por
José Pablo Noriega de Lomas
INTRODUCCIÓN
Presentamos aquí un nuevo ensayo. En él
tratamos temas clásicos de la Teología Natural, es decir, de la Teología
Racional o Filosófica. Por tanto, intentamos hacer un discurso sobre Dios
empleando la razón como única fuente. Es por ello un trabajo filosófico. En el
capítulo primero hemos trabajado sobre los caminos racionales para alcanzar la
existencia y los atributos de Dios. En el capítulo segundo hemos discurrido
sobre el imperio que Dios tiene sobre el campo de las ciencias. Hemos tratado
las mismas desde la perspectiva de su conexión con Dios. En lo que respecta al capítulo tercero, hemos
tocado el tema de la relación de la Filosofía Teológica con las religiones y
filosofías de otras civilizaciones. De las relaciones del Absoluto con las
Humanidades hemos tratado en el capítulo cuarto. En él hemos criticado la
pretensión del paradigma dominante de las Humanidades de construirse sin
recurrir de ninguna manera a Dios. El capítulo quinto hemos aportado nuestra
posición sobre el problema de la Teodicea, que intenta hacer compatible la
presencia del mal en el mundo con la realidad divina. Lo hemos hecho pensando
que el mal no es argumento contra Dios, sino a favor de Él. El sexto ha versado
sobre escatología; por tanto, sobre la relación con Dios de sus dos grandes
temas: la inmortalidad del alma y la resurrección, y hemos comparado la
solución monoteísta con otras. En el séptimo, hemos deducido las consecuencias
de lo anterior para la religión, al tiempo que hemos defendido la necesidad de un
renacimiento de la misma. Por último en el capítulo octavo hemos criticado fundamentalmente
las alternativas a la solución teísta (que es la que defendemos) al tiempo que
hