Moral y Metafísica
por José Pablo Noriega de Lomas
El nuevo
trabajo, que intenta explorar la Moral, y las relaciones entre ésta y la
Metafísica. Para ello, en el capítulo primero se han expuesto los
aspectos que se consideran más importantes de una moral natural, la cual
presenta conceptos de que están grabados en nuestra naturaleza,
conceptos que no podemos negar en nosotros. Por su parte, en el capítulo
segundo se ha tratado de los aspectos de la Metafísica que llevan al
tema de la existencia de un Absoluto, y de Su relación con el mundo. En
el tercero, se trabaja el tema de cómo se traban determinadas relaciones
en los diferentes ámbitos de las ciencias y la Filosofía. Así se llega
al capítulo cuarto en el que se procura estudiar las relaciones
recíprocas entre los ámbitos de la Moral y la Metafísica. Ello tanto en
el sentido que trata de las consecuencias que la Metafísica tiene en la
transformación de la pura moral natural; como en el que toca a la
capacidad de argumentación que se eleva de la moral natural a Dios, pues
la primera exige un absoluto. De este modo, la Metafísica tiene
consecuencias religiosas, algunas de las cuales tratamos en el capítulo
quinto, en el que se explora brevemente la apertura de la Moral y la
Metafísica a la Religión. Por último intentamos un epílogo, que trata de
temas prácticos relacionados con lo que se había expuesto con
anterioridad.
Como puede observarse, se ha intentado un tratamiento analítico de la problemática, pero es preciso reconocer que las Ideas están organizadas de tal manera que un tratamiento sistemático que separe claramente unos temas de otros no es totalmente posible, puesto que en las disciplinas las interrelaciones y las influencias recíprocas son palmarias.
Como puede observarse, se ha intentado un tratamiento analítico de la problemática, pero es preciso reconocer que las Ideas están organizadas de tal manera que un tratamiento sistemático que separe claramente unos temas de otros no es totalmente posible, puesto que en las disciplinas las interrelaciones y las influencias recíprocas son palmarias.
Capítulo I: Moral.
I- La naturaleza y la moral
El
concepto de bien está muy trabajado por la tradición filosófica, pero
creemos que existe una idea natural, arraigada en el ser vivo, arraigada
en la misma esencia de la vida, de lo que es bueno. Todo lo que ayuda
fisiológicamente, lo que es útil para el organismo, lo que impulsa su
vida es considerado primariamente como bien (Nietzsche). Por tanto,
puede afirmarse que nacemos con el conocimiento de lo que es bueno,
aunque el mismo sea atemático; y que a este concepto no se llega por
razonamiento sino que es innato, que nacemos con él. Por ello, la vida
desde sus inicios se comporta siguiendo sus imperativos.
Por
consiguiente, hay que afirmar que los seres humano estamos en posesión
de una noción de bien como seres vivos que somos, que procede de la
evolución y que se configura en la conciencia inmediatamente. Es decir,
se apoya en la intuición o en la evidencia del organismo que considera
bueno lo que le beneficia vitalmente. Por tanto, puede deducirse de lo
dicho, que tenemos una intuición primordial de lo que es el bien, que
está anclada en la misma evolución de la vida; y que aparece como
innegable por el mismo ser humano en la medida en que es también ser
vivo. En conclusión, la noción de bien es inmediata; y todos sabemos lo
que es o de lo que trata, aunque una definición resulte difícil, como
puso de relieve, por ejemplo, el filósofo More. Aún con esto último, nos
parece claro ella que se encuentra impresa con una gran fuerza en los
estratos profundos de nuestra mente y de nuestro ser.
Ahora
bien, como, según veremos, el creador de la naturaleza es Dios resulta
que la idea de bien está impresa en nuestra conciencia por la misma obra
de Dios. Ello nos pone en la pista de la ley natural, como
participación de la ley eterna (Santo Tomás de Aquino).
El
segundo momento en que se manifiesta el concepto de bien es en de el
cuidado de la prole, en la familia. Por el instinto del cuidado de la
prole los animales y las personas somos capaces de desinterés. Por medio
de la familia comprendemos lo que es el bien honesto, pues somos
capaces de amor, opuesto al interés. Además, por ese cuidado
desinteresado y amoroso de la prole, las crías también comprenden lo que
es el amor, en tanto que se las hace bien con el cuidado y en su
crecimiento.
Luego,
también en la naturaleza se encuentra el origen y la primera
comprensión de lo que significa el bien honesto, no el deleitable. Como
se sabe, este ejercicio del bien es de tal manera que está muy allá en
la filogénesis del reino animal. Por consiguiente, los seres humanos se
hacen capaces de producir y de sentir el bien honesto instintivamente,
es decir, sin un razonamiento previo. Por ello, puede decirse que en el
mismo curso natural produce espontáneamente el sentimiento de lo bueno
en la honestidad (por tanto también de lo malo); y que el hombre lo
hereda.
También
aquí en la medida que Dios es el autor de la naturaleza puede también
hablarse aquí de una ley natural, como en el caso del bien deleitable,
impresa en la criatura; y por la que la criatura es capaz de amar, y de
sentir el amor. Ello, según estamos viendo, se manifiesta en el cuidado
de la progenie.
Pero
la descendencia siente que el amoroso cuidado con el que los padres la
obsequian como algo valioso en sí, en cuanto que se muestra como cariño,
el cual tiene positivamente una significación propia, que también se
muestra como agradable para quien la recibe. Así, el amor se muestra
como bien deleitable, como algo que se quiere en sí mismo y que produce
goce. Por ello el bien honesto tiene para otros la faceta de bien
deleitable, en cuanto se muestra a través de otros bienes deleitables,
que sirven para la vida y su desarrollo.
De
ello nace un primer concepto de felicidad en que la vida se encuentra
satisfecha en sus necesidades y al mismo tiempo amada. El concepto de
felicidad es entonces correlativo con la consecución del bien en la vida
misma. De ahí que la primera noción de felicidad se dibuje en la misma
vida, en la vida natural del ser biológico.
Pero
de la vida natural también hereda el hombre el conocimiento de que el
bien del conjunto está por encima del bien del individuo; y de que si es
preciso éste debe sacrificarse por el bien de la sociedad. Igualmente
hereda la compasión de la colaboración y de la ayuda mutua, Por tanto,
el comportamiento y la noción de amor por el prójimo; el sometimiento a
la ley común nos viene dado como connatural con nosotros. Ello significa
que el ideal del amor ya está prefigurado en nuestros corazones; y que
el comportamiento social lo presupone; y es el zócalo sobre el que se
asienta. Ello evidentemente es un avance importante con respecto a un
comportamiento anárquico en el que el individuo busca únicamente su bien
o, a lo sumo, también el de la familia.
Por
otra parte, si nos preguntamos qué es el deber, o qué es el bien
honesto, es porque presuponemos que el ser humano vive con sus
congéneres, con los demás en sociedad. Por ello la moral debe tener
presente la realidad social del hombre, que es natural. Esto significa
que con anterioridad a la Revelación, a toda religión y a la creencia en
el Absoluto cabe hablar de una realidad moral natural.
En
efecto, como se sabe, los mismos antepasados del hombre actual vivían
en sociedad y se procuraban el sustento socialmente, mucho antes de la
aparición del lenguaje articulado, condición de todo discurso racional.
Esta naturaleza social es, por tanto, muy antigua en el orden de la
filogénesis; y hunde sus raíces en las sociedades de primates y de
mamíferos en general. Por ello, es natural, como veremos aquí más
adelante, que las bases de esta sociabilidad queden transformadas con la
aparición de la religión en general, y más definitivamente con la
Religión del Amor. En este sentido, a diferencia de las religiones
politeístas de la Antigüedad occidental el cristianismo destaca por que
incluye la moral; y como consecuencia de sus premisas la transforma.
Por
tanto, los conceptos principales de la Moral se encuentran figurados en
la misma constitución del ser vivo y de la persona de modo que antes de
todo razonamiento o teoría se encuentran en él como un hecho, como algo
que posee, algo de lo que no se puede levantar ninguna duda. Por ello,
se puede decir en sentido estricto que son ley natural; y que, siendo
Dios artífice de la naturaleza, se puede afirmar que dicha ley ha sido
puesta por Él en las criaturas.
Así
pues, el comportamiento moral, tanto en el sentido del que se refiere a
los bienes deleitables como en el de los bienes honestos, está muy
arraigado en el hombre. Está inserto en su más íntima naturaleza, como
también lo está en etapas arcanas de la vida. Quiere esto significar que
en la misma vida del hombre está ejercido el comportamiento moral.
Pero,
con respecto a ello, puede afirmarse que el comportamiento moral no
solamente se da en el ser humano, sino que se da también en la vida
animal en un nivel instintivo. Así, la búsqueda del bien deleitable se
observa también en los animales en la medida en que también ellos buscan
la vida. Lo mismo ocurre, en su medida, con el bien honesto en tanto
que en la vida animal existen tanto la familia como las sociedades
Ahora
bien, lo que en este terreno aporta una de las especificidades del ser
humano consiste que la moral no solamente está ejercida sino que también
está representada. Esto quiere decir que mediante el lenguaje nos
hacemos conscientes de la vida moral primera y también de la inserción
de la moral en la religión, como luego veremos. Además la realidad de la
Filosofía y, en concreto, de la Ética como disciplina filosófica en la
que el concepto de bien está tematizado específicamente desde la
Antigüedad, es una buena muestra de ello.
Finalizando,
una diferencia esencial entre el hombre y el animal es que en el animal
el ámbito de la moral está solamente ejercido sino también representado
nocionalmente, sin que tenga posibilidad alguna de tematizarlo porque
carece de los instrumentos verbales que proporciona el lenguaje
articulado. Por el contrario, en el hombre, por medio del lenguaje, el
ámbito moral está representado, propiamente tematizado, aunque hunda sus
raíces en la animalidad.
Obviamente
no puede decirse lo mismo de la religión que de la moral, pues aquélla
está llena de verbalidad, y es una realidad antropológica específica,
que llega a subsumir la misma moral en su campo. Aquí no existe
nocionalidad, sino un conocimiento más preciso.
II-
Conocemos,
pues, el bien. Pero éste no se presenta de manera indiferenciada al ser
humano, sino que lo atrae a su cumplimiento y por ello se presenta en
la forma de imperativo que se debe cumplir como resultado de una ley.
Así, el mandato de perseguir el bien en todo momento y en todo lugar es
el contenido de la ley moral. Ella se presenta como incondicionalmente
válida, lo que significa que existe para los seres racionales finitos en
la forma de orden, de mandato incondicional, como un imperativo con el
que es absolutamente necesario cumplir.
Pero
dicha ley no presenta el mismo nivel de imperatividad, de forzosidad si
se trata de cumplir con el bien deleitable o si se trata de cumplir con
el bien honesto. Puede afirmarse que con respecto al bien honesto
presenta una mayor forzosidad, en el sentido de que es más difícil
evitar la llamada a su cumplimiento. En cambio del mandato de hacer el
bien, el imperativo de la ley moral presenta unos caracteres de menor
forzosidad en lo que respecta al bien honesto, esto es, en el bien que
debemos procurar en aquello que no es lo nuestro. Aquí, el imperativo de
hacer el bien se compagina con la libertad en la medida en que, aunque
el imperativo manda, podemos desobedecerlo o no. Se entra entonces en el
campo de la libertad, que además de presentarse como un dato de nuestra
conciencia, hace posible el poder desobedecer la ley moral, el
imperativo con el que el bien nos conmina a su prosecución.
Así
pues, en el hilo de la argumentación sobre el bien y el deber se
encuentra la libertad. Efectivamente como ya estudiara Santo Tomás de
Aquino y también Kant si la ley moral tiene un imperativo primero cual
es el de hacer el bien y evitar el mal, ello implica que si debemos
hacer el bien es porque podemos cumplir con él o no. Y si podemos
cumplir o no con el imperativo moral es que somos libres.
Pero,
por otro lado, también puede mostrarse la existencia de la libertad por
el testimonio de la introspección de la conciencia. Así es, porque
cuando conocemos que hemos hecho el mal en lugar del bien la conciencia
nos lo recrimina y aparece el remordimiento. Y ello independientemente
de que en el momento de cometer el mal fuéramos conscientes plenamente
de estarlo haciendo. Como consecuencia, puede aseverarse que es nuestra
misma conciencia la que nos hace responsables del mal que cometemos.
Ello evidentemente implica que somos libres, pues de otra manera no
cabría hablar de la responsabilidad que todo ello implica. Por
consiguiente, la libertad es un dato que está como presupuesto en
nuestra conciencia, aunque las diversas argumentaciones del determinismo
(económico, social, psicológico etc.) intenten decir que el ser humano
no es libre, que está su obrar determinado por otros factores distintos
de su libertad.
Pero
con la construcción histórica de la Humanidad aparece también otra
temática. Así, en otros lugares (Democracia consecuente o Sobre Política
y Religión) hemos afirmado que la Paz aparece como el bien supremo en y
entre las comunidades humanas ordenadas políticamente. Ello es debido a
que, en nuestros días, la Guerra Total supone la destrucción total de
las realidades humanas en la Tierra completa o casi completamente. Para
comprender esto no es necesario más que imaginarse el escenario de una
guerra nuclear.
Por
ello, podemos decir que también aquí, en el campo de la Filosofía
Política la vida se muestra como el bien que todos queremos, como el
primer bien objeto de nuestro deseo y como condición de posibilidad de
otros bienes. En efecto, si la Paz se configura como el bien político
por excelencia, como bien político que es condición de los otros bienes,
ello es en la medida en que queremos la vida, pues con la Paz es lo que
se garantiza. Por consiguiente, en el terreno de la Política también
puede decirse que la naturaleza manda; y que en nuestra propia
naturaleza se encuentra grabado lo que realmente queremos, aun que ello
se concrete o se exprese como experiencia histórica y política que nos
muestra cual es el bien político central que se ha de buscar, que además
es la condición de posibilidad de todo bien.
De
lo dicho también se colige que el amor es la virtud política por
excelencia porque el amor la que mejor cumple con el objetivo de la Paz.
Por eso, en nuestros tiempos la misma se puede expresar, según hemos
expuesto en otros lugares, como misericordia política, la cual
esencialmente consiste en un adentramiento en las argumentaciones
morales y políticas del oponente. De esta manera se hace posible un
diálogo auténtico, capaz de conducir al acuerdo en los temas objeto de
discusión, de disenso y de enfrentamiento.
Así
pues, según vamos argumentando, existen unas bases fisiológicas de lo
que el ser humano entiende por moral, pero estas bases quedan incluidas y
transformadas en realidades o estructuras más generales. De este modo,
el hombre se percata de que el bien fisiológico es limitado y, por
ejemplo, percibe el amor como una necesidad que no siempre encuentra su
satisfacción en su vida fisiológica, en la de la sociedad civil o en la
del estado. Además, por otro lado, se hace consciente de la limitación
que supone la muerte para toda felicidad y para todo bien, por lo que no
solamente ansía un bien y una felicidad completos, sino que también
desea que esa felicidad y esos bienes perduren en el tiempo
indefinidamente.
Esto
es así de manera que se nos da como una realidad para nuestra vida
futura. Si nos preguntamos como puede darse el sobrepasamiento de las
leyes de la naturaleza en la felicidad inmortal hemos de pensar que en
la acción misma de Dios, como señala Kant en la Crítica de la Razón
Práctica, hemos de defender que Dios es el principio que tiene la
capacidad de hacer que las leyes naturales queden superadas en la
realidad de la existencia de una vida eterna y feliz a la que estamos
llamados.
Con
respecto a ello hay que señalar que las religiones intentan también dar
una respuesta a estos deseos de inmortalidad y felicidad, ofreciendo
soluciones parecidas en sus diversas ofertas de salvación. Pero en este
sentido nos parece que la corriente central de la religión, representada
por el monoteísmo profético, es la que mejor responde a la
fenomenología que estamos describiendo, como lo atestiguan sus creencias
escatológicas. En definitiva, la compleción de las ansias de
inmortalidad feliz se realiza mediante la Revelación que garantiza, por
la vía de la fe, que las ansias humanas tienen una satisfacción en la
vida eterna.
Capítulo II: El Mundo y el Absoluto
I-El mundo
El
mundo como totalidad de los fenómenos, de lo dado no puede presentarse
como racionalmente completo, acabado, por lo que no se basta a sí mismo;
y se puede decir, por tanto, como racionalmente incompleto o inacabado.
Por ello según hemos visto (Razón y Realidad) pide o necesita
ampliaciones que puedan dar cuenta de lo que la razón demanda, lo cual
no es otra cosa que la totalización racional de la realidad. Para ello,
según vemos, se necesita la ampliación de la realidad natural, del
mundo.
Efectivamente,
examinemos la posibilidad de que el mundo se baste a sí mismo desde la
posibilidad de la compleción racional. Sí es cierta esta tesis, el mundo
encuentra explicación dentro de sí mismo en lo que respecta a la
pregunta por la racionalidad de la realidad. De esta manera, se supone
acabado el sistema mundo, que no necesita de nada más.
