Democracia Teológica (fragmento)
por José Pablo Noriega de Lomas
La existencia de Dios ha sido probada de diferentes modos en la Historia de la Filosofía abrahámica (la cual comprende la Filosofía cristiana, la hebrea y la islámica). Por ello no vamos a exponer demostraciones, sino que nos remitimos a las ya hechas para partir del hecho racional de Su existencia.
De otro lado, siendo Dios absoluto y
perfecto, cuando pensamos en política, hemos de pensar que el régimen político
y perfecto tiene que tenerle en cuenta de una manera grande; por lo que el
régimen político perfecto tiene necesariamente que configurarse como Gobierno
de Dios, que además tiene en cuenta, respetándola, la libertad humana. Todo lo
cual significa que dicho régimen ha de configurarse como democracia teológica.
Siendo la Democracia Teológica el régimen
mejor que cabe pensar, parece conveniente distinguirla de la Idea teológica de
Reino de Dios. Puede en este sentido indicarse la afirmación capital, en cuanto
que- siendo el Reino de Dios sin mancha e impecable- de que la muerte, la
enfermedad, el sufrimiento y demás imperfecciones propias de lo humano no
existirán; mientras que por el contrario en la Democracia Teológica no se
alcanza la felicidad y la inmortalidad sobre la Tierra, además de que en la
medida en que esté gobernada por hombres no puede alcanzar, en general, el
nivel que dará la Soberanía directa de Dios propia del Reino. Éste, en conclusión, es el fin
escatológico de la Historia, gobernando Dios directamente la Creación, por lo
que desaparecerán los males, mandando la felicidad eterna sobre los Nuevos
Cielos y la Nueva Tierra.
Así pues, según vamos viendo, entre
Democracia Teológica y Reino de Dios existe la diferencia fundamental que marca
la perfección de la segunda y la falta de la misma intrínseca a la primera; y
ello también en la medida en que el Reino constituye la racionalización total
del proceso histórico que desarrolla el género humano en su devenir en la
Historia. No obstante, ello no significa que la Democracia Teológica, aunque no
sea perfecta como el Reino, no sea el mejor régimen que cabe imaginar, (dentro
de la coherencia, y no de la utopía) de los que son propuestos o realizados por
el hombre. Por ello, estudiamos las formas más convenientes para lograr el
estado de Democracia Teológica, desarrollando sus mejores posibilidades desde
el respeto por los derechos humanos, y teniendo en cuenta que es la mejor forma
de gobierno; por ello, el más justo, el más pacífico y, en definitiva, el que
mayor bien nos aporta.
Contextualizando, una vez terminado el período
de la Guerra Fría, con la victoria de los regímenes democráticos sobre las
dictaduras herederas del estalinismo, aparece la Teoría del Fin de la Historia.
Según ella el desarrollo histórico habría alcanzado con la democracia liberal
la perfección, por lo que el porvenir consistiría en la progresiva
incorporación del mundo a este modelo político y económico. Pero según
defendemos, esta teoría no es adecuada pues las democracias liberales son
también perfectibles, más si tenemos en cuenta que son estos regímenes los que
han llevado la Religión hasta la marginación. Con respecto a ello, puede
entenderse también que los teóricos de la democracia liberal olvidan que la
Tierra es de Dios; y que se la dialéctica entre el ateísmo y la religión fuera
favorable a esta última ello implicaría que la ella debería tomar cuerpo
político, armonizándose la religión y la sociedad civil por lo que se tendría a
Dios como guía real en Su Gobierno y es su Providencia, siempre desde el
respeto por la libertad humana (tal como el Absoluto quiere). Se puede matizar
la postura históricamente: La evolución de Europa y Occidente desde el siglo
XVIII, que buscó la separación de Religión y Política es incorrecta, y el
grueso de la adecuación está de parte de aquello pensadores que estaban en
contra de la laicización de la vida y del estado. Dicho lo cual, ello no
significa defender las estructuras del Antiguo Régimen sino sencillamente estar
a favor de la presencia (pública) de la Religión en la vida de los pueblos y
los estados.
