Por Manuel de León
“Atenas y Jerusalén” es un texto de los
más importantes del siglo XX del filósofo Lev Schestov. Atenas es la búsqueda
de la verdad eterna e increada, rationes aeternae, lo eterno; Jerusalén es la
verdad de Dios como creador de cuanto existe. Atenas busca vanamente verdades
eternas, razones absolutas, mientras Jerusalén proporciona un hallazgo
definitivo y absoluto porque es obra divina, de Dios, el inefable Dios.
Lev Schestov[1]
sostiene que la escolástica recibió mucha sabiduría de mano de los griegos sin
contrastarla con la Biblia. Al contrario la Biblia sería armonizada con la
sabiduría griega, sin tomarse la molestia de ver lo que la Escritura decía e
interpretando y callando lo que no podía armonizarse. Uno de los ejemplos que
pone Shestov se refiere a la armonización del amor o doctrina del amor bíblico.
Los filósofos de la Edad Media y escolásticos conociendo por el apóstol Pablo
que lo principal y esencial para el hombre no reside en la razón ni en el
conocimiento que hace presuntuoso al hombre y que todos los dones de la razón
no son nada sin amor, se vieron obligados a proceder a una purificación y
catarsis del amor en la Biblia. El amor lo transformarán en lo que Spinoza
llamó amor Dei intelectualis.
Santo Tomás, es cierto -dice Shestov-, se refiere al texto del salmo
4:6: "Hay muchos que dicen: ¿Quién nos mostrará el bien? Señor, levanta la
luz de tu rostro sobre nosotros". También cita el conocido texto de San
Pablo, Romanos 1: 20. “las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno
poder y su naturaleza divina”. Sin embargo, estas citas que aclaran el objetivo
de los filósofos medievales no pasan de ser una búsqueda de los “principios
metafísicos” en la Biblia para no ofender el antiguo ideal.
“¡Qué pequeñas son las palabras bíblicas
-dirá Schestov- que "elevan la luz de tu rostro sobre nosotros" se
asemejan a esos rationes aeternae (verdades eternas) por las cuales la
filosofía medieval, hipnotizada por la sabiduría griega, las había
intercambiado! Aquí nuevamente nos vemos obligados a recordar el árbol del
conocimiento y el árbol de la vida. El árbol del conocimiento portaba las
verdades eternas y el "bien y el mal por los cuales somos dignos de alabanza
y culpables", es decir, dignos de la alabanza y la culpa de quien, con su
"serás como Dios", redujo el alma humana a esclavitud. ¿Se puede
imaginar algo que se parezca menos al Dios viviente del pensamiento bíblico que
las verdades eternas, incapaces de cambiar cualquier cosa que traigan al
hombre, congeladas y petrificadas? Es cierto que los filósofos escolásticos
podían citar, y no fallaron en hacerlo: "Yo soy el Señor y no
cambio". Pero es aquí donde se justifica el comentario de Gilson: nuestros
conceptos se deshacen cuando intentamos introducir en ellos el contenido de la
Biblia. La inmutabilidad de Dios no tiene nada en común con la inmutabilidad de
las verdades eternas. Los últimos no cambian porque no tienen el poder de
cambiar; Dios no cambia porque, no desea cambiar y no juzga bien hacerlo”.
La honda huella que deja en los
lectores Schestov, de familia judía, máximo exponente del existencialismo ruso
y gran conocedor de la Biblia, es por sus clarividentes explicaciones del
conocimiento y su modo de entender la Escritura y la escolástica. Sobre todo,
considera que hemos bebido y estamos tan estrictamente vinculados a los
principios griegos (Atenas) que cuando intentamos oponernos “la verdad de la
Biblia nos parece no solo delirante sino también sacrílega” (Jerusalén).
Quienes se opusieron con la Biblia en la mano, pronto volverían sus ojos a los
griegos. Quien se opuso a Pelagio y sus amigos porque creía en la libertad de
elegir entre el bien y el mal, pronto aceptaría que la salvación del hombre dependía
de sus méritos y obras. “San Agustín con los fragmentos de los Salmos y otros
libros de la Biblia que interpola con tanta alegría en ellos, uno no puede
dejar de notar algo artificial a pesar de todo el ingenio del autor. “No es un
vuelo libre, sino una lucha contra la ley de la gravedad, demasiado humana”
Creemos que la escolástica como
corriente teológica y filosófica medieval utilizó parte de la filosofía
grecolatina antigua para comprender la revelación bíblica. Los místicos usarían
muchos conceptos ajenos a la Biblia como si Dios y el hombre fuesen objetos de
experimentación. Unos y otros buscaban reflexionar sobre su fe y en especial
sobre la doctrina de la gracia. Cuando se dice que “la gracia no suprime la
naturaleza”, no deja de ser otro truco de la razón para preservar su autoridad
y puede parecer que el no suprimir la naturaleza es un tributo amoroso del
Creador. Schestov pone de ejemplo a Tomás de Aquino sobre una cuestión sin
importancia. Esto es, cómo la razón explica la naturaleza de los leones,
halcones y otros animales antes del pecado que ahora matan y comen y se
pregunta si antes, en el Paraíso, estaban domesticados.
Contesta Aquino “que esto es irrazonable. La
naturaleza de los animales no se modificó a través del pecado del hombre, por
tanto es irrazonable suponer que los carnívoros se alimentaran de hierba antes
de la caída. El problema es que en la Biblia, en Isaías 65:25 Dios no pregunta
cómo debe ser con arreglo a la naturaleza de las cosas sino que afirma que “el
lobo y el cordero se alimentarán juntos, y el león comerá paja como el buey, y
el polvo será el alimento de la serpiente. No dañarán ni destruirán en toda mi
montaña sagrada”. Isaías no deseaba saber la naturaleza, ni aspiraba a
transformar la verdad revelada en principios metafísicos evidentes e
inmutables. La razón humana busca la inmutabilidad, lo inquebrantable, las
cosas que constituyen la esencia del conocimiento. Sin embargo, para Isaías lo
que la razón busca con avidez no tiene ningún atractivo, sino que le
aterroriza, pues el saber que “dos más dos son cuatro” es un paso hacia la
muerte. El conocimiento, los caminos que al hombre
parecen derechos, tienen un final de muerte. Cada línea de la Biblia está
enfocada a explicar el problema del ser humano frente a Dios que está más allá
de la razón.
Puede resultar evidente que en “un
universo donde el mal es un hecho dado, su realidad no pueda ser negada”. Sin
embargo, el “hecho dado” no puede limitar la omnipotencia divina. Lo que
nosotros razonamos como mal, para Dios puede ser bien u otra cosa. “El justo
vivirá por la fe” y las evidencias de la razón, el conocimiento y las verdades
eternas del intelecto, no tienen nada que ver con la fe. Ciertamente no se le da a la fe la facultad de
vencer las verdades de la razón, pues a las verdades de la razón precisamente
ningún poder en el mundo puede vencerlas. Sin embargo, “casi todos los
principios psicológicos, -dirá C.G.Jung - todas las verdades relacionadas con
la psique, deben, si se quiere que sean absolutamente verdaderas, ser
inmediatamente revertidas. Las únicas declaraciones que tienen validez
psicológica con respecto a la imagen de Dios son las paradojas o las
antinomias” (CW12, par 11 n6). Una religión se empobrece interiormente cuando
pierde o diluye sus paradojas; pero su multiplicación enriquece porque sólo la
paradoja se acerca a comprender la plenitud de la vida. La no ambigüedad y la
no contradicción son unilaterales y, por tanto, inadecuadas para expresar lo
incomprensible”.
Otro de los pensadores de la mística es también ruso, Vladimir Nicolayevich Lossky[2],
investigador de la tradición teológica patrística y que profundizó sus estudios
sobre el pensamiento de la Edad Media bajo la dirección de Etienne Gilson, con
cuya dirección estudiaría la mística del Maestro Eckhart. Su primera
publicación en ruso sería “Teología negativa en las enseñanzas de Dionisio
Areopagita”. El estudio de la obra de Eckhart le había llevado a la relevancia
de la idea de incomprensibilidad de Dios e investigar las raíces de la teología
apofática (negativa) en los escritos de los teólogos alejandrinos, sacerdotes
capadocios y, especialmente, Pseudo Dionysus. La mayoría de la crítica de
Lossky[3]
va dirigida contra la escuela del cristianismo occidental medieval, las
especulaciones racionales que exceden la teología académica y la espiritualidad
demás de una retórica virulenta contra una eclesiología predominantemente
legalista e institucional. Se refería a las energías gastadas en el tema del
“filioque” donde las divergencias entre griegos y latinos concluyó en la doble
procedencia del Espíritu Santo, que resultaba del Padre y del Hijo. Su
resolución teológica habría durado diez siglos y provocando el cisma de Oriente
o Gran Cisma.
Una de las investigaciones de Lossky
estaba relacionada con la teología del Maestro Eckhart, la oscuridad y la luz
en el conocimiento de Dios, teología de la imagen, de la persona y de la
creación. En “Visión de Dios” (Vision de Dieu) desarrolla este
pensamiento. Dice Waldo Ross:[4]
“Todo el pensamiento teológico de Vladimir Lossky está centrado sobre el
misterio de la luz de Dios, sobre aquella magna incógnita con la cual está
perpetuamente comprometido el ser humano, incógnita desde donde emerge toda la
creación y hacia donde vuelve constantemente esa misma creación”. Lossky
explica la mística de Dionisio el Areopagita afirmando que la visión de Dios
solo es posible por la vía negativa: “Dionisio distingue dos vías teológicas
posibles: una procede por afirmaciones (teología catafática o positiva); la otra
procede por negaciones (teología apofática o negativa). La primera nos conduce
a un cierto conocimiento de Dios, pero es una vía imperfecta. La segunda nos
conduce a una total ignorancia: es la vía perfecta, la única que conviene
respecto a Dios, incognoscible por naturaleza. En efecto, todos los
conocimientos tienen por objeto lo que es. Ahora bien, Dios está más allá de
todo lo que existe. Para aproximarse a Él es preciso negar todo lo que le es
inferior, es decir, todo lo que es. Si al ver a Dios se conoce lo que se ha
visto, esto es señal de que no se ha visto a Dios mismo, sino cualquier cosa
inteligible, cualquier cosa inferior a Él”. También en Lossky hay un
sentimiento demasiado optimista del ser humano como justificación de la
creación a través del hombre: “El primer hombre estaba llamado, según San
Máximo, a reunir en sí la totalidad del ser creado: debía al mismo tiempo
alcanzar la unión perfecta con Dios y conferir así el estado deificado a toda
la creación.” Yo sigo sin entender esta
divinización o deificación del hombre para “entregar a Dios el mundo entero”.
El pensador ruso Berdiaev fue un
verdadero genio de la filosofía religiosa contemporánea, como Eckhart lo fue de
la filosofía mística de la Edad Media. Para entender al metafísico oculto
detrás del profeta vigoroso[5]
es preciso pensar en él como en un alma rebelde impulsada por la sed de
absoluto. "Yo afirmo la primacía del espíritu no sólo sobre la naturaleza
sino también sobre la sociedad y la civilización", escribió. En su búsqueda
por desentrañar lo que llamó “la libertad increada” o la libertad originaria
del espíritu humano, anterior al Ser, es lo que caracteriza la personalidad de
este filósofo. La inquietud metafísica y la preocupación existencial estarán al
servicio de la libertad por lo que el psicólogo y filósofo Henri Vallon lo
llamó “el Apóstol de la libertad”. Así mismo dirá Javier de Haro Requena[6]
“Los dos términos que continuamente aparecen en la obra de Berdiaev, a la hora
de caracterizar al hombre y su espíritu, son microcosmos y microtheos: el
hombre es un microcosmos en cuanto que todas las cosas son dadas para
que despierten su autoconciencia y conozca. Con ello, responde al problema
filosófico de la objetivación, raíz cognoscitiva de la ideología. El
conocimiento no es una repetición o espejo del objeto conocido sino un acto
creativo de la libertad que se deja afectar por las cosas y las transforma en
razón de un ideal. Lo que responde a la ideología es un juicio crítico a partir
de la propia experiencia”.
Por otra parte está, como otra de las
dimensiones del espíritu en el hombre, el ser microtheos. Intentaré
explicar esta palabra “pequeño dios” dentro del hombre, que siempre chirría
agudamente y distorsiona mi interior inusitadamente como ocurre a los
reverentes y escrupulosos judíos que no se atreven a pronunciar el nombre de
Dios. Según Javier de Haro lo que le mueve a Berdiaev a elaborar esta
metafísica de la libertad es porque el hombre “está hecho de tal forma que es
irreductible a cualquier poder, renace de sus cenizas, es capaz de cuestionar
los fundamentos de cualquier estado totalitario o ideología. Hay “algo” dentro
del hombre que le permite “vivir en la verdad y no en la mentira”, dirá Havel
en El poder de los sin poder (1979), un misterio que lo llama a ser él
mismo y a reconocerse igual y semejante a cualquier hombre”. Hay hombres humildes e intuitivos,
“buscadores populares de Dios” como su amigo Akimuschka: “Era un sencillo
campesino, un jornalero. Era muy corto de vista y parecía como si hubiera de tropezar
y caerse. Era analfabeto (…). Al tratar a Akimuschka me di cuenta de que
contrariamente a lo que corrientemente se cree, no existe ningún abismo entre
el pueblo y la clase intelectual. Akimuschka me
decía que se sentía lejos del labrador absorbido por las cuestiones materiales,
y que, en cambio, se sentía afín a mí, porque conmigo podía conversar de
cuestiones espirituales que le interesaban. Existe la unidad en el reino del
espíritu”.
