Salud y Religión
por José Pablo Noriega de Lomas
En
general, en la línea de otros ensayos anteriores, se defiende la
religión como optimización del ser humano. Por ello también como salud.
Introducción
Presentamos este nuevo trabajo, que
trata someramente sobre las relaciones entre religión y salud. En el
capítulo primero trabajamos la conexión que las Humanidades mantienen
entre sí, y con la Filosofía y la Religión. En el segundo, intentamos
mostrar el núcleo de lo que consideramos son las relaciones entre
religión y salud. Sin perder de vista la perspectiva de la religión, en
el tercero de los capítulos hablamos de los condicionamientos morales y
políticos de la salud. En el cuarto escribimos sobre las relaciones
entre sociedad y salud, también sin perder el punto de mira de la
religión. En el quinto presentamos un breve panorama histórico de que
han sido estas relaciones así como vemos lo que significaría una
recuperación de ciertos puntos de vista religiosos de épocas anteriores.
Por último en el sexto y último capítulo de este ensayo delineamos
filosóficamente un argumento a favor de la religión, que igualmente se
presenta desde la óptica de las relaciones entre religión y salud. En
general, en la línea de otros ensayos anteriores, se defiende la
religión como optimización del ser humano. Por ello también como salud.
La conexión entre algunas ciencias humanas, la Filosofía y la Religión. Sus implicaciones
I)
Es una opinión muy aceptada que es
posible construir las ciencias como una serie de realidades
diferenciadas que pueden cerrarse sobre sí mismas. Así, por ejemplo,
hablamos de diferentes realidades que son otros tantos campos
ontológicos cuando nos referimos a las ciencias con lo que se las
considera como compartimentos estancos.
Pero esto no es así, al menos en las
Humanidades. En efecto, en otras ocasiones hemos hablado como las
Ciencias Humanas se relacionan entre sí, y con la Filosofía. Por ello,
ambos tipos de construcciones científicas no puede considerarse como
indiferentes entre sí, de modo que tengan caminos no convergentes. Por
el contrario, más bien hemos defendido que todo es Teoría y que se puede
hablar de una parte baja y de una parte alta, siendo ésta última la
Filosofía y constituyendo la primera, al menos, las Ciencias Humanas.
Vamos a mostrar que esta tesis en determinadas ciencias y prácticas
humanas. Primeramente haremos unas breves consideraciones con el Derecho
y la Sociología
Así, el Derecho positivo depende de las
Ideas filosóficas, de tal manera que éstas Ideas están vivas en el
ordenamiento jurídico. Así, las Ideas de Justicia o de Igualdad que son
dominantes en una época determinada organizan los estados y todo su
ordenamiento. Es, por ejemplo, el caso de la Filosofía de los Derechos
Humanos, que se incorpora a las constituciones y éstas, como leyes de
rango superior, dan lugar a toda una producción de legislación que
proviene de ellas. Por esto, como puede constatarse, las ideas no
permanecen en el limbo, sino que descienden hasta la cotidianeidad
organizando las relaciones personales y toda la vida de la sociedad
civil, lo cual se concreta en un poder diario que comstruye las mentes y
los cuerpos. Incluso hasta el punto de repercutir, como veremos, en la
salud de las personas.
Por otra parte, la Sociología tampoco
goza de independencia, de modo que la comprensión del sistema social
pasa también por la comprensión del desarrollo de la Teoría. Así, el
desarrollo social, la estructura social y la sociedad en su conjunto
dependen del estadio en que se encuentran las Ideas, la Teoría. De esta
manera, por ejemplo, las instituciones del estado dependen de la Teoría
Política en cuanto que, por ejemplo, la Idea de Democracia organiza
todas las instituciones de nuestra sociedad contemporánea. Igualmente
otras Ideas se incardinan en la propaganda de los valores que se da en
los medios de comunicación (televisión, prensa…). De igual manera,
podría decirse de otras Ideas que organizan nuestra vida cotidiana y
nuestra comprensión de las relaciones humanas. Por ello también la
comprensión correcta de lo social depende de la Filosofía.
Por todo ello, la corrección de la parte
alta de la Teoría es de importancia capital para la organización del
Estado y para la vida social en general, pues puede afirmarse que la
teoría del sistema social como Sociología pueda construirse al margen de
la Filosofía, de la misma manera que tampoco sin Filosofía puede
construirse el sistema social mismo. Así pues, en primer lugar, de la
Filosofía depende la construcción del sistema social y, en segundo
lugar, idénticamente de ella depende el desarrollo de la Sociología como
ciencia.
Por otra parte, vamos a examinar como la
Sociología en cuanto que construcción científica depende también de la
Religión- por tanto de la Filosofía- pues no es algo neutral, por
ejemplo, el concepto que se tenga de la Religión y de sus instituciones.
En efecto, según el punto de vista que se adopte con respecto a las
realidades religiosas se construirá una u otra sociología. Así, si se
considera que la Religión responde objetivamente a una relación entre el
ser humano y su sociedad con Dios se construirá una sociología que
valora las instituciones religiosas como adecuadas. Por el contrario, si
se piensa que las instituciones religiosas son deformaciones de lo que
debe ser una sociedad sana, se construirá la Sociología de una manera
completamente diferente en el momento esencial de la construcción, en
este caso en el momento en que las instituciones tienen que responder
por su valor de verdad.
Como consecuencia, no puede aseverarse
que una sociología que pretende quedarse puramente en la descripción de
los fenómenos religiosos, sin entrar en su valor de verdad, pueda ser
considerada como una ciencia verdadera, pues ella misma depende de qué
valor de verdad se asigna a estos fenómenos.
Al mismo tiempo, sucede que esta
consideración filosófica de los elementos de la vida social religiosa,
por una especie de silogismo práctico que de unas premisas exige unas
actuaciones, también se plasma en una militancia a favor de una
determinada ciencia, hasta el punto de que existen implicaciones
políticas claras que influyen en los tipos de programas de investigación
que se promueven. En este caso éstos impregnan la construcción de la
misma ciencia.
Por último, puede decirse que la
argumentación que hemos aplicado a la Sociología puede ser desplazada al
conjunto de las Humanidades. El problema filosófico que estamos
tratando no es pequeño porque de su misma solución depende la
constitución verdadera de las Ciencias Humanas, entre las que la
Sociología es un caso particular.
En conclusión, como hemos visto en otras
ocasiones existe una derivación de las premisas filosóficas hacia la
constitución de las ciencias, que produce diferentes resultados según se
trate. En efecto, de la Filosofía se trasladan las conclusiones a las
Humanidades. Por ello, no se puede aceptar la premisa de neutralidad y
la construcción de la ciencia a partir de unos presupuestos agnósticos,
pues de ello depende la estructura, los resultados y la verdad de
aquélla.
De la misma manera, abundando con el
ejemplo en lo que decimos, puede hablarse de la construcción de la
Antropología. En efecto, igual que el resto de las ciencias humanas,
también ella depende de la concepción que se tenga del Absoluto y de las
relaciones que mantiene con el hombre, pues sin resolver estos
interrogantes no hay manera de definir qué es eso que llamamos Hombre.
Es decir, que el secreto de la Antropología está en la Teología, pues
dependiendo de la respuesta qué se de al problema de Dios se elabora un
tipo de Antropología u otro.
II)
De la misma manera, en el campo de las
Ciencias de la Salud pueden afirmarse cosas parecidas. Partimos, en este
sentido, de que el esquema marxista de determinación de la
superestructura por la infraestructura es falso. Esto significa que la
determinación de las Ideas filosóficas por las realidades materiales o
económicas no es tal, pues el desarrollo histórico de las Ideas, las
concepciones diferentes de lo que son y de sus relaciones es máximamente
productivo.
Así, por ejemplo, se determinan los
modelos de sanidad, según los modelos de Filosofía social. Así, los
sistemas sanitarios europeo o americano están en estrecha dependencia de
las filosofías sociales que los impregnan. De la misma manera, como
hemos indicado, se determina toda la colosal estructura del Derecho una
época. Así, por ejemplo, los que generan los modelos de relaciones entre
la Iglesia y el Estado.
Por otra parte, este hecho de la
evacuación de la Filosofía y también la Religión de las Ciencias Humanas
también es propio de la ciencia médica. En este sentido, se intenta
construir la realidad de dicha ciencia como si el hecho religioso y
filosófico no le concerniera. El resultado de ello es que, en muchas
ocasiones, se construye un tipo de ser humano y un tipo de medicina que
son claramente insuficientes, pues somos una totalidad de espíritu,
mente y cuerpo, por lo que, como es sabido, puede ser afirmado
consecuentemente que somos realidad psicosomática y no sólo cuerpo, con
las implicaciones que ello tiene.
Por ello, se han establecido claras
relaciones entre distintas humanidades que tienen como centro la persona
humana, y que expondremos brevemente. Concretamente nos referimos a la
Psicología, a la Fisiología, la Moral y a la Religión, cuyos campos,
como mostramos en este ensayo y en otros, están claramente conectados.
En estas ciencias la interrelación es clara.
No obstante, en el caso de la ciencia
médica a veces se concibe a la Fisiología como teniendo unas legalidades
de funcionamiento que se constituyen con total independencia. Pero hoy
en día, el progreso de la ciencia muestra que esta forma de entender
estos hechos es falsa.
En efecto se sabe, en primer lugar, que
todo el organismo está regulado por el sistema nervioso. Por ello se
debe admitir que la Fisiología está regulada por la Psicología en tanto
que ella constituye el correlato de las manifestaciones del sistema
nervioso, y en tanto que se refiere a estados de ánimo, a sentimientos y
a emociones.
Pero, por otra parte, el organismo no
vive solo, sino que prácticamente siempre se encuentra en interacción
con otros organismos de la misma especie. Por ello, existe una clara
interrelación entre el organismo, con otros individuos y con el sistema
social en su conjunto, lo cual necesariamente condiciona la psicología y
con ello la fisiología de los organismos.
Por otro lado, la psique no queda
abarcada enteramente por la ciencia psicológica sino que también tiene
campos en los que se desarrolla como es el que abarca la ciencia de la
moral o la Ética. Por ello, por ejemplo, se da el hacho que el
psiquiatra, tenga también que actuar como moralista, como, por ejemplo,
reconoce Frankl. Como ocurre además que la Moral está incardinada en la
Filosofía y la Religión, y que el hombre, como ser, es innatamente
filósofo, las interrelaciones entre las diferentes ciencias que atañen
al hombre se diversifican. También de ahí, que el psicólogo ejerza
también con una filosofía (generalmente inmanentista) sin saberlo por lo
que no es el profesional adecuado para tratar la problemática
filosófica y, en general, humana de una manera holista en caso de
enfermedad o conflicto.
A lo dicho debe añadirse que tenemos una
dimensión espiritual (Frankl), religiosa que es necesario tener en
cuenta para no enfermar. Esta dimensión ha estado tradicionalmente
tratada por el cura de almas.
De lo defendido hasta ahora se desprende
que no cabe considerar al ser humano exclusivamente como cuerpo y que
la medicina, como se sabe, debe considerar la enfermedad de una manera
integral. De ahí que, como se sabe, la Medicina como Fisiología no pueda
hablar de un cuerpo cerrado y autónomo, pues éste esta conectado con
instancias psicológicas y espirituales, en las que la religión no ocupa
pequeña parte.
Con lo dicho, se colige que partimos del
hecho, comprobado empíricamente por la ciencia médica, de que existe
una interacción mente-cuerpo y con ello analizamos en la medida de
nuestras posibilidades la relación en el sentido que va de la mente al
cuerpo. Pero no entramos en el problema, tan tratado por la filosofía y
que sigue irresoluto, de cómo se pueden explicar estas interacciones. No
obstante, también en este orden de cosas, puede hacerse la distinción
entre espíritu y psique, entendiendo por espíritu es parte de la
naturaleza humana donde se produce la relación religiosa y la psique el
lugar donde se desarrollan los otros procesos mentales.
