UNA CHISPA DE DIOS
En el año 1755 un horrible
terremoto destruyó la ciudad de Lisboa donde perdieron la vida 30.000 personas. Ante catástrofes como
terremotos, pestes, pandemias, uno se
siente obligado a pararse a pensar en el sentido de la vida y del sufrimiento y
se le ofrecen pensamientos, lecturas, enseñanzas que le abren a la luz de la razón y de la fe.
En su tiempo Leibniz, muerto en
1716, distinguía tres tipos de mal, -metafísico, físico y moral- , centraba su
atención en el origen del bien y sostenía la teoría de la armonía del universo preestablecida por Dios en
el mejor de los mundos posibles. Ante este terremoto Voltaire, ateo,
defendía que la razón no podía conciliar la existencia del mal y el sufrimiento
de inocentes con la existencia de un Dios de bondad, creador de este mundo. Este
mundo no era el mejor de los posibles.
2.
Hay muchas ilustraciones, pero la
francesa se apropió del nombre; comenzó en el siglo XVII y no se interrumpió
hasta hoy. Hay dos ilustraciones fundamentales: una Ilustración sin Dios, cuyo
representante puede ser Voltaire, y una Ilustración con Dios,
3.Siguiendo las reflexiones del
filósofo Voltaire y los ideales de
4.La ilustración cristiana se vio
obligada a reflexionar sobre la justificación de la fe y dar respuesta a
La fe es un don, una gracia de
Dios. También se concibe como una luz sobrenatural; la fe proporciona una visión de
Dios, distinta del concepto de Dios de los filósofos. En la educación de la fe
los maestros tienen una acción mediadora; San Agustín lo explica con sencillez
en pocas palabras: “Verba admonent, intus docet veritas”. “Las palabras nos
motivan, nos alertan, nos estimulan, pero dentro enseña la verdad”. La verdad es el verdadero
maestro, la luz divina de la fe; Dios nos ilumina, nos manifiesta la verdad
contenida en las palabras. El cristiano escucha la palabra, entiende el contenido
de la palabra de Dios y aporta su interpretación; si no las entiende, nadie lo
puede hacer por él; el alumno en su
interior reconoce la verdad de las palabras del maestro, convirtiéndose en
discípulo.
La fe cristiana no es fruto de la
irracionalidad, sino de la razón; es una “fides quaerens intelectum”. “una fe
que busca sin cesar una justificación racional”. El ser humano es más que la
materia; para conocerlo hay que dirigir la mirada a su interior con una luz que nos obliga a preguntarnos por el sentido
de la vida; del más acá nace el camino para llegar al horizonte donde nos
espera: un Padre que nos dio la vida. Necesitamos la fe para reconocer nuestra
condición filial, somos hijos, somos amados, sabemos quiénes somos.
5. Séneca escribe “…prope a te
est deus, tecum est, intus est…Quis deus incertum est, habitat deus… Lucili, sacer
intra nos spiritus est”. “Cerca de ti
está un dios, está contigo, está dentro de ti. Qué dios sea, eso es incierto,
un dios habita en nosotros…. Lucilio, un espíritu sagrado habita en nosotros”.
Séneca no conoce la identidad del dios que habita en nosotros; no conocía
En mí está el hombre interior, el yo, la
persona, el alma, “imago Dei”, imagen de
Dios, “scintilla Dei”, una chispa de Dios. El descubrimiento de la persona, el
hombre interior, con el don de la vida y de la libertad, es el triunfo del
ideal cristiano. A. Machado lo dice con bellas palabras: “Converso con el
hombre que siempre va conmigo”… “quien habla solo, espera hablar con Dios un
día”… “y una fe que nace cuando se busca
a Dios y no se alcanza”, pues el hombre recibió el don de la libertad y puede rechazarlo.
6. La fe se nutre en la familia
con una educación cristiana en la que se
trasmiten unos valores a través del cuidado amoroso de la madre especialmente,
pues la educación no consiste en hablar
de valores, sino en vivirlos. San agustín afirma: in nostris manibus
codices, in nostris oculis facta. “En nuestras manos están los libros, la
teoría, ante nuestros ojos los hechos, el ejemplo, la coherencia de vida”. La
familia es una “Iglesia doméstica” que proporciona al niño una orientación
decisiva. Si a un niño no se le enseña a rezar se le cercena la dimensión
celestial, se le priva de identidad espiritual cristiana, patria espiritual de
los hombres de la civilización occidental. Esta patria espiritual da sentido a
la vida del hombre para el arraigo, donde echar raíces para crecer, pues el
progreso humano (passus significa paso y escalón) no es horizontal; el hombre
puede “graduarse” y degradarse, descender a un nivel inferior a los animales. Cicerón
trata de dar una patria a todos los pueblos del orbe, unidos por la
“humanitas”, la cultura grecolatina, por medio del estudio de las
“humanidades”, las artes liberales, propias del hombre libre y que hacen libre
al hombre; el humanismo. La fe cristiana asume el humanismo romano y le añade
un territorio espiritual con la identidad espiritual cristiana con la que el
hombre culmina y celebra su verdadera naturaleza.
