lunes, 10 de diciembre de 2018

- Humanidades y Absoluto.




Humanidades y Absoluto

por José Pablo Noriega de Lomas







Introducción


Presentamos un nuevo ensayo que toca temas tratados en otro anterior y que versa fundamentalmente sobre la influencia de Dios en la constitución del Hombre. En el capítulo primero tocamos temas generales de la Teoría de las Ciencias, especialmente en lo que se refiere a las relaciones que ellas mantienen dentro del sistema total. En el capítulo segundo hablamos de la autonomía de la realidad natural en cuanto que consideramos que esta tiene una consistencia ontológica propia. En el tercero, intentamos mostrar la relación condicionante que tiene el Absoluto o Dios en la constitución de las Humanidades y las implicaciones de ello para las mismas, que son grandes y fundamentales. Por último, en el cuarto hacemos algunas consideraciones finales sobre estos temas y además someramente vemos las diferencias entre las Humanidades y los otros saberes científicos en lo que se refiere a la relación con el Absoluto.

Capitulo I: El sistema de las ciencias

Ya hemos hecho en otros ensayos la defensa de la practicidad de la Filosofía, por ejemplo cuando planteamos la importancia de las Ideas políticas en la determinación del marco normativo, jurídico que envuelve y organiza toda nuestra vida. En efecto, no se puede considerar la Filosofía como parte más alta o teórica de las Ciencias humanas como si estuviese muy por encima de nosotros mismos en una dimensión o en un espacio que no nos afectara. No se entiendo por ello que trabajarla sean lucubraciones de teóricos que viven alejados de la verdadera concreción de lo real  de tal manera que la vida cotidiana y las preocupaciones de la gente, y las teorías filosóficas vayan por caminos separados.

Por el contrario, las Ciencias Humanas y la Filosofía, que las organiza, son máximamente prácticas. En este sentido, ya nos hemos referido a la importancia de la Teoría Política, pero cabe mostrar otros aspectos en los que la Teoría determina claramente la praxis de las Humanidades. Así, los conceptos de la Psicología ofrecen tratamientos y prácticas que afectan al buen vivir; las teorías pedagógicas influyen en la Educación; nuestros conceptos de Cultura y Civilización influyen en la praxis de los estados y en la formación de la opinión pública con respecto a problemas políticos de la máxima importancia. Y así sucesivamente.

Pero, como veremos más detenidamente, parece obvio que la posición que se toma en tornos a la cuestión de Dios y, por tanto, a la de la religión son de la máxima importancia, que más allá de ellas no se puede ir, puesto que como hemos indicado ello determina la misma constitución  de la realidad y por ello de las Humanidades. En efecto, no es lo mismo el paradigma dominante en las Humanidades, que hace que éstas se construyan de espaldas a Dios y la Religión que el paradigma alternativo, el cual las constituye con la Religión como un elemento esencial. Ello es así porque el paradigma teológico tiene unas implicaciones de religación que permite unas humanidades más adecuadas y favorables al ser humano y más beneficiosas en sus aplicaciones tecnológicas, en cuanto que verdaderamente mejoran radicalmente la condición humana,  en cuanto que están en la estela de la religación.

Pero este paradigma puede tener su origen en planteamientos filosóficos metafísicos porque como hemos visto en otros ensayos  la razón en su mismo ejercicio se va preguntando por la racionalidad de lo real y sus posibilidades. De este modo, cabe hablar sobre el tema de la totalización racional de la realidad en cuanto que es el conjunto de lo real lo que puede ser racionalizado. Por nuestra parte, aunque hemos visto que esta totalización racional de lo real no es posible para una mente finita, sí hemos defendido que dicha totalización puede ser realizada (no ejercida) postulando la existencia de una Inteligencia capaz de ello y capaz por tanto de desbordar los modos de pensar propios de las mentes finitas. Como pensamos que más allá de esta racionalización no se puede ir y que ella engloba también a las categorías puede ser afirmado que nos encontramos con una racionalización transcendental.

Pero, junto a esta racionalización totalizadora de la realidad, al lado de esta racionalización transcendental son posibles otras racionalizaciones en el campo de las ciencias, que así se añaden a la anterior, a la total. De este modo, nos encontramos con racionalizaciones que son parciales por lo que pueden ser llamadas racionalizaciones categoriales. De este modo puede haber racionalizaciones parciales en el campo de la Física, en el de las Ciencias Formales, en el de la Antropología incluso en cada una las disciplinas y tecnologías científicas humanas. Aquí, entonces, en lugar de hablar de totalización racional o racionalización completa, hablamos de racionalizaciones categoriales o racionalizaciones sectoriales que abarcan campos de la realidad natural divididos como partes que roturan un campo del conjunto de lo real.

Lógicamente, en la medida que la compleción racional de lo real se hace acudiendo al Absoluto, puede hablarse de pruebas de la existencia de Dios; y según las distinciones que hemos trabajado hablaremos de pruebas totalizadoras o transcendentales, y pruebas categoriales. De este modo, cuando hemos estudiado a partir del problema de la existencia del mal en el mundo, como se puede  racionalizar el conjunto de lo real se entiende que la racionalización es totalizadora. Consiguientemente, cuando a través de la Historia, de la Antropología o de la Física se requiere como operación la ampliación racional de estas categorías tenemos que entender que nos referimos a pruebas categoriales de dicha demostración.

Así, hemos mostrado en el ensayo Razón y Realidad que el problema fundamental que se le plantea a la misma posibilidad de racionalización de lo real en el de la existencia del mal en el mundo, que hace irracional en sí el propio mundo. En efecto, este problema se plantea para el conjunto de lo real, para la totalidad de la realidad natural y, según hemos visto, la razón no pudiendo renunciar en su mismo ejercicio al postulado de la racionalidad del total de lo real, debe admitir sucesivas ampliaciones de la realidad natural De este modo hemos defendido ampliaciones de la realidad limitada del mundo natural cuales son la de la existencia de la Sobrenaturaleza o la que cree en un futuro absoluto para los seres racionales finitos, para los seres humanos.

Pero, según hemos visto, siempre queda un resto irracionalizable para nosotros en el problema y ello hace necesaria la ampliación de la realidad natural en una Inteligencia Suprafinita, en Dios. En efecto a la luz de Dios queda racionalizado este problema, además de otros como pueden ser el del origen y el del destino del mundo.

Por tanto, la racionalización de la realidad que se efectúa defendiendo la existencia de Dios puede ser considerada una racionalización absoluta o transcendental en la medida en que se efectúa para el conjunto de la realidad y supera las racionalizaciones sectoriales o categoriales, pues junto esta última racionalización existen otras que trabajan una categoría o sector de lo real. Así, en otros ensayos hemos mostrado como se racionaliza el campo de la Historia también a partir de Dios, es decir, en cuanto que Él es el principio y fin en el que descansa el devenir de lo humano en el tiempo. Así también, en otros trabajos hemos defendido que las Ciencias Humanas  quedan racionalizadas y bien aplicadas si tenemos en cuenta la realidad del Absoluto. De este modo, por ejemplo, la Psicología.

En conclusión, ello se hace posible porque, como hemos visto, en los intentos de totalización racional de la realidad natural siempre queda un resto irracionalizable que hace necesaria la ampliación de ésta hacia Dios, en última instancia. En este sentido, se comprende la existencia de una Inteligencia Suprafinita capaz de racionalizar lo real natural más allá de la  constatada existencia del mal.  Por ello, la racionalización de lo real que se efectúa postulando la existencia de Dios, se debe considerar una racionalización absoluta o transcendental en la que medida que ella es tal para la totalidad de lo real y supera los sectores o categorías en los que ésta se divide. Pero, junto a esta racionalización total o transcendental, cabe hablar según estamos diciendo de  racionalizaciones parciales en cuanto que se trabaja sobre sectores o categorías de la realidad y que en sí mismas piden la existencia del Absoluto.

Como consecuencia, puede afirmarse que las ciencias y las categorías no constituyen campos cerrados sobre sí mismos, campos que no ofrecen relaciones con Dios. Por el contrario, según vamos viendo, las ciencias (categorías)  experimentan una apertura transcendental, además de las horizontales que hemos visto en otros lugares. Pero también hablamos de apertura horizontal cuando se trata sobre las relaciones que guardan las ciencias entre sí, las cuales se dan en determinados sectores de su constitución. Así, por ejemplo, cuando hablamos de las relaciones que mantienen la Psicología, la Filosofía y la Fisiología en tanto que, por ejemplo, los diferentes sistemas filosóficos permiten una vida psicológica u otra, la cual repercute favoreciendo unas fisiologías u otras.

Por la apertura vertical las ciencias se relacionan con Dios en cuanto Él es su cúspide. De esta manera se puede hablar de apertura teologal en cuanto que las ciencias están abiertas a Dios al mismo tiempo que encuentran un principio que les permite dar razón de sí mismas y hasta cierto punto establecerse. Así, por ejemplo, en la Historia cuando defendemos el Reino de Dios o  la Providencia como postulados que dan racionalidad a dicha ciencia, tanto en la parte que podemos considerar científica como en la parte que pensamos como filosófica..

Todo ello obviamente no significa que neguemos la Geometría de las Ideas o su symploké (Platón) y, por ello, admitamos cualquier tipo de relaciones, sino que únicamente expresamos que cabe hablar de dichas relaciones según líneas concretas. En este  caso la determinación de ello debe ser hecha sobre el terreno sin que se la pueda anticipar. Ahí está parte de la tarea del científico y del filósofo.

En este orden de cosas, parece claro que la ciencia racionaliza sectores de la realidad pero no racionaliza totalmente el campo que trabaja. De ahí que necesite la ampliación de este campo, labor que realiza la Filosofía o  parte alta de la Teoría en tanto que trabaja racional y totalmente el campo, es decir, lo totaliza racionalmente.

Así, por ejemplo, cuando la Física hace teorías sobre la Historia del Universo siempre queda una pregunta sobre el origen a la que la propia ciencia no puede dar respuesta con los parámetros que maneja. A esta pregunta sí da respuesta la filosofía con la defensa de la necesidad de la Creación y la de un Absoluto creador (Dios).

De la misma manera, la Matemática resplandece en la belleza de sus teoremas y construcciones y racionaliza el sector del número o el de los cuerpos geométricos. Pero siempre resta la pregunta por la causa de la belleza y armonía de sus formas, de sus teoremas. Por ello, también aquí, para una racionalización completa es preciso reposar en Dios como causa última de lo bello que existe.

También en el terreno antropológico nos encontramos con el hombre como ser que tiene conciencia de su finitud y que desea la infinitud y la vida eterna. Por tanto, también aquí nos encontramos con la necesidad de postular un Absoluto que garantiza que las ansias del ser humano han de tener sentido y racionalidad, por lo que en otra vida se debe realizar la eternidad de la felicidad que busca. Ello significa que se debe creer en la existencia de un Absoluto como causa de la compleción del orden natural que garantiza la vida eterna y feliz para los seres racionales finitos.

De lo expuesto hasta aquí, se colige claramente que la parte baja de la Teoría o científica y la parte alta o filosófica están muy relacionadas de tal manera que la compleción racional de la ciencia exige la Filosofía. Esta filosofía, en cuanto verdadera, puede ser calificada de filosofía teológica, es decir, filosofía que defiende la existencia de Dios, filosofía que apuesta por Dios. Así la adopción de la filosofía teísta tiene resultados en la ciencia y las tecnologías derivadas de ella, de tal manera que la correcta construcción de aquella, depende de la hipótesis teísta.

De esta manera, se puede determinar una Ortología (ciencia de lo adecuado o correcto) para las Ciencias Humanas, pues puede afirmarse la corrección de estas ciencias cuando están construidas desde Dios, es decir, si se elevan desde la hipótesis teísta. Por ello, en la propia praxis, las ciencias humanas obviamente tienen sus momentos normativos y tecnológicos y por ello esta praxis solo será adecuada si se construye desde la existencia de Dios y, como consecuencia, desde el hecho de la religación. Consiguientemente, las construcciones agnóstica y atea de las ciencias no son las más adecuadas, aunque no carezcan completamente de verdad y de efectividad.

Con respecto a ello, valga un ejemplo que tomamos de la Psicología Evolutiva. Así, en el paradigma dominante, cuando esta ciencia propone etapas para analizar el desarrollo de la persona humana descuida el momento religioso. Olvida de esta manera la adecuación de la religión para un correcto desarrollo de la personalidad y del hombre total. Es evidente que de ello depende la adecuada práctica clínica, que lógicamente no es indiferente a la religación de la persona, a su desarrollo religioso. Por consiguiente, parece claro que la religiosidad forma un elemento central en la construcción del cuerpo teórico de dicha ciencia humana, pues si pretende ser verdadera ha de tomar la psique humana como un todo y abarcar el conjunto de sus posibilidades de desarrollo.

Por todo lo dicho hasta ahora, nos parece que no se puede encontrar una separación tajante entre ciencias y Filosofía, de tal manera que se piense que la Filosofía opera por su cuenta y se asegure que de sus resultados se concluye una crítica de las ciencias. Así, se consideraría que las ciencias estarían en un primer mundo mientras que la Filosofía sería otro género de realidad, otro mundo, un segundo mundo que existiría aparte de las ciencias.

Antes bien, consideramos el mundo de las ciencias y el mundo de la Filosofía como estrechamente relacionados y conectados, aunque defendamos que la filosofía constituye la parte alta de la Teoría, de la Razón, que por otra parte, como veremos, es única, indivisible e igual en todo lugar.

Como resultado de ello, la Filosofía tiene su influencia en la constitución de las ciencias, pues como hemos señalado dependiendo de la filosofía que se sustenta, las ciencias  pueden cerrarse en un sentido o en otro y, en el caso de las Ciencias Humanas o las Humanidades y sus tecnologías, no solamente cerrarse sino también constituirse en un sentido o en otro. Así  por ejemplo, cuando decimos que la Idea de Dios puede ordenar completamente el Arte, o que de la  misma idea depende la misma constitución del Hombre. Por ello, hablamos de una parte alta de la Teoría que englobaría la Filosofía General y la Filosofía de cada Ciencia particular, y de una parte baja de la Teoría que sería constituida por los desarrollos más propiamente categoriales, propios,  de cada ciencia concreta.

En conclusión, no puede concebirse tajantemente una distinción entre un saber de primer grado, que sería la Filosofía, y un saber de segundo grado (las ciencias), pues las dos partes de la Teoría (la Filosofía y las Ciencias) están interrelacionadas y son solidarias, aunque a la Filosofía corresponda la primacía de la crítica y la fundamentación.

En este sentido, puede asegurarse la unidad de la Razón en cuanto que ciencias y filosofía se implican, por ejemplo, en cuanto que las construcciones filosóficas influyen y condicionan la formación de las Humanidades de modo que, dependiendo de la filosofía de la que se parte, se construyen aquellas de una manera o de otra. Así, la parte filosófica y la científica trabajan solidariamente dependiendo la ciencia de los resultados y conclusiones de la Filosofía y dándose también la inversa por lo que la relación es recíproca.

Por eso, estamos hablando de la Filosofía como parte alta de la Teoría y de las ciencias como parte baja. Así, la Filosofía se apoya en las Ideas más generales y abstractas (Platón), en tanto que las construcciones científicas pertenecen a terrenos más concretos, menos abstractivos. Pero la unidad de la Razón no está en entredicho pues estas dos partes que reconocemos, mantienen relaciones claras de modo que no puede considerarse que por una parte transite la Filosofía y por otra las ciencias.  Por ello, las mismas Humanidades no aparecen como independientes de la parte alta, de la Filosofía.

Como corolario  de considerar la unicidad de la razón, se entiende que la parte filosófica y la parte científica no se encuentran en relaciones contradictorias sino que es una necesidad la posibilidad de la armonización de las distintas partes con las que trabaja el sistema entero de la Razón.

De todos modos, es preciso reconocer que la razón humana no se organiza siempre de la misma manera. En efecto, en las Humanidades la Filosofía es constitutiva y constructiva, puesto que de ella depende la misma formación de aquellas; pero en otras ciencias como la Física o las Formales, la Filosofía es completiva en tanto que realiza la compleción racional de las mismas para dar razón de los interrogantes que dejan. También para la realidad en su conjunto, entendida como una totalidad en cuanto que problema de la Metafísica hemos mostrado que la Filosofía se organiza también completivamente, es decir, se organiza buscando la compleción racional de la realidad natural y de la realidad como todo, lo cual va realizando con las sucesivas ampliaciones de lo natural (inmortalidad, existencia de Dios…).

Pero la consideración de la Metafísica como reina de las ciencias se comprende, quizá,  mejor por la vía negativa que positivamente. Efectivamente, cuando desde la Metafísica se postula el ateísmo o su correlato el materialismo, y se desciende de esta racionalización transcendental a las categorías (racionalizaciones categoriales) nos encontramos con el hecho de que estas alternativas unifican falsamente lo real, porque la falsedad desciende de sus principios o premisas metafísicas (filosóficas) hasta las consecuencias (científicas).

Así, por el  contrario, cuando la vía de Dios no está cegada, negada en la Metafísica porque se parte de la creencia, esta misma racionalización transcendental también toma cuerpo en las ciencias, en las categorías. Y no solamente como consecuencia propia de la racionalización transcendental, sino también como forma de operar racional de las mismas ciencias que, así, se muestran capaces de expresar en su misma construcción racional vías de acceso particulares al Absoluto en racionalizaciones sectoriales. La consecuencia de ello forma el izamiento de alternativas sectoriales o categoriales más racionales y adecuadas que aquella que impulsa el principio ateo, así como la propuesta de tecnologías humanas más beneficiosas, entre otras cosas también porque están más cerca de aquellas que son naturales y se conservan en el acervo de la tradición humana. En fin, ellas también son metafísicas pero ascienden a la ciencia metafísica a través de la compleción racional de su propio sector. De esta manera se adecuan más al ser humano, necesitado de sentido transcendental.

Concluyendo con lo último y a modo de crítica general, puede decirse que el ateísmo y el materialismo construyen una razón incapaz de cumplir con el propio cometido de ella que es, evidentemente, dar razón, racionalizar lo real tanto en un sentido sectorial como en el sentido transcendental. Ello hace que las teorías que construye en las Humanidades no son cabales, puesto que en ellas se parte de la negación de la posibilidad de tener en cuenta como principio a Dios.

Por otra parte puede decirse, de manera general, siguiendo la filosofía clásica, que la Metafísica como ciencia general de la realidad parte de Dios y que el resto de las ciencias le están subalternadas. Negativamente se dice que una metafísica atea obtura la posibilidad del reconocimiento racional de Dios y obliga a las ciencias a constituirse según este parámetro, lo cual hace que se construyan con un déficit de racionalidad obvio.

Por tanto, la construcción de la Metafísica teísta desbloquea la posibilidad de la construcción correcta de las otras ciencias, especialmente de las Humanidades, aunque la realidad de Dios se prodigue en todos los ámbitos de lo real autónomamente, también  como principio de cierre de construcción de los mismos tanto a nivel filosófico como científico.

Ello significa, según hemos defendido en otros ensayos, que la Epistemología tiene posibilidades de construcción autónoma y que el principio teológico es lo que le da coherencia y fundamento, significa también, por ejemplo, que la Antropología y las disciplinas antropológicas también tienen posibilidad de construirse y cerrarse sobre sí mismas con la razón teológica.

Por otra parte, tampoco puede hablarse de cierre estricto de las ciencias sobre sí mismas en sentido horizontal porque mantienen vínculos recíprocos, entretejiéndose así en una symploké  de líneas precisas que es necesario explorar, aunque pueda hablarse de una razón unificadora en tanto que Dios es la cúspide de la construcción racional. En este sentido es preciso reconocer la posibilidad de la Teología Natural en tanto que ciencia filosófica que versa sobre Dios y sobre los modos de manifestarse el Absoluto en los diferentes campos filosóficos y científicos, así como sobre las pruebas que conducen a Él y los atributos que le corresponden.

No obstante, tampoco puede ser considerada como una ciencia completamente aislada o cerrada sobre sus propios razonamientos, pues se puede hablar de la existencia de Dios y de las consecuencias que ello tiene desde diferentes ciencias. Así, cabe recurrir a la Historia, a la Antropología, a la Epistemología (como ya hemos hecho en otras partes). Por ello, puede decirse que el Absoluto es el principio que abarca todas las ciencias y cierra la razón tanto en un sentido especial (de cada sector) como en el sentido general.

Capitulo II: la autonomía de la Realidad Natural, y el Absoluto.

   Aunque la presencia de Dios es tal que lo determina todo, puede afirmarse que la realidad natural goza de autonomía. Así es pues, por ejemplo, antes de la Revelación abrahámica existía tal mundo natural como mundo con el que el hombre se relacionaba mediante instituciones como las tecnologías, las formas de relación social.

Pero también en la existencia de las diferentes ciencias se comprueba la autonomía de la realidad natural como autonomía de las mismas (contraponemos realidad natural a realidad sobrenatural). Efectivamente las Ciencias Físicas, Químicas, Naturales y Formales tienen autonomía y existen de tal manera que a un cierto nivel están cerradas sobres sí mismas, sobre su misma inmanencia.

De este modo, por ejemplo, un teorema matemático parece que se construye sobre la pura esencia, con sus términos, que guardan relaciones específicas dando lugar a la construcción de verdades transcendentales, esto es, innegables, absolutamente ciertas. O, tomando el caso de la Química, los elementos están organizados de tal manera que la Tabla Periódica es incuestionable. Por ende,  no puede ser negada de ninguna manera la veracidad de cada ciencia para el sector de realidad que trabaja.

Pero es desde esta autonomía desde donde cabe la posibilidad de una teología ascendente que partiendo del mundo en su inmanencia trata de llegar hasta la demostración de la existencia del Absoluto. Esta es la manera clásica seguida egregiamente por santo Tomás de Aquino con sus clásicas cinco vías, aunque cabe también transitarla en un sentido general cuando se parte de la realidad del mundo natural, reconociendo su existencia y autonomía pero también su incompleción, su insuficiencia.

Así, las Ciencias Formales piden la compleción de su campo. En efecto, parece que las verdades que se alcanzan con sus demostraciones y teoremas, que parten de evidencias anteriores, quedan cerradas sobre sí mismas y no parece aconsejable plantearse la necesidad de una apertura transcendental. Pero lo cierto es que el mismo concepto de verdad pide una explicación y ésta, según hemos mostrado en otros ensayos, pide su asentamiento en una Verdad Absoluta, porque, por ejemplo, en el caso de estas ciencias sus conclusiones pueden parecer absolutamente verdaderas, pero cuando nos planteamos la pregunta de por qué seres finitos pueden llegar a posiciones absolutamente verdaderas hemos de concluir que existe un Absoluto que permite que los seres limitados puedan alcanzar posiciones incondicionales. Ello significa que la Idea de Verdad en cuanto posición absoluta, en cuanto perfección no puede venir de los seres finitos que con todo son limitados sino que tiene que provenir de un ser infinito, de un Absoluto como Descartes defendió.

Por otra parte, desde el mismo terreno que rotura la Idea de Verdad puede plantearse que, como no se puede reconocer otro significado coherente para esta idea que el de la adecuación de la mente a la cosa, ella debe  a su vez adecuarse a la Idea Absoluta de Verdad, que tiene que estar necesariamente en un Absoluto, en Dios. Así lo hemos planteado y defendido en nuestro ensayo El problema de la verdad.

Pero la relación entre Dios y la realidad natural no solamente tiene un sentido ascendente que va del mundo natural, en su incompleción, a la realidad divina, sino que transita también en la dirección contraria, la que va de Dios al mundo natural. Quiere ello decir que Dios no deja indiferente lo real natural sino que, por el contrario, lo transforma. Hay en estos aspectos dos alternativas.

La primera de estas dos alternativas consiste en el camino que hemos ensayado cuando hemos hablado de la autonomía de la realidad del mundo natural y que llega a Dios en cuanto que dicha autonomía es insuficiente, de manera que el mundo natural, lógicamente, pide la ampliación que exige un Absoluto. La segunda de ellas, la que expuso S. Anselmo de Canterbury, parte del propio concepto de Ser Absoluto, de Ser con todas las perfecciones y puede aplicar sus conclusiones al mundo natural, ofreciéndole nueva luz.

Pero sea el que sea el modo de acceso al Ser Supremo, una vez que se conoce su existencia el mundo natural queda completamente alterado al ser iluminado por su luz y afectado por Él. Ello, como es lógico, se da en todos los ámbitos de lo real natural y, por consiguiente, también en el campo de las Ciencias, según estamos tratando. En este sentido, no se piensa de la misma manera de un modo inmnanentista que de un modo transcendental,  pues en este modo último las mismas ciencias quedan ampliadas con el plus que aporta la explicación que tiene en cuanta la existencia del Absoluto. Aquí , no nos referimos solamente a esa parte alta de las ciencias cuya dinámica racional lleva a Dios, sino al corpus científico propiamente dicho, que  queda afectado con las alteraciones  que brinda la fe, la creencia, que así influye claramente en lo que debe ser una configuración adecuada del ámbito científico.

Pero refiriéndonos al campo de las Humanidades lo dicho no significa que no exista una autonomía relativa de lo real. En primer lugar, porque, como es bien sabido, el ser humano existe con anterioridad a la Revelación Abrahámica ; en segundo lugar porque existen legalidades que poseen consistencia ontológica, como se puede ver en los ámbitos que trabajan las Ciencias Humanas. Así, por ejemplo, puede asegurarse que estamos marcados por unas leyes fisiológicas o que existe un desarrollo cognitivo natural en diferentes fases o etapas, tal como muestra la Psicología Evolutiva lo cual, a su vez, tiene implicaciones en la Pedagogía, que permiten mejorar el aprendizaje.

Así pues, la autonomía de las realidades humanas es innegable. Pero, aún así, dentro de esta autonomía la pregunta por Dios y la afirmación de su existencia como respuesta son también posibles y exigidas por estas realidades, como hemos visto. En este sentido, por ejemplo, se dibuja la Antropología como ciencia. En efecto, existe una Antropología del ser individual, una Antropología del ser social del Hombre y una Antropología del desarrollo de la Humanidad en el tiempo.

Desde una Antropología individual se pueden distinguir varios caminos conducentes al Absoluto. Así, hemos dicho que el ansia de eternidad y felicidad que todo ser humano tiene, constituyen los elementos de un argumento a favor de la existencia de Dios, pues de otra manera sería irracional que tuviéramos estas disposiciones y que, sin embargo, ellas no tuvieran un objeto apropiado. En este mismo terreno también hemos visto que el hombre individual es un ser incompleto y que necesita de la compleción que lo perfecciona. De este modo, se ve que es un ser que necesita una optimización (psicológica, emocional y ética), que encuentra en su relación con Dios.

En este orden de cosas, desde las ciencias que estudian el ser humano en sociedad pueden hacerse afirmaciones conducentes al mismo tema, pues desde esta nueva perspectiva se puede hablar también de compleción racional en Dios, de totalización racional específica. Así, la Filosofía Política encuentra la totalización racional como ciencia en la Idea de Reino de Dios, en cuanto que la exigencia de una sociedad perfecta, una sociedad en la que se da el régimen político perfecto que además cumple con los fines sobrenaturales del hombre.

De la misma manera también la Historia encuentra la totalización racional en el Reino porque supone la eliminación de la imperfección en el terreno del devenir, de lo que llega a ser. Efectivamente ello supone la cancelación de la imperfección que supone el sufrimiento que se registra en la entera historia de la Humanidad, otorgando lo adecuado a las necesidades humanas cual es una vida eterna y feliz en la Gloria de Dios. De este modo, en el Reino de Dios se superan las contradicciones que marcan la historia, pues el Reino supone la perfección de los tiempos, la perfección de la vida terrenal del hombre en la medida en que se habla de la perfección de los tiempos en el peregrinar de la Humanidad en la Tierra. Así pues, mediante la Idea de Reino de Dios se racionaliza la entera vida histórica del hombre.

En conclusión, no se puede describir el ser humano sin tener en cuenta la pregunta por el Absoluto y la solución que se da a la misma construye las ciencias humanas en una u otra dirección. Queremos decir que si se quiere hacer teoría adecuada en las humanidades se ha de tener en cuenta la compleja realidad que no puede prescindir alternativa teológica. Así, no se puede fingir una ciencia de los hechos humanos y poner entre paréntesis a Dios porque ello solamente es descripción de fenómenos que deja la respuesta esencial sin solución, por lo que no da razón de  la pregunta por el hombre y lo humano.

En efecto, plantearse la neutralidad en el campo de las Humanidades, ya implica una definición que consiste en afirmar que en el hombre no es esencial la religación, la respuesta religiosa. Ello significa que de no ser así las ciencias humanas están mal construidas. Es decir, si la pregunta por Dios tiene una respuesta positiva en la religación la descripción de las distintas partes de la realidad humana tienen que estar de acuerdo con esta respuesta, pues de lo contrario se están construyendo en falso.

Como consecuencia, hemos de concluir que la respuesta que demos en el campo de la Metafísica y de la Antropología General desciende de tal manera que permite la construcción de unas Humanidades en un sentido o en otro, de una manera adecuada o inadecuada.

Pero también se puede distinguir en el campo de las Humanidades entre ciencias y tecnologías, pues una cosa es la descripción de lo que objetivamente es el ser humano en sus diferentes realizaciones y otra las técnicas que permiten mejorarlo u optimizarlo, individual o colectivamente. Así pues, cabe una distinción del momento descriptivo y del momento normativo. Ello significa que entre las ciencias humanas se da una distinción entre las ciencias y las tecnologías que apoyándose en aquellas intentan actuar en la mejora de lo humano. En este sentido, detrás de las ciencias hay implicaciones prácticas a las que llevan sus actuaciones.

   Ello es así porque lo que el ser humano ha de ser debe ser está ligado a la comprensión adecuada de lo realmente es, de lo que es su naturaleza, porque sus fines están inscritos en ella y violarla no es consecuente. Así, por ejemplo, no es indiferente para la Pedagogía como ciencia que estudia la educación y tiene unos momentos normativos para plantear la optimización educativa integral de lo humano, la pregunta de si en la mejor educación está incluida la educación religiosa. Efectivamente aquí no vale como respuesta decir que depende de cada persona en particular porque existe una objetividad que depende en gran medida de la respuesta metafísica y también antropológica que se dé a los grandes problemas.

Capítulo III : La presencia del Absoluto en las Humanidades.

Sin pretender ser exhaustivo vamos a exponer las implicaciones y las variadas relaciones que se dan entre el Hombre y el Absoluto implicando ello que las realidades antropológicas se construyen siguiendo parámetros determinados de relación con Dios.

El hombre es un ser natural que cuenta con variadas instituciones sociales. Por consiguiente el ser humano se encuentra en la Zoología como un animal con características morfológicas y fisiológicas características; pero, por otro lado, es considerado como un ser eminentemente social  que tiene instituciones propias que no comparte con ningún otro animal. De este modo, por ejemplo, cuenta con una estructura familiar muy compleja así como con otras de carácter político como el Estado o el Derecho. Por ello ha sido calificado como animal político.

Es por otra parte, el ser que tiene la sexualidad más compleja y de acuerdo con esta orientación ha sido calificado como mono desnudo. Es también el animal que tiene el repertorio de juegos más variado del reino por lo que ha sido calificado comohomo ludens. También ha desarrollado un cerebro manipulador de objetos y ha sido entendido también como homo faber. En cuanto que ha desarrollado las manos autónomamente y les ha quitado su función de locomoción, ha sido también comprendido como homo erectus.  Igualmente se ha dicho de él que no tiene naturaleza sino historia, lo cual también es verdad.

De otro modo, es el ser de la Creación que tiene el repertorio de comunicación no verbal mayor y ha desarrollado el lenguaje de segunda articulación y por este último motivo ha sido considerado como homo loquens. Pero también ha desarrollado un enorme repertorio artístico y en este sentido ha sido entendido como hombre simbólico. Es, de otro lado, una realidad cultural si entendemos que su repertorio de conducta ha sido transmitido de generación en generación por la vía del aprendizaje. En fin, es el animal neoténico por excelencia, pues es el que tiene proporcionalmente la duración mayor de la infancia y el que tiene el mayor índice de cerebración de todo el reino.

   Estos rasgos, así como otros que no mencionamos, han sido estudiados por las diferentes disciplinas antropológicas. Así la Antropología Física se ocupa de las características anatómicas y fisiológicas propias. De la misma manera, des estudio del Derecho y la Política se ocupa, por ejemplo, la Antropología Política y la Filosofía Política. Del estudio de la Cultura la Antropología Cultural y la Filosofía de la Cultura. Del estudio de la psique la Psicología. De las características del hombre como ser religado y religioso la Fenomenología de la Religión, las Ciencias de la Religión y la Filosofía. Al estudio de las lenguas diferentes y del Lenguaje, se dedica la Lingüística. Del hombre como ser histórico se ocupan la Escatología, la Filosofía de la Historia y la propia ciencia de la Historia. Del aspecto de la producción de bienes escasos, la Economía, La Filosofía del Arte, la Semiología y otras se ocupan de los aspectos artísticos.  Y así, sucesivamente en un gran número de disciplinas.

Siendo todas las definiciones que acabamos de ver verdad, parece también indudable, según hemos expresado en otros ensayos, que el hombre es un ser que pide una optimización y que la encuentra especialmente en Dios, en la religión. Es, por su parte, lógico que esta optimización en la religión la encuentre el ser humano tanto a nivel individual como social. Así la naturaleza humana, individual y social, queda atravesada por este núcleo de la religión y, con ello, tocada y transformada por la realidad superior de Dios. Esto ha sido así hasta tal punto que el hombre natural, sin religión es una realidad que solamente en los últimos siglos aparece con el desarrollo del ateísmo y el agnosticismo, especialmente en Europa, por lo que las definiciones a que nos hemos referido más arriba pecan de inmnanentistas y no dan adecuada cuenta de la realidad humana.

Por otro lado, de los desarrollos de los últimos tiempos, se ve que la hipótesis del hombre natural, es algo que en lugar de estar al principio está al final. Es claro que la realización del hombre natural, en sí, abre la posibilidad del estudio de las legalidades humanas desnudas en sus aspectos físicos o sociales. Pero con ello se ha producido cierta caída de lo humano, pues, en efecto, lo mejor del desarrollo humano se encuentra cuando el hombre se encuentra religado, incardinado en lo Absoluto. Por ello, podría afirmarse que en el hombre en su estado óptimo, existen distintos niveles relacionados entre sí,  imbricándose los unos en los otros en una especie de pirámide en la que la cúspide está formada por la religión como operativo de cierre ontológico y gnoseológico.

Como consecuencia, se hace necesario que decline el paradigma dominante en las Ciencias Humanas de nuestra época y que en su lugar aparezca otro nuevo que incorpore la relación con el Absoluto como elemento vertebrador de los diferentes  aspectos y niveles de todas las realidades antropológicas, construyendo así unas Ciencias Humanas  nuevas. Es decir, que puede asegurarse que no se pueden construir correctamente las Humanidades sin tener en cuenta lo que el hombre es en las diferentes realizaciones o campos temáticos en los que se desarrolla en relación con el Absoluto.

Así, en el campo de la Ética se puede ver como la afirmación referente a la optimización del hombre por Dios es verdadera. En efecto, podemos comenzar diciendo que la ley moral somete a nuestras conciencias de tal manera que éstas están impulsadas a llevar nuestra actuación, la actuación de los seres humanos hacia el bien. De este modo, puede decirse que el primer principio de la ley moral es el que manda hacer el bien y evitar el mal (Santo Tomás de Aquino). Pero se da por otra parte que no alcanzamos la santidad, que es la adecuación al imperativo moral del obrar (Kant), por el hecho de que nuestra naturaleza es limitada, de modo que el hiato entre la ley moral nuestra naturaleza es insuperable. Pero existen creencias que ayudan a que nos acerquemos lo más posible a la adecuación a la ley y  al imperativo moral por los que somos exigidos.

Así, la existencia de Dios y la religión no son indiferentes para  el reino de lo moral. Al contrario, ellas impulsan a nuestra naturaleza a cumplir con el mandato moral. En primer lugar, lo refuerzan con el concepto de pecado, pues la ley moral queda ampliada y elevada como ley religiosa. Por ello nuestras faltas morales no son solamente éticas, sino que también quedan referidas a Dios como Voluntad Santa que siempre quiere lo bueno. En segundo lugar, de otra manera la creencia en Dios y la religación impulsan el cumplimiento del deber, nos hacen más buenos. En efecto, la creencia en un Dios de Amor, nos impulsa al logro de la mayor felicidad de la que somos capaces y la felicidad no nos deja indiferentes porque el bien es difusivo. Por el contrario, esta felicidad ayuda también al cumplimiento del imperativo moral porque la felicidad propia busca la de los demás.

En conclusión con lo anterior, Dios nos hace mejores y propicia el cumplimiento de la ley moral y el amor por lo bueno. Por ello puede decirse que la religión aparece entonces como un deber moral en la medida en que la religación nos hace mejores.

Por último, en este terreno aparece un nuevo argumento teológico pues claramente puede verse que es irracional que estemos diseñados para la religión y que, sin embargo, la creencia no tuviera su objeto, es decir, que Dios no existiera. En este sentido, también la misma obligación de creer es una prueba porque es así que no podemos evitar creer porque ello nos hace mejores y creyendo seguimos más adecuadamente los mandatos de la ley moral.

En otro orden de cosas, según hemos visto es desde la Metafísica desde donde se opera el vaciamiento de la realidad de Dios del mundo, descendiendo los postulados ateos al resto de las ciencias de tal modo que se constituyen de unas maneras precisas. Ello vale para el campo de la Psicología porque si se niega la existencia de Dios y ello se acepta sin más se construyen unas Ciencias Psicológicas determinadas y no otras.

Aún con todo, merece ser resaltado que desde la misma Psicología es posible levantar argumentos para mostrar la existencia de Dios. En efecto, a todos nos consta por propia experiencia que deseamos la vida eterna y feliz y como hemos visto más arriba sería irracional que, siendo nuestra naturaleza así, no tuviera realidad la existencia de una vida tal. Por ello,  hemos de afirmar que efectivamente que alcanzaremos dicha vida. Pero ello, supone la afirmación de una potencia tal que pueda alterar el curso del desarrollo normal de la naturaleza y otorgárnosla. Ello, por tanto, equivale a defender que Dios existe ( Kant) y que este dios es el Dios del Amor puesto que no por otra razón que nos ama nos concederá la vida de la Gloria.

Pero conocer a Dios es amarlo. Parece claro que podemos entrar en una relación de amor con Dios. Por tanto desde la Religión se configura en primer lugar el hecho de que nuestra angustia queda muy atenuada por la creencia en la vida eterna y, en segundo lugar, el hecho de que el deseo que todos tenemos de ser amados, tiene su culminación en la relación amorosa que se puede encontrar por medio de la Religión.

   Por su parte lo dicho significa que el ser humano no es pura realidad natural sino que registra una teleología inmanente, una dinámica que le lleva a una ampliación en la Religión. Es decir, el hombre como ser necesita completarse en la relación religiosa y por ello su psicología es dinámica y no estática.

   Por eso las construcciones de las Ciencias Filosóficas impulsadas por las ideologías agnósticas o ateas son falsas en cuanto que no describen verdaderamente lo que es la psicología humana. Así es porque describen un hombre que no tiene la religación como un argumento esencial de su dinámica natural. En este sentido el proceso es histórico y va desde la Metafísica a la Psicología científica. Hay un primer paso  que parte de una teología natural que niega la existencia de Dios y después se pasa a pensar la religión como alienación, para acabar considerando que el auténtico hombre se describe psicológicamente sin la religación.

Pero el ser del hombre, según hemos visto, marca también aquellos aspectos que lo completan y lo optimizan, por lo que las psicologías de la inmanencia son incapaces de dar cuenta adecuadamente de aquellos y , por ende, difícilmente pueden implementar medidas muy acertadas, si no producen, incluso, medidas terapéuticas borrosas o dañinas. Así, por ejemplo, se pretende que un componente de la salud psicológica es la felicidad y ello es verdad, pero si erramos en la determinación de qué aporta la felicidad estaremos dando falsas recetas que, en cuanto  que olvidan la religación, en vez de optimizar y enriquecer al ser humano lo que hacen es empobrecerlo y enfermarlo.

Queremos decir que desde el centro personal que constituye la vida religiosa de la persona humana se ramifican o se especifican las distintas facetas de lo humano y de las Humanidades, de tal manera que cabe hablar de un núcleo de personalidad que debe construirse religiosamente porque ello significa, entre otras cosas, estabilidad, felicidad y también moralidad. En este sentido, no sería de extrañar que el gran aumento de las patologías psicológicas en nuestro tiempo venga coadyuvado, si no ocasionado, por esa pérdida de valores religiosos, pues el ser humano alienado de la relación religiosa se ve afectado al estar fuera de su naturaleza.

Por otra parte, la Psicología desarrolla sus propias tecnologías que tienen como fin la orientación de la mente. Así pretende corregir los elementos defectuosos de las psiques individuales y en general orientar el pensamiento. De este modo se configura la ciencia psicológica como Ortopsicología, es decir, como Psicología que orienta y juzga sobre lo que es adecuado para la mente humana.

Pero, por ello, se debe partir de una concepción que defina correctamente lo que debe constituir la vida mental y así dibujar una teoría de la salud psíquica. Pero, lógicamente,  si esta Ortopsicología se construye como psicología inmanentista que no tiene en cuenta que el hombre necesita de la religación y que la felicidad, la virtud y la unificación pasan por una correcta relación religiosa, con Dios, entonces se equivoca, pudiendo lógicamente ser perjudicial como tecnología que enfoca mal lo que es la corrección mental.

Así, por ejemplo, no se marcan los mismos objetivos en el desarrollo de la personalidad y de la salud psicológica si se considera que la culminación del desarrollo personal se encuentra en la religación, que si se piensa que el hombre se agota en la inmanencia, creyendo que el ser humano se agota en la finitud de este mundo.  Por nuestra parte ello no significa negar  la autonomía de la naturaleza psicológica humana, pero esta misma naturaleza que transformada en una dirección u otra, dependiendo de las alternativas antropológicas de las que se parte a nivel filosófico, con las figuras  religiosas que implican.

En este orden de cosas, desde la rama psicológica de la Psicopatología se intenta  descubrir lo que constituye la enfermedad psíquica. Pero se hace necesario tener en cuenta que la enfermedad y la salud son conceptos correlativos de tal manera que no se puede definir la enfermedad si no se conocen los parámetros de la salud. En este sentido, consideramos que el concepto de salud debe ponerse en relación con el de felicidad porque el sufrimiento siempre acompaña a la enfermedad.

De nuevo aquí nos encontramos con la falacia humanista que intenta justificar lo que es el hombre sin tener en cuenta el aspecto de la religación, en cuanto que pretende ofrecer una neutralidad que verdaderamente no parte de una descripción cabal de la realidad humana, pues según estamos viendo ésta se completa en la religión.

Quiere decirse que el concepto de felicidad no es neutral porque la actividad psíquica está diferenciada en lo que respecta a dicho concepto, pues no todo hace igualmente feliz. En este sentido consideramos que lo que permite la vida feliz es esencialmente la religación en la esperanza y la caridad, como virtudes teologales que son. Por ello, recomendar una vida psíquica saludable pasa por la espiritualidad.

De esta manera, no nos parece que se pueda decir que lo que hace feliz depende de la subjetividad de las conciencias porque la vida religiosa en la esperanza y la caridad es objetivamente la que permite optimizar la vida humana en la virtud y la felicidad. No es ello por tanto algo que dependa de cada uno, algo que sea relativo. Es entonces, a partir de la vida proporcionada por la teologalidad,  como se puede definir el objetivo de la felicidad que es la fuente de una vida sana en lo espiritual y en lo psicológico.

Como consecuencia, en lugar de fingir que la religación es algo subjetivo o que la salud psicológica se construye sin ella hay que aceptar que la optimización psicológica del ser humano pasa por los caminos de la espiritualidad. De lo contrario nos encontraremos con antropologías y psicologías erróneas, inadecuadas.

Así pues, según los principios de la Psicología existe un concepto de salud en el que ésta se plasma como optimismo, alegría, calma, paz  etc. Pero la Psicología falla cuando pretende fundamentar la salud sobre bases agnósticas o ateas, pretendiendo que la religión es indiferente para la ella, que ordena estos estados mentales como los saludables; falla en la fundamentación de la salud psíquica.

En efecto, se puede asegurar que si todo acaba con la radical derrota de la muerte no existen motivos para la alegría, el optimismo, etc., pues no se puede ser cabalmente feliz ya que ello no es consecuente con el término de la vida. Por tanto, es natural que si la Psicología estatuye la salud psíquica, como condición interna de su propia consistencia reconozca la necesidad de que ella misma se encuentre ordenada a la religión, porque los estados anímicos positivos responden a la vivencia religiosa en cuanto que en las mismas creencias religiosas se encuentra la base y el fundamento sólido del bienestar espiritual y psíquico consecuente.

Así por ejemplo, desde la Psicología Evolutiva se caracteriza la vejez como una edad que presenta unas tendencias pesimistas y depresivas y plantea diversas alternativas que intentan evitar estos estados negativos. Pero en gran medida puede decirse que la depresión de la vejez es natural. Es por ello lógico que en este estadio del desarrollo la religión sea fuente de salud y bienestar, pues sus promesas consecuentemente vividas erradican los males a los que nos vamos refiriendo.

En conclusión, la evolución personal depende de los valores y las cosmovisiones metafísicas y religiosas que impregnan al ser humano. Así, en nuestra sociedad inmanentista nos encontramos permanentemente rodeados de estímulos que alienan de la vida religiosa de tal manera que la evolución de la personalidad se da en  una horizontalidad que enajena de todo sentido de profundidad. La consecuencia son las personalidades habitualmente construidas sin la dimensión religiosa, que evolucionan a lo largo de la vida sin dicha dimensión. De esta manera, se encuentra  alejada de los estímulos que de forma natural dan sentido y alegría a la vida, cuales son la esperanza en un futuro escatológico feliz y la experiencia del amor divino. Por ello, faltando estos elementos la vida cotidiana pierde el sabor  y cambia de color, pues estas filosofías inmanentistas son incapaces de propiciar lo que en nuestra psicología demanda de manera natural. En este sentido,  puede decirse que estas filosofías son objetivamente causantes de depresión y enfermedad en cuanto que no se acoplan a las necesidades de la naturaleza humana.

Por ello, las psicologías de nuestra época contrastan claramente con las del pasado, pues en el presente la sociedad vive en una gran parte ajena a la religión mientras que en el pasado la religión era el medio que unificaba las personalidades. En este sentido es una solución para gran parte de la problemática actual la recuperación de la religión en sus elementos positivos, aunque haya que descartar las adherencias negativas que de manera accidental tiene.

Para terminar con esta parte, queremos decir que cuando hablamos de tecnologías que intervienen en el desarrollo de la persona y de su salud también parece necesario constatar que ello depende de las perspectivas filosóficas. Ello se ve claramente en la Psicología pues desde la Teoría Psicológica se considera como el correcto pensar depende de las concepciones filosóficas que se sustenten, de esta Parte Alta de la Teoría que construye según sus presupuestos las ciencias y las tecnologías humanas. En efecto, a la hora de intervenir para mejorar la vida psicológica de las personas se darán unas normas u otras dependiendo de lo que se crea en filosofía. Así, por ejemplo, no es lo mismo ante una calamidad como puede ser la muerte de un familiar próximo creer en la vida eterna que no creer, puesto que de ello dependen los sentimientos y las emociones. Ocurre, pues, que nosotros también defendemos una Ortología antropológica que se corresponde con una filosofía que ve en la religión un elemento enteramente positivo, que sirve  para el mejor desarrollo de la vida humana.

Tratando de otra ciencia humana, podemos decir que la Fisiología también intenta construirse como si la religación fuera un hecho irrelevante para ella. Así describe unas objetividades que existen en sí, pero que resultan afectadas por la vida psicológica. Por ello estas objetividades quedan afectadas por la religación personal, pues el ser humanos queda completado y optimizado en su relación con Dios, que es el fin al que tiende. Así es. porque no se puede hacer una antropología adecuada sino se describe al hombre como un ser que se realiza en la religación, como un ser que se optimiza teologalmente.

Ello, como se sabe, tiene implicaciones fisiológicas pues, como se sabe, la psicología guarda estrechas relaciones con la fisiología de tal manera que ocurre que una vida psicológica positiva, en la que el bienestar y la felicidad son cercanos, influye positivamente sobre la fisiología del organismo. En efecto, como se sabe, los sentimientos y emociones positivas hacen que el organismo funcione mejor y enferme menos. Y ya que la religación potencia estas dimensiones positivas de la psique o las crea es natural que la vida teologal influya sobre el cuerpo mejorando sus funciones.

Evidentemente, ello no significa que se nieguen las legalidades objetivas del organismo despreciando una vida saludable según la alimentación, por ejemplo, sino que subrayamos en esta parte del ensayo los efectos positivos que debe tener para la salud la religión.

Por ello, sin comparamos a un ser humano sin Dios con un ser humano en la vida teologal comprendemos la enorme riqueza que trajo al mundo la Revelación en cuanto que permitió a la Humanidad la alegría, evitando que se desplomara en la depresión y la angustia.

Así pues, hemos visto que desde la Psicología hemos encontrado en que consiste la optimización humana en cuanto religación que por la caridad y la esperanza se encuentra la persona unida a Dios; por la caridad en cuanto recibe el amor de Dios y por la esperanza en cuanto que espera una vida eterna y feliz en Él.

De otro lado, es natural que este núcleo de la religación deba pasar a ser un objetivo pedagógico porque la Pedagogía es el arte de optimizar el aprendizaje y para ello tiene que determinar sus objetivos. Por ello, si se persigue el un desarrollo total y armónico de la personalidad el elemento religioso se perfila como algo esencial.

Ello es así en dos sentidos: uno esencial y otro instrumental. En sentido esencial entendemos que debe ser un objetivo de la enseñanza en cuanto que se manifiesta como un aspecto necesario y fundamental para una personalidad  integral que debe estar  vertebrada por la religión. En sentido instrumental porque, como se sabe, una buena psicología influye positivamente en todos los aprendizajes. Queremos decir que la psicología ofrecida por la religión, que solamente puede  aportar elementos positivos debe influir en el aprendizaje de todos los saberes.

En este sentido, puede asegurarse que el agnosticismo o el ateísmo, partiendo de una concepción general del hombre, se determina también en la Pedagogía cuando concreta objetivos  y métodos agnósticos para el aprendizaje. En este sentido, el agnosticismo implantado en la Pedagogía también es perjudicial para este aprendizaje en cuanto que la naturaleza humana necesita de la compleción sobrenatural, de la compleción en Dios. Por ello, por el bien del educando no se trata de sacar la religión de la escuela  sino por el contrario de meterla. Ello, en principio, por las propias razones pedagógicas, aunque también tendremos ocasión de ver que también por razones puramente científicas es conveniente que la religión entre en la escuela y en la universidad.

Cambiando a la ciencia de la Historia, y  partiendo una metafísica agnóstica atea sería defendible que dicha ciencia pudiera construirse adecuadamente sólo recurriendo a los datos inmanentes que aporta la historiografía. Ello, según estas posiciones, sería  neutral y verdadero y, de hecho, muchas veces las Humanidades presentan este rostro, que pretende ser amable, en el que Dios es arrancado de la ciencia como si fuera un tema inesencial. De hecho, la construcción histórica que se hace sin el Absoluto afirma que la realidad de Dios no es antropológicamente relevante para la construcción de la ciencia del pasado y que ésta se puede construir de una manera no teológica.

Aquí también puede partirse de la Metafísica y desde una perspectiva teísta reconocer el aspecto teológico de la Historia como esencial, en el sentido de defender que se debe hacer una historia en clave teológica, en la que, por ejemplo, la mano de Dios aparezca como un dato hermenéutico relevante. En este sentido, como hemos mostrado en Sobre la Historia, es preferible construir el dato teológico en los propios hechos de la ciencia de la que estamos tratando.

Por ello, pensamos que la razón aplicada a la Historia no puede renunciar a la aplicación de aquellos presupuestos que hacen racional el proceso histórico como conjunto. Como consecuencia, frente a la aparente irracionalidad que muchas veces nos brinda el discurrir de la historia, se ha de suponer que existe un sentido en el que todo ocurre para lo mejor y que racionaliza el devenir. Ello significa defender la realidad de la Providencia divina y este mismo postulado lleva a que se intente entender el proceso de la Historia como proceso sagrado, que lleva consigo la intervención divina en los tiempos. Por consiguiente, en esta búsqueda del sentido histórico se deberá intentar ver la huella de Dios procurando descifrar el aparente azar y deshacerse de la aparente arbitrariedad en la que parecen discurrir los hechos históricos. De esta manera se engrandece el mundo humano en su peregrinar por la Tierra.

Por otra parte, esta misma racionalización también se produce cuando defendemos la realidad de un final feliz de la Historia que comprende la negación de la muerte y el rescate  del sufrimiento. Lógicamente ello supone la intervención de Dios en el tiempo histórico para la construcción de los Nuevos Cielos y la Nueva Tierra, pues el final feliz supone la irrupción del Reino de Dios, que garantiza el término de nuestras principales limitaciones y en el que podemos ver el Rostro divino.

Evidentemente, estas consideraciones nos hacen ver que el planteamiento agnóstico imperante en la ciencia de la historia dan muy poca cuenta de la racionalidad del objeto de estudio y que, por ejemplo, son preferibles el tipo de teorías que representan san Agustín, Joaquín de Fiore o el mismo Hegel en la medida en que hacen Teología de la Historia, pues según hemos visto la cabal comprensión de la ciencia se hace con estas armas intelectuales.

Por otra parte, tampoco desde la Economía se da una visión acertada de los problemas antropológicos. En efecto, esta ciencia pretende tener acotados los términos de sus constituyentes en la pura inmanencia de sí misma y con ello cree describir el ámbito de las formas económicas. Pero consideramos que se equivoca cuando pretende construirse exclusivamente como ciencia que gravita exclusivamente en la inmanencia.

En primer lugar, porque este cierre de la ciencia económica no es tal, pues de hecho la apertura ontológicamente constitutiva del hombre a la transcendencia tiene unas repercusiones económicas en la medida en que la religión aporta utilidad por la gran cantidad de bienes que produce y que dan lugar a  lo que en términos científicos se llama satisfacción. Por ello creemos que los bienes que aporta la religión (alegría, consuelo, cariño…) tienen su contrapartida en la economía, su incardinación en la ciencia económica pues, según estamos viendo, llevan consigo utilidad y satisfacción.

También, por otro lado, el marco moral que es imprescindible para la consecución de los bienes económicos queda reforzado por la religión en la medida en que la misericordia es la virtud política que más contribuye al logro de la paz y ella encuentra en la incardinación teologal  su máxima efectividad. Lo mismo pasa con el resto de las virtudes políticas más importantes a las que nos hemos referido que facilitan una convivencia más armoniosa y por ello permiten un mayor desarrollo económico.

Como consecuencia, puede afirmarse que la construcción de la ciencia económica está desfigurada si la comparamos con lo que debería ser la verdadera realidad de ella porque oculta en sus planteamientos teóricos los factores religiosos que también aportan satisfacción y utilidad. Y una ciencia que no reconoce los objetos propios de su campo no puede estar bien construida. En este sentido la propia construcción inadecuada de la ciencia es un perjuicio para el ser humano puesto que está bloqueando el acceso a los bienes sobrenaturales y espirituales, más si tenemos en cuenta que sin la relación religiosa estamos alienados, alterados e incompletos. Por todo ello se hace necesaria una construcción teórica diferente y consecuentemente otras tecnologías o ingenierías económicas que restituyan lo que ha sido enajenado.

En otro orden de cosas, en el terreno de la Política puede decirse que en Occidente el sistema de las contradicciones políticas se presenta en la dialéctica entre el postulado de la unidad de la razón del hombre y la división entre alternativas políticas distintas.

Por su parte, esta división ha conducido a la guerra como forma de resolución de las diferencias políticas en muchas ocasiones, y la necesidad de evitar el extremo de la guerra ha conducido a la idea y a la práctica de la tolerancia. Pero este concepto como forma de resolución de las diferencias políticas deja las mismas sin resolver. Como consecuencia, se puede asegurar que sigue la contradicción que hemos señalado entre la unidad de la razón y la división de la comunidad política, a lo que se añade el problema de  que deslices determinados en el manejo de los conceptos a los que nos referimos pueden conducir también al extremo de la guerra.

   Teniendo en cuenta todo ello, hemos planteado como alternativa una democracia dialógica que tenga como virtud central, en lugar de la tolerancia, la misericordia o caridad política. Por medio de dicha virtud, intentamos salir de nuestros planteamientos y convicciones, adentrándonos en las razones del oponente político. Así, se posibilita la apertura de un diálogo verdadero que conduzca a la unidad de criterio que hace imposible la guerra y cancela la contradicción a que nos hemos referido. Se abre entonces por medio de esta virtud el puro y verdadero diálogo político que tiende a llevar a la unidad política de las sociedades.

En este sentido, parece posible plantear un razonamiento objetivo y sin presupuestos que tenga a la caridad política o misericordia  sin implicaciones religiosas como virtud central. Parecería, por ello, que la religión está de más porque se ha llegado por procedimientos puramente racionales, objetivos e inmanentes a la alternativa de la misericordia y al sistema político de la democracia consecuente, que la acompaña. Pero ello no es así, pues el imperativo que acompaña a la misericordia se cumple más fácilmente cuando ésta se implanta religiosamente.

Efectivamente, esto ocurre porque cuando el ser humano siente el amor de Dios queda transformado haciéndose más bueno. Así es, porque sintiéndose amados incondicionalmente por Dios se transforman los corazones en el amor y el hombre se hace más capaz de amar y de ver al oponente como un hermanos; y ello de tal manera que las posibilidades de diálogo y confraternización aumentan de modo que se permite que el conflicto se desbloquee, pues este es producto del egoísmo de persona o de clase que se encarna en el vicio de la voluntad dogmática. Esto es así porque ésta se concreta en el deseo incondicional de que nuestras posiciones sean las verdaderas o las únicas posibles.

   Así pues, el amor de Dios ejerce un poder benéfico sobre nosotros, pues por la fuerza de éste siempre transforma haciendo mayor la misericordia e impulsando el amor al prójimo. De esta manera, en política se aumenta la comprensión, el entendimiento y el diálogo. Por todo ello, la religión sitúa al ciudadano en mejores condiciones para cumplir con los imperativos políticos que conducen a la democracia consecuente que, aunque se dibuje a nivel laico y objetivo, alcanza su mejor momento cuando el ciudadano es también una persona religiosa, una persona que está religada en el amor.

Como conclusión de lo expuesto, se ve  que la Religión no deja intacto el mundo de la Política sino que lo mejora, de tal manera que los imperativos que la moral política manda, son cumplidos más efectivamente desde una posición que recibe el amor de Dios, que puede transformarse en una vivencia más intensa de la misericordia o caridad política. Ello lógicamente en el terreno de una política dialógica no deja de tener sus frutos.

Por tanto, el agnosticismo y el ateísmo presentan un déficit en el objetivo de la realización del bien político, pues la religión y las actitudes que la acompañan no dejan indiferente el campo político en cuanto a sus mejores posibilidades que se alcanzan con la virtud de la misericordia política. En este sentido, puede afirmarse que se realiza una política determinada desde el ateísmo y el agnosticismo, que objetivamente es inferior a aquella que se debe realizar desde la creencia, dentro de las posibilidades de una política democrática consecuente, pues la moral que impulsa la creencia se muestra como la mejor.

Esto significa que también en la vía de la Política se puede construir un obrar determinado diferente según las premisas de las que se parta, y que la creencia y la religión aportan un plus que transforma para bien todo el campo de esta parte de las humanidades, entendida especialmente desde la política de la consecuencia.  Lógicamente, en el momento de construir teorías políticas a las que se construyan desde el punto de vista de la increencia les faltará ese plus que, como hemos señalado, ofrece la religión, que aporta un cambio de  la perspectiva desde la que se hace el mundo político. Es decir, que el campo de la Política tal como está roturado en nuestros días depende de unas Ideas que solamente manifiestan la verdad y el bien político parcialmente y de manera oblicua. Ello implica que el mundo político es visto con un prisma que se traduce en una praxis que no lo desarrolla adecuadamente. Por ello, la Religión también optimiza la teoría y la práctica políticas.

Así pues, como estamos viendo, tampoco aquí  Dios y la Religión dejan sin tocar el mundo político. En efecto, puede decirse que la construcción del campo político se realiza de una manera o de otra según se apueste por la increencia o por la religión, porque éstas tienen la capacidad de incardinarse en este sector de las Humanidades y transformar su estado actual de desarrollo y fundamentación. En efecto, como estamos viendo, de la Religión y la Teología nace la idea de caridad; pero esta se puede trasladar también a la Política de tal manera que es capaz de transformar todo su campo. Esta transformación  no solamente se da en el sentido teórico, sino que es también capaz de posibilitar una praxis que puede instaurar una nueva convivencia entre los hombres en cuanto que  miembros de una sociedad política y de una sociedad internacional de estados.

En otro orden de cosas, el Derecho como realidad prescriptiva organiza según normas las sociedades humanas. No obstante, ello no significa que su construcción se aparte de la ley general que estamos mostrando en cuanto que  también depende de la Filosofía y de la Religión, que juegan funciones equivalentes en la medida en que son la razón general de lo real,  a lo que ordenan categorialmente.

Así, en las sociedades cristianas estamos en la tradición que separa la Religión del Estado y ello depende de la idea general que se mantiene en lo que se refiere al origen del poder o la soberanía, y al papel que debe jugar la relación entre Dios y los hombres, o entre poder religioso y poder civil. Pero en las sociedades islámicas la teoría es otra y el poder civil y el religioso tienden a ser una misma cosa, pues se entiende que la Soberanía de Dios no puede tener límites.

En este mismo aspecto, también puede verse la influencia de estas partes superiores de la Teoría en niveles altos del Derecho, cuando examinamos los cambios que acabaron con el Antiguo Régimen en Europa, que trajeron las democracias. En este sentido, parece claro que no tienen las mismas implicaciones jurídicas la teoría de la separación de los poderes del estado o la de la soberanía nacional que la teoría jurídica y filosófica de las monarquías absolutas.

Por tanto, se puede afirmar que de las ideas religiosas y filosóficas desciende toda la construcción del Derecho. En efecto, no tienen la misma legislación un estado ateo, un estado laico o uno confesional, ni aquélla mana de la misma fuente.

En lo atingente a la Sociología el agnosticismo contempla las instituciones sociales y los variados modos de la vida social como algo que mana de la vida social y, al mismo tiempo, la configura. De este modo, entiende que las instituciones religiosas y las variadas formas de la experiencia religiosa se condensan en la sociedad como fenómenos exclusivos de la misma, que tienen una etiología y un desenvolvimiento exclusivamente social. Pretende, por tanto, la explicación de los fenómenos religiosos y su influencia con premisas exclusivamente inmanentistas, intentando encerrar aquellos en los circuitos de la ciencia agnóstica.

Pero con todas sus teorías olvida que la religión es la vida del Absoluto en la Tierra y que las instituciones y la vida de la religión en la sociedad son las vías por las que se comunica lo divino en la vida del hombre, los canales por los que se insufla la vida divina en las sociedades humanas. Por ello, esta vida divina no es algo indiferente o inmanente sino que tiene su camino en las instituciones y modos de la vida que siendo sociales permiten la comunicación del Absoluto en el mundo.

Pero esta comunicación no es un hecho que deje las cosas intactas sino que por ella sopla la vida del Absoluto que insufla paz, alegría y tantos otros bienes en la vida de los hombres. Con ello crea instituciones, iglesias, arte, sacerdocio, vida espiritual, poesía, mística etc.

Lógicamente, la ciencia que se constituye sin tener en cuenta la realidad verdadera del Absoluto no es verdadera ciencia pues se está constituyendo sobre el falso supuesto de que se puede explicar la realidad social sin Dios, cuando la realidad toda de la vida de la sociedad pide la relación de la religación, en la que hombre y Dios entran en relación y de donde resulta  una inmensa riqueza para el ser humano.