En este sentido, parece claro que la
dinámica espiritual no se detiene en sí misma. De esta manera, no es una
realidad que carezca de repercusión en la totalidad psicosomática
humana. Por el contrario, nos parece obvio que la dimensión espiritual
tiene efectos terapéuticos a nivel mental y, como consecuencia, a nivel
fisiológico. Así, la relación religiosa es importante y no puede
pensarse que el espíritu es un lugar de privilegio que permanece
incólume, aislado del cuerpo y de la psique, sin repercutir en ellos.
Por ello, es natural que la salud
psíquica se vea favorecida por una relación religiosa adecuada al ser
del hombre. No en vano Paul Tournier mostró hace ya tiempo como la
relación religiosa inadecuada crea enfermedades y, a la inversa, una
mejora en aquélla favorece la salud. Así pues, la dimensión religiosa
repercute en el conjunto del ser humano hasta el punto de posibilitarle
la salud o la enfermedad, y ello en la medida en que esta dimensión se
realice adecuadamente o no. Es natural que ello sea así, pues el hombre
es un ser constitutivamente religioso como hemos mostrado en otros
ensayos. Así es, pues una relación correcta con la transcendencia y todo
lo que ello de manera natural implica repercute en las dimensiones
mental y fisiológica favoreciendo o perjudicándolas.
Por ello, en cierto sentido, puede
concebirse el cuerpo como un sustrato activo que es capaz de soportar
unas determinaciones u otras, las cuales pueden ser más o menos
adecuadas para la salud general del organismo.
Por último, también queremos subrayar
que tampoco el cuerpo humano, en particular y la persona humana en
general pueden ser considerados como entidades aisladas de lo social,
aunque soporten unas legalidades científicas claras. Por el contrario,
como muestra la Sociología médica hay que pensar que las estructuras
sociales se imbrican con el cuerpo y la persona e influyen poderosamente
en ellos. Ello como se sabe se hace por medio del sistema nervioso de
relación, que como es sabido influye y regula el conjunto del organismo
personal. De esta manera también puede decirse que la sociedad controla y
repercute en nuestros organismos de formas muy diferentes.
En conclusión, entre otras cosas
mantenemos que no se puede decir, por ejemplo, que por una parte, por
ejemplo existe la Psicología y por otro la Fisiología como la ciencia
demuestra. De la misma manera, tampoco se puede defender que la
Filosofía y la Religión sean compartimentos estancos porque la Filosofía
puede dar paso a la Religión y a la inversa. Además estas últimas
también mantienen relaciones claras con las anteriores.
III)
En esta apartado vamos a hacer
consideraciones que se pueden incluir en lo que hemos llamado Ortología
antropológica, pero que mantienen una relación clara con lo que hemos
expuesto hasta ahora. Así, cuando se establecen las conexiones entre la
mente y el cuerpo y decimos que la religión tiene la virtualidad de
promover la salud psíquica y fisiológica no nos referimos a casos
particulares en los que existe un mal uso de la religión, que puede dar
lugar a manifestaciones psicopatológicas.
Por el contrario, nos referimos no tanto
a lo que podría llamarse buen uso de la religión, como al hecho de que
se pueden formular conexiones objetivas entre la esencia de la religión y
las manifestaciones fisiológicas de la salud, de tal manera que se
entiende que en la religión esencial, subjetivamente vivida, se
encuentran fuerzas que la favorecen. Igualmente tampoco se defiende que
la religión tenga la posibilidad de saltar por encima de las legalidades
fisiológicas, pero sí, por ejemplo, que puede ser capaz de reforzar el
sistema inmunológico al promover la salud psíquica. (En este sentido,
consideramos accidentales, es decir no esenciales, las disputas entre la
disciplina médica y la religión, que tanto han perjudicado a la
Religión y al entendimiento correcto del problema).
De esta manera, también aquí, como
vemos, se dibuja una ortología de lo humano, es decir, una idea de lo
que es correcto o adecuado desde las disposiciones naturales del ser
humano. Por ello, puede afirmarse que el mismo cuerpo pide la religión
de manera natural, por su propia dinámica, pues también puede afirmarse
que la Religión y la Filosofía descienden hacia la Psicología y la
Fisiología, de una manera parecida a como puede decirse también que
existe una derivación de la Metafísica a la Moral (que también tiene
implicaciones fisiológicas).
Así pues, desde el tópico de que la
salud no es solamente un hecho físico o químico sino también psicológico
e integral, se puede afirmar que existen sentimientos y emociones
buenas y nocivas. A su vez éstas no son ajenas a las representaciones
religiosas y filosóficas, ni estas son indiferentes con respecto a la
salud, pues somos inteligencias sentientes.
Por el contrario, hay representaciones
que tienen una repercusión negativa y por ello puede aseverarse que
nuestra misma constitución corporal debe ser completada con unas
creencias filosóficas y, por ende, religiosas adecuadas. Ello, pues, no
es una cuestión de gusto o de subjetividades porque nuestra naturaleza
(espiritual, psíquica, corporal) está naturalmente imbricada con
creencias que provocan sentimientos que actúan positivamente, mientras
que otras lo hacen negativamente, perjudicando nuestra salud.
Como consecuencia de que el organismo
también está organizado por las creencias metafísicas y religiosa, se
comprende que el agnosticismo y el ateísmo no son precisamente
componentes de una ortología antropológica. Por ello se muestran como
inadecuadas para el ser humano porque, entre otras cosas, fracasan en la
promoción de emociones positivas. En este sentido, casi puede decirse
lo contrario, o sea, que favorecen la angustia, la tristeza y la
depresión, por ejemplo, en la medida en que, por ejemplo, no cuentan con
creencias escatológicas positivas.
IV)
Entramos en el apartado de los
corolarios. Ya hemos visto en otros ensayos anteriores y al comienzo de
éste que las Ciencias Humanas no pueden ser consideradas como categorías
cerradas sobre sí mismas, sino que experimentan tanto una apertura
horizontal entre ellas mismas, como otra apertura transcendental hacia
la Metafísica y la Religión. Efectivamente, ello se da en los casos que
estamos examinando en las ciencias del espíritu, de la mente y del
cuerpo, esto es, en las ciencias teológicas, psicológicas y médicas. Se
da también en el caso de la Metafísica y la Religión, que organizan una
dimensión descendente que va hasta la Fisiología y que abarca a la
persona humana como un todo.
En conclusión, la realidad de las
Ciencias Humanas ha de ser entendida como un hecho integral pues sabemos
que los distintos hábitos están interconectados, abiertos unos a otros.
De la misma manera puede indicarse que la realidad humana está
transcendentalmente abierta, de tal manera que intentar ofrecer unas
ciencias humanas cerradas sobre sí mismas en la inmanencia es imposible
porque, como hemos visto en otras ocasiones, por la Metafísica y la
Religión el hombre está constitutivamente abierto a Dios. Por ello
intentar instaurar un cierre, como de hecho desde al menos el siglo XIX,
se ha hecho sólo puede producir el absurdo de un hombre disminuido, o
religiosamente y filosóficamente enfermo y por ende enfermo en todos los
demás aspectos.
Obviamente lo que estamos defendiendo no
conduce a un relativismo epistemológico, que no permite hablar de
discursos fuertes en el ámbito científico de las Humanidades (aunque
habría que tener en cuenta el espíritu de fineza, de que habla Pascal,
para estas ciencias) sino contrariamente a la búsqueda de fundamento.
Por otro lado, desde la perspectiva de
la salud, lo que estamos analizando confirma la relación existente entre
la Filosofía, la Religión, la Psicología y la Fisiología (entre otras
relaciones posibles). En efecto, según estamos planteando las posiciones
filosóficas y religiosas que la persona mantiene no son compartimentos
que existen unos aparte de otros, que no tengan que ver con la realidad
total de su ser.
Así es, porque la relación correcta con
Dios, el reconocimiento de su existencia y todo lo que ello naturalmente
implica repercute en los otros aspectos psicológicos y fisiológicos
favoreciendo o perjudicando el desarrollo adecuado de estos niveles,
esto es, su salud.
Ello tal vez implicaría una idea
diferente de la mantenida en algunos campos en la actualidad, en la que
el médico juega el papel de técnico de la salud como si esta fuera
independiente de los niveles filosóficos y religiosos. Quiere decirse
que desde esta perspectiva interdisciplinar de la comprensión de las
ciencias humanas el nivel médico más bien necesita también necesitaría
de su correlato metafísico y religioso. Por ello, podría ser adecuado
que además de las terapias tradicionales o usuales se introdujeran otras
que tuvieran en cuenta los niveles de los que venimos hablando. Es
decir, que se tuviera la salud religiosa como un componente importante
de la salud integral de la persona humana, pues sin religión el hombre
se haya desorientado y carente de algo necesario para la salud
espiritual, psíquica y fisiológica.
Salud y Religión
I)
Creemos que la comparación de la
esperanza de vida entre las personas que son religiosas y las que no los
son es una buena prueba de las afirmaciones que hacemos de que, lejos
de constituir dos campos disyuntos, sin ninguna conexión la Religión y
la Medicina guardan estrechas relaciones.
En efecto, como se sabe las personas
religiosas gozan de una mayor esperanza de vida que las que no lo son.
Ante este fenómeno es lógico que nos preguntemos las causas. Nos parece,
por ejemplo, que la falta de consumo de drogas puede ser uno de los
factores que coadyuven a esta mayor esperanza de vida. Ello es lógico
puesto que la plenitud que conlleva la religión hace que las personas
religiosas no necesiten de ayudas artificiales que promuevan falsas
felicidades.
En segundo lugar, podemos afirmar que el
mismo estado de ánimo permanente y general al que favorece la creencia y
la actitud religiosa tiene necesariamente que repercutir en una salud
superior. En este sentido, podemos referirnos al estrés, que como se
sabe es un factor patogéno importante. Por ello, la religión en la
medida en que disminuye el nivel del mismo, será sanadora.
Es en este orden de cosas, también
claro, que las causas del estrés son también unas relaciones personales
mediadas por el conflicto y la agresividad. Por ello la Religión en la
medida que fomenta el amor y la compasión por el prójimo contribuye a la
disminución de la violencia social y por ello dicho estrés. Ello
significa que la dimensión moral de la religión también coadyuva al
progreso de la salud. Pero no es sólo a este nivel en el que la religión
combate el estrés, sino que a ello hay que añadir el bienestar y la
felicidad que corresponde al hecho de haber cumplido con el deber de
amar al prójimo, el cual es incompatible con los remordimientos y
sentimientos de culpa psicológicamente negativos (por ello, médicamente
negativos).
Por otra parte, de los muchos aspectos
de la vida religiosa que se convierten de manera positiva en salud
psíquica y, por tanto según los esquemas que estamos manteniendo en la
salud general, nos referimos en este caso a la vida teologal. Como
sabemos, esta vida se conforma según las virtudes infusas o teologales
que son la fe, la esperanza y la caridad.
De alguna manera podemos decir que la fe
es como el pivote sobre el que se fundamenta la vida teologal, pues sin
la fe en Dios ella desaparece, pues no pueden existir ni la esperanza
como creencia en un mundo futuro, ni la caridad como Amor que viene de
Dios y a Dios va.
En lo que toca a nuestro tema se puede
decir que es cuando la fe se concreta como esperanza cuando cabe hablar
del valor de salud, pues por medio de ella se puede desarrollar una vida
más apacible y confiada, pues se admite la creencia en la existencia de
un mundo mejor y de que la muerte no es la última frontera de la vida
personal, sino que se afirma la prolongación escatológica de ésta. Así
que esta paz proporcionada por la esperanza contribuye a un mayor
optimismo y felicidad, dones que se derraman por la persona, tanto en su
alma como en su cuerpo.
De igual manera al optimismo y a una
mayor felicidad personal contribuye la caridad en gran medida. En
efecto, el sentirnos amados infinitamente por Dios es una fuente de
alegría, tranquilidad y bienestar pues sabido es que el amor siempre
tiene efectos positivos y si éste viene de Dios, máximamente. En pocas
palabras, la caridad es fuente de salud psíquica que brota del centro
espiritual de la persona.
