martes, 11 de diciembre de 2018

La fe en la Creación y la violencia del mal.






LA FE EN LA CREACIÓN Y LA VIOLENCIA DEL MAL. LA MIRADA DE DOS TEÓLOGOS Y UN EPÍLOGO

Artículo publicado en LUCUS de Asacre
Por Arsenio Alonso Rodríguez

LA FE EN LA CREACIÓN Y LA VIOLENCIA DEL MAL. LA MIRADA DE DOS TEÓLOGOS Y UN EPÍLOGO

Por Arsenio Alonso Rodríguez
Resumen :
La violencia que sufre la entera creación constituye uno de los argumentos del ateísmo contra la existencia de un Dios Padre y Todopoderoso. El presente ensayo estudia a modo de síntesis el pensamiento de Andrés Torres Queiruga y Juan Luis Ruiz de la Peña acerca del papel de la teología cristiana en este tema y una valoración crítica de su pensamiento. Por último, se recogen aspectos esenciales de la fe cristiana católica que no debieran faltar en una teología del dolor.
Abstract :
The violence that has occured throughout creation constitutes one of the arguments in atheism verses an all powerful lord. This essay gathers together the thoughts of Andrés Torres Queiruga y Juan Luis Ruiz de la Peña about the role of christian theology over that premise and a critic consideration of both ways of thinking. Finally, it summarizes essential elements of the christian catholic faith that should not be excluded from a theology of suffering.

I.- Dos teólogos a la búsqueda de la originalidad cristiana.-


1.- Andrés Torres Queiruga[1]

Cuatro peguntas y unas observaciones críticas pretenden sintetizar el pensamiento del autor en el tema que nos ocupa. (LUCUS, Nº 4, 2005, pp. 9-22)

1.1- ¿Qué puede decir el teólogo?

En un primer momento la teología debe asumir un papel terapéutico similar al que asignaba Wittgenstein a la filosofía , que es curar las enfermedades del lenguaje, desmontando falsas construcciones o enunciados sin sentido. El mal no es un problema a resolver sino un  misterio a esclarecer. Se reduce el mal a problema cuando se pretende conocer el sentido preciso de cada concepto y donde la respuesta puede ser encerrada en la estrecha y tajante alternativa del dilema. Se sabe quién es Dios (Dios=objeto), qué quiere, qué no quiere, qué mundo podría o no podría crear, qué es el mal,...
El dilema de Epicuro es un caso de mal reducido a problema: “O Dios quiere quitar el mal del mundo, pero no puede. O puede, pero no quiere quitarlo. O no puede ni quiere. O puede y quiere. Si quiere y no puede es impotente. Si puede y no quiere, no nos ama. Si no quiere ni puede, no es el Dios bueno y además es impotente. Si puede y quiere –y esto es lo único que como Dios le cuadra-, ¿de dónde viene entonces el mal y por qué no lo elimina?”[2] Este modo de argumentar servirá como material de desmontaje y crítica dejando al descubierto
sus prejuicios absurdos y contradicciones para llegar así a un planteamiento correcto. No se pretende arrogantemente solucionar el problema del mal, sino por el contrario, poner modestamente al descubierto su misterio liberándolo de construcciones artificiales.
Un segundo momento, estrictamente teológico, intentaría “descubrir positivamente, en la revelación viva del Evangelio, la actitud de Dios frente al mal, y por consiguiente, situar a su luz nuestra actitud, nuestra acción y nuestra esperanza.”

1.2.- ¿Cómo interrogar a Dios desde el dolor?