Así pues, la sociedad se manifiesta en instituciones que organizan la vida del ser humano en las diferentes culturas, pero en la medida en que el hombre es un ser constitutivamente religado no puede fingirse neutralidad religiosa, pues tanto si no tuviera instituciones religiosas como teniéndolas es un ser afectado radicalmente por la realidad del Absoluto. Puede decirse que en el caso grave de que el hombre llegara a carecer de instituciones religiosas el perjuicio sería importante y la ciencia  de la sociología tampoco podría construirse verdaderamente en la inmanencia por el hecho de que Dios afecta al ser humano totalmente.  En este sentido, una sociedad totalmente descreída tendría como característica fundamental el alejamiento, la alienación del ser humano de sus características esenciales puesto que el hombre es un ser constitutivamente religado. Sería, por ello, una sociedad alejada de lo que constituye el recto ser de lo humano, ajena a lo que se exige como adecuado para el hombre.

Por ello, también vemos que aquí el agnosticismo o el ateísmo y las ciencias ateas o agnósticas que les corresponden son perjudiciales en cuanto que se constituyen falsamente y además no permiten los efectos beneficiosos y el enriquecimiento social que la relación con el Absoluto en la religión establece y potencia. Pero además ocurre que la constitución atea no describe al ser humano si no es como ser alienado de su verdadera naturaleza, que se manifiesta, según vemos, como la de una realidad que tiene como núcleo que la constituye adecuadamente la religación.

En conclusión, el hombre tiene una naturaleza esencial que lo liga con la transcendencia lo cual hace que su realidad quede optimizada. Si, por el contrario, construimos el ser humano sin esta relación lo que únicamente se consigue es una caricatura de la esencia humana, pues tenemos también una teleología, un reino de fines a los que no se puede permanecer ajeno sin resultar dañado. Ello hace necesario que este carácter de ser religado se deba plasmar en las instituciones sociales si no queremos construir sociedades deshumanizadas, que nos dañan en lo personal y en lo colectivo.

Lógicamente de una teoría incorrecta se derivan tecnologías inadecuadas de ingeniería social en las instituciones y dinámicas que promueven, pues ellas al encontrarse separadas de la religión tampoco se construyen correctamente, más si tenemos en cuenta que nos estamos refiriendo a una religión esencial, una religión que ha eliminado las adherencias negativas inesenciales.

En el orden de cosas de la Antropología General, según hemos expuesto el hombre es un ser incompleto que para llegar a ser lo mejor que puede ser necesita, valga la expresión, incorporarse al Absoluto.

En consecuencia, el problema que se plantea es el de cómo conceptuar a las culturas que no han alcanzado la plenitud que supone esta incorporación. En este sentido, puede afirmarse  que todos los hombres tienen la posibilidad de la incorporación, pero también que a veces no alcanza esto que la naturaleza propia le pide en su desarrollo, por lo que esta naturaleza no está plenamente acabada, no está llevada a su perfección, a su fin. Cabe entonces hablar de una relación adecuada cuando se habla de las culturas y se las clasifica y ordena, y se piensa que el hombre no es un ser acabado sino que su acabamiento tanto en lo psicológico como en lo racional, en lo moral como en lo espiritual se encuentra en Dios.

Desde esta perspectiva se plantea el problema de cómo conceptuar las culturas no teístas. En efecto, desde posiciones relativistas es posible pensar en una nivelación de todas las culturas y defender la igualdad ontológica de todas las culturas. Pero nos parece más adecuado entenderlo todo desde otra perspectiva pues pensamos que el teísmo es la alternativa que mejor se adecua al ser humano. En consecuencia se debe pensar que los otros pueblos deban incorporarse a esta altenativa.

Ello significa que no se puede pensar en una nivelación de las culturas religiosas de la Humanidad, sino que el amor o la compasión de las religiones superiores llama al espíritu misionero y a la incorporación de todas las culturas a las superiores sin menoscabo alguno de los valores de los que sean portadoras. Ello -dicho sea de paso- hace que tengan sentido las distinciones en etapas del desarrollo histórico de la Humanidad como hizo la Antropología del siglo XIX, aunque con los matices que se quieran señalar.

Como consecuencia, renovando también aquí  nuestra argumentación, hace que no se puede fingir una neutralidad axiológica, ontológica o religiosa cuando se construyen teorías, pues como hemos dicho la Parte Alta de la Teoría, la parte filosófica o religiosa condiciona y orienta la construcción de las propias ciencias. Así en la Antropología Cultural no se puede prescindir de las respuestas a  preguntas tales como si existe Dios o si se puede mantener una relación personal con Él.

Terminaremos este somero tratamiento de las Humanidades con el campo del Arte. Igualmente,  aquí también se puede ver palmariamente que la producción artística depende de la Filosofía y de la Religión. Con respecto a ello puede afirmarse que no es lo mismo defender la existencia de Dios y comprenderle como el Bien Soberano que ignorarle, pues el Arte cambia según se considere un instrumento para la adoración o se entienda que puede construirse autónomamente de manera verdadera.

Un ejemplo claro de lo que estamos diciendo, es decir, de cómo los planteamientos religiosos y filosóficos condicionan el mundo artístico se puede observar en el Renacimiento en cuanto que punto de inflexión del arte europeo. En efecto, es reconocido por la investigación que la revalorización de la vida y el universo mundanos impulsó el arte en la dirección correspondiente. Esto  hizo olvidar la  Weltanschauung teocéntrica de Edad Media.

Como es sabido, esta lógica culminará siglos después con la construcción de un arte entronizado muchas veces como bien ontológico y cultural supremo, habiendo olvidado completamente la fuente de inspiración religiosa, o suponiendo ésta solamente como un leit motiv. Por ello no nos parece el problema de la adecuación o no del arte abstracto el problema central del arte de nuestro tiempo, sino que es la problemática surgida en torno al olvido del Absoluto la que es crucial para entender el arte de nuestra época. En efecto, sólo cuando el hombre se ha entronizado a sí mismo se puede pensar el Arte como bien supremo.

De este modo, se dibuja también el problema de la adecuación del arte a los objetivos estéticos que toman la forma de Canon. Cabe en este sentido preguntarse si el canon religioso era el más adecuado o si, por el contrario, lo es el de nuestra época, que está desteologizado. Nos parece que la respuesta verdadera debe pronunciarse a favor del Canon Teológico, pues se hace necesario comprender que la Suprema Belleza y la Suprema Verdad  se encuentran en el Absoluto. Por ello, tanto si se considera el Arte como expresión de la Belleza como si se cree que es la manifestación de la Verdad se ha de ver la coherencia de la vuelta del antiguo canon teológico, sin que ello obviamente signifique el rebajamiento de las nuevas formas que aparecen en el Renacimiento, sino más bien su incorporación al nuevo arte que tiene que venir por pura necesidad antropológica. En este sentido, por ejemplo la nueva valoración del mundo y de la vida que aporta el Renacimiento, pueden ser incorporadas en el Arte, aunque no se pierda el postulado de que tanto el mundo como la vida se validan en cuanto creaciones de Dios y se apoyan en la verdadera realidad y en la verdadera vida, que manan de la fuente de la vida del  Absoluto.

   En fin, sin pretender ser exhaustivos, con esto acabamos el breve recorrido que hemos hecho estableciendo las relaciones que guardan las Humanidades con el Absoluto, que son de una importancia enorme. Aunque también es posible ensayar una vía parecida a la que hemos ensayado con otros campos científicos y tecnológicos, hemos renunciado a ello porque no es parte del tema. No obstante, brevemente valga de muestra la que ensayamos con la disciplina filosófica de la Epistemología.

En lo atingente a ello puede asegurarse que la Idea de Verdad es el concepto central de la Epistemología, pues una teoría del conocimiento no puede construirse bajo ningún aspecto sin ella. Ahora bien, la teoría de la verdad dice definición y ella no se puede definir transcendentalmente si no es como adecuación de lo que se dice o de lo que se piensa a la realidad. En este sentido, no puede concebirse otra idea coherente de verdad, pues es en todo caso posible preguntarse si cualquier otro concepto de verdad es verdadero, esto es, si responde  a la adecuación de su realidad con respecto a lo que la verdad sea.

Pues bien, como esta pregunta por lo verdadero del concepto de verdad puede hacerse, es condición de nuestro pensar que exista una Idea de Verdad que como tal no puede estar sino en Dios. En efecto, si preguntamos si el concepto de verdad es verdadero tenemos que tener la referencia de una Idea ejemplar que, estando en Dios, diga en que consiste el concepto.

Como consecuencia, según hemos visto en nuestro ensayo El problema de la verdad, consideramos que se puede asegurar que en el campo de la Epistemología también es necesario el Absoluto como realidad que funda el principal concepto de esta ciencia. En este caso el papel que juega el Absoluto en la ciencia de la Epistemología es el de ser realidad basal de toda la construcción epistemológica. Ello significa que Dios es el lugar donde se asientan las posibilidades del conocimiento. Así aquí, más que completar la ciencia como hace en otras ocasiones, se muestra como fundamente y condición de posibilidad de su construcción consecuente.

Capítulo IV: algunas conclusiones

Comenzamos señalando que existen en abundancia las posiciones que pretenden que es indiferente para la construcción de las Ciencias Humanas y de las Humanidades en general, el hecho de la religación. Según ellas sería irrelevante para dicha construcción la vocación divina del hombre y, por tanto, el hecho de que el hombre sea un ser religioso se situaría entre paréntesis mientras se procede a la pura descripción del conjunto de los fenómenos humanos.

Pero la decisión sobre el problema teológico del hombre no es indiferente pues no puede fingirse neutralidad en el tema. En efecto, esto no puede hacerse porque entonces se está tomando ya posición en lo que se refiere al ser humano, pues para la descripción de las realidades humanas se entiende que la realidad del hombre como ser religado es indiferente  En efecto, en este nivel se puede describir una fenomenología de los hechos humanos, pero sin pretender hacer ciencia objetiva porque realmente no se cuenta con una definición de lo humano. Ello implica que para la construcción de las Humanidades la cuestión teologal es central, porque de la respuesta que se de se derivará un concepto u otro de ellas y una construcción diferente de cada una de ellas.

Con respecto a ello, hemos intentado mostrar en otros ensayos que las relaciones entre la realidad natural y la Metafísica existen y son de tal manera que partiendo de la realidad natural se llega a Dios. Por su parte, la conclusión no deja indiferente el resto de la construcción científica sino que transforma el concepto de realidad natural y por tanto las realidades humanas. Así que, con una Metafísica teísta se pueden construir unas ciencias antropológicas que tengan en cuenta la necesaria presencia de Dios en el hombre

Por el contrario, si se aceptan las construcciones metafísicas del ateísmo no existe la posibilidad de una construcción correcta de las Humanidades porque la Antropología que de ello se deriva impide el reconocimiento de la presencia de Dios en el hombre, y también la posibilidad de levantar argumentos antropológicos en defensa de la existencia de Dios, que hacen que el ser humano no quede cegado a la transcendencia.

En otro orden de cosas, de la misma manera que las Ciencias Físicas, las Químicas u otras producen sus tecnologías también las Ciencias Humanas producen las que les son propias, las cuales llevan a una intervención en las realidades humanas.

Así, los saberes psicopedagógicos tienen una intervención directa en la Pedagogía y ésta en los sistemas educativos. De la misma manera, la Fisiología sirven a los tratamientos médicos; las Ciencias Económicas son muy tenidas en cuenta para la elaboración de las políticas económicas de los estados. También el Derecho organiza la convivencia nacional e internacional y los ideales artísticos tienen una influencia grande en el comportamiento humano en la medida en que nos movemos en el ámbito de los símbolos. Y además, en general, las filosofías que inspiran todas estas humanidades crean un mundo propio.

Por ello, la crítica de las ideas dominantes, que configuran los paradigmas científicos, es de lo más importante, pues de ello depende la mayor o menor adecuación de estos paradigmas y sus tecnologías a las necesidades humanas. Así, por ejemplo, no es lo mismo un derecho que reconoce la religión como algo positivos que el derecho impulsado por las cosmovisiones ateas, que persigue las religiones. En efecto, el primero será adecuado para la optimización de los hombres, mientras que el segundo es claramente perjudicial, más si la religión estuviera purificada de las adherencias que la desfavorecen.

   Por todo ello, cabe hablar de Ciencias Humanas correcta o incorrectamente construidas  y como consecuencia de tecnologías  adecuadas o inadecuadas. Como consecuencia también en este terreno cabe hablar de Ortología y de Ortociencia,  en la medida en que los resultados están condicionados por la presencia o la ausencia de lo sobrenatural y lo religioso en las construcciones. Lógicamente, de esta construcción  se derivan unas tecnologías mejores que aquéllas de las que disponemos en el paradigma dominante de nuestros días, porque éstas están construidas inmanentemente, sin ninguna apertura a la Transcendencia y se basan, por tanto, en los modelos que en Filosofía y Religión están marcando el ateísmo y el agnosticismo. Como consecuencia, no solamente son inadecuadas sino que también construyen un tipo de ser humano alienado de su verdadera naturaleza, de su patria. En este sentido, no pueden fingir neutralidad porque con la mera pretensión de describir el hombre en sus diferentes aspectos, lo están creando. Ello significa que en sí mismas son antropogénicas y lo son fabricando, según el paradigma dominante, un tipo de hombre inadecuado, en la medida en que también está fuera de lo que su constitución natural le demanda.

Por ello, la constitución actual de las Humanidades está realmente administrando el hombre de nuestra época y, como consecuencia, imponiéndose sobre su experiencia. Así, por ejemplo, la Pedagogía científica nace de las universidades e ingresa en las políticas educativas, afianzándose sobre el prestigio con el que gana el asentimiento sobre sus administrados.

De la misma manera, por ejemplo, los saberes  psicológicos orientan nuestro comportamiento  presentándonos la versión agnóstica de las realidades de nuestra psique y por ello concibiendo la religión como algo opcional, de cualquier manera irrelevante para nuestras conciencias. Algo parecido podría decirse de todas las antropologías que presentan al ser humano como un ser cultural, como homo ludens, como mono desnudo o parlante, como ser simbólico, y olvidan que la realidad esencial del ser humano está en el hecho de que no se perfecciona, no se acaba si no es en el Absoluto.

Como conclusión, puede decirse que las Humanidades son saberes que también administran a los seres humanos sin que ellos intervengan en dicha administración porque escapan a su control y por ello se imponen sobre ellos. Ello da lugar a políticas que presentándose con el halo de lo científico secuestran la naturaleza humana y controlan el propio ser del hombre, que así está perdido de sí mismo.

Por último, queremos hacer una breve referencia a otras ciencias distintas de  las Humanidades. Así, en las Ciencias Físicas, Químicas, Formales y las Ciencias Biológicas el concepto de Dios parece dejar incólume el contenido interno de ellas, puesto que la parte científica parece poder construirse con independencia de la realidad del Absoluto. Por ello, conservan una gran autonomía. Pero ello no significa que Dios no juegue papel alguno en estas ciencias puesto que las completa en su racionalidad, que está en sí inacabada. Así, por ejemplo cuando nos preguntamos por el origen del Universo aparece la idea de Dios Creador dando sentido a la Física o la Astronomía; o así cuando nos interrogamos por el origen de la armonía y la finalidad que se da en el mismo Universo, con lo que reaparece la prueba cosmológica para dar razón o explicación de ello.

   De manera diferente, como hemos tenido ocasión de ver, se manifiesta la racionalidad de lo real en las Humanidades, pues en ellas se da algo más que la compleción de la realidad que recurre al Absoluto. De este modo, se da la influencia en la misma constitución de la ciencia puesto que la Filosofía -la Parte Alta de la Teoría- tiene consecuencias en modo y forma concretas en aquélla. En efecto, como estamos viendo la hipótesis de Dios hace que cada ciencia humana en particular se constituya de una manera y no de otra. De una manera adecuada y no de otra. Del mismo modo las tecnologías que acompañan a esta humanidades tienen unos registros u otros, muy diferentes entre sí.

En conclusión, parece que se pueden establecer diferencias claras entre otras ciencias y las Humanidades. Así, mientras que en las primeras la parte filosófica que les corresponde no altera las construcciones de la parte científica, en las Ciencias Humanas la parte filosófica cambia la constitución de la ciencia.

Por ello, puede afirmarse que en las Humanidades el Absoluto tiene poder constructivo, lo cual significa que no supone lo mismo postular una racionalidad atea que una teológica. Así por ejemplo, la Antropología Filosófica que se construye bajo la premisa de que el ser humano es una realidad religada, religiosa, no es la misma que la que se hace bajo la suposición de que Dios no existe, pues en ésta, por ejemplo, es imposible  que el hombre pueda conseguir la optimización de su existencia, entre otras razones por no estar adecuadamente comprendido.

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José Pablo Noriega de Lomas

Salud y Religión

por José Pablo Noriega de Lomas


En general, en la línea de otros ensayos anteriores, se defiende la religión como optimización del ser humano. Por ello también como salud.

Introducción
Presentamos este nuevo trabajo, que trata someramente sobre las relaciones entre religión y salud. En el capítulo primero trabajamos la conexión que las Humanidades mantienen entre sí, y con la Filosofía y la Religión. En el segundo, intentamos mostrar el núcleo de lo que consideramos son las relaciones entre religión y salud. Sin perder de vista la perspectiva de la religión, en el tercero de los capítulos hablamos de los condicionamientos morales y políticos de la salud. En el cuarto escribimos sobre las relaciones entre sociedad y salud, también sin perder el punto de mira de la religión. En el quinto presentamos un breve panorama histórico de que han sido estas relaciones así como vemos lo que significaría una recuperación de ciertos puntos de vista religiosos de épocas anteriores. Por último en el sexto y último capítulo de este ensayo delineamos filosóficamente un argumento a favor de la religión, que igualmente se presenta desde la óptica de las relaciones entre religión y salud. En general, en la línea de otros ensayos anteriores, se defiende la religión como optimización del ser humano. Por ello también como salud.
La conexión entre algunas ciencias humanas, la Filosofía y la Religión. Sus implicaciones
I)
Es una opinión muy aceptada que es posible construir las ciencias como una serie de realidades diferenciadas que pueden cerrarse sobre sí mismas. Así, por ejemplo, hablamos de diferentes realidades que son otros tantos campos ontológicos cuando nos referimos a las ciencias con lo que se las considera como compartimentos estancos.
Pero esto no es así, al menos en las Humanidades. En efecto, en otras ocasiones hemos hablado como las Ciencias Humanas se relacionan entre sí, y con la Filosofía. Por ello, ambos tipos de construcciones científicas no puede considerarse como indiferentes entre sí, de modo que tengan caminos no convergentes. Por el contrario, más bien hemos defendido que todo es Teoría y que se puede hablar de una parte baja y de una parte alta, siendo ésta última la Filosofía y constituyendo la primera, al menos, las Ciencias Humanas. Vamos a mostrar que esta tesis en determinadas ciencias y prácticas humanas. Primeramente haremos unas breves consideraciones con el Derecho y la Sociología
Así, el Derecho positivo depende de las Ideas filosóficas, de tal manera que éstas Ideas están vivas en el ordenamiento jurídico. Así, las Ideas de Justicia o de Igualdad que son dominantes en una época determinada organizan los estados y todo su ordenamiento. Es, por ejemplo, el caso de la Filosofía de los Derechos Humanos, que se incorpora a las constituciones y éstas, como leyes de rango superior, dan lugar a toda una producción de legislación que proviene de ellas. Por esto, como puede constatarse, las ideas no permanecen en el limbo, sino que descienden hasta la cotidianeidad organizando las relaciones personales y toda la vida de la sociedad civil, lo cual se concreta en un poder diario que comstruye las mentes y los cuerpos. Incluso hasta el punto de repercutir, como veremos, en la salud de las personas.
Por otra parte, la Sociología tampoco goza de independencia, de modo que la comprensión del sistema social pasa también por la comprensión del desarrollo de la Teoría. Así, el desarrollo social, la estructura social y la sociedad en su conjunto dependen del estadio en que se encuentran las Ideas, la Teoría. De esta manera, por ejemplo, las instituciones del estado dependen de la Teoría Política en cuanto que, por ejemplo, la Idea de Democracia organiza todas las instituciones de nuestra sociedad contemporánea. Igualmente otras Ideas se incardinan en la propaganda de los valores que se da en los medios de comunicación (televisión, prensa…). De igual manera, podría decirse de otras Ideas que organizan nuestra vida cotidiana y nuestra comprensión de las relaciones humanas. Por ello también la comprensión correcta de lo social depende de la Filosofía.
Por todo ello, la corrección de la parte alta de la Teoría es de importancia capital para la organización del Estado y para la vida social en general, pues puede afirmarse que la teoría del sistema social como Sociología pueda construirse al margen de la Filosofía, de la misma manera que tampoco sin Filosofía puede construirse el sistema social mismo. Así pues, en primer lugar, de la Filosofía depende la construcción del sistema social y, en segundo lugar, idénticamente de ella depende el desarrollo de la Sociología como ciencia.
Por otra parte, vamos a examinar como la Sociología en cuanto que construcción científica depende también de la Religión- por tanto de la Filosofía- pues no es algo neutral, por ejemplo, el concepto que se tenga de la Religión y de sus instituciones. En efecto, según el punto de vista que se adopte con respecto a las realidades religiosas se construirá una u otra sociología. Así, si se considera que la Religión responde objetivamente a una relación entre el ser humano y su sociedad con Dios se construirá una sociología que valora las instituciones religiosas como adecuadas. Por el contrario, si se piensa que las instituciones religiosas son deformaciones de lo que debe ser una sociedad sana, se construirá la Sociología de una manera completamente diferente en el momento esencial de la construcción, en este caso en el momento en que las instituciones tienen que responder por su valor de verdad.
Como consecuencia, no puede aseverarse que una sociología que pretende quedarse puramente en la descripción de los fenómenos religiosos, sin entrar en su valor de verdad, pueda ser considerada como una ciencia verdadera, pues ella misma depende de qué valor de verdad se asigna a estos fenómenos.
Al mismo tiempo, sucede que esta consideración filosófica de los elementos de la vida social religiosa, por una especie de silogismo práctico que de unas premisas exige unas actuaciones, también se plasma en una militancia a favor de una determinada ciencia, hasta el punto de que existen implicaciones políticas claras que influyen en los tipos de programas de investigación que se promueven. En este caso éstos impregnan la construcción de la misma ciencia.
Por último, puede decirse que la argumentación que hemos aplicado a la Sociología puede ser desplazada al conjunto de las Humanidades. El problema filosófico que estamos tratando no es pequeño porque de su misma solución depende la constitución verdadera de las Ciencias Humanas, entre las que la Sociología es un caso particular.
En conclusión, como hemos visto en otras ocasiones existe una derivación de las premisas filosóficas hacia la constitución de las ciencias, que produce diferentes resultados según se trate. En efecto, de la Filosofía se trasladan las conclusiones a las Humanidades. Por ello, no se puede aceptar la premisa de neutralidad y la construcción de la ciencia a partir de unos presupuestos agnósticos, pues de ello depende la estructura, los resultados y la verdad de aquélla.
De la misma manera, abundando con el ejemplo en lo que decimos, puede hablarse de la construcción de la Antropología. En efecto, igual que el resto de las ciencias humanas, también ella depende de la concepción que se tenga del Absoluto y de las relaciones que mantiene con el hombre, pues sin resolver estos interrogantes no hay manera de definir qué es eso que llamamos Hombre. Es decir, que el secreto de la Antropología está en la Teología, pues dependiendo de la respuesta qué se de al problema de Dios se elabora un tipo de Antropología u otro.
II)
De la misma manera, en el campo de las Ciencias de la Salud pueden afirmarse cosas parecidas. Partimos, en este sentido, de que el esquema marxista de determinación de la superestructura por la infraestructura es falso. Esto significa que la determinación de las Ideas filosóficas por las realidades materiales o económicas no es tal, pues el desarrollo histórico de las Ideas, las concepciones diferentes de lo que son y de sus relaciones es máximamente productivo.
Así, por ejemplo, se determinan los modelos de sanidad, según los modelos de Filosofía social. Así, los sistemas sanitarios europeo o americano están en estrecha dependencia de las filosofías sociales que los impregnan. De la misma manera, como hemos indicado, se determina toda la colosal estructura del Derecho una época. Así, por ejemplo, los que generan los modelos de relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Por otra parte, este hecho de la evacuación de la Filosofía y también la Religión de las Ciencias Humanas también es propio de la ciencia médica. En este sentido, se intenta construir la realidad de dicha ciencia como si el hecho religioso y filosófico no le concerniera. El resultado de ello es que, en muchas ocasiones, se construye un tipo de ser humano y un tipo de medicina que son claramente insuficientes, pues somos una totalidad de espíritu, mente y cuerpo, por lo que, como es sabido, puede ser afirmado consecuentemente que somos realidad psicosomática y no sólo cuerpo, con las implicaciones que ello tiene.
Por ello, se han establecido claras relaciones entre distintas humanidades que tienen como centro la persona humana, y que expondremos brevemente. Concretamente nos referimos a la Psicología, a la Fisiología, la Moral y a la Religión, cuyos campos, como mostramos en este ensayo y en otros, están claramente conectados. En estas ciencias la interrelación es clara.
No obstante, en el caso de la ciencia médica a veces se concibe a la Fisiología como teniendo unas legalidades de funcionamiento que se constituyen con total independencia. Pero hoy en día, el progreso de la ciencia muestra que esta forma de entender estos hechos es falsa.
En efecto se sabe, en primer lugar, que todo el organismo está regulado por el sistema nervioso. Por ello se debe admitir que la Fisiología está regulada por la Psicología en tanto que ella constituye el correlato de las manifestaciones del sistema nervioso, y en tanto que se refiere a estados de ánimo, a sentimientos y a emociones.
Pero, por otra parte, el organismo no vive solo, sino que prácticamente siempre se encuentra en interacción con otros organismos de la misma especie. Por ello, existe una clara interrelación entre el organismo, con otros individuos y con el sistema social en su conjunto, lo cual necesariamente condiciona la psicología y con ello la fisiología de los organismos.
Por otro lado, la psique no queda abarcada enteramente por la ciencia psicológica sino que también tiene campos en los que se desarrolla como es el que abarca la ciencia de la moral o la Ética. Por ello, por ejemplo, se da el hacho que el psiquiatra, tenga también que actuar como moralista, como, por ejemplo, reconoce Frankl. Como ocurre además que la Moral está incardinada en la Filosofía y la Religión, y que el hombre, como ser, es innatamente filósofo, las interrelaciones entre las diferentes ciencias que atañen al hombre se diversifican. También de ahí, que el psicólogo ejerza también con una filosofía (generalmente inmanentista) sin saberlo por lo que no es el profesional adecuado para tratar la problemática filosófica y, en general, humana de una manera holista en caso de enfermedad o conflicto.
A lo dicho debe añadirse que tenemos una dimensión espiritual (Frankl), religiosa que es necesario tener en cuenta para no enfermar. Esta dimensión ha estado tradicionalmente tratada por el cura de almas.
De lo defendido hasta ahora se desprende que no cabe considerar al ser humano exclusivamente como cuerpo y que la medicina, como se sabe, debe considerar la enfermedad de una manera integral. De ahí que, como se sabe, la Medicina como Fisiología no pueda hablar de un cuerpo cerrado y autónomo, pues éste esta conectado con instancias psicológicas y espirituales, en las que la religión no ocupa pequeña parte.
Con lo dicho, se colige que partimos del hecho, comprobado empíricamente por la ciencia médica, de que existe una interacción mente-cuerpo y con ello analizamos en la medida de nuestras posibilidades la relación en el sentido que va de la mente al cuerpo. Pero no entramos en el problema, tan tratado por la filosofía y que sigue irresoluto, de cómo se pueden explicar estas interacciones. No obstante, también en este orden de cosas, puede hacerse la distinción entre espíritu y psique, entendiendo por espíritu es parte de la naturaleza humana donde se produce la relación religiosa y la psique el lugar donde se desarrollan los otros procesos mentales.
En este sentido, parece claro que la dinámica espiritual no se detiene en sí misma. De esta manera, no es una realidad que carezca de repercusión en la totalidad psicosomática humana. Por el contrario, nos parece obvio que la dimensión espiritual tiene efectos terapéuticos a nivel mental y, como consecuencia, a nivel fisiológico. Así, la relación religiosa es importante y no puede pensarse que el espíritu es un lugar de privilegio que permanece incólume, aislado del cuerpo y de la psique, sin repercutir en ellos.
Por ello, es natural que la salud psíquica se vea favorecida por una relación religiosa adecuada al ser del hombre. No en vano Paul Tournier mostró hace ya tiempo como la relación religiosa inadecuada crea enfermedades y, a la inversa, una mejora en aquélla favorece la salud. Así pues, la dimensión religiosa repercute en el conjunto del ser humano hasta el punto de posibilitarle la salud o la enfermedad, y ello en la medida en que esta dimensión se realice adecuadamente o no. Es natural que ello sea así, pues el hombre es un ser constitutivamente religioso como hemos mostrado en otros ensayos. Así es, pues una relación correcta con la transcendencia y todo lo que ello de manera natural implica repercute en las dimensiones mental y fisiológica favoreciendo o perjudicándolas.
Por ello, en cierto sentido, puede concebirse el cuerpo como un sustrato activo que es capaz de soportar unas determinaciones u otras, las cuales pueden ser más o menos adecuadas para la salud general del organismo.
Por último, también queremos subrayar que tampoco el cuerpo humano, en particular y la persona humana en general pueden ser considerados como entidades aisladas de lo social, aunque soporten unas legalidades científicas claras. Por el contrario, como muestra la Sociología médica hay que pensar que las estructuras sociales se imbrican con el cuerpo y la persona e influyen poderosamente en ellos. Ello como se sabe se hace por medio del sistema nervioso de relación, que como es sabido influye y regula el conjunto del organismo personal. De esta manera también puede decirse que la sociedad controla y repercute en nuestros organismos de formas muy diferentes.
En conclusión, entre otras cosas mantenemos que no se puede decir, por ejemplo, que por una parte, por ejemplo existe la Psicología y por otro la Fisiología como la ciencia demuestra. De la misma manera, tampoco se puede defender que la Filosofía y la Religión sean compartimentos estancos porque la Filosofía puede dar paso a la Religión y a la inversa. Además estas últimas también mantienen relaciones claras con las anteriores.
III)
En esta apartado vamos a hacer consideraciones que se pueden incluir en lo que hemos llamado Ortología antropológica, pero que mantienen una relación clara con lo que hemos expuesto hasta ahora. Así, cuando se establecen las conexiones entre la mente y el cuerpo y decimos que la religión tiene la virtualidad de promover la salud psíquica y fisiológica no nos referimos a casos particulares en los que existe un mal uso de la religión, que puede dar lugar a manifestaciones psicopatológicas.
Por el contrario, nos referimos no tanto a lo que podría llamarse buen uso de la religión, como al hecho de que se pueden formular conexiones objetivas entre la esencia de la religión y las manifestaciones fisiológicas de la salud, de tal manera que se entiende que en la religión esencial, subjetivamente vivida, se encuentran fuerzas que la favorecen. Igualmente tampoco se defiende que la religión tenga la posibilidad de saltar por encima de las legalidades fisiológicas, pero sí, por ejemplo, que puede ser capaz de reforzar el sistema inmunológico al promover la salud psíquica. (En este sentido, consideramos accidentales, es decir no esenciales, las disputas entre la disciplina médica y la religión, que tanto han perjudicado a la Religión y al entendimiento correcto del problema).
De esta manera, también aquí, como vemos, se dibuja una ortología de lo humano, es decir, una idea de lo que es correcto o adecuado desde las disposiciones naturales del ser humano. Por ello, puede afirmarse que el mismo cuerpo pide la religión de manera natural, por su propia dinámica, pues también puede afirmarse que la Religión y la Filosofía descienden hacia la Psicología y la Fisiología, de una manera parecida a como puede decirse también que existe una derivación de la Metafísica a la Moral (que también tiene implicaciones fisiológicas).
Así pues, desde el tópico de que la salud no es solamente un hecho físico o químico sino también psicológico e integral, se puede afirmar que existen sentimientos y emociones buenas y nocivas. A su vez éstas no son ajenas a las representaciones religiosas y filosóficas, ni estas son indiferentes con respecto a la salud, pues somos inteligencias sentientes.
Por el contrario, hay representaciones que tienen una repercusión negativa y por ello puede aseverarse que nuestra misma constitución corporal debe ser completada con unas creencias filosóficas y, por ende, religiosas adecuadas. Ello, pues, no es una cuestión de gusto o de subjetividades porque nuestra naturaleza (espiritual, psíquica, corporal) está naturalmente imbricada con creencias que provocan sentimientos que actúan positivamente, mientras que otras lo hacen negativamente, perjudicando nuestra salud.
Como consecuencia de que el organismo también está organizado por las creencias metafísicas y religiosa, se comprende que el agnosticismo y el ateísmo no son precisamente componentes de una ortología antropológica. Por ello se muestran como inadecuadas para el ser humano porque, entre otras cosas, fracasan en la promoción de emociones positivas. En este sentido, casi puede decirse lo contrario, o sea, que favorecen la angustia, la tristeza y la depresión, por ejemplo, en la medida en que, por ejemplo, no cuentan con creencias escatológicas positivas.
IV)
Entramos en el apartado de los corolarios. Ya hemos visto en otros ensayos anteriores y al comienzo de éste que las Ciencias Humanas no pueden ser consideradas como categorías cerradas sobre sí mismas, sino que experimentan tanto una apertura horizontal entre ellas mismas, como otra apertura transcendental hacia la Metafísica y la Religión. Efectivamente, ello se da en los casos que estamos examinando en las ciencias del espíritu, de la mente y del cuerpo, esto es, en las ciencias teológicas, psicológicas y médicas. Se da también en el caso de la Metafísica y la Religión, que organizan una dimensión descendente que va hasta la Fisiología y que abarca a la persona humana como un todo.
En conclusión, la realidad de las Ciencias Humanas ha de ser entendida como un hecho integral pues sabemos que los distintos hábitos están interconectados, abiertos unos a otros. De la misma manera puede indicarse que la realidad humana está transcendentalmente abierta, de tal manera que intentar ofrecer unas ciencias humanas cerradas sobre sí mismas en la inmanencia es imposible porque, como hemos visto en otras ocasiones, por la Metafísica y la Religión el hombre está constitutivamente abierto a Dios. Por ello intentar instaurar un cierre, como de hecho desde al menos el siglo XIX, se ha hecho sólo puede producir el absurdo de un hombre disminuido, o religiosamente y filosóficamente enfermo y por ende enfermo en todos los demás aspectos.
Obviamente lo que estamos defendiendo no conduce a un relativismo epistemológico, que no permite hablar de discursos fuertes en el ámbito científico de las Humanidades (aunque habría que tener en cuenta el espíritu de fineza, de que habla Pascal, para estas ciencias) sino contrariamente a la búsqueda de fundamento.
Por otro lado, desde la perspectiva de la salud, lo que estamos analizando confirma la relación existente entre la Filosofía, la Religión, la Psicología y la Fisiología (entre otras relaciones posibles). En efecto, según estamos planteando las posiciones filosóficas y religiosas que la persona mantiene no son compartimentos que existen unos aparte de otros, que no tengan que ver con la realidad total de su ser.
Así es, porque la relación correcta con Dios, el reconocimiento de su existencia y todo lo que ello naturalmente implica repercute en los otros aspectos psicológicos y fisiológicos favoreciendo o perjudicando el desarrollo adecuado de estos niveles, esto es, su salud.
Ello tal vez implicaría una idea diferente de la mantenida en algunos campos en la actualidad, en la que el médico juega el papel de técnico de la salud como si esta fuera independiente de los niveles filosóficos y religiosos. Quiere decirse que desde esta perspectiva interdisciplinar de la comprensión de las ciencias humanas el nivel médico más bien necesita también necesitaría de su correlato metafísico y religioso. Por ello, podría ser adecuado que además de las terapias tradicionales o usuales se introdujeran otras que tuvieran en cuenta los niveles de los que venimos hablando. Es decir, que se tuviera la salud religiosa como un componente importante de la salud integral de la persona humana, pues sin religión el hombre se haya desorientado y carente de algo necesario para la salud espiritual, psíquica y fisiológica.
Salud y Religión
I)
Creemos que la comparación de la esperanza de vida entre las personas que son religiosas y las que no los son es una buena prueba de las afirmaciones que hacemos de que, lejos de constituir dos campos disyuntos, sin ninguna conexión la Religión y la Medicina guardan estrechas relaciones.
En efecto, como se sabe las personas religiosas gozan de una mayor esperanza de vida que las que no lo son. Ante este fenómeno es lógico que nos preguntemos las causas. Nos parece, por ejemplo, que la falta de consumo de drogas puede ser uno de los factores que coadyuven a esta mayor esperanza de vida. Ello es lógico puesto que la plenitud que conlleva la religión hace que las personas religiosas no necesiten de ayudas artificiales que promuevan falsas felicidades.
En segundo lugar, podemos afirmar que el mismo estado de ánimo permanente y general al que favorece la creencia y la actitud religiosa tiene necesariamente que repercutir en una salud superior. En este sentido, podemos referirnos al estrés, que como se sabe es un factor patogéno importante. Por ello, la religión en la medida en que disminuye el nivel del mismo, será sanadora.
Es en este orden de cosas, también claro, que las causas del estrés son también unas relaciones personales mediadas por el conflicto y la agresividad. Por ello la Religión en la medida que fomenta el amor y la compasión por el prójimo contribuye a la disminución de la violencia social y por ello dicho estrés. Ello significa que la dimensión moral de la religión también coadyuva al progreso de la salud. Pero no es sólo a este nivel en el que la religión combate el estrés, sino que a ello hay que añadir el bienestar y la felicidad que corresponde al hecho de haber cumplido con el deber de amar al prójimo, el cual es incompatible con los remordimientos y sentimientos de culpa psicológicamente negativos (por ello, médicamente negativos).
Por otra parte, de los muchos aspectos de la vida religiosa que se convierten de manera positiva en salud psíquica y, por tanto según los esquemas que estamos manteniendo en la salud general, nos referimos en este caso a la vida teologal. Como sabemos, esta vida se conforma según las virtudes infusas o teologales que son la fe, la esperanza y la caridad.
De alguna manera podemos decir que la fe es como el pivote sobre el que se fundamenta la vida teologal, pues sin la fe en Dios ella desaparece, pues no pueden existir ni la esperanza como creencia en un mundo futuro, ni la caridad como Amor que viene de Dios y a Dios va.
En lo que toca a nuestro tema se puede decir que es cuando la fe se concreta como esperanza cuando cabe hablar del valor de salud, pues por medio de ella se puede desarrollar una vida más apacible y confiada, pues se admite la creencia en la existencia de un mundo mejor y de que la muerte no es la última frontera de la vida personal, sino que se afirma la prolongación escatológica de ésta. Así que esta paz proporcionada por la esperanza contribuye a un mayor optimismo y felicidad, dones que se derraman por la persona, tanto en su alma como en su cuerpo.
De igual manera al optimismo y a una mayor felicidad personal contribuye la caridad en gran medida. En efecto, el sentirnos amados infinitamente por Dios es una fuente de alegría, tranquilidad y bienestar pues sabido es que el amor siempre tiene efectos positivos y si éste viene de Dios, máximamente. En pocas palabras, la caridad es fuente de salud psíquica que brota del centro espiritual de la persona.
Pero de otra manera contribuye la caridad a nuestra salud, a nuestro bien, pues puede afirmarse que la caridad como amor al prójimo es también la mejor virtud para nosotros mismos, en la medida en que mediante ella nos hacemos capaces del amor a los demás lo cual provoca la simpatía en ellos que revierte en nosotros mismos. En efecto, en la misma medida en que somos animales sociales las relaciones que tenemos con el prójimo no nos son ajenas, de tal manera que una buena relación contribuye a una mejor salud.
Por último, acabando con el tema de las virtudes teologales, puede decirse que las mismas también están presentes, aunque en otros modos en otras religiones de Salvación, por ejemplo en el budismo cuando defiende la esperanza escatológica y la compasión como virtud principal de su doctrina religioso-moral.
Por otro lado, desde posiciones excesivamente interioristas se tiende a pensar que los beneficios de la religión se producen exclusivamente desde las perspectivas espiritual o psicológica. Así, esta orientación tiende a entender la religión como un hecho que toca exlusivamente a la persona desde su interioridad. Pero esto no es así, pues todas las religiones tienen una dimensión en la cual la presencia del Absoluto se expresa en representaciones exteriores como una dimensión de suyo.
Ello es lógico porque el ser humano en estos aspectos exteriores a la conciencia, que se expresan a través de la imagen y el símbolo, ve facilitada la vivencia y la presencia de lo religioso en su misma conciencia. Se produce de este modo una dialéctica entre lo interior y lo exterior al individuo muy rica, con un gran poder terapéutico, pues mediante la liturgia el hombre exterioriza e interioriza el Absoluto y la Religión. Lógicamente estas dos dimensiones tienen un fuerte componente espiritual y psicológico que se traduce en salud.
En conclusión: aunque pueda parecer que la liturgia religiosa es solamente algo que acaece delante de nosotros y que no tiene otro sentido que mostrarse, hay que comprender que este mostrarse de lo Sagrado no deja de tener efectos muy importantes sobre nosotros. Lógicamente estos efectos aumentan con la participación y la implicación en las ceremonias, pues cuanto más grandes sean éstas mayor será ese efecto. En este sentido puede decirse que el efecto de la liturgia es catártico, en tanto en que al ponernos en relación con lo Sagrado, con el Absoluto se opera en nosotros una vivencia que tiene los efectos de que olvidemos nuestros anhelos, preocupaciones y angustias cotidianas. Como consecuencia, el adentramiento en lo Sagrado produce, con mayor o menor intensidad, una renovación y mejoramiento general del espíritu que necesariamente repercute en nuestra actividad mental y en nuestra fisiología.
Por consiguiente puede afirmarse que por medio de la liturgia traemos a nosotros la presencia de Dios y podemos con ello experimentar la posibilidad real de la Salvación. Ello otorga grandes favores no solamente en cuanto a salud espiritual sino también en cuanto a salud psíquica y, por ello, corporal. No obstante, todos estos factores experimentan una gran variabilidad puesto que la intensidad de la vivencia que provocan los cultos y la liturgia no es la misma en todas las personas. En este sentido, es lógico pensar que un mayor grado de implicación tiene unas repercusiones más favorables sin que por ello quepa descartar predisposiciones individuales, bien sean naturales bien, aprendidazas, a distintas recepciones de los actos litúrgicos.
Por todo ello nos parece que yerra el movimiento intelectual y político (promovido por el desencuentro entre valores seculares y religiosos) que intenta eliminar la religión de la vida pública, que intenta erradicar la religión de nuestra vida cotidiana. Por el contrario, nos parece conveniente una reflexión a la luz de una experiencia no sesgada sobre la utilidad espiritual, psicológica, fisiológica, social y de todo tipo de la religión. En efecto, son sabidos los bienes de todo tipo que vienen y pueden venir acrecentándose de la práctica religiosa y de una presencia mayor de la Religión en la esfera pública, presencia que permitiría un mundo mucho mejor. En este sentido, es obvio que de la misma manera que no hablamos de una religión fundamentalista, tampoco pensamos que pensamiento de izquierdas y laicismo vayan necesariamente unidos, o dicho de otra manera, que no es una necesidad de la izquierda el ser laicista.
En otro orden de cosas dentro del tema que nos ocupa, nos vamos a referir a la enfermedad mental. Es un hacho que en los últimos tiempos en nuestras sociedades ha aumentado la incidencia de este tipo de enfermedad y es por ello que merecen un tratamiento teórico específico. Para tratar de ello no nos referiremos a los aspectos del origen de este tipo de patologías, sino a los fenómenos espirituales.
En este sentido puede decirse que la salud mental se debe medir por parámetros tales como la alegría, el optimismo, la confianza y, en general, todos aquellos que acercan a una vida feliz. Pero, por simple deducción o constatación empírica de nuestra naturaleza psicológica, la alegría, la calma, el bienestar, o el optimismo solamente tienen fundamento en la medida en que van acompañados por las representaciones religiosas de la esperanza en un mundo futuro, es decir, en la de la optimización de la vida; de la creencia en una realidad perfecta o en un Amor Absoluto que nos acompaña en la vida.
Por ello cuando, por la obnubilación filosófica de nuestra época agnóstica o atea, prescindimos de nuestras creencias religiosas y vivimos en la pura inmanencia abonamos el campo para una mala salud psicológica (de una mala salud espiritual deriva una mala salud psicológica) y, también, como producto de ello, para una disminución de la salud corporal.
Como consecuencia de ello, dada la base objetiva de nuestras creencias religiosas y metafísicas, lo que a veces se intenta es intentar recuperar esa vida mental saludable por medios bioquímicos, inducir artificialmente la alegría de vivir o, en general, el bienestar psicológico. Pero de esta manera se está operando al margen de nuestra verdadera naturaleza que pide psicológicamente y hasta químicamente la creencia religiosa, pues ella es una de las bases objetivas del bienestar, al igual que por ejemplo lo son unas relaciones interpersonales adecuadas. Por todo ello podría decirse que nuestro sistema nervioso tiene su imbricación adecuada en las representaciones religiosas, de tal manera que hasta en la bioquímica estamos diseñados para la religión. Por tanto, bien señala san Agustín que el corazón está inquieto hasta que no reposa en Dios.
Así pues, nos parece demostrable que la fuente última del optimismo, de la paz interior, del bienestar psíquico está en una relación espiritual correcta, que repercute en el nivel psicológico y lo fundamenta epistémicamente. La salud mental, entonces, hunde sus raíces porque la alegría y felicidad que proporciona una relación religiosa adecuada repercute en el nivel psíquico y es el fundamento epistémico de los sentimientos y emociones positivas, porque si este nivel espiritual no se diese no habría razones para aquéllas. De otro modo, por ejemplo, nos podemos preguntar por qué estar alegres si creemos que el destino de la vida es el fracaso de la muerte; o por qué estar en paz con nosotros mismos y con el mundo si carecemos de esperanza en la vida futura; o bien por qué ser optimistas si lo que vemos, cotidianamente es el sufrimiento del planeta con guerras y todo tipo de catástrofes. Es decir si, como enseñó Buda, todo en la realidad es sufrimiento hemos de aceptar que la salida natural de este sufrimiento es la religión porque ella nos permite verlo no como una realidad insuperable sino como algo que queda redimido en la creencia, en la relación y en la Salvación que provienen de Dios.
Por pasiva, siguiendo a Paul Tournier se ha de reconocer que la represión religiosa o una relación espiritual inadecuada crean condiciones psicológicas que devienen en patologías tanto a este último nivel como al somático. En este último sentido también nos encontramos con Víctor Frankl, con su distinción entre espíritu, psique y soma. Entiende Frankl por espíritu la parte de la persona que se relaciona con la Transcendencia; por psique, el nivel en que se construye la vida interna personal y que se desarrolla en relación con el nivel espiritual; por soma, el nivel corporal. Afirma Frankl que una realización inadecuada en el primer nivel (como puede ser la represión religiosa) tiene repercusiones que llevan a la enfermedad en los otros dos niveles.
En este sentido, estas últimas afirmaciones contradicen el intento de construcción desde posiciones agnósticas dominante en las Ciencias Humanas. Así en otros ensayos hemos visto también como estos intentos de construcción son falsos y dan lugar a tecnologías humanas inadecuadas. Este es el caso, por ejemplo, de la Psicología, que desde estas orientaciones erróneas, trata de construir tecnologías que sirvan para evitar o disminuir el sufrimiento humano producido por traumas o por otra clase de causas.
Así, ante hechos especialmente dolorosos se acude ahora a la ayuda del psicólogo, que de esta manera realiza funciones que antes hacía el cura de almas. Lo que nosotros negamos es que las herramientas de que dispone el psicólogo puedan ejercer su función con más eficacia de lo que lo hacía el cura. Ello, por la sencilla razón de que las alternativas que ofrecía éste eran más naturales, más acordes con la naturaleza humana y con la razón.
En efecto, por ejemplo ante la falta de un ser querido parece mucho más adecuado el consuelo que suscita la creencia en la vida futura, que nos enseña que la muerte no es definitiva y que se puede esperar el reencuentro con la persona amada, un sentido final tras el aparente sinsentido. Así este tipo de consuelo, que por la palabra y por el rito, daba el cura de almas es muy superior a todas las razones que se puedan levantar desde presupuestos agnósticos o ateos.
Por ello, si se ha de aceptar la distinción entre psicólogos y curas, será conveniente tener en cuenta estas matizaciones para lo que proceda, pues la cura de almas es integral y muy superior en esencia a la psicológica.
En general, puede decirse que ha habido un gran cambio en la relación del poder de salud de la religión y de las ciencias médicas y psicológicas. En este sentido puede considerarse lo que ha ocurrido con el poder terapéutico de un recurso religioso tradicional de nuestras sociedades como es el de la confesión. En efecto la confesión tiene un poder terapéutico grande en cuanto que aliviaba la tensión psicológica de la culpa y servía también como desahogo que permite la atenuación o la eliminación de traumas psicológicos más o menos fuertes. Pero ahora gran parte de este poder ha pasado al psicólogo y al psiquiatra.
Esto último tiene sus desventajas, entre las que cuales no constituye la menor el hecho de que los profesionales de la salud psíquica no tienen poder para que se efectúe la total remisión de la culpa en aquellos aspectos en los que objetivamente la conciencia acusa. Por ello se registra una superioridad de la confesión religiosa, puesto que el sentimiento de culpa se ve descargado con el sentimiento subjetivo del perdón que otorga el sacramento.
Como consecuencia parece claro que lo ideal para la salud psíquica (y con ella la salud de toda la persona) sería la combinación de los aspectos positivos de todas las terapias. En este sentido, se nos puede preguntar cómo es que la confesión significa una ayuda general para la salud y no solamente para la espiritual. La argumentación es ya conocida pues el remordimiento de conciencia y el sentimiento de culpa son estados que llevan aparejados la angustia, y sentimientos y emociones negativas, de modo que todo ello repercute en la salud general según estamos analizando en lo presente.
Por otra parte, como se sabe la Sociología de la Medicina estudia y compara las tasas de mortalidad y morbilidad entre los distintos grupos de población. Igualmente es sabido que la mayor mortalidad se registra en la pobreza y la opresión. Así por ejemplo, los países más pobres o las clases más desfavorecidas presentan unos índices de morbilidad y mortalidad más altos que los de las clases o los países con mayor poder económico.
En este sentido también la religión es fuente de salud así como de liberación. O incluso puede matizarse que es fuente de salud en la medida en que lo es de liberación. En efecto, puede decirse que nos encontramos liberados o aliviados de la opresión que causa la pobreza en la medida en que desde esta misma se pueda presentar la situación como no definitiva, como no irrevocable. Así, en este sentido, la esperanza en un mundo futuro liberado de las contradicciones y, con ello, de la carga de la pobreza y el sufrimiento, contribuye al consuelo y calma la aflicción de tal manera que ello ayuda a contrarrestar los males de la pobreza.
En este orden de cosas podrían multiplicarse los ejemplos de cómo la religión supone una verdadera terapia y un verdadero alivio que necesariamente a de repercutir no sólo en las capacidades psíquicas para arrostrar con la vida cotidiana, sino también en una mejora, como consecuencia de lo anterior, de todo el organismo. Así, por ejemplo, puede señalarse que la presencia de la liturgia, que acentúa el contenido comunitario y solidario contribuye a ello ayudando a enfrentar la opresión; o la misma oración individual también lo hace en la medida que por medio de ella los pobres pueden sentirse esperanzados y amados.
En este orden de cosas, no puede negarse que en nombre de la Religión se hayan cometido pecados graves, que facilitaron estructuras de opresión y enfermedad, pero ello no significa, como en otros casos, que ello sea esencial o intrínseco a la religión, sino todo lo contrario. Por ello, también estas formas irreligiosas y falsas que históricamente ha tomado la Religión deben ser comprendidas también como adherencias inesenciales o accidentales que presenta la verdadera Religión. Ésta resplandece una vez purificada de sus imperfecciones insustanciales, aunque quizá su consumación será sólo escatológica, esto es, en el Reino.
En otro orden del discurso y como hemos señalado en otras ocasiones, puede afirmarse que en la sociedad se registra una dialéctica propia de las relaciones interpersonales que es, en cierta medida una lucha por la salud. En efecto, mediante los más diversos mecanismos del trato se puede afirmar que se regula parte del bienestar o del sufrimiento psicológico. Ello es obvio que puede causar problemas de salud mental, pero también física mediante los mecanismos pertinentes de somatización, que se pueden concretar en enfermedad psicosomática o puramente somática.
En este sentido, puede decirse que se produce una sorda lucha a nivel social entre las ideologías y las religiones que se produce cuando las posiciones políticas o ideológicas son reforzadas positiva o negativamente. En este caso puede hablarse de que el estar en estructuras sociales antirreligiosas es, inversamente, perjudicial para la salud de la persona religiosa. En este sentido, se roza la categoría de martirio y según la cual podría afirmarse que hay cosas que son objetivamente más importantes que la propia salud.
Aún con todo, puede afirmarse que este último extremo es completamente excepcional, pues para la persona verdaderamente religiosa existen pocas situaciones en las que la religión no suponga una ayuda fundamental en la que se encuentran recursos abundantes para la resolución de los problemas. Por ello puede decirse con el Maestro que la fe mueve montañas. Por tanto, puede afirmarse que las mismas situaciones nos indican la intensidad en que la religión debe ser practicada. Ello de tal manera, que permite la superación de los problemas cotidianos que tanto perjudican la salud y en particular aquellos que indican fallas en las libertades reconocidas por los ordenamientos constitucionales.
De otro lado, sin pretender que se pueda calificar el ateísmo y el agnosticismo como enfermedades, hay que aceptar que, de la misma manera que defendemos un gradiente positivo para la salud espiritual (por tanto también la física o corporal) en la creencia, hemos de considerar que el gradiente negativo que acarrea la increencia. En este sentido sería interesante relacionar hábitos que conducen a la enfermedad, como por ejemplo el consumo de drogas, con las diferentes creencias espirituales. En gran medida sería razonable suponer que la desesperanza, aunque fuera subliminal o inconsciente, que acompaña a la irreligiosidad le corresponda un consumo mayor de drogas en la medida en que éstas pueden ofrecer alternativas engañosas a estas situaciones espirituales u psíquicas.
Es igualmente natural, que estos gradientes repercutan en un mayor recurso al medicamento, que así es necesitado con mayor frecuencia. Por ello puede hablarse de una cierta sobremedicación provocada en parte por las dolencias espirituales, que son producto de la inconsciente ruptura con lo que cura y da salud.
Por otra parte, estamos constatando que toda la Filosofía y las concepciones religiosas impregnan el discurso cultural de nuestras sociedades occidentales. De esta manera, hay que concebir a estas filosofías y a las concepciones religiosas como dotadas para la producción de discursos culturales de todo tipo, que van desde el cine o el teatro, hasta la televisión o los programas radiofónicos sobre política. Pero en general, desde lo que se puede llamar el programa del agnosticismo los medios intentan demostrar y en ello están mayoritariamente de acuerdo en que el discurso de la religión y el de la filosofía que la defiende es anticuado y no debe estar presente en la cotidianeidad, sino que, por el contrario tienen que ser combatidos, aunque sea desde la trivialidad y la vulgaridad.
Por ello, la defensa de la salud se presenta parcialmente como necesidad de combatir este discurso pregnante, que está perjudicando seriamente a los espíritus y, como consecuencia, a los cuerpos. De este modo, las mismas exigencias objetivas de la salud respiran la crítica del discurso y propugnan por la puesta en pie de discursos alternativos que nos puedan hacer salir del atolladero filosófico y religioso en el que nos encontramos
Aún con todo, se hace necesario reconocer que este discurso que hoy empieza a estar obsoleto cumplió un gran papel histórico en la medida en que sirvió, por ejemplo, para estudiar la legalidad propia, la objetividad de la fisiología humana que, como se sabe, lógicamente también se desarrolla con relativa independencia de los condicionamientos filosóficos y religiosos (también de los culturales). Pero no obstante, somos de la opinión de que reconociendo el aspecto positivo de este discurso, también ha llegado la hora de su crítica, crítica que, como estamos viendo, pasa por el reconocimiento de que las legalidades propias de nuestra fisiología están incardinadas con las creencias filosóficas y religiosas y que éstas, lejos de comportarse con indiferencia, se muestran como beneficiosas o perjudiciales según la orientación que tomen. Y así las hay que se muestran como adecuadas a nuestra constitución espiritual, psicológica y fisiológica y otras, por el contrario, aparecen como dañinas para ellas.
Nos toca, en este sentido, matizar las afirmaciones que estamos haciendo. Cuando sostenemos que la religión es fuente de salud nos estamos refiriendo al núcleo esencial de la misma, que supone la relación con el Absoluto, que es fuente de plenificación y de salud. Como consecuencia descartamos las formas de religión que en algunos aspectos no promueven la salud como puede manifestarse en aquellas que, por ejemplo, reprimen la sexualidad u otras formas de comportamiento natural humano. Pero consideramos que estos inconvenientes como adherencias esto es como elementos que no pertenecen a su determinación esencial, como adherencias que son accidentales, aunque ellas mismas perjudiquen a la misma religión. Con respecto a esto, también colateralmente puede señalarse los momentos en que la Religión se opuso al progreso científico de la Medicina, exagerando o exclusivizando la intervención divina en los procesos fisiológicos o en las realidades corporales, o incluyendo en sus explicaciones agentes de carácter extracientífico para dar cuenta de las enfermedades con etiología claramente física.
Por todo ello nos parece necesaria que la Religión haga su propia crítica con el objeto de que pueda presentarse como más adecuada para no dar argumentos, aunque no sean los esenciales, a sus detractores.
Desde otra perspectiva podría argumentársenos que no existe fiabilidad en lo que hemos expuesto. Por una parte, porque no hay certeza en ello puesto que, como se conoce, existen diversas versiones de lo que es la vida eterna o la vida que se da más allá de la muerte física.
Nuestra respuesta se produce de dos maneras. Por una parte afirmamos que es difícil dilucidar racionalmente entre estas distintas opciones la que más se ajusta al hombre, pero reconocemos en el cristianismo como Religión del Amor a aquella que permite de mejor manera la vida teologal del hombre con las implicaciones que ello tiene, y así lo hemos manifestado en otras ocasiones. Por otra parte, sostenemos que, aunque las religiones sean diferentes, existe en todas ellas un núcleo común que, a través de la vida espiritual, se transmite a la vida psíquica y a la fisiología. En este núcleo puede registrarse la creencia escatológica en la Salvación, que bien se concibe como la unión del alma con el Absoluto o bien, en las religiones proféticas, se piensa que la persona está destinada a una salvación final en la que en la que se redimirá de la miseria y alcanzará una vida plena y feliz. Así pues, en las dos formas es posible alcanzar la perfección que permite la vida feliz y armoniosa.
En otro orden de cosas, se puede decir que en la cosmovisión occidental está claramente supuesto que las alternativas metafísicas y religiosas que la persona humana puede suscribir son de hecho indiferentes para un conjunto grande de cosas y también para el ser humano. Por ello, no existe una relación de preeminencia entre las concepciones ateas y agnósticas, y la creyente.
Por el contrario, nosotros pensamos que las filosofías y las metafísicas no son equivalentes para nosotros, puesto que no todas son adecuadas para nuestra naturaleza. Al contrario podemos afirmar que encontramos nuestro estado óptimo en la religión. Es decir, que el hombre encuentra potenciado lo mejor de sí mismo en cuanto se encuentra incardinado en la Religión.
Por ello, pensamos que se puede hablar de una corrección de lo humano, de tal manera que las diferencias de cosmovisión no son igualmente válidas, y no solamente desde el punto de vista de la verdad sino también desde el de sus consecuencias. En efecto, como estamos analizando, no se adecua a la naturaleza humana de la misma manera una interpretación de lo real agnóstica que una religiosa, pues esta última, según estamos viendo, tiene consecuencias más favorables en todos los campos antropológicos (incluido el de la salud).
Por tanto, es desde estas premisas desde las que cabe hablar, como hemos hecho con anterioridad, de la Ortología antropológica, es decir de una teoría de lo que se adecua a la naturaleza humana, de lo que es bueno para el hombre, lo cual en esencia está contenido en la Religión y su cosmovisión. Así pues, vemos aquí desde otra perspectiva lo que habíamos afirmado en otros ensayos, es decir, el hecho de que el hombre alcanza lo mejor de sus posibilidades naturales en la Religión en la medida en que ésta asiste sus necesidades espirituales.
En este sentido, puede ser aseverado que son posibles patologías espirituales. Así por ejemplo, cuando el ser humano no encuentra sentido a su existencia (Frankl) o cuando se deprime por la certeza del fin de su existencia (Unamuno). En efecto así es pues estas dolencias encuentran su curación natural que consiste en la creencia y en la práctica religiosa, en la asunción de la religión.
Pero como esta asunción es también racional (debe haber razones para la creencia) es aquí donde la Medicina necesita de la Filosofía, en cuanto que la formación filosófica ayuda al doliente ser humano a encontrar sentido y alegría pues la racionalización cabal de lo real lo permiten. Por tanto, parece necesaria una terapéutica filosófica para mostrar el camino que conduce del mundo y del hombre naturales al hombre que tiene un sentido religioso de la existencia y de la vida, el cual, al contrario de lo que se puede pensar, es naturalmente racional y por ello tiene sentido en la razón y calor en el corazón.
Como corolario de lo que venimos indicando, parece claro que no se puede construir la Fisiología con independencia de la Filosofía y de la Religión, por un lado y de la Psicología por otro, puesto que como sabemos los sentimientos y emociones tienen una repercusión fisiológica clara a corto y a largo plazo. Esto es tan así que puede afirmarse que el óptimo fisiológico se logra con unos sentimientos y emociones adecuados, los cuales dependen de la vida religiosa que los favorece y los promueve.
Por estas razones, somos de la opinión de que no puede ofrecerse una teoría de la salud (tampoco de la enfermedad, psicológica o fisiológica) si no se tiene en cuenta la Ortología antropológica (sobre todo en su sentido religioso, filosófico y psicológico). Por ejemplo, en este sentido hemos hablado de la unificación personal que se puede conseguir por medio de la religión, por medio de la unión religiosa con el Absoluto, que configura un núcleo que irradia a la persona entera en todas sus dimensiones. Esta unificación personal muestra un concepto en el que espíritu y psique están conexionados, interrelacionados. Pero las interrelaciones también admiten se extendidas al soma y en este sentido se configura el presente ensayo.
También, en el orden de la crítica parece conveniente enfrentarse con una de las concepciones antirreligiosas más fuertes de la Edad Contemporánea. Nos referimos al psicoanálisis de Freud. En efecto, si estamos comprendiendo la religión como una compleción efectiva de la persona humana, que le permite alcanzar la mayor felicidad de la que es capaz, es lógico que apliquemos nuestra crítica al psicoanálisis freudiano. Éste entiende que la religión es solamente un producto de las necesidades de un hombre que no ha alcanzado su madurez histórica, y por ello ha tenido derivaciones que, aplicando estas teorías a la psicoterapia, han intentado alcanzar una psicología individual basada en la eliminación de la llamada ilusión religiosa.
Pero, por el contrario, como hemos visto, desde la Ortología antropológica se puede decir que existen creencias que, lejos de ser alienadoras, se manifiestan como las más adecuadas para el hombre. Estas creencias son las religiosas por lo cual el intento de eliminar la religión de nuestra mente, en lugar de sanar es objetivamente patógena, pues el hombre está constitutivamente abierto a Dios y la religión y el intento por erradicar la religión está por ello condenado al fracaso. Así pues, en este sentido, contradecimos las posiciones del fundador del psicoanálisis y más bien nos situamos con el pensamiento de Frankl que considera el sentido como una fuente de salud psíquica, aunque nosotros estemos plenamente en la corriente que da un paso más y considera que cabalmente el sentido solamente se alcanza con la religión, que así se hace fuente de salud.
Como conclusión de lo que estamos ahora diciendo, pensamos que cabe hablar de un nivel racional o metafísico por el que captamos y racionalizamos el sentido y un nivel sentimental y emocional por el que se nos manifiestan las consecuencias de la creencia en un terreno distinto. Por ello, parece claro que sin una creencia racional adecuada no existe afectividad correcta. La consecuencia médica del nivel de la contradicción que estamos mostrando es que las dolencias hay que tratarlas por medio de la bioquímica, con el consiguiente abuso del medicamento para paliar lo que podría lograrse de manera más natural por medio de la religión. No obstante, ocurre que también aquí nos encontramos ante la presencia de un círculo vicioso porque, en su uso inadecuado, la misma razón prescribe el absurdo de una felicidad que no tiene su objeto apropiado, con la afectividad negativa que ello produce. Por ello el proceso se retroalimenta.
Lógicamente hemos defendido nuestras posiciones desde una ortología antropológica determinada que pasa por una valoración positiva de la creencia y la religión. Así, por ejemplo, hemos mantenido que poseen objetivamente, en sí consecuencias felicitantes, lo que necesariamente repercute por los mecanismos psicológicos y fisiológicos conocidos en una mayor salud corporal. De ello es evidente que se colige que lo que contradice lo que exponemos no puede ser calificado como formulación antropológica optimizante y por ello, adecuadas, para la salud corporal sencillamente porque no lo son para la salud espiritual. Nos estamos obviamente refiriendo a las versiones antropológicas agnósticas y ateas.
No obstante, ello no significa que estas dos corrientes filosóficas y religiosas no hayan sido válidas en algunos para el desarrollo de Occidente en cuanto que contribuyeron a una crítica purificadora de la Religión, que también hizo sus aportaciones a las Ciencias de la Salud. En efecto, la eliminación de la hipótesis teológica permitió el desarrollo de la estas ciencias en la medida en que hizo posible el conocimiento de las legalidades científicas objetivas con el incremento del bienestar humano conseguido mediante las aplicaciones correspondientes de ello.
Aún con todo, lo que sostenemos es que la creencia y la religión son más adecuadas para la vida, porque la promueven, que sus contrarios. Ello, entonces, significa que la tesis religiosa tiene la posibilidad de incluir en ella misma los elementos positivos que entonces estuvieron en las posiciones ateas y agnósticas (nos estamos refiriendo a la tesis que niega la influencia de la religión en la constitución de las Ciencias Humanas), sin por ello perder su naturaleza. Con ello queremos decir que dentro de la tesis religiosa se pueden perfectamente asumir las legalidades objetivas de las ciencias biológicas y fisiológicas, sin que por lo mismo quede negada. Al contrario, dentro de los límites que defendemos estos elementos quedan comprendidos y potenciados desde el punto de vista de la religión, en tanto que verdad nuclear de la condición humana.
Por ello, el ateísmo y el agnosticismo puede ser concebidos como ideologías que van a contracorriente de las tendencias naturales de la condición humana. Esto es así de tal manera que constituirían un contrasentido si no fuera por el hecho de que históricamente jugaron un papel, mediante cierta crítica racional a los fenómenos inadecuados de la propia religión, que quedará, una vez asumida la crítica, perfeccionada. De esta manera la salud podrá ser lo buena que las posibilidades químicas y farmacológicas permiten en la actualidad. Será alcanzable así una mejora natural.
Por todo ello, nos parece que la comparación entre la esperanza de vida de las personas religiosas y las que no lo son forma una buena prueba empírica y muestra que salud y religión, lejos de constituir campos disjuntos, guardan una estrecha relación. En este sentido si nos preguntáramos por las causas de estas diferencias diríamos que, por ejemplo, la saludable vida sin drogas de la gente religiosa es en parte producto del bienestar que la propia religión aporta, siendo ello a su vez causa intrínseca de la misma salud general.
Obviamente, como hemos señalado, queda lejos de nuestra posición aquella que abanderaron psicoanalistas que basándose en las teorías de Freud pretendían, como método psicoterapéutico, acabar con la “ilusión” religiosa de sus pacientes. Como consecuencia de lo que venimos explicitando creemos que se puede afirmar que Freud se equivocaba al entender la religión como fruto de una inmadurez de la especie, aunque no errara al aseverar que el ser humano se ayudaba mediante la religión, y ello independientemente de que necesitara erradicarla para alcanzar un estadio superior en su evolución. Al contrario, para nosotros en la religión el ser humano logra lo mejor de sus posibilidades.
Para ir finalizando con el capítulo, tenemos que indicar que una mala interpretación de lo que venimos defendiendo sería decir que negamos las legalidades fisiológicas. Esto no es así, pues es claro que las reconocemos en su pleno desarrollo. Es entonces obvio que no se nos ocurre por tanto negar la importancia de factores como puede ser la alimentación o el sueño en la salud general del organismo, así como tampoco intentamos que la enfermedad del cuerpo sea un mero correlato de las realidades psicológicas y espirituales. Por ello creemos respetar la autonomía que le es propia al cuerpo y reconocemos la fisiología y la anatomía propias de la enfermedad.
Pero no por ello dejamos de aceptar toda una serie de datos de la ciencia actual que afirman la influencia de la psicología y de la sociedad en la salud y la enfermedad, por ejemplo con todas las relaciones que se tejen en torno al individuo, al organismo. Y al mismo tiempo también subrayamos la importancia que tienen los factores espirituales en estos, pues desde una Ortología antropológica comprendemos que una relación adecuada con Dios y una religión adecuada son realidades a las que esta llamado todo ser humano, de tal manera que ello es lo que nos permite la optimización de nuestro ser y de nuestras capacidades.
Es desde esta perspectiva como las concepciones antiguas que veían la enfermedad como un fruto de una relación religiosa inadecuada, de una relación de pecado con los dioses o con Dios pueden ser recuperadas. Ello en la medida en que a su nivel recogen parte de la verdad que aquí intentamos reconocer. Por ello en lugar de extirpar la Religión de la conciencia de los hombres lo que se hace preciso es recuperarla con unas dimensiones nuevas. Es decir se hace necesario recuperar la dimensión espiritual como parte de la salud.
Condicionantes morales y políticos de la salud
Se estudia en Economía el marco moral de la posibilidad de obtención de los bienes económicos, en el sentido de que deben existir unas condiciones morales necesarias que lo permitan.
Por otra parte, hemos hablado sobre el hecho de que los bienes económicos no son los únicos que tienen utilidad y que reportan una satisfacción. Es desde esta perspectiva desde la que cabe también hablar de los bienes de la salud, de los que puede decirse que en muchas ocasiones son la condición de la obtención de otro tipo de bienes, en cuanto que por ejemplo el nivel económico alto implica normalmente una mejor salud.
Por estas razones cabe también hablar de un marco moral de la salud o, al menos de un contexto, que potencia o perjudica la salud. En este sentido, nuestras sociedades occidentales están divididas en alternativas políticas, filosóficas y religiosas cuyo enfrentamiento aún provoca dosis de violencia considerable y, por ello, la alteración de los ánimos. Como consecuencia, parece evidente que si consiguiéramos hacer disminuir la dialéctica de enfrentamiento se produciría automáticamente la consiguiente pacificación de las conciencias. Lógicamente ello conllevaría una mejora general de la salud a nivel personal y social.
Como se puede ver, aquí la solución es moral y pasa por que las ideologías diriman sus diferencias más mansamente. Ello significaría que, por así decir, deberían desaparecer los elementos más retóricos del sistema y dar paso a un diálogo sincero que podría ser realizado, según hemos manifestado en otras ocasiones. Ello se debería implementar con la mediación de la virtud de la misericordia en cuanto que propicia la comprensión y la posibilidad del acuerdo y el entendimiento, y elimina la voluntad dogmática presente en nuestras manifestaciones políticas.
Por otra parte, sabemos que en el ámbito de nuestra vida cotidiana nuestras relaciones personales son un factor de salud en el que se opera la transición de lo social a lo psicológico y de esto a lo fisiológico. Pero parece también aquí claro que las buenas relaciones personales se sostienen en el marco moral adecuado. Así, de la misma manera que en la política, unas relaciones personales basadas en la búsqueda del dominio no pueden favorecer la buena salud. Por ello, si fuéramos capaces de dulcificar nuestras relaciones personales haciéndonos con la virtud del amor y con las que necesariamente le acompañan (el perdón, la reconciliación, la comprensión…) es entonces evidente que mejoraría nuestro nivel general de salud.
Con respecto a esto que estamos planteando en este capítulo, parece posible establecer un mínimo común entre lo secular y lo religioso basado en esta virtud del amor. No obstante, como hemos defendido en otros lugares, nosotros pensamos que la potenciación, la optimización de estas virtudes y la menor dificultad en su cumplimiento se dan cuando las incardinamos en la vida religiosa, en la vida teologal. Esto significa que cuando esta virtud del amor es entendida como virtud teologal, es decir cuando tiene a Dios como fuente se acrecientan las posibilidades de cumplir con ella. Así que también como vemos la religión es fuente de salud, en este caso no sólo individual sino también social.
En este orden de cosas, en gran medida puede decirse que la salud exige una normalidad en la convivencia porque la guerra o la persecución llevan en último extremo a la muerte física que es la antítesis de la salud y desde esta perspectiva hay que responder al tópico que acusa a la religión de producir fanatismo e intolerancia.
Nos parece que ello es sacar el orden de las cosas de quicio. En primer lugar, porque la intolerancia y el fanatismo se encuentran no en la religión, quizá especialmente en Occidente, sino en las sociedades que la rodean y la impregnan. En segundo lugar, porque según hemos mostrado una religión que conduce a la guerra no puede ser considerada una religión adecuada. Por el contrario, lo que defendemos es que en la misma esencia de la religión, en la caridad quedan fortalecidas las virtudes democráticas de la misericordia política o la tolerancia.
Así, hemos defendido en el ensayo titulado “Ética” que la misericordia como virtud política queda potenciada desde la misma religión, por lo que ésta en lugar de ser fuente de intolerancia y fanatismo lo es de amistad y reconciliación.
Ello evidentemente significa en una Teología descendente, como diría mi amigo José Antonio Martínez (Longoria), que la virtud religiosa de la caridad admite un desarrollo político que no sólo conduce en absoluto al fanatismo sino que es su antítesis y, por ello, perfecciona la virtud de la mera tolerancia, la cual deja el debate permanentemente abierto y estático. En este sentido, es obvio que desde el cristianismo como religión del Amor quedan potenciadas la paz, la reconciliación y la concordia que tan positivamente contribuyen a la salud general.
Por tanto, es completamente negativo que la religión en nuestras sociedades esté tan orillada y maltratada, porque pensamos que dada la enorme utilidad de la misma (en el caso que nos ocupa para la salud privada y pública) deberían darse modelos sociales y políticos en las que la presencia de la religión fuese densa, evidente. Ello, no obstante, no significa que planteemos la religión como una obligación. Por el contrario, defendemos su presencia desde la libertad. Queremos con esto decir que cualquiera que tome los valores religiosos como alternativa global para su vida no lo puede hacer desde la obligatoriedad y la coacción, sino desde la autonomía que se da leyes a sí misma. Por ello, el tipo de sociedad y de estado por el que estamos, aunque positivamente religiosos, no los consideramos desde la imposición sino desde la libertad.
Como consecuencia, de la misma manera que la idea socialista no está necesariamente unida al laicismo como muestra Bloch, tampoco la intolerancia y el fanatismo acompañan esencialmente a la religión, sino todo lo contrario. Resulta de ello que puede afirmarse que la religión promueve la salud individual y colectiva, del espíritu y del cuerpo, según las formas y maneras que hemos expuesto.
Evidentemente esta exposición en positivo de lo que pensamos conlleva la crítica correspondiente. Efectivamente en el campo de la política puede decirse que la salud exige la normalidad de la convivencia porque la guerra y la persecución conducen a la antítesis de la salud que es la muerte física. Pero los grupos ideológicos se manifiestan como un poder que busca el control de los individuos y, como hemos visto, ellos mismos organizan en parte la estructura sentimental y emocional que es necesaria para la salud personal. Además también organizan la lucha contra los oponentes y el control de la disidencia.
En este sentido, merece la pena comentar que desde las culturas políticas también se administran los bienes del prestigio, que también afectan a la salud, según las personas sigan los intereses de aquéllas o no. Así es que aunque los Derechos Humanos reconozcan, por ejemplo, el derecho a cambiar de ideología política (o religiosa) existen medios por los que más o menos abiertamente se contradicen aquéllos.
En conclusión, las formas a que nos referimos llegan hasta el nivel de la micropolítica que desarrolla en la vida cotidiana el poder de las grandes formaciones políticas. Así con formas variadas la micropolítica influye en la salud de las personas favoreciéndola o perjudicándola. Así es que desde diversos poderes se organizan las conspiraciones que buscan el control social según intereses que se traduce a veces en una violencia larvada que busca el control de los individuos manejando, en la medida de su alcance, la salud de éstos a través de estímulos sociales que regulan las psicologías. Este control perjudica la salud en muchos casos, puesto que obstaculizan unas relaciones personales adecuadas en la medida en que influye en la afectividad del mundo personal circundante. Ello como se sabe tiene su origen en el nivel propiamente político y en la violencia dogmática de las alternativa políticas, espirituales y filosóficas, una violencia de mayor o menor intensidad que se extiende por el cuerpo social de manera descendente.
Como corolario de lo dicho se colige que la cultura política en la que vivimos no es la única posible ni la deseable (en este caso desde el punto de vista de la salud), es decir, que ella no es absolutamente válida. Por ello, es posible y deseable cambiarla en el sentido de una pacificación general y para ello sería de gran importancia que la violencia que se registra contra la religión desde algunas perspectivas desapareciera. Todo ello significaría, tanto a nivel nacional como internacional, entender las diferencias desde la fraternidad y avanzar por el camino del diálogo. Como consecuencia, organizándose desde otra cultura política, más caritativa, se puede decir que se incrementaría grandemente nuestro bienestar espiritual y psicológico y, por tanto, nuestra salud.
Sociedad y Salud
A)
Se registra en la sociedad un esfuerzo por la consecución de los bienes del buen trato, que generalmente está relacionado con el nivel jerárquico que se ocupa en las diferentes estructuras sociales. En efecto, los individuos y las familias intentan alcanzar los niveles sociales más altos, que no solamente tienen una remuneración económica sino que también disfrutan de lo que en otro lugar hemos llamado bienes psicológico- sociales.
Pero, es preciso señalar que la dinámica que ello produce se da según estructuras que tienen su propio funcionamiento (partidos políticos, iglesias…) y sus propias rutinas, de tal manera que para las personas el acceso a los bienes dichos es más fácil la integración en estas sociedades que al mismo tiempo tienen también su producción ideológica, también dentro de sus rutinas intelectuales. Estas rutinas, por su parte, tienen también capacidad para absorber ciertos niveles de cambio intelectual (por ejemplo, los cambios ideológicos que se producen históricamente en las izquierdas).
Estos niveles de funcionamiento de las instituciones son cruciales para los individuos en la medida en que necesitan estímulos sociales, en la medida en que necesitan de una incardinación psicológica en los grupos, que desarrolla su fisiología en estos marcos, mediante los controles psicológico-afectivos que estas sociedades establecen sobre ellos.
Así, el sistema de los bienes psicológico-sociales tiene un funcionamiento que regula muchas de las emociones individuales. En este sentido puede hablarse de emociones negativas como la envidia o de emociones positivas como la autoestima. De esta manera, organizados por los fines que propone el sistema los individuos buscan el ascenso social en la búsqueda de bienes económicos y bienes de prestigio (psicológico-sociales). Por ello se organizan los sentimientos y emociones y de esta manera puede decirse que también está regulada la salud, que será promovida o no según se adapte a los mecanismos o los rechace.
De esta manera, el sistema social controla la salud de las personas, pues quien no se adapta pasa a formar parte de los círculos de la exclusión. Obviamente esta exclusión es la que provoca emociones negativas que repercuten claramente en la salud. Pero, por otra parte, si la inadaptación social es creciente, creciente es la represión que acude a penalizaciones cada vez mayores, en última instancia claramente reguladas por el Derecho (hasta la aplicación, por ejemplo, del Código Penal).
Por otra parte, puede también decirse que se producen otros efectos determinados en la relación entre el sistema social y las personas. Efectivamente, por una parte los miembros de cualquier grupo del sistema incardinan su salud en la pertenencia a unos determinados grupos sociales o instituciones que poseen sus propias ideologías, Por otra parte como hemos visto, la dinámica social (y política) conlleva una gran pérdida de salud general, en la medida en que los enfrentamientos entre los diferentes sectores políticos y sociales contribuyen a la distorsión de lo que sería una convivencia ideal, que favorecería la salud general en gran medida.
B)
Nuestras sociedades han instaurado un mundo que, si bien ha conseguido un nivel de racionalización científica que permite unos niveles altos de vida, ello ha sido a costa de eliminar a la religión como fuente de salud. Por tanto, parece necesario, corrigiendo esta racionalidad especialmente en el nivel de las ciencias humanas, recuperar el espacio de la religión.
En efecto, en otros ensayos hemos constatado el hecho de que no se puede considerar solamente como bien lo que es mensurable materialmente, sino que existen toda una serie de bienes que también tienen una eficiencia grande, que se muestra, por ejemplo, en la repercusión fisiológica positiva que tienen. Este es el caso de los bienes religiosos que influyen en una medida grande en la correcta psicología o nivel de representaciones, sentimientos y emociones y por ello en una mejor fisiología. Queremos decir que con la religión se dan los niveles que mejor se acomodan a la naturaleza humana y por ello a lo que hemos llamado una Ortología antropológica, que indica cual es la alineación correcta de lo humano.
Ello nos parece claro si por ejemplo recordamos los efectos tan beneficiosos que el amor, la compasión, la caridad, la fe, la esperanza tienen sobre el ser humano. Ellos nos proporcionan la parte de felicidad que influye en nuestros sentimientos y emociones y también, lógicamente, en nuestra salud general.
Pero no debemos olvidar que el organismo humano no es una realidad aislada sino que se encuentra interrelacionado con el medio social que le influye claramente, como los estudios de Sociología de la Medicina o de Medicina Social muestran. En este sentido, es preciso reconocer que el conflicto social que forma parte del entorno del individuo es fuente de insatisfacciones y por ello de enfermedad. Por ello, debe plantearse la relación de la persona con el medio social como una realidad dialéctica y tanto una sociedad agresiva crea individuos agresivos en la misma medida en que es creada por ellos .Todo ello, como se sabe, es poco propicio para el bienestar psíquico.
Por tanto, se hace necesario reconocer que la sociedad, por su mismo bienestar y por el bienestar de quienes forman parte de ella, debe promover la formación de sus miembros unas relaciones menos opresivas y violentas. Ello, evidentemente, pasa por la promoción de la vida teologal de las personas porque los individuos espiritual y psíquicamente más sanos son los que puede ofrecer una sociedad mejor, en general, más saludable. Al mismo tiempo, como hemos visto que los procesos se influyen recíprocamente hay que esperar que la promoción social de las virtudes teologales influya positivamente en la salud del cuerpo social y de los hombres y mujeres que lo forman.
También desde la perspectiva de la salud mental, se puede hablar de las relaciones entre sociedad, religión y salud. A este respecto, parece que es admitido por la ciencia que existen aspectos de la sociedad que pueden ser causa de morbilidad mental en cuanto que desorganizan aspectos que son fundamentales para la salud psíquica. Así por ejemplo, la desestructuración contemporánea de la familia, o el estrés de la vida moderna u otros fenómenos parecidos, sirven como referencia de la desorganización de la infraestructura social que garantiza la estabilidad emocional personal.
Pero a ello hay que añadir que la pérdida de espesor del estrato religioso tiene un efecto multiplicador sobre estos aspectos. Con respecto a ello hemos de señalar que no es que nos parezcan completamente solucionables estos problemas exclusivamente con la dimensión religiosa, sino que sencillamente pensamos que el cultivo de ella lo favorecería grandemente. En este sentido consideramos que el perfume agnóstico y ateo de una sociedad en la que la religión está postergada sirve para empeorar la situación general de la salud. Por ello, la constitución científica y tecnológica de las ciencias humanas, como hemos mostrado en otras partes, hecha sobre la base epistemológica inadecuada del agnosticismo, que sostiene que la religión no es relevante no puede tener otro efecto que la constitución inadecuada de la salud y de sus ciencias.
