martes, 19 de noviembre de 2013

La Encarnación algo más que festividad de la Navidad



La Encarnación algo más que festividad de Navidad.

Por Manuel de León de la Vega


“aunque me sepas equivocado en algo no por eso me debes condenar en todo lo demás”.
Serrvet a Ecolampadio
 Las cosas inciertas y ocultas de tu sabiduría a mí me las manifestaste
(Sal 50, 8).

Celebrar y pensar la Navidad

Es evidente que, en la trepidante vivencia del hombre de hoy, se festeja o “celebra” la Navidad mas que se “piensa” en  el significado teológico y trascendental de tal acontecimiento. Sin embargo el suceso de la encarnación de Dios en esta tierra es el mayor hecho teológico provocado por el cristianismo. Los Santos Padres subrayaron constantemente el carácter misterioso del dogma de la Encarnación y afirmaron abiertamente la necesidad de la fe. Encarnar significa hacerse carne, esto es, hacerse hombre pero también hacerse pecado por nosotros  - 2 Corintios 5:21- y sobre estos elementos de hombre  y de pecado, quisiera asomarme a este pensar la Navidad.
 En uno de sus escritos titulado “Sobre la teología de la celebración de la Navidad” Karl Rahner[i] apunta algunas maneras de celebrar los días navideños, no a modo de receta para cuando surjan las aguas amargas del asco, del aburrimiento, de la oquedad y del vacío, sino para encontrarte con el “Ello”. No lo llames Dios –dice Rahner-. “Ello” es lo que remite calladamente a Dios, que no es una cosa más, sino lo definitivamente otro y por eso su absoluta falta de nombre y de límites. Sin el “Ello” no habría espacio en el corazón para las cosas familiares propias de estos días, nada podría ser puesto en el lugar adecuado. Sin el “Ello” aunque intentásemos atascar el corazón con lo tangible, atiborrarlo de “realidades”, el vacío abarcador, lejano pero que lo traspasa todo, se impondría de todas las maneras. Podremos llevar la copa a los labios y beberla hasta el fondo, pero a través del fondo veremos el abismo. Calladamente hazte regresar a ti mismo porque si te quedas solo preguntando a tu corazón, que mira solitario a la lejanía, no tendrás respuestas claras. La Navidad es la respuesta de Dios en aquel rincón del corazón que hemos vaciado de cosas mundanas.
Sin embargo Rahner no deja que este escrito citado sea una obra de arte sobre la Navidad, sino que se mete en la faena de pensar, de indagar el significado, que es lo que pretendemos nosotros. Tengo que reconocer que cuantos más años van pasando como creyente, mayores son las dificultades que encuentro en la dialéctica teológica y especialmente cuando leo estos autores, pero la Biblia sigue siendo motivo constante de reflexión. No solo siento la necesidad de un arrodillamiento ante Dios frente al estudio de la Encarnación, sino de otros temas medulares de la Escritura, por las dificultades que la razón humana encuentra ante el misterio. Cada día me doy cuenta que el lugar de las Escrituras es santo y debo de andar en temor y temblor reverente. Por eso pretendo acércame a la Escritura con honestidad, sabiendo que si permanezco en su Palabra conoceré la verdad y la verdad me libertará (Juan 8:31).
Rahner se da cuenta de que es un hecho sombrío de la teología y de la predicación eclesiástica el hecho que sobre el misterio abarcador de la Encarnación casi solo se repita lo que siempre se ha dicho y casi aburridamente. El sentido de que el Verbo de Dios se hizo hombre nunca termina, siempre necesita un renovado esfuerzo, pues una respuesta total no podemos dar. No es que los credos fallen ni hayan sido derogados por anticuados, sino que esas fórmulas antiguas no son el fin sino el punto de partida. Al enunciar “el Verbo de Dios se hizo carne” (hombre) y desde la teología agustiniana, Verbo de Dios lo entenderíamos como persona de la divinidad, una hipóstasis divina, uno de la Trinidad que se ha hecho hombre. Pero si se pone en duda con una tradición anterior a Agustín de Hipona, entonces no podríamos prescindir de una intelección más rigurosa de Verbo. Aunque comenzásemos  por la parte más inteligible del enunciado “el Verbo de Dios se hizo hombre” que sin duda es “hombre”, ¿sabemos acaso que es el hombre? ¿qué significa ser hecho hombre? Diríamos que “hombre” es lo que somos nosotros, lo que diariamente vivimos y aparece a lo largo de la historia como los humanos. Aunque digamos que tomó la “naturaleza humana” ¿sabemos lo que decimos con “hombre” y naturaleza humana”? Las ciencias todavía no lo han definido aunque hayan llegado a definirlo como ζοῶν λογικόν, animal rationale.[ii] Seguimos prácticamente sin saber nada, poco más que nuestra existencia depende de la aceptación o rechazo del misterio que somos dentro del misterio de la plenitud.
Cuando decimos que “el Verbo de Dios se ha hecho, “ha devenido” en “carne” estamos indicando una cierta mutabilidad de Dios, porque además de darle a Dios la infinitud y la eternidad, la plenitud absoluta, le confesamos “inmutabilidad” “inmovilidad y serenidad”. ¿Cómo es que ha devenido en hombre si es inmutable? Solo cuando nos hayamos hecho cargo de lo que esto significa seremos verdaderamente cristianos. Y es aquí donde la teología y la filosofía tradicionales de escuela comienzan a tartamudear y bizquear. Pero el mismo Rahner para llegar a la conclusión de que “cuando Dios quiere ser no-dios surge el hombre”, tiene que recurrir a un galimatías filosófico que no me atrevo a reproducir por lo intrincado.[iii]
Hay, sin embargo,  un pensamiento raíz que recorre toda la Biblia para enseñarnos que Elohin o Yahvé creó al ser humano, lo puso en la tierra como algo bueno, pero el hombre se desestructuró al desobedecerle y como consecuencia de esta naturaleza inclinada al mal, vino el pecado y la muerte. La Navidad es la solución al problema de la muerte y del hombre, porque Dios puso su tienda entre nosotros, perdidos en el desierto de la vida, y nos dio nueva vida en Cristo Jesús. Así de sencillo. El problema viene al pretender nosotros conocer a ese “Elohin”, al “Logos” y entrar en las batallas dialécticas sobre “naturaleza” “persona” “esencia” “ser” para designar a Dios. Introducirnos en el misterio revelado, aunque solo sea para pensarlo y no necesariamente comprenderlo, supone un acto reverente y de obediencia. Hoy quisiera fijarme en uno de los genios de la humanidad que, además de ser médico descubridor de la circulación de la sangre entre otras cosas,  dedicó toda su vida como teólogo a la “Restauración del cristianismo”[iv] con aportaciones sustanciosas sobre la encarnación del Verbo: Miguel Servet.