No puedo negar que en la Biblia existe
ese sentido místico entendido siempre como iluminación o visión de Dios. Sin
embargo, la experiencia de cada personaje bíblico es diferente, su vida esconde
matices reveladores más trascendentes. Dios ofrece un rostro diferente a cada
hombre e insinúa caminos desemejantes o mejores a los que el hombre piensa o
intuye. Son relatos y experiencias que no se pueden explicar racionalmente,
pero donde entendemos la relación y proximidad de Dios con el ser humano que
generalmente le sobrecoge hasta el “temor y temblor”. Así lo vemos en Abraham,
donde Dios le ha ofrecido una descendencia mayor que las arenas del mar, pero
le manda sacrificar a su único hijo Isaac, su descendencia. La Biblia dice que
Abraham tuvo fe y recibió de nuevo a su hijo. Se pregunta Kierkegaard en medio
de la angustia personal ¿cómo puedo estar seguro de que Dios me exige ese
sacrificio? El diálogo con Dios es un monólogo del existencialista danés que se
pegunta “¿me puedo equivocar y creer que Dios me dice lo que no me dice?”. Ahí
radica la angustia, la incomodidad y el riesgo que trae consigo el estadio
religioso. Sin embargo la fe, te hace descansar cuando saltas a los brazos de
Dios y quedas a solas con Dios. “Si un árabe, en el desierto, descubriese de
pronto un manantial dentro de su tienda, que le surtiese de agua en abundancia,
se consideraría muy afortunado; y lo mismo le ocurre a un hombre cuyo ser
físico está siempre vuelto hacia lo exterior, pensando que la felicidad mora
fuera de él, cuando finalmente entra en sí mismo y descubre que la fuente nace
dentro de él; no hace falta decir que ese manantial es su relación con Dios”.[7]
Muchos de los personajes bíblicos
tienen experiencias donde Dios irrumpe en sus vidas de una manera especial,
iluminativa y liberadora. Es una experiencia de una fuerza irresistible y
seductora que hace salir a Abraham de Ur de los caldeos para emprender caminos
inciertos para llegar a lugares indeterminados. Muchos de estos relatos
implican al lector pero no para tener una experiencia religiosa, sino “ver el
rostro de Dios” desde el corazón y percatarse de la necesidad de un cambio
radical. Jacob, nieto de Abrahán, continúa la experiencia de su abuelo (Génesis
28:10-19). Un trasiego constante huyendo de su hermano Esaú, Jacob tiene una
visión de una escalera que une la tierra con los cielos inaccesibles, donde
adquiere conciencia del pacto de fe en Dios de sus antepasados y erige una
estela para memoria. Moisés tiene también una experiencia sobrecogedora con la
zarza ardiendo que no se consumía. Tiene un cambio radical que se traduce en la
liberación y esperanza de un pueblo. Otros personajes bíblicos muestran sus
experiencias de Dios en medio de sueños, visiones y éxtasis. A Daniel le fueron
revelados misterios en visión nocturna Daniel 2:19-21 9 “Entonces el secreto
fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios
del cielo.20 Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en
siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. 21 El muda los tiempos y las
edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a
los entendidos”. Isaías dice: “Esto me hizo ver el Señor Jehová” (Am 7,1).
Ezequiel siente el enorme poder del Espíritu en sus visiones: “Yo miré: un
viento huracanado venía del norte; y vi una gran nube con fuego fulgurante y
resplandeciente a su alrededor, y, en su interior, como el destello de un
relámpago en medio del fuego” (Ez 1,4).