La fe necesita una instrucción,
pues tiene una doctrina moral y unos principios que exigen una instrucción
racional que no se puede dar en la familia; necesita la catequesis y la enseñanza pública, pues todos necesitan
encontrar sentido a sus vidas y poder comunicarlo razonablemente a los demás;
saber quién soy lleva a la necesidad de la educación religiosa. Los niños
pequeños dicen “a mí nadie me quiere, nadie me hace caso”. Necesitan que
alguien les diga: eres hijo, eres amado, Dios vela por ti.
La fe purifica de imperfecciones
la moral y la razón purifica la fe de excesos e infidelidades de los creyentes
a lo largo de la historia.
La fe orienta el pensamiento filosófico,
aportando “fragmentos de revelación” que, una vez descubiertos en la vida
cristiana, la razón puede justificar. Los conceptos de dignidad, persona, igualdad, libertad, fraternidad, tienen
un contenido cristiano, pero separados del fundamento cristiano, aunque la
razón humana pueda justificarlos, languidecen y acaban perdiendo vigencia sin
que muchos los echen de menos.
La fe culmina con un encuentro de
la persona del creyente con la persona de Cristo, en una adhesión amorosa y
confiada a Jesús de Nazaret, el rostro humano de Dios, diciendo como el apóstol
Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!
A la virtud de la fe están unidas las virtudes
de la esperanza que mira al más allá, a la vida eterna junto a Dios y la caridad,
que atiende al prójimo, el que necesita mi ayuda y al que yo puedo prestar la
ayuda que necesita, hermano por adopción, la realidad concreta. La solidaridad
es una virtud cívica, política, pero no es caridad sin esperar nada a cambio.
La virtud de la solidaridad nos hace honrados ciudadanos, pero no cristianos.
El fundamento de la solidaridad fue formulado por Terencio 275 años a. C:”Homo
sum, humani nihil a me alienum puto”. “Soy hombre, nada de lo que es humano lo
considero ajeno a mí”. El cristiano da un paso más, se hace samaritano, el amor
fraterno, al que necesita mi ayuda y
puedo ayudarle, al que puedo invitarle a compartir la fe o ser testigo de la
luz de la fe. Las entidades políticas buscan acercarse a la justicia
organizando la convivencia con distintas formas de solidaridad, por lo que cada
uno puede elegir una opción política con tal de que esa opción respete los
derechos inalienables de la persona, el don de la vida, hijo predilecto (amado
antes) de Dios que conoce su rostro desde su concepción. Un grupo de 150
militantes de un partido político firmó como cristiano un manifiesto en apoyo
de su partido que promueve y aplaude las
leyes del aborto y de la eutanasia. ¿Cristianos?
Solidarios, sí. Admiten una doble vida. La
sociedad tiene autonomía en leyes sociales, económicas, etc, con un límite: ser
acordes con las normas morales. La aprobación indiscriminada de las opciones
políticas presupone la aprobación del principio: Lo que es legal es moral. El
derecho puede ser justo o injusto y ambos son derecho. Si ningún partido cumple
las condiciones mínimas, siempre se puede votar en blanco. La conciencia moral
no está vinculada a la ley, sino a la verdad. La verdad es la necesidad más
sagrada del ser humano, de la persona, del alma.
7. La fe se trasmitió dejando un
legado cultural de ritos y liturgia
cristiana que vivifican la convivencia y la vinculación a los demás para
compartir la alegría de la fe.
En el pesebre de Navidad podemos
contemplar al Niño Jesús, el Hijo de Dios Encarnado, el Logos, el Verbo,
En
En Semana Santa podemos
contemplar a Jesús, el Hijo de Dios, en su Pasión y muerte en la cruz;
acompañarlo y agradecer el amor de Dios al hombre. Dios no calla ante el mal ni
lo permite; Dios padece el mal; asume la naturaleza humana,
se hace hombre y muere en
La renovación doctrinal y moral
de
8.
