las consecuencias psicológicas que comporta la unificación en general,
en cuanto optimización de la vida mental individual Ahora pondremos como
ejemplo alguna de las implicaciones que la vida unificada puede tener para la
inteligencia de la persona unificada.
Para
ello, constatamos que nosotros tenemos
toda una serie de faltas morales y de pecados como la soberbia, la envidia, la
ira…Es, por otra parte, evidente que en nuestra vida mental ello absorben una
buena parte y además contribuyen a la
formación de unos estados psicológicos completamente inadecuados. Por ello,
aunque para nosotros la adecuación completa del obrar a la ley moral sea imposible (no así para Dios, como
enseña Kant), por medio del proceso unificador somos capaces de superarnos.
Así, parcialmente, podemos liberarnos de estos ecos de lo que es nuestra
concupiscencia.
Como consecuencia seremos más virtuosos, menos soberbios, menos
envidiosos. Por tanto, se puede decir que la energía mental que se distrae en
los vicios puede ser recuperada y empleada en otros quehaceres, además de que
ello acarreará una vida emocional y sentimental más sana. Por tanto, la energía
liberada podrá ser empleada en otros terrenos. La consecuencia de estos
procesos es que la inteligencia se aclara, pues queda la mente más libre, más
descansada, más concentrada y dispuesta, para dedicarse a otras tareas.
Desde otra perspectiva, igualmente relacionada con la unificación, cabe
tratar el mismo tema. En efecto, es un hecho conocido, que puede verificarse
por experiencia propia, que existe toda una serie de factores que perjudican el
desarrollo intelectual en tanto que capacidad operativa, es decir, en tanto que
capacidad para resolver problemas y para aprender el conocimiento humano que se
ha desarrollado como ciencia o como técnica. Entre ellos destacan los
emocionales. Así, la falta de equilibrio emocional es un hecho que obliga a
gastar energías en conseguirlo, impidiendo además la concentración en los
problemas de otro tipo que necesitan ser resueltos.
Lo
dicho puede ser concretado en dos aspectos. Por un lado, la falta de
misericordia o caridad con el prójimo, en cuanto que introduce el remordimiento
por la falta moral que de ello deriva, nos detrae mucha energía mental. Por
otro, la angustia ante la muerte absoluta y el futuro intervienen negativamente en el desarrollo
intelectual en la medida en que conlleva una falta de paz y alegría.
Por ello, es evidente que si eliminamos, mediante la unificación, las
fuentes de perturbación que hemos señalado se verán favorecidas la posibilidad
de concentración, la tranquilidad, la alegría etc., lo que a su vez permitirá
un mayor desarrollo de la inteligencia, pues queda liberada de lastre.
En
otro orden de cosas, si no privilegiamos el contenido meramente instrumental de
la inteligencia y tenemos en cuenta otros aspectos de ella como pueden ser el emocional, el social
o incluso el moral, igualmente hemos de reconocer que la unificación
proporciona el mayor desarrollo de que somos capaces porque la caridad, como
virtud teologal que es, tiene la propiedad de incardinarse en estos campos y
darles el mayor desarrollo de que somos capaces.
Pero la unificación abarca al cuerpo dentro de su desarrollo. Así, como
ya hemos señalado en otra parte, la psique y la fisiología están estrechamente
relacionadas. Sabemos que la mente, que se concreta en el sistema nervioso,
organiza y regula todo el funcionamiento de nuestro cuerpo aunque se desconozca
cómo sucede esto (aquí nos encontramos con un problema filosófico para el que
se han ensayado distintas respuestas). Así que si sabemos que los sentimientos
y emociones positivas favorecen al organismo, es lógico pensar que la unificación
influya favorablemente en el organismo y ello repercuta en órdenes como por
ejemplo, la esperanza de vida o la salud en general.
Pero
es evidente que cuando defendemos que la unificación favorece la salud corporal
no nos estamos refiriendo a la posibilidad de que, mediante ella, seamos
capaces de obviar las legalidades fisiológicas y, en este sentido, la felicidad
que proporciona tiene también, como condición, un mínimo de buen funcionamiento
de nuestro organismo. Quiere esto decir que la enfermedad lleva consigo un
nivel de ruptura tal que puede imposibilitar la armonía y felicidad propias de
la unificación. Pero, no obstante, debe reconocerse que el nivel fisiológico
que permite la unificación favorece una mayor actividad terapéutica, favoreciendo
así la lucha contra la enfermedad, reaccionando contra ella e impulsando las
posibilidades de curación.
Por
otra parte, parece claro que, lo mismo que en la enfermedad, es imposible
lograr la unificación en situaciones de penuria o en estado en los que el
organismo tiene carencias fuertes, como por ejemplo, el hambre, pues las más
elementales necesidades impulsan a buscar su satisfacción, siendo así una
condición para la consecución de realizaciones más espirituales. Así pues, está
claro que no pretendemos que la unificación pueda conseguirse en estas
situaciones de carencia extrema, entre las que también pueden encontrarse las
necesidades afectivas y en general psicológicas (también las que pueden ser
propias de las personas según su particular idiosincrasia o circunstancias). Pero, no obstante, cabe la
posibilidad de que la concentración y bienestar proporcionados por la
unificación pueda, una vez conseguida la elevación a ella, reobrar sobre los
niveles que podríamos llamar más infraestructurales, como pueden ser el
sufrimiento psíquico y así actuar, por ejemplo, como disolvente de tensiones y
también, según estamos viendo, como coadyuvante en la curación de enfermedades, si no como propiamente sanadora
Este es, por ejemplo, el sentido que tienen en la tradición de Oriente
prácticas como la de la meditación y el yoga.
B)
1-
Lógicamente, también es posible hablar de las consecuencias que
llamaremos colectivas, y sociales, o de relación, de la unificación. En este
sentido, como ya hemos dicho, la persona unificada es la que ha logrado, según
las posibilidades que le son propias, su optimización .Con ella se alcanza los
sentimientos y las emociones más parecidos a la felicidad de que somos capaces.
Con esto, es claro que no pretendemos defender que la unificación proporcione
la optimización de lo humano con independencia de todo tipo de condiciones o
circunstancias, sino sencillamente que cubiertas las necesidades primarias
fisiológicas y psicológicas proporciona casi la plenitud de lo humano.
Es
entonces una conclusión natural, que la persona que alcance esta plenitud
anímica lo manifieste en una palabra adecuada, en una expresión corporal
positiva y, en general, con una sociabilidad que aporta bienestar o simpatía
para los que le rodean y, por ello, para la sociedad como conjunto. Ello, como
estamos viendo, es debido a que ejerce las virtudes morales de la compasión o
la misericordia, pero también a que las mismas se incardinan en el centro
espiritual de la persona merced a esta unificación total.
Por
otra parte, como bien se sabe, el tema de estudio por excelencia de la misma Sociología lo constituyen las
sociedades actuales. En este sentido, es un tópico señalar que en las
sociedades contemporáneas existe un alto nivel de estrés, acompañado por los
problemas psicológicos y de toda índole, que ello entraña. Es obvio que las
condiciones actuales no son un buen terreno para la concentración en la
unificación, pues fácilmente olvidamos su necesidad y el beneficio que conlleva
para estar más en los problemas que en ella. En este sentido, también la
alternativa de la unificación parece adecuada.
En
efecto, pueden verse dos vías que conducen a una vida unificada. Una es la
interior y es de la que venimos hablando en el presente ensayo. La otra
podríamos conocerla como exterior. Esta consiste en llevar una vida litúrgica
adecuada. Así, la asistencia y participación en los actos litúrgicos contribuye
al logro de la unificación personal porque, la actualización de la
Transcendencia en ellos proporciona la necesaria paz interior y bienestar,
permitiéndonos el olvido de problemas que conllevan patologías propias de
nuestras sociedades.
También en la vía de la interioridad puede contarse con la tradición
oriental, por ejemplo mediante las prácticas del yoga y la meditación, como
hemos indicado Ellas son igualmente métodos válidos para lograr la necesaria
concentración, que permite que lleguemos a ser personas unificadas en el
Absoluto. Lógicamente, el incremento de estas prácticas tendría unas
consecuencias muy importantes en el ámbito de lo social, pues como hemos
señalado la mejora en las condiciones individuales tendría, evidentemente,
repercusiones beneficiosa en la sociedad porque las interacciones entre lo
individual y lo social son recíprocas.
2-
Desde la perspectiva con la que estamos trabajando, es posible criticar
el sistema social, en cuanto que no promueve los valores que facilitan la
virtud y la felicidad, que son propios de la persona realmente unificada. Es
natural, que cuando faltan las condiciones materiales, cuando faltan aquellas
necesidades perentorias que todo ser humano necesita satisfacer, no es posible
la unificación y, por ello, es condición previa la satisfacción de las mismas.
Pero, nuestro sistema capitalista,
con un buen nivel de desarrollo social y
económico, lejos de intentar cubrir las necesidades psicológicas y
espirituales, las olvida y las posterga. De ahí, que se haga necesaria una
crítica de este sistema social y, como consecuencia, de todos aquellos cuyos
resultado u objetivos sean parecidos a los de él. Así se posibilitará el
desarrollo correcto de la persona.
El
fenómeno a que nos estamos refiriendo alcanza el punto de un mayor desarrollo
en lo que respecta a los medios de comunicación de masas. Estos, lejos de
propagar un correcto desarrollo de las personas, favorecen la alienación de
éstas de sus verdaderos objetivos de virtud y felicidad. Por ello, se
contribuiría al logro de estos objetivos si se sustituyeran los modelos de
conducta, si se propusieran otras formas alternativas de lo que significa la
buena vida humana, que priorizaran a las
personas que han alcanzado altos niveles de desarrollo moral y espiritual como
patrones que son verdaderamente dignos de ser imitados, en lugar de los
vigentes.
En
este sentido, creemos que se puede afirmar que la virtud y la felicidad humanas
tienen formas de ser universales, y no incurrir en un relativismo de la verdad
que defiende que no existen contenidos absolutamente válidos. Así, creemos que
existe una ley natural que impulsa la correcta realización de lo que implica
ser persona humana, como realización de sus potencialidades, aún con las
variaciones que se puedan concretar en los diversos ámbitos culturales del
planeta.
3-
En
cuanto al problema de la educación se podrían hacer algunas consideraciones en
lo que atañe a lo que podrían ser consecuencias derivadas de la propuesta de
unificación. Ello pasaría, en primer lugar, por constatar que los mismos medios
de comunicación son factores educativos, tanto en la permanente educación de
los adultos como en la de la población infantil y juvenil. Como lo hemos
tratado someramente en el apartado anterior, a él nos remitimos.
En
segundo lugar, nos referimos al conocido hecho de que la escuela es transmisora
de valores, tanto de modo consciente a través de sus ideales y de su
programación explícitos, como de manera inconsciente, en cuento que los
profesores son modelos de todo tipo conducta y, por medio de su acción, se
realiza gran parte del aprendizaje de las generaciones jóvenes. Es, entonces,
lógico que la formación por parte de las instituciones educativas de un modelo
o de otro de profesor altere el contenido y los modos de la educación en gran
medida. En este sentido, no sólo se trataría de promover, como tendremos
ocasión de defender en otro ensayo, un modelo verdaderamente implicado en el
conocimiento, sino también un tipo de persona que responda a los patrones de
pensamiento y conducta que promueve la unificación. No obstante, esto es un
planteamiento de máximos, porque en la actual fase de desarrollo de los
sistemas educativos ello es una utopía, al menos para los sistemas laicistas
que dominan en la mayoría de nuestras sociedades occidentales.
En
tercer lugar, estos modelos generales, como hemos visto en “Agnosticismo,
creencia y humanidades”, son susceptibles de introducirse como teoría en las
humanidades y dar lugar a un cuerpo teórico diferente del producido por el
agnosticismo, que conforma el paradigma actualmente dominante en los distintos
ámbitos científicos que producen nuestras ciencias humanas. Ello, lógicamente,
daría lugar, en cuanto a los contenidos impartidos, a un tipo muy diferente de
escuela.
4-
En
el ámbito que corresponde a lo económico la unificación tiene las implicaciones
propias de la experiencia religiosa, como ya hemos tratado en otro trabajo.
Así, la unificación incrementa el bienestar de la persona. Por ello, si medimos
la utilidad en términos de satisfacción, hemos de reconocer que la unificación
proporciona una genuina utilidad y por ello es un aumento del conjunto de
nuestros haberes. Como consecuencia, es conveniente señalar que el proceso de
vaciamiento de contenidos religiosos en todos los ámbitos y, también en el de
la persona, que se ha producido en Occidente desde el inicio de la Edad
Moderna, ha acarreado un empobrecimiento general, empobrecimiento que no puede
ser eliminado en su sentido específico a no ser que la Religión vuelva a ocupar
el ámbito que le corresponde. En efecto, la felicidad no sólo se mide en
términos de capacidad de consumo o de renta per cápita.
5-
No
entramos en la problemática que discute sobre si son los cambios de las
personas, o las políticas de los estados
y los partidos los que hacen cambiar las realidades políticas de cualquier orden. Pero lo que nos parece
claro es que existe un nivel en el que se puede cambiar la dinámica en el que
la violencia, retroalimentándose, se hace un proceso de acción y reacción.
Esto podría realizarse mediante una ruptura por la que las masas y los
dirigentes se empezaran a conducir de una forma totalmente distinta de la
habitual, teniendo la virtud política de la misericordia como norte. Ello
permitiría inaugurar un nivel de conducta, de interrelación política y social
más adecuada.
Evidentemente, este nivel de ruptura podría venir marcado y promovido
por la existencia de personas con un nivel alto de unificación, pues la
desactivación del conflicto permanente en el que nos encontramos se ve
favorecida claramente por la práctica de las virtudes a las que nos venimos
refiriendo. De esta manera, sería posible la puesta en práctica de políticas
completamente distintas a las actuales y así se podría lograr unas sociedades y
unas relaciones internacionales más pacíficas y armoniosas, movidas por
estímulos y modos alternativos a los que históricamente se han dado.
La
fuerza de la argumentación se acrecienta si tenemos en cuenta que las
divisiones políticas y religiosas del siglo presente, muestran que ninguna de ellas
tiene un valor de verdad apodíctico, transcendental. Esto se manifiesta
claramente en el hecho de que no son compartidas por la Humanidad en su
totalidad o, al menos, en su inmensa mayoría. La consecuencia más llamativa de
ello la permanente conflictividad y la creciente amenaza de una Guerra Nuclear.
Por
eso, los valores conocidos en la Antigüedad, ya antes de Cristo, de amor al
enemigo y al prójimo, fundidos por Jesús y por la Iglesia en Occidente, en el
amor de Dios y a Dios, siguen teniendo vigencia en nuestros días y admiten una
ampliación, como hemos propugnado en otras ocasiones, al campo de lo político.
En efecto, en nuestra modesta opinión, la misericordia política, como amor o
compasión por el prójimo, que busca el entendimiento, el acuerdo y la
comprensión aparecería como una posibilidad de cambiar el diálogo por el
disenso y la discordia. Así, estas ideas, ya antiguas, que pueden considerarse
parte del proceso de unificación, parten de la fraternidad y llevan a la
fraternidad.
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