La Encarnación algo más que festividad de Navidad.
Por Manuel de León de la Vega
“aunque me sepas equivocado en algo no por eso me
debes condenar en todo lo demás”.
Serrvet a
Ecolampadio
Las cosas
inciertas y ocultas de tu sabiduría a mí me las manifestaste
(Sal 50, 8).
Celebrar y pensar la Navidad
Es
evidente que, en la trepidante vivencia del hombre de hoy, se festeja o “celebra” la Navidad mas que se “piensa” en el significado teológico y trascendental de
tal acontecimiento. Sin embargo el suceso de la encarnación de Dios en esta
tierra es el mayor hecho teológico provocado por el cristianismo. Los Santos
Padres subrayaron constantemente el carácter misterioso del dogma de la Encarnación
y afirmaron abiertamente la necesidad de la fe. Encarnar significa hacerse
carne, esto es, hacerse hombre pero
también hacerse pecado por nosotros -
2 Corintios 5:21- y sobre estos elementos de hombre y de pecado, quisiera asomarme a este pensar
la Navidad.
En uno de sus escritos titulado “Sobre la teología de la celebración de la
Navidad” Karl Rahner[i]
apunta algunas maneras de celebrar los días navideños, no a modo de receta para
cuando surjan las aguas amargas del asco, del aburrimiento, de la oquedad y del
vacío, sino para encontrarte con el “Ello”. No lo llames Dios –dice Rahner-.
“Ello” es lo que remite calladamente a Dios, que no es una cosa más, sino lo
definitivamente otro y por eso su absoluta falta de nombre y de límites. Sin el
“Ello” no habría espacio en el corazón para las cosas familiares propias de estos
días, nada podría ser puesto en el lugar adecuado. Sin el “Ello” aunque
intentásemos atascar el corazón con lo tangible, atiborrarlo de “realidades”,
el vacío abarcador, lejano pero que lo traspasa todo, se impondría de todas las
maneras. Podremos llevar la copa a los labios y beberla hasta el fondo, pero a
través del fondo veremos el abismo. Calladamente hazte regresar a ti mismo
porque si te quedas solo preguntando a tu corazón, que mira solitario a la
lejanía, no tendrás respuestas claras. La Navidad es la respuesta de Dios en
aquel rincón del corazón que hemos vaciado de cosas mundanas.
Sin
embargo Rahner no deja que este escrito citado sea una obra de arte sobre la
Navidad, sino que se mete en la faena de pensar, de indagar el significado, que
es lo que pretendemos nosotros. Tengo que reconocer que cuantos más años van
pasando como creyente, mayores son las dificultades que encuentro en la
dialéctica teológica y especialmente cuando leo estos autores, pero la Biblia
sigue siendo motivo constante de reflexión. No solo siento la necesidad de un
arrodillamiento ante Dios frente al estudio de la Encarnación, sino de otros
temas medulares de la Escritura, por las dificultades que la razón humana
encuentra ante el misterio. Cada día me doy cuenta que el lugar de las
Escrituras es santo y debo de andar en temor y temblor reverente. Por eso
pretendo acércame a la Escritura con honestidad, sabiendo que si permanezco en
su Palabra conoceré la verdad y la verdad me libertará (Juan 8:31).
Rahner
se da cuenta de que es un hecho sombrío de la teología y de la predicación
eclesiástica el hecho que sobre el misterio abarcador de la Encarnación casi
solo se repita lo que siempre se ha dicho y casi aburridamente. El sentido de
que el Verbo de Dios se hizo hombre nunca termina, siempre necesita un renovado
esfuerzo, pues una respuesta total no podemos dar. No es que los credos fallen
ni hayan sido derogados por anticuados, sino que esas fórmulas antiguas no son
el fin sino el punto de partida. Al enunciar “el Verbo de Dios se hizo carne”
(hombre) y desde la teología agustiniana, Verbo de Dios lo entenderíamos como
persona de la divinidad, una hipóstasis divina, uno de la Trinidad que se ha
hecho hombre. Pero si se pone en duda con una tradición anterior a Agustín de
Hipona, entonces no podríamos prescindir de una intelección más rigurosa de
Verbo. Aunque comenzásemos por la parte
más inteligible del enunciado “el Verbo de Dios se hizo hombre” que sin duda es
“hombre”, ¿sabemos acaso que es el hombre? ¿qué significa ser hecho hombre?