Pero de otra manera contribuye la
caridad a nuestra salud, a nuestro bien, pues puede afirmarse que la
caridad como amor al prójimo es también la mejor virtud para nosotros
mismos, en la medida en que mediante ella nos hacemos capaces del amor a
los demás lo cual provoca la simpatía en ellos que revierte en nosotros
mismos. En efecto, en la misma medida en que somos animales sociales
las relaciones que tenemos con el prójimo no nos son ajenas, de tal
manera que una buena relación contribuye a una mejor salud.
Por último, acabando con el tema de las
virtudes teologales, puede decirse que las mismas también están
presentes, aunque en otros modos en otras religiones de Salvación, por
ejemplo en el budismo cuando defiende la esperanza escatológica y la
compasión como virtud principal de su doctrina religioso-moral.
Por otro lado, desde posiciones
excesivamente interioristas se tiende a pensar que los beneficios de la
religión se producen exclusivamente desde las perspectivas espiritual o
psicológica. Así, esta orientación tiende a entender la religión como un
hecho que toca exlusivamente a la persona desde su interioridad. Pero
esto no es así, pues todas las religiones tienen una dimensión en la
cual la presencia del Absoluto se expresa en representaciones exteriores
como una dimensión de suyo.
Ello es lógico porque el ser humano en
estos aspectos exteriores a la conciencia, que se expresan a través de
la imagen y el símbolo, ve facilitada la vivencia y la presencia de lo
religioso en su misma conciencia. Se produce de este modo una dialéctica
entre lo interior y lo exterior al individuo muy rica, con un gran
poder terapéutico, pues mediante la liturgia el hombre exterioriza e
interioriza el Absoluto y la Religión. Lógicamente estas dos dimensiones
tienen un fuerte componente espiritual y psicológico que se traduce en
salud.
En conclusión: aunque pueda parecer que
la liturgia religiosa es solamente algo que acaece delante de nosotros y
que no tiene otro sentido que mostrarse, hay que comprender que este
mostrarse de lo Sagrado no deja de tener efectos muy importantes sobre
nosotros. Lógicamente estos efectos aumentan con la participación y la
implicación en las ceremonias, pues cuanto más grandes sean éstas mayor
será ese efecto. En este sentido puede decirse que el efecto de la
liturgia es catártico, en tanto en que al ponernos en relación con lo
Sagrado, con el Absoluto se opera en nosotros una vivencia que tiene los
efectos de que olvidemos nuestros anhelos, preocupaciones y angustias
cotidianas. Como consecuencia, el adentramiento en lo Sagrado produce,
con mayor o menor intensidad, una renovación y mejoramiento general del
espíritu que necesariamente repercute en nuestra actividad mental y en
nuestra fisiología.
Por consiguiente puede afirmarse que por
medio de la liturgia traemos a nosotros la presencia de Dios y podemos
con ello experimentar la posibilidad real de la Salvación. Ello otorga
grandes favores no solamente en cuanto a salud espiritual sino también
en cuanto a salud psíquica y, por ello, corporal. No obstante, todos
estos factores experimentan una gran variabilidad puesto que la
intensidad de la vivencia que provocan los cultos y la liturgia no es la
misma en todas las personas. En este sentido, es lógico pensar que un
mayor grado de implicación tiene unas repercusiones más favorables sin
que por ello quepa descartar predisposiciones individuales, bien sean
naturales bien, aprendidazas, a distintas recepciones de los actos
litúrgicos.
Por todo ello nos parece que yerra el
movimiento intelectual y político (promovido por el desencuentro entre
valores seculares y religiosos) que intenta eliminar la religión de la
vida pública, que intenta erradicar la religión de nuestra vida
cotidiana. Por el contrario, nos parece conveniente una reflexión a la
luz de una experiencia no sesgada sobre la utilidad espiritual,
psicológica, fisiológica, social y de todo tipo de la religión. En
efecto, son sabidos los bienes de todo tipo que vienen y pueden venir
acrecentándose de la práctica religiosa y de una presencia mayor de la
Religión en la esfera pública, presencia que permitiría un mundo mucho
mejor. En este sentido, es obvio que de la misma manera que no hablamos
de una religión fundamentalista, tampoco pensamos que pensamiento de
izquierdas y laicismo vayan necesariamente unidos, o dicho de otra
manera, que no es una necesidad de la izquierda el ser laicista.
En otro orden de cosas dentro del tema
que nos ocupa, nos vamos a referir a la enfermedad mental. Es un hacho
que en los últimos tiempos en nuestras sociedades ha aumentado la
incidencia de este tipo de enfermedad y es por ello que merecen un
tratamiento teórico específico. Para tratar de ello no nos referiremos a
los aspectos del origen de este tipo de patologías, sino a los
fenómenos espirituales.
En este sentido puede decirse que la
salud mental se debe medir por parámetros tales como la alegría, el
optimismo, la confianza y, en general, todos aquellos que acercan a una
vida feliz. Pero, por simple deducción o constatación empírica de
nuestra naturaleza psicológica, la alegría, la calma, el bienestar, o el
optimismo solamente tienen fundamento en la medida en que van
acompañados por las representaciones religiosas de la esperanza en un
mundo futuro, es decir, en la de la optimización de la vida; de la
creencia en una realidad perfecta o en un Amor Absoluto que nos acompaña
en la vida.
Por ello cuando, por la obnubilación
filosófica de nuestra época agnóstica o atea, prescindimos de nuestras
creencias religiosas y vivimos en la pura inmanencia abonamos el campo
para una mala salud psicológica (de una mala salud espiritual deriva una
mala salud psicológica) y, también, como producto de ello, para una
disminución de la salud corporal.
Como consecuencia de ello, dada la base
objetiva de nuestras creencias religiosas y metafísicas, lo que a veces
se intenta es intentar recuperar esa vida mental saludable por medios
bioquímicos, inducir artificialmente la alegría de vivir o, en general,
el bienestar psicológico. Pero de esta manera se está operando al margen
de nuestra verdadera naturaleza que pide psicológicamente y hasta
químicamente la creencia religiosa, pues ella es una de las bases
objetivas del bienestar, al igual que por ejemplo lo son unas relaciones
interpersonales adecuadas. Por todo ello podría decirse que nuestro
sistema nervioso tiene su imbricación adecuada en las representaciones
religiosas, de tal manera que hasta en la bioquímica estamos diseñados
para la religión. Por tanto, bien señala san Agustín que el corazón está
inquieto hasta que no reposa en Dios.
Así pues, nos parece demostrable que la
fuente última del optimismo, de la paz interior, del bienestar psíquico
está en una relación espiritual correcta, que repercute en el nivel
psicológico y lo fundamenta epistémicamente. La salud mental, entonces,
hunde sus raíces porque la alegría y felicidad que proporciona una
relación religiosa adecuada repercute en el nivel psíquico y es el
fundamento epistémico de los sentimientos y emociones positivas, porque
si este nivel espiritual no se diese no habría razones para aquéllas. De
otro modo, por ejemplo, nos podemos preguntar por qué estar alegres si
creemos que el destino de la vida es el fracaso de la muerte; o por qué
estar en paz con nosotros mismos y con el mundo si carecemos de
esperanza en la vida futura; o bien por qué ser optimistas si lo que
vemos, cotidianamente es el sufrimiento del planeta con guerras y todo
tipo de catástrofes. Es decir si, como enseñó Buda, todo en la realidad
es sufrimiento hemos de aceptar que la salida natural de este
sufrimiento es la religión porque ella nos permite verlo no como una
realidad insuperable sino como algo que queda redimido en la creencia,
en la relación y en la Salvación que provienen de Dios.
Por pasiva, siguiendo a Paul Tournier se
ha de reconocer que la represión religiosa o una relación espiritual
inadecuada crean condiciones psicológicas que devienen en patologías
tanto a este último nivel como al somático. En este último sentido
también nos encontramos con Víctor Frankl, con su distinción entre
espíritu, psique y soma. Entiende Frankl por espíritu la parte de la
persona que se relaciona con la Transcendencia; por psique, el nivel en
que se construye la vida interna personal y que se desarrolla en
relación con el nivel espiritual; por soma, el nivel corporal. Afirma
Frankl que una realización inadecuada en el primer nivel (como puede ser
la represión religiosa) tiene repercusiones que llevan a la enfermedad
en los otros dos niveles.
En este sentido, estas últimas
afirmaciones contradicen el intento de construcción desde posiciones
agnósticas dominante en las Ciencias Humanas. Así en otros ensayos hemos
visto también como estos intentos de construcción son falsos y dan
lugar a tecnologías humanas inadecuadas. Este es el caso, por ejemplo,
de la Psicología, que desde estas orientaciones erróneas, trata de
construir tecnologías que sirvan para evitar o disminuir el sufrimiento
humano producido por traumas o por otra clase de causas.
Así, ante hechos especialmente dolorosos
se acude ahora a la ayuda del psicólogo, que de esta manera realiza
funciones que antes hacía el cura de almas. Lo que nosotros negamos es
que las herramientas de que dispone el psicólogo puedan ejercer su
función con más eficacia de lo que lo hacía el cura. Ello, por la
sencilla razón de que las alternativas que ofrecía éste eran más
naturales, más acordes con la naturaleza humana y con la razón.
En efecto, por ejemplo ante la falta de
un ser querido parece mucho más adecuado el consuelo que suscita la
creencia en la vida futura, que nos enseña que la muerte no es
definitiva y que se puede esperar el reencuentro con la persona amada,
un sentido final tras el aparente sinsentido. Así este tipo de consuelo,
que por la palabra y por el rito, daba el cura de almas es muy superior
a todas las razones que se puedan levantar desde presupuestos
agnósticos o ateos.
Por ello, si se ha de aceptar la
distinción entre psicólogos y curas, será conveniente tener en cuenta
estas matizaciones para lo que proceda, pues la cura de almas es
integral y muy superior en esencia a la psicológica.
En general, puede decirse que ha habido
un gran cambio en la relación del poder de salud de la religión y de las
ciencias médicas y psicológicas. En este sentido puede considerarse lo
que ha ocurrido con el poder terapéutico de un recurso religioso
tradicional de nuestras sociedades como es el de la confesión. En efecto
la confesión tiene un poder terapéutico grande en cuanto que aliviaba
la tensión psicológica de la culpa y servía también como desahogo que
permite la atenuación o la eliminación de traumas psicológicos más o
menos fuertes. Pero ahora gran parte de este poder ha pasado al
psicólogo y al psiquiatra.
Esto último tiene sus desventajas, entre
las que cuales no constituye la menor el hecho de que los profesionales
de la salud psíquica no tienen poder para que se efectúe la total
remisión de la culpa en aquellos aspectos en los que objetivamente la
conciencia acusa. Por ello se registra una superioridad de la confesión
religiosa, puesto que el sentimiento de culpa se ve descargado con el
sentimiento subjetivo del perdón que otorga el sacramento.
Como consecuencia parece claro que lo
ideal para la salud psíquica (y con ella la salud de toda la persona)
sería la combinación de los aspectos positivos de todas las terapias. En
este sentido, se nos puede preguntar cómo es que la confesión significa
una ayuda general para la salud y no solamente para la espiritual. La
argumentación es ya conocida pues el remordimiento de conciencia y el
sentimiento de culpa son estados que llevan aparejados la angustia, y
sentimientos y emociones negativas, de modo que todo ello repercute en
la salud general según estamos analizando en lo presente.
Por otra parte, como se sabe la
Sociología de la Medicina estudia y compara las tasas de mortalidad y
morbilidad entre los distintos grupos de población. Igualmente es sabido
que la mayor mortalidad se registra en la pobreza y la opresión. Así
por ejemplo, los países más pobres o las clases más desfavorecidas
presentan unos índices de morbilidad y mortalidad más altos que los de
las clases o los países con mayor poder económico.