Fácilmente
se entiende que lo que tiene fundamento en sí y está completo desde el
punto de vista de la razón ha de tener todas las perfecciones, y ello es
el Absoluto. Por tanto, podemos preguntarnos si el mundo es el
Absoluto, pues con respecto a lo que estamos tratando se ve que la única
posibilidad que tiene el mundo de presentarse como realidad absoluta es
el panteísmo, que lo hace idéntico a Dios. Consecuentemente, el
panteísmo se presenta como un intento de totalización racional de la
realidad, que es inmanente al sistema mundo. Con esta totalización
parece que el mundo es autoconsistente racionalmente. Pero la
totalización racional no es posible con un sistema limitado, por lo que,
como el mundo tiene fecha de origen, un origen y una fecha de
finalización. Por ello no puede presentarse como Absoluto o Dios.
Pero
tampoco puede presentarse el mundo como un absoluto desde el punto de
vista de su acabamiento o finalización porque ello exigiría un mundo
moralmente perfecto desde el comienzo hasta el final de los tiempos, con
la consiguiente felicidad e inmortalidad para los seres conscientes que
lo han poblado y lo poblarán. En conclusión, desde el punto de vista
moral tampoco puede presentarse el mundo como un absoluto puesto que
ello exigiría que fuese moralmente perfecto, esto es, bueno en todos los
sentidos y en todos los aspectos. Es evidente que esto no es así, pues
el mundo está lleno de males de todo tipo. Tampoco desde la perspectiva
del acabamiento presenta el mundo consistencia, pues, si suponemos que
la teoría de la Física anuncia una disolución o acabamiento del mundo,
por lo que con ello tampoco se alcanza ningún Absoluto, es decir,
ninguna perfección.
En
otro orden de cosas, cabría la pregunta por si la materia puede cumplir
con las exigencias de un absoluto. Así lo defiende, por ejemplo,
Engels. Desde luego, parece claro que la materia en cuanto que materia
mundana no puede porque cae bajo la categoría de mundo; y ya hemos visto
las limitaciones que posee la idea de Mundo como para ser pensada como
Absoluto. Pero cabe preguntarse si se puede presentar una materia
general, más allá del mundo, como posible realización de la idea o de la
realidad del Absoluto. En este caso se podría conceptuar la materia
como eterna, increada e indestructible. Pero, parece que esta materia
debe concretarse necesariamente como mundo con lo que le son aplicables
las críticas que hacíamos al sistema mundo. Por ello, lógicamente las
mismas atañen a la idea de Materia general. Además esta materia general
se presenta con la característica de carecer de conciencia, pues de otra
manera sería Dios. Careciendo de conciencia no puede presentar todas
las perfecciones; y específicamente las que le corresponden como son la
bondad, la justicia o la sabiduría. En consecuencia, tampoco en este
aspecto se puede defender la materia como Absoluto, pues este exige, por
definición, según veremos a continuación, como característica suya el
contar con todas las perfecciones.
II- El Absoluto
Definición
A-
La filosofía entiende por Absoluto aquella realidad que tiene todas
las perfecciones y es una realidad total. Por ello, tiene como
características suyas la del ser realísimo, la de la omnisciencia, la de
la omnipotencia, la de la bondad absoluta, la increabilidad, la de no
tener una existencia limitada y, como consecuencia, la de la eternidad y
la de la indestructibilidad; y otras muchas más, pues todas las
perfecciones que se puedan pensar pertenecen al Absoluto. Por ejemplo,
la de ser inteligencia infinita y, en general, la de la infinitud en
todos las perfecciones.
Es
entonces natural que si existe el mundo y el Absoluto, éste sea el
creador del primero; y que si tiene todas las perfecciones de la bondad
sea Amor, pues este manifiesta el grado máximo de la bondad en cuanto
que da por encima de lo que debe; y da gratuitamente, sin pedir
contrapartida. Por ello, el Absoluto también es Amor infinito.
Efectivamente, el Absoluto, como ser perfecto que es, tiene que tener
también la perfección de ser moralmente impecable; por tanto, querer
siempre el bien. Este querer siempre el bien se traduce como Amor, que,
en la medida en que quiere siempre el bien, es el máximo bien en sí.
En
conclusión, puede decirse que solamente el Absoluto puede ser el
Absoluto o que sólo Dios puede ser Dios y, entonces ni el mundo ni la
materia pueden presentarse como Absoluto.
III-El mundo y el Absoluto
Pero
dado que lo Absoluto es lo perfecto, y que a lo perfecto no le falta
nada, estando en lo óptimo, podemos preguntarnos por qué razón además de
lo perfecto existe el mundo, que con sus imperfecciones hace que lo
real como todo aparezca, en primera instancia, como irracional.
Ante
este problema no ha de resultar extraño que en la Historia de la
Filosofía se hayan intentado las soluciones del acosmismo, como hizo
Parménides o la filosofía advaita hindú, la cual entiende el mundo de
los fenómenos como maya, como ilusión; y ello de tal modo que lo único
verdaderamente existente es el Absoluto, que así absorbe la realidad del
mundo. Por ello, se diviniza el cosmos y el resto irracional de lo real
queda divinizado, al ser negada la existencia, la consistencia
ontológica del mundo.
Bien
es cierto que la realidad del mundo comparada con la de Dios, con la
del Ser realísimo queda disminuida y depreciada y siendo de segundo
orden. Pero no se le puede negar consistencia y ser, y reducirla a pura
ilusión o apariencia. Así es, porque el mundo tiene entidad propia,
realidad; y por tanto no es algo prescindible para la construcción de
una argumentación.
Efectivamente,
el principio de no contradicción rige como legalidad lógica y
ontológica inexcusable; y muestra así la consistencia de la realidad
como conjunto. Los teoremas matemáticos se imponen como verdades
incuestionables; las leyes físicas son ineluctables y por sus
legalidades se organiza el universo; el mundo de la vida no puede
prescindir de los condicionantes que sujetan a todo ser vivo. En fin, el
ser humano tiene una realidad que roturan las Ciencias Humanas, tiene
una naturaleza que no puede ser violada sin graves perjuicios.
Por
todo ello, la realidad del mundo se nos muestra como consistente y con
entidad, de tal manera que ello se extiende por la misma racionalidad de
los saberes científicos, técnicos y tecnológicos. No se puede,
entonces, defender que la realidad natural del mundo es una apariencia,
aunque se reconozca que su realidad es inferior a la de Dios, a la del
Absoluto en cuanto que, por ejemplo, se sabe que adolece, o que no es
perfecta.
Así
pues, si no es posible la vía advaita de negación del mundo
(acosmismo), o de negación de la dualidad Dios-mundo parece necesario
ensayar otras alternativas.
Tenemos
entonces dos realidades diferentes y contrapuestas que son Dios y el
mundo. Parece claro que de las dos el Absoluto tiene prevalencia
ontológica y prevalencia en cuanto al origen, pues lo Absoluto no puede
provenir de lo que no lo es, sino que el orden es el que va de Dios al
mundo. Es, por tanto, claro que la realidad natural o mundo ha de
provenir del Absoluto, de Dios, porque, como venimos señalando, lo más
no puede proceder de lo menos, sino que lo que es inferior debe ser
consecuencia de lo que es superior, lo que es relativo de lo que es
absoluto.
Pero
lo relativo puede proceder de Dios por creación o por emanación. En el
primer caso el mundo y Dios están claramente separados; mientra que en
el segundo todavía están mezclados, pudiendo ser el mundo natural el
grado más bajo de las sucesivas emanaciones del Absoluto. Entonces, nos
preguntamos si el mundo puede ser una emanación de Dios.
La
respuesta es que el mundo no puede ser una emanación de Dios, pues como
éste es imperfecto ello significaría un rebajamiento de la majestad, de
la perfección de Dios. Pero, según se ha expuesto, no puede haber punto
de comparación entre la perfección de Dios y la imperfección del mundo.
Así es porque el Absoluto debe permanecer incólume, con su perfección
sin mancha.
Como
consecuencia, en la medida en que el mundo es una realidad consistente,
y no apariencial, y en la medida en que no puede ser emanación de Dios,
es preciso sostener que el mundo es creación, una creación de Dios.
Efectivamente, el Absoluto y su consistencia ontológica y axiológica
hacen que la única explicación plausible sobre el origen del mundo es
que éste es creación de Dios, no emanación.
De
lo escrito en este capítulo, se desprende que hay una serie de verdades
que el cristianismo ha anticipado a la razón filosófica. Entre ellas se
encuentra las de que Dios existe; que es Amor, también, como veremos,
que la caridad es la virtud principal; que por medio de ella estamos
unidos a Dios y al prójimo; que la vida terrenal se completa, como
veremos, con la vida eterna; y, en fin, que todas estos hechos nos hacen
más felices y mejores.
Estas
verdades pueden ser alcanzadas mediante el trabajo de la razón,
mediante la filosofía, tal como los filósofos cristianos han
desarrollado a lo largo de toda la dilatada historia de la Filosofía
Occidental. Pero, según mostramos, estas verdades pueden ser alcanzadas
por la conciencia humana por la fe, en cuanto que ella es un
asentimiento que no usa la razón ante determinadas premisas, pero que se
fundamente en el asentimiento anterior a verdades que, luego, pueden
ser probadas por la razón. Es el caso de la fe que asiente plenamente al credo ut intelligam,
pues a partir de la creencia de las verdades de fe el mundo y, en
general, la realidad quedan comprendidos de una manera muy distinta a
aquella en la que se niega la creencia.
Efectivamente,
sea cualquiera la manera por la que se llegue a la aceptación de las
verdades esenciales de la religión (por fe, por razón o por ambas) la
realidad queda cambiada e iluminada por una nueva luz que no es
solamente luz de conocimiento, sino que también lleva implicaciones
emocionales y sentimentales. Por ejemplo, en cuanto que la religión nos
hace más felices. Lo veremos más adelante.
Capitulo III: Las Relaciones en la Teoría
Ya
hemos escrito en otras ocasiones que los distintos sectores de la
realidad y de la teoría no constituyen campos cerrados unos para otros,
sino que entre ellos se organizan unas relaciones que recorren
determinados trayectos. También hemos señalado que las Ciencias Humanas
dependen en muchos aspectos, para su constitución de la parte más alta o
filosófica de la Teoría, de modo que según los planteamientos que se
hagan, así se construyan unas ciencias u otras: Unas psicologías u
otras, unas antropologías u otras, etc. De la misma manera, cabe hablar
de la construcción del Derecho, de la constitución de la Política o de
la formación de la Sociología.
Por
otro lado, en la misma filosofía los campos racionales no están
organizados de cualquier manera sino que son las Ideas las que organizan
sus campos gnoseológicos. Como resultado, puede hablarse de distintas
disciplinas que tematizan los campos que les corresponden. Así, las
Ideas de Belleza, de Arte, de Canon, organizan el campo que constituye
la Estética y la Filosofía del Arte; desde las Ideas de Paz, de
Justicia, de Bien, de Estado y otras se estructura la Filosofía
Política; desde la Idea de Bien, la Ética o Moral; desde la Idea de
Hombre, la Antropología; con las de Conocimiento y Verdad se trabaja en
Epistemología o Teoría del Conocimiento; desde las Ideas de Ser o
Realidad se constituye la Metafísica; en Teología Natural, el papel
central lo toma la Idea de Dios o Absoluto; la Psicología, con las Ideas
de Alma, Mente o Conducta; la Filosofía de la Historia, con la de
Ésjaton; la Filosofía del Derecho, trata con la de Estado; la idea de
Lenguaje conduce a la Filosofía del Lenguaje; y así sucesivamente en lo
que ocurre con otras disciplinas filosóficas.
Pero
estas ciencias filosóficas y las Ideas que las conforman no están
aisladas entre sí, como señala Bueno, sino que mantienen relaciones
entre sí según líneas precisas por lo que, siguiendo a Platón, puede
hablarse de una symploké de
las Ideas filosóficas. Así, la Idea de Hombre está relacionada con la
de Cultura u otras; la Idea de Verdad, con la de Conocimiento, y estas
Ideas valen tanto para la Epistemología General como para la de la
Epistemología de la Ciencia; la Idea de Justicia encuentra complemento
en la Idea de Bien, que a su vez es especificada por aquélla; la Idea de
Belleza halla estabilidad en la de Bien, en la de Dios y en la de Arte,
por ejemplo; y así sucesivamente.
Pero
de la misma manera que existen relaciones de horizontalidad en la
Teoría, puede también hablarse de relaciones verticales. Éstas se dan
sobre todo con Dios. Así, por ejemplo, la Epistemología mantiene unas
relaciones claras en cuanto que funda su consistencia en Dios, de manera
que el Absoluto juega es el principio de explicación racional cerrando
de manera totalizadora el campo de tratamiento de la Idea de Verdad.
Dios es el cimiento sobre el que se funda el único concepto de verdad
posible, que es el de la verdad como adecuación de la mente a la cosa.
Todo este tema lo hemos expuesto en El problema de la Verdad. De un modo
parecido el campo de la Historia, por poner otro ejemplo, también es
comprendido como totalidad racional, en cuanto se introduce en él las
Ideas de Providencia y de Reino de Dios. Ellas fundan el acabamiento
racional. Así lo hemos hecho en Sobre la Historia.
En
lo que respecta al presente ensayo, lo que vamos a hacer es explicar
las relaciones que se dan entre la Moral y la Metafísica, de manera que
se trata de ver la manera en que las posiciones que se adoptan en la
Metafísica condicionan los planteamientos morales. Ello significa que
aunque la Moral pudiera ser construida autónomamente, no por ello
dejaría de verse afectada por las posiciones metafísicas que
corresponden. Así, por ejemplo, no deja indiferente el campo de la Moral
la existencia del Dios personal del Amor. Así es, porque el hecho de
que podamos relacionarnos con Él cambia los planteamientos en cuanto que
se puede decir, a modo de ejemplo, que por Él cabe esperar una vida
futura feliz. Este hecho influye en toda nuestra moral, pues, como
veremos, con esperanza somos mejores que sin ella. Con este ejemplo, y
otros que se darán, se ve claramente la relación entre la Moral y la
Metafísica. Como se ve, las verdades de la Metafísica no dejan incólume
el campo de la Moral. Por el contrario, la relación entre Moral y
Metafísica es real, así como la influencia de la segunda en la primera.
Con
ello, como corolario, puede criticarse las teorías mantenidas por
algunos sectores del deísmo que criticaban fuertemente la religión.
Pensamos que son difícilmente asumible en nuestros días porque la
creencia en Dios tiene implicaciones muy importantes. Por ello, dicho
sea de paso, lo que es cada vez más necesario es una Filosofía
Apologética que defienda la religión.
Capítulo IV: Metafísica y Moral
A- Los datos originales
Hasta
ahora hemos mostrado, por una parte, la existencia de una moral natural
que es transcendental en el sentido de que su validez se nos muestra
incuestionable por estar inserta en nuestra naturaleza ineluctablemente.
Por ella, por la moral natural, el hombre tiene un conocimiento del
bien, del deber y de otras realidades de naturaleza moral Por la otra
parte, tenemos el hecho de la existencia del Absoluto, que como tal
tiene todas las perfecciones, entre ellas las de ser omnipotente y la de
ser plenitud de Amor.
Como
consecuencia, podemos preguntarnos si este segundo nivel afecta al
primero, y viceversa; o si, por el contrario, tienen plena autonomía,
conservando inalterada su propia esfera. Nos queda por tanto la tarea de
averiguar las posibilidades de composición de la una con la otra a
nivel racional, a nivel filosófico. En este sentido, cabría la
posibilidad de que los dos niveles (el moral y el ontológico)
permaneciesen indiferentes, de modo que la moral y el ser humano no
resultasen afectados por la existencia de Dios.
Desde
luego, también cabría preguntarse si Dios resulta afectado por la
existencia del ser humano: Enseguida que hacemos esta pregunta podemos
contestarla, porque comprendemos que el Absoluto, en cuanto que es
perfecto y subsistente, no resulta esencialmente alterado por la
existencia humana, sino solamente en la medida en que quiera incorporar
al hombre a su obra creadora. Hay que reconocer, como estudiaremos, que
la relación de dependencia debe ir del hombre a Dios y no a la inversa.
B- Moral y Dios
Creemos
que existen bastantes puntos de contacto que, mediante una
introspección adecuada, ponen al ser humano en relación con Dios. A este
respecto, se puede ver la fe que expresa la afirmación de la presencia
de Dios en nosotros: Ella es primariamente un punto de contacto. Pero,
sobre todo, hay que afirmar que existen elementos cognitivos y morales
que muestran la presencia de Dios en nuestras personas.
Así,
por ejemplo, cuando hablamos del principio general de la moral -que
exige hacer el bien y evitar el mal- reconocemos la presencia de Dios en
nosotros (pues el mandamiento es incondicionado y absoluto) de la misma
manera que el conocimiento de lo que es la verdad nos lleva también al
Absoluto. Ello nos sirve para comprobar que existe cierta inmediatez en
la presencia del Absoluto en nuestra conciencia, pues el paso de los
incondicionados a Dios es muy pequeño; y además de que la coherencia se
logra mediante el reconocimiento de la existencia de Dios. Hemos de
decir, con respecto al tema, que ocurre algo parecido con el argumento
ontológico, aunque el razonamiento es más largo. Este dato, por su
parte, abre la puerta a ulteriores construcciones racionales, que puede
constituir sistemas enteros de pensamiento; y así ha ocurrido, pues la
existencia de Dios en cuanto punto de partida ha estado siempre presente
en la entera historia de la Filosofía Occidental.