Fijémonos en los dos extremos del dilema epicúreo para desde ahí desenmascarar los prejuicios y situar correctamente la pregunta. Dios puede pero “no quiere”. Quien pregunta, ¿por qué me manda Dios esto a mí, por qué me castiga, por qué permite,... está partiendo
del prejuicio que dice, Dios quiere pero no puede. Se reduce el miste rio del mal a mero problema en la medida en que quien formula la pregunta ya sabe la respuesta.
Este presupuesto juega principalmente a nivel emotivo y no consciente y modela con devastadora eficacia la precomprensión cristiana de Dios hasta tal punto que justifica el que en ocasiones pueda hablarse de masoquismo cristiano o de sadismo teológico. Dios quiere pero “no puede”. Es la otra alternativa del dilema. El autor hace observar que una idea de Dios que se alimentara y asimilara
de verdad a partir de su aparición en Jesús de Nazaret –el bueno, el compasivo, el que sirve, el que ama sin medida-, tendría por fuerza que inclinarse espontáneamente por este extremo del dilema. El teólogo compostelano hará una encendida apuesta por esta última opción. La otra respuesta puede parecer más inteligente, pero es menos cristiana.Sometamos la expresión “Dios quiere pero no puede” a un proceso de desenmascaramiento dejando al descubierto las trampas del lenguaje.
Lo primero que observamos es que el presente enunciado, aunque aparentemente signifique algo, sin embargo en rigor no dice nada, es una proposición sin sentido, contradictoria, absurda, en suma. Se trata de un enunciado equivalente a “Dios no puede hacer un círculo cuadrado”. Dios sólo puede crear seres finitos. La creación toda ella es no divina y por tanto toda criatura es finita, limitada. Con ello se quiere llegar a una intuición fundamental: que lo finito no puede ser perfecto. Sólo el infinito, que es Dios, es ser perfecto. Los binomios finito imperfecto y perfecto-infinito coinciden. Ahora bien, el siguiente paso consistirá en afirmar que la finitud tiene por fuerza, (necesariamente, inevitablemente) las puertas abiertas a la irrupción del fracaso, al mal.
Puesto que el mundo no es Dios, no puede ser Dios, por eso en él aparece inevitablemente el mal. El mal constituye la condición estructural que hace inevitable la aparición de los males concretos. De ahí se derivan el mal físico, como consecuencia de los inevitables desajustes de la realidad finita en su funcionamiento (lo no perfecto no puede funcionar perfectamente,...) y el mal moral, como  posibilidad inseparable de la libertad finita (una libertad finita no puede ser perfecta). El autor se hace eco de la grave dificultad que supone el convertir el mal moral en necesidad física, ¿No dejaría, por lo mismo, de ser moral? No responde. Se apela al misterio de la libertad. Su pensamiento se resume en la siguiente ecuación: condición finita del ser creado ß lo creado por definición es limitado (=imperfecto= deficitario) ß Forzosidad óntica del mal ß dolor, sufrimiento. Donde cada término de la fórmula se sigue necesariamente del anterior. Cómo hablar correctamente a Dios y de Dios desde la experiencia del sufrimiento, nos interrogábamos más arriba. Ahora ya estamos en condiciones de articular con rigor la pregunta. Una pregunta mal hecha: ¿Por qué Dios pudiendo crear un mundo totalmente bueno y perfecto, creó este mundo malo y cargado de sufrimiento? Pregunta correcta: ¿Por qué Dios, sabiendo que el mundo, al ser finito, y por tanto necesariamente herido por el mal y el sufrimiento, se decide no obstante a crearlo?

1.3.- ¿Pero vale la pena este mundo finito?

El dilema ya no está en si crear un mundo bueno o un mundo malo. El dilema auténtico está en si crear o no crear, sabiendo que el crear implica, por necesidad absoluta, la presencia del mal. La orientación de la respuesta mirará en una doble dirección: del mundo a Dios y de Dios al mundo.
Partiendo del hombre, es fácil comprender que a pesar de que en ciertos momentos parece eclipsarse el sentido de la vida, el hecho común de que hombres y mujeres de todos los tiempos se aferren a la existencia y se esfuercen por todos los medios por seguir viviendo, es un sí rotundo al referéndum sobre el sentido positivo de la creación. De hecho, en el mundo y en la historia nos brilla a pesar de todo la presencia del sentido, más fuerte que el no- sentido. Sin embargo es muy difícil que pueda sustentarse ese sentido frente a los embates del mal si una Presencia más abarcante y poderosa no aporta los datos de una superior integración. Esta presencia es Dios mismo que actúa de garante para inteligir este mundo con sentido último.
Mirando de Dios al mundo, el único nivel racional al que podemos llegar es a postular que si Dios se decide a crear sólo puede hacerlo por amor a la criatura y sólo el bien puede querer para ella. Lo cual significa que la existencia vale la pena y por lo tanto el mal no puede destruirla. El mal es impedimento pero no definitivo. Dios, el Anti-Mal, siempre está al lado de la criatura y en contra del mal.