De esta manera, nos parece muy natural que la represión religiosa cause enfermedad en la medida en que reprime las pulsiones históricamente constituidas (que hacen naturaleza) del hombre hacia la transcendencia y la felicidad. En este orden de cosas y como consecuencia inmediata de esta represión que crea el pensamiento agnóstico o ateo, resulta una mayor agresividad individual que necesariamente ha de repercutir en un grado mayor de enfermedad y de violencia social. Como consecuencia, sería pensable que una vuelta a la religión, a una religiosidad no represiva y no violenta, generaría unas sociedades más pacificadas y la primera consecuencia sería una mejora de la salud no solamente social o espiritual sino también psíquica y somática. Ello a su vez tendría un efecto multiplicador sobre la salud social en la medida en que reobraría sobre ella.
Aún con todo, se argumenta que la religión es fuente de fanatismo y de intolerancia y por ello de violencia, de mayor o menor intensidad, social e institucional. No toca esta objeción a las posiciones que venimos defendiendo en repetidas ocasiones, puesto que por lo que abogamos es por la religión y la civilización del amor, que lejos de ser fuente de intolerancia y violencia lo es de paz y fraternidad. Ello sería, en parte, también producto de ese desarrollo político de la caridad que nos parece tan necesario, y ello de tal manera que se pueda superar la mera tolerancia y se erradique el fanatismo consecuentemente. Así pues, no creemos que en el núcleo de las religiones positivas se pueda situar el fanatismo y la causa de la intolerancia, sino que, por el contrario, planteamos el desarrollo de ese núcleo hacia campos en los que no estaba presente, como son el social y el político.
De este modo, consideramos que la caridad cristiana, la compasión budista o la ahimsa (no violencia) hinduista admiten desarrollos que, brotando de los más íntimo y central de estas religiones, alcanzan campos nuevos y esenciales en lo que ha sido la política de la Humanidad, pudiendo servir para alcanzar lo que realmente debe significar el proceso de globalización en el que estamos inmersos, que tan graves problemas y conflictos acarrea.
No obstante, existen toda una serie de prejuicios que, presuntamente basados en la razón, obnubilan o hacen imposible la relación religiosa. Estos se manifiestan a nivel objetivo como filosofía, sistemas filosóficos o Weltanschaugen que influyen en una medida grande en la creación de conciencias inadecuadas, causantes de enfermedad.
Por ello se hace necesaria una terapia filosófica que remueva estos obstáculos y reduzca tanto a nivel individual y subjetivo como a nivel objetivo y social los niveles insalubres, de tal manera que la fuente de la salud espiritual, psíquica y fisiológica no quede alejada de los seres humanos, pues verdaderamente la necesitan. Esta fuente, como se sabe, no es otra que la religión. Así, esta terapia debe conducir a la disolución de los problemas que impiden el esclarecimiento que posibilita la relación religiosa adecuada tanto a nivel colectivo como a nivel individual.
En consecuencia, si aceptamos que estamos diseñados para ser hombres y mujeres religiosos es necesario aceptar que nuestras sociedades y estados son esencialmente creadores de enfermedad, pues es natural que enfermemos psicológicamente y fisiológicamente si estamos enfermos a nivel espiritual. Con esto queremos decir que unas sociedades que viven en la pura inmanencia y que estimulan esta vida en la inmanencia están necesariamente condenándonos a unos índices de morbilidad mayores de lo que, de otra manera, serían posibles, pues por naturaleza estamos necesitados de vivir en la religión y faltando el alimento espiritual las consecuencias no son las posibles y deseables.
En efecto, si proscribimos la religión de los centros de enseñanza, de nuestra televisión, de nuestra simbología es completamente lógico que no podamos tener una vida espiritual y psicológica adecuada y que la consecuencia de ello sean unos índices de morbilidad más altos, pues esta vida espiritual es completamente necesaria. Por ello, por el bien de nuestra salud general sería necesario dar una dimensión religiosa a nuestra vida social, a nuestras sociedades. Ello significa que es necesario que la religión se encuentre presente en nuestras vidas, en nuestra cotidianeidad y con una presencia adecuada para poder vivir con salud nuestra vida espiritual y con ello recomponer la salud psicológica y fisiológica.
Así pues, como hemos visto en otros trabajos y estamos viendo en el presente, la religión, según lo que es la naturaleza humana, objetivamente optimiza el conjunto de las capacidades humanas y, con ello, la salud. Por ello, estamos defendiendo la conveniencia de que las sociedades occidentales olviden el laicismo y vuelvan a la religión. Pero entre el primer estado de cosas y aquel por el que abogamos median algunos desarrollos dialécticos.
De este modo, pueden darse situaciones contradictorias entre salud, religión y sociedad. Así, por ejemplo, por lo general los ambientes sociales, debido a la presión laicista que organizan, reprimen la manifestación religiosa por lo que la defensa de la religión puede promover situaciones de enfrentamiento con el entorno social que causan problemas y por ello perjudican. En estos casos es también donde se da la virtud del amor o caridad por la que se intenta abrir los corazones del prójimo, aún a costa del sacrificio personal, mediante la militancia a favor de la religión. Aparece entonces, en mayor o menor medida, la categoría de martirio.
Así que, contrariamente a lo que venimos propugnando, la sociedad contemporánea, producto de la difusión y de implantación del ideario ateo, erradica la experiencia religiosa de la vida humana cotidiana. En efecto, la religión prácticamente ha desaparecido de la cotidianeidad de nuestra civilización. El ritmo de vida, los valores todo el sistema en su conjunto ha eclipsado la religión en las conciencias de tal manera que parece que Dios se ha ocultado.
Por ello, al mismo tiempo que estamos rodeados de una riqueza material grande, la riqueza espiritual ha desaparecido. Así este bien real ya no está presente en el grado que sería necesario y de esta manera aparecen nuevas fuentes de enfermedad, porque la represión religiosa, que las ideas filosóficas del presente instauran en la dinámica del psiquismo humano, debe tener repercusiones negativas en la salud necesariamente.
En efecto, como vemos, se erradica el ambiente apaciaguador, la atmósfera espiritual y cálida que aporta la religión. Al estar sin este Umwelt las personas se encuentran angustiadas, fuera de sí, incapaces de dar sentido a la vida, pues están fuera de su constitución y medio naturales, Ello lógicamente es propiciatorio de la enfermedad y la violencia y de ahí mana la fuente de parte de los trastornos psicológicos y, como consecuencia, fisiológicos y corporales.
Por estas razones se hace flaco favor a la causa del hombre cuando se oculta o se reprime la religión y su manifestación, tan necesarias para suscitar una vida sana en todos los aspectos. Consecuentemente, la naturaleza humana y los tiempos históricos presentes lo que exigen es una vuelta de la religión que le permita desvelar los ámbitos de una experiencia olvidada, que en otros tiempos estaba plenamente presente y era totalmente beneficiosa, aún con todas sus limitaciones. En efecto, es natural pensar que si se pudiera recrear está atmósfera adecuadamente religiosa, corrigiendo lo que haya que corregir con respecto al pasado, mejoraría la condición humana en una gran medida, pues el hombre necesita de la representación de las manifestaciones religiosas que hacen posible la interiorización religiosa que tanto favorece todo tipo de bienestar. Por estas razones, la liturgia en cuanto manifestación, en tanto que exteriorización de la Religión cumple un papel fundamental en la vida de la salud, en cuanto que, por ejemplo, proporciona fortaleza y alegría. La fortaleza y alegría que otorga el conocimiento del amor y la comprensión de Dios para resistir la adversidad y ver en positivo nuestra existencia.
En este sentido concreto el hecho de que los individuos vivan en ambientes sociales favorables hace que la salud se mejore. Por ello es preciso reconocer que las comunidades de vida que crean las instituciones religiosas responden a unas necesidades individuales. En efecto, los ambientes de fraternidad, de caridad y de comunión presente, aún con sus limitaciones, en estas comunidades que comparten la misma fe, estimulan necesariamente los correspondientes sentimientos positivos que necesariamente tienen sus repercusiones a nivel corporal. De ahí también que los retiros espirituales tengan esa fuerza de salud que da la vida de la fe. Así, el sentirse amado aporta un gradiente que eleva y fortalece.
En conclusión, se trata de salir de nuestra dinámica social actual que nos expone a situaciones que no nos son convenientes. Esta salida debe operarse a nivel positivo haciendo presente y potenciando nuestra vida religiosa. En este sentido, sería un aspecto fundamental el cambio de los centros de interés de los mass media, que debería ser promovido por una creatividad general de la intelectualidad en una dirección filosófica y religiosa completamente diferenta a aquella en la que nos estamos moviendo, en una dirección que sin caer en la mojigatería promoviera los valores religiosos. Por ello, un cambio de paradigma en el pensamiento filosófico sería muy importante en todos los aspectos, incluido aquel que inspira la formación del arte popular. En fin, se trataría de introducir un verdadero espíritu de religiosidad en la vida cotidiana. Ello, en nuestra modesta opinión, contribuiría en una medida grande a mejorar nuestra condición.
Historia
Para comenzar este capítulo queremos hacer unas breves consideraciones históricas, en un sentido parecido al que hemos expuesto en el trabajo titulado “Pedagogía”. Por ello, se defiende una cierta vuelta a la Naturaleza, aunque incorporando las conquistas del desarrollo histórico.
Nos referimos al hecho de que entre los pueblos naturales es norma la administración de la medicina de acuerdo con la religión, en el sentido de que, por ejemplo, el ejercicio médico es acompañado de ritos religiosos, dándose entonces una gran unidad entre el médico y el sacerdote. Así, según hemos defendido en este trabajo, se aboga por el entendimiento de estas relaciones como esencialmente correctas porque aúnan en un sentido totalizador, en una relación correcta, la medicina espiritual y la física.
Pero, en nuestra opinión, frente a esta concepción se levantaron en Europa dos extremos. El primero se podría ejemplificar en ciertas prácticas de la Edad Media cuando se prescindía completamente del factor físico y se pensaba que por métodos exclusivamente religiosos o espirituales era posible atacar a la enfermedad. Así, las procesiones de flagelantes durante las pestes, porque se pensaba que la enfermedad tenía su origen en los pecados que había que expiar.
El segundo es el que podemos decir que surge con la Modernidad que divide al hombre en dos compartimentos –cuerpo y alma- a los que se considera estancos por lo que las interrelaciones son escasas. Se supone que el cuerpo tiene sus propias legalidades, únicas y específicas. Es el modelo cartesiano que después llegará al extremo del hombre-máquina.
No negamos que el modelo de la Modernidad haya dado frutos importantes ni tampoco afirmamos que se puedan obviar las legalidades de la fisiología. No obstante, se puede constatar que tampoco se pueden o se deben establecer estas legalidades fisiológicas al precio de desalmar al hombre, eliminando la realidad de lo que en términos clásicos se conoce como interacción entre alma y cuerpo o quizá mejor, siguiendo tricotomía de Víctor Frankl, la interacción entre espíritu, psique y cuerpo.
Por todo lo que venimos defendiendo, nos parece que una vuelta a los sistemas naturales aporta aspectos importantes. En este sentido, creemos que el postulado de considerar la realidad del hombre como la de un ser que necesita naturalmente estar en relación con la transcendencia trae como consecuencia que también las terapias necesiten tenerlo en cuenta.
Ello nos parece corroborado por la afirmación que dice que no existen enfermedades sino enfermos, porque pensamos que significa, en primer lugar, que en última instancia la persona no puede ser resuelta en un cuerpo y, en segundo lugar, la acción de la religión y de Dios en el ser humano es irreprimible. De ahí que en estos terrenos ,siguiendo a Pascal, deba operarse con “esprit de finesse”, es decir con ese atemperamiento que implica que no somos máquinas y que el ser humano, independientemente, de que sea también cuerpo, sea tratado como ser espiritual y psíquico.
De lo contrario, la represión de lo religioso, seguirá siendo causa de enfermedad (Frankl, Paul Tournier), mientras que por el contrario la religión, con independencia de los milagros, lo será de sanación. Ello significa, como es claro, que una adecuada religión con el Absoluto es conveniente para la salud.
Así pues, de alguna manera pueden recuperarse otras formas de pensamiento sobre la salud diferentes a las de nuestra época. En efecto, de la misma manera que hemos defendido una vuelta a la naturaleza para las concepciones de la medicina, también se puede recuperar la Antigüedad. Así por ejemplo, la forma de entender al médico y al chamán antiguo, que reunía en una sola persona las funciones de curación y religiosas.
Es, por otra parte, conocido que el pensamiento antiguo entendía la enfermedad como un castigo divino y la recuperación de la salud dependía en última instancia de la divinidad. A nuestros ojos estas concepciones parecen absurdas pero pensamos que, en algún sentido, pueden ser recuperadas. Para ello hay que tener en cuenta que la violación de la correcta relación con el Absoluto altera nuestro correcto funcionamiento espiritual y psíquico y, por ello, el de nuestro sistema nervioso, por ejemplo mediante el remordimiento más o menos patente. Como consecuencia, puede entenderse como una restauración de la salud espiritual y por ello fisiológica la construcción, desde nuestra libertad, de relaciones adecuadas con la divinidad. De este modo, no es que la enfermedad sea directamente un castigo divino, pero sí la consecuencia de los inconvenientes que acarrea a nuestra salud una relación religiosa inadecuada.
Estos principios nos conducen a juicios distintos a los habituales en conceptos tales como los de Edad Media o Islam. En este sentido, no vamos a negar que el primero llevaba consigo una carga negativa de supersticiones, ni tampoco las legalidades científicas de los más diversos ámbitos de las Humanidades. Pero ello no impide reconocer que la Edad Media, en la medida en que la entera vida de los hombres tenía en todo momento presente el aspecto religioso era más adecuada en lo que atañe a las necesidades humanas espirituales. De esta manera, puede hacerse una afirmación parecida en lo que se refiere al Islam contemporáneo, pues en él la presencia de la Religión es constante y, así, marca la vida del musulmán de modo que Dios está cotidianamente presente en su vida.
Y estos fenómenos tienen también un gradiente positivo. En efecto entendemos que ello está de acuerdo con un nivel determinado de las necesidades humanas y que por ello una mayor presencia de la religión haría desaparecer la represión religiosa y, liberando las tensiones de nuestro inconsciente religioso, podríamos mejorar no sólo nuestra salud espiritual sino la salud general, eliminando los efectos patógenos de la ausencia de una vida religiosa adecuada para nuestro ser. Una mente sana facilita un cuerpo sano.
Por tanto, desde estas perspectivas cabe hablar de un sistema de salud tradicional que, con todas sus limitaciones, comprendía como una parte suya la salud espiritual, que tanto favorece al cuerpo y que era proporcionada por mediaciones religiosas tradicionales (la misa dominical, la confesión, la cura de almas en general) en el Occidente católico. Por su parte la confesión ortodoxa y la protestante tenían sus propios métodos que, en esencia, no diferían en mucha medida de los católicos.
Pero en nuestros días puede decirse que en una gran Europa estas formas terapéuticas tradicionales y de tanto valor están siendo olvidadas.
Este extremo se da hasta tal punto que puede hablarse de que se está operando una auténtica represión de lo religioso. Ello, como se sabe tiene unos efectos negativos para la salud, porque no ocurre solamente que las almas necesitan una cura y una salud que solamente puede proporcionar la religión y la filosofía que se le adecua, sino también porque el mismo sistema corporal sale perjudicado en la medida que hemos indicado, pues la represión religiosa no permite la optimización fisiológica y corporal.
En este sentido, como hemos expresado en “Ortología antropológica” debe hablarse de un dinamismo inmanente que tiene su raíz en la conciencia y que lleva en su mismo desarrollo a la experiencia religiosa. Así, en la medida en que este dinamismo está impedido, bloqueado por la concepción del mundo que ofrece el ateísmo y el agnosticismo, que se expresa masivamente en los medios de comunicación, puede decirse que la lucha por la salud ha de venir acompañada por una crítica de estas cosmovisiones y su difusión, así como de su centro filosófico.
Con todo, no se entienda que sencillamente propugnamos una vuelta al pasado sino solamente una síntesis en la que éste quede incorporado al presente en sus aspectos positivos y por ello rescatado de su postergación, y ello en tanto que paradigma científico adecuado en aspectos esenciales.
Por otro lado, puede afirmarse que desde la medicina de los últimos siglos, que se ha hecho tradicional, se entiende al cuerpo como una entidad autónoma con sus propias legalidades, o también la individuo como una realidad psicosomática, en la que se relacionan las legalidades psicológicas y corporales. Se olvida con ello la dimensión específica del espíritu en que contienen unas legalidades que son irreductibles a la psique, pero que condicionan todos los aspectos de la persona. Así, se piensa que las representaciones espirituales son indiferentes para la salud de la persona, al tiempo que se las considera exclusivamente dentro de la dimensión psíquica. Son, por tanto, algo subjetivo e indiferente, y el hecho de que ellas sean de una y otra manera, es decir, para nosotros, adecuadas o inadecuadas, no tiene efectos reales.
Pero, por el contrario, como venimos expresando desde la Ortología antropológica, no creemos que estas posiciones teóricas sean adecuadas. En efecto, se perfila una adecuación de determinadas actitudes espirituales al ser humano, las cuales desde un centro religioso y filosófico son capaces de irradiar a todos los campos de la realidad humana individual optimizándola. Esto además se manifiesta en los distintos campos que estudian las ciencias antropológicas y las humanidades.
Expresándonos históricamente parece, de nuevo, necesario, tras haber hecho el recorrido del establecimiento científico de los fenómenos fisiológicos y corporales, recuperar también las intuiciones religiosas de la Antigüedad en la medida en que las prácticas religiosas ostentaban un papel importante en los procesos de sanación. No desde luego de la misma manera, pero ello no obsta para que se caiga en el extremo de considerar las prácticas antiguas como puramente supersticiosas.
En efecto, puede afirmarse que el pensamiento religioso desde la Antigüedad creyó en la eficacia reparadora de la religión. En este sentido, el mismo es esencialmente correcto en cuanto a tal poder entendido en términos generales, pues el cuerpo no posee una legalidad independiente de los otros factores. Aún más, quizá pueda afirmarse que a impulsos de una fe religiosa mucho mayor, la efectividad terapéutica estuviera acrecentada en muchos casos.
Todo ello corrobora las concepciones médicas actuales, que en el caso de la medicina psicosomática se hacen más claros, que aseveran que un cuerpo desconectado de la psicología no puede ser comprendido cabalmente. Aún añadimos más: un cuerpo desconectado de la vida espiritual no está en plenitud.
El argumento médico a favor de la Religión
En otro lugar hemos ensayado lo que hemos llamado argumento médico a favor de la existencia de Dios. Nos parece que en esta ocasión puede ensayarse una argumentación parecida a favor de la Religión. Ello se basa en el hecho de que el hombre parece estar diseñado para alcanzar su optimización cuando tiene una actitud religiosa.
En este sentido, puede decirse que si pensamos que la razón en su mismo ejercicio no puede sino pensar que lo real es racional, se hace necesario pensar que Dios existe, pues sería absurdo que estuviésemos diseñados para creer en Dios y que Él no existiera, que este diseño no respondiera a un objeto real. Por ello, parece necesario concluir que Dios existe. De otra manera: lo real sería irracional, lo cual no puede ser asumido por la razón. De ahí que el argumento de Freud, que conceptúa la religión como ilusión, no sea válido, pues la existencia de Dios no es indiferente para hombre ni la creencia en Él lo hace peor. Al contrario, la religión optimiza el ser humano.
Por otra parte, creemos que es fácil levantar argumentos a favor de la religión desde una psicología con repercusiones fisiológicas. Efectivamente, se reconoce que ser feliz es algo saludable, tanto en el plano psicológico como físico. Pero la felicidad tiene como su fundamento más sólido la vida religiosa, porque, de otra manera, no existe consecuentemente este estado de ánimo. Se quiere con esto decir que solamente se puede intentar ser feliz cuando se ha sido capaz de superar la presencia del mal y de la muerte, es decir, si nos elevamos a la comprensión de que el mundo natural encuentra su ampliación en uno sobrenatural, que garantiza que la presencia del mal no es la última instancia, sino que por encima de ello existe una perfección absoluta. Ello significa, que estamos llamados a una vida futura de felicidad plena.
Vamos a presentar varios ejemplos de esta argumentación. Para ello, en primer lugar, se puede presentar como un estado saludable la alegría. Pero, si consideramos el fundamento de ella, podemos ver que no existen motivos consecuentes para estar alegres si no se defiende la existencia de una perfección de nuestro mundo natural. Así es, porque fácilmente se comprende que si la muerte es la última palabra no existen motivos objetivos para la alegría. También ello porque en la misma vida de la naturaleza deseamos la mayor perduración de la vida, esto es la vida eterna. Por ello, el fundamento de la alegría no puede estar sino en la Religión, por lo cual puede decirse que ésta favorece los estados saludables puesto que fundamenta y permite la liberación de la alegría.
En segundo lugar, nos podemos referir a la ilusión. Así, es de todos sabido, que tener ilusiones es también algo que favorece la salud. Pero ¿cómo tenerlas si todo lo nuestro es enterrado definitivamente por la muerte? ¿No es entonces un absurdo la ilusión por la vida? En este caso solamente desde la virtud teologal de la esperanza, que nos permite mantener la ilusión más allá de la muerte, en la vida eterna se puede encontrar fundamento y con ello posibilitar la ilusión verdadera y la más fuerte.
En tercer lugar, trataremos de la tranquilidad de ánimo. Aquí también podemos ver que la misma tampoco puede tener fundamento si, al final, todo se desmorona con la victoria del mal. De esta manera, también aquí la creencia en una perfección final de lo real que nos redime de los males es verdaderamente fundante de la tranquilidad de ánimo y posibilitante de la misma. Y así sucesivamente, porque es palmario que la argumentación podría prolongarse en otros muchos ejemplos.
Por todo ello, puede decirse que la verdad de la corriente central del pensamiento religioso es condición de la racionalidad de las argumentaciones sobre la felicidad, pues de otro modo, como estamos viendo, este estado de ánimo que todos perseguimos carecería de fundamento y quedaría, como ya lo está por influencia del ateísmo, grandemente debilitada. En este sentido, la aportación de la religión a la disminución del sufrimiento no es desdeñable en la medida en que también fortalece y da sentido, incluso al sufrimiento.
Por ello, en este aspecto de la salud también hay que concluir que la falta de religión y la irreverencia con ella tienen, efectos muy negativos sobre la psicología humana y, por ello, sobre la salud psíquica y física, debido también al hecho de que obnubila la percepción del Amor con que Dios nos sostiene, y de todos es sabido que el cariño es para nosotros una fuente de salud y de bienestar, en cuanto que favorece nuestras mejores posibilidades anímicas y corporales.

·- ·-· -······-·
José Pablo Noriega de Lomas

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