Nos
queda por saber si ello no tiene ninguna implicación para nosotros en
nuestra vida moral, y deja ésta incólume o. si, por el contrario, la
altera. Y si esto último, cómo y en qué mediada. Defendemos que el
conocimiento de la existencia de Dios en modo alguno deja para el hombre
las cosas como estaban: Con el simple reconocimiento de la ley y las
estructuras morales. Por el contrario, este dato nos afecta totalmente.
En primer lugar, aporta sentido. Frente a la sinrazón de la nada y la
aniquilación, la creencia en Dios aporta la experiencia de que la muerte
no es la palabra definitiva. Así pues, este conocimiento de la
inmortalidad feliz que nos espera es la colmatación de nuestro deseo,
pues el ansia de vida sin fin y feliz está inscrita en nuestros
corazones, aunque en términos históricos no puede decirse que el hombre
haya sido siempre consciente de ello. La prueba de esto último está en
la existencia de una Revelación histórica que muestra con anterioridad a
la razón que dicha vida es real y posible, lo cual es recibido por el
ser humano como motivo de gran alegría.
Por
su parte, en este punto puede tratarse sobre el tema de que una
demostración filosófica de la realidad de la vida eterna feliz pasa por
la afirmación de que, puesto que es una mejora radical de la condición
humana, ella debe ser hecha posible por Dios. Es decir, en la medida en
que deseamos una tal vida; y en la medida en que Dios es bueno y
omnipotente, nos la concede. Podría presentarse como un obstáculo para
la argumentación que estamos desarrollando, la afirmación de que la vida
eterna y feliz se da por sí misma, porque es posible por sí misma. Pero
una alteración como ésta de las leyes de la naturaleza, a las que
estamos sujetos, solamente es posible mediante la intervención de una
voluntad que quiere el bien, y al mismo tiempo, por ser omnipotente, se
encuentra con la capacidad de efectivamente garantizarnos la vida eterna
feliz.
En
segundo lugar, y por lo anterior, aporta esperanza. Quiere esto decir
que no nos debemos hundir en la desesperación, porque se espera una vida
nueva, eterna y feliz, en la que todas las cosas son definitivamente
redimidas. En la medida en que la promesa de felicidad nos hace más
felices, también nos hace más buenos, puesto que cuando recibimos bien
somos también más capaces de ser mejores. En conclusión, puede añadirse
que la confianza que propiamente aporta la creencia en la vida eterna
tiene repercusiones morales, en tanto que por este conocimiento nos
hacemos más buenos y también más felices, lo cual a su vez repercute de
nuevo en que también nos hacemos mejores.
En
tercer lugar, le proporciona amor, pues nos encontramos
incondicionalmente amados por el Absoluto, quien nos es lo más íntimo.
En cuarto lugar,- volviendo al argumento de más arriba- al dar Dios
esperanza y amor nos da felicidad, pues no es lo mismo vivir sin
esperanza y cariño que vivir con ellos. Ello cambia cualitativamente el
signo de nuestra vida en la medida nos hace más buenos, pues el amor y
la esperanza son difusivos. El sentirse amado y esperanzado hace mejor
al ser humano, pues el amor y la esperanza tienen un efecto que todos
podemos experimentar; y que se manifiesta como venimos diciendo. También
en cuanto que entrar en la presencia de Dios nos impele a ser felices y
mejores, porque el amor es difusivo, según decimos, y quien recibe bien
es más capaz de hacer el bien. En resumen, el Dios del Amor nos hace
más buenos, al infundir el amor en nuestros corazones
En
quinto lugar, también nos hacemos más buenos porque el querer de Dios,
como Voluntad Santa que es, refuerza el cumplimiento moral al dar más
motivo para el acatamiento de la ley moral .Efectivamente, querer el
bien es propio de una Voluntad Santa. Como Dios tiene todas las
perfecciones se manifiesta también como Voluntad Santa que quiere que
seamos buenos, pues lógicamente desea siempre el bien. Por ello, el
mandamiento moral se manifiesta también como mandamiento de la Voluntad
Santa, es decir, también como mandamiento religioso; y la falta o
transgresión de la moral como pecado. De otro lado, si la Voluntad Santa
es también comprendida como Amor, la búsqueda del cumplimiento con el
bien, que manda la ley moral, queda reforzada para los seres racionales
finitos, debido a que el sentirse amados hace que busquemos complacer a
Aquel que nos ama infinitamente. Esto vale también para la moral
política que, si como hemos visto en otros lugares, debe configurarse
también alrededor del amor. Ello significa que también la religión, como
vínculo de amor que se establece con Dios, ayuda al establecimiento de
un orden político mejor, más armonioso y fraternal. Así, en política
también, somos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos potenciando
el amor, incluso al enemigo.
Por
último hay que señalar que como la creencia en Dios nos hace sentirnos
mejor; y como el amor, según venimos manifestando, es difusivo nos
encontramos con la necesidad del apostolado, de entrar en relación moral
con los demás enseñando la creencia del amor y por ello de la
fraternidad.
En
este sentido, muchas personas que en esta época han pasado de la
creencia a la increencia están en condiciones de comparar lo que se
logra con la una y lo que se consigue con la otra. Ello les hará volver a
la creencia en cuanto que es mejor solución para las personas humanas,
Así por ejemplo, puede compararse la esperanza que proviene de la
creencia con la desesperación como fruto lógico del ateísmo. Y lo mismo
que se hace con la esperanza puede hacerse con otros aspectos que tocan
muy de cerca de las personas. En el caso visto, como en los otros,
fácilmente se comprende que la fe es superior. Ahora bien, cabe indicar
que también nos estamos refiriendo a una religión purificada y que ha
superado los elementos negativos por los que era combatida.
Pero
no debemos quedarnos en la perspectiva que presenta la creencia como
algo puramente subjetivo, que no tiene una manifestación en lo externo.
Al contrario: La fe se expresa y se refuerza como Iglesia y también como
liturgia, de modo que a través de ellas es como se hace patente también
a nuestro interior, a nuestra voluntad y a nuestra inteligencia.
Fácilmente se constata, entonces, que aquí tanto la Moral como la
Metafísica experimentan una apertura hacia la Religión, de la que luego
hablaremos más concretamente.
C-El Bien
Hemos
distinguido en este ensayo los campos de la Moral y la Metafísica.
Asimismo hemos considerado la Moral en sí, desnuda. Pero hay que seguir
estudiando como la mera moral queda transformada por la Metafísica en
los aspectos centrales de sus conceptos fundamentales, entre los que se
encuentra el de Bien.
En
efecto, el bien como bien deleitable, que se traduce en felicidad,
tiene su correspondencia en el conocimiento de que la vida natural está
llamada a ser completada por una vida bienaventurada y eterna, la cual
conforma el máximo bien al que podemos aspirar. Esta confianza en la
vida futura se traduce también, en el ámbito moral, en el nacimiento de
una virtud sobrenatural, cual es la esperanza, por medio de la que
expresamos nuestra convicción en que la muerte no es el dato definitivo,
sino que estamos llamados una felicidad eterna. Efectivamente, Dios
como perfección absoluta que es, no quiere dejar de procurarnos la
bienaventuranza.
Pero
también el bien como amor queda transformado por la existencia del Amor
Absoluto. Quiere esto significar que una búsqueda del bien que se
traduce en la lucha por la existencia y por el querer una vida feliz,
queda incluida en el sistema de un amor absoluto que nos garantiza la
vida eterna. Este amor absoluto, por su parte, crea la virtud
sobrenatural de la caridad por la que las almas se encuentran unidas a
Dios por el amor que viene de Dios y que va a Dios. Este amor,
proveniente de Dios, en la medida en que procura felicidad, promueve el
amor al prójimo, también como parte de la virtud de la caridad,
procedente de Dios.
Por
otro lado, también la caridad permanecerá en la vida venidera en cuanto
que el amor de Dios y el amor a Dios permanecerán en el futuro absoluto
del hombre, en la medida en que Dios es el Absoluto, y como tal no
dejará de llenar la vida de los seres racionales finitos.
En
otro orden de cosas, en el trabajo presente hemos visto que el concepto
de bien y los principios morales generales están en nosotros como si
fueran ideas innatas, esto es, conocimientos que poseemos absolutamente,
y de los que estamos seguros, sin que quepa la duda en su conocimiento.