En este sentido también la religión es
fuente de salud así como de liberación. O incluso puede matizarse que es
fuente de salud en la medida en que lo es de liberación. En efecto,
puede decirse que nos encontramos liberados o aliviados de la opresión
que causa la pobreza en la medida en que desde esta misma se pueda
presentar la situación como no definitiva, como no irrevocable. Así, en
este sentido, la esperanza en un mundo futuro liberado de las
contradicciones y, con ello, de la carga de la pobreza y el sufrimiento,
contribuye al consuelo y calma la aflicción de tal manera que ello
ayuda a contrarrestar los males de la pobreza.
En este orden de cosas podrían
multiplicarse los ejemplos de cómo la religión supone una verdadera
terapia y un verdadero alivio que necesariamente a de repercutir no sólo
en las capacidades psíquicas para arrostrar con la vida cotidiana, sino
también en una mejora, como consecuencia de lo anterior, de todo el
organismo. Así, por ejemplo, puede señalarse que la presencia de la
liturgia, que acentúa el contenido comunitario y solidario contribuye a
ello ayudando a enfrentar la opresión; o la misma oración individual
también lo hace en la medida que por medio de ella los pobres pueden
sentirse esperanzados y amados.
En este orden de cosas, no puede negarse
que en nombre de la Religión se hayan cometido pecados graves, que
facilitaron estructuras de opresión y enfermedad, pero ello no
significa, como en otros casos, que ello sea esencial o intrínseco a la
religión, sino todo lo contrario. Por ello, también estas formas
irreligiosas y falsas que históricamente ha tomado la Religión deben ser
comprendidas también como adherencias inesenciales o accidentales que
presenta la verdadera Religión. Ésta resplandece una vez purificada de
sus imperfecciones insustanciales, aunque quizá su consumación será sólo
escatológica, esto es, en el Reino.
En otro orden del discurso y como hemos
señalado en otras ocasiones, puede afirmarse que en la sociedad se
registra una dialéctica propia de las relaciones interpersonales que es,
en cierta medida una lucha por la salud. En efecto, mediante los más
diversos mecanismos del trato se puede afirmar que se regula parte del
bienestar o del sufrimiento psicológico. Ello es obvio que puede causar
problemas de salud mental, pero también física mediante los mecanismos
pertinentes de somatización, que se pueden concretar en enfermedad
psicosomática o puramente somática.
En este sentido, puede decirse que se
produce una sorda lucha a nivel social entre las ideologías y las
religiones que se produce cuando las posiciones políticas o ideológicas
son reforzadas positiva o negativamente. En este caso puede hablarse de
que el estar en estructuras sociales antirreligiosas es, inversamente,
perjudicial para la salud de la persona religiosa. En este sentido, se
roza la categoría de martirio y según la cual podría afirmarse que hay
cosas que son objetivamente más importantes que la propia salud.
Aún con todo, puede afirmarse que este
último extremo es completamente excepcional, pues para la persona
verdaderamente religiosa existen pocas situaciones en las que la
religión no suponga una ayuda fundamental en la que se encuentran
recursos abundantes para la resolución de los problemas. Por ello puede
decirse con el Maestro que la fe mueve montañas. Por tanto, puede
afirmarse que las mismas situaciones nos indican la intensidad en que la
religión debe ser practicada. Ello de tal manera, que permite la
superación de los problemas cotidianos que tanto perjudican la salud y
en particular aquellos que indican fallas en las libertades reconocidas
por los ordenamientos constitucionales.
De otro lado, sin pretender que se pueda
calificar el ateísmo y el agnosticismo como enfermedades, hay que
aceptar que, de la misma manera que defendemos un gradiente positivo
para la salud espiritual (por tanto también la física o corporal) en la
creencia, hemos de considerar que el gradiente negativo que acarrea la
increencia. En este sentido sería interesante relacionar hábitos que
conducen a la enfermedad, como por ejemplo el consumo de drogas, con las
diferentes creencias espirituales. En gran medida sería razonable
suponer que la desesperanza, aunque fuera subliminal o inconsciente, que
acompaña a la irreligiosidad le corresponda un consumo mayor de drogas
en la medida en que éstas pueden ofrecer alternativas engañosas a estas
situaciones espirituales u psíquicas.
Es igualmente natural, que estos
gradientes repercutan en un mayor recurso al medicamento, que así es
necesitado con mayor frecuencia. Por ello puede hablarse de una cierta
sobremedicación provocada en parte por las dolencias espirituales, que
son producto de la inconsciente ruptura con lo que cura y da salud.
Por otra parte, estamos constatando que
toda la Filosofía y las concepciones religiosas impregnan el discurso
cultural de nuestras sociedades occidentales. De esta manera, hay que
concebir a estas filosofías y a las concepciones religiosas como dotadas
para la producción de discursos culturales de todo tipo, que van desde
el cine o el teatro, hasta la televisión o los programas radiofónicos
sobre política. Pero en general, desde lo que se puede llamar el
programa del agnosticismo los medios intentan demostrar y en ello están
mayoritariamente de acuerdo en que el discurso de la religión y el de la
filosofía que la defiende es anticuado y no debe estar presente en la
cotidianeidad, sino que, por el contrario tienen que ser combatidos,
aunque sea desde la trivialidad y la vulgaridad.
Por ello, la defensa de la salud se
presenta parcialmente como necesidad de combatir este discurso
pregnante, que está perjudicando seriamente a los espíritus y, como
consecuencia, a los cuerpos. De este modo, las mismas exigencias
objetivas de la salud respiran la crítica del discurso y propugnan por
la puesta en pie de discursos alternativos que nos puedan hacer salir
del atolladero filosófico y religioso en el que nos encontramos
Aún con todo, se hace necesario
reconocer que este discurso que hoy empieza a estar obsoleto cumplió un
gran papel histórico en la medida en que sirvió, por ejemplo, para
estudiar la legalidad propia, la objetividad de la fisiología humana
que, como se sabe, lógicamente también se desarrolla con relativa
independencia de los condicionamientos filosóficos y religiosos (también
de los culturales). Pero no obstante, somos de la opinión de que
reconociendo el aspecto positivo de este discurso, también ha llegado la
hora de su crítica, crítica que, como estamos viendo, pasa por el
reconocimiento de que las legalidades propias de nuestra fisiología
están incardinadas con las creencias filosóficas y religiosas y que
éstas, lejos de comportarse con indiferencia, se muestran como
beneficiosas o perjudiciales según la orientación que tomen. Y así las
hay que se muestran como adecuadas a nuestra constitución espiritual,
psicológica y fisiológica y otras, por el contrario, aparecen como
dañinas para ellas.
Nos toca, en este sentido, matizar las
afirmaciones que estamos haciendo. Cuando sostenemos que la religión es
fuente de salud nos estamos refiriendo al núcleo esencial de la misma,
que supone la relación con el Absoluto, que es fuente de plenificación y
de salud. Como consecuencia descartamos las formas de religión que en
algunos aspectos no promueven la salud como puede manifestarse en
aquellas que, por ejemplo, reprimen la sexualidad u otras formas de
comportamiento natural humano. Pero consideramos que estos
inconvenientes como adherencias esto es como elementos que no pertenecen
a su determinación esencial, como adherencias que son accidentales,
aunque ellas mismas perjudiquen a la misma religión. Con respecto a
esto, también colateralmente puede señalarse los momentos en que la
Religión se opuso al progreso científico de la Medicina, exagerando o
exclusivizando la intervención divina en los procesos fisiológicos o en
las realidades corporales, o incluyendo en sus explicaciones agentes de
carácter extracientífico para dar cuenta de las enfermedades con
etiología claramente física.
Por todo ello nos parece necesaria que
la Religión haga su propia crítica con el objeto de que pueda
presentarse como más adecuada para no dar argumentos, aunque no sean los
esenciales, a sus detractores.
Desde otra perspectiva podría
argumentársenos que no existe fiabilidad en lo que hemos expuesto. Por
una parte, porque no hay certeza en ello puesto que, como se conoce,
existen diversas versiones de lo que es la vida eterna o la vida que se
da más allá de la muerte física.
Nuestra respuesta se produce de dos
maneras. Por una parte afirmamos que es difícil dilucidar racionalmente
entre estas distintas opciones la que más se ajusta al hombre, pero
reconocemos en el cristianismo como Religión del Amor a aquella que
permite de mejor manera la vida teologal del hombre con las
implicaciones que ello tiene, y así lo hemos manifestado en otras
ocasiones. Por otra parte, sostenemos que, aunque las religiones sean
diferentes, existe en todas ellas un núcleo común que, a través de la
vida espiritual, se transmite a la vida psíquica y a la fisiología. En
este núcleo puede registrarse la creencia escatológica en la Salvación,
que bien se concibe como la unión del alma con el Absoluto o bien, en
las religiones proféticas, se piensa que la persona está destinada a una
salvación final en la que en la que se redimirá de la miseria y
alcanzará una vida plena y feliz. Así pues, en las dos formas es posible
alcanzar la perfección que permite la vida feliz y armoniosa.
En otro orden de cosas, se puede decir
que en la cosmovisión occidental está claramente supuesto que las
alternativas metafísicas y religiosas que la persona humana puede
suscribir son de hecho indiferentes para un conjunto grande de cosas y
también para el ser humano. Por ello, no existe una relación de
preeminencia entre las concepciones ateas y agnósticas, y la creyente.
Por el contrario, nosotros pensamos que
las filosofías y las metafísicas no son equivalentes para nosotros,
puesto que no todas son adecuadas para nuestra naturaleza. Al contrario
podemos afirmar que encontramos nuestro estado óptimo en la religión. Es
decir, que el hombre encuentra potenciado lo mejor de sí mismo en
cuanto se encuentra incardinado en la Religión.
Por ello, pensamos que se puede hablar
de una corrección de lo humano, de tal manera que las diferencias de
cosmovisión no son igualmente válidas, y no solamente desde el punto de
vista de la verdad sino también desde el de sus consecuencias. En
efecto, como estamos analizando, no se adecua a la naturaleza humana de
la misma manera una interpretación de lo real agnóstica que una
religiosa, pues esta última, según estamos viendo, tiene consecuencias
más favorables en todos los campos antropológicos (incluido el de la
salud).
Por tanto, es desde estas premisas desde
las que cabe hablar, como hemos hecho con anterioridad, de la Ortología
antropológica, es decir de una teoría de lo que se adecua a la
naturaleza humana, de lo que es bueno para el hombre, lo cual en esencia
está contenido en la Religión y su cosmovisión. Así pues, vemos aquí
desde otra perspectiva lo que habíamos afirmado en otros ensayos, es
decir, el hecho de que el hombre alcanza lo mejor de sus posibilidades
naturales en la Religión en la medida en que ésta asiste sus necesidades
espirituales.
En este sentido, puede ser aseverado que
son posibles patologías espirituales. Así por ejemplo, cuando el ser
humano no encuentra sentido a su existencia (Frankl) o cuando se deprime
por la certeza del fin de su existencia (Unamuno). En efecto así es
pues estas dolencias encuentran su curación natural que consiste en la
creencia y en la práctica religiosa, en la asunción de la religión.
Pero como esta asunción es también
racional (debe haber razones para la creencia) es aquí donde la Medicina
necesita de la Filosofía, en cuanto que la formación filosófica ayuda
al doliente ser humano a encontrar sentido y alegría pues la
racionalización cabal de lo real lo permiten. Por tanto, parece
necesaria una terapéutica filosófica para mostrar el camino que conduce
del mundo y del hombre naturales al hombre que tiene un sentido
religioso de la existencia y de la vida, el cual, al contrario de lo que
se puede pensar, es naturalmente racional y por ello tiene sentido en
la razón y calor en el corazón.
Como corolario de lo que venimos
indicando, parece claro que no se puede construir la Fisiología con
independencia de la Filosofía y de la Religión, por un lado y de la
Psicología por otro, puesto que como sabemos los sentimientos y
emociones tienen una repercusión fisiológica clara a corto y a largo
plazo. Esto es tan así que puede afirmarse que el óptimo fisiológico se
logra con unos sentimientos y emociones adecuados, los cuales dependen
de la vida religiosa que los favorece y los promueve.
Por estas razones, somos de la opinión
de que no puede ofrecerse una teoría de la salud (tampoco de la
enfermedad, psicológica o fisiológica) si no se tiene en cuenta la
Ortología antropológica (sobre todo en su sentido religioso, filosófico y
psicológico). Por ejemplo, en este sentido hemos hablado de la
unificación personal que se puede conseguir por medio de la religión,
por medio de la unión religiosa con el Absoluto, que configura un núcleo
que irradia a la persona entera en todas sus dimensiones. Esta
unificación personal muestra un concepto en el que espíritu y psique
están conexionados, interrelacionados. Pero las interrelaciones también
admiten se extendidas al soma y en este sentido se configura el presente
ensayo.
También, en el orden de la crítica
parece conveniente enfrentarse con una de las concepciones
antirreligiosas más fuertes de la Edad Contemporánea. Nos referimos al
psicoanálisis de Freud. En efecto, si estamos comprendiendo la religión
como una compleción efectiva de la persona humana, que le permite
alcanzar la mayor felicidad de la que es capaz, es lógico que apliquemos
nuestra crítica al psicoanálisis freudiano. Éste entiende que la
religión es solamente un producto de las necesidades de un hombre que no
ha alcanzado su madurez histórica, y por ello ha tenido derivaciones
que, aplicando estas teorías a la psicoterapia, han intentado alcanzar
una psicología individual basada en la eliminación de la llamada ilusión
religiosa.
Pero, por el contrario, como hemos
visto, desde la Ortología antropológica se puede decir que existen
creencias que, lejos de ser alienadoras, se manifiestan como las más
adecuadas para el hombre. Estas creencias son las religiosas por lo cual
el intento de eliminar la religión de nuestra mente, en lugar de sanar
es objetivamente patógena, pues el hombre está constitutivamente abierto
a Dios y la religión y el intento por erradicar la religión está por
ello condenado al fracaso. Así pues, en este sentido, contradecimos las
posiciones del fundador del psicoanálisis y más bien nos situamos con el
pensamiento de Frankl que considera el sentido como una fuente de salud
psíquica, aunque nosotros estemos plenamente en la corriente que da un
paso más y considera que cabalmente el sentido solamente se alcanza con
la religión, que así se hace fuente de salud.
Como conclusión de lo que estamos ahora
diciendo, pensamos que cabe hablar de un nivel racional o metafísico por
el que captamos y racionalizamos el sentido y un nivel sentimental y
emocional por el que se nos manifiestan las consecuencias de la creencia
en un terreno distinto. Por ello, parece claro que sin una creencia
racional adecuada no existe afectividad correcta. La consecuencia médica
del nivel de la contradicción que estamos mostrando es que las
dolencias hay que tratarlas por medio de la bioquímica, con el
consiguiente abuso del medicamento para paliar lo que podría lograrse de
manera más natural por medio de la religión. No obstante, ocurre que
también aquí nos encontramos ante la presencia de un círculo vicioso
porque, en su uso inadecuado, la misma razón prescribe el absurdo de una
felicidad que no tiene su objeto apropiado, con la afectividad negativa
que ello produce. Por ello el proceso se retroalimenta.
Lógicamente hemos defendido nuestras
posiciones desde una ortología antropológica determinada que pasa por
una valoración positiva de la creencia y la religión. Así, por ejemplo,
hemos mantenido que poseen objetivamente, en sí consecuencias
felicitantes, lo que necesariamente repercute por los mecanismos
psicológicos y fisiológicos conocidos en una mayor salud corporal. De
ello es evidente que se colige que lo que contradice lo que exponemos no
puede ser calificado como formulación antropológica optimizante y por
ello, adecuadas, para la salud corporal sencillamente porque no lo son
para la salud espiritual. Nos estamos obviamente refiriendo a las
versiones antropológicas agnósticas y ateas.
No obstante, ello no significa que estas
dos corrientes filosóficas y religiosas no hayan sido válidas en
algunos para el desarrollo de Occidente en cuanto que contribuyeron a
una crítica purificadora de la Religión, que también hizo sus
aportaciones a las Ciencias de la Salud. En efecto, la eliminación de la
hipótesis teológica permitió el desarrollo de la estas ciencias en la
medida en que hizo posible el conocimiento de las legalidades
científicas objetivas con el incremento del bienestar humano conseguido
mediante las aplicaciones correspondientes de ello.
Aún con todo, lo que sostenemos es que
la creencia y la religión son más adecuadas para la vida, porque la
promueven, que sus contrarios. Ello, entonces, significa que la tesis
religiosa tiene la posibilidad de incluir en ella misma los elementos
positivos que entonces estuvieron en las posiciones ateas y agnósticas
(nos estamos refiriendo a la tesis que niega la influencia de la
religión en la constitución de las Ciencias Humanas), sin por ello
perder su naturaleza. Con ello queremos decir que dentro de la tesis
religiosa se pueden perfectamente asumir las legalidades objetivas de
las ciencias biológicas y fisiológicas, sin que por lo mismo quede
negada. Al contrario, dentro de los límites que defendemos estos
elementos quedan comprendidos y potenciados desde el punto de vista de
la religión, en tanto que verdad nuclear de la condición humana.
Por ello, el ateísmo y el agnosticismo
puede ser concebidos como ideologías que van a contracorriente de las
tendencias naturales de la condición humana. Esto es así de tal manera
que constituirían un contrasentido si no fuera por el hecho de que
históricamente jugaron un papel, mediante cierta crítica racional a los
fenómenos inadecuados de la propia religión, que quedará, una vez
asumida la crítica, perfeccionada. De esta manera la salud podrá ser lo
buena que las posibilidades químicas y farmacológicas permiten en la
actualidad. Será alcanzable así una mejora natural.
Por todo ello, nos parece que la
comparación entre la esperanza de vida de las personas religiosas y las
que no lo son forma una buena prueba empírica y muestra que salud y
religión, lejos de constituir campos disjuntos, guardan una estrecha
relación. En este sentido si nos preguntáramos por las causas de estas
diferencias diríamos que, por ejemplo, la saludable vida sin drogas de
la gente religiosa es en parte producto del bienestar que la propia
religión aporta, siendo ello a su vez causa intrínseca de la misma salud
general.
Obviamente, como hemos señalado, queda
lejos de nuestra posición aquella que abanderaron psicoanalistas que
basándose en las teorías de Freud pretendían, como método
psicoterapéutico, acabar con la “ilusión” religiosa de sus pacientes.
Como consecuencia de lo que venimos explicitando creemos que se puede
afirmar que Freud se equivocaba al entender la religión como fruto de
una inmadurez de la especie, aunque no errara al aseverar que el ser
humano se ayudaba mediante la religión, y ello independientemente de que
necesitara erradicarla para alcanzar un estadio superior en su
evolución. Al contrario, para nosotros en la religión el ser humano
logra lo mejor de sus posibilidades.
Para ir finalizando con el capítulo,
tenemos que indicar que una mala interpretación de lo que venimos
defendiendo sería decir que negamos las legalidades fisiológicas. Esto
no es así, pues es claro que las reconocemos en su pleno desarrollo. Es
entonces obvio que no se nos ocurre por tanto negar la importancia de
factores como puede ser la alimentación o el sueño en la salud general
del organismo, así como tampoco intentamos que la enfermedad del cuerpo
sea un mero correlato de las realidades psicológicas y espirituales. Por
ello creemos respetar la autonomía que le es propia al cuerpo y
reconocemos la fisiología y la anatomía propias de la enfermedad.
Pero no por ello dejamos de aceptar toda
una serie de datos de la ciencia actual que afirman la influencia de la
psicología y de la sociedad en la salud y la enfermedad, por ejemplo
con todas las relaciones que se tejen en torno al individuo, al
organismo. Y al mismo tiempo también subrayamos la importancia que
tienen los factores espirituales en estos, pues desde una Ortología
antropológica comprendemos que una relación adecuada con Dios y una
religión adecuada son realidades a las que esta llamado todo ser humano,
de tal manera que ello es lo que nos permite la optimización de nuestro
ser y de nuestras capacidades.
Es desde esta perspectiva como las
concepciones antiguas que veían la enfermedad como un fruto de una
relación religiosa inadecuada, de una relación de pecado con los dioses o
con Dios pueden ser recuperadas. Ello en la medida en que a su nivel
recogen parte de la verdad que aquí intentamos reconocer. Por ello en
lugar de extirpar la Religión de la conciencia de los hombres lo que se
hace preciso es recuperarla con unas dimensiones nuevas. Es decir se
hace necesario recuperar la dimensión espiritual como parte de la salud.
Condicionantes morales y políticos de la salud
Se estudia en Economía el marco moral de
la posibilidad de obtención de los bienes económicos, en el sentido de
que deben existir unas condiciones morales necesarias que lo permitan.
Por otra parte, hemos hablado sobre el
hecho de que los bienes económicos no son los únicos que tienen utilidad
y que reportan una satisfacción. Es desde esta perspectiva desde la que
cabe también hablar de los bienes de la salud, de los que puede decirse
que en muchas ocasiones son la condición de la obtención de otro tipo
de bienes, en cuanto que por ejemplo el nivel económico alto implica
normalmente una mejor salud.
Por estas razones cabe también hablar de
un marco moral de la salud o, al menos de un contexto, que potencia o
perjudica la salud. En este sentido, nuestras sociedades occidentales
están divididas en alternativas políticas, filosóficas y religiosas cuyo
enfrentamiento aún provoca dosis de violencia considerable y, por ello,
la alteración de los ánimos. Como consecuencia, parece evidente que si
consiguiéramos hacer disminuir la dialéctica de enfrentamiento se
produciría automáticamente la consiguiente pacificación de las
conciencias. Lógicamente ello conllevaría una mejora general de la salud
a nivel personal y social.
Como se puede ver, aquí la solución es
moral y pasa por que las ideologías diriman sus diferencias más
mansamente. Ello significaría que, por así decir, deberían desaparecer
los elementos más retóricos del sistema y dar paso a un diálogo sincero
que podría ser realizado, según hemos manifestado en otras ocasiones.
Ello se debería implementar con la mediación de la virtud de la
misericordia en cuanto que propicia la comprensión y la posibilidad del
acuerdo y el entendimiento, y elimina la voluntad dogmática presente en
nuestras manifestaciones políticas.
Por otra parte, sabemos que en el ámbito
de nuestra vida cotidiana nuestras relaciones personales son un factor
de salud en el que se opera la transición de lo social a lo psicológico y
de esto a lo fisiológico. Pero parece también aquí claro que las buenas
relaciones personales se sostienen en el marco moral adecuado. Así, de
la misma manera que en la política, unas relaciones personales basadas
en la búsqueda del dominio no pueden favorecer la buena salud. Por ello,
si fuéramos capaces de dulcificar nuestras relaciones personales
haciéndonos con la virtud del amor y con las que necesariamente le
acompañan (el perdón, la reconciliación, la comprensión…) es entonces
evidente que mejoraría nuestro nivel general de salud.
Con respecto a esto que estamos
planteando en este capítulo, parece posible establecer un mínimo común
entre lo secular y lo religioso basado en esta virtud del amor. No
obstante, como hemos defendido en otros lugares, nosotros pensamos que
la potenciación, la optimización de estas virtudes y la menor dificultad
en su cumplimiento se dan cuando las incardinamos en la vida religiosa,
en la vida teologal. Esto significa que cuando esta virtud del amor es
entendida como virtud teologal, es decir cuando tiene a Dios como fuente
se acrecientan las posibilidades de cumplir con ella. Así que también
como vemos la religión es fuente de salud, en este caso no sólo
individual sino también social.
En este orden de cosas, en gran medida
puede decirse que la salud exige una normalidad en la convivencia porque
la guerra o la persecución llevan en último extremo a la muerte física
que es la antítesis de la salud y desde esta perspectiva hay que
responder al tópico que acusa a la religión de producir fanatismo e
intolerancia.
Nos parece que ello es sacar el orden de
las cosas de quicio. En primer lugar, porque la intolerancia y el
fanatismo se encuentran no en la religión, quizá especialmente en
Occidente, sino en las sociedades que la rodean y la impregnan. En
segundo lugar, porque según hemos mostrado una religión que conduce a la
guerra no puede ser considerada una religión adecuada. Por el
contrario, lo que defendemos es que en la misma esencia de la religión,
en la caridad quedan fortalecidas las virtudes democráticas de la
misericordia política o la tolerancia.
Así, hemos defendido en el ensayo
titulado “Ética” que la misericordia como virtud política queda
potenciada desde la misma religión, por lo que ésta en lugar de ser
fuente de intolerancia y fanatismo lo es de amistad y reconciliación.
Ello evidentemente significa en una
Teología descendente, como diría mi amigo José Antonio Martínez
(Longoria), que la virtud religiosa de la caridad admite un desarrollo
político que no sólo conduce en absoluto al fanatismo sino que es su
antítesis y, por ello, perfecciona la virtud de la mera tolerancia, la
cual deja el debate permanentemente abierto y estático. En este sentido,
es obvio que desde el cristianismo como religión del Amor quedan
potenciadas la paz, la reconciliación y la concordia que tan
positivamente contribuyen a la salud general.
Por tanto, es completamente negativo que
la religión en nuestras sociedades esté tan orillada y maltratada,
porque pensamos que dada la enorme utilidad de la misma (en el caso que
nos ocupa para la salud privada y pública) deberían darse modelos
sociales y políticos en las que la presencia de la religión fuese densa,
evidente. Ello, no obstante, no significa que planteemos la religión
como una obligación. Por el contrario, defendemos su presencia desde la
libertad. Queremos con esto decir que cualquiera que tome los valores
religiosos como alternativa global para su vida no lo puede hacer desde
la obligatoriedad y la coacción, sino desde la autonomía que se da leyes
a sí misma. Por ello, el tipo de sociedad y de estado por el que
estamos, aunque positivamente religiosos, no los consideramos desde la
imposición sino desde la libertad.
Como consecuencia, de la misma manera
que la idea socialista no está necesariamente unida al laicismo como
muestra Bloch, tampoco la intolerancia y el fanatismo acompañan
esencialmente a la religión, sino todo lo contrario. Resulta de ello que
puede afirmarse que la religión promueve la salud individual y
colectiva, del espíritu y del cuerpo, según las formas y maneras que
hemos expuesto.
Evidentemente esta exposición en
positivo de lo que pensamos conlleva la crítica correspondiente.
Efectivamente en el campo de la política puede decirse que la salud
exige la normalidad de la convivencia porque la guerra y la persecución
conducen a la antítesis de la salud que es la muerte física. Pero los
grupos ideológicos se manifiestan como un poder que busca el control de
los individuos y, como hemos visto, ellos mismos organizan en parte la
estructura sentimental y emocional que es necesaria para la salud
personal. Además también organizan la lucha contra los oponentes y el
control de la disidencia.
En este sentido, merece la pena comentar
que desde las culturas políticas también se administran los bienes del
prestigio, que también afectan a la salud, según las personas sigan los
intereses de aquéllas o no. Así es que aunque los Derechos Humanos
reconozcan, por ejemplo, el derecho a cambiar de ideología política (o
religiosa) existen medios por los que más o menos abiertamente se
contradicen aquéllos.
En conclusión, las formas a que nos
referimos llegan hasta el nivel de la micropolítica que desarrolla en la
vida cotidiana el poder de las grandes formaciones políticas. Así con
formas variadas la micropolítica influye en la salud de las personas
favoreciéndola o perjudicándola. Así es que desde diversos poderes se
organizan las conspiraciones que buscan el control social según
intereses que se traduce a veces en una violencia larvada que busca el
control de los individuos manejando, en la medida de su alcance, la
salud de éstos a través de estímulos sociales que regulan las
psicologías. Este control perjudica la salud en muchos casos, puesto que
obstaculizan unas relaciones personales adecuadas en la medida en que
influye en la afectividad del mundo personal circundante. Ello como se
sabe tiene su origen en el nivel propiamente político y en la violencia
dogmática de las alternativa políticas, espirituales y filosóficas, una
violencia de mayor o menor intensidad que se extiende por el cuerpo
social de manera descendente.
Como corolario de lo dicho se colige que
la cultura política en la que vivimos no es la única posible ni la
deseable (en este caso desde el punto de vista de la salud), es decir,
que ella no es absolutamente válida. Por ello, es posible y deseable
cambiarla en el sentido de una pacificación general y para ello sería de
gran importancia que la violencia que se registra contra la religión
desde algunas perspectivas desapareciera. Todo ello significaría, tanto a
nivel nacional como internacional, entender las diferencias desde la
fraternidad y avanzar por el camino del diálogo. Como consecuencia,
organizándose desde otra cultura política, más caritativa, se puede
decir que se incrementaría grandemente nuestro bienestar espiritual y
psicológico y, por tanto, nuestra salud.
Sociedad y Salud
A)
Se registra en la sociedad un esfuerzo
por la consecución de los bienes del buen trato, que generalmente está
relacionado con el nivel jerárquico que se ocupa en las diferentes
estructuras sociales. En efecto, los individuos y las familias intentan
alcanzar los niveles sociales más altos, que no solamente tienen una
remuneración económica sino que también disfrutan de lo que en otro
lugar hemos llamado bienes psicológico- sociales.
Pero, es preciso señalar que la dinámica
que ello produce se da según estructuras que tienen su propio
funcionamiento (partidos políticos, iglesias…) y sus propias rutinas, de
tal manera que para las personas el acceso a los bienes dichos es más
fácil la integración en estas sociedades que al mismo tiempo tienen
también su producción ideológica, también dentro de sus rutinas
intelectuales. Estas rutinas, por su parte, tienen también capacidad
para absorber ciertos niveles de cambio intelectual (por ejemplo, los
cambios ideológicos que se producen históricamente en las izquierdas).
Estos niveles de funcionamiento de las
instituciones son cruciales para los individuos en la medida en que
necesitan estímulos sociales, en la medida en que necesitan de una
incardinación psicológica en los grupos, que desarrolla su fisiología en
estos marcos, mediante los controles psicológico-afectivos que estas
sociedades establecen sobre ellos.
Así, el sistema de los bienes
psicológico-sociales tiene un funcionamiento que regula muchas de las
emociones individuales. En este sentido puede hablarse de emociones
negativas como la envidia o de emociones positivas como la autoestima.
De esta manera, organizados por los fines que propone el sistema los
individuos buscan el ascenso social en la búsqueda de bienes económicos y
bienes de prestigio (psicológico-sociales). Por ello se organizan los
sentimientos y emociones y de esta manera puede decirse que también está
regulada la salud, que será promovida o no según se adapte a los
mecanismos o los rechace.
De esta manera, el sistema social
controla la salud de las personas, pues quien no se adapta pasa a formar
parte de los círculos de la exclusión. Obviamente esta exclusión es la
que provoca emociones negativas que repercuten claramente en la salud.
Pero, por otra parte, si la inadaptación social es creciente, creciente
es la represión que acude a penalizaciones cada vez mayores, en última
instancia claramente reguladas por el Derecho (hasta la aplicación, por
ejemplo, del Código Penal).
Por otra parte, puede también decirse
que se producen otros efectos determinados en la relación entre el
sistema social y las personas. Efectivamente, por una parte los miembros
de cualquier grupo del sistema incardinan su salud en la pertenencia a
unos determinados grupos sociales o instituciones que poseen sus propias
ideologías, Por otra parte como hemos visto, la dinámica social (y
política) conlleva una gran pérdida de salud general, en la medida en
que los enfrentamientos entre los diferentes sectores políticos y
sociales contribuyen a la distorsión de lo que sería una convivencia
ideal, que favorecería la salud general en gran medida.
B)
Nuestras sociedades han instaurado un
mundo que, si bien ha conseguido un nivel de racionalización científica
que permite unos niveles altos de vida, ello ha sido a costa de eliminar
a la religión como fuente de salud. Por tanto, parece necesario,
corrigiendo esta racionalidad especialmente en el nivel de las ciencias
humanas, recuperar el espacio de la religión.
En efecto, en otros ensayos hemos
constatado el hecho de que no se puede considerar solamente como bien lo
que es mensurable materialmente, sino que existen toda una serie de
bienes que también tienen una eficiencia grande, que se muestra, por
ejemplo, en la repercusión fisiológica positiva que tienen. Este es el
caso de los bienes religiosos que influyen en una medida grande en la
correcta psicología o nivel de representaciones, sentimientos y
emociones y por ello en una mejor fisiología. Queremos decir que con la
religión se dan los niveles que mejor se acomodan a la naturaleza humana
y por ello a lo que hemos llamado una Ortología antropológica, que
indica cual es la alineación correcta de lo humano.
Ello nos parece claro si por ejemplo
recordamos los efectos tan beneficiosos que el amor, la compasión, la
caridad, la fe, la esperanza tienen sobre el ser humano. Ellos nos
proporcionan la parte de felicidad que influye en nuestros sentimientos y
emociones y también, lógicamente, en nuestra salud general.
Pero no debemos olvidar que el organismo
humano no es una realidad aislada sino que se encuentra
interrelacionado con el medio social que le influye claramente, como los
estudios de Sociología de la Medicina o de Medicina Social muestran. En
este sentido, es preciso reconocer que el conflicto social que forma
parte del entorno del individuo es fuente de insatisfacciones y por ello
de enfermedad. Por ello, debe plantearse la relación de la persona con
el medio social como una realidad dialéctica y tanto una sociedad
agresiva crea individuos agresivos en la misma medida en que es creada
por ellos .Todo ello, como se sabe, es poco propicio para el bienestar
psíquico.
Por tanto, se hace necesario reconocer
que la sociedad, por su mismo bienestar y por el bienestar de quienes
forman parte de ella, debe promover la formación de sus miembros unas
relaciones menos opresivas y violentas. Ello, evidentemente, pasa por la
promoción de la vida teologal de las personas porque los individuos
espiritual y psíquicamente más sanos son los que puede ofrecer una
sociedad mejor, en general, más saludable. Al mismo tiempo, como hemos
visto que los procesos se influyen recíprocamente hay que esperar que la
promoción social de las virtudes teologales influya positivamente en la
salud del cuerpo social y de los hombres y mujeres que lo forman.
También desde la perspectiva de la salud
mental, se puede hablar de las relaciones entre sociedad, religión y
salud. A este respecto, parece que es admitido por la ciencia que
existen aspectos de la sociedad que pueden ser causa de morbilidad
mental en cuanto que desorganizan aspectos que son fundamentales para la
salud psíquica. Así por ejemplo, la desestructuración contemporánea de
la familia, o el estrés de la vida moderna u otros fenómenos parecidos,
sirven como referencia de la desorganización de la infraestructura
social que garantiza la estabilidad emocional personal.
Pero a ello hay que añadir que la
pérdida de espesor del estrato religioso tiene un efecto multiplicador
sobre estos aspectos. Con respecto a ello hemos de señalar que no es que
nos parezcan completamente solucionables estos problemas exclusivamente
con la dimensión religiosa, sino que sencillamente pensamos que el
cultivo de ella lo favorecería grandemente. En este sentido consideramos
que el perfume agnóstico y ateo de una sociedad en la que la religión
está postergada sirve para empeorar la situación general de la salud.
Por ello, la constitución científica y tecnológica de las ciencias
humanas, como hemos mostrado en otras partes, hecha sobre la base
epistemológica inadecuada del agnosticismo, que sostiene que la religión
no es relevante no puede tener otro efecto que la constitución
inadecuada de la salud y de sus ciencias.
De esta manera, nos parece muy natural
que la represión religiosa cause enfermedad en la medida en que reprime
las pulsiones históricamente constituidas (que hacen naturaleza) del
hombre hacia la transcendencia y la felicidad. En este orden de cosas y
como consecuencia inmediata de esta represión que crea el pensamiento
agnóstico o ateo, resulta una mayor agresividad individual que
necesariamente ha de repercutir en un grado mayor de enfermedad y de
violencia social. Como consecuencia, sería pensable que una vuelta a la
religión, a una religiosidad no represiva y no violenta, generaría unas
sociedades más pacificadas y la primera consecuencia sería una mejora de
la salud no solamente social o espiritual sino también psíquica y
somática. Ello a su vez tendría un efecto multiplicador sobre la salud
social en la medida en que reobraría sobre ella.
Aún con todo, se argumenta que la
religión es fuente de fanatismo y de intolerancia y por ello de
violencia, de mayor o menor intensidad, social e institucional. No toca
esta objeción a las posiciones que venimos defendiendo en repetidas
ocasiones, puesto que por lo que abogamos es por la religión y la
civilización del amor, que lejos de ser fuente de intolerancia y
violencia lo es de paz y fraternidad. Ello sería, en parte, también
producto de ese desarrollo político de la caridad que nos parece tan
necesario, y ello de tal manera que se pueda superar la mera tolerancia y
se erradique el fanatismo consecuentemente. Así pues, no creemos que en
el núcleo de las religiones positivas se pueda situar el fanatismo y la
causa de la intolerancia, sino que, por el contrario, planteamos el
desarrollo de ese núcleo hacia campos en los que no estaba presente,
como son el social y el político.
De este modo, consideramos que la
caridad cristiana, la compasión budista o la ahimsa (no violencia)
hinduista admiten desarrollos que, brotando de los más íntimo y central
de estas religiones, alcanzan campos nuevos y esenciales en lo que ha
sido la política de la Humanidad, pudiendo servir para alcanzar lo que
realmente debe significar el proceso de globalización en el que estamos
inmersos, que tan graves problemas y conflictos acarrea.
No obstante, existen toda una serie de
prejuicios que, presuntamente basados en la razón, obnubilan o hacen
imposible la relación religiosa. Estos se manifiestan a nivel objetivo
como filosofía, sistemas filosóficos o Weltanschaugen que influyen en
una medida grande en la creación de conciencias inadecuadas, causantes
de enfermedad.
Por ello se hace necesaria una terapia
filosófica que remueva estos obstáculos y reduzca tanto a nivel
individual y subjetivo como a nivel objetivo y social los niveles
insalubres, de tal manera que la fuente de la salud espiritual, psíquica
y fisiológica no quede alejada de los seres humanos, pues
verdaderamente la necesitan. Esta fuente, como se sabe, no es otra que
la religión. Así, esta terapia debe conducir a la disolución de los
problemas que impiden el esclarecimiento que posibilita la relación
religiosa adecuada tanto a nivel colectivo como a nivel individual.
En consecuencia, si aceptamos que
estamos diseñados para ser hombres y mujeres religiosos es necesario
aceptar que nuestras sociedades y estados son esencialmente creadores de
enfermedad, pues es natural que enfermemos psicológicamente y
fisiológicamente si estamos enfermos a nivel espiritual. Con esto
queremos decir que unas sociedades que viven en la pura inmanencia y que
estimulan esta vida en la inmanencia están necesariamente condenándonos
a unos índices de morbilidad mayores de lo que, de otra manera, serían
posibles, pues por naturaleza estamos necesitados de vivir en la
religión y faltando el alimento espiritual las consecuencias no son las
posibles y deseables.
En efecto, si proscribimos la religión
de los centros de enseñanza, de nuestra televisión, de nuestra
simbología es completamente lógico que no podamos tener una vida
espiritual y psicológica adecuada y que la consecuencia de ello sean
unos índices de morbilidad más altos, pues esta vida espiritual es
completamente necesaria. Por ello, por el bien de nuestra salud general
sería necesario dar una dimensión religiosa a nuestra vida social, a
nuestras sociedades. Ello significa que es necesario que la religión se
encuentre presente en nuestras vidas, en nuestra cotidianeidad y con una
presencia adecuada para poder vivir con salud nuestra vida espiritual y
con ello recomponer la salud psicológica y fisiológica.
Así pues, como hemos visto en otros
trabajos y estamos viendo en el presente, la religión, según lo que es
la naturaleza humana, objetivamente optimiza el conjunto de las
capacidades humanas y, con ello, la salud. Por ello, estamos defendiendo
la conveniencia de que las sociedades occidentales olviden el laicismo y
vuelvan a la religión. Pero entre el primer estado de cosas y aquel por
el que abogamos median algunos desarrollos dialécticos.
De este modo, pueden darse situaciones
contradictorias entre salud, religión y sociedad. Así, por ejemplo, por
lo general los ambientes sociales, debido a la presión laicista que
organizan, reprimen la manifestación religiosa por lo que la defensa de
la religión puede promover situaciones de enfrentamiento con el entorno
social que causan problemas y por ello perjudican. En estos casos es
también donde se da la virtud del amor o caridad por la que se intenta
abrir los corazones del prójimo, aún a costa del sacrificio personal,
mediante la militancia a favor de la religión. Aparece entonces, en
mayor o menor medida, la categoría de martirio.
Así que, contrariamente a lo que venimos
propugnando, la sociedad contemporánea, producto de la difusión y de
implantación del ideario ateo, erradica la experiencia religiosa de la
vida humana cotidiana. En efecto, la religión prácticamente ha
desaparecido de la cotidianeidad de nuestra civilización. El ritmo de
vida, los valores todo el sistema en su conjunto ha eclipsado la
religión en las conciencias de tal manera que parece que Dios se ha
ocultado.
Por ello, al mismo tiempo que estamos
rodeados de una riqueza material grande, la riqueza espiritual ha
desaparecido. Así este bien real ya no está presente en el grado que
sería necesario y de esta manera aparecen nuevas fuentes de enfermedad,
porque la represión religiosa, que las ideas filosóficas del presente
instauran en la dinámica del psiquismo humano, debe tener repercusiones
negativas en la salud necesariamente.
En efecto, como vemos, se erradica el
ambiente apaciaguador, la atmósfera espiritual y cálida que aporta la
religión. Al estar sin este Umwelt las personas se encuentran
angustiadas, fuera de sí, incapaces de dar sentido a la vida, pues están
fuera de su constitución y medio naturales, Ello lógicamente es
propiciatorio de la enfermedad y la violencia y de ahí mana la fuente de
parte de los trastornos psicológicos y, como consecuencia, fisiológicos
y corporales.
Por estas razones se hace flaco favor a
la causa del hombre cuando se oculta o se reprime la religión y su
manifestación, tan necesarias para suscitar una vida sana en todos los
aspectos. Consecuentemente, la naturaleza humana y los tiempos
históricos presentes lo que exigen es una vuelta de la religión que le
permita desvelar los ámbitos de una experiencia olvidada, que en otros
tiempos estaba plenamente presente y era totalmente beneficiosa, aún con
todas sus limitaciones. En efecto, es natural pensar que si se pudiera
recrear está atmósfera adecuadamente religiosa, corrigiendo lo que haya
que corregir con respecto al pasado, mejoraría la condición humana en
una gran medida, pues el hombre necesita de la representación de las
manifestaciones religiosas que hacen posible la interiorización
religiosa que tanto favorece todo tipo de bienestar. Por estas razones,
la liturgia en cuanto manifestación, en tanto que exteriorización de la
Religión cumple un papel fundamental en la vida de la salud, en cuanto
que, por ejemplo, proporciona fortaleza y alegría. La fortaleza y
alegría que otorga el conocimiento del amor y la comprensión de Dios
para resistir la adversidad y ver en positivo nuestra existencia.
En este sentido concreto el hecho de que
los individuos vivan en ambientes sociales favorables hace que la salud
se mejore. Por ello es preciso reconocer que las comunidades de vida
que crean las instituciones religiosas responden a unas necesidades
individuales. En efecto, los ambientes de fraternidad, de caridad y de
comunión presente, aún con sus limitaciones, en estas comunidades que
comparten la misma fe, estimulan necesariamente los correspondientes
sentimientos positivos que necesariamente tienen sus repercusiones a
nivel corporal. De ahí también que los retiros espirituales tengan esa
fuerza de salud que da la vida de la fe. Así, el sentirse amado aporta
un gradiente que eleva y fortalece.
En conclusión, se trata de salir de
nuestra dinámica social actual que nos expone a situaciones que no nos
son convenientes. Esta salida debe operarse a nivel positivo haciendo
presente y potenciando nuestra vida religiosa. En este sentido, sería un
aspecto fundamental el cambio de los centros de interés de los mass
media, que debería ser promovido por una creatividad general de la
intelectualidad en una dirección filosófica y religiosa completamente
diferenta a aquella en la que nos estamos moviendo, en una dirección que
sin caer en la mojigatería promoviera los valores religiosos. Por ello,
un cambio de paradigma en el pensamiento filosófico sería muy
importante en todos los aspectos, incluido aquel que inspira la
formación del arte popular. En fin, se trataría de introducir un
verdadero espíritu de religiosidad en la vida cotidiana. Ello, en
nuestra modesta opinión, contribuiría en una medida grande a mejorar
nuestra condición.
Historia
Para comenzar este capítulo queremos
hacer unas breves consideraciones históricas, en un sentido parecido al
que hemos expuesto en el trabajo titulado “Pedagogía”. Por ello, se
defiende una cierta vuelta a la Naturaleza, aunque incorporando las
conquistas del desarrollo histórico.
Nos referimos al hecho de que entre los
pueblos naturales es norma la administración de la medicina de acuerdo
con la religión, en el sentido de que, por ejemplo, el ejercicio médico
es acompañado de ritos religiosos, dándose entonces una gran unidad
entre el médico y el sacerdote. Así, según hemos defendido en este
trabajo, se aboga por el entendimiento de estas relaciones como
esencialmente correctas porque aúnan en un sentido totalizador, en una
relación correcta, la medicina espiritual y la física.
Pero, en nuestra opinión, frente a esta
concepción se levantaron en Europa dos extremos. El primero se podría
ejemplificar en ciertas prácticas de la Edad Media cuando se prescindía
completamente del factor físico y se pensaba que por métodos
exclusivamente religiosos o espirituales era posible atacar a la
enfermedad. Así, las procesiones de flagelantes durante las pestes,
porque se pensaba que la enfermedad tenía su origen en los pecados que
había que expiar.
El segundo es el que podemos decir que
surge con la Modernidad que divide al hombre en dos compartimentos
–cuerpo y alma- a los que se considera estancos por lo que las
interrelaciones son escasas. Se supone que el cuerpo tiene sus propias
legalidades, únicas y específicas. Es el modelo cartesiano que después
llegará al extremo del hombre-máquina.
No negamos que el modelo de la
Modernidad haya dado frutos importantes ni tampoco afirmamos que se
puedan obviar las legalidades de la fisiología. No obstante, se puede
constatar que tampoco se pueden o se deben establecer estas legalidades
fisiológicas al precio de desalmar al hombre, eliminando la realidad de
lo que en términos clásicos se conoce como interacción entre alma y
cuerpo o quizá mejor, siguiendo tricotomía de Víctor Frankl, la
interacción entre espíritu, psique y cuerpo.
Por todo lo que venimos defendiendo, nos
parece que una vuelta a los sistemas naturales aporta aspectos
importantes. En este sentido, creemos que el postulado de considerar la
realidad del hombre como la de un ser que necesita naturalmente estar en
relación con la transcendencia trae como consecuencia que también las
terapias necesiten tenerlo en cuenta.