Breve presentación de la peripecia teológica y humana de Servet.

Servet es el gran desconocido en el campo teológico y mayormente entre los evangélicos. Podemos decir que solo ha sido rescatado para la medicina por los profesionales médicos, especialmente en lo relativo a la circulación de la sangre. Últimamente, al ser traducida y publicada su obra completa por el profesor Ángel Alcalá Galvé, algunos de sus alumnos españoles se han adentrado en la teología servetista rescatándola de cierto mito de herejía por la que fue condenado a la hoguera. Servet se le ha catalogado como antitrinitario, panteísta y otras inexactitudes como así indicaba un servetista inglés Dr. Leonard L. Mackal: “A los que escriben sobre Servet, con rarísimas excepciones, parece perseguirles una fatalidad singular que conduce a algunos a la inexactitud, hace que los más eruditos en otros campos se muestren ilógicos en este, y mueve aun a los mejores a ser descuidados cuando entran en él”. Efectivamente Servet se mueve en el filo de la navaja de católicos y protestantes del siglo XVI. A Servet no le arredran las interpretaciones tradicionales si tiene que combatirlas. “Indaga por su cuenta y  llega a la conclusión de que el sentido simple y profundo de los textos bíblicos fue traicionado cuando les sobrepusieron elucubraciones filosóficas y gnósticas del neoplatonismo helenístico. Para él, el cristianismo trinitario, con todas las secuelas que conlleva, es una corrupción, y de ella, en la cual especialmente Roma está sumida, debe contribuir él, nuevo arcángel Miguel, a sacarla para ¨restituir el cristianismo¨ y devolverlo a su autenticidad”- dice Ángel Alcalá.
Como humanista acreditado aparece Servet al lado del fraile dominico Santes Pagnini en 1542, después de doctorarse en la Facultad de Medicina de Montpellier. Pagnini había invertido veinticinco años de su vida en traducir la Biblia al latín desde las lenguas originales e introduce en ella la división por versículos. El fue el que cautivó a Servet para los trabajos de la crítica textual bíblica en hebreo y en griego, encomendándole la revisión de la segunda edición, donde Servet incorpora un prologo en el que define el criterio de la traducción y le llena de notas marginales y escolios. Servet ya no es un discípulo, sino un maestro renacentista, enciclopédico y desde luego conocedor del griego frente a la acusación de Calvino de que ignoraba el griego.
Ya en junio de 1553, antes de su muerte que aconteció meses después, en octubre, se le había hecho un auto de fe a la puerta del palacio de Vienne con los ejemplares de los libros y la efigie de Servet. Se habían presentado treinta y ocho artículos condenatorios a su doctrina de la Trinidad, la esencia omniforme de Dios, el Logos,  el Espíritu Santo, la filiación de Cristo, la Encarnación, los ángeles, el bautismo de párvulos y la regeneración. La Inquisición católica y luego la Ginebra de Calvino le acusaron de herejía curiosamente en dos doctrinas que  hoy los protestantes mayoritariamente rechazamos, como son el  bautismo de niños, porque aún no pueden manifestar su voluntad, y la libertad de conciencia (doctrina esta que el mismo Calvino le acusó de defenderla y que Servet defendía desde que tenía 19 años). También se le acusaba de negar la inmortalidad del alma, manteniendo que el alma del hombre es mortal como su cuerpo, postura esta que el protestantismo actual también sostiene, pues se acomoda más a la doctrina bíblica de la Resurrección de todo el ser humano y su unicidad. Tuvo la suerte de poder escapar en esta ocasión de la prisión de Vienne, estando varios meses escondido y planeando irse a Nápoles, pero acudió a la Ginebra de Calvino y allí pereció en la hoguera.
No quisiera tratar aquí el sufrimiento que la iglesia de Cristo ha padecido no solo por disputas doctrinales y teológicas, sino también porque sus maestros han recurrido  a fuentes no bíblicas para explicar su fe, mezclando política, sed de poder y otros intereses con el Evangelio.  Las mismas iglesias luteranas, anglicanas y calvinistas fundaron sus iglesias deliberadamente vinculadas al poder político, pero Servet en este sentido también era radical y ligaba su reforma a la fe y al espíritu. Los mismos reformadores radicales como los anabaptistas, espiritualistas o unitarios, con tantos parecidos a él, buscaron apoyos exteriores, pero Servet ni siquiera lo intentó y hasta se escondió en un cierto nidodemismo para camuflar sus ideas que chocaban violentamente con la hermenéutica y ortodoxia de entonces.
La cristología de Miguel Servet tiene matices únicos porque  precisamente su hermenéutica es metodológicamente original y profunda. Mucha de su doctrina estaría resumida en estas sus propias palabras: “Esta es la única verdad evangélica y vida eterna: creer en un solo Dios padre inmortal e invisible crucificado. “Nadie puede decir en su corazón “Señor es Jesús” sino por influjo del espíritu de Dios”. Uno es, pues, Dios, padre de todos, creador, y uno el cristo, hijo de Dios, crucificado. A los cuales sea alabanza y gloria por los siglos sempiternos”. Evidentemente cada palabra de esta declaración tiene un contenido teológico riguroso y ciertamente alejado en algunas partes de los Credos salidos de los Concilios y de su contexto.

El Verbo de Dios se hizo carne.

Lo novedoso de Descartes era haber llegado a la certeza de Dios a partir de la naturaleza pensante del hombre y de Servet no se podría decir menos, pues ya un siglo antes realizó una obra cristológica partiendo de los hombres y de la misma naturaleza humana de Jesús para acabar hablando de Dios como “el creador de las esencias, el que hace ser, la causa de la existencia”. Para Servet tiene importancia primordial no comenzar tratando sobre Cristo, sino sobre el mismo Jesús para esclarecer su naturaleza, pues entendía que la tradición eclesiástica había dividido la naturaleza de Jesús en hombre y en Hijo de Dios, haciendo mortal al primero y eterno al segundo. Sobre este “segundo hijo” que Servet denomina “segunda hipóstasis”  es donde dirigirá su mirada crítica como también hacia la doctrina de la Trinidad papística. Así aparece presentando esta crítica en el manuscrito de Sttutgart: “¿A qué persona señalaba el centurión cuando dijo: “Verdaderamente este era el hijo de Dios”?(Mat.27:54) ¿Era aquél soldado un metafísico o un sofista para hablar por comunicación de idiomas? Aún no había aprendido nada acerca de esa filosofía grecoide de tres hipóstasis y de supuestos connotativos, sino que reconoció al hijo de Dios en Jesús Nazareno crucificado, cosa que nuestros teólogos niegan tan impíamente”.
Quisiera también adelantar que Servet matiza que ‘Cristo’ es la traducción griega de la palabra hebrea ‘Mesías’, que quiere decir ungido, por lo que concluye que el hombre Jesús fue ungido con el santísimo óleo de la palabra de Dios de manera interna y eso es lo que le hace ser el Cristo. Afirma también que Jesús poseía una fisiología similar a la nuestra, sin atributos humanamente superiores, pero con la salvedad de que en el proceso de la gestación la “parte masculina”, que Servet dice que aporta lo que hoy denominaríamos como ‘información hereditaria’, era la misma Palabra de Dios (de ahí su ungimiento interno). De esta manera, Servet acaba afirmando la divinidad de Jesús el Cristo diciendo: “Jesús fue hecho hombre por la carne, pero le fue otorgada toda la divinidad de gloria, potencia, riqueza, honor y bendición por Dios”.
Otra explicación necesaria se refiere a que Jesús era un hombre hijo de Dios, que nació en el tiempo, que fue ungido como el Mesías y al que le fue otorgada la mayor gloria divina, llegando a ser Dios mismo, pero no como una segunda persona de diferente esencia, sino como extensión del propio Dios: “no se separa la sustancia, sino que se extiende; así el espíritu nace de espíritu y Dios de Dios. Como la lumbre aunque encienda otras queda entera sin menoscabarse, y no pierde los grados la matriz, aunque de ella se originen otras iguales luces, que si se comunica no se mengua; así lo que nació de Dios es Dios enteramente e Hijo de Dios, y ambos un Dios tan solamente, Espíritu de Espíritu y Dios de Dios, en quien solamente hace número el grado de la generación, el modillo de la persona, no la majestad de la esencia, que aunque nace no se aparta; como el ramo, aunque nace no se divide del tronco”.  La doctrina resumida y el objetivo de Servet de aclarar el sentido neotestamentario de Jesús el Cristo e Hijo de Dios se sustentaría en estos tres principios: I. Ese hombre Jesús es Cristo; II. Ese Jesús en cuanto hombre es Hijo de Dios; III. Ese hombre Jesús es Dios. Sin embargo aunque aparentemente la doctrina parezca la tradicional, no hemos de olvidar que Servet fue condenado a morir en la hoguera, (pudiendo ser librado de esta pero no de la ejecución) al no aceptar la mediación de Guillermo Farel que le proponía considerar la preposición “de” en “Jesucristo Hijo eterno “de” Dios” en vez de “Jesucristo, Hijo “de” Dios eterno” que él sostenía.
En este artículo solo queremos pergeñar unas cuantas consideraciones de Servet sobre la encarnación del Verbo. Lo haremos sobre algunos textos que analiza Servet comenzando desde la filología, sabiendo que el valor lingüístico de una palabra es ante todo la propiedad que tiene de representar una idea. Se fija el teólogo primeramente en la raíz donde encuentra la generalidad y la abstracción del sentido, siendo la palabra la que presenta una idea relativamente determinada.
Veremos algunas citas que aparecen en  la primera parte de Christianismi restitutio, conservando el texto griego, pero adelantaremos algunos conceptos necesarios. Para Servet engendrar y salir de, ha de entenderse en sentido literal como le ocurre a cualquier hombre y tienen el sentido de hacerse corpóreo, visible. El resultado es un hombre completo, simple, es decir, no compuesto, que es “Dios con nosotros” y que es visto por todos los que dan fe de él. Servet no mezcla las dos naturalezas, divina y humana, en Jesús: “porque ese Jesús visible era la Palabra misma de Dios, corporada después y hecha hombre no por unión sino por conversión, en verdad pudo decir ‘Antes de todo, yo soy’ (Jn 8, 58)”. Por conversión hay que entender el paso del ser invisible al ser visible, misterio este al que dedicó Servet la vida entera como su gran cuestión.
En este tema también es importante entender el sentido de “Palabra de Dios”. Servet tiene en mente una concepción activa de la Palabra, como agente que actúa, aquella por lo que todo fue hecho, destacando que en la Escritura nunca se habla del Padre de la Palabra, ni se llama Palabra al Hijo de Dios. Por esta causa en el manuscrito de Sttutgart aparecen tres términos unas veces en mayúscula y otras en minúscula y son “verbum” “sermo” y “logos”, siempre vinculados a semen, virtus, potestas, oraculus y vita. En ese sentido, la palabra es algo, no meras palabras, tal como puede entenderse desde otro punto de vista. Cuando se piden hechos y no palabras, se está en las antípodas del uso servetiano. Más cercano al uso hebreo son las expresiones castellanas ‘te doy mi palabra’ en el sentido de que ‘algo de mí va con lo que digo’, o ‘hay palabras que matan’, o ‘beberse las palabras’.

La Kenosis de Dios en Cristo

ὲν Χριστω Ιησοῦ, όζ έν μορφῆ ύπαρχων οὺχ αρπαιμόν ηγησατο το ειναι ισα θεω, αλλα εαυτον εκενωσεν μορφην δουλου λαβων, εν ομοιωματι ανθωπρων γενομενοζ. Filipenses 2·6
_"en Cristo Jesús, que existiendo ya en forma de Dios, no consideró una usurpación ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo tomando la forma de siervo, deviniendo en semejanza a los hombres".
Los problemas exegéticos del texto citado son muchos pero nos fijaremos más en los teológicos. La kenosis significa,  en resumen, que, al hacerse humano,  Cristo renuncia a los atributos divinos, de modo que ya no es todo poderoso, omnipresente, y omnisciente, viviendo  limitado como los demás seres humanos. Veamos solo unos matices lingüísticos y posteriormente unas posiciones teológicas sobre la “kenosis” (del griego κένωσις: «vaciamiento»)
Desarrolla Servet largamente el tema de la forma divina de Cristo, desde la eternidad, junto a su gran humildad de espíritu. El vocablo μορφῆ (lat. forma), en ambos casos, es el aspecto, la figura, mientras la palabra ισοζ" significa igualdad y ομοιοζ", semejanza donde como puede deducirse, dos cosas pueden ser semejantes pero no iguales. El sustantivo αρπαιμόν, puede tener el significado de rapto, robo, resultado de una acción, aunque tiene un sentido muy negativo (cf. Harpía) que se descarta. Considera Servet que este texto sobre  Cristo Jesús existiendo en “forma” de Dios, no habla de igualdad ni de semejanza divinas sino al μορφῆ de Filipenses 2:7-8 . Esta sería resumida la visión paulina pero ¿como presentan los evangelios a Cristo?
Los evangelios presentan fundamentalmente a un Dios encarnado y que había entrado en la historia para “salvar lo que se había perdido”. Mateo nos dice que el niño que iba a dar a luz la virgen María venía “para salvar al pueblo de sus pecados”(Mateo 1:21) Como judío tendría bien claro el texto de Isaías 45:21-22 Y no hay más Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. 22 Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Lucas presenta otro aspecto de Jesús diciendo que el Santo Ser que nacería de María, el cuerpo humano, el hombre, sería llamado Hijo de Dios. No sería un hombre cualquiera, sino que en su humanidad estaría “toda la plenitud de Dios” (Colosenses 2:9), que Dios estaría en él (2ª Cort. 5:19), que Dios se manifestaría en carne (1ª Timoteo 3:16) por medio de ese cuerpo.
El evangelio de Juan es diferente al introducir  otros conceptos como el “Yo soy” o el Verbo, Logos o Palabra, pero no con la idea griega sino con la judía y es aquí donde pueden venir algunas divergencias. La “Palabra” en hebreo es (menra) donde la Palabra divina tiene la misma personalidad de Dios. Juan había escrito este evangelio en Éfeso, la misma ciudad del famoso filósofo Heráclito quien consideraba al Logos “la palabra, la razón de Dios”. En este sentido coincidía con el Verbo de Dios hasta que Filón relacionó el Logos de Heráclito con el Hijo de Dios y dijo que “el Logos era intermediario entre Dios y los hombres” dándole una personalidad independiente de la de Dios. Juan con su mentalidad judía estaba presentando al Logos como Dios mismo: “Y el Verbo era Dios”. El mediador entre Dios y los hombres era Jesucristo hombre, (1 Tim. 2:5) no el Logos.
La teología magisterial o luterana antigua trataba de entender esta kenosis del Hijo de Dios sobre la base doctrinal de dos naturalezas en Cristo. Los teólogos de Tubinga enseñaban que estos atributos divinos fueron ocultados, pero los teólogos luteranos del siglo XIX tomaron como tema Filipenses 2, no al Cristo-que-ha-devenido-humano sino al Cristo-en-su-devenir-humano. Su forma humana, que ya es también una forma de siervo, reemplaza a la forma divina original. El Hijo de Dios encarnado "renuncia" a los atributos divinos de majestad en relación al mundo, pero retiene los atributos interiores que constituyen la naturaleza esencial de Dios: verdad, santidad, amor. Porque el acto de kenosis es un acto del libre amor de Dios hacia los hombres.
Otro intento de interpretar la Kenosis aparece en Hans Urs von Balthasar quien parte no de la doctrina de las dos naturalezas sino desde la doctrina de la Trinidad. Como lo expresa Moltman[v] “si el Hijo encarnado se hace obediente a la voluntad del Padre eterno hasta el punto de morir en la cruz, entonces lo que hace en la tierra no es diferente de lo que hace en el cielo, y lo que hace en el tiempo no es diferente de lo que hace en la eternidad. Así que decir "en la forma de un siervo" no quiere decir negar su forma divina, ni que Él renuncie a ella o la anule; Él la revela. En obediencia, Él realiza en la tierra su relación eterna al Padre”.
La teología judía de la “shekinah” de Dios tiene su equivalente en la doctrina cristiana de la “kenosis”. La promesa de Dios de habitar en medio de los israelitas, de ser Él su Dios y ellos su pueblo, de bajar a habitar en medio de su débil pueblo, implica que cuando Dios “baja” desde su eternidad, su infinitud y a quien los cielos no pueden contener, se anonada, se hace presente aún durante la destrucción, el exilio y el sufrimiento de los israelitas errantes.
Para muchos teólogos cristianos, desde Nicolás de Cusa, la creación es un acto de “kenosis”, de auto-humillación divina. Para Brunner desde la creación hasta la muerte en la cruz de Cristo es un continuado descenso de auto-humillación. “La “kenosis” dice Brunner- que llega a su clímax en la cruz de Cristo, empezó con la creación del mundo”. “El Cordero inmolado desde la fundación del mundo (Apoc.13:8) describe simbólicamente que ya había una cruz en el corazón de Dios antes de ser creado el mundo y antes de ser crucificado en el Gólgota”. Ciertamente se podría seguir escribiendo sobre el tema en infinidad de autores pero puede servir de muestra.

Las cosas ocultas

Aclarados algunos conceptos básicos para poder erigir el andamiaje teológico, Servet va presentando los elementos constructivos que proceden en gran parte de Ireneo como uno de los más próximos a los apóstoles. Usa a Ireneo para analizar y especular desde la Escritura y pretende desenmascarar el escolasticismo del mismo modo que Ireneo denunció el gnosticismo. La pieza clave es entender la concepción de Dios que tiene Servet. Sus palabras son: “Dios eterno, inmutable e incomprensible, queriendo manifestar las admirables riquezas y tesoros de su infinita potencia, sabiduría y bondad ...” y “... mientras no conozcas los arcanos de la Palabra y aprendas que el santísimo hombre Jesús, Hijo de Dios, ya desde la eternidad antes de todos los siglos era Dios junto al mismo Dios Padre”. El mayor paralelismo de Ireneo con Servet estaría en este texto destacado de Ireneo: ““Así pues, hay un solo Dios Padre, como lo hemos demostrado, y un solo Cristo, Jesús Señor nuestro, que pasa por toda la economía y recapitula todo en sí. Pero en este todo también está comprendido el hombre, criatura de Dios. El recapitula, por tanto, al hombre en sí mismo. El invisible se hizo visible; el incomprensible, comprensible; el impasible, pasible; y el Logos se hizo hombre, recapitulando todas las cosas en sí mismo. Y así como el Logos de Dios es el primero entre los seres celestiales y espirituales e invisibles, así también tiene la soberanía sobre el mundo visible y corporal, asumiendo para sí toda la primacía; y haciéndose Cabeza de la Iglesia, atrae hacia sí todas las cosas a su debido tiempo (Adv. haer. 3,16,6)” [Quasten, J. (1950), Patrología I. Hasta el concilio de Nicea, (I. Oñatibia, ed.), Madrid, BAC, 1984, p. 300]
La teología servetiana adquiere mayor lógica si entendemos que desde el momento que Dios pone en marcha su plan prefigurado, desde ese instante en que se puede hablar de tiempo, de una acción concreta más allá de la pura potencialidad divina, de lo creado, visible y manifiesto, es entonces cuando ya no se está hablando de Dios mismo sino de su Palabra. La insistencia de Servet de que Dios es invisible quiere decir que escapa a las categorías humanas, mientras que la Palabra es visible, es decir, comienza Dios a cumplir su deseo de hacerse manifiesto por medio de ella. La palabra procede de Dios porque es Dios, pero ella no es Dios. Dice Servet: “ Y así la Palabra, que es cierta disposición de Dios no podemos simplemente decir que sea Dios (...), de lo contrario se seguiría que Dios eterno sería a la vez disponente y dispuesto, proferente y proferido, creador y creado, hacedor y hecho, todo lo cual no se puede decir por naturaleza y sustancia” y “porque solo el Padre por sí mismo y por naturaleza es Dios, eterno, invisible e inmutable, nunca Hijo, nunca engendrado, nunca hombre, nunca enviado, nunca padecido, nunca visto, nunca muerto ni resucitado, sino que siempre permaneció el mismo, eterno, invisible, incomprensible e inmutable”. Cualquier acercamiento a Dios nos sitúa ya automáticamente ante la Palabra.
Cuando Juan 1:1 dice “En el principio la Palabra existía con Dios y Dios era esa Palabra” (Jn 1, 1), si la Palabra fuera una hipóstasis invisible, tal como quiere la tradición, se pregunta Servet ¿cuál sería la diferencia respecto a Dios? Y si fuera idéntico al Padre, ¿cómo explicar todas las peticiones del Hijo al Padre que recogen las Escrituras? Por esta causa mientras solo hay Palabra, no existiendo todavía el mundo, la Palabra es invisible y nunca se dice en la Escritura que es Hijo,  pero en ese preciso instante que la Palabra es visible, el mundo es hecho por la Palabra de quien procede la visibilidad. Las dos famosas formulaciones que se le dieron a Servet como alternativas a la muerte en la hoguera, sobre si Jesús es Hijo del eterno Dios o Hijo eterno de Dios, pueden ser consideradas las dos ciertas porque dicen lo mismo. La primera al modo humano Jesús es Hijo del eterno Dios y la segunda, al modo divino, es Hijo eterno de Dios. Pero también despejan el pretendido panteísmo servetiano al afirmar que el mundo es creado por la Palabra, de modo que el mundo no es Dios, no hay identificación total con Dios porque una cosa es ser engendrado y otra ser creado. “Cuando la Palabra se hace carne y adopta forma humana, es decir, cuando de ser incomprensible, impasible, Logos y creador, entonces se convierte en comprensible, pasible, hombre y regenerador. Dios elige desde el comienzo el aspecto humano y la paternidad como más apropiados para su designio de manifestarse y se prefigura así la encarnación de la Palabra en Jesús Cristo ocurrida, de acuerdo al eterno designio de Dios, en Belén, es decir, en un lugar y momento del tiempo humano, pero no por ello la encarnación misma es temporal puesto que en Dios no hay tiempo”.
La profundidad del misterio, aunque solo sea pensado, nos obliga a ser respetuosos con todas aquellos estudios que examinan las Escrituras procurando entender la sabiduría de Dios y no solo el sentido acomodado a nuestra tradición. Dicho lo cual no resulta extraño que Servet en 1537 estudiara anatomía con ahínco y pasión con Juan Gunther de Andernach, en su deseo teológico de encontrar respuestas desde la anatomía al problema de la Encarnación de Dios. Para Servet no es una respuesta el que Dios aportara la naturaleza divina y María la humana, porque de esta manera las dos naturalezas quedarían incomunicadas, creándose un abismo en Cristo solo salvable con trucos lingüísticos y la impiedad de la que la naturaleza divina puede verse afectada por la naturaleza humana. Servet procura conjugar todas las citas bíblicas sobre la generación de Cristo y evidentemente su postura no queda del todo clara. En el libro segundo del manuscrito habla de la Palabra de Dios como semen que se introdujo en el vientre de María, cooperando el Espíritu Santo, y esta Palabra se hizo hombre esto es “carne de Cristo y todo el hombre Jesús Cristo”. Así Jesús hombre es Palabra de Dios en la tierra o Dios con nosotros, enviado del Padre.
En el libro quinto, Servet se muestra más claro: “cuando decimos que Cristo es Hijo de María según la carne, solamente excluimos de ella la generación espiritual que es del solo Padre por razón de la Palabra eterna y del Espíritu santificador (...) pues en la generación de Cristo que es desde la eternidad y por Espíritu Santo, la Virgen no participó, pero en la que tuvo lugar según la carne en el tiempo definido concurrió la Virgen junto con el poder de Dios” (D 92-93) y “es decir, convino que el Hijo de Dios naciera de una madre, aunque saliera de Dios Padre”. María pues aporta visibilidad y temporalidad, es decir, carne, al Hijo de Dios que desde la eternidad ya tenía carne espiritual con forma humana visible y actuante. Se dibuja así la encarnación de la Palabra en Jesús Cristo ocurrida de acuerdo al designio de Dios, en Belén, en tiempo y espacio humano, pero no por ello la encarnación misma es temporal puesto que en Dios no hay tiempo.
Para no alargar más este artículo, quisiera terminar afirmando que el cristianismo de hoy y los cristianos de a pié de siempre adoran a Dios en nombre de Cristo sin demasiadas preocupaciones por la definición y enunciados exactos de la fe. No estamos obligados a ser catedráticos en Sagradas Escrituras. Sin embargo la honestidad intelectual exige una cierta formulación razonada de la fe, aunque a veces los conceptos obligan al estudio de la prolongada historia de las desviaciones para la comprensión de los Credos. El cristianismo está tan ligado a la persona de Cristo de modo que nuestra visión de su Persona comporta y determina el ser cristiano. Pero además en el cristianismo hay unas características esenciales que no son estrictamente doctrinales como la experiencia religiosa, la adoración o la ética. Esto nos obligaría a tener unos mínimos de verdades que puedan edificar las iglesias, equiparlas para el servicio, dentro de la contextualización de las diferentes culturas que no siempre es fácil de comprender.





[i] Escritos de teología. Karl Rahner. Ediciones Cristiandad, 2002
[ii] Algunas consideraciones sobre el hombre pueden verse en una gran parte de la obra del doctor José Manuel González Campa y con más originalidad en “Economía de la muerte. La drogadicción como problemática social y humana. Análisis científico y teológico” Pág. 13 y ss, y “El sentido de la vida” donde el hombre se le define como persona colectiva.
[iii] Léase en pág., 143 Estudios de teología Tomo 4 Karl Rahner Para la teología de la Encarnación Ediciones Cristiandad, 2002
[iv] Miguel Servet, Restitución del cristianismo, Fundación Universitaria Española, edición de Á. Alcalá y L. Betés, Madrid, 1980,
[v] The Work of Love - Creation as kenosis" Jürgen Moltmann

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