Es decir, que son transcendentales. Por otra parte, en otros ensayos
hemos visto nos encontramos con una intuición análoga con respecto a la
idea de Verdad. Ello quiere decir que estamos en posesión de una idea de
lo que es la verdad; y de que esta idea es absolutamente cierta e
inconmovible.
Por
ello el bien y la verdad remiten a la existencia del Absoluto, puesto
que tanto por la verdad como por el bien estamos en posiciones absolutas
desde el punto de vista del conocimiento, conocemos sin duda,
trascendentalmente. Como somos seres limitados, estas ideas absolutas no
pueden provenir de nosotros, sino que no sólo demuestran la existencia
de un Absoluto sino que prueban también que este absoluto es la fuente
de la bondad y la verdad. Así es que la verdad y la bondad, como
transcendentales que son, no solamente forman los aspectos más generales
de las cosas más allá de los cuales el pensamiento no puede ir en el
orden abstractivo, sino que son alegato en sí mismos en favor de la
existencia de Dios.
De
otra parte, hemos expuesto que la ley moral se encuentra naturalmente
en nosotros en la forma de un imperativo que nos manda evitar el mal y
buscar el bien (Santo Tomás de Aquino). Resta preguntarse si este
mandamiento permanece inalterado ante la presencia de Dios o si, por el
contrario, queda alterado por ello. Como hemos visto, que la Voluntad
Santa quiere el bien en todo momento: Por ello, el mandamiento de hacer
el bien sale reforzado por la conciencia de Su presencia, pues al puro
mandato de la ley moral hay que añadir el hecho de que Dios lo quiere
así, lo cual es un plus. Así, el mero mandamiento, también es respetado y
obedecido porque Dios impulsa en ello a los seres racionales finitos,
que quedan de esta manera implicados más fuertemente.
En
consecuencia, el mandamiento del amor significa que debemos amar a
nuestro prójimo incondicionalmente. Pero es preciso reconocer no sólo
que el mandamiento desde la estricta vida moral, desde la realidad de
una ley que nos impulsa hacia el bien, sino también que la existencia de
una Voluntad Santa que quiere incondicionalmente el mismo bien empuja
al cumplimiento de la ley, llegando incluso a fundamentar la voluntad en
su búsqueda del bien. Se da, pues, que la existencia de un Dios de Amor
incondicional, la realidad de una Voluntad Santa tiene la suficiente
fuerza para fundar, por la misma percepción de Su existencia, la
voluntad finita desde el amor en la búsqueda del cumplimiento del bien,
gratuitamente y como mandamiento de esta Voluntad Santa, de ese Amor
Absoluto que nos ama incondicionalmente.
Por
ello, somos capaces de lo mejor al recibir ese amor entregándonos a él
en el sentido de que perseguimos su llamada y su obra en nosotros. En
consecuencia, la buena voluntad puede estar no solamente impulsada por
Dios sino también fundada en Él. Aquí también la Moral y la Metafísica
se abren a la Religión por el hecho de que la idea de pecado, junto con
la idea de mandamiento divino impulsa en una medida grande el
cumplimiento del deber y del bien.
En
otro orden de cosas, parece palmario que en el mundo natural hay mucho
mal. Así lo corroboran la guerra, el hambre o la crueldad. Pero
igualmente cabe esperar que este estado de cosas no es definitivo, sino
que, al contrario, el bien acabará triunfando, terminará ocurriendo que
el principio bueno domine la Historia. Por ello se hace necesario
esperar la victoria del amor en el mundo natural. Así es, porque la
misma existencia de Dios hace que el amor se vaya difundiendo en este
mundo progresivamente. Y ello, en dos sentidos: En primer lugar, en un
sentido cuantitativo que significa que el Dios del Amor se revela,
haciéndose presente a un número creciente de personas humanas. En
segundo lugar, en un sentido cualitativo en cuanto que el Amor se hace
no solamente asequible a más personas, sino que también la intensidad
del amor se hace progresivamente creciente. Como consecuencia, nos cabe
esperar el triunfo del bien en el mundo en un futuro lejano, pero
cierto. En él, por una parte el amor será universalmente aceptado y
vivido; por otra, será posible la contemplación del Rostro de Dios,
pues, como dice san Juan el Evangelista, Dios es amor, lo cual también
Lo define esencialmente.
Por
otro lado, si seguimos con la temática del concepto de bien, vamos a
tratar de concretar lo que puede entenderse por disfrute del Sumo Bien,
que como tal es insuperable. En efecto, por muchos caminos la existencia
del Sumo Bien implica la realidad de una vida eterna feliz a la que
estamos llamados. Pero ello implica que nuestra felicidad ha de estar en
la contemplación del Sumo Bien en la vida eterna y en la comunión de
vida con Él. Como seres racionales y finitos que somos sabemos que
nuestra felicidad está en el conocimiento de la Suprema Verdad y en su
contemplación como Ser Perfecto y. por ello, como Bien Supremo.
Ello
quiere decir que nuestra felicidad como vida eterna se encuentra
esencialmente en la contemplación de Dios, que es la Suma Realidad, como
Suma Perfección. Esto último, obviamente, no significa que nuestra
naturaleza quede anulada: Por ejemplo como seres sociales, tenemos
necesidad de nuestros hermanos y por ello la vida eterna será
inseparable de ellos. Lo que significa es que nuestra felicidad tendrá
como centro la vida de Dios.
Así
pues, como corolario, puede asegurarse que la religión no deja
inalterada la moral al contrario, promueve los mandamientos morales: El
de hacer el bien, que también se expresa como mandamiento del amor. En
efecto, en la medida en que existe el Absoluto del Amor nos encontramos
impelidos por la misma dinámica de lo real a cumplir con Él, buscando la
realización del bien.
Y
así lo hace la Religión tanto en su lado objetivo como en el subjetivo.
Así, por ejemplo, por la liturgia de la palabra se nos impulsa al
cumplimiento moral. Ello no significa que reduzcamos la religión a mera
moral, pues también es algo más en cuanto que, por ella, estamos
lanzados a la relación con la Transcendencia. Por ello, cabe decir que
no queda la Moral absorbida en la Religión, sino que ocurre lo
contrario, pues la religión da una nueva dimensión al hecho moral, al
que incluye.
D- La ley
Hemos
tratado con el hecho de que existen conocimientos, pulsiones o
imperativos que están dados en nosotros, de tal manera que es imposible
negar su existencia y su forzosidad. Estamos incondicionalmente
afectados por ellos; y no nos es posible evitarlos. Su existencia nos
consta de una manera análoga a la del primer principio del conocimiento
(de no contradicción), de modo que son evidentes para nosotros; no
podemos negar su verdad y tampoco demostrarlos; y no nos es posible
contradecirlos.
Según
hemos dicho, como conocemos con total certeza, sin que nos sea posible
la duda estos primeros principios hemos deducido que ellos han sido
puestos en nosotros por un Absoluto, pues si Él no existiera, nosotros
como seres finitos no seríamos capaces de ponernos en dicha posición
absoluta
Como,
en el orden de la Metafísica, reconocemos a Dios como autor de la
Creación, nos es obligatorio reconocer que estas leyes y conocimiento,
principios y pulsiones, han sido queridos y puestos por Él.
De
ahí que el conocimiento de los primeros principios morales constituya
la ley eterna de Dios, que se concreta en las criaturas como ley
natural, en cuanto que concreción o participación de la primera. Por
ello, esta ley natural que se conforma en las criaturas es la concreción
o participación de la ley eterna, como muestra santo Tomás de Aquino.
De esta manera, puede defenderse que la ley natural es tal en cuanto que
está en la misma naturaleza de los seres racionales finitos, pero
igualmente en cuanto que es transcendental puede entenderse como ley
divina, pues su inexorabilidad debe proceder del Absoluto, de Dios. De
otra manera podría entenderse que existen conocimientos absolutos que no
tienen ninguna justificación, ni ninguna razón de su existencia, pues
se supondría que los datos transcendentales no provendrían de la
participación de Dios en la criatura, aunque ésta sea finita y limitada.
Por
otro lado, según vamos estudiando la existencia del Absoluto, que se
entiende como Amor, condiciona la ley moral. Desde luego el mandato de
la ley moral es un absoluto de obligación (Kant), pero la existencia del
Dios del Amor facilita el cumplimiento de la ley, y tiene también otras
repercusiones en la vida moral.
Efectivamente,
existe un puente entre la moral y Dios. En la medida en que podemos
establecer relaciones con Él nos sentimos amados; y ello facilita el
cumplimiento de la ley moral. Estamos así más próximos a la santidad,
que es la adecuación total a la ley.