1.4.- La posibilidad de la plenitud (¿Cur tam sero?).

Toda la argumentación vista hasta ahora se apoya en la imposibilidad estructural de la criatura –debida a su finitud- para ser perfecta, sin fallo, sin dolor, sin mal. Pero nosotros (cristianos) creemos en la salvación, es decir, en un estado donde el mal desaparezca completamente: “El enjugará las lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto ni dolor, pues lo de antes ha pasado” (Ap 21,4). A raíz de aquí surge la pregunta, ¿si va a ser posible al final, por qué no ya ahora? ¿Por qué esperar tanto(¿Cur tam sero?). A esto hay que decir que resulta evidente a nivel de puro principio abstracto pero ignora la mediación de la historia, la necesidad del tiempo y su “pedagogía” como factor esencial en la constitución de la libertad finita. Qué en el hombre se da la posibilidad absoluta de ser plenamente feliz resulta innegable (por eso, a pesar de todo, el mundo vale la pena). Pero que esa posibilidad sea actualizable en cualquier momento, eso ya no se sigue sin más. Que la salvación plena sea posible al final, en la transhistoria, no quiere decir que lo sea en la historia. Si Dios no realiza ya desde ahora –desde el principio- la salvación del hombre, es sencillamente porque resulta
imposible. Y resulta imposible porque entonces no habría hombre que salvar, no habría sujeto de la salvación. A la esencia del hombre pertenece la historicidad, el libre y responsable construirse a sí mismo en la distensión del tiempo. Ser hombre es hacerse hombre. El respeto a la legalidad y la maduración de nuestra historia no es “voluntad” de Dios sino la necesidad de la finitud: la condición de posibilidad de nuestra existencia, porque sólo si existimos puede Dios mismo regalarnos su
felicidad.

1.5.- Observaciones al pensamiento del autor:

a) El autor va más allá del modesto objetivo inicial que se había propuesto. ¿No se ha diluido el misterio? ¿No se ha explicado ya el mal y detectado su origen?
b) Por otro lado, la inevitabilidad del mal fruto de la ecuación finitud ß imperfección ß mal (sufrimiento, dolor) infravalora en exceso la realidad del pecado (el poder letal de la amartía) y correlativamente en la misma proporción pierden peso la culpa y la libertad humanas.
Emerge de esta concepción una idea o modelo de hombre demasiado pequeño, inocente y pasivo (dominado). Por el contrario, no es esa la visión cristiana del hombre creado a imagen y semejanza de Dios mismo y por el misterio de la encarnación redimido y elevado a la dignidad de hijo en el Hijo y amigo de Dios mediante el derramamiento de su Espíritu. ¿No es el hombre “el modo finito de ser Dios”? (Zubiri).¿No es el interlocutor de Dios en la creación? ¿Salvación, según la fe cristiana, no es también sanación y redención de la amartía que nos habita y aliena?
c) Aun reconociendo la parte de razón, en particular, el tema de la finitud y el hecho de que, si Dios quiere un mundo se seres libres lo expone radicalmente al mal, no caben silenciar otras críticas que se le han hecho. Se le ha incluido en la nómina de filósofos postcristianos, es decir, de pensar una filosofía que “se ha emancipado de la tutela de la fe y retorna a un planteamiento puramente racional del problema del mal, si bien con reminiscencias cristianas y aun con el intento de salvar la fe con la razón. Se le reprocha, pues, el excesivo racionalismo y el divulgar, haciendo suya la tesis de Leibniz[3]. Se le imputa el recortar la libertad de Dios al crear ignorando la contingencia como rasgo de la finitud que es lo que permite concebir otros mundos posibles. Desde la filosofía analítica se le objeta que la equiparación de los binomios finitud-perfección y círculo-cuadrado aunque pueda ser difícilmente factible no es contradictoria desde un punto de vista lógico. “No hay nada de contradictorio, lógicamente hablando, en la idea de que el mal se halle ausente de un mundo finito por improbable o inverosímil que ello pudiera parecernos desde un punto de vista fáctico”.[4] Por último, la escatología cristiana recuerda que los bienaventurados siguen siendo seres finitos/limitados, lo que no quita para que en la nueva Jerusalén no haya ya “muerte, ni gritos, ni fatigas” (Ap 21,4). “De acuerdo con que la finitud conlleva limitación. Pero por qué la limitación ha de conllevar dolor? De ser así, la vida eterna como situación de dicha absolutamente felicitante (¡sin asomo de desdicha!) sería metafísicamente imposible”[5]

2. Juan Luis Ruiz de la Peña (1937-1996).-

Podemos sintetizar el pensamiento del teólogo asturiano en los apartados que siguen.[6]

2.1.- ¿Qué puede decir el teólogo?

No debe demorarse en cuestiones terminológicas acerca de qué sea el mal. ¿Qué es el mal, lo malo? No lo sabemos. El mal es indefinible, inabarcable. Sin embargo lo que justifica el uso del término es
que sabemos que el mal en todas sus manifestaciones multiformes segrega siempre dolor. No explicar pues, el mal, sino ir a lo que es específico de la teología y sólo de ella, a saber: “Indagar cómo pueda ser posible creer –si en verdad es realmente posible- desde la experiencia del mal”, iluminar la compatibilidad de fe y dolor. El autor constata “el fracaso” y “el saldo decepcionante” que arrojan las investigaciones filosóficas (teodiceas) y la desmesura en que incurrieron las teologías clásicas que de modo “insoportable” hablaron donde debieran haber callado.
De tejas abajo, desde la pura inmanencia, solo resta pesimismo acerca del poder de la razón humana a la hora de arrojar luz sobre el problema que nos ocupa. La desoladora sentencia de Henry-Levy, y
que el autor copia literalmente, parece ser la única alternativa sensata: “El mundo es un desastre cuya cima es el hombre… y el soberano bien es inaccesible…somos los cautivos de un círculo sin salida, donde todos los caminos conducen al mismo infalible abismo”[7].
Con el fin de destacar y deslindar por contraste la originalidad de la cosmovisión cristiana el autor resalta las dos actitudes posibles ante el mal en el horizonte de la secularizad: a) existe el mal, luego no existe Dios y, por ende, no hay sentido. El mal funciona aquí como antiteodicea. Pero el mal puede funcionar también b) como pro-teodicea. Existe el mal, luego tendría que existir Dios si no se quiere renunciar a la idea de un universo con sentido o al postulado ético de la justicia universal. Así pues, el mal,  “roca del ateísmo”, tampoco es un argumento concluyente contra Dios.
Volviendo al asunto que nos ocupa, nos preguntábamos más arriba si era posible creer en Dios desde la experiencia del sufrimiento. Esta era la pregunta genuinamente teológica. Pues bien, la respuesta está supeditada a esta otra pregunta: ¿cómo ha vivido Jesús la experiencia del mal? Esto es así porque Jesús es la revelación última y plena de Dios en la historia humana. Observando el mal en la vida de Jesús se concluye que sí, que es posible creer en Dios porque Jesús también creyó. Y creyó desde el porqué sin respuesta empírica posible, al igual que Job, al que “iguala y sobrepuja en el último tramo de su historia”. Al igual también que el Siervo sufriente del Deutero-Isaías. No obstante, es de notar cómo el último Ruiz de la Peña, introduce un cambio de apreciación respecto a los dos modelos veterotestamentarios: el modelo que pregunta por qué (Job) y el que pregunta cómo (Siervo sufriente, Siervo de Jahvé). Pues bien, entre los dos elige el modelo del Siervo. Es decir:  “Prefiere entregarse confiadamente a un destino doloroso que no comprende, a exigirle a Dios una explicación; sabe (desde la oscuridad de la fe) que el dolor solidaria y amorosamente asumido no será en vano, que esa entrega no ocurrirá a fondo perdido, sino que pondrá en marcha un dinamismo salvífico… Y esto es todo”. En la última etapa del autor Jesús no habría asumido los dos modelos sino sólo uno. No el del grito airado, el de la pregunta desgarrada de Job, sino el de la figura mesiánica del Siervo (Is 42-53). El Siervo enmudece ante el dolor (“la muerte es muda y hace mudos”, nos dirá en otro lugar) pero nos muestra el cómo sobrellevar el dolor, cómo asumir el sufrimiento injustificado” y el para qué : “El dolor del Siervo no es sin sentido: tiene un alcance redentor… El misterio resta intacto, pero ahora se ilumina con una donación de significado que lo rescata del absurdo”[8].
¿Pero por qué esto es así? Porque aún no se ha dicho lo más decisivo. Que todo cuanto acabamos de afirmar sobre Jesús y su experiencia del mal se puede y debe afirmar de Dios. “Aquí se emplaza el escándalo más insoportable del cristianismo; el que, amén de repugnar a judíos y gentiles, horrorizó a Arrio y a Nestorio: que en Getsemaní sufrió Dios, que en el Gólgota murió Dios”. La imagen que emerge de la figura de Cristo es no la de un Dios apático sino la de un Dios que compadece y  consufre, que está en la escena de la historia humana “no causando, enviando o permitiendo el mal, sino sufriendo en mí y conmigo; tampoco suprimiéndolo, sino mostrándolo asumible. Desvelándome que incluso en ese mal hay un sentido o, mejor, que a través de esa noche amanece la aurora de la salvación”.
Ya se había hecho notar más arriba del escepticismo radical de Ruiz de la Peña sobre las posibilidades de la razón humana para acometer el enigma del mal. Y, por ende, su apuesta por el Siervo sufriente que enmudece y no abre la boca, figura que “se cumple con creces” en Jesús. ¿De dónde, pues, procederá la luz que esclarezca y confiera significatividad o sentido, aunque no explique, el misterio del mal? La respuesta es tajante y excluyente: “El único esclarecimiento posible del misterio del mal adviene por la vía de la praxis, y no por el de la elucubración teórica”. La praxis remite a la praxis de la fe. Se trata de una definición teológica de la fe. Una fe además cristológica, vivida al estilo de Jesús, el Dios verdadero[9].  Es desde la vivencia de la fe, y toda fe por serlo es relación mística con Dios, ( el autor nos recuerda, a propósito, que Jesús “no se ha comportado ante el mal como un asceta sino como un místico”) desde donde, paradójicamente, se “comprende” la incomprensibilidad del mal. En conclusión, “el mal no es problema a solucionar antes de creer en Dios… no es un problema soluble teóricamente, sino misterio a esclarecer vivencialmente”.