G. Peces-Barba, ilustre
catedrático de
En primer lugar, prescinde de
Dios y distingue una ética pública, vinculada a
En segundo lugar, no define
qué es la “dignidad de la persona humana”, por qué la persona humana tiene dignidad, la
“dignitas hominis”, palabra usada por Cicerón hace más veinte siglos y, aunque hoy sea “indiscutible e indiscutida”
no lo es por el resultado de un conocimiento científico-tecnológico, sino de la
fe en la inalienable dignidad del hombre. En tercer lugar, en el “Considerando
quinto del Preámbulo de
Y una Ilustración cristiana con numerosos representantes:
María Zambrano (1904-1991),
discípula de Ortega y Gasset, no se queda en la razón racionalista de su
maestro por el exceso de confianza en la razón y en la ciencia para el dominio
de la naturaleza. En su reflexión filosófica, siguiendo a San Agustín, frente a
la soberbia de la razón propone la humildad confiada en la razón misericordiosa
de Dios a fin de rescatar la condición filial de la criatura con el Creador. Participa
en las Misiones pedagógicas con otros intelectuales para elevar el nivel
cultural de los españoles para “rehacer España”. En su obra Hacia un saber
sobre el alma expone la idea cristiana del hombre “como un ser que muere y ama, que muere con
la muerte y se salva con el amor” ; la raíz de lo humano en el sentir
originario, donde la razón, sin dejar de ser razón, se hace “razón poética”. En
el hombre existe el saber originario que
es anterior a la razón y nos invita a entrar en su interior, porque ahí se
encuentra la raíz de la verdad y de la esperanza. Frente a la razón
racionalista propone la “razón poética” que conjuga la unidad entre filosofía,
poesía y religión y su centro es la persona. La filosofía y la religión
necesitan del lenguaje metafórico de la poesía para su mejor comprensión. El hombre es un ser personal y relacional con
el otro al que hay que cuidar, el prójimo, el hermano. El hombre no es un
“náufrago” que busca un horizonte, sino un ser “sumergido” que busca un
horizonte en el que le espera: el Padre.
9. La catástrofe de Lisboa fue
vivida e interpretada como un problema religioso. La llamada peste del siglo
XX, el SIDA, acabó siendo considerada
como una simple enfermedad más Pero hay una diferencia: las enfermedades se
padecen y el sida se puede contraer eligiendo una forma de vida arriesgada. En
la epidemia del Covid-19 es llamativo el interés en apartar de nuestra vista los
muertos, en soledad humana y espiritual, reducidos a un número del que se
informa todos los días y muestras de dolor por los daños colaterales.
Hemos tenido tiempo de pararse a
pensar. Albert Camus afirmó: “He perdido la fe. He perdido la esperanza. Es
imposible vivir una vida sin sentido”. Murió 10 años después. La fe es un don
de Dios.; se puede suplicar; es posible “querer creer” y, dirigiendo la mirada
a nuestro interior como San Agustín, reiniciar una vida cristiana con
caridad, esperanza y fe.
9. El profesor Felipe F. Armesto
saca unas enseñanzas de esta pandemia: 1ª Humildad, pues, a pesar del progreso
técnico y científico y de nuestra arrogancia colectiva de pensar que habitamos
una época nueva de la historia, hecha a medida de manos humanas, seguimos
pendientes de la naturaleza que no podemos controlar y que pueden acabar con
nosotros sin que tengamos nada que ver.
2ª Caridad, para ser solidarios
humanitarios confiando en la misericordia de Dios.
3ª Pensar que es saludable
menospreciar la salud, pensando que la muerte es a veces caritativa, porque
visita y libera a los enfermos, es igualitaria y justa, pues todos la
merecemos. La ciencia y la fe deben tratar de ajustarse en la búsqueda de la
verdad.
10. El hombre está dotado de
libertad: la libertad de producir, promover, disponer; la más elevada es la
libertad de donación, de donar el amor a Dios, a la familia y al prójimo. Al
terminar el funeral por su madre, uno de sus hijos desde el ambón, nos dirigió
estas palabras: “Doy gracias a los presentes, a los ausentes que no han podido
acompañarnos por diversos motivos, y a mi madre por haber donado su amor a toda
su familia y el amor es eterno. Muchas gracias”. No dijo que era amiga de sus
amigas, sino que centró las virtudes de su madre en la más importante: el amor.
Sus breves palabras me recordaron la
conocida sentencia de Cicerón: “las verdaderas amistades son eternas”. La
amistad es la confidencia de dos personas, dos almas, el hombre interior “que
siempre va conmigo”. San Agustín aconsejaba: “Dilige et quod vis fac”. “Ama y
haz lo que quieres (hacer)”. Cicerón lo intuía, pero no podía justificarlo. Los
cristianos creemos que Dios es amor, y
el hombre una chispa de Dios.
Sixto Castañeira Fernández
Profesor del Instituto
Jovellanos de Gijón, con
Catedrático. Jubilado
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