De
otra manera, puede decirse que los principios generales de la moral
(como el de hacer el bien y evitar el mal, primer principio práctico)
que están en nosotros, suponen nuestra libertad. Como consecuencia,
puede asegurarse la autonomía moral del ser humano y la capacidad para
obrar el bien y resistirse al mal. Asimismo, se sigue que esos primeros
principios son mandatos absolutos, son imperativos que mandan absoluta e
incondicionalmente, que tienen que provenir de un Absoluto que los pone
en la conciencia práctica, según hemos argumentado.
Por
consiguiente, puede decirse no sólo que somos autónomos, sino también
que somos teónomos en cuanto que conocemos la ley de Dios en nuestra
conciencia. Por tanto es natural que se hable en Teología Moral de una
autonomía teónoma, de tal manera que cuando más obedecemos la voz de
nuestra conciencia más obedecemos también la voluntad de Dios. Como
consecuencia, para estos principios morales puede también ser dicho, que
ellos son revelación de Dios, en este caso revelación natural, que es
recogida y tematizada por la Teología y la Filosofía.
En
este orden de cosas, hemos analizado que, por una parte, existe la
libertad humana como hecho innegable; y que, por otra parte, el amor de
Dios es también perceptible también por el mundo de la razón, pues por
medio de ésta hemos concluido que existe el Absoluto de Amor. Por su
parte, este amor se manifiesta como Gracia, que impulsa asimismo el amor
a Dios. Pues bien, nuestra libertad queda potenciada y ensalzada -y así
se facilita el cumplimiento de la ley- por la Gracia, en la medida en
que el amor de Dios nos conduce a la buena obra, y aunque a veces
nuestra libertad lo rechace. Como consecuencia, puede asegurarse que,
según enseña la Teología, nuestra libertad es ayudada por la Gracia.
Pero
el amor de Dios también completa nuestra libertad, impulsándola a
cumplir con el bien, con la ley, porque por una persona que nos ama
también podemos aumentar nuestro amor, y hacer las cosas que le agradan.
Por tanto, el amor a Dios también mueve la libertad humana, aunque la
primacía y la iniciativa Le corresponden, pues Él, como Absoluto que es,
nos amó primero. En conclusión, la libertad natural queda mejorada por
el amor de Dios; y la Gracia nos impele a cumplir con la ley moral,
aunque también nuestra libertad pueda rechazarla.
En
fin, de otras maneras afecta la Metafísica a la vida moral. Así por
ejemplo, al creer en al vida futura absoluta, nos hace sentirnos amados
por Dios; y por tanto más felices. Esto significa que la esperanza y la
caridad vividas como virtudes nos hacen más felices. Al sentirnos más
felices construimos amor, y así nos sentimos más capaces de amor, lo que
nos hace estar más cerca de la ley, nos facilita el cumplimiento con
ella.
E- Justicia y vida eterna
Es
un hecho comprobable por la propia experiencia cotidiana que los seres
humanos intentan sobresalir de muchas maneras en su vida social. De esta
manera, por ejemplo, muchos buscan dejar constancia de su nombre; y
también la fama. En este afán de sobresalir también se encuentra el
esfuerzo de muchos dejar huella de su paso por este mundo, por pasar a
la historia de alguna manera. Este es el caso, quizá, de los más
afectados por las realidades simbólicas.
Pero
es injusto que unos hombres lo logren y otros no, pues es un agravio
para los que no disponen de medios para dicha meta el hecho de quedar
con una vida anónima. Así que, si usamos el método de las ampliaciones
racionalizadotas de la realidad para atenuar o eliminar las carencias
del mundo natural, también aquí se hace precisa una ampliación de la
realidad natural que elimine estas desigualdades.
Esta
ampliación de la realidad natural implica la necesidad de que la vida
natural sea continuada en la vida eterna. De este modo, en esta nueva
vida los hombres pueden ser considerados esencialmente iguales, en
cuanto que se considera consumado el Reino de Dios y poseemos la vida
eterna que hace pequeñas las diferencias humanas, las diferencias que
hubiera habido en la vida natural. Por ello, desde esta perspectiva la
vida eterna constituye la ampliación racionalizadora de las
desigualdades de la vida natural, que así queda perfeccionada y sin
contradicciones tan graves como las que limitan en el terreno de los
hechos la racionalidad de la Idea de Igualdad. En este sentido, en la
vida eterna todos tenemos una importancia parecida, pues todos estamos
presentes en Dios. Además quedamos en la vida beatífica que es la
verdaderamente importante y la que nos iguala en la medida de las
posibilidades.
En
fin, aunque con la vida eterna no parece posible la completa
racionalización de lo real (pues queda como resto la realidad de la vida
natural), con ella el conjunto de lo real se manifiesta con mayor
racionalidad que si prescindimos de la misma.
En
otro orden de cosas, y siguiendo el rastro de la Idea de Justicia y sus
relaciones con la Metafísica, cabe tratar el tema de la contraposición
entre de la justicia y el perdón divinos. Aquí la justicia se entiende
como la retribución de los actos; y ella incluye la posibilidad del
castigo por el mal cometido por los seres racionales finitos. Mientras,
el perdón estaría en la misma raíz de la bondad divina, entendida como
misericordia, compasión o amor.
Pero
nos parece claro que en la contraposición entre el Dios de Justicia y
el Dios del Perdón y el Amor no hay contradicción, puesto que como somos
libres puede atribuírsenos inocencia o culpabilidad en nuestras
intenciones y acciones. Pero si nos reconocemos culpables es nuestra
misma conciencia la que pide el castigo como forma de expiación. De ahí
que la justicia divina sea también ejercicio de misericordia en cuanto
que necesitamos de expiación de la culpa. De este modo, la justicia de
Dios es anticipo de la misericordia, en la medida en que por la justicia
nos quiere Dios para el amor. Por tanto, una vez dada la expiación nos
encontramos en condiciones de recibir cumplida cuenta de nuestro deseo
de amor, eternidad y felicidad: Una vida en la que experimentaremos la
presencia de Dios y la fraternidad colectiva en cuanto que hijos del
Padre celestial.
Capítulo V: La Apertura de la Moral y la Metafísica a la Religión
A
veces se piensa que la Metafísica no tiene implicaciones morales o
religiosas. Así se ha hecho, por ejemplo porque no se sacan las
conclusiones morales de la Metafísica, como en el caso de la corriente
del deísmo, que exclusivamente ve a Dios como arquitecto del mundo, sin
más.
Pero,
por el contrario, se hace necesario reconocer que la afirmación
metafísica de un Absoluto tiene implicaciones que se desarrollan tanto
en el campo de la Moral como en el de la Religión de forma natural. Ello
es así porque la creencia en el Absoluto, que es principio y fin del
Universo; el reconocimiento de que el Absoluto es el Dios del Amor; el
saber que por Él estamos destinados a la Salvación, que la fosa no tiene
la última palabra, no deja indiferente al ser humano. Al contrario,
suscita la experiencia religiosa puesto que conocer a Dios y Su
Salvación, da lugar a una respuesta que es la base de la religión, que
también perfecciona la moral. Lógicamente, el amor que Dios suscita en
el hombre tiende a expresarse como adoración que mantiene una relación
afectiva entre el Creador y la criatura, en la que la caridad es el
contenido fundamental; también, el conocimiento de la salvación, como
esperanza por la cual se conoce que la muerte corporal no es definitiva,
y que estamos llamados al Reino de Dios; y así sucesivamente. Como
consecuencia, se va formando como respuesta todo el cuerpo de la
religión, que no es sencillo sino que tiene una gran complejidad, como
atestigua el conocimiento de las religiones del mundo y de la nuestra
propia. Por ejemplo, la liturgia, que se expresa como respuesta de
adoración del creyente; y que resuena como actualización permanente de
la realidad divina.
Igualmente,
puede aseverarse que el conocimiento de Dios crea una nueva necesidad
antropológica, cual es la respuesta religiosa ante el Dios que nos sale
al encuentro, y por la que expresamos nuestra condición de criaturas.
Esta respuesta es fuente de mucho bien para el hombre. En este sentido,
puede afirmarse que las necesidades humanas son históricas y como tales
van apareciendo diacrónicamente (Marx). Pero, en este orden de cosas, se
hace necesario decir que esta respuesta religiosa no deja inalterado al
ser humano. Al contrario, como estamos analizando, tiene grandes
repercusiones en el ámbito de la moral natural, adentrándose en ella y
hasta transformándola. De este modo, el amor natural queda transformado
cuando se desarrolla como Amor, como caridad que se despliega hacia Dios
y hacia el prójimo; y ello en cuanto que el amor de Dios impulsa el
amor a los semejantes.
De
manera que el ejemplo del Dios del Amor también es otro factor que nos
impele al cumplimiento de la ley ética, que también tiene el mandato
específico del amor, de hacer el bien y evitar el mal. Efectivamente, el
amor a Dios, inspirado también por su ejemplo de misericordia y
caridad, potencia la ley moral. Así que igualmente el amor que viene de
Dios hace de ejemplo supremo que nos hace mejores por su propio poder.