2.2.- Observaciones al pensamiento de la autor.-

a) ¿Estamos ante “una renuncia a la razón en nombre de la sola experiencia de la fe”? [10]¿De ser así sería ortodoxa tal postura desde la teología católica?
b) Una segunda objeción apunta al diálogo con el mundo del ateísmo (en sus distintas variantes).Efectivamente, si sólo desde la experiencia mística de la fe se ilumina el misterio, ¿qué puente habría que tender en el diálogo con el mundo de la increencia dado que “los gemidos
de dolor y muerte siguen constituyendo la más contundente objeción contra la fe en un Creador del mundo sabio y bueno”?[11]
c) ¿No son compatibles, en mutua fecundidad, las dos figuras de Job y el Siervo en la persona del Hijo encarnado? Más aún, “Redujo Jesús al silencio las preguntas de Job o más bien las acentuó?[12]

3.- A modo de epílogo.-

1.- La teología no debe caer en la tentación de rechazar las aportaciones de la filosofía acerca de la compatibilidad Dios creador omnipotente y bueno a la vez y la existencia del mal. La teología natural tiene su legitimidad (Rom 1,20; Sab 13; Sal 19, etc.) Las distintas teodiceas son otros tantos ensayos de comprensión de la finita razón humana por inteligir el misterio como misterio. En este sentido, la teología debe decir no al fideísmo y sus formas.
Por el contrario, la teología lejos de ser negación de la razón da un paso más afirmando ésta y trascendiéndola, dejándose iluminar por una voz que viene de afuera que es la autocomunicación del mismo Dios (revelación) . La fe no anula la razón sino que la perfecciona y enriquece o eleva. Es “la gran amiga de la inteligencia” [13]
2.- W. Kasper nos recuerda cómo “ la encarnación del Hijo implica un trueque: `Siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza´ (2 Cor 8,9; cf Gál 4,5; 2,19; 3,13; 2 Cor 5,21; Rom 7,4; 8,3 s). El himno a Cristo de Flp 2,6-11 coincide con la afirmación de 2 Cor 8,9: “El, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoríade Dios, al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se abajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”. De ahí se deduce que la encarnación aparece interpretada de cara a la cruz y desde ésta. Dicho de otra forma. “La cruz no es la consecuencia de la conducta terrena de Jesús, sino el objetivo de la encarnación; no es un apéndice, sino lo que da sentido al acontecimiento de Cristo y es la meta final de todo lo demás. Dios no se habría humanado de no haber penetrado en el abismo y en la noche de la muerte… Sólo un amor omnipotente puede darse totalmente al otro y ser un amor impotente… Siendo Dios la omnipotencia del amor, puede realizar por decirlo así, la impotencia del amor; puede entrar en el sufrimiento y en la muerte sin sucumbir a ellos. Sólo así puede redimir nuestra muerte mediante la suya”. El Deus revelatus se presenta bajo la alienación del mundo. En la muerte y resurrección de Jesús, el poder de Dios se manifiesta bajo las condiciones de este mundo: el poder en la impotencia, la plenitud en el vacío, la vida en la muerte. La revelación de Dios en la historia de los hombres se hace de modo oculto. “Dios manifiesta su poder en la impotencia, y su omnipotencia es omnisufrimiento. Su eternidad no es rígida inmutabilidad, sino movimiento, vida, amor que se comunica a lo que es diferente de él. Así la cristología del Hijo implica una nueva interpretación de Dios y un cambio de nuestra realidad al mismo tiempo”[14]