En
algún aspecto atingente a lo que ahora mismo hemos manifestado, la Historia de
la Filosofía atestigua que el ateísmo comenzó en Europa en el siglo XVI (por
ejemplo, Meslier), pero en el siglo XIX y el XX, siguiendo la estela de las
filosofías de la sospecha (Marx, Nietzsche, Freud…) terminó convirtiéndose en
un fenómeno de masas minoritario en Occidente.
Por nuestra parte, hemos intentado mostrar
que la religión, en cuanto que relación con Dios, lejos de deshumanizar,
alienar o ser una ilusión inútil para el ser humano, es una realidad que
optimiza al hombre en todos los aspectos de su vida. Por ello –también en este
caso- parece que se equivocan quienes desde posiciones laicistas- ya ateas, ya
agnósticas- intentan recluir la religión en lo privado del dominio de las
conciencias, sacándola de todas las manifestaciones públicas; por ejemplo de
las ceremonias de los estados. Nosotros no estamos de acuerdo con estas ideas y
por el contrario pensamos que la religión hace al hombre mejor y más feliz (al margen
de las consideraciones de los deberes que tenemos para con Dios). Por ello
pensamos que debe ser un aspecto central de la vida pública y que en última
instancia la razón de la vida de estado es el Gobierno de Dios, entendido desde
la libertad y por ello desde la libre adhesión de las conciencias, pues somos
libres y Dios no quiere marionetas.
Todo ello es así porque la presencia de
Dios- lejos de ser un motivo de alienación antropológica- lo es de alegría y de
perfeccionamiento moral. En efecto, la presencia de la misma es absolutamente
necesaria y conveniente como motivo central de lo político, una vez que han
quedado atrás los fanatismos, que tantos problemas generaron; por ejemplo, en
Europa las guerras de religión. Las guerras europeas de religión y la
intolerancia reinante en el continente europeo hicieron pensar a la Ilustración
que la religión debía separarse del estado, que éste debería ser laico y que la
religión debería estar presente exclusivamente en el ámbito privado. Como
estamos viendo, se equivocaron porque es posible erradicar de la religión el
fanatismo, pues, al contrario, la religión, lejos de ser una institución que
induce al fanatismo empuja a la caridad política y al amor, que son contrarios
a toda violencia fanática.
Por otra parte, viniendo el gobierno de
Dios en la Democracia Teológica, caber decir que entre los hombres mediará la
fraternidad. En primer lugar, porque Dios la quiere. En segundo, porque en el
régimen que defendemos se experimenta la presencia de Dios en todos los ámbitos
y con la máxima fuerza. Como la presencia de Dios vivifica los corazones de tal
manera que Dios como Amor impulsa el amor entre los seres humanos, es natural
pensar ellos mismos con la exuberancia del mismo se amen unos a otros como hermanos,
es decir, como lo que realmente son. así es porque cuando el Amor de Dios entra
en el corazón del hombre, según como somos y según los estímulos a los que
respondemos, un rebosamiento propio del amor que se traspasa al prójimo, de
modo que nos encontramos capaces de ir avanzando hacia la fraternidad universal
entre los ciudadanos de la nueva Democracia Teológica.
Pero de la Fraternidad viene la Igualdad,
pues los hermanos no quieren que existan privilegios entre ellos. Los hermanos
se sienten iguales y desean que la realidad de los hechos se corresponda con
ese sentimiento. De ahí que una fraternidad verdadera tenga también como
elemento suyo la igualdad. Con respecto, a la Libertad se puede afirmar que es
un componente indispensable de la Democracia Teológica pues el Gobierno de Dios
no quiere esclavos sino hombres que en el desarrollo de su libertad se adhieran
voluntariamente a dicho sistema político.