Reflexiones sobre la Eucaristía.
por Jose Antonio Martínez Fernández "Longoria"
Cuando uno ama de verdad la Eucaristía se siente un deseo
profundo de vivirla como la habrán vivido los primeros cristianos: se impone el
conocer su esencia. Esencia que se traduce en unas vivencias profundas de la
presencia de Cristo entre los suyos, un Cristo que nos unifica como Iglesia,
nos llena de su espíritu, se nos da como celebración y alimento y nos mantiene
en la esperanza de su regreso al final de los tiempos recapitulando la
historia.
Siguiendo la tesis del teólogo G. Martelet parto de la siguiente
afirmación: existe una vinculación absoluta entre la resurrección de Cristo y
la Eucaristía. Las dos se sitúan en lo más nuclear de nuestra fe y para
comprenderlas adecuadamente no podemos separarlas. El Cristo de la Eucaristía
es el Cristo resucitado. ¡Cuántos problemas teológico-ecuménicos se habrían
evitado si lo hubiéramos tenido en cuenta!
Debemos valorar en su punto y rezumar la inmensa alegría de
las apariciones del Resucitado a los discípulos en el transcurso de una comida.
Además, los primeros cristianos escogen el primer día de la semana, es decir,
el domingo, día de la resurrección, para destinarlo al culto. Es el día del
Señor . Se olvida hoy, fácilmente, que la Pascua no era celebrada una sola vez
al año, sino que se hacía cada semana. Esta relación entre el día del culto
cristiano y la resurrección de Cristo, nos aporta una indicación muy valiosa
para comprender el sentido mismo del culto en la iglesia primitiva. Es decir
para comprender la Eucaristía.
En el Apocalipsis (1,10) y en la Didajé (14,1) encontramos
la expresión específicamente cristiana de “el día del Señor”, es decir, el día
de Cristo, el día de su resurrección, el domingo (que significa “día del
Señor”).
La expresión “día del Señor” se encuentra ya en el Antiguo
Testamento para expresar la venida escatológica de Dios, y en el Nuevo
Testamento se aplica también a la próxima venida de Cristo. De esta forma, el
día de la resurrección de Cristo, día en que se celebra el culto cristiano,
aparece como una anticipación de su retorno al final de los tiempos.
La vinculación del Cristo resucitado con el día del Señor en
que se celebra la fracción del pan o eucaristía es clara. Para entender la
eucaristía es necesario partir de la resurrección de Cristo.
Se puede tener por cierto que, en un principio, la cena se
celebraba en el curso de un verdadero banquete (Didajé 10,1). Los Hechos de los
Apóstoles hablan solamente de la “fracción del pan” y no mencionan el beber vino.
El término de fracción del pan es significativo; subraya que
no es un simple comer pan, indica algo especial. Según los Hechos (2,46) un
carácter especial de esta comida era la alegría desbordante que allí reinaba.
Esta alegría sólo puede comprenderse si se basa en el recuerdo de las
apariciones de Jesús resucitado.
El hecho de que las primeras apariciones hayan tenido lugar
durante una comida pone en evidencia una constatación frecuentemente olvidada o
sea, que las primeras comidas eucarísticas de la comunidad creyente apuntan a
estas comidas con el resucitado (Hechos, 10,40s).
Sin duda, la experimentación del Resucitado abre también la
expectativa de la futura comida mesiánica, proporcionando una gran exultación
entre los concurrentes. Es fuerte la presencia del Resucitado durante la comida
eucarística.
El “Document des Dombes” redactado como acuerdo de
protestantes y católicos, afirma: “La eucaristía es la comida sacramental, la
nueva comida pascual del pueblo de Dios que Cristo, habiendo amado a sus discípulos
hasta el fin, les ha dado antes de su muerte para que la celebren a la luz de
la resurrección hasta que él venga” (Document des Dombes, “Hacia una misma fe
eucarística” 4. Les “Dombes” es una abadía cisterciense, próxima a Lyon, donde
tuvieron lugar conversaciones ecuménicas sobre la eucaristía cuya conclusión
fue el “Document des Dombes” ).
Eucaristía y Resurrección:
El cuerpo glorificado de Jesús no puede ser localizable ni
representable. Es un cuerpo espiritual, es una presencia en el Espíritu, real
pero en el Espíritu, una posibilidad nueva y sin límites. Con ese cuerpo es con
el que comulgamos en la eucaristía. Como cuerpo resucitado está por encima de
los límites del espacio y del tiempo. Todo lo contrario a lo que decía el
catecismo del padre Astete cuando afirmaba que Jesucristo está en el cielo y en
el santísimo sacramento del altar, como si por haberse encarnado, estuviera
sujeto a unos límites o sitios determinados. Esta forma de pensar proviene de
San Agustín por parte católica, y representa una ruptura gravísima entre la
Resurrección y la Eucaristía. De ello, hemos pagado las consecuencias a nivel
teológico y a nivel ecuménico.
La eucaristía es un memorial, no una representación teatral:
Una vez dejada constancia de la gravedad de la separación
entre Resurrección y Eucaristía, llega el momento de introducir un término de
importancia capital para una comprensión adecuada de la eucaristía: es el
memorial.
Cristo instituyó la eucaristía como memorial o anamnesis en
griego. Memorial de toda su vida, y sobre todo de su cruz y resurrección.
“Cuantas veces comáis de este pan y bebáis de esta copa, anunciaréis la muerte
del Señor hasta que venga” (1 Cor, 11,26). Según el documento ecuménico de
Dombes “Cristo ha instituído la Eucaristía como el memorial (anamnesis) de toda
su vida y sobre todo de su cruz y de su resurrección (9).
El término “memorial” no indica, en absoluto, un mero
recuerdo o conmemoración. Se refiere a un “hoy”. Cuando un judío celebra el
memorial hace contemporánea la liberación de Egipto. Según la Mishná,
explicando las Escrituras, cada judío debe considerarse él personalmente como
si él mismo hubiera salido de Egipto. Así se especifica en Ex. 13,8. la
liberación se hace presente en mí, realmente, no como en una representación
teatral. Refiriéndonos a la eucaristía como memorial, Jesús se presenta
realmente salvándonos. Memorial es un concepto ecuménico capaz de reconciliar
las posiciones de los cristianos separados en el tema eucarístico. Es un puente
común entre protestantes y católicos.
El memorial es un verdadero sacrificio, pero no es otro
sacrificio, ni siquiera una especie de repetición del sacrificio único
realizado en la cruz. Pero, no es memorial únicamente del sacrificio de Cristo,
sino de toda su vida y de su resurrección y vida en el Espíritu.
La noción de memorial asegura la perfecta fidelidad de
nuestras eucaristías a las intenciones de Cristo en la Cena y permite un
acuerdo sin equívocos acerca de lo esencial entre los cristianos de las
diversas confesiones.
Consecuencias de la religación existente entre Eucaristía y Resurrección:
Cuando la eucaristía se ve desde el punto de vista de un
Cristo Resucitado, desaparecen concepciones y aspectos que proliferaron en
otras épocas y de las que aún quedan restos. Por ejemplo, cuando en el S. IX se
condenó a Berenguer de Tours y para retractarse se le obligó a firmar una
declaración en la que reconocía que el cuerpo de Cristo era tocado por las
manos del sacerdote y triturado por los dientes de los fieles. Por el
contrario, afirmaba Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII: “Cualquiera que sea
la naturaleza de esa sangre (afirmaba de las hostias que sangraban) lo cierto
es que no se trata de la sangre de Cristo (Suma Teológica, III, q.76,a.8)”.
El resucitado, presente en la eucaristía como tal
resucitado, no sangra, ni puede morir, ni es localizable, ni baja del cielo al
altar. A un resucitado, con un cuerpo en Espíritu, nada de lo dicho puede
sucederle. Pero, las explicaciones carnales en exceso sobre la eucaristía eran
todavía corrientes en los siglos XIX y XX. Sin embargo, cuando se afirma que el
Cristo de la Eucaristía es el Resucitado, esas concepciones se hunden por sí
solas. No obstante, el mismo papa Pío XII cae en un dolorismo teológico al
escribir en la encíclica Mediator Dei (1947): “Este sacrificio se manifiesta
por medio de signos externos, símbolos de muerte (…). Las especies eucarísticas
simbolizan la separación sangrante del cuerpo y de la sangre (…). La separación
de los símbolos manifiestan que Jesús se encuentra en estado de víctima”.
Esta forma de pensar supone una verdadera inflación de la
cruz en detrimento de un Cristo resucitado. Celebrar la eucaristía es celebrar
con alegría la Resurrección, la victoria de Cristo sobre el mal, la realización
en él de la salvación, la inauguración de la nueva creación. La victoria de
Cristo tiene en cuenta la cruz, ciertamente, pero no es sólo ella. El concepto
de memorial lo incluye todo.
La presencia de Cristo en la eucaristía por encima de las
disputas teológicas de las diversas iglesias:
La presencia de Cristo bajo los signos del pan y del vino,
en una comida que se hace en memoria suya, es una creencia absolutamente
tradicional y constante entre los cristianos y que ya viene de los orígenes.
Recordemos 1 Cor. 10,16-17: “la copa de bendición que
bendecimos, ¿no es una comunión en la sangre de Cristo? El pan que partimos ¿no
es una comunión en el cuerpo de Cristo?”. Así lo afirman Ignacio de Antioquia y
más tarde San Ireneo.
A lo largo de la historia, la unidad de la iglesia sufrió
diversas rupturas y, con ello, las piedades eucarísticas protestantes y
católicas se separaron para seguir cada una su propio camino. Actualmente se
insinúa un nuevo acuerdo, en concreto con el documento Dombes ya mencionado.
Pero siempre existió el reconocimiento de una religación privilegiada,
personal, entre Cristo y el signo eucarístico. Lutero y Calvino, los más
seguidos entre los grandes reformadores, no consideran la eucaristía un puro
símbolo. Lutero afirma: “El sacramento del altar es el verdadero cuerpo y la
verdadera sangre de nuestro Señor Jesucristo, bajo el pan y el vino, a fin de
que nosotros los cristianos lo comamos y bebamos; es una institución de Cristo
en persona” (Pequeño Catecismo, VI).
Calvino afirma lo siguiente: “Es un misterio espiritual que
se nos figura por medio de signos visibles, pero de tal modo, que no se trata
de una figura vacía sino unida con su verdad y sustancia. Con todo derecho se
llama por tanto al pan cuerpo, pues no sólo nos lo representa sino que también
nos lo presenta” (Breve tratado de la Santa Cena).
Estas explicaciones de la eucaristía parecieron poco al
Concilio de Trento e introdujo al final el concepto de transustanciación. De
acuerdo en cuanto al hecho de la presencia real, se fue abriendo un gran foso
confesional en cuanto al modo de explicarla. Ahora, el Documento Dombes abre de
nuevo una línea de acuerdo entre protestantes y católicos. Dice: “Confesamos
unánimemente la presencia real, viva y operante de Cristo en este sacramento”
(17).
Entre los cristianos ortodoxos la posición es sencilla.
Tienen fe cierta en la presencia eucarística pero no intentan analizarla a
nuestra manera occidental. Como dice un autor, hay en todo ello un cierto
candor espiritual que la teología moderna debería recuperar si pretende
comprender el don de Dios. No mencionan la palabra transustanción y no por ello
son considerados herejes.
El documento Dombes tampoco contiene la palabra
transustanciación, como tampoco la mencionan algunos documentos de episcopados.
Dicho concepto es posible traducirlo a nuestra cultura o explicarlo de otro
modo a fin de mantener la misma verdad. La sustancia, actualmente, posee un
sentido físico mientras que en el concilio de Trento era un término metafísico.
Hablar hoy de cambio de sustancia en el caso de la eucaristía nos lleva a
traicionar la verdad a que se refiere el concilio. En catequética es mucho más
rentable abandonar dicha palabra, es decir, la palabra transustanciación. A
Jesucristo no se le localiza ni en el pan ni en el vino, ni se da cambio
fisicoquímico alguno (puede verse Santo Tomás, S.T., III, 76,3-5 ó III,
77,5-8). Fundamentalmente, la acción eucarística es el don de la persona de
Cristo y no un milagro sobre los elementos. En la institución de la eucaristía
se menciona expresamente la entrega de Cristo que es viva y operante en este sacramento.
La consagración:
El deseo de Jesús de darse es suficiente para explicar la
presencia real. Pero sin olvidar que su gran artífice es el Espíritu Santo.
Toda palabra de Cristo procede del Padre que la envía, pero es recordada y
vivificada por el Espíritu si ha de convertirse en palabra de vida (Jn
14,26;16,13). En la Eucaristía se da una palabra de Cristo vivificada por el
Espíritu, de forma que se crea una nueva realidad.
La consagración no es, pues, una fórmula mágica, es el fruto
de la acción creadora del Espíritu Santo. Y al Espíritu no podemos dominarlo.
Es totalmente autónomo. Actúa en lo más íntimo de la eucaristía. La presencia
de Jesús no podemos situarla exactamente en ningún momento, ni en lo que
llamamos el momento de la consagración en que el sacerdote dice las palabras de
Cristo en la última cena. Los orientales han entendido esto muy bien. Para
ellos la invocación del Espíritu no siempre va antes de nuestra consagración.
El “a fin de que estas ofrendas del pan y del vino se conviertan en el cuerpo y
la sangre de Jesucristo” se coloca, a veces, después de lo que llamamos la
consagración. Estas ideas las tiene muy claras el documento Dombes, totalmente
explícito sobre la fuerza de la invocación del Espíritu (14).
Sobre la reserva eucarística, debemos recordar que se hace
primariamente para la distribución a los enfermos y a los ausentes (Dombes 20),
lo que se confirma en el documento romano “Eucharisticum mysterium” en que la
misma adoración del Señor se considera un fin secundario. Entendámoslo: la
adoración eucarística es legítima a condición de que esté religada a Cristo
como regalo, como don y en orden a comulgar con el. No se conservó en un primer
momento la reserva para la adoración, sino que se llegó a adorar porque se
conservaba. Los signos sacramentales no son propiamente el pan y el vino, sino
el de una comida de .pan y vino. El pan y el vino consagrados siguen siendo
cuerpo y sangre en orden a su consumición (Dombes 19).
La materia eucarística:
En la eucaristía, la comida es la que se convierte en signo
del sacramento. Así las gentes de la Guayana pueden tomar su galleta de mijo,
de mandioca o de arroz. El defensor de los pobres, ¿habrá deseado para su
celebración un alimento y una bebida de ricos que son transportados a la
Guayana no en nombre del evangelio sino exclusivamente gracias a Air France?
Según los historiadores, el pan que Jesús utilizaba
diariamente, tenía poco que ver con el pan de trigo que el mundo occidental no
conoce sino desde el siglo XVI. Y desde el punto de vista botánico, el vino no
es ni más ni menos que zumo de grosellas. Por ello, la teología debería ser más
modesta en este asunto y no dejarse absorber por unas directrices que ahora
están minuciosamente fijadas.
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