Otras veces lo que acontece es un
encuentro con lo divino que trastoca tu existencia como en el caso de Job quien
siempre había sido fiel y justo. Sin embargo, en el hombre siempre hay una
justicia propia, una profunda raíz moral, que tiene que salir a la superficie
para ser juzgada. “Quizá habrán pecado mis hijos” (Job 1:5). No contempla la
posibilidad de pecados propios, ni la necesidad de ofrecer holocaustos por sí
mismo. No es consciente de su propio estado, de sus tendencias e incapacidades
para rendirse quebrantado ante Dios. Aunque tiene la percepción de ser “hombre
perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”, no tiene clara la
verdadera santidad de Dios. Y Dios se le aparece en el centro de la tormenta
como la Gloria y lo Excelso se mostró en la nube a Israel por el desierto. El
torbellino de la tempestad es el signo de la distancia, de la trascendencia de
Dios y la voz es el signo de la intimidad, de la cercanía de Dios. Desde la
tormenta Dios se pasea por la Creación mostrando sus obras a Job, los misterios
que encierran, la infinita sabiduría que apenas el hombre puede vislumbrar.
En el caso de Ezequiel el encuentro con
la divino también se expresa de una forma dolorosa: “Se me partió el corazón
por dentro, se estremecieron todos mis huesos, me quedé como un borracho, como
aquel a quien le domina el vino, por causa de Jehová” (Jeremías 23,9-)
También de admiración: “Yo miré: un viento huracanado
venía del norte; y vi una gran nube con fuego fulgurante y resplandeciente a su
alrededor, y, en su interior, como el destello de un relámpago en medio del
fuego” (Ezequiel 1,4). La interpretación de los sueños de José al faraón,
de Daniel a Nabucodonosor están en la Biblia muy bien descritos, pero sin duda
lo más hermoso es cuando a Salomón Dios le habló en sus sueños. (1 Reyes 3:4-5)
El rey fue a Gabaón a sacrificar allí, porque ese era el lugar alto
principal. Salomón ofreció mil holocaustos sobre ese altar. 5Y en Gabaón el
SEÑOR se apareció a Salomón de noche en sueños, y Dios le dijo: Pide lo que
quieras que yo te dé.
Hay
experiencias -dirá Ediht González[8]- de fuertes luchas con ángeles como en Oseas 12:5, experiencias de encuentro amistoso: “Yahveh
hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo” (Ex 33,11); experiencias
que dan nombres para referirse a ‘aquel’ con quien se ha tenido el encuentro:
Elohim fuerza-capacidad-poder,
justicia (Ex 12,12), el Santo (Is 5,16), el Viviente (Jr 10,10), el Dios de las
alturas (Mi 6,6), el Dios de alabanza (Sal 109,1), el Dios de fortaleza (Sal
43,2), el Creador: (Qo 12,1), el Rey (Is 6,5), el Mesías, el Príncipe (Dn
9,25); la Palabra que crea: “Dijo Dios: haya luz y hubo luz” (Gn 1,3); la
Palabra que ordena: “Vete de tu tierra y de tu patria y de la casa de tu padre,
a la tierra que yo te mostraré” (Gn 21,1); la Palabra que se revela: “Dijo Dios
a Moisés: ‘Yo soy el que soy’, y añadió: ‘Esto dirás a los israelitas: Yo soy
me ha enviado a vosotros”(Ex 3,14), y muchos otros nombres que abundan en el
Antiguo Testamento, en los que directa o indirectamente se narra la presencia
de Dios”. En el Nuevo Testamento sus personajes tienen también vivencias únicas
y diferentes que trataremos aparte.
[1]
Atenas y Jerusalén. Lev Schestov
[2] El
misticismo renano en el pensamiento de Wladimir Lossky. Edrisi Fernandes.
[3]
“Perteneciente a la generación de la emigración, Lossky representa junto a
Berdiaeff, Chestov, Boulgakof, Ouspensky y otros, la más alta expresión de la
mística existencial rusa en este siglo” -dice Waldo Ross-.
[4] Nota
sobre la teología mística de Vladimir Lossky. Waldo Ross. (Profesor de la
Universidad de Glasgow)
[5] El
misticismo de Berdaiev. Pedro Ancarola; Berdiaev y el misticismo. Mario R.
Cancel.
[6]
Totalitarismo y experiencia de libertad. La ética política en Nikolai Berdiaev.
Javier de Haro Requena
[7]
Temor y temblor. S. Kierkegaard. Traducción, estudio preliminar y notas:
Vicente Simón Merchán
[8] La
experiencia mística en la Sagrada Escritura. Edith González Bernal
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