Ello nos parece corroborado por la
afirmación que dice que no existen enfermedades sino enfermos, porque
pensamos que significa, en primer lugar, que en última instancia la
persona no puede ser resuelta en un cuerpo y, en segundo lugar, la
acción de la religión y de Dios en el ser humano es irreprimible. De ahí
que en estos terrenos ,siguiendo a Pascal, deba operarse con “esprit de
finesse”, es decir con ese atemperamiento que implica que no somos
máquinas y que el ser humano, independientemente, de que sea también
cuerpo, sea tratado como ser espiritual y psíquico.
De lo contrario, la represión de lo
religioso, seguirá siendo causa de enfermedad (Frankl, Paul Tournier),
mientras que por el contrario la religión, con independencia de los
milagros, lo será de sanación. Ello significa, como es claro, que una
adecuada religión con el Absoluto es conveniente para la salud.
Así pues, de alguna manera pueden
recuperarse otras formas de pensamiento sobre la salud diferentes a las
de nuestra época. En efecto, de la misma manera que hemos defendido una
vuelta a la naturaleza para las concepciones de la medicina, también se
puede recuperar la Antigüedad. Así por ejemplo, la forma de entender al
médico y al chamán antiguo, que reunía en una sola persona las funciones
de curación y religiosas.
Es, por otra parte, conocido que el
pensamiento antiguo entendía la enfermedad como un castigo divino y la
recuperación de la salud dependía en última instancia de la divinidad. A
nuestros ojos estas concepciones parecen absurdas pero pensamos que, en
algún sentido, pueden ser recuperadas. Para ello hay que tener en
cuenta que la violación de la correcta relación con el Absoluto altera
nuestro correcto funcionamiento espiritual y psíquico y, por ello, el de
nuestro sistema nervioso, por ejemplo mediante el remordimiento más o
menos patente. Como consecuencia, puede entenderse como una restauración
de la salud espiritual y por ello fisiológica la construcción, desde
nuestra libertad, de relaciones adecuadas con la divinidad. De este
modo, no es que la enfermedad sea directamente un castigo divino, pero
sí la consecuencia de los inconvenientes que acarrea a nuestra salud una
relación religiosa inadecuada.
Estos principios nos conducen a juicios
distintos a los habituales en conceptos tales como los de Edad Media o
Islam. En este sentido, no vamos a negar que el primero llevaba consigo
una carga negativa de supersticiones, ni tampoco las legalidades
científicas de los más diversos ámbitos de las Humanidades. Pero ello no
impide reconocer que la Edad Media, en la medida en que la entera vida
de los hombres tenía en todo momento presente el aspecto religioso era
más adecuada en lo que atañe a las necesidades humanas espirituales. De
esta manera, puede hacerse una afirmación parecida en lo que se refiere
al Islam contemporáneo, pues en él la presencia de la Religión es
constante y, así, marca la vida del musulmán de modo que Dios está
cotidianamente presente en su vida.
Y estos fenómenos tienen también un
gradiente positivo. En efecto entendemos que ello está de acuerdo con un
nivel determinado de las necesidades humanas y que por ello una mayor
presencia de la religión haría desaparecer la represión religiosa y,
liberando las tensiones de nuestro inconsciente religioso, podríamos
mejorar no sólo nuestra salud espiritual sino la salud general,
eliminando los efectos patógenos de la ausencia de una vida religiosa
adecuada para nuestro ser. Una mente sana facilita un cuerpo sano.
Por tanto, desde estas perspectivas cabe
hablar de un sistema de salud tradicional que, con todas sus
limitaciones, comprendía como una parte suya la salud espiritual, que
tanto favorece al cuerpo y que era proporcionada por mediaciones
religiosas tradicionales (la misa dominical, la confesión, la cura de
almas en general) en el Occidente católico. Por su parte la confesión
ortodoxa y la protestante tenían sus propios métodos que, en esencia, no
diferían en mucha medida de los católicos.
Pero en nuestros días puede decirse que
en una gran Europa estas formas terapéuticas tradicionales y de tanto
valor están siendo olvidadas.
Este extremo se da hasta tal punto que
puede hablarse de que se está operando una auténtica represión de lo
religioso. Ello, como se sabe tiene unos efectos negativos para la
salud, porque no ocurre solamente que las almas necesitan una cura y una
salud que solamente puede proporcionar la religión y la filosofía que
se le adecua, sino también porque el mismo sistema corporal sale
perjudicado en la medida que hemos indicado, pues la represión religiosa
no permite la optimización fisiológica y corporal.
En este sentido, como hemos expresado en
“Ortología antropológica” debe hablarse de un dinamismo inmanente que
tiene su raíz en la conciencia y que lleva en su mismo desarrollo a la
experiencia religiosa. Así, en la medida en que este dinamismo está
impedido, bloqueado por la concepción del mundo que ofrece el ateísmo y
el agnosticismo, que se expresa masivamente en los medios de
comunicación, puede decirse que la lucha por la salud ha de venir
acompañada por una crítica de estas cosmovisiones y su difusión, así
como de su centro filosófico.
Con todo, no se entienda que
sencillamente propugnamos una vuelta al pasado sino solamente una
síntesis en la que éste quede incorporado al presente en sus aspectos
positivos y por ello rescatado de su postergación, y ello en tanto que
paradigma científico adecuado en aspectos esenciales.
Por otro lado, puede afirmarse que desde
la medicina de los últimos siglos, que se ha hecho tradicional, se
entiende al cuerpo como una entidad autónoma con sus propias
legalidades, o también la individuo como una realidad psicosomática, en
la que se relacionan las legalidades psicológicas y corporales. Se
olvida con ello la dimensión específica del espíritu en que contienen
unas legalidades que son irreductibles a la psique, pero que condicionan
todos los aspectos de la persona. Así, se piensa que las
representaciones espirituales son indiferentes para la salud de la
persona, al tiempo que se las considera exclusivamente dentro de la
dimensión psíquica. Son, por tanto, algo subjetivo e indiferente, y el
hecho de que ellas sean de una y otra manera, es decir, para nosotros,
adecuadas o inadecuadas, no tiene efectos reales.
Pero, por el contrario, como venimos
expresando desde la Ortología antropológica, no creemos que estas
posiciones teóricas sean adecuadas. En efecto, se perfila una adecuación
de determinadas actitudes espirituales al ser humano, las cuales desde
un centro religioso y filosófico son capaces de irradiar a todos los
campos de la realidad humana individual optimizándola. Esto además se
manifiesta en los distintos campos que estudian las ciencias
antropológicas y las humanidades.
Expresándonos históricamente parece, de
nuevo, necesario, tras haber hecho el recorrido del establecimiento
científico de los fenómenos fisiológicos y corporales, recuperar también
las intuiciones religiosas de la Antigüedad en la medida en que las
prácticas religiosas ostentaban un papel importante en los procesos de
sanación. No desde luego de la misma manera, pero ello no obsta para que
se caiga en el extremo de considerar las prácticas antiguas como
puramente supersticiosas.
En efecto, puede afirmarse que el
pensamiento religioso desde la Antigüedad creyó en la eficacia
reparadora de la religión. En este sentido, el mismo es esencialmente
correcto en cuanto a tal poder entendido en términos generales, pues el
cuerpo no posee una legalidad independiente de los otros factores. Aún
más, quizá pueda afirmarse que a impulsos de una fe religiosa mucho
mayor, la efectividad terapéutica estuviera acrecentada en muchos casos.
Todo ello corrobora las concepciones
médicas actuales, que en el caso de la medicina psicosomática se hacen
más claros, que aseveran que un cuerpo desconectado de la psicología no
puede ser comprendido cabalmente. Aún añadimos más: un cuerpo
desconectado de la vida espiritual no está en plenitud.
El argumento médico a favor de la Religión
En otro lugar hemos ensayado lo que
hemos llamado argumento médico a favor de la existencia de Dios. Nos
parece que en esta ocasión puede ensayarse una argumentación parecida a
favor de la Religión. Ello se basa en el hecho de que el hombre parece
estar diseñado para alcanzar su optimización cuando tiene una actitud
religiosa.
En este sentido, puede decirse que si
pensamos que la razón en su mismo ejercicio no puede sino pensar que lo
real es racional, se hace necesario pensar que Dios existe, pues sería
absurdo que estuviésemos diseñados para creer en Dios y que Él no
existiera, que este diseño no respondiera a un objeto real. Por ello,
parece necesario concluir que Dios existe. De otra manera: lo real sería
irracional, lo cual no puede ser asumido por la razón. De ahí que el
argumento de Freud, que conceptúa la religión como ilusión, no sea
válido, pues la existencia de Dios no es indiferente para hombre ni la
creencia en Él lo hace peor. Al contrario, la religión optimiza el ser
humano.
Por otra parte, creemos que es fácil
levantar argumentos a favor de la religión desde una psicología con
repercusiones fisiológicas. Efectivamente, se reconoce que ser feliz es
algo saludable, tanto en el plano psicológico como físico. Pero la
felicidad tiene como su fundamento más sólido la vida religiosa, porque,
de otra manera, no existe consecuentemente este estado de ánimo. Se
quiere con esto decir que solamente se puede intentar ser feliz cuando
se ha sido capaz de superar la presencia del mal y de la muerte, es
decir, si nos elevamos a la comprensión de que el mundo natural
encuentra su ampliación en uno sobrenatural, que garantiza que la
presencia del mal no es la última instancia, sino que por encima de ello
existe una perfección absoluta. Ello significa, que estamos llamados a
una vida futura de felicidad plena.
Vamos a presentar varios ejemplos de
esta argumentación. Para ello, en primer lugar, se puede presentar como
un estado saludable la alegría. Pero, si consideramos el fundamento de
ella, podemos ver que no existen motivos consecuentes para estar alegres
si no se defiende la existencia de una perfección de nuestro mundo
natural. Así es, porque fácilmente se comprende que si la muerte es la
última palabra no existen motivos objetivos para la alegría. También
ello porque en la misma vida de la naturaleza deseamos la mayor
perduración de la vida, esto es la vida eterna. Por ello, el fundamento
de la alegría no puede estar sino en la Religión, por lo cual puede
decirse que ésta favorece los estados saludables puesto que fundamenta y
permite la liberación de la alegría.
En segundo lugar, nos podemos referir a
la ilusión. Así, es de todos sabido, que tener ilusiones es también algo
que favorece la salud. Pero ¿cómo tenerlas si todo lo nuestro es
enterrado definitivamente por la muerte? ¿No es entonces un absurdo la
ilusión por la vida? En este caso solamente desde la virtud teologal de
la esperanza, que nos permite mantener la ilusión más allá de la muerte,
en la vida eterna se puede encontrar fundamento y con ello posibilitar
la ilusión verdadera y la más fuerte.
En tercer lugar, trataremos de la
tranquilidad de ánimo. Aquí también podemos ver que la misma tampoco
puede tener fundamento si, al final, todo se desmorona con la victoria
del mal. De esta manera, también aquí la creencia en una perfección
final de lo real que nos redime de los males es verdaderamente fundante
de la tranquilidad de ánimo y posibilitante de la misma. Y así
sucesivamente, porque es palmario que la argumentación podría
prolongarse en otros muchos ejemplos.
Por todo ello, puede decirse que la
verdad de la corriente central del pensamiento religioso es condición de
la racionalidad de las argumentaciones sobre la felicidad, pues de otro
modo, como estamos viendo, este estado de ánimo que todos perseguimos
carecería de fundamento y quedaría, como ya lo está por influencia del
ateísmo, grandemente debilitada. En este sentido, la aportación de la
religión a la disminución del sufrimiento no es desdeñable en la medida
en que también fortalece y da sentido, incluso al sufrimiento.
Por ello, en este aspecto de la salud
también hay que concluir que la falta de religión y la irreverencia con
ella tienen, efectos muy negativos sobre la psicología humana y, por
ello, sobre la salud psíquica y física, debido también al hecho de que
obnubila la percepción del Amor con que Dios nos sostiene, y de todos es
sabido que el cariño es para nosotros una fuente de salud y de
bienestar, en cuanto que favorece nuestras mejores posibilidades
anímicas y corporales.
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