Así, pues, la encarnación del Hijo inaugura un cambio de nuestra realidad, un cambio óntico, ya que por este trueque irrumpe ya el Reino de Dios, el nuevo eon, la Nueva Creación en la tensa espera del aún no de la consumación escatológica (la Esperanza de la “entera creación” que “gime”).[15] El sufrimiento ya no es absurdo ni vacío, sino que puesto que ha sido asumido por Dios mismo, cobra un significado salvífico, un valor, y en esa medida coopera, en la forma de sólo Dios conocida, en la construcción del Reino de Dios.[16] La tradición viva de la Iglesia así lo interpretó siempre. La Carta Apostólica Salvifici Doloris, sobre el sufrimiento humano, (11-2-1.984) es sumamente elocuente.”
El Evangelio del sufrimiento significa… la revelación de la fuerza salvadora y del significado salvífico del sufrimiento en la misión mesiánica de Cristo y luego en la misión y en la vocación de la Iglesia (n.25). “Se convierte en fuente de alegría la suspensión del sentido de inutilidad del sufrimiento, sensación que a veces está arraigada muy profundamente en el sufrimiento humano… El descubrimiento del sentido salvífico en unión con Cristo transforma esta sensación deprimente.
La fe en la participación en los sufrimientos de Cristo lleva consigo la certeza interior de que el hombre que sufre `completa lo que falta a los padecimientos de Cristo´; que en la dimensión espiritual de la obra de la redención sirve, como Cristo, para la salvación de sus hermanos y hermanas. En el cuerpo de Cristo, que crece incesantemente desde la cruz del redentor, precisamente el sufrimiento, penetrado por el espíritu de sacrificio de Cristo, es el mediador insustituible y autor de los bienes indispensables para la salvación del mundo. El sufrimiento más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas… los sufrimientos humanos, unidos al sufrimiento redentor de Cristo, constituyen un particular apoyo a las fuerzas del bien, abriendo el camino a la victoria de estas fuerzas salvíficas. Por eso, la Iglesia ve en todos los hermanos y hermanas de Cristo que sufren como un signo múltiple de su fuerza sobrenatural… El Evangelio del sufrimiento se escribe continuamente, y continuamente habla con las palabras de esta extraña paradoja. Los manantiales de la fuerza divina brotan precisamente en medio de las debilidad humana. Los que participan de los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás… La Iglesia siente la necesidad de recurrir al valor de los sufrimientos humanos para la salvación del mundo” (n.27). La Carta se cierra una vez más con esta paradójica petición:
“Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal que nos presenta el mundo contemporáneo venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo” (n.31). [17]

Arsenio Alonso Rodríguez[18]




[1] Se siguen básicamente dos de sus primeras obras: Recuperar la salvación, Madrid 1979 y Creo en Dios Padre, Santander, 1986. Otras obras posteriores van en la misma línea: El mal inevitable, en M. Fraijo-J Masia (Ed), Cristianismo e Ilustración, UPCO, Madrid, 1995, 241-292 y Recuperar la creación. Por una religión humanizadora, Santander, 1997. Ha sido una importante fuente de referencia e inspiración el trabajo sobre el mismo tema de ALVAREZ ALONSO, Alberto: Tesina: Dios y el sufrimiento en el mundo. Instituto Superior de Ciencias Religiosas. Universidad Pontificia de Salamanca. Seminario de Oviedo. Curso 1999-2000.
[2] TORRES QUEIRUGA, A.: Recuperar la salvación, Madrid 1979, 224
[3] ARMENDARIZ, Luis M.: ¿Puede coexistir Dios y el mal? Una respuesta cristiana. Universidad de Deusto, Bilbao, 1.998.pp. 28 ss
[4] MUGUERZA,J.: “La profesión de fe del increyente. Un esbozo de (anti)teodicea”, Iglesia Viva, nn.175-176 (1995).
[5] RUIZ DE LA PEÑA, J.L.: Una fe que crea cultura, Caparrós Editores, Madrid,
1997, p. 313; Cf. SCHILLEBEECKX,E.: Cristo y los cristianos, Madrid, 1983, p. 818
[6] RUIZ DE LA PEÑA,J.L.: Creer desde la experiencia del mal y la injusticia. Artículo publicado en VV.AA.: Creer en tiempos de incertidumbre. Cátedra fe-cultura .Universidad Pontificia de Salamanca, Instituto Superior de Pastoral. Salamanca, 1981, pp 29-42. Fue incluido íntegramente como capítulo en el primer volumen de su tratado de Antropología teológica, Teología de la creación, Sal Terrae, Santander, 1986, pp 157-174. Posteriormente, en Dios Padre y el dolor de los hijos, artículo aparecido más de una década después en la revista Sal terrae LXXXVIII (1994), pp 621- 634 ahonda, enriqueciendo sustancialmente, su primera aportación. Ver también J.L. RUIZ DE LA PEÑA: Una fe que crea cultura, pp 311-322, Caparrós Editores, Madrid, 1977. Recopilación de escritos del autor dispersos por varias publicaciones entre los que se incluyen los dos artículos arriba citados. Edición de Carlos Díaz.
[7] HENRY-LEVI, B.: La barbarie con rostro humano, Caracas 1978, pp 73, 105, 119.
[8] Sal Terrae LXXXVIII (1994), pp. 621-634
[9]  De modo implícito están actuando en la mente del teólogo dos verdades nucleares de la fe cristiana: la unicidad y universalidad salvífica de Cristo y la plenitud y definitividad de la revelación de Cristo
[10] TORRES QUEIRUGA, A.: Creo en Dios Padre, Santander, 1989, p. 119 Así piensa el pensador gallego quien coloca al mismo Ruiz de la Peña como ojo de mira de su crítica.
[11] PANNEMBERG, W.: Teología sistemática II, Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 1996, p.178.El problema no es especulativo sino exigencia interna de la misma vida de la fe del testigo, que en su misión evangelizadora debe llegar a
todos dando razón de aquello en que cree y espera (1 Pe 3,15: “Dar razón de la esperanza”).
[12] “Israel se mantuvo como un escatológico “paisaje de `gritos y gemidos´ , un paisaje tejido de recuerdos y de expectación. Demostró tener escasas dotes para el olvido y, al mismo tiempo, poca capacidad para la elaboración espontánea, ` idealista´
de sus desengaños…Podría incluso afirmarse que la `elección´ de Israel, su capacidad de Dios, se mostraba en esta excepcional especie de incapacidad: en la incapacidad de hallar consuelo en mitos o en ideas ajenas a la historia. A esto, precisamente, llamo `pobreza ante Dios´, aquella `pobreza en el espíritu´ que Jesús declaró bienaventurada… Quien oye el mensaje de la resurrección de Cristo de tal modo que resulta inaudible el grito del crucificado, no está oyendo el evangelio, sino un mito triunfador… Aletea sobre el cristianismo un hálito de irreconciliación. Ahuyentarlo no sería expresión de una fe fuerte, sino de poca fe… Una fe que no cree en sí misma, sino en Dios, ¿no reviste forzosamente en este mundo la forma de una interpelación en tensa espera a lo largo del tiempo?...¿No hay tal vez en nuestra espiritualidad cristiana demasiados cantos y muy pocos gritos, demasiadas aclamaciones jubilosas y muy poca tristeza, demasiados beneplácitos y muy poca nostalgia, demasiado consuelo y muy poca hambre de consolación?” (METZ,J.B.: Pasión de Dios, Barcelona, 1992, pp. 25-27. Cf. ID, El clamor de la tierra. El problema dramático de la teodicea. Pamplona, 1996; ID, Esperar a pesar de todo, Madrid, 1996.
[13] CONCILIO VATICANO II: Mensaje de la Iglesia a los hombres de pensamiento y de la ciencia n. 6; Cf. JUAN PABLO II: Carta Enc. Fides et Ratio
[14] KASPER, W.: El Dios de Jesucristo, Salamanca, 1990, pp.203-229; 152. De modo esclarecedor Hans KÜNG hace notar que “el Dios de los filósofos y el Dios de la Biblia no deben disociarse o armonizarse sin más, sino que el Dios de los filósofos está superado, esto es, afirmado, negado y trascendido a la vez, en el Dios de la Biblia” (24 tesis sobre el problema de Dios, Madrid, 1981, p. 120)
[15] Rom 8,22-25
[16] “Dios nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia… La expectación de una tierra nueva no debe agotar, sino más bien estimular, la solicitud por perfeccionar esta tierra… Por ello, aunque el progreso temporal ha de distinguirse cuidadosamente del crecimiento del reino de Cristo, sin embargo… interesa grandemente al reino de Dios” (Concilio Vaticano II, Gadium et Spes, n. 39, dedicado íntegramente a la nueva creación. Se inserta en el capítulo III sobre la actividad humana en el mundo, nn. 33-39).A la luz de estas declaraciones conciliares no se ve cómo no deba entrar el mismo sufrimiento humano dentro de la actividad humana, es decir, de la obra misma del hombre. Se observa cómo la actividad humana no es sin más sinónimo de productividad medible ni visible conforme a los parámetros de utilidad o mercantiles sino que incluye además la in-utilidad del dolor y sufrimiento como motores transformadores de la historia del mundo. El Concilio añade que “los buenos frutos de la naturaleza y de nuestro esfuerzo… volveremos a encontrarlos finalmente limpios de toda mancha iluminados y transfigurados”(GS n. 39). Los supuestos antropológicos y cristológicos de la nueva creación, tal y como aparecen en la Escritura y la fe de la Iglesia, postulan una identidad básica entre el cosmos
actual y los cielos y la tierra nuevos. El cómo entender la continuidad aquí afirmada y su influjo entre “los frutos de nuestro esfuerzo” y el mundo futuro es un asunto abierto en teología si bien descartando dos posiciones extremas. A saber: a) el escatologismo radical , patrocinador de una fuga saeculi que rehusa toda participación en el esfuerzo común por edificar la ciudad terrena. El Concilio pone en guardia contra esta tentación de evasionismo. Y b) el encarnacionismo radical, que no distingue sino que identifica progreso temporal y crecimiento del reino y que sostiene una relación causa-efecto o una correspondencia de proporción directa entre aquel y éste; ello equivaldría a reverdecer el mito de la torre de Babel y liquidaría la índole gratuita y trascendente de la consumación de la historia. (Cf. RUIZ DE LA PEÑA, J.L.: La otra
dimensión. Escatología cristiana. Santander, 1986, pp.219-226)
[17] La letra en cursiva es de la misma Carta.
[18] Artículos de revistas
El dios inexorable y la posibilidad del ateísmo. Arsenio Alonso Rodríguez. Studium Ovetense: Revista del Instituto Superior de Estudios Teológicos del Seminario Metropolitano de Oviedo, ISSN 0211-0741, Nº. 37, 2009, págs. 133-140
Artículo: Prolegómenos para un estudio del tema de Dios en la filosofía de La Acción de M. Blondel.Arsenio Alonso Rodríguez.Studium Ovetense: Revista del Instituto Superior de Estudios Teológicos del Seminario Metropolitano de Oviedo, ISSN 0211-0741, Nº. 36, 2008, págs. 35-75
Artículo: Teología, racionalidad y verdad: Apuntes para un tiempo de crisis.Arsenio Alonso Rodríguez. Studium Ovetense: Revista del Instituto Superior de Estudios Teológicos del Seminario Metropolitano de Oviedo, ISSN 0211-0741, Nº. 30, 2002, págs. 159-170

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