Sobre la unificación personal
por Pablo Noriega de Lomas
Se produce una verdadera
unificación en la persona humana en la medida en que por la virtud unimos
diferentes aspectos de la vida subjetiva de la persona, que culminan en esa
unión con el Absoluto o Dios, que, a su vez, se derrama sobre los diversos
aspectos de la vida personal. Ello implica que no puede establecerse una
distinción neta entre vida moral, religiosa y psicológica.Por el contrario,
se ha de entender que la unificación profunda obrada actúa de tal manera, que
el centro personal irradia a la moral y a la psicología, desde el núcleo de
la caridad o misericordia producido en su unión con el Absoluto. Por ello,
puede hablarse de una interconexión de los diferentes ámbitos personales, por
lo que una distinción radical que separe religión, ética y psicología debe
ser considerada como incorrecta.
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Introducción
Presentamos con lo presente un
nuevo ensayo. Esta vez tratamos el tema de cómo todas las facultades de la
persona pueden gravitar sobre el centro de la experiencia religiosa, de tal
manera que éstas quedan armonizadas y relacionadas, y la persona, optimizada
y unificada. Trata, pues, como el título indica, sobre la unificación
personal. En sus capítulos vamos tratando el tema en sus diferentes aspectos
e implicaciones.
En el capítulo primero tratamos
sobre el concepto, intentando una aproximación a él.
En el segundo, sobre las
consecuencias que tiene la unificación para la persona.
En el tercero estudiamos las
funciones que cubre la realidad de la unificación en el cristianismo.
En el cuarto vemos cómo se realiza
la unificación en algunas de las grandes religiones de la Tierra.
Pero la unificación no es sólo un
proceso sentimental o emocional, sino que la razón cumple en ella su
imprescindible papel. De eso tratamos en el capítulo quinto.
También dentro de la unificación,
total cabe hablar de subsistemas. A uno de estos, el moral y
espiritual, dedicamos el capítulo sexto.
Por otra parte, derivada
exclusivamente de sus postulados, a la teoría de la unificación cabe hacerle
corresponder una Antropología, tema al que dedicamos el capítulo séptimo.
El capítulo octavo se dedica a
algunos aspectos de la historia de la Idea de unificación en el devenir
religioso.
Y como la Idea que tratamos
implica una crítica ideológica y social, a una parte de esta crítica
dedicamos el último capítulo, el noveno.
En fin, el ensayo, más que un
tratado sistemático sobre el tema, es una aproximación sobre alguna de sus
diferentes facetas, que se apoya sobre todo en la experiencia de unificación
cristiana.
Capítulo I: Sobre el concepto de
unificación
I)
Entendemos por unificación personal
la unión de las diferentes facultades humanas bajo un principio único (que se
manifiesta como Absoluto), y que tiene la virtualidad de proporcionarnos
la mayor felicidad y la mayor bondad de las que el ser humano es capaz en
este mundo. Así, se puede distinguir dentro del proceso de unificación
personal lo que es nuclear de lo que no lo es. Es nuclear- como se verá- la
creencia en un Absoluto- que puede manifestarse como Amor- creencia que lleva
a algún tipo de relación con el mismo y que puede manifestarse (en el
cristianismo) como un amor que viene de Él, y vuelve a Él y se transmite al
prójimo. También es nuclear la creencia en la Salvación personal, es decir,
la creencia en que la muerte no es algo definitivo, sino que existe para la
persona un futuro absoluto en el que es posible alcanzar la felicidad, y
también la creencia de que la realidad tiene un pasado y un futuro racional.
De este modo, creemos que con esto postulados se hace posible lo que llamamos
unificación personal, la cual, como vemos, se realiza como religiosidad, en
la medida en que nos encontramos en unas alternativas que desbordan las
realidades del mundo natural, y tienden a la prolongación de las vivencias de
la vida personal en un campo sobrenatural que las desborda.
Más allá de estos planteamientos,
las distintas concreciones, las diferentes cifras (Jaspers) que toman las
unificaciones que se producen en las religiones de la Tierra, en las
religiones particulares es un hecho que pide una elucidación racional y
dialógica en un proceso histórico, que habrá de conducir a un futuro en el
que las religiones del presente jugarán el papel de anticipaciones, que gozan
de un mayor o menor grado de aproximación a la verdad.
II)
Desde la perspectiva de lo que es
originante (la unificación) y lo que es originado, podemos examinar las
implicaciones de la creencia, y de aquella unificación que se lleva a cabo
en la fe, la esperanza y la caridad, que son virtudes teologales.
Efectivamente, hemos visto en
otros ensayos que la virtud teologal de la caridad, de la que hemos ofrecido
la posibilidad de un desarrollo político en la virtud que hemos llamado
misericordia política, lleva al perdón y al diálogo, lo que permite alcanzar
la paz interior. También la esperanza conduce a la tranquilidad de ánimo, que
permite superar nuestra angustia natural ante la seguridad de la muerte. Esta
tranquilidad, obviamente, favorece la mayor aproximación posible a lo que
buscamos como felicidad.
Así que podemos establecer que
esta paz de ánimo y felicidad conducen a una optimización de la
realidad humana. De esta optimización, como conclusión, puede decirse que se
debe realizar y poder ser estudiada en los distintos campos que han
roturado las Ciencias Humanas (así la Psicología, la Psiquiatría, la
Pedagogía, la Economía etc.).
Pero, por ello, no podemos
perder de vista que estos desarrollos en los campos que trabajan las Ciencias
Humanas no son posibles sino gracias a un núcleo original, que se
concreta posteriormente en los términos que son tematizados por ellas.
En efecto, podemos decir que este núcleo se encuentra precisamente en la fe
en Dios, la cual hace posible un amor y una esperanza capaces de optimizar
los ánimos y las realizaciones humanas a niveles que, de otra manera,
parecerían inalcanzables. Por ello, podemos decir que el desarrollo en el
terreno de lo que mejora al ser humano, en la ortología del Hombre tiene su
punto de apoyo, esencialmente en la Religión, por la cual entramos en
relación con la realidad transcendente de Dios.
Por tanto, en el orden de las
causas y efectos, se hace necesario reconocer que el núcleo de lo que
conocemos como unificación promueve desarrollos muy importantes en el resto
de las realidades de la persona, lo cual tiene implicaciones considerables en
las materias que las estudian.
III)
La unificación es un proceso que
tiene la virtualidad de unir campos independientes bajo un principio único,
que se despliega o realiza en ellos aportándoles unidad. Esta unidad, como
sabemos, se realiza en el núcleo de la persona humana y le proporciona la
optimización espiritual, psicológica, moral y de todo tipo.
En este apartado vamos a ver como
la virtud de la caridad supone, cuando se despliega, la unificación de campos
diversos, atingentes al individuo y que, además, también se realizan en los
distintos territorios de la realidad humana objetiva.
Así, hemos intentado, en trabajos
que presentamos anteriormente, probar que la Paz es el bien absoluto en el
orden moral y político, es decir, en cuanto al orden de las relaciones que
mantienen entre sí los humanos en la medida en que son seres sociales. Este
bien absoluto está fuera de las personas y es algo por lo que éstas deben
esforzarse buscando su logro. Así, que en el camino del esfuerzo por su
consecución establecimos como medio para ello la necesidad de una virtud a la
que, en otros trabajos, llamamos misericordia. Esta virtud es prácticamente
equivalente a lo que el cristianismo conoce como caridad o amor, situándonos
en una terminología más tradicional, pero también podría hacerse equivalente
a la compasión, virtud más relacionada con las cosmovisiones orientales.
Con todo, los ensayos a los que
nos referimos fijaban la virtud de la misericordia o caridad ceñida al ámbito
de lo político. Pero creemos que se puede establecer una argumentación que
pude trasladar la pertinencia de dicha virtud en otros campos distintos del
puramente político, en concreto al ámbito de las relaciones personales, que
tematiza la Ética. Esto es así en la medida en que aquéllas relaciones pueden
parecer exentas, separadas del campo de la Política.
Para ello, podemos preguntarnos si
el proseguir el logro de los fines interesados que nos representamos
contribuye a la consecución de la Paz o, por el contrario, nos conduce
a una búsqueda fanática del poder que intenta la imposición. Fácilmente se
comprende que nos lleva a esa última tesitura, la cual no puede erigirse en
norma de actuación, pues otros harían lo mismo resultando de ello
inevitablemente el conflicto y la hostilidad. Por ello, la misericordia (que
también puede ser llamada caridad o amor) puede presentarse como una virtud
que, sin dejar de poder ser política, es aplicable a campos desconectados del
campo político, que se pueden presentar exentos de este marco. Como
consecuencia puede afirmarse que la virtud se presenta como principal y es
válida para todo el ámbito de las relaciones humanas.
De otro lado, también habíamos
visto que la creencia religiosa hacía más fácil y más realizable el
cumplimiento de la ley moral, del mandato, en la medida en que la creencia en
un Absoluto personal de Amor, con el que nos podemos encontrar unidos en la
misericordia o caridad, así lo posibilita y lo fomenta. Igualmente, por otra
parte, también habíamos afirmado que esta misma creencia y esta misma unión
promueven el bienestar psicológico.
Por estas razones, es preciso
concluir que se produce una verdadera unificación en la persona humana en la
medida en que por la virtud unimos diferentes aspectos de la vida subjetiva
de la persona, que culminan en esa unión con el Absoluto o Dios, que, a su
vez, se derrama sobre los diversos aspectos de la vida personal. Ello implica
que no puede establecerse una distinción neta entre vida moral, religiosa y
psicológica buenas.
Por el contrario, se ha de
entender que la unificación profunda obrada actúa de tal manera, que el
centro personal irradia a la moral y a la psicología, desde el núcleo de la
caridad o misericordia producido en su unión con el Absoluto. Por ello, puede
hablarse de una interconexión de los diferentes ámbitos personales, por lo que
una distinción radical que separe religión, ética y psicología debe ser
considerada como incorrecta.
Capítulo II: Consecuencias de la
unificación
En este segundo capítulo
examinaremos las consecuencias que se pueden derivar del hecho de la
unificación a niveles teóricos o prácticos en diferentes ámbitos de lo real.
I)
Se piensa muchas veces que las
diferentes Ciencias Humanas son compartimentos estancos, que están cerradas
cada una sobre sí misma. Así, por ejemplo, la Pedagogía trataría de las
técnicas y métodos de la educación; la Psicología, sobre la mente o la
conducta humana; la Fisiología sobre el funcionamiento del cuerpo humano etc.
Se pensará, como consecuencia de estas premisas, que no existe posibilidad de
relación, y, aún menos, de unificación de estas ciencias y que la tarea de
articular sus relaciones, de fundamentar sus principios o de someterlas a
crítica sería una labor de la Filosofía. En todo caso, serían labor de ésta
los métodos generalizadores. De esta manera ella se presentaría como la
reina de las ciencias.
Pero esto no es así. Por una
parte, porque el mismo desarrollo de las Ciencias Humanas va poniendo en relación
distintos campos del saber de las Humanidades. Así,
por ejemplo, se puede poner la
Medicina en relación con la Psicología en la medida en que la fisiología del
sistema nervioso tiene una correlación clara con los sentimientos y las
emociones. También, por ejemplo, se pueden relacionar Sociología y Psicología
en la medida en que sentimientos y emociones son inducidos socialmente.
De otro lado, también la
compartimentación entre Ciencias Humanas y Filosofía también ha sido
criticada, por ejemplo, en el campo de la Psiquiatría. Así la obra publicada
en nuestro país con el título de “ Más filosofía, menos prozac” relaciona los
procesos psicopatológicos con la Filosofía, al defender que algunas
enfermedades mentales son también patologías filosóficas, por lo que se
deduce que aquélla contribuye necesariamente a la formación de una mente sana
que conlleve, a ser posible, el mínimo nivel de sufrimiento psíquico. En este
terreno se movió también con anterioridad Frankl, que muestra como la
falta de sentido es causa de enfermedad mental. Por ello, si seguimos a este
último autor, un sentido transcendente de la vida favorecerá la salud.
Tampoco es posible hablar
cabalmente de que esta fragmentación entre disciplina se de en el campo de
las disciplinas filosóficas. Por ejemplo, ya en la Antigüedad, el
intelectualismo socrático puso en relación ética y conocimiento. Por nuestra
parte, en nuestros ensayos hemos mostrado que el conocimiento, cuyo
tratamiento corresponde a la Epistemología, no puede permanecer ajeno a la
Ética o a la Filosofía Política. Igualmente la Filosofía de la Religión no
puede ser totalmente desligada de la Moral, pues, por ejemplo, en la Teología
cristiana la virtud teologal de la caridad, como estamos exponiendo en el
presente, tiene una evidente irradiación hacia la Moral. Otro tanto puede
decirse de la relación de estas disciplinas con la Metafísica, pues, por ejemplo,
la existencia de Dios acarrea fuertes implicaciones en otras disciplinas que
no son la Teología Natural
Por nuestra parte, especialmente
en el ensayo “Agnosticismo, creencia y Humanidades” también hemos sometido a
crítica la posibilidad de cerrar individualmente sobre sí mismas las Ciencias
Humanas y en, general, todos los saberes que constituyen las Humanidades. En
este sentido, por ejemplo hablábamos de las relaciones que mantienen la
Fisiología y la Psicología o la Religión y la misma Fisiología. Igualmente,
en el ensayo “Ética”, pusimos en relación los campos de la Ética y la
Religión. Por ello, evidenciamos la relación que, en general, mantienen entre
sí los diversos campos del saber sobre el Hombre.
II)
Como estamos viendo, objetivamente
los dominios de las Ciencias Humanas se han relacionado por su mismo
desarrollo. En este desarrollo esta misma ciencia pretende prescindir de la
religión. Pero la unificación contradice esto y, además, presenta a estos
mismos dominios relacionados, interconectados todavía más profundamente y de
otro modo Por ejemplo, por medio de la caridad, que, relacionando a la
persona humana con el Absoluto, irradia hacia otros dominios de la persona.
Así, como consecuencia, la distinción entre Ética y Psicología se hace más
relativa, pues las dos están relacionadas y unificadas en el centro personal.
Vamos, entonces, a ver las
consecuencias de lo que hemos expuesto y la trasformación que ello supone
para una visión convencional de algunas Ciencias Humanas. Así, según lo que
hemos dicho hasta ahora en el presente ensayo y lo que hemos tratado en
otros, puede decirse que la división entre salud mental, ética y religión se
atenúa, pues estos campos están claramente interconectados. Esto es de tal
manera así, que una vida emocional y sentimental adecuada supone, por un
lado, la correcta acción que viene dada por la caridad.
En este sentido, se puede reforzar
la argumentación cuando se reconoce que la ausencia de una correcta acción,
que es en esencia producto de la caridad o la compasión, conlleva una
reacción por parte de aquellos con los que nos relacionamos, que suscita en
la conciencia el remordimiento. Esto último, lógicamente implica sufrimiento,
falta de salud, malestar, enfermedad.
Por otra parte, la certeza del
amor de Dios, vivida en la caridad es en sí una fuente de bienestar, de
felicidad, de salud., por lo que también en este sentido las discontinuidades
entre, ética, religión y salud también tienden a desaparecer y, por ello, se
debe establecer una relación de complementación entre ellas.
Así pues, puede decirse que la
virtud de la caridad (que en otros lugares hemos conocido como misericordia o
como compasión), estando unificada en el centro personal del que parte. y
proporcionando unificación, tiene una realización doble. Esta consiste, por
una parte, en su concreción ética (la cual como también hemos mostrado es
reforzada por la religión, lo cual aumenta la interrelación dicha), que en sí
misma es fuente de virtud y buen obrar; y, por otra parte, su concreción
religiosa, que también lo es.
Por todo ello, se pueden indicar
toda una serie de interrelaciones entre Ética, Psicología y Religión. Así, se
puede decir que la vida en la caridad proporciona una acción y un
pensamiento correcto, que se traducen en una vida de relación con los
semejantes adecuada y buena, y en una vida interna afectiva buena y
saludable. Además puede afirmarse que los dos aspectos interactúan.
Efectivamente, el amor de Dios vivido en la caridad tiene consecuencias
afectivas, emocionales, sentimentales benéficas y además (también por lo
dicho) favorece una vida de relación moralmente buena.
III)
Desde esta perspectiva, como hemos
adelantado, cabe entender orientaciones como las expuestas en la obra “Más
filosofía, menos prozac”, en la que se explica como muchos de los problemas o
enfermedades tratados por la Psiquiatría tradicional no son psicológicos,
sino filosóficos. Nosotros vamos más allá y lo que estamos defendiendo es una
filosofía que no se mantiene en posiciones subjetivistas o relativistas, sino
que se sitúa en una concepción antropológica que exige lo que es adecuado o
correcto para el mayor mejoramiento posible de la realidad humana. Esto
abarca más de un campo de las Ciencias Humanas. En este sentido podría
decirse que es ortológica.
Desde nuestra perspectiva,
redundando en lo que hemos dicho, cabe entender la concepción del
representante más eximio de la tercera generación del psicoanálisis, Frankl.
Ella está muy próxima a nuestros planteamientos. En efecto, Víktor Frankl
señala que la enfermedad psiquiátrica es producida, en ocasiones, por que el
ser humano no encuentra sentido en la vida y que, por ello, la tarea del psicoterapeuta
es ayudar a sus pacientes a encontrarlo. Efectivamente, también en nuestras
tesis, defendemos que el sentido es fuente de salud y de curación. Pero
hablamos de un sentido por excelencia, que es el religioso. Así por ejemplo,
el sentido que la religión proporciona a la persona contribuye a la
atenuación del sentimiento de angustia ante las grandes preguntas de la vida.
Como consecuencia, contribuye al desarrollo de sentimientos positivos, que, a
su vez, favorece la buena conducta, el cumplimiento del bien y el
acatamiento de la ley moral.
Así pues, además de la conexión
objetiva que se establece entre las disciplinas que estamos tratando,
se opera también, o se superpone, otra entre estas mismas realidades en el
sujeto que está centrado en la relación religiosa. De esta manera sus
funciones espirituales, psicológicas, éticas y religiosas están
interrelacionadas y, al mismo tiempo, unificadas.
IV)
A)
Desde este núcleo de unificación
se puede afirmar que existen consecuencias en el orden individual, pero
también en el social y político en la medida en que aquél influye en éste. En
el orden individual ya hemos indicado las consecuencias psicológicas que comporta
la unificación en general, en cuanto optimización de la vida mental
individual Ahora pondremos como ejemplo alguna de las implicaciones que la
vida unificada puede tener para la inteligencia de la persona unificada.
Para ello, constatamos que
nosotros tenemos toda una serie de faltas morales y de pecados como la
soberbia, la envidia, la ira…Es, por otra parte, evidente que en nuestra vida
mental ello absorben una buena parte y además contribuyen a la
formación de unos estados psicológicos completamente inadecuados. Por ello,
aunque para nosotros la adecuación completa del obrar a la ley moral
sea imposible (no así para Dios, como enseña Kant), por medio del proceso
unificador somos capaces de superarnos. Así, parcialmente, podemos liberarnos
de estos ecos de lo que es nuestra concupiscencia.
Como consecuencia seremos más
virtuosos, menos soberbios, menos envidiosos. Por tanto, se puede decir que
la energía mental que se distrae en los vicios puede ser recuperada y
empleada en otros quehaceres, además de que ello acarreará una vida emocional
y sentimental más sana. Por tanto, la energía liberada podrá ser empleada en
otros terrenos. La consecuencia de estos procesos es que la inteligencia se
aclara, pues queda la mente más libre, más descansada, más concentrada y
dispuesta, para dedicarse a otras tareas.
Desde otra perspectiva, igualmente
relacionada con la unificación, cabe tratar el mismo tema. En efecto, es un
hecho conocido, que puede verificarse por experiencia propia, que existe toda
una serie de factores que perjudican el desarrollo intelectual en tanto que
capacidad operativa, es decir, en cuanto capacidad para resolver problemas y
para aprender el conocimiento humano que se ha desarrollado como ciencia o
como técnica. Entre ellos destacan los emocionales. Así, la falta de
equilibrio emocional es un hecho que obliga a gastar energías en conseguirlo,
impidiendo además la concentración en los problemas de otro tipo que
necesitan ser resueltos.
Lo dicho puede ser concretado en
dos aspectos. Por un lado, la falta de misericordia o caridad con el prójimo,
en cuanto que introduce el remordimiento por la falta moral que de ello
deriva, nos detrae mucha energía mental. Por otro, la angustia ante la muerte
absoluta y el futuro intervienen negativamente en el desarrollo
intelectual en la medida en que conlleva una falta de paz y alegría.
Por ello, es evidente que si
eliminamos, mediante la unificación, las fuentes de perturbación que hemos
señalado se verán favorecidas la posibilidad de concentración, la
tranquilidad, la alegría etc., lo que a su vez permitirá un mayor desarrollo
de la inteligencia, pues queda liberada de lastre.
En otro orden de cosas, si no
privilegiamos el contenido meramente instrumental de la inteligencia y
tenemos en cuenta otros aspectos de ella como pueden ser el emocional,
el social o incluso el moral, igualmente hemos de reconocer que la
unificación proporciona el mayor desarrollo de que somos capaces porque la
caridad, como virtud teologal que es, tiene la propiedad de incardinarse en
estos campos y darles el mayor desarrollo de que somos capaces.
Pero la unificación abarca al
cuerpo dentro de su desarrollo. Así, como ya hemos señalado en otra parte, la
psique y la fisiología están estrechamente relacionadas. Sabemos que la mente,
que se concreta en el sistema nervioso, organiza y regula todo el
funcionamiento de nuestro cuerpo aunque se desconozca cómo sucede esto (aquí
nos encontramos con un problema filosófico para el que se han ensayado
distintas respuestas). Así que si sabemos que los sentimientos y emociones
positivas favorecen al organismo, es lógico pensar que la unificación influya
favorablemente en el organismo y ello repercuta en órdenes como por ejemplo,
la esperanza de vida o la salud en general.
Pero es evidente que cuando
defendemos que la unificación favorece la salud corporal no nos estamos
refiriendo a la posibilidad de que, mediante ella, seamos capaces de obviar
las legalidades fisiológicas y, en este sentido, la felicidad que proporciona
tiene también, como condición, un mínimo de buen funcionamiento de nuestro
organismo. Quiere esto decir que la enfermedad lleva consigo un nivel de
ruptura tal que puede imposibilitar la armonía y felicidad propias de la
unificación. Pero, no obstante, debe reconocerse que el nivel fisiológico que
permite la unificación favorece una mayor actividad terapéutica, favoreciendo
así la lucha contra la enfermedad, reaccionando contra ella e impulsando las
posibilidades de curación.
Por otra parte, parece claro que,
lo mismo que en la enfermedad, es imposible lograr la unificación en
situaciones de penuria o en estado en los que el organismo tiene carencias
fuertes, como por ejemplo, el hambre, pues las más elementales necesidades
impulsan a buscar su satisfacción, siendo así una condición para la
consecución de realizaciones más espirituales. Así pues, está claro que no
pretendemos que la unificación pueda conseguirse en estas situaciones de
carencia extrema, entre las que también pueden encontrarse las necesidades
afectivas y en general psicológicas (también las que pueden ser propias de
las personas según su particular idiosincrasia o circunstancias). Pero,
no obstante, cabe la posibilidad de que la concentración y bienestar
proporcionados por la unificación pueda, una vez conseguida la elevación a
ella, reobrar sobre los niveles que podríamos llamar más infraestructurales,
como pueden ser el sufrimiento psíquico y así actuar, por ejemplo, como
disolvente de tensiones y también, según estamos viendo, como coadyuvante en
la curación de enfermedades, si no como propiamente sanadora Este es,
por ejemplo, el sentido que tienen en la tradición de Oriente prácticas como
la de la meditación y el yoga.
B)
1-
Lógicamente, también es posible
hablar de las consecuencias que llamaremos colectivas, y sociales, o de
relación, de la unificación. En este sentido, como ya hemos dicho, la persona
unificada es la que ha logrado, según las posibilidades que le son propias,
su optimización .Con ella se alcanza los sentimientos y las emociones más
parecidos a la felicidad de que somos capaces. Con esto, es claro que no
pretendemos defender que la unificación proporcione la optimización de lo
humano con independencia de todo tipo de condiciones o circunstancias, sino
sencillamente que cubiertas las necesidades primarias fisiológicas y
psicológicas proporciona casi la plenitud de lo humano.
Es entonces una conclusión
natural, que la persona que alcance esta plenitud anímica lo manifieste en
una palabra adecuada, en una expresión corporal positiva y, en general, con
una sociabilidad que aporta bienestar o simpatía para los que le rodean y,
por ello, para la sociedad como conjunto. Ello, como estamos viendo, es
debido a que ejerce las virtudes morales de la compasión o la misericordia,
pero también a que las mismas se incardinan en el centro espiritual de la
persona merced a esta unificación total.
Por otra parte, como bien se sabe,
el tema de estudio por excelencia de la misma Sociología lo constituyen
las sociedades actuales. En este sentido, es un tópico señalar que en las
sociedades contemporáneas existe un alto nivel de estrés, acompañado por los
problemas psicológicos y de toda índole, que ello entraña. Es obvio que las
condiciones actuales no son un buen terreno para la concentración en la
unificación, pues fácilmente olvidamos su necesidad y el beneficio que
conlleva para estar más en los problemas que en ella. En este sentido,
también la alternativa de la unificación parece adecuada.
En efecto, pueden verse dos vías
que conducen a una vida unificada. Una es la interior y es de la que venimos
hablando en el presente ensayo. La otra podríamos conocerla como exterior.
Esta consiste en llevar una vida litúrgica adecuada. Así, la asistencia y
participación en los actos litúrgicos contribuye al logro de la unificación
personal porque, la actualización de la Transcendencia en ellos proporciona
la necesaria paz interior y bienestar, permitiéndonos el olvido de problemas
que conllevan patologías propias de nuestras sociedades.
También en la vía de la
interioridad puede contarse con la tradición oriental, por ejemplo mediante
las prácticas del yoga y la meditación, como hemos indicado Ellas son
igualmente métodos válidos para lograr la necesaria concentración, que
permite que lleguemos a ser personas unificadas en el Absoluto. Lógicamente,
el incremento de estas prácticas tendría unas consecuencias muy importantes
en el ámbito de lo social, pues como hemos señalado la mejora en las
condiciones individuales tendría, evidentemente, repercusiones beneficiosa en
la sociedad porque las interacciones entre lo individual y lo social son
recíprocas.
2-
Desde la perspectiva con la que
estamos trabajando, es posible criticar el sistema social, en cuanto que no
promueve los valores que facilitan la virtud y la felicidad, que son propios
de la persona realmente unificada. Es natural, que cuando faltan las
condiciones materiales, cuando faltan aquellas necesidades perentorias que
todo ser humano necesita satisfacer, no es posible la unificación y, por
ello, es condición previa la satisfacción de las mismas. Pero, nuestro
sistema capitalista, con un buen nivel de desarrollo social y
económico, lejos de intentar cubrir las necesidades psicológicas y
espirituales, las olvida y las posterga. De ahí, que se haga necesaria una
crítica de este sistema social y, como consecuencia, de todos aquellos cuyos
resultado u objetivos sean parecidos a los de él. Así se posibilitará el
desarrollo correcto de la persona.
El fenómeno a que nos estamos
refiriendo alcanza el punto de un mayor desarrollo en lo que respecta a los
medios de comunicación de masas. Estos, lejos de propagar un correcto desarrollo
de las personas, favorecen la alienación de éstas de sus verdaderos objetivos
de virtud y felicidad. Por ello, se contribuiría al logro de estos objetivos
si se sustituyeran los modelos de conducta, si se propusieran otras formas
alternativas de lo que significa la buena vida humana, que priorizaran
a las personas que han alcanzado altos niveles de desarrollo moral y
espiritual como patrones que son verdaderamente dignos de ser imitados, en
lugar de los vigentes.
En este sentido, creemos que se
puede afirmar que la virtud y la felicidad humanas tienen formas de ser
universales, y no incurrir en un relativismo de la verdad que defiende que no
existen contenidos absolutamente válidos. Así, creemos que existe una ley
natural que impulsa la correcta realización de lo que implica ser persona
humana, como realización de sus potencialidades, aún con las variaciones que
se puedan concretar en los diversos ámbitos culturales del planeta.
3-
En cuanto al problema de la
educación se podrían hacer algunas consideraciones en lo que atañe a lo que
podrían ser consecuencias derivadas de la propuesta de unificación. Ello
pasaría, en primer lugar, por constatar que los mismos medios de comunicación
son factores educativos, tanto en la permanente educación de los adultos como
en la de la población infantil y juvenil. Como lo hemos tratado someramente
en el apartado anterior, a él nos remitimos.