Diríamos que “hombre” es lo que somos nosotros, lo que diariamente vivimos y
aparece a lo largo de la historia como los humanos. Aunque digamos que tomó la
“naturaleza humana” ¿sabemos lo que decimos con “hombre” y naturaleza humana”?
Las ciencias todavía no lo han definido aunque hayan llegado a definirlo como ζοῶν λογικόν, animal rationale.[ii]
Seguimos prácticamente sin saber nada, poco más que nuestra existencia depende
de la aceptación o rechazo del misterio que somos dentro del misterio de la
plenitud.
Cuando
decimos que “el Verbo de Dios se ha hecho, “ha devenido” en “carne” estamos
indicando una cierta mutabilidad de Dios, porque además de darle a Dios la
infinitud y la eternidad, la plenitud absoluta, le confesamos “inmutabilidad”
“inmovilidad y serenidad”. ¿Cómo es que ha devenido en hombre si es inmutable?
Solo cuando nos hayamos hecho cargo de lo que esto significa seremos
verdaderamente cristianos. Y es aquí donde la teología y la filosofía
tradicionales de escuela comienzan a tartamudear y bizquear. Pero el mismo
Rahner para llegar a la conclusión de que “cuando Dios quiere ser no-dios surge
el hombre”, tiene que recurrir a un galimatías filosófico que no me atrevo a
reproducir por lo intrincado.[iii]
Hay,
sin embargo, un pensamiento raíz que
recorre toda la Biblia para enseñarnos que Elohin o Yahvé creó al ser humano,
lo puso en la tierra como algo bueno, pero el hombre se desestructuró al
desobedecerle y como consecuencia de esta naturaleza inclinada al mal, vino el
pecado y la muerte. La Navidad es la solución al problema de la muerte y del
hombre, porque Dios puso su tienda entre nosotros, perdidos en el desierto de
la vida, y nos dio nueva vida en Cristo Jesús. Así de sencillo. El problema
viene al pretender nosotros conocer a ese “Elohin”, al “Logos” y entrar en las
batallas dialécticas sobre “naturaleza” “persona” “esencia” “ser” para designar
a Dios. Introducirnos en el misterio revelado, aunque solo sea para pensarlo y
no necesariamente comprenderlo, supone un acto reverente y de obediencia. Hoy
quisiera fijarme en uno de los genios de la humanidad que, además de ser médico
descubridor de la circulación de la sangre entre otras cosas, dedicó toda su vida como teólogo a la “Restauración del cristianismo”[iv]
con aportaciones sustanciosas sobre la encarnación del Verbo: Miguel Servet.
Breve presentación de la peripecia teológica y humana de Servet.
Servet
es el gran desconocido en el campo teológico y mayormente entre los
evangélicos. Podemos decir que solo ha sido rescatado para la medicina por los
profesionales médicos, especialmente en lo relativo a la circulación de la
sangre. Últimamente, al ser traducida y publicada su obra completa por el profesor Ángel
Alcalá Galvé, algunos de sus alumnos españoles se han adentrado en la teología
servetista rescatándola de cierto mito de herejía por la que fue condenado a la
hoguera. Servet se le ha catalogado como antitrinitario, panteísta y otras
inexactitudes como así indicaba un servetista inglés Dr. Leonard L. Mackal: “A los que escriben
sobre Servet, con rarísimas excepciones, parece perseguirles una fatalidad
singular que conduce a algunos a la inexactitud, hace que los más eruditos en
otros campos se muestren ilógicos en este, y mueve aun a los mejores a ser
descuidados cuando entran en él”. Efectivamente Servet se mueve en el filo de
la navaja de católicos y protestantes del siglo XVI. A Servet no le arredran
las interpretaciones tradicionales si tiene que combatirlas. “Indaga por su
cuenta y llega a la conclusión de que el
sentido simple y profundo de los textos bíblicos fue traicionado cuando les
sobrepusieron elucubraciones filosóficas y gnósticas del neoplatonismo
helenístico. Para él, el cristianismo trinitario, con todas las secuelas que
conlleva, es una corrupción, y de ella, en la cual especialmente Roma está
sumida, debe contribuir él, nuevo arcángel Miguel, a sacarla para ¨restituir el
cristianismo¨ y devolverlo a su autenticidad”- dice Ángel Alcalá.
Como humanista acreditado aparece Servet
al lado del fraile dominico Santes Pagnini en 1542, después de doctorarse en la
Facultad de Medicina de Montpellier. Pagnini había invertido veinticinco años
de su vida en traducir la Biblia al latín desde las lenguas originales e
introduce en ella la división por versículos. El fue el que cautivó a Servet
para los trabajos de la crítica textual bíblica en hebreo y en griego, encomendándole
la revisión de la segunda edición, donde Servet incorpora un prologo en el que
define el criterio de la traducción y le llena de notas marginales y escolios.
Servet ya no es un discípulo, sino un maestro renacentista, enciclopédico y
desde luego conocedor del griego frente a la acusación de Calvino de que
ignoraba el griego.
Ya en junio de 1553, antes de su muerte
que aconteció meses después, en octubre, se le había hecho un auto de fe a la
puerta del palacio de Vienne con los ejemplares de los libros y la efigie de
Servet. Se habían presentado treinta y ocho artículos condenatorios a su
doctrina de la Trinidad, la esencia omniforme de Dios, el Logos, el Espíritu Santo, la filiación de Cristo, la
Encarnación, los ángeles, el bautismo de párvulos y la regeneración. La Inquisición católica y luego la Ginebra de Calvino le
acusaron de herejía curiosamente en dos doctrinas que hoy los protestantes mayoritariamente
rechazamos, como son el bautismo de
niños, porque aún no pueden manifestar su voluntad, y la libertad de conciencia
(doctrina esta que el mismo Calvino le acusó de defenderla y que Servet
defendía desde que tenía 19 años). También se le acusaba de negar la inmortalidad del alma, manteniendo que el alma
del hombre es mortal como su cuerpo, postura esta que el protestantismo actual
también sostiene, pues se acomoda más a la doctrina bíblica de la Resurrección
de todo el ser humano y su unicidad. Tuvo la suerte de poder
escapar en esta ocasión de la prisión de Vienne, estando varios meses escondido
y planeando irse a Nápoles, pero acudió a la Ginebra de Calvino y allí pereció
en la hoguera.
No
quisiera tratar aquí el sufrimiento que la iglesia de Cristo ha padecido no
solo por disputas doctrinales y teológicas, sino también porque sus maestros
han recurrido a fuentes no bíblicas para
explicar su fe, mezclando política, sed de poder y otros intereses con el
Evangelio. Las mismas iglesias
luteranas, anglicanas y calvinistas fundaron sus iglesias deliberadamente
vinculadas al poder político, pero Servet en este sentido también era radical y
ligaba su reforma a la fe y al espíritu. Los mismos reformadores radicales como
los anabaptistas, espiritualistas o unitarios, con tantos parecidos a él,
buscaron apoyos exteriores, pero Servet ni siquiera lo intentó y hasta se
escondió en un cierto nidodemismo para camuflar sus ideas que chocaban
violentamente con la hermenéutica y ortodoxia de entonces.
La
cristología de Miguel Servet tiene matices únicos porque precisamente su hermenéutica es metodológicamente
original y profunda. Mucha de su doctrina estaría resumida en estas sus propias
palabras: “Esta es la única verdad
evangélica y vida eterna: creer en un solo Dios padre inmortal e invisible
crucificado. “Nadie puede decir en su corazón “Señor es Jesús” sino por influjo
del espíritu de Dios”. Uno es, pues, Dios, padre de todos, creador, y uno el
cristo, hijo de Dios, crucificado. A los cuales sea alabanza y gloria por los
siglos sempiternos”. Evidentemente cada palabra de esta declaración tiene un contenido
teológico riguroso y ciertamente alejado en algunas partes de los Credos
salidos de los Concilios y de su contexto.
El Verbo de Dios se hizo carne.
Lo novedoso de Descartes
era haber llegado a la certeza de Dios a partir de la naturaleza pensante del
hombre y de Servet no se podría decir menos, pues ya un siglo antes realizó una
obra cristológica partiendo de los hombres y de la misma naturaleza humana de
Jesús para acabar hablando de Dios como “el creador de las esencias, el que
hace ser, la causa de la existencia”. Para Servet tiene importancia primordial
no comenzar tratando sobre Cristo, sino sobre el mismo Jesús para esclarecer su
naturaleza, pues entendía que la tradición eclesiástica había dividido la
naturaleza de Jesús en hombre y en Hijo de Dios, haciendo mortal al primero y
eterno al segundo. Sobre este “segundo hijo” que Servet denomina “segunda
hipóstasis” es donde dirigirá su mirada
crítica como también hacia la doctrina de la Trinidad papística. Así aparece
presentando esta crítica en el manuscrito de Sttutgart: “¿A qué persona
señalaba el centurión cuando dijo: “Verdaderamente este era el hijo de
Dios”?(Mat.27:54) ¿Era aquél soldado un metafísico o un sofista para hablar por
comunicación de idiomas? Aún no había aprendido nada acerca de esa filosofía
grecoide de tres hipóstasis y de supuestos connotativos, sino que reconoció al
hijo de Dios en Jesús Nazareno crucificado, cosa que nuestros teólogos niegan
tan impíamente”.
Quisiera también adelantar
que Servet matiza que ‘Cristo’ es la traducción griega de la palabra hebrea ‘Mesías’, que quiere decir ungido, por lo que concluye que el
hombre Jesús fue ungido con el santísimo óleo de la palabra de Dios de manera
interna y eso es lo que le hace ser el Cristo. Afirma también que Jesús
poseía una fisiología similar a la nuestra, sin atributos humanamente
superiores, pero con la salvedad de que en el proceso de la gestación la “parte
masculina”, que Servet dice que aporta lo que hoy denominaríamos como
‘información hereditaria’, era la misma Palabra de Dios (de ahí su ungimiento
interno). De esta manera, Servet acaba afirmando la divinidad de Jesús el
Cristo diciendo: “Jesús fue hecho hombre por la carne, pero le fue otorgada
toda la divinidad de gloria, potencia, riqueza, honor y bendición por Dios”.
Otra explicación necesaria se refiere a que Jesús era
un hombre hijo de Dios, que nació en el tiempo, que fue ungido como el Mesías y
al que le fue otorgada la mayor gloria divina, llegando a ser Dios mismo, pero
no como una segunda persona de diferente esencia, sino como extensión del
propio Dios: “no se separa la sustancia, sino que se extiende; así el espíritu
nace de espíritu y Dios de Dios. Como la lumbre aunque encienda otras queda
entera sin menoscabarse, y no pierde los grados la matriz, aunque de ella se
originen otras iguales luces, que si se comunica no se mengua; así lo que nació
de Dios es Dios enteramente e Hijo de Dios, y ambos un Dios tan solamente,
Espíritu de Espíritu y Dios de Dios, en quien solamente hace número el grado de
la generación, el modillo de la persona, no la majestad de la esencia, que
aunque nace no se aparta; como el ramo, aunque nace no se divide del
tronco”. La doctrina resumida y el
objetivo de Servet de aclarar el sentido neotestamentario de Jesús el Cristo e
Hijo de Dios se sustentaría en estos tres principios: I. Ese hombre Jesús es Cristo; II. Ese
Jesús en cuanto hombre es Hijo de Dios; III. Ese hombre Jesús es Dios. Sin
embargo aunque aparentemente la doctrina parezca la tradicional, no hemos de
olvidar que Servet fue condenado a morir en la hoguera, (pudiendo ser librado
de esta pero no de la ejecución) al no aceptar la mediación de Guillermo Farel
que le proponía considerar la preposición “de” en “Jesucristo Hijo eterno “de”
Dios” en vez de “Jesucristo, Hijo “de” Dios eterno” que él sostenía.
En
este artículo solo queremos pergeñar unas cuantas consideraciones de Servet
sobre la encarnación del Verbo. Lo haremos sobre algunos textos que analiza
Servet comenzando desde la filología, sabiendo que el valor lingüístico de una
palabra es ante todo la propiedad que tiene de representar una idea. Se fija el
teólogo primeramente en la raíz donde encuentra la generalidad y la abstracción
del sentido, siendo la palabra la que presenta una idea relativamente
determinada.
Veremos
algunas citas que aparecen en la primera
parte de Christianismi restitutio, conservando el texto griego, pero
adelantaremos algunos conceptos necesarios. Para Servet engendrar y salir de, ha
de entenderse en sentido literal como le ocurre a cualquier hombre y tienen el
sentido de hacerse corpóreo, visible. El resultado es un hombre completo, simple, es decir, no compuesto, que es
“Dios con nosotros” y que es visto por todos los que dan fe de él.
Servet no mezcla las dos naturalezas, divina y humana, en Jesús: “porque ese
Jesús visible era la Palabra misma de Dios, corporada después y hecha hombre no
por unión sino por conversión, en verdad pudo decir ‘Antes de todo, yo soy’ (Jn
8, 58)”. Por conversión hay que
entender el paso del ser invisible al ser visible, misterio este al que dedicó
Servet la vida entera como su gran cuestión.
En este tema también es
importante entender el sentido de “Palabra
de Dios”. Servet tiene en mente una concepción activa de la Palabra, como
agente que actúa, aquella por lo que todo fue hecho, destacando que en la
Escritura nunca se habla del Padre de la Palabra, ni se llama Palabra al Hijo
de Dios. Por esta causa en el manuscrito de Sttutgart
aparecen tres términos unas veces en mayúscula y otras en minúscula y son “verbum” “sermo” y “logos”, siempre vinculados a semen,
virtus, potestas, oraculus y vita. En ese
sentido, la palabra es algo, no meras palabras, tal como puede
entenderse desde otro punto de vista. Cuando se piden hechos y no palabras, se
está en las antípodas del uso servetiano. Más cercano al uso hebreo son las
expresiones castellanas ‘te doy mi palabra’ en el sentido de que ‘algo de mí va
con lo que digo’, o ‘hay palabras que matan’, o ‘beberse las palabras’.
La Kenosis de Dios en Cristo
ὲν Χριστω Ιησοῦ, όζ έν μορφῆ ύπαρχων οὺχ αρπαιμόν ηγησατο
το ειναι ισα θεω, αλλα εαυτον εκενωσεν μορφην δουλου λαβων, εν ομοιωματι
ανθωπρων γενομενοζ. Filipenses 2·6
_"en Cristo
Jesús, que existiendo ya en forma de
Dios, no consideró una usurpación ser
igual a Dios, sino que se vació a sí mismo tomando la forma de siervo, deviniendo en semejanza a los hombres".
Los problemas exegéticos del texto citado son muchos pero
nos fijaremos más en los teológicos. La kenosis significa, en resumen, que, al hacerse humano, Cristo renuncia a los atributos divinos, de
modo que ya no es todo poderoso, omnipresente, y omnisciente, viviendo limitado como los demás seres humanos. Veamos
solo unos matices lingüísticos y posteriormente unas posiciones teológicas
sobre la “kenosis” (del griego κένωσις:
«vaciamiento»)
Desarrolla
Servet largamente el tema de la forma
divina de Cristo, desde la eternidad, junto a su gran humildad de espíritu. El
vocablo “μορφῆ (lat. forma), en
ambos casos, es el aspecto, la figura, mientras la palabra ισοζ" significa igualdad y ομοιοζ", semejanza
donde como puede deducirse, dos cosas pueden ser semejantes pero no iguales. El
sustantivo αρπαιμόν, puede tener el significado de rapto, robo, resultado de
una acción, aunque tiene un sentido muy negativo (cf. Harpía) que se descarta. Considera
Servet que este texto sobre Cristo Jesús
existiendo en “forma” de Dios, no habla de igualdad
ni de semejanza divinas sino al μορφῆ de Filipenses 2:7-8 . Esta
sería resumida la visión paulina pero ¿como presentan los evangelios a Cristo?
Los
evangelios presentan fundamentalmente a un Dios encarnado y que había entrado
en la historia para “salvar lo que se había perdido”. Mateo nos dice que el
niño que iba a dar a luz la virgen María venía “para salvar al pueblo de sus
pecados”(Mateo 1:21) Como judío tendría bien claro el texto de Isaías 45:21-22 Y no hay más Dios que yo; Dios justo y
Salvador; ningún otro fuera de mí. 22 Mirad a mí, y sed salvos, todos los
términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Lucas presenta
otro aspecto de Jesús diciendo que el Santo Ser que nacería de María, el cuerpo
humano, el hombre, sería llamado Hijo de Dios. No sería un hombre cualquiera,
sino que en su humanidad estaría “toda la plenitud de Dios” (Colosenses 2:9),
que Dios estaría en él (2ª Cort. 5:19), que Dios se manifestaría en carne (1ª
Timoteo 3:16) por medio de ese cuerpo.
El
evangelio de Juan es diferente al introducir
otros conceptos como el “Yo soy” o el Verbo, Logos o Palabra, pero no
con la idea griega sino con la judía y es aquí donde pueden venir algunas
divergencias. La “Palabra” en hebreo es (menra) donde la Palabra divina tiene la misma personalidad de Dios. Juan había
escrito este evangelio en Éfeso, la misma ciudad del famoso filósofo Heráclito
quien consideraba al Logos “la palabra, la razón de Dios”. En este sentido
coincidía con el Verbo de Dios hasta que Filón relacionó el Logos de Heráclito
con el Hijo de Dios y dijo que “el Logos era intermediario entre Dios y los
hombres” dándole una personalidad independiente de la de Dios. Juan con su
mentalidad judía estaba presentando al Logos como Dios mismo: “Y el Verbo era
Dios”. El mediador entre Dios y los hombres era Jesucristo hombre, (1 Tim. 2:5) no
el Logos.
La
teología magisterial o luterana antigua trataba de entender esta kenosis del
Hijo de Dios sobre la base doctrinal de dos naturalezas en Cristo. Los teólogos
de Tubinga enseñaban que estos atributos divinos fueron ocultados, pero los
teólogos luteranos del siglo XIX tomaron como tema
Filipenses 2, no al Cristo-que-ha-devenido-humano sino al
Cristo-en-su-devenir-humano. Su forma humana, que ya es también una forma de
siervo, reemplaza a la forma divina original. El Hijo de Dios
encarnado "renuncia" a los atributos divinos de majestad en relación
al mundo, pero retiene los atributos interiores que constituyen la naturaleza
esencial de Dios: verdad, santidad, amor. Porque el acto de kenosis es un acto
del libre amor de Dios hacia los hombres.
Otro intento de
interpretar la Kenosis aparece en Hans Urs von Balthasar quien parte no de la
doctrina de las dos naturalezas sino desde la doctrina de la Trinidad. Como lo
expresa Moltman[v] “si el
Hijo encarnado se hace obediente a la voluntad del Padre eterno hasta el punto
de morir en la cruz, entonces lo que hace en la tierra no es diferente de lo
que hace en el cielo, y lo que hace en el tiempo no es diferente de lo que hace
en la eternidad. Así que decir "en la forma de un siervo" no quiere
decir negar su forma divina, ni que Él renuncie a ella o la anule; Él la
revela. En obediencia, Él realiza en la tierra su relación eterna al Padre”.
La
teología judía de la “shekinah” de Dios tiene su equivalente en la doctrina
cristiana de la “kenosis”. La promesa de Dios de habitar en medio de los
israelitas, de ser Él su Dios y ellos su pueblo, de bajar a habitar en medio de
su débil pueblo, implica que cuando Dios “baja” desde su eternidad, su
infinitud y a quien los cielos no pueden contener, se anonada, se hace presente
aún durante la destrucción, el exilio y el sufrimiento de los israelitas
errantes.
Para
muchos teólogos cristianos, desde Nicolás de Cusa, la creación es un acto de
“kenosis”, de auto-humillación divina. Para Brunner desde la creación hasta la
muerte en la cruz de Cristo es un continuado descenso de auto-humillación. “La
“kenosis” dice Brunner- que llega a su clímax en la cruz de Cristo, empezó con
la creación del mundo”. “El Cordero inmolado desde la fundación del mundo
(Apoc.13:8) describe simbólicamente que ya había una cruz en el corazón de Dios
antes de ser creado el mundo y antes de ser crucificado en el Gólgota”.
Ciertamente se podría seguir escribiendo sobre el tema en infinidad de autores
pero puede servir de muestra.
Las cosas ocultas
Aclarados algunos conceptos básicos para
poder erigir el andamiaje teológico, Servet va presentando los elementos
constructivos que proceden en gran parte de Ireneo como uno de los más próximos
a los apóstoles. Usa a Ireneo para analizar y especular desde la Escritura y
pretende desenmascarar el escolasticismo del mismo modo que Ireneo denunció el
gnosticismo. La pieza clave es entender la concepción de Dios que tiene Servet.
Sus palabras son: “Dios eterno, inmutable e incomprensible, queriendo
manifestar las admirables riquezas y tesoros de su infinita potencia, sabiduría
y bondad ...” y “... mientras no
conozcas los arcanos de la Palabra y aprendas que el santísimo hombre Jesús,
Hijo de Dios, ya desde la eternidad antes de todos los siglos era Dios junto al
mismo Dios Padre”. El mayor paralelismo de Ireneo con Servet estaría en este
texto destacado de Ireneo: ““Así pues, hay un solo Dios Padre, como lo hemos
demostrado, y un solo Cristo, Jesús Señor nuestro, que pasa por toda la
economía y recapitula todo en sí. Pero en este todo también está comprendido el
hombre, criatura de Dios. El recapitula, por tanto, al hombre en sí mismo. El
invisible se hizo visible; el incomprensible, comprensible; el impasible,
pasible; y el Logos se hizo hombre, recapitulando todas las cosas en sí mismo.
Y así como el Logos de Dios es el primero entre los seres celestiales y
espirituales e invisibles, así también tiene la soberanía sobre el mundo
visible y corporal, asumiendo para sí toda la primacía; y haciéndose Cabeza de
la Iglesia, atrae hacia sí todas las cosas a su debido tiempo (Adv. haer. 3,16,6)” [Quasten,
J. (1950), Patrología I. Hasta el concilio de Nicea, (I. Oñatibia, ed.),
Madrid, BAC, 1984, p. 300]
La teología servetiana adquiere mayor
lógica si entendemos que desde el momento que Dios pone en marcha su plan
prefigurado, desde ese instante en que se puede hablar de tiempo, de una acción
concreta más allá de la pura potencialidad divina, de lo creado, visible y
manifiesto, es entonces cuando ya no se está hablando de Dios mismo sino de su
Palabra. La insistencia de Servet de que Dios es invisible quiere decir que
escapa a las categorías humanas, mientras que la Palabra es visible, es decir,
comienza Dios a cumplir su deseo de hacerse manifiesto por medio de ella. La
palabra procede de Dios porque es Dios, pero ella no es Dios. Dice Servet: “ Y
así la Palabra, que es cierta disposición de Dios no podemos simplemente decir
que sea Dios (...), de lo contrario se seguiría que Dios eterno sería a la vez
disponente y dispuesto, proferente y proferido, creador y creado, hacedor y
hecho, todo lo cual no se puede decir por naturaleza y sustancia” y
“porque solo el Padre por sí mismo y por naturaleza es Dios, eterno, invisible
e inmutable, nunca Hijo, nunca engendrado, nunca hombre, nunca enviado, nunca
padecido, nunca visto, nunca muerto ni resucitado, sino que siempre permaneció
el mismo, eterno, invisible, incomprensible e inmutable”. Cualquier acercamiento a
Dios nos sitúa ya automáticamente ante la Palabra.
Cuando Juan 1:1 dice “En el principio la Palabra existía con Dios y Dios era esa Palabra” (Jn
1, 1), si la Palabra fuera una hipóstasis invisible, tal como quiere la
tradición, se pregunta Servet ¿cuál sería la diferencia respecto a Dios? Y si
fuera idéntico al Padre, ¿cómo explicar todas las peticiones del Hijo al Padre
que recogen las Escrituras? Por esta causa mientras solo hay Palabra, no
existiendo todavía el mundo, la Palabra es invisible y nunca se dice en la
Escritura que es Hijo, pero en ese
preciso instante que la Palabra es visible, el mundo es hecho por la Palabra de
quien procede la visibilidad. Las dos famosas formulaciones que se le dieron a
Servet como alternativas a la muerte en la hoguera, sobre si Jesús es Hijo del
eterno Dios o Hijo eterno de Dios, pueden ser consideradas las dos ciertas
porque dicen lo mismo. La primera al modo humano Jesús es Hijo del eterno Dios
y la segunda, al modo divino, es Hijo eterno de Dios. Pero también despejan el
pretendido panteísmo servetiano al afirmar que el mundo es creado por la
Palabra, de modo que el mundo no es Dios, no hay identificación total
con Dios porque una cosa es ser engendrado y otra ser creado. “Cuando la
Palabra se hace carne y adopta forma humana, es decir, cuando de ser
incomprensible, impasible, Logos y creador, entonces se convierte en
comprensible, pasible, hombre y regenerador. Dios elige desde el comienzo el
aspecto humano y la paternidad como más apropiados para su designio de
manifestarse y se prefigura así la encarnación de la Palabra en Jesús Cristo
ocurrida, de acuerdo al eterno designio de Dios, en Belén, es decir, en un lugar
y momento del tiempo humano, pero no por ello la encarnación misma es temporal
puesto que en Dios no hay tiempo”.
La profundidad del misterio, aunque solo
sea pensado, nos obliga a ser respetuosos con todas aquellos estudios que
examinan las Escrituras procurando entender la sabiduría de Dios y no solo el
sentido acomodado a nuestra tradición. Dicho lo cual no resulta extraño que
Servet en 1537 estudiara anatomía con ahínco y pasión con Juan Gunther de
Andernach, en su deseo teológico de encontrar respuestas desde la anatomía al
problema de la Encarnación de Dios. Para Servet no es una respuesta el que Dios
aportara la naturaleza divina y María la humana, porque de esta manera las dos
naturalezas quedarían incomunicadas, creándose un abismo en Cristo solo
salvable con trucos lingüísticos y la impiedad de la que la naturaleza divina
puede verse afectada por la naturaleza humana. Servet procura conjugar todas
las citas bíblicas sobre la generación de Cristo y evidentemente su postura no
queda del todo clara. En el libro segundo del manuscrito habla de la Palabra de
Dios como semen que se introdujo en el vientre de María, cooperando el Espíritu
Santo, y esta Palabra se hizo hombre esto es “carne de Cristo y todo el hombre
Jesús Cristo”. Así Jesús hombre es Palabra de Dios en la tierra o Dios con
nosotros, enviado del Padre.
En el libro quinto, Servet se muestra más
claro: “cuando decimos que Cristo es Hijo de María según la carne, solamente
excluimos de ella la generación espiritual que es del solo Padre por razón de
la Palabra eterna y del Espíritu santificador (...) pues en la generación de
Cristo que es desde la eternidad y por Espíritu Santo, la Virgen no participó,
pero en la que tuvo lugar según la carne en el tiempo definido concurrió la
Virgen junto con el poder de Dios” (D 92-93) y “es decir, convino que el Hijo
de Dios naciera de una madre, aunque saliera de Dios Padre”. María pues aporta
visibilidad y temporalidad, es decir, carne, al Hijo de Dios que desde la
eternidad ya tenía carne espiritual con forma humana visible y actuante. Se
dibuja así la encarnación de la Palabra en Jesús Cristo ocurrida de acuerdo al
designio de Dios, en Belén, en tiempo y espacio humano, pero no por ello la
encarnación misma es temporal puesto que en Dios no hay tiempo.
Para no alargar más este artículo,
quisiera terminar afirmando que el cristianismo de hoy y los cristianos de a
pié de siempre adoran a Dios en nombre de Cristo sin demasiadas preocupaciones
por la definición y enunciados exactos de la fe. No estamos obligados a ser
catedráticos en Sagradas Escrituras. Sin embargo la honestidad intelectual exige
una cierta formulación razonada de la fe, aunque a veces los conceptos obligan
al estudio de la prolongada historia de las desviaciones para la comprensión de
los Credos. El cristianismo está tan ligado a la persona de Cristo de modo que
nuestra visión de su Persona comporta y determina el ser cristiano. Pero además
en el cristianismo hay unas características esenciales que no son estrictamente
doctrinales como la experiencia religiosa, la adoración o la ética. Esto nos
obligaría a tener unos mínimos de verdades que puedan edificar las iglesias,
equiparlas para el servicio, dentro de la contextualización de las diferentes
culturas que no siempre es fácil de comprender.
[ii] Algunas consideraciones sobre el hombre pueden verse en una gran parte de
la obra del doctor José Manuel González Campa y con más originalidad en “Economía de la muerte. La drogadicción como
problemática social y humana. Análisis científico y teológico” Pág. 13 y
ss, y “El sentido de la vida” donde el hombre se le define como persona colectiva.
[iii] Léase en pág., 143 Estudios de
teología Tomo 4 Karl Rahner Para la
teología de la Encarnación Ediciones
Cristiandad, 2002
[iv] Miguel Servet, Restitución del cristianismo, Fundación
Universitaria Española, edición de Á. Alcalá y L. Betés, Madrid, 1980,
[v] The Work of Love - Creation as
kenosis" Jürgen Moltmann