Es,
en este sentido, paradigmático el cristianismo en cuanto Jesucristo es
revelación de Dios, que encuentra el amor del Padre; y es amor
incondicional al Padre. Aquí Jesucristo cumple la misión de mostrarnos
el amor del Padre y su propio amor. También Jesús nos concede el
ejemplo, que también nos dirige hacia el bien. En conclusión, el ejemplo
de Dios nos eleva hacia la ley moral y el bien, por lo que la moral
tiene su desarrollo natural y su perfeccionamiento en la religión, más
si se tiene en cuenta el correcto desarrollo de la Metafísica.
Así
pues, como estamos viendo, la existencia de Dios y la religión no dejan
inalterado el campo de lo moral. Al contrario, éste queda enriquecido.
Así ocurre con la idea de Pecado y con la realidad de Dios, entendido
como Voluntad Santa, que quiere el bien y lo ordena en tanto que
perfección absoluta. En efecto, la desobediencia de la ley moral no es
solamente eso, sino que también se presenta como desobediencia a esta
Voluntad Santa, a Dios. Como se ve, se añade una nueva dimensión a la
meramente moral que es la religiosa, con características propias. Por
ello, la conculcación de la ley moral es entendida como ofensa de la
libertad humana a Dios, la cual exige expiación, y debe pedir perdón.
De
otro lado, como el deber religioso sobrepasa el de la moral se puede
decir que ésta queda incorporada a la religión, en cuanto que los
mandamientos éticos forman parte de unos mandamientos más generales que
los incluyen como suyos. Como consecuencia, la moral pierde su completa
autonomía y queda parcialmente subsumida en la realidad de la religión.
No obstante, esta subsunción no deja los deberes éticos limitados o
debilitados, sino que, al contrario, el mandato queda reforzado en la
medida en que no es la sola autonomía de la persona humana la que está
ordenada a él, sino que también se constituye igualmente como mandato de
Dios. Ello obviamente añade un plus a la motivación por el
cumplimiento, el cual queda santificado y reforzado por el nuevo
imperativo religioso.
Se
configura así la autonomía teónoma, que significa que desde la
autonomía personal se configura un imperativo que se orienta en torno a
Dios, en la medida en que el mismo mandamiento ético queda incorporado
como querer del Absoluto, como imperativo religioso.
Tampoco
el conocimiento del Absoluto nos deja indiferentes en el terreno de la
praxis. Por el contrario, ello nos lleva a la defensa de la fe y el
amor, en la medida en que son difusivos. Ello nos lleva a una militancia
a favor de Dios. Y, en la medida en que somos seres sociales, ello se
traduce en un esfuerzo para implantar los postulados dichos en todo el
género humano. Eso supone que nuestra naturaleza moral y social queda
transformada en una segunda naturaleza, también traspasada por el
Absoluto. De esta manera, en tanto que quedamos cambiados esencialmente
nos transformamos en pueblo de Dios, esto es, en Iglesia. Aquí también,
la Iglesia aparece como consecuencia de la intersección de nuestra
naturaleza con la verdad de Dios, conformando aquélla de una manera
nueva y en un tiempo nuevo. Por todo ello, quiere decirse que también en
la religión, esta vez en tanto que se desarrolla eclesialmente,
encuentra la moralidad (también la sociabilidad) un desarrollo
perfectivo.
Con
estas premisas es normal que estemos en desacuerdo con las alternativas
deístas que critican las religiones positivas, como es el caso de
Voltaire; y más, con las ateas, como las de Feuerbach y Marx.
Contrariamente a estas posiciones, defendemos que se hace necesaria la
apologética en defensa de la religión, que tome como una parte suya la
crítica de las anteriores, subrayando los argumentos que militan a favor
de la creencia y los aspectos positivos de ella, que son muchos. No
obstante, esta apologética no debe olvidar la necesaria purificación.
Esta última también es necesaria también porque las adherencias
negativas que tiene la religión, que no son constitutivas, la
desprestigian y dan pábulo a la increencia, (el ateísmo y el
agnosticismo), lo cual daña seriamente las posibilidades de optimización
de lo humano que brinda la religión.
Epílogo
Martin
Buber muestra que en nuestra época se da un auténtico eclipse de Dios. Y
así es, porque está Dios ausente de nuestra vida cotidiana. Se ha
corrido un velo sobre la religión y sus temas no aparecen ni en los
media ni en las conversaciones. Sólo se menta a Dios en pocas
circunstancias y en pocos lugares. Ocurre que ni siquiera en momentos de
la vida como la muerte o la enfermedad aparece Dios. De este modo, los
bienes religiosos como la alegría están arrojados de nuestras
conciencias y de nuestro quehacer cotidiano. La fuente está cegada.
No
poca responsabilidad en ello tiene la influencia de las filosofías
ateas, agnósticas y laicistas, que han logrado imponer su discurso en
los grandes temas de la Filosofía, de tal manera que ello ha construido,
promovido también por los medios de comunicación, nuestra cotidianeidad
de la manera que estamos diciendo en nuestro occidente europeo. Ello es
producto de que las grandes alternativas filosóficas se trasladan
progresivamente, en un proceso descendente, a todos los ámbitos de la
vida, desde las ciencias hasta lo cotidiano.
Frente
ello se debería plantear la construcción de un discurso filosófico
teísta convincente. Desde ahí se generarían otras posibilidades, otras
alternativas para la vida cotidiana. Ello haría necesaria la
introducción de los tópicos religiosos en la vida de cada día, que
permitiría sacarnos de muchas de las amarguras actuales, y que traería
luz, optimismo, alegría; también salud espiritual y corporal.
Por
ello, teniendo en cuenta la fuerte implantación del agnosticismo y el
ateísmo, podemos preguntarnos por los elementos negativos que ellos
implican. Como el ser humano se encuentra optimizado en la religión, es
natural que se encuentren problemas en la increencia. Así es, porque con
esta forma de pensar el ser humano se encuentra desposeído de la ayuda
sobrenatural, que permite una vida mejor, tanto en lo moral como en lo
psicológico. Moralmente porque se queda en la mera inmanencia y no
dispone de la ayuda divina que afecta al buen obrar; y psicológicamente
porque, fuera de la fuente del consuelo y del amor, se encuentra
existencialmente más triste y desamparado.
Como
consecuencia, muchos seres humanos, según ya hemos mostrado más arriba,
que han creído, se encuentran en condiciones de hacer el experimento
mental de comparar lo uno con lo otro; y pensar en qué posición de las
dos salen ganando. Según defendimos, se ve claramente que es el hombre
religioso es el que gana. Es claro que el hecho de creer en una religión
esencial, una religión que supera la crítica de la modernidad, y se ve
desposeída de sus adherencias negativas, contribuye a reforzar el
argumento. Aquí no hay que tener miedo a la crítica, pues el cambio en
la manera de pensar está amparado en la libertad de conciencia, y es un
derecho que nadie puede conculcar.
Con
lo dicho no negamos que haya habido progreso en campos fundamentales.
Por ejemplo, en Europa se ha pasado del fanatismo a la tolerancia. Pero,
aún con todo, la religión es, siguiendo con el ejemplo, en el
territorio de la política, argumento para nuevos desarrollos como el de
la caridad política; y en general lo es para todo el ámbito de la vida
humana, de modo que una humanidad atea sería una humanidad disminuida
Con
respecto a ello, y como corolario para terminar, cabe señalar que se
hace posible un pequeño análisis empírico del concepto de pobreza, que
iniciamos. Se sabe que la mayor parte del planeta es pobre, pero parece
necesario aclarar qué se entiende por pobreza. En primer lugar, existe
claramente una pobreza material, que se puede cuantificar en las
carencias alimenticias, en la esperanza de vida o en el IDH. Ella es un
problema de primer orden, que clama por una solución urgente.
Pero,
además de la pobreza material, como se sabe, existen también otros
tipos de pobreza como la cultural y la espiritual, que se manifiestan
por el alejamiento de los seres humanos de los bienes que corresponden a
la cultura y la religión. Ellas constituyen otro género de pobreza. En
lo que se refiere a la espiritual, hay que constatar que hay más en el
mundo desarrollado que en el Tercer Mundo, donde la creencia en el
Absoluto es una fuente de consuelo, de bienestar y de alegría. A este
respecto, conviene destacar la deriva de Europa Occidental, en los
últimos siglos, hacia el agnosticismo y el ateísmo, que es una señal de
pauperización desde el punto de vista espiritual; y cuyas consecuencias
se extienden a todos los ámbitos de la vida humana en esta región del
planeta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario