viernes, 15 de noviembre de 2013

Reflexiones sobre la Eucaristía

Reflexiones sobre la Eucaristía.



 por Jose Antonio Martínez Fernández "Longoria"

Cuando uno ama de verdad la Eucaristía se siente un deseo profundo de vivirla como la habrán vivido los primeros cristianos: se impone el conocer su esencia. Esencia que se traduce en unas vivencias profundas de la presencia de Cristo entre los suyos, un Cristo que nos unifica como Iglesia, nos llena de su espíritu, se nos da como celebración y alimento y nos mantiene en la esperanza de su regreso al final de los tiempos recapitulando la historia.

Siguiendo la tesis del teólogo G. Martelet parto de la siguiente afirmación: existe una vinculación absoluta entre la resurrección de Cristo y la Eucaristía. Las dos se sitúan en lo más nuclear de nuestra fe y para comprenderlas adecuadamente no podemos separarlas. El Cristo de la Eucaristía es el Cristo resucitado. ¡Cuántos problemas teológico-ecuménicos se habrían evitado si lo hubiéramos tenido en cuenta!
Debemos valorar en su punto y rezumar la inmensa alegría de las apariciones del Resucitado a los discípulos en el transcurso de una comida. Además, los primeros cristianos escogen el primer día de la semana, es decir, el domingo, día de la resurrección, para destinarlo al culto. Es el día del Señor . Se olvida hoy, fácilmente, que la Pascua no era celebrada una sola vez al año, sino que se hacía cada semana. Esta relación entre el día del culto cristiano y la resurrección de Cristo, nos aporta una indicación muy valiosa para comprender el sentido mismo del culto en la iglesia primitiva. Es decir para comprender la Eucaristía.
En el Apocalipsis (1,10) y en la Didajé (14,1) encontramos la expresión específicamente cristiana de “el día del Señor”, es decir, el día de Cristo, el día de su resurrección, el domingo (que significa “día del Señor”).
La expresión “día del Señor” se encuentra ya en el Antiguo Testamento para expresar la venida escatológica de Dios, y en el Nuevo Testamento se aplica también a la próxima venida de Cristo. De esta forma, el día de la resurrección de Cristo, día en que se celebra el culto cristiano, aparece como una anticipación de su retorno al final de los tiempos.
La vinculación del Cristo resucitado con el día del Señor en que se celebra la fracción del pan o eucaristía es clara. Para entender la eucaristía es necesario partir de la resurrección de Cristo.
Se puede tener por cierto que, en un principio, la cena se celebraba en el curso de un verdadero banquete (Didajé 10,1). Los Hechos de los Apóstoles hablan solamente de la “fracción del pan” y no mencionan el beber vino.
El término de fracción del pan es significativo; subraya que no es un simple comer pan, indica algo especial. Según los Hechos (2,46) un carácter especial de esta comida era la alegría desbordante que allí reinaba. Esta alegría sólo puede comprenderse si se basa en el recuerdo de las apariciones de Jesús resucitado.

El hecho de que las primeras apariciones hayan tenido lugar durante una comida pone en evidencia una constatación frecuentemente olvidada o sea, que las primeras comidas eucarísticas de la comunidad creyente apuntan a estas comidas con el resucitado (Hechos, 10,40s).
Sin duda, la experimentación del Resucitado abre también la expectativa de la futura comida mesiánica, proporcionando una gran exultación entre los concurrentes. Es fuerte la presencia del Resucitado durante la comida eucarística.

El “Document des Dombes” redactado como acuerdo de protestantes y católicos, afirma: “La eucaristía es la comida sacramental, la nueva comida pascual del pueblo de Dios que Cristo, habiendo amado a sus discípulos hasta el fin, les ha dado antes de su muerte para que la celebren a la luz de la resurrección hasta que él venga” (Document des Dombes, “Hacia una misma fe eucarística” 4. Les “Dombes” es una abadía cisterciense, próxima a Lyon, donde tuvieron lugar conversaciones ecuménicas sobre la eucaristía cuya conclusión fue el “Document des Dombes” ).


Eucaristía y Resurrección:


El cuerpo glorificado de Jesús no puede ser localizable ni representable. Es un cuerpo espiritual, es una presencia en el Espíritu, real pero en el Espíritu, una posibilidad nueva y sin límites. Con ese cuerpo es con el que comulgamos en la eucaristía. Como cuerpo resucitado está por encima de los límites del espacio y del tiempo. Todo lo contrario a lo que decía el catecismo del padre Astete cuando afirmaba que Jesucristo está en el cielo y en el santísimo sacramento del altar, como si por haberse encarnado, estuviera sujeto a unos límites o sitios determinados. Esta forma de pensar proviene de San Agustín por parte católica, y representa una ruptura gravísima entre la Resurrección y la Eucaristía. De ello, hemos pagado las consecuencias a nivel teológico y a nivel ecuménico.



La eucaristía es un memorial, no una representación teatral:


Una vez dejada constancia de la gravedad de la separación entre Resurrección y Eucaristía, llega el momento de introducir un término de importancia capital para una comprensión adecuada de la eucaristía: es el memorial.

Cristo instituyó la eucaristía como memorial o anamnesis en griego. Memorial de toda su vida, y sobre todo de su cruz y resurrección. “Cuantas veces comáis de este pan y bebáis de esta copa, anunciaréis la muerte del Señor hasta que venga” (1 Cor, 11,26). Según el documento ecuménico de Dombes “Cristo ha instituído la Eucaristía como el memorial (anamnesis) de toda su vida y sobre todo de su cruz y de su resurrección (9).

El término “memorial” no indica, en absoluto, un mero recuerdo o conmemoración. Se refiere a un “hoy”. Cuando un judío celebra el memorial hace contemporánea la liberación de Egipto. Según la Mishná, explicando las Escrituras, cada judío debe considerarse él personalmente como si él mismo hubiera salido de Egipto. Así se especifica en Ex. 13,8. la liberación se hace presente en mí, realmente, no como en una representación teatral. Refiriéndonos a la eucaristía como memorial, Jesús se presenta realmente salvándonos. Memorial es un concepto ecuménico capaz de reconciliar las posiciones de los cristianos separados en el tema eucarístico. Es un puente común entre protestantes y católicos.

El memorial es un verdadero sacrificio, pero no es otro sacrificio, ni siquiera una especie de repetición del sacrificio único realizado en la cruz. Pero, no es memorial únicamente del sacrificio de Cristo, sino de toda su vida y de su resurrección y vida en el Espíritu.

La noción de memorial asegura la perfecta fidelidad de nuestras eucaristías a las intenciones de Cristo en la Cena y permite un acuerdo sin equívocos acerca de lo esencial entre los cristianos de las diversas confesiones.


Consecuencias de la religación existente entre Eucaristía y Resurrección:


Cuando la eucaristía se ve desde el punto de vista de un Cristo Resucitado, desaparecen concepciones y aspectos que proliferaron en otras épocas y de las que aún quedan restos. Por ejemplo, cuando en el S. IX se condenó a Berenguer de Tours y para retractarse se le obligó a firmar una declaración en la que reconocía que el cuerpo de Cristo era tocado por las manos del sacerdote y triturado por los dientes de los fieles. Por el contrario, afirmaba Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII: “Cualquiera que sea la naturaleza de esa sangre (afirmaba de las hostias que sangraban) lo cierto es que no se trata de la sangre de Cristo (Suma Teológica, III, q.76,a.8)”.

El resucitado, presente en la eucaristía como tal resucitado, no sangra, ni puede morir, ni es localizable, ni baja del cielo al altar. A un resucitado, con un cuerpo en Espíritu, nada de lo dicho puede sucederle. Pero, las explicaciones carnales en exceso sobre la eucaristía eran todavía corrientes en los siglos XIX y XX. Sin embargo, cuando se afirma que el Cristo de la Eucaristía es el Resucitado, esas concepciones se hunden por sí solas. No obstante, el mismo papa Pío XII cae en un dolorismo teológico al escribir en la encíclica Mediator Dei (1947): “Este sacrificio se manifiesta por medio de signos externos, símbolos de muerte (…). Las especies eucarísticas simbolizan la separación sangrante del cuerpo y de la sangre (…). La separación de los símbolos manifiestan que Jesús se encuentra en estado de víctima”.

Esta forma de pensar supone una verdadera inflación de la cruz en detrimento de un Cristo resucitado. Celebrar la eucaristía es celebrar con alegría la Resurrección, la victoria de Cristo sobre el mal, la realización en él de la salvación, la inauguración de la nueva creación. La victoria de Cristo tiene en cuenta la cruz, ciertamente, pero no es sólo ella. El concepto de memorial lo incluye todo.


La presencia de Cristo en la eucaristía por encima de las disputas teológicas de las diversas iglesias:
La presencia de Cristo bajo los signos del pan y del vino, en una comida que se hace en memoria suya, es una creencia absolutamente tradicional y constante entre los cristianos y que ya viene de los orígenes.
Recordemos 1 Cor. 10,16-17: “la copa de bendición que bendecimos, ¿no es una comunión en la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no es una comunión en el cuerpo de Cristo?”. Así lo afirman Ignacio de Antioquia y más tarde San Ireneo.

A lo largo de la historia, la unidad de la iglesia sufrió diversas rupturas y, con ello, las piedades eucarísticas protestantes y católicas se separaron para seguir cada una su propio camino. Actualmente se insinúa un nuevo acuerdo, en concreto con el documento Dombes ya mencionado. Pero siempre existió el reconocimiento de una religación privilegiada, personal, entre Cristo y el signo eucarístico. Lutero y Calvino, los más seguidos entre los grandes reformadores, no consideran la eucaristía un puro símbolo. Lutero afirma: “El sacramento del altar es el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, bajo el pan y el vino, a fin de que nosotros los cristianos lo comamos y bebamos; es una institución de Cristo en persona” (Pequeño Catecismo, VI).

Calvino afirma lo siguiente: “Es un misterio espiritual que se nos figura por medio de signos visibles, pero de tal modo, que no se trata de una figura vacía sino unida con su verdad y sustancia. Con todo derecho se llama por tanto al pan cuerpo, pues no sólo nos lo representa sino que también nos lo presenta” (Breve tratado de la Santa Cena).

Estas explicaciones de la eucaristía parecieron poco al Concilio de Trento e introdujo al final el concepto de transustanciación. De acuerdo en cuanto al hecho de la presencia real, se fue abriendo un gran foso confesional en cuanto al modo de explicarla. Ahora, el Documento Dombes abre de nuevo una línea de acuerdo entre protestantes y católicos. Dice: “Confesamos unánimemente la presencia real, viva y operante de Cristo en este sacramento” (17).

Entre los cristianos ortodoxos la posición es sencilla. Tienen fe cierta en la presencia eucarística pero no intentan analizarla a nuestra manera occidental. Como dice un autor, hay en todo ello un cierto candor espiritual que la teología moderna debería recuperar si pretende comprender el don de Dios. No mencionan la palabra transustanción y no por ello son considerados herejes.

El documento Dombes tampoco contiene la palabra transustanciación, como tampoco la mencionan algunos documentos de episcopados. Dicho concepto es posible traducirlo a nuestra cultura o explicarlo de otro modo a fin de mantener la misma verdad. La sustancia, actualmente, posee un sentido físico mientras que en el concilio de Trento era un término metafísico. Hablar hoy de cambio de sustancia en el caso de la eucaristía nos lleva a traicionar la verdad a que se refiere el concilio. En catequética es mucho más rentable abandonar dicha palabra, es decir, la palabra transustanciación. A Jesucristo no se le localiza ni en el pan ni en el vino, ni se da cambio fisicoquímico alguno (puede verse Santo Tomás, S.T., III, 76,3-5 ó III, 77,5-8). Fundamentalmente, la acción eucarística es el don de la persona de Cristo y no un milagro sobre los elementos. En la institución de la eucaristía se menciona expresamente la entrega de Cristo que es viva y operante en este sacramento.



La consagración:


El deseo de Jesús de darse es suficiente para explicar la presencia real. Pero sin olvidar que su gran artífice es el Espíritu Santo. Toda palabra de Cristo procede del Padre que la envía, pero es recordada y vivificada por el Espíritu si ha de convertirse en palabra de vida (Jn 14,26;16,13). En la Eucaristía se da una palabra de Cristo vivificada por el Espíritu, de forma que se crea una nueva realidad.

La consagración no es, pues, una fórmula mágica, es el fruto de la acción creadora del Espíritu Santo. Y al Espíritu no podemos dominarlo. Es totalmente autónomo. Actúa en lo más íntimo de la eucaristía. La presencia de Jesús no podemos situarla exactamente en ningún momento, ni en lo que llamamos el momento de la consagración en que el sacerdote dice las palabras de Cristo en la última cena. Los orientales han entendido esto muy bien. Para ellos la invocación del Espíritu no siempre va antes de nuestra consagración. El “a fin de que estas ofrendas del pan y del vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Jesucristo” se coloca, a veces, después de lo que llamamos la consagración. Estas ideas las tiene muy claras el documento Dombes, totalmente explícito sobre la fuerza de la invocación del Espíritu (14).

Sobre la reserva eucarística, debemos recordar que se hace primariamente para la distribución a los enfermos y a los ausentes (Dombes 20), lo que se confirma en el documento romano “Eucharisticum mysterium” en que la misma adoración del Señor se considera un fin secundario. Entendámoslo: la adoración eucarística es legítima a condición de que esté religada a Cristo como regalo, como don y en orden a comulgar con el. No se conservó en un primer momento la reserva para la adoración, sino que se llegó a adorar porque se conservaba. Los signos sacramentales no son propiamente el pan y el vino, sino el de una comida de .pan y vino. El pan y el vino consagrados siguen siendo cuerpo y sangre en orden a su consumición (Dombes 19).



La materia eucarística:


En la eucaristía, la comida es la que se convierte en signo del sacramento. Así las gentes de la Guayana pueden tomar su galleta de mijo, de mandioca o de arroz. El defensor de los pobres, ¿habrá deseado para su celebración un alimento y una bebida de ricos que son transportados a la Guayana no en nombre del evangelio sino exclusivamente gracias a Air France?

Según los historiadores, el pan que Jesús utilizaba diariamente, tenía poco que ver con el pan de trigo que el mundo occidental no conoce sino desde el siglo XVI. Y desde el punto de vista botánico, el vino no es ni más ni menos que zumo de grosellas. Por ello, la teología debería ser más modesta en este asunto y no dejarse absorber por unas directrices que ahora están minuciosamente fijadas.


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