En segundo lugar, nos referimos al
conocido hecho de que la escuela es transmisora de valores, tanto de modo
consciente a través de sus ideales y de su programación explícitos, como de
manera inconsciente, en cuento que los profesores son modelos de todo tipo
conducta y, por medio de su acción, se realiza gran parte del aprendizaje de
las generaciones jóvenes. Es, entonces, lógico que la formación por parte de
las instituciones educativas de un modelo o de otro de profesor altere el
contenido y los modos de la educación en gran medida. En este sentido, no
sólo se trataría de promover, como tendremos ocasión de defender en otro ensayo,
un modelo verdaderamente implicado en el conocimiento, sino también un tipo
de persona que responda a los patrones de pensamiento y conducta que promueve
la unificación. No obstante, esto es un planteamiento de máximos, porque en
la actual fase de desarrollo de los sistemas educativos ello es una utopía,
al menos para los sistemas laicistas que dominan en la mayoría de nuestras
sociedades occidentales.
En tercer lugar, estos modelos
generales, como hemos visto en “Agnosticismo, creencia y humanidades”, son
susceptibles de introducirse como teoría en las humanidades y dar lugar a un
cuerpo teórico diferente del producido por el agnosticismo, que conforma el
paradigma actualmente dominante en los distintos ámbitos científicos que
producen nuestras ciencias humanas. Ello, lógicamente, daría lugar, en cuanto
a los contenidos impartidos, a un tipo muy diferente de escuela.
4-
En el ámbito que corresponde a lo
económico la unificación tiene las implicaciones propias de la experiencia
religiosa, como ya hemos tratado en otro trabajo. Así, la unificación
incrementa el bienestar de la persona. Por ello, si medimos la utilidad en
términos de satisfacción, hemos de reconocer que la unificación proporciona
una genuina utilidad y por ello es un aumento del conjunto de nuestros
haberes. Como consecuencia, es conveniente señalar que el proceso de
vaciamiento de contenidos religiosos en todos los ámbitos y, también en el de
la persona, que se ha producido en Occidente desde el inicio de la Edad
Moderna, ha acarreado un empobrecimiento general, empobrecimiento que no
puede ser eliminado en su sentido específico a no ser que la Religión vuelva
a ocupar el ámbito que le corresponde. En efecto, la felicidad no sólo se
mide en términos de capacidad de consumo o de renta per cápita.
5-
No entramos en la problemática que
discute sobre si son los cambios de las personas, o las políticas de
los estados y los partidos los que hacen cambiar las realidades
políticas de cualquier orden. Pero lo que nos parece claro es que
existe un nivel en el que se puede cambiar la dinámica en el que la
violencia, retroalimentándose, se hace un proceso de acción y reacción.
Esto podría realizarse mediante
una ruptura por la que las masas y los dirigentes se empezaran a conducir de
una forma totalmente distinta de la habitual, teniendo la virtud política de
la misericordia como norte. Ello permitiría inaugurar un nivel de conducta,
de interrelación política y social más adecuada.
Evidentemente, este nivel de
ruptura podría venir marcado y promovido por la existencia de personas con un
nivel alto de unificación, pues la desactivación del conflicto permanente en
el que nos encontramos se ve favorecida claramente por la práctica de las
virtudes a las que nos venimos refiriendo. De esta manera, sería posible la
puesta en práctica de políticas completamente distintas a las actuales y así
se podría lograr unas sociedades y unas relaciones internacionales más
pacíficas y armoniosas, movidas por estímulos y modos alternativos a los que
históricamente se han dado.
La fuerza de la argumentación se
acrecienta si tenemos en cuenta que las divisiones políticas y religiosas del
siglo presente, muestran que ninguna de ellas tiene un valor de verdad
apodíctico, transcendental. Esto se manifiesta claramente en el hecho de que
no son compartidas por la Humanidad en su totalidad o, al menos, en su
inmensa mayoría. La consecuencia más llamativa de ello la permanente
conflictividad y la creciente amenaza de una Guerra Nuclear.
Por eso, los valores conocidos en
la Antigüedad, ya antes de Cristo, de amor al enemigo y al prójimo, fundidos
por Jesús y por la Iglesia en Occidente, en el amor de Dios y a Dios, siguen
teniendo vigencia en nuestros días y admiten una ampliación, como hemos
propugnado en otras ocasiones, al campo de lo político. En efecto, en nuestra
modesta opinión, la misericordia política, como amor o compasión por el
prójimo, que busca el entendimiento, el acuerdo y la comprensión aparecería
como una posibilidad de cambiar el diálogo por el disenso y la discordia. Así,
estas ideas, ya antiguas, que pueden considerarse parte del proceso de
unificación, parten de la fraternidad y llevan a la fraternidad.
Capitulo III: Funciones de la
unificación
I)
El hombre siempre ha experimentado
la necesidad de ampliar la realidad natural en la que vive hacia otra
sobrenatural. Mediante la ampliación de la realidad natural hemos podido ir
dotando de sentido al conjunto de lo real y, entre ello, a nuestro mismo ser.
Este sentido ha sido dado, principalmente, por la religión, pero también por la
Filosofía (en Occidente desde la aparición en la antigua Grecia de los
presocráticos).
Así, las distintas religiones de
la Tierra y las distintas filosofías se han distinguido porque roturan campos
diferentes de esta totalidad de sentido. Ello significa que el hombre ha
sentido, a veces atemática o inconscientemente, las necesidades y las
posibilidades de perfección de su mundo natural y la respuesta la ha
encontrado, más o menos logradamente, en la religión y, también a veces, en
la Filosofía y, con mayor perfección, en la conjunción de ambas.
Vamos a analizar en este capítulo
como esas necesidades de perfeccionamiento (el cual permite la unificación)
se realizan en las distintas religiones de la Tierra. Para ello tomaremos
como modelo al cristianismo (entendiendo, como una parte suya, la filosofía
que lleva su nombre), en cuanto que creemos que es el más complejo de los que
ofrecen las religiones del presente y del pasado.
En efecto, el cristianismo
aporta funciones de sentido, que creemos que permiten la mejor
unificación de las que ofrece el conjunto de las religiones. Estas funciones
son, en primer lugar, la racional, que permite la respuesta a las preguntas
por el origen del orbe y su desarrollo, y por el destino del hombre y del
mundo. En segundo lugar, la moral, que permite la plenitud del hombre, en el
campo de la moral individual y colectiva. Luego, está la función espiritual,
que se realiza a través de las dimensiones mística y litúrgica. Por último,
hallamos la función sentimental, que permite la mayor aproximación a la
felicidad de la que somos capaces.
En lo que se refiere a la función
racional, consideramos que el cristianismo ofrece una visión del
problema del origen del mundo, mediante la idea de Creación; una explicación
sobre el problema del origen del mal en el mundo y la irracionalidad que ello
conlleva mediante el concepto de pecado original, y en Filosofía por medio de
la Teodicea; sobre el desarrollo del orbe como conducente al hombre y su
Salvación; también sobre el proceso histórico, modelado por la Idea de
Providencia; y, por último, sobre el fin de la historia y el mundo con las
Idea escatológicas de Reino de Dios y de Vida Eterna.
En el caso de la función
moral, promueve la virtud de la caridad, que está incardinada en Dios y
que dirige la relación con el prójimo como amor. Así este amor proviene del
amor que Dios da a sus criaturas, el cual potencia nuestra capacidad de amar
a nuestros semejantes. En otro sentido, esta moral del amor también admite un
desenvolvimiento en el campo político.
En lo que se atañe a la función
espiritual, permite como alternativa el territorio que abarca la Teología
Mística, en cuanto que es posible la unión espiritual con la divinidad, unión
que tiene como componente fundamental el amor que promueve una gran
felicidad. De la misma manera, con la celebración de la variada liturgia es
posible entrar en contacto con la grandeza y la caridad de Dios por medio del
Símbolo, lo que es hontanar de gran satisfacción para los creyentes.
Por último, en lo que toca a la
función sentimental fundamenta en alto grado la posibilidad de alcanzar la
mayor felicidad de la que somos capaces. En efecto, cuenta con una
Escatología que insufla la esperanza (inmortalidad personal y Reino de Dios),
una esperanza que acalla la angustia; cuenta también, entre otras, con el
sentimiento de la presencia, en la persona, de Dios, que por el amor,
satisface, consuela y cumple con las necesidades que experimentan las
personas de ser amadas.
En alguna medida, los contenidos
de estas funciones pueden equivaler a las tres virtudes teologales. De este
modo, por la fe se cree en Dios y ello conlleva la posibilidad de alcanzar la
racionalidad que lleva consigo la Filosofía sobre el origen del mundo, el
destino etc.; pero también el que cree en un Dios de amor, cree también en la
caridad, que produce la unificación espiritual y moral en cuanto relación con
Dios y con el prójimo; y, por fin, por la esperanza la persona se siente
consolada y más próxima a la felicidad en la espera de un mundo perfecto y de
la inmortalidad personal, en la confianza de un perfeccionamiento definitivo
del mundo.
En lo que se refiere a estos
aspectos, nos queda por decir que no se deben entender las distintas
funciones como compartimentos estancos en el ser humano, porque ellas, como
hemos analizado, se interrelacionan y este hecho es el que permite la
optimización en la que consiste la unificación personal, la cual tiene como
componente fundamental la experiencia religiosa. Efectivamente, esta misma
interrelación de las distintas funciones produce la unificación en la que las
experiencias emanan de la misma fuente. Esta fuente no puede ser otra que el
mismo Dios o Absoluto.
Efectivamente, la creencia en Él
es una condición de posibilidad de la función racional en cuanto en Él
se encuentra, por ejemplo, el origen del Cosmos y el Fin al que tiende para
su perfección; también la función moral que el Absoluto es la fuente que
promueve el amor que necesitamos y nos hace mejores; igualmente, la
espiritual en cuanto que la unión con Dios contiene la espiritualidad y
en tanto que la Liturgia, centrada el la divinidad lo estimula; y, por fin,
la sentimental, en cuanto que proporciona la felicidad que se puede
alcanzar.
Pero, en la unificación cristiana,
no es sólo que ella se de en cuanto que tiene a Dios como centro y fuente,
sino que también se produce en cuanto que sus elementos internos están
relacionados entre sí. En efecto, la creencia en el Reino otorga confianza y
bienestar; igualmente proporciona felicidad la creencia escatológica en la
inmortalidad personal; el amor lleva consigo un cierto conocimiento; la
racionalidad de la creencia promueve la participación en la liturgia y lleva
a la caridad. Y así, como se ve, la propia dinámica interna nos puede
conducir a establecer muchas interrelaciones entre todos las funciones o los
factores del proceso de unificación.
Nos queda por señalar que la
justificación racional de las funciones que estamos exponiendo y sus
contenidos se desarrolla en el cristianismo en una Filosofía propia, que no
suele ser contradictoria ni consigo misma, ni con otros ámbitos del saber
como la ciencia. En gran medida, este papel lo cumple también la Teología,
especialmente la Fundamental.
II)
En otro sentido, también las
grandes religiones universales de salvación ofrecen la posibilidad de
permitir la unificación para los miles de millones de personas que no son
cristianas. Quizá el Islam, que es la religión, junto al judaísmo, más
parecida al cristianismo, podría ofrecer la posibilidad plena de la unificación
personal, por su monoteísmo y su escatología, por la visión del origen y el
destino etc. No obstante, nos parece que carece del desarrollo de la caridad,
que permite la espiritualidad y el mayor desarrollo moral, el cual
queda disminuido sin contar con dicha virtud.
También el judaísmo, como se sabe,
con tener elementos muy similares a los cristianos creemos que adolece
de unas carencias parecidas a las de el Islam. Con todo, estas dos
religiones, han desarrollado un fuerte contenido de unificación
personal en las corrientes místicas que han sabido desarrollar a lo largo de
su dilatada historia.
De todos modos, en lo que respecta
al Islam, es contradictorio con la clemencia y la misericordia como
mandamiento moral en el que el hombre imita a Alá, una comprensión radical y
fundamentalista de la Guerra Santa, del yihad. Ello significa que deben
hacerse otras interpretaciones del yihad, acordes con esta moral, que es la
que es más universal, y que es una parte fundamental de algunas de las unificaciones
religiosas.
De otro lado, parece obligado, en
lo que respecta al análisis de las grandes religiones del mundo, incluir a
las grandes religiones de Oriente, es decir, al hinduismo y al budismo. Así,
el budismo, en su núcleo original y esencial, presenta el problema de lo que
hemos llamado el sentido racional, pues no está interesado en la pregunta por
el origen. Por su parte el hinduismo presenta la carencia de la falta de una
clara incardinación moral en lo que significa la unión personal con el Absoluto
y, en esto, no presenta un nivel similar al de la caridad cristiana o la
compasión budista.
III)
Pero del hecho de que no presenten
la compleción en la unificación no se desprende que sean inadecuadas como
respuestas a las preguntas y necesidades humanas. Mucho menos, que sus
respuestas sean descabelladas, pues, al contrario, de hecho aportan sentido a
millones de seres humanos. Pero ello no significa que, en su comparación con
el cristianismo, no aparezcan problemas
A este respecto, no parece que sea
muy difícil compaginar el cristianismo con las otras religiones monoteístas
porque, como hemos señalado, a éstas esencialmente sólo les falta el
desarrollo de la virtud teologal de la caridad para alcanzar el nivel del
cristianismo y parece que son susceptibles de ello. Así lo atestigua, como
hemos dicho, el desarrollo de la mística en ambas.
Pero los desarrollos de las
religiones de Oriente plantean problemas más arduos.
En efecto, éstas son religiones de
gnosis, en tanto que consideran la Salvación producto del conocimiento. Por
otra parte, esta salvación alcanza solamente al alma, que queda incorporada
a Brahmán o se incorpora al Nirvana. Las diferencias, entonces, con lo
que se conoce como monoteísmo profético son grandes. Pero, aún con todo, todo
ello no significa que sean inadecuadas, o que presenten una capacidad de
unificación nula.
Así, por la reencarnación se
explica el problema de la retribución de la culpa en la persona; así también,
el yogui que alcanza la fusión con Brahmán también ha unificado
el conocimiento con la felicidad y con la Salvación, como solución al
problema del destino. Igualmente, el iluminado, que ha conseguido alcanzar el
Nirvana, se encuentra incorporado a un Absoluto, y con ello la problemática
del destino ha logrado una solución. Al mismo tiempo, la unificación moral y
espiritual también se da, pues el iluminado también alcanza el Absoluto (el
Nirvana) y, con ello, logra la felicidad, la paz y la Salvación (no
volverá a reencarnarse); al mismo tiempo se unifica moralmente, pues rebosa
compasión por haber alcanzado el Nirvana (al igual que el santo cristiano
rebosa caridad, en cuento ha alcanzado el amor de Dios y se siente inmerso en
ese Amor). Así pues, puede decirse que también existe un alto nivel de
semejanza entre las religiones orientales y las monoteístas y que en aquéllas
se dan niveles muy altos de unificación.
Por otra parte, como vemos,
tampoco es preciso, si seguimos con nuestros planteamientos más generales,
acentuar las diferencias entre las diversas religiones. En este sentido, las
semejanzas o la unidad entre las religiones del mundo como posibilidades de
unificaciones que responden a las necesidades humanas, pueden ser acentuadas.
Así, por ejemplo, mediante el recurso de la abstracción.
Para ello, hay que defender, en la
medida de lo posible, los problemas, no en términos de disyunción exclusiva,
sino, por ejemplo, en términos de conjunción. De esta manera, puede decirse
que la Humanidad es ya una y que no tiene por qué ser dividida en
clases disyuntas, y que las religiones del mundo tienen un nivel de unidad
mayor del que se piensa en muchas ocasiones.
Como consecuencia, creemos que se
podría pensar en la posibilidad de que implícitamente existiera ya una
Religión de la Humanidad y que, por ello, la tarea consistiría en explicitar
lo que se encuentra implícito y en alcanzar el mayor nivel de abstracción
posible, todo lo cual nos permitiría acercarnos lo máximo posible a los
niveles concretos de la misma.
Así, por ejemplo, es conocida la
oposición entre la formulación en forma personal o impersonal del Absoluto o
la divinidad. Nos parece, siguiendo a John Hick, que no es imposible
plantear el problema, no como si una excluyera a la otra, sino como si una
completase a la otra. De esta manera, se podría decir que Dios es persona,
pero también se podría afirmar que Dios lo es, pero de un modo que desborda
al mismo concepto, siendo, a la vez, persona y más que persona o, incluso,
impersonal. Por tanto, esta concepción podría hacer de puente entre las
religiones teístas (con un Dios personal) y las orientales (hinduismo,
budismo).
También se puede encontrar
relaciones de equivalencia, por ejemplo, entre las Ideas religiosas de Nirvana
y de Reino de Dios, puesto que tanto el uno como el otro permiten lograr la Paz
y la Felicidad absolutas, en una unión con el Absoluto en la que quedamos
transformados y logramos la vida perfecta. En este sentido, parece que se
puede hablar de un determinado nivel de equivalencia cuando alcanzamos una
altura de abstracción, en la que se habla de inmortalidad personal como
vida eterna y feliz (entendida como inmortalidad de conciencia). En él
pueden quedar comprendidos (aunque no determinados, concretados) tanto el
concepto de Nirvana como el de Resurrección (no se olvide tampoco que ésta lo
es de los cuerpos gloriosos).
De manera parecida, como ya ha
sido hecho, puede encontrarse, en un nivel de abstracción menor que el
anterior, la equivalencia entre la caridad cristiana y la compasión budista,
en la medida en que son virtudes en las que el amor queda comprendido, en
cierta medida absorbido, en la unión con el Absoluto, que se desborda en un
amor al prójimo aumentado.
De otra manera puede ser expresada
la equivalencia de la moral budista y la cristiana en el sentido (así
expresado por el Dalai-Lama) de que la compasión genera felicidad. De este
modo, se realiza un nivel de unificación, porque una moral adecuada tiene
efectos beneficiosos en la psicología individual, en tanto que favorece la
paz de conciencia y la felicidad. Este nivel de unificación, igualmente, es
facilitado por la virtud de la caridad en el cristianismo, y así lo hemos
estudiado.
Para concluir, quizá pudiera
defenderse que el mínimo nivel de unificación humana se produce en la
creencia de un Absoluto, en una moral de desasimiento de uno mismo
estrechamente imbricada en la anterior, así como en la creencia de un futuro
absoluto, en una escatología de salvación que supera la muerte y promueve un
futuro de felicidad y plenitud.
IV)
Desde la perspectiva de la
religión consecuente (por ejemplo, en nuestro ensayo titulado “Religión”)
hemos planteado que es contradictorio con la unidad histórica de la
Revelación, con la unidad del psiquismo humano y de la razón, el hecho de que
la Humanidad se encuentre dividida en religiones distintas. Con el objeto de
eliminar estas contradicciones hemos defendido la necesidad de alcanzar una
religión consecuente que, contrariamente al planteamiento autocontradictorio
del relativismo, sea verdaderamente universal, y pueda se verdaderamente una
religión que una a todos los seres humanos.
Con estos postulados podrían ser
incorporadas teorías como la de Jaspers, que ve las religiones desde el punto
de vista de la relatividad, en cuanto que se manifiestan todas ellas como
cifras, como expresiones de la realidad superior de lo divino; pero, al mismo
tiempo que se comprende positivamente el hecho religioso, no se olvida que es
contradictorio, con las realidades que antes hemos mencionado, el hecho de
que el Hombre se encuentre dividido en varias alternativas religiosas.
Pero la religión consecuente
necesita una determinación, más allá de lo que puede considerarse la religión
universal actualmente existente. Es de suponer que esta determinación de
instancias, que ha de realizarse en un proceso histórico, se hará de acuerdo
con la verdad y no desde la óptica, rechazada, entre otros, por Ratzinger,
relativista. En este sentido, es de esperar que la nueva fe provoque asentimientos
en un proceso en el que la razón debe jugar un papel fundamental, proceso que
llevará a nuevas especificaciones y nuevas metas en los procesos de
unificación personal, adecuados a las nuevas realidades religiosas.
V)
En lo que respecta a las religiones
del pasado, lógicamente, tampoco se observa el grado de unificación que alcanza
el cristianismo, aunque existan elementos que aparecen unidos, como puede ser
la creencia en el Absoluto y la inmortalidad del alma, o aquella creencia
asociada a celebraciones litúrgicas, y otras.
Igualmente, tampoco podemos
dirigirnos a ellas como su pudieran dar la totalidad del sentido aportado por
el cristianismo. Por lo demás, muchos de sus mitos teogónicos y cosmogónicos
(por ejemplo, los de las religiones gnósticas) son claramente incompatibles
con el pensamiento científico y filosófico. Algunas también fracasaron en el
tema de la unificación moral en la medida en que la ética que llevan pareja
no se encuentra incorporada, unificada en la creencia y en la relación con el
Absoluto.
VI)
Un caso especial en cuanto a los
modelos de unificación y a las religiones lo presenta el jainismo.
Efectivamente, esta religión cuenta con una cosmología, que nos habla del
origen y destino del mundo. Asimismo tiene una escatología, que nos informa
de que el hombre alcanza la liberación cuando logra la cumbre de su
desarrollo en el cielo de los perfectos. Todo esto se realiza sin la
presencia de ningún Absoluto. Ello hace posible la pregunta acerca de si es
posible el proceso de unificación en una religión sin Dios. En este sentido,
no se trata sólo de que presente diferentes alternativas que únicamente
pueden representar unificaciones parciales – que las presenta- como de
analizar si el proyecto jainista es racional, aunque este examen (más
limitadamente) puede ser realizado con cualquier religión.
De este modo, se puede afirmar que
su Cosmología choca abiertamente con la ciencia y la filosofía; que su moral
– que se basa en la compasión y la no violencia, al igual que la
budista- no puede ofrecer el impulso ético que da la incardinación de ella en
un Absoluto; que la ausencia de Dios, en general, es una limitación para la
racionalización del conjunto de la realidad y la fundamentación de la verdad
(como hemos defendido en otros ensayos). En este sentido, las críticas
presentes no pueden atañer al budismo, en la medida en que éste reconoce un
Absoluto que es el Nirvana.
Capítulo IV: Las religiones y la
unificación
Trataremos aquí algunos
aspectos del fenómeno religioso como núcleo sobre el que se asienta la
unificación. En gran medida, este capítulo complementa y matiza el
anterior, pero por razones de orden hacemos una exposición de sus contenidos
separada.
I)
Como hemos analizado, las
religiones de salvación ofrecen diferentes modelos de unificación, aunque no
todas cumplan con las mismas funciones. Así, el budismo ofrece el ideal de la
meditación, y el del bodittsava como estadio avanzado de una evolución
perfectiva. En el budismo, en modo y grados distintos se realiza la Idea
religiosa, pues es alternativa global, en tanto en que ofrece una salvación,
una psicología y una moral de la compasión, que están entrelazadas. De esta
manera, puede afirmarse que en el ideal del budismo, el santo, el perfecto se
encuentra, por una parte, unido con la Trascendencia (en tanto que alcanza la
perfección del Nirvana), al mismo tiempo que experimenta unas emociones, unos
sentimientos y una moral (centrada ésta en la virtud de la compasión)
interrelacionadas y potenciadas cuando se alcanza aquel estado.
Igualmente en las Upanishads se ve
el proceso de unificación. El hecho de que el atman more en el hombre implica
la posibilidad de la unión del yo y el Brahman. En efecto, por medio del
conocimiento, el yo se encuentre unido al Absoluto y con ello alcanza la
suprema perfección. Saber que el yo se encuentra unido a la divinidad, que es
la misma divinidad constituye, así, la perfección de lo humano.
Por su parte, en el sistema
hinduista del yoga se da un proceso de unificación muy semejante. El yoga es
una filosofía religiosa con sus técnicas (posturas corporales, control de la
respiración…) que permiten el control de la psique y de la fisiología
humanas, cuyo último objetivo, en el que se alcanza la plenitud de la
liberación, es la unión con el Absoluto. Esta plenitud desborda los estados
normales de conciencia y alcanza la felicidad. Así pues, en le Yoga la
unificación se logra por la meditación y por la conciencia de que el alma es
uno con el Brahman. Ello permite la paz espiritual que impulsa una
moral, una psicología y una escatología (ésta en la medida en que por la
inmersión en el Absoluto se alcanza la salvación).
Por su parte, en el Islam la
unificación parece presentarse en la oración, en la idea de Alá como Dios
creador, en la escatología que implica la creencia en un fin de la historia y
una salvación final y en el hecho de que todo buen musulmán se somete a la
voluntad de Alá, procurando hacerse, como Él, compasivo y misericordioso.
Pero dentro del Islam, existe una
corriente mística que hace que la religión predicada por Mahoma pueda
aproximarse aún más a otras y tener desarrollos más potentes. Nos referimos
al sufismo. Así por ejemplo, en el sufismo se encuentra el equivalente a la
mística y a la caridad cristiana. Efectivamente, el místico musulmán vive el
amor de Alá y es un enamorado de Él, de la misma manera que lo hace el
místico cristiano y, en general por medio de la virtud teologal de la
caridad, todo cristiano. Es lógico, entonces, que esta vivencia del Amor
tenga su irradiación a otros campos como el moral.
En fin, como hemos estudiado, en
el cristianismo la unificación se produce, en el sentimiento del Amor de Dios
y a Dios, vivido por la virtud de la caridad como amor al prójimo, que, junto
con su Escatología y su espiritualidad, crean una vida interior y una moral.
De esta manera, la unificación promovida por las virtudes teologales de la
fe, la esperanza y la caridad, que pueden ser consideradas como vértices de
un mismo triángulo, sitúa un proceso permanente y repetido, que hace de núcleo
de la persona, y es característica específica de la unificación cristiana.
Por último, tratando el tema en
una religión del pasado, Mircea Eliade, en su “Historia de las religiones”
muestra como en la religión de los brahamanes, mediante el sacrificio se
alcanzaba la condición de ser completo, condición que quedaba asegurada para después
de la muerte. Así,”…la totalidad de las acciones rituales cuando se las ha
realizado constituyen la persona, el atman. Por ello, las funciones
psicofisiológicas del sacrificador quedan reunificadas y conjuntadas…El
sacrificador se hace inmortal.” (Historia de las religiones, T. I., p.301,
RBA). Aquí el hecho de la unificación, siendo esencialmente el mismo que el
de las religiones del presente, aunque con los rasgos quizás más
arcaicos del sacrificio, puede ser claramente constatado.
II)
Creemos que, en el intento de
armonizar las unificaciones religiosas tanto como sea posible, se puede tener
en cuenta las concordancias entre ellas. Valga como primer
ejemplo la que someramente exponemos entre budismo y cristianismo, en lo que
atañe a las similitudes entre el amor de Dios (que infunde caridad) y el
Absoluto budista o Nirvana. En efecto, el camino budista persigue llegar a la
liberación (la inmersión del alma en el Nirvana, caracterizada en esta vida
por una paz y felicidad totales, que hacen que el iluminado rebose
compasión).
Igualmente, el amor de Dios del
cristianismo otorga paz y felicidad, que son anticipaciones de lo que
proporcionará la liberación final de la vida eterna; igualmente el amor de
Dios facilita el amor al prójimo, la caridad como virtud que corre paralela a
la de la compasión budista, en cuanto esta también se manifiesta como amor a
las personas y a la vida.
Valga de la misma manera, también
como ejemplo, el comentario que, a continuación, efectuamos en cuanto al
objetivo del hinduismo de conseguir la unión del yo individual (atman) con el
Absoluto hinduista (Brahman). Parece, en esto, posible establecer conexiones
con la mística cristiana occidental, por ejemplo, en el sentido de que para
ésta es esencial la unión del alma con Dios, con la consiguiente
vivencia o experiencia interior.
Se puede asimismo establecer
parentescos cercanos entre la religión mística hindú y el cristianismo
oriental, porque esta transita en la dirección de la deificación del hombre,
la ascensión del hombre a Dios, la apoteosis. De esta forma, el núcleo de la
unificación cristiana oriental lo acerca a esa identificación del alma
individual con el Absoluto, como camino que propone la religión de la India
desde la aparición de los Upanisads.
Por lo demás, este acercamiento
interreligioso ha sido propuesto en bastantes ocasiones por los
teólogos cristianos, por ejemplo Hans Küng o, en España, Pánikkar
( éste en lo que respecta a
la armonización entre el budismo y el cristianismo). No hay que olvidar
tampoco que ésta ha sido la orientación dada por el Concilio Vaticano II.
III)
Por tanto, como estamos
estudiando, todas estas formas de unificación son otras tantas posibilidades
de ser verdaderamente humano, es decir, son maneras de cumplir, quizá con
niveles distintos, con el fin al que está llamado el ser humano. Este fin no
puede ser otro que una moral del amor, una psicología de la felicidad y una
razón del origen, del destino, de las preguntas fundamentales del ser humano.
Todo ello, sentido en Dios como la cúspide de una pirámide que se especifica
en sus caras. Ello es lo esencial y de ello dan cuenta las religiones
universales de salvación, que encuentran en esa salvación que prometen, una
parte nuclear del proceso unificador.
En otras palabras: la unificación
personal se encuentra en esa promesa de salvación, que permite la mayor
bienaventuranza de que somos capaces, una moral del amor y una intuición
filosófica final de que lo real tiene sentido, de que ello es racional. De
esta manera, con estas seguridades podemos alcanzar nuestra mejores
posibilidades, porque, de hecho, estamos ordenados a ellas, que son ,
en gran medida, las respuestas, las concreciones de nuestros deseos
naturales de salvación y bien.
IV)
Por otra parte, no consideramos
las grandes alternativas de unificación, que coinciden con las religiones del
mundo, como compartimentos estancos, cuyas diferencias han de permanecer. Por
el contrario, hemos de pensar que partiendo de las diferencias –que son
riqueza espiritual- se pueda llegar a una síntesis nueva que las culmine,
permitiendo a la Humanidad superarse en lo moral, lo psicológico, lo
espiritual y lo intelectual. Para que ello sea posible, es preciso impulsar
un diálogo abierto y sincero, diálogo en el que la ciencia y la filosofía están
llamadas a jugar un papel de primer orden, en cuanto que suponen
explicaciones y racionalización de la realidad.
En este proceso es necesario
partir sin prejuicios; pero no se puede a priori descartar la posibilidad de
que alguna religión pueda mostrarse más capaz y más adecuada que las demás,
pudiendo así llevar este proceso a una integración enriquecedora de las otras
en ella. Ella sería capaz de ofrecer la integración de los ámbitos de
que hablamos. Se forma así la posibilidad de hablar de la religión verdadera,
que potenciaría el ámbito de lo humano en una ortología (discurso sobre lo
correcto), que permitiera una unificación superior.
Pero este proceso podría parecer
como imposible de ser llevado a cabo, porque desde determinadas ideologías se
ha querido hacer ver que las religiones son esencialmente fanáticas o fuentes
de fanatismo. En este sentido, la fuerza de la prueba puede ser
histórica, constatando el fenómeno de las Guerras de Religión, que asolaron
Europa en la Modernidad o la expansión del Islam por la fuerza. Se olvida,
con esto, muchas veces, que el ateísmo trajo opresión y guerra y buena prueba
de ello fueron los regímenes totalitarios europeos del siglo XX
(nacionalsocialismo, comunismo estalinista…).
Con respecto a este problema,
nosotros hemos intentado demostrar precisamente lo contrario a partir de un
especial entendimiento de la virtud de la caridad. De esta manera, hemos
comprendido la misericordia como caridad. Dicho entendimiento se despliega
como amor al prójimo, en el sentido de que, desbordando la mera tolerancia,
nos abre a las argumentaciones y razones del prójimo (esta vez, entendido
como oponente político o religioso) que facilita la comprensión y la apertura
al diálogo. Este diálogo se hace desde la fraternidad y permite desbloquear
el desacuerdo, en este caso el religioso, que es fruto de del enfrentamiento
y la falta de amor.
Así pues, como se ve, la virtud
dialógica capital nace del mismo seno de la religión (en el budismo como
vimos la virtud que permitiría este despliegue sería la compasión) y conduce
a ella. Por ello, el entendimiento adecuado de la religión será el que
facilita los procesos que estamos estudiando, y no a la inversa. También de
esta manera la unificación alcanza un nuevo matiz.
V)
Hemos estudiado como la
unificación cristiana es la que presenta un mayor número de funciones. Por
ello es lógico que nos preguntemos qué obstáculos impiden que una parte
importante de los hombres y las mujeres de Occidente, que han nacido en su
mismo seno, no tengan en cuenta este hecho y se consideren agnósticos o
ateos, rechazando así las posibilidades de unificación que se les ofrece.
Nos parece que la respuesta se
encuentra en que el cristianismo de nuestros días presenta una serie de
remanentes, que no coinciden con la mentalidad del ser humano de nuestro
tiempo. Ya hemos planteado el hecho de que existe una serie de adherencias,
que no son esenciales a la unificación cristiana, y que deberían ser
removidas, pues el contenido fundamental sigue presente. Estas adherencias son,
en alguna medida, injustificables.
Entre ellas, se encuentre el hecho
de que el cristianismo se presenta como una religión mitologizada y, en este
sentido, no estaría de más atender al programa de desmitologización del
teólogo Bultmann. También nos parecen inadecuadas la política sexual, la
política con la mujer y las políticas que no van con la razón democrática.
Todas ellas piden una revisión que, probablemente, acercaría a la religión
cristiana a la sensibilidad de la población occidental de nuestros días,
empapada de ideales democráticos y de una comprensión racionalista de la vida
y el universo. Efectivamente, en lo esencial, la religión es lo más adecuado
que existe para el la psique y el espíritu del ser humano. Ello es debido a
que ella le permite alcanzar lo que está llamado a ser, a que le permite
alcanzar su estado óptimo.
Capítulo V: El papel de la razón
I)
Vamos a ver en este capítulo
el papel de la razón en la determinación de las posibilidades de los procesos
de unificación y en la destilación de ellos. En este sentido, podemos afirmar
que ella forma la cima de la unificación que puede producirse
discursivamente. Esta unificación abarca los distintos campos de la realidad
material, empírica, que conllevan problemas filosóficos. A éstos les da una
respuesta global y, dentro de ella, se encuentran no sólo lo volitivo, lo
afectivo, lo ético, lo psicológico, lo espiritual sino también propiamente el
tema Metafísico por excelencia, es decir, el tema del Absoluto visto desde
una perspectiva racional.
El llegar a la afirmación y
comprensión de la realidad de este Absoluto es el final (o el principio, o el
punto de apoyo) en el que se realiza la unificación en el campo del
conocimiento, que lleva a la Metafísica. Con el se produce el logro de un sentido
global de lo real, que se extiende, después, por varios campos, de
conocimiento y de otro tipo, como hemos visto en otros capítulos.
Aún con todo, no se puede
descartar el camino de la intuición, que ofrece los mismos resultados, o muy
parecidos, cual es el que produce la unificación por la fe. Esta unificación,
quizá más unitaria, es igualmente cognoscitiva. Es en este caso cuando se da
resueltamente la aplicación del “credo ut intelligam” (creo para entender).
Efectivamente, si nos situamos en el punto de la fe comprendemos que
los resultados a los que se llega por el ascenso del mundo de la empiria
hasta el conocimiento metafísico (filosófico) y los de la misma fe son
esencialmente los mismos (aunque los resultados sean distintos para cada religión).
En este caso, aún con todo, pueden
hacerse varias salvedades. En primer lugar, no puede pensarse que cualquier
proyecto de unificación puede ser válido totalmente. Por ello, no puede
considerarse como una cuestión de arbitrio elegir entre las distintas posibilidades
o alternativas, o incluso diseñar la que nos convendría.
Ello es debido a que una de las
condiciones de toda posible unificación es la racionalidad de sus propuestas;
es decir, no se trata de que moral o espiritualmente nos sirvan, sino que las
propuestas deben, también, ajustarse a la razón. Por tanto, no es válida
cualquier propuesta; así por ejemplo, una que incluyera cosmogonías o
teogonías como las de la Antigüedad griega o mesopotámica, que,
evidentemente, no se ajustan a una posible explicación racional.
En segundo lugar, tampoco puede
pensarse que sean armonizables tesis contradictorias entre diferentes
posibilidades de unificación, aunque puedan igualmente cumplir con las
funciones propias de su campo. Así por ejemplo, la oposición que media entre
la incorporación al Absoluto del Nirvana budista y la Resurrección cristiana.
En este sentido, puede hacerse una
contraposición general entre aquellas religiones que defienden que la
Salvación consiste en la incorporación del alma a un Absoluto (budismo,
hinduismo…), y las que creen en una venida de Dios al mundo al final de los
tiempos (Reino de Dios, Día de Yavé, Juicio Final…). Igualmente, se puede
establecer una contraposición, por ejemplo con religiones del pasado, entre
el Demiurgo y el Dios Creador
No obstante, en lo que respecta al
primero de los problemas, puede señalarse que, aquí también la razón cumple
su papel, pues a un determinado nivel de abstracción, las dos son expresiones
de la verdad, más general, que constituye la Salvación personal, la cual
conlleva la realidad de la existencia de un destino, pleno y feliz, que vence
al absurdo de la muerte.
Con todo, la concreción, la
matización o la aparición de formas que reúnan sintéticamente las tesis
contradictorias, o aparentemente contradictorias de los diferentes proyectos
de unificación es un esfuerzo en el que la razón ha de jugar un papel muy
importante, que no puede ser pasado por alto ni ser contradicho por otras
instancias. Como consecuencia, puede afirmarse que el cometido de ella, como
cometido especificado por las ciencias y la filosofía, no es solamente
capacidad de asistir a determinadas propuestas, sino también capacidad de
criticar otras. Por ello, las creencias y prácticas religiosas que no sean
conmensurables con la razón deben ser descartadas como inadecuadas,
inconsistentes o insuficientes. No puede ser otro el papel de la razón en el
campo que tratamos.
Quizá valga como ejemplo de lo que
decimos la crítica a la creencia en la condenación. En este sentido, la
tendencia a la racionalización de lo real podría llevar a defender que,
si creemos en un Dios omnipotente y bueno, no es lógico que haya destinado a
los seres que ha creado a la condenación, sino que los debe tener destinados
a la Salvación. De la misma manera, la aplicación metódica de este principio,
sería capaz de dar un impulso a la necesaria desmitologización de las
religiones positivas.
Por otra parte, es natural que
ello sea así porque característico de la unificación religiosa es el aspecto
de totalización, es decir, su capacidad para ser respuesta al conjunto de las
inquietudes del ser humano y sus necesidades. Por ello, en la unificación
debe también ser incluida, y así lo hemos defendido, el aspecto racional del
ser humano. En la medida que ello es así, las alternativas unificadoras deben
ofrecer una visión que pueda ser coordinada con la razón. En este sentido, la
razón también puede ser fuente de crítica de experiencias, que solamente
aportan su credibilidad por el hecho de ser tales y no conllevan evidencia
racional (por ejemplo, en nuestros días, las experiencias que relata
Castaneda con el brujo don Juan, en las que el recurso a las drogas es
frecuente).
II)
Como hemos visto en otros ensayos,
la razón tiene que abarcar el conjunto de la realidad si quiere ejercer su
función y, con ello, realizar la totalización racional. Hemos defendido que,
en alguna medida, ante el problema de la existencia del mal la razón humana
encuentra sus límites, en la medida porque el mal es irracionalizable por una
razón finita. Efectivamente, el problema de la existencia del mal en el
mundo, en sí, permanece como un misterio que no podemos racionalizar, porque
el mal se nos presenta, como tal, como desvarío.
Pero la razón debe ir tan lejos
como le sea posible en el camino de la totalización racional de la realidad.
Para ello, como ya hemos visto en “Razón y realidad”, debe defender la
existencia de Dios porque ello es la consecuencia de su mismo ejercicio de
totalización. No obstante, en el problema del mal esta función se realiza
vicariamente, es decir, por medio de la defensa de la existencia de una
Inteligencia Suprafinita (Dios), que desborda a la inteligencia humana.
Igualmente en un sentido parecido, se ha defendido la racionalidad de un
acabamiento de Salvación del hombre y la historia (“Sobre la historia”).
III)
Pero, como ya hemos afirmado en
“Agnosticismo, creencia y Humanidades”, desde la perspectiva de la
unificación personal, puede realizarse crítica del conocimiento; más en
concreto crítica de la razón de las llamadas Ciencias Humanas. En efecto,
como hemos visto en dicho ensayo éstas operan metodológicamente, para la
construcción de su objeto, con la exclusión del orden de lo religioso, en la
medida en que no se lo considera esencial para construir los saberes sobre
el hombre.
A este proceso lo llamamos
vaciamiento, porque se evacua de la realidad humana lo que posibilita que el
ser humano se encuentre en su realidad más propia y esencial, lo que le
completa y lo que tiene la acción perfectiva más clara. Efectivamente, como
consecuencia, tampoco la ciencia puede ser construida cabalmente sin las
explicaciones de sentido último que, en todos los órdenes, es aportado por la
creencia en un Absoluto, en Dios. Por ello, se debe suponer que, con la
presencia de Dios en el hombre, la construcción de estas Ciencias sería
completamente distinta de la actual, pues la ciencia, en el
estado de desarrollo en que se encuentra, no solamente no tiene en
cuenta la racionalidad posible, sino que la oculta y tergiversa.
Así es, las alternativas que
ofrece la unificación, sobre el origen, el destino, en general sobre la
realidad ofrecen la posibilidad de constitución de un ser humano que se
explicita en un centro personal en el que razón, sentimiento, moral,
espiritualidad, sentido, destino están unidos y relacionados. Es, entonces,
lógico que este núcleo se realice en los campos del saber sobre el hombre,
haciendo posibles otras ciencias humanas muy diferentes de las que realmente
existen y sobre las que se puede suponer que no estén cerradas sobre sí
mismas.
Por otra parte, el hecho de la
constitución actual de las ciencias no deja de tener unas implicaciones
indeseables claras, pues desvertebran la constitución anímica natural del ser
humano y le hacen estar fuera de sí en todos los ámbitos (conocimiento,
moral, emociones…). Como consecuencia, el hombre enferma y pueden aparecer
patologías mentales y físicas variadas. Así pues, como puede verse el
problema del conocimiento y de la corrección (ortología) no es sólo un
problema científico, sino también religioso y filosófico, que alcanza su
solución mejor en la unificación personal.
IV)
El cristianismo aportó en el
Occidente pagano la creencia en un solo Dios Creador, el sentido de la
historia como tendente al fin del Reino, la concepción de Dios como Amor, el
entendimiento de la Humanidad como fraternidad…Pero triunfó, como señala,
entre otros Ratzinger, también en la medida en que sus tesis centrales fueron
capaces de imbricarse con la Filosofía de la Antigüedad y puede seguir existiendo
por el hecho de que sus creencias esenciales son, en nuestros días,
igualmente capaces de formar una respuesta integral a las inquietudes y
necesidades humanas (entre ellas las racionales de las que se ocupa la
Filosofía). En efecto, sin esta interconexión entre la filosofía y las
creencias cristianas (permitida porque éstas son esencialmente racionales) el
triunfo y la perduración del cristianismo habrían sido sencillamente
imposibles.
En efecto, la parte de la
unificación que corresponde a la razón (unificación filosófica o
racional) es un constituyente del que no se puede prescindir. Así, el
cristianismo triunfó porque tenía una capacidad general de unificación (la
parte racional, también), por una coherencia superior a otras corriente
filosóficas y religiosas, como el estoicismo, el epicureísmo, la gnosis o el
neoplatonismo y a las que, en gran medida, incorporó en su síntesis.
Es natural que esto haya sido así,
porque no es posible una unificación exclusivamente religiosa para las
sociedades históricas en las que ya han nacido y desarrollado la ciencia y la
filosofía, una unificación que no responda a la herencia de su desarrollo
histórico. Por ello, la religión debe ser tejida junto a las Ideas y
responder ante ellas, dando razones de la creencia, porque ésta debe ser
racionalmente posible.
Capítulo VI: Moralidad y
espiritualidad
Como hemos visto, la unificación
personal se muestra como un sistema en el que sus partes están
interrelacionadas. Pero, dentro del sistema general, pueden distinguirse otros
parciales, que pueden ser llamados subsistemas. No pretendemos hacer un
examen detallado de estos, sino solamente tratar de algunos aspectos de uno
de ellos: el que se refieren a la moral y la espiritualidad.
I)
Así pues, dentro del sistema
general de la unificación podemos, presentar el subsistema articulado, en
distintas relaciones, por medio de la virtud de la caridad. Por caridad
entendemos la virtud que nace del Amor de Dios y lleva al amor a Dios y al
prójimo; o, también, la que puede nacer del propio imperativo moral, pero que
conduce a la unión con el Absoluto como su propio perfeccionamiento.
De esta manera, por ejemplo,
podemos afirmar que, en el movimiento de Dios a la persona y de ésta a Dios,
se promueve la vida espiritual y también la vida moral (en cuanto amor al
prójimo), la cual se manifiesta en una ética personal y política. Igualmente,
por otro lado, esta virtud (en su dimensión espiritual y como consecuencia
del cumplimiento de se mandato) promueve la felicidad con las consecuencias
que de ello se derivan. A su vez, la felicidad alcanzada facilita el
cumplimiento con el orden moral, con lo que se entra en un nuevo ciclo de
relaciones.
Por otra parte, transitando por
otros caminos, en nuestro ensayo “Ética” hemos podido ver que, desde una
formulación puramente racional, se llega, en la búsqueda del cumplimiento con
la moral, a la creencia en un Absoluto. Con ello puede decirse que la virtud
de la misericordia (caridad, como virtud teologal) también lleva a Dios. Como
consecuencia, nos encontramos, de nuevo, en uno de los circuitos de los que
estamos hablando en el subsistema moral- espiritual.
Como conclusión, podemos señalar
que los campos de moral, (incluido el político) y lo espiritual están
relacionados y no cerrados sobre sí mismos. Como consecuencia, se puede
indicar que ello tiene claras implicaciones para las Ciencias Humanas, pues
transforma, entre otras cosas, el sentido práctico que el científico debe
tener de ellas, al modificar los modelos de salud y felicidad, por
ejemplo.
II)
Como una concreción del desarrollo
moral y su incardinación en la religión se puede estudiar el tema de la moral
política. En este sentido, como ya hemos indicado, desde determinadas
posiciones ideológicas, se pretende presentar a la religión como una realidad
cultural esencialmente alienante y radicalmente promotora de fanatismo. Pero
creemos que éstas son totalmente incorrectas, pues se ha de tener en cuenta
que el desarrollo de la virtud que hemos conocido como misericordia (que
puede entenderse como caridad o amor también) nace de la religión y se
potencia con ella.
En efecto, como hemos defendido en
otros ensayos, la virtud que aparece en las religiones como caridad o
compasión es susceptible de una determinación política. De esta manera la
consecución del bien absoluto (la Paz) queda asegurada por la práctica de la
virtud, que se concreta como un desarrollo de la comprensión, como un abrirse
a las razones del otro, iniciando así una dinámica permanente de diálogo, la
cual desborda la mera tolerancia. Por el contrario, ésta deja las diferencias
y las enemistades incólumes.
Del mismo modo, hemos enseñado que
esta virtud de la misericordia política, entendida como concreción de la
caridad en el campo de la política, resulta potenciada cuando es subsumida en
el amor de Dios, pues este amor estimula su fuerza y su cumplimiento. Como
consecuencia, aparece la utilidad política de la unificación, pues con ella
queda estimulado el proceso de paz y concordia, en nuestros días más
necesario que nunca, que es capaz de desbloquear el desacuerdo
político. Esta utilidad se manifiesta también en la capacidad para
proporcionar un tipo de persona adecuada a dicho proceso. Cambia
entonces, el concepto de lo político y del hombre político, siendo posible
así superar las limitaciones actuales.
III)
La felicidad no es compatible con
el incumplimiento de la ley moral, que, según entendemos, manda buscar la paz
como bien y practicar la virtud de la misericordia, compasión o caridad.
Efectivamente quien no busca la paz y sólo persigue sus propios intereses
(materiales, ideológicos…), encontrará una resistencia proporcional a la
fuerza que ejerce, la cual le acarreará desarmonía, intranquilidad,
violencia; por ello sufrimiento moral y físico. Como se ve, los efectos
opuestos a aquéllos son los que provienen de la unificación moral y
religiosa.
De todas formas, estas últimas
reflexiones no han de ser pensadas solamente como una dinámica o como un
resultado individual, sino que esta desarmonía debe entenderse también
como perteneciente al conjunto de lo social, en lo cual los individuos,
persiguiendo sus propios fines e intereses, incumplen con el contenido
normativo de la moral. Pero, por otro lado, cuando se entiende, como es
nuestro caso, el dominio de la ética como ligado con el religioso, las faltas
morales aparecen como pecado, que es la antítesis de la unificación. De otro
lado, cuando se coordina el concepto de pecado con el de sociedad se puede
construir la idea de pecado estructural, que tanto eco tiene en la Teología
actual.
IV)
Desde algunas propuestas
religiosas (gnosis) o filosóficas (Kierkegaard) se ha planteado situar la
esencia de la religión como un estadio que existe con total independencia del
ámbito de la moral. En este sentido, la religión se caracteriza por suponer
un salto que manifiesta una realidad que, cualitativamente, no tiene ninguna
relación con la moral. Nosotros no dudamos del hecho de que la realidad del
Absoluto es una fuerza superlativa, también supraóntica, incluso que
desborde por exceso el concepto de lo bueno, de lo bello, o de lo
racional (Inteligencia Suprafinita).
No obstante, no compartimos la
opinión que considera que la persona humana puede únicamente realizarse en
este concepto de lo religioso, que se deshace de la moral. En efecto, lo que
estamos presentando es expresión de la necesidad de dar cuenta de lo
moral y la integración de ello en la totalidad de las inquietudes, de
los problemas, de la mentalidad de la persona. Ello es una necesidad para
ella, pues de otra manera, permanecería escindida y descentrada, olvidada de
lo que la articula como conjunto. En ello el Absoluto tiene un papel
principal. En este sentido, puede hacerse el experimento mental de imaginarse
a uno mismo como amoral, inmoral o teniendo una moral desvinculada del
aspecto religioso. Nos parece que tal experimentación mostraría, de manera
empírica, que la alternativa que defendemos es la más adecuada para todos
nosotros, es aquella a la que estamos llamados. De hecho, ella es la que ha
prevalecido en las religiones y las filosofías de la historia.
V)
Dentro de las posibilidades que
ofrece el proceso de unificación se desenvuelve, como un aspecto, la
espiritualidad. Por ella se puede entender el resultado del cultivo de una
relación con la Transcendencia, que en le cristianismo se conoce como Dios,
en el budismo como Nirvana y, en general y en filosofía, como Absoluto.
Esta relación en el cristianismo
se da como un Amor que va a Dios y viene de Él y conlleva todo un dominio de
vida mental (espiritual) marcada por el acento del amor, conocida como
espiritualidad. Ello está sistemáticamente tratado por la Teología
espiritual.
Esta espiritualidad que al
cristiano da el sentimiento del Amor de Dios, marca una afectividad
determinada que se difunde por todos los campos de la subjetividad personal:
su psicología y su moral, también su acción en el mundo y su relación con el
prójimo. En los estudios de la Mística se manifiesta en la vida interior como
un bienestar, como la felicidad mayor de la que somos capaces y que irradia en
la persona comunicando la alegría y la paz.
A este estar en el amor de Dios se
añade la creencia en la vida futura y, por ello, es comprensible que los
sentimientos y emociones positivas suscitadas por dicha espiritualidad se
acrecienten. Como consecuencia, si tenemos en cuenta que la amargura y la
tristeza crean amargura y tristeza, el amor producirá amor y, por ello,
felicidad. Por ello, también aquí, se produce una irradiación al campo de la
moral.
En otras religiones se manifiesta
esta espiritualidad de forma diferente, pero no deja de existir. Por ejemplo,
en el Islam este camino es claramente recorrido por la mística sufí, que, al
igual, que la nuestra, tiene sus manifestaciones literarias propias. Por su
parte, en el budismo puede decirse que el logro del Nirvana, al
que se llega, en la mayoría de las ocasiones tras un recorrido por diferentes
etapas, hace que el iluminado alcance también la paz y la felicidad.
Con todo, no se puede pretender
que estos contenidos de la espiritualidad y de la moralidad sean
suficientes para alcanzar la unificación, pues, como hemos visto, faltan
también los contenidos intelectuales que son obra de la vida de la razón (que
alcanza su cima en la filosofía).
Capítulo VII: Antropología
Vamos a tratar en este capítulo las
consecuencias en el campo de la Antropología de lo que hemos defendido hasta
el momento, tanto en el campo de una definición de la Idea de Hombre, como en
el de la dinámica que aporta el concepto de unificación con respecto a
aquello que implica el fin propio del ser humano.
I)
Como el Filósofo estableció en la
Antigüedad y como podemos saber por propia experiencia, el hombre busca
naturalmente la felicidad. En este sentido, se podría pensar que el
encontrarla es algo subjetivo, que depende de las aspiraciones o de los
valores de cada uno y que, por ello, se halla en fines diferentes.
Efectivamente, hay una gama de fines y su consecución puede proporcionar
dosis importantes de bienestar y de gusto. Pero lo que mantenemos es que el
alcanzar la felicidad de que somos capaces, o mantener la actividad que
proporciona esta felicidad, equivale a la compleción de la persona en la
unificación, lo cual supone la religión.
Así es: En la unificación la vida
del ser humano se siente prolongada hacia formas y fines que la completan y
perfeccionan en la experiencia de la Transcendencia, en la experiencia de lo
Sobrenatural. Así pues, hacia fines que desbordan la realidad natural de la
persona humana.
Por tanto, como consecuencia de lo
que estamos escribiendo, se desprende que no vale cualquier realidad para que
alcancemos la mayor felicidad de la que somos capaces, sino que existe la
prescripción de lo que está ordenado a la naturaleza humana para que alcance
su óptimo. Por ello, cabe hablar de una ley natural, que nos ordena la manera
de alcanzar este óptimo y que se actualiza en la unificación.
De esta manera, se puede concluir
no tanto que exista una naturaleza humana como realidad acabada, sino que
existe una forma adecuada de completarla, de optimizarla. Es en este sentido
que cabe hablar de una ley natural que nos impulsa alcanzar los niveles
morales, espirituales, racionales etc., más altos de que somos capaces.
II)
Como es sabido, el animal nace
sabiendo la mayor parte del repertorio de lo que necesita saber y, además,
este repertorio se va realizando a medida que el animal, de manera natural,
va madurando y desarrollando su vida. Dicho de otra manera: Su comportamiento
está regulado, básicamente, por el instinto, aunque existan conductas
en las que el animal aprende en su sociedad. Por ello, podemos decir que su
naturaleza nace completa.
Pero el hombre es un caso
diferente. Por así decir, su naturaleza está incompleta. Así, Ortega ha
expresado esta incompleción diciendo que el hombre no tiene naturaleza, sino
historia. Otros autores, por ejemplo desde el campo de la Antropología
Cultural, han dicho que es un animal cultural y que para cubrir sus
necesidades, para eliminar esta incompleción de su naturaleza, debe servirse
de la cultura.
Por nuestra parte, creemos que
estas posiciones tienen mucho de ciertas, en cuanto que reconocen esta
característica radical del ser humano, pero responden a la problemática
sesgadamente, sin ir a lo esencial. En efecto, por las razones que hemos
expuesto la naturaleza humana está abierta, pero las limitaciones que
presenta deben ser completadas. En este sentido, tampoco vale afirmar que el
hombre es un animal cultural y que la religión y la razón son manifestaciones
de la cultura, un instrumento, porque ellas son precisamente lo que lleva al
ser humano a su culmen.
Así, la compleción no puede
venir de cualquier parte, sino que existen contenidos que son más
adecuados que otros para hacerlo. Estos son los que podemos decir que se
adecuan a la naturaleza humana, en la medida en que la optimizan en el
sentido que exige. Como consecuencia, puede afirmarse que el ser humano
no encuentra la plenitud de su realidad, la plena satisfacción en ninguna de
las metas mundanas que se va marcando porque es un ser que necesita una meta
sobrenatural, una Salvación.
Esta Salvación debe ser entendida
como una incardinación radical de la persona en las realidades que la mejoran
hasta poder acercarse a la plenitud de lo humano. Ellas son las que hemos
mostrado como contenidos de la unificación personal, que se despliega en los
sectores de la subjetividad de la persona. Ello consiste, en definitiva, en
una unión con la Transcendencia, que se realiza en un amor que permite
lo mejor psicológica, moral y espiritualmente, y que abarca al conjunto de la
persona. Ésta, solamente sintiéndose en tal Salvación puede lograr la
esperanza que la libera y le hace dueña del amor que la consuma y le permite,
entre otras cosas, la mayor bondad de que es capaz.
Así pues, podemos decir que el
hombre está ordenado al Absoluto, como realidad que actúa como fin y lo
optimiza en Él. Es decir, alcanzamos lo mejor de nosotros, nos mejoramos
tanto como podemos en cuanto alcanzamos la existencia en la vida del
Absoluto, con todo lo que ello implica. Pero esto último no debe entenderse en
el sentido de que el hombre tenga una esencia acabada, sino en el de
que en la naturaleza humana existe una predisposición, que da lugar a lo que
Heidegger llama precomprensión, que la hace apta para recibir unos contenidos
determinados y no otros cualesquiera.
De este modo, también cabe
entender la naturaleza humana como histórica e inacabada, pues no es lo
mismo, por ejemplo, el entendimiento de la unificación antes del deísmo del
siglo XVIII, de Buda o de los profetas de Israel, en la medida en que todos
ellos supusieron acontecimientos novedosos que contribuyeron en, una medida
grande, a fijar un tipo de persona humana, pues marcan maneras distintas de
relación con el Absoluto. Esta relación, por otra parte, puede ser
considerada como perfeccionándose en el devenir histórico, porque sus
especificaciones aportan una determinación cada vez mayor.
III)
Como es sabido, la muerte para el
ser humano siempre ha representado un gran temor. Frente a este hecho, en
gran medida, la religión has supuesto un apoyo con su creencia en la inmortalidad
personal. Pero el agnosticismo y el ateísmo, con la crítica de la Religión
que tiene lugar en Occidente desde el siglo XIX, han dejado al hombre, más
que nunca, indefenso frente al gran problema de la muerte personal.
En este sentido, nadie como el
representante más significativo del existencialismo ateo, Sartre, y como
nuestro Unamuno han explorado el tema de la angustia ocasionado por la
certeza de la muerte personal. Con ellos se constata claramente, entre otras
cosas, el absurdo de la existencia humana frente a la barrera de la muerte.
Esta barrera y, sobre todo, la
creencia de que la muerte es el fin de la existencia personal, sin dejar
lugar a ninguna esperanza es un factor que, claramente, produce un
desasosiego vital grande. Ello, en términos psicofisiológicos, significa
enfermedad, pues la angustia no sólo es en sí mórbida sino que es fuente de
otras patologías como la Psicopatología se encarga de demostrar.
Frente a estos problemas, hemos de
reconocer que, por poner el ejemplo del cristianismo, las virtudes teologales
son motivo de salud, pues la experiencia unificadora esta vez se concreta
como fe y esperanza. En efecto, con la fe en Dios que da la esperanza de la
inmortalidad personal y del mundo futuro, la zozobra, la angustia que
naturalmente provoca la indefensión de la muerte, y las patologías asociadas
al hecho, hacen que estos efectos negativos se atenúen o, cuando son
suficientemente fuertes, desaparezcan. Por ello son una fuente imperturbable
de salud y fortaleza mental o psicológica. Lógicamente, también de salud
espiritual y fisiológica.
Siguiendo la crítica a los modelos
que se proponen ante el problema que estamos tratando, hemos de decir que
ninguna de las alternativas que se ofrecen desde el agnosticismo y el ateísmo
son satisfactorias para el corazón humano, pues nada aparece tan deseable
para él como la felicidad plena y eso es, precisamente, lo que las
escatologías religiosas de la Tierra ofrecen. De ahí, que las experiencias de
unificación que proponen las distintas religiones sean fuente de felicidad,
de bienestar psíquico y, en definitiva, de salud.
Por otra parte, la percepción de
la muerte como absurdo ha sido, también, tematizada por el existencialismo.
Este absurdo crea falta de sentido. Por ello, casi instintivamente, el hombre
busca el sentido. Obviamente este sentido, que aporta calma frente al
desasosiego, no puede sino venir de la creencia en la final superación del
absurdo de la muerte. Obviamente, ello pasa por la creencia en la inmortalidad
personal, que racionaliza lo real. De ahí que, en este caso, la virtud
teologal de la esperanza se muestre como necesaria para aportar sentido y
todas las ventajas que ello conlleva.
IV)
En conclusión, cuando definimos la
unificación como ideal ético, teológico, psicológico, espiritual, en suma
antropológico, lo hacemos en tanto que es el cenit del conocimiento, de la
voluntad, del sentimiento y la emoción, y de la razón para el hombre. En este
sentido, puede situarse a niveles más o menos profundos de la persona humana.
Así por ejemplo, la mística sería una intensificación del conocimiento y la
emoción.
Aún con todo, el abanico de
posibilidades en la manera de ser hombre, que va desde las virtudes
teologales a la liberación del nirvana, es variado. Pero nos parece muy
difícil antropológicamente ir más allá, por ejemplo de la virtud (teologal)
de la caridad o de la compasión del que alcanza la iluminación, con el
conjunto de sentimientos y conocimientos filosóficos que conllevan. Ello sólo
sería posible si consiguiéramos elaborar una nueva síntesis de unificación
que mejorara las anteriores y que, necesariamente, tendría que tenerlas
totalmente en cuenta.
De todas maneras, no parece
posible alcanzar estado unificados si se desprecian las necesidades humanas o
no se tienen en cuenta sus legalidades, que pueden ser, por ejemplo,
fisiológicas, o espirituales. Por ejemplo parece difícil, para la mayoría,
llegar a metas altas en situaciones de represión sexual fuerte, de
grandes carencias alimenticias, o con fuertes problemas de salud, o
económicos.
Por último se hace necesario
hablar de técnicas que pueden facilitar llegar a estados de unificación,
facilitando la concentración y, por ello, la pacificación de la mente. Nos
referimos a la oración, la meditación o el yoga, cada una con su historia
particular y con una tradición propia.
Capítulo VIII: Historia y
unificación
En este capítulo trataremos una
serie de consideraciones sobre el tema del ensayo en cuanto que se relacionan
con la historia, tanto en lo que respecta a la esencia, al origen del
concepto, como en lo que toca a algunos aspectos de su desarrollo o a los
temas escatológicos.
I-
Uno de los aspectos de las
unificaciones del monoteísmo profético (que tiene implicaciones en otros
campos, pues como hemos visto la unificación se ramifica en diversos campos),
es aquella que se da mediante una Filosofía de la Historia que depende de al
existencia de un Absoluto que es el alfa y el omega del proceso histórico,
cósmicamente entendido. Esto significa que el origen del mundo y de la vida
se sitúan en Su acción y que, al mismo tiempo, este Absoluto cumple una
función escatológica en cuanto que el acabamiento perfectivo y racional de la
historia concluye con su intervención. De este modo, puede decirse que Él
mismo es la meta del proceso histórico, en cuanto representa su
acabamiento y su perfección.
Esta escatología aporta una
experiencia de sentido al conjunto de la realidad y se presenta como
superadora de la barrera de la muerte. Esta superación se produce, como es
sabido, al final de los tiempos con la Redención escatológica definitiva.
Mientras tanto, esta escatología puede defender la realidad de la
inmortalidad del alma como estado intermedio entre la situación histórica
concreta y el final escatológico. Este contenido de la unificación del
monoteísmo profético cumple el papel de totalizar racionalmente la realidad,
entendida como mundo y como historia; especialmente como Historia de
Salvación, como Escatología.
II-
Por otra parte, la realidad de las
Ideas que permiten el proceso de unificación personal no es atemporal, sino
histórica. Ello significa, en el terreno de lo concreto, que el origen
de las distintas unificaciones coincide con el nacimiento de las
grandes religiones universales. Asimismo, se hace necesario comprender que
también experimentan cambios, procesos en los que los paradigmas religiosos,
como Küng acertadamente señala, cambian o desaparecen.
Así, por ejemplo, el cristianismo
y el budismo, como es sabido, nacen en los siglos I y VII a. C.
respectivamente. Por lo mismo, es pensable que las unificaciones actuales no
sean algo cerrado y acabado sino que pueden estar abiertas a nuevos
desarrollos que puedan perfeccionarlas.
III-
Como hemos dicho, el proceso que
conduce a la unificación religiosa ha tenido concretos hitos históricos y no
nace establecido como lo está en la actualidad. Así, antes del s. VIII a. C.,
cuando aparecen los profetas de Israel, se puede decir que existía una
desconexión grande entre moral y religión. Fueron, en Israel, los profetas
los que trajeron la necesidad de la purificación del corazón como necesidad
para la experiencia religiosa. De esta manera, se incorporaba el obrar en el
imperativo propiamente religioso: “Misericordia quiero y no sacrificios”. Con
esto, se exigía el mandato que incorporaba la moral a la religión, unificando
campos que estaban mucho más desligados. Se establecen entonces unificadas,
la religión, la razón (aunque, en estos casos, sea en cierta medida
intuición) y la religión.
Un proceso parecido se experimenta
en Asia con la aparición de la religión del Iluminado, en cuanto que Buda
defiende la compasión como virtud que se incorpora al proceso
purificación, formando su mismo ejercicio una parte de las posibilidades de
alcanzar el Nirvana, al mismo tiempo que, en su grado superlativo, producto
de éste.
Con Jesús, el proceso alcanza más
altura en tanto que presenta un Dios de Amor cuyo mandato es el amor al
prójimo, mandato que se subsume en este mismo Amor, que provee la capacidad
de tratar, al prójimo como si fuera hermano, hermano real en cuanto
todos los hombres son hijos del Padre celestial. Igualmente se promueve la
esperanza escatológica en el Reino y la vida del mundo futuro. Más tarde, la
Iglesia desarrollaría este mensaje mediante la doctrina de las virtudes
teologales (fe, esperanza y caridad) en las que se construye la esencia de la
posibilidad de la unificación más genuina del cristianismo.
IV)
Podría pensarse que para la
Historia de Occidente (no la Historia Universal, pues Occidente es una de las
civilizaciones históricas) se pudieran subrayar determinados hechos que
cambiaran la percepción normal que tenemos de las Edades. Esto es así porque
basta una breve mirada a la historia de nuestra civilización para comprender
que la división entre un occidente pagano y un occidente cristiano aparece
muy clara.
Así, en la Edad Antigua habría
habido una cesura que dividiría la Antigüedad en una pagana y otra cristiana.
Esta cesura, por otra parte, habría sido de tal importancia que, por ejemplo,
la Edad Moderna estaría más próxima a la Antigüedad cristiana que esta a la
pagana o precristiana.
En este sentido, la lejanía
de la Antigüedad no sería tanto en cuanto al tiempo, sino en cuanto a la
Weltanschauung religiosa, pues hasta sus tiempos finales fue en esencia
politeísta. Por ello, las demás edades tendrían, entre ellas, más en común
que con la Antigüedad. De esta manera, puede decirse que entre las formas de
ser hombre tendría más en común la Edad Media con la Edad Contemporánea que
con la Edad Antigua, a pesar de su mayor proximidad cronológica.
En este sentido, hay que decir que
el cristianismo supuso un cambio radical en el total de la Cosmovisión y en
la misma psicología individual. En primer lugar, en cuanto al tema del origen
y destino del Universo, que en el politeísmo es claramente mitológico; pero
fundamentalmente en el sentido de que con el cristianismo se permite la
integración unificadora, en la que se unen persona, moral y divinidad,
mientras que en el paganismo lo más que aparece es la unión temporal con el
dios (por ejemplo, en el caso de la religión dionisíaca).
Por otra parte, en la comparación
entre cristianismo y paganismo, a veces, se pretende decir que la Antigüedad
politeísta era superior al cristianismo por el hecho de que, mientras que
aquella permitía distintas formas de pensamiento religioso y practicaba la
tolerancia entre ellas, el cristianismo era fanático. Creemos que, aún en el
caso de que esto hubiera sido cierto, los desarrollos antiguos y medievales
de la religión cristiana no permitieron todas las posibilidades que contenía,
pues el conocimiento de la misericordia o la caridad como virtudes que
superan la mera tolerancia, posibilita un nuevo desarrollo y unos nuevos
contenidos de esta religión en la cultura occidental.
V)
Como estamos viendo la unificación
presenta también aspectos históricos. Este puede ser el caso de la
explicación sobre las razones del triunfo del cristianismo en la Antigüedad.
Como Ratzinger hace notar este triunfo fue posible porque la nueva religión fue
capaz de imbricarse con el pensamiento filosófico y sus problemas. También
porque satisfizo las ansias de salvación de la época a las que respondían ya
las religiones mistéricas. Se muestra, así, la religión de Jesús como
apropiada para dar respuesta intelectual, sentimental, moral a las
inquietudes de la época, por ejemplo con la proclamación de la igualdad
esencial de todos los hombres en tanto que hijos de Dios.
En fin, señalamos que existen
estudios sociológicos e históricos que también puede ser aplicados al tema
del triunfo del cristianismo. Según ellos, existe una correlación entre la
vuelta o el triunfo de determinadas religiones y las situaciones sociales de
anarquía e injusticia (Mircea Eliade). Así, la consagración del cristianismo en
el mundo romano –al igual que ocurrió con otras formas de religiosidad en el
Egipto Antiguo- podría responder a este esquema. De esta manera se probaría
también la utilidad social de la religión porque ella se muestra como un
antídoto contra las situaciones de desesperación, producidas por los órdenes
sociales inicuos.
VI)
Hemos concebido el
advenimiento de las religiones universales de salvación como acontecimientos
centrales de la historia de la Humanidad. Estos acontecimientos constituyen
auténticas revelaciones, en las que el ser humano encuentra las respuestas a
su apertura, mediante las que alcanza sus mayores posibilidades.
Inversamente, se hace preciso
considerar el agnosticismo y ateísmo contemporáneos europeos, que tiene sus
raíces en el pensamiento del siglo XIX (Feuerbach, Marx y Engels, Nietzsche),
como retorsión del sentido natural que en Europa tomó el concepto de hombre
desde la implantación mayoritaria del cristianismo. Efectivamente, creemos
que la pretensión de arrancar a la religión de la naturaleza del
hombre (que en nuestros días tiene carácter masivo, aunque no mayoritario),
hay que entenderla como una desnaturalización del mismo ser humano que, de
esta manera, se aliena del Absoluto y de sí mismo, dando lugar a lo que
pueden considerarse patologías (frente a la Ortología) de la más variada
índole (epistemológicas, psicológicas, pedagógicas…).
Como consecuencia, el hombre, que
se ha encontrado realizado en el Absoluto y la religión, es, sin embargo,
preso de su propia libertad cuando reprime lo religioso (Frankl). Esta
represión manifiesta la claudicación de su telos y de la realidad que
lo completa y lo realiza, en los ámbitos diversos de que hemos hablado.
No obstante, aunque este
movimiento histórico de que estamos tratando es negativo, hay que considerar
que, en términos hegelianos, tiene su papel en el movimiento general del
Espíritu. Así, se pudo hacer claro, se pudo reafirmar que al género humano no
le conviene estar alejado del Absoluto, pues traiciona su propia naturaleza, aquello
a lo que naturalmente tiende, aquello para lo que ha sido hecho, su telos.
Pero también el fenómeno tiene su
aspecto positivo pues el planteamiento de la realidad de Dios, que
erróneamente conduce al ateísmo, se hace desde la subjetividad y desde la
libertad en los comienzos de la Modernidad (Descartes). Igualmente, la
religión ha sido depurada de la superstición lo que permite que se vaya
terminando la separación entre razón y fe, entre ciencia y filosofía, por una
parte, y religión, por otra.
VII)
El hecho de que supongamos que el
ser humano unificado es la optimización de sí mismo no debe hacernos olvidar
que el estado actual de la unificación tenga que ser eterno, esto es, que no
pueda llegar a ser superado, pues no tenemos ninguna evidencia de ello. Por
ello, como hemos dicho, no descartamos un crecimiento del proceso humano, que
desborde los actuales cánones de lo que hoy significa la unificación en sus
diversos aspectos.
Aún con todo, se ha de indicar que
los logros fundamentales del proceso de unificación se encuentran en la
Antigüedad, como hemos dicho, con la aparición de las religiones de salvación
y, en Occidente, con la del cristianismo y la síntesis llevada a cabo entre
su doctrina de salvación y filosofía griega.
En este sentido, la etapa
histórica inaugurada por el cristianismo en la Antigüedad no ha sido
superada, aunque haya añadido nuevas concreciones, como por ejemplo la
síntesis de Santo Tomás entre aristotelismo y pensamiento cristiano o las
filosofías contemporáneas que intentan aunar ciencia, filosofía y religión
(Theilard de Chardin). Por ello, no cabe entender como definidoras de
estructuras sustancialmente contradictorias los conflictos que se han
sucedido entre ciencia y religión (Galileo y darwinismo, por ejemplo), porque
ésta puede asimilar el desarrollo científico sin cambiar sus estructuras
esenciales.
Del mismo modo, tampoco
consideramos el desenvolvimiento de la filosofía agnóstica y atea como
cambios históricos que significan una transformación cualitativa, un nuevo despliegue
de lo humano. Más bien las consideramos como superadas por el desarrollo del
Zeitgeist (espíritu del tiempo), por no ofrecer la alternativa que necesita
el género humano, en la medida en que, por ejemplo, en vez de mejorarlo, lo
condenan a un mayor sufrimiento.
Capítulo IX: Crítica
Vamos a establecer desde nuestras
posiciones teóricas algunas ideas críticas al agnosticismo, al materialismo,
a Jaspers y a la sociedad contemporánea.
I)
Las Ciencias Humanas pretenden
construirse sobre el agnosticismo metodológico y así descubrir y describir al
ser humano. Pero, desde sus principios filosóficos y con su metodología
propia crean un determinado tipo de hombre, que es el hombre agnóstico, al
que, después, pretendidamente, describen.
Pero la realidad humana no se define
en un ser acabado, perfecto, sino que se crea y se optimiza en la
unificación. Por ello, lo que hacen dichas ciencias es prescribir y descubrir
un tipo de hombre que no existió ni existe y que, en realidad, es una
caricatura de sus auténticas posibilidades de realidad y desarrollo. Así, por
ejemplo, la Psicología Evolutiva describe una evolución de la personalidad,
normalmente, prescindiendo de la Religión, cuando el desenvolvimiento normal
y adecuado es el hombre religioso, con el tipo de personalidad que a ello
acompaña.
Igualmente, desde la práctica, se
construyen normas de lo que es la personalidad sana, prescindiendo del
auténtico y normal desarrollo, que tiene en la religión su centro natural.
Por ello, sacando al ser humano de sus mejores posibilidades, lo que hace, en
lugar de curarlo, es enfermarlo, alienarlo de sus posibilidades de
optimización, de salud y de libertad.
Por tanto, puede concluirse que el
agnosticismo (también el ateísmo) crea un tipo de hombre enfermo, pues, el
ser humano, por una falsa conciencia, se encuentra enajenado de sus mejores
posibilidades. Pero, no es solamente que el agnosticismo haya creado una
humanidad enferma, sino que también la hace moralmente inferior. Este
fenómeno tiene varias fuentes entre las que se pueden citar la pérdida de
espesor de la virtud del amor o caridad; la perdida del bienestar y la de la
felicidad que proporciona la creencia y que impulsa a obrar mejor, pues, en
este sentido, se debe reconocer que la felicidad ayuda a la conciencia moral
a encontrar el bien, como ya hemos visto.
II)
Podría decirse que desde una
perspectiva atea (también agnóstica) o materialista se hace posible edificar
un cuerpo de conciencia autónoma, independiente y negadora de toda idea de
Absoluto y, por tanto, de toda religación. Así, desde el punto de vista de
las éticas autónomas, en las que la razón moral establece desde ella
misma el contenido de la moral (como imperativo, como deber, como virtud), el
ser humano puede sujetarse al bien. En lo que respecta a ello, nosotros ya
hemos hecho lo que puede ser una crítica a estas posiciones en otros trabajos
mostrando que la mera creencia y más la unión con el Absoluto facilita
y promueve la adecuación de la persona humana al bien moral.
Pero también podría decirse que
con el materialismo, en tanto que Filosofía, también proporciona una teoría
sobre el origen y el destino del hombre y del Universo. Esta sería una
explicación que busca y encuentra el fundamento último de las cosas. Por otra
parte igualmente podría defenderse que desde sus esquemas de conocimiento se
pueden desarrollar las Ciencias Humanas.
No obstante, consideramos que todo
lo que puede aportar una concepción materialista que pretenda la unificación,
no puede, por ejemplo, responder ni eliminar la pregunta ante la
angustia nunca superada de la muerte cierta. Lógicamente tampoco puede
aportar una solución a las necesidades de salvación del ser humano, la cual
solamente puede ser satisfecha si se aceptan las teorías metafísicas y
religiosas que hemos defendido, o con otras parecidas. Estas creencias, en
términos generales, consisten en la creencia en un futuro personal absoluto,
en la de un Absoluto de perfección y en la salvación universal, es decir en
una Escatología que va unida a la creencia en este Absoluto. Como
consecuencia, puede afirmarse que las posibilidades del materialismo con
respecto a la unificación son muy inferiores a aquellas que proporcionan la
Religión y la creencia.
Por otro lado, con el materialismo
tampoco se produce la articulación orgánica de los diferentes campos, de tal
manera que se pueda decir que los dominios de la persona estén articulados
entre sí por una unificación general. Por ello, cabe afirmar que en una
posición materialista la ética (en tanto que autónoma) permanece en esencia desligada
de la metafísica (si cabe decir que el materialismo pueda tenerla); y así
sucesivamente.
De esta manera, los campos permanecen inconexos, cerrados sobre sí, sin que
se produzca la unificación, la cual es posible precisamente por esta relación
que existen entre los dominios de la persona cuando todo está vertebrado por
la experiencia religiosa. Esta experiencia se transfunde a la ética, la
metafísica, la moral, la espiritualidad, y así.
Por último, parece preciso, dentro
de las posibilidades materialistas de unificación, hablar del marxismo. Éste
contribuyó – con más fuerza hace ya unos decenios que ahora- a dar un
sentido a la existencia de una buena parte de la Humanidad. Por ello, hay que
reconocer que tenía cierto sentido. Efectivamente, el planteamiento de los
orígenes (el comunismo primitivo), el del fin de la historia (el comunismo
final), su propia moral (moral comunista) y su afán de justicia lo
permitieron.
Pero su concepción materialista
nunca fue capaz de una verdadera solución a las necesidades humanas de
salvación, que no pueden consumarse en la historia, por mucho que la causa
socialista o comunista se presentara como alternativa total para el conjunto
de la Humanidad. Esto es debido, como muchos señalaron, que sus respuestas no
respondían sencillamente, por ejemplo, a las necesidades de perduración en la
vida del hombre individual. Ello se mostró cada vez más como un abismo
insalvable, por mucho que el comunismo se presentara como una alternativa
paradisíaca (aunque el fracaso de tal intento se fue haciendo cada vez
más evidente para las sociedades y los estados que se organizaron según sus
principios). También puede constatarse que el ideal comunista (sobre todo en
su versión estalinista, que fue el socialismo real) estaba preñado de
fanatismo y le faltaban claramente virtudes tan necesarias como la caridad o
la misericordia. Ello condujo, entre otras causas, al enfrentamiento, a la
guerra y a su fracaso.
III)
Desde el punto de vista de la
religión consecuente cabe incorporar los esquemas de Jaspers, en tanto que
este autor conceptúa las religiones de la Tierra como cifras, es decir,
expresiones parciales de un Absoluto, que escapa a toda categorización
totalizadora.
Esta incorporación se puede hacer
reconociendo que efectivamente las religiones son expresiones de una realidad
no captada en su totalidad, por ser el Absoluto, y cuya categorización es
producto histórico, pero inagotable. Es verdad que con el esquema se reconoce
que la verdad reside en todas las religiones.
Aún con todo, pensamos que las
diferencias entre ellas no pueden permanecer congeladas, así como las
unificaciones que son un resultado de ellas. Ello es debido a que, siguiendo
el principio de no contradicción, no puede haber posiciones totalmente
contradictorias.
Como consecuencia, aunque se
reconozca la parte de verdad que todas las religiones tienen, las diferencias
tienen que ser resueltas, pues la verdad es una. De esta manera, se hace
necesario continuar el proceso de diálogo abierto, de tal modo que se llegue,
por medio del mismo, practicado con la virtud de la misericordia, a una
religión auténticamente universal. Esta religión podría responder
apodícticamente a los interrogantes comunes a todos los hombres, y a sus
ansias de salvación. Obviamente, como hemos señalado, esto no descarta que
pueda existir el núcleo de esta religión verdadera, capaz de incorporar en el
proceso histórico los demás contenidos religiosos.
IV-
Es un tópico de la literatura
religiosa y de la Filosofía Tradicional que la optimización del bienestar
humano (la mayor cercanía posible a la felicidad) solamente puede hallarse en
la experiencia religiosa. Según esta literatura y esta filosofía, no se
pueden proponer como fines que proporcionen la felicidad o la plenitud bienes
inferiores a los que proporciona la experiencia religiosa (nosotros la
entendemos como realidad total porque abarca a la persona entera). De esta
manera, la mayor felicidad de que somos capaces no se encuentra en el dinero,
en los honores o en cualquier otro bien mundano. Esto, como se sabe, cuenta
con el testimonio de la experiencia de mucha gente que, cuando alcanza los
bienes mundanos sigue insatisfecha. Como consecuencia, se debe afirmar que lo
que nos puede hacer sentir plenos se halla en la experiencia religiosa
(también filosófica, racional) de la unificación, en cuanto que por ella nos
sentimos en comunión con el Absoluto, con ese sentimiento, que abarca
la totalidad de la persona humana, que da sentido y satisfacción de nuestros
deseos más profundos.
V-
Se debe entender el
librepensamiento como el ejercicio de la libertad interior, como una libertad
que piensa con independencia, libre de coacciones exteriores de
cualquier tipo. Ahora bien, es un hecho que existen poderes ideológicos (los
partidos políticos, los medios de comunicación, las iglesias…) que intentan
conquistarnos para sus posiciones ideológicas, que intentan que pensemos como
ellos.
En nuestros días, estos poderes
ideológicos son, especial y mayoritariamente, fuerzas que intentan llevar a
la población al agnosticismo y al ateísmo, en gran medida, porque en su
discurso no aparece la religión o, si aparece, en la mayoría de las
ocasiones, es como fuerza negativa para el desarrollo de lo humano. De esta
manera ofrecen una crítica a la religión que puede servir, también, para
purificarla, pero que esencialmente la perjudica en la medida que sacan a la
población de lo que debiera ser su centro. Así, la oferta de los medios de
comunicación es esencialmente un entretenimiento perverso que nos saca de la
posibilidad de construir una personalidad sana, unificada.
En este sentido, es evidente que,
para la experiencia de unificación se de, se requiere cierto nivel de
concentración y que nada lo fomenta menos que el ruido de los poderes ideológicos,
especialmente el de los medios de comunicación. Estos, y en general todos
estos poderes, obnubilan las conciencias y las distraen de su verdadero
objetivo y de la crítica. Por ello, es lógico que un alto grado de
desconexión con estos poderes, sea necesario para poder ejercer la libertad
de pensamiento.
Por tanto, puede considerarse la
desconexión como el paso previo a su desvelamiento. En efecto, el velo lo
constituyen los valores y las creencias que promueven los medios de
comunicación, que hacen que nos fijemos en una realidad alienante,
alejándonos de nuestra verdadera libertad y de nuestras auténticas
capacidades de felicidad posible.
Por tanto, se concluye
necesariamente que salirse de este ambiente general, que domina la
cotidianeidad del discurso ideológico (el expresado y el inexpresado), exige
ya y es expresión de cierta libertad y capacidad de crítica con respecto a
sus contenidos. Esta libertad de pensamiento conducirá lógicamente también a
una libertad religiosa responsable, esto es, que sabe criticarse a sí misma
en su proceso de purificación, el cual elimina las adherencias impropias de
la religión, y es el que debe corresponder a un hombre con mayoría de edad.
Estas adherencias son el fanatismo, el irracionalismo, las mitologías, entre
otras, y ella son los errores capaces de arrancar los principales argumentos
de los detractores de la Religión.
VI)
Lógicamente, si hemos pensado la
unificación como ideal de lo humano, hay que pensar que una sociedad que se
quiera considerar como valiosa, deberá promover y organizarse, con los medios
necesarios de tal manera que los seres humanos puedan alcanzar sus
objetivos de optimización. Pero hemos de reconocer que la organización actual
de nuestras sociedades no permite el logro de la unificación para la mayoría
de las personas, sino que, por el contrario, lo obstaculiza o lo impide. Por
ello, plantearse la unificación como ideal, también implica la necesidad de
cambiar la sociedad en los modos y maneras que sean adecuados.
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lunes, 27 de mayo de 2019
Sobre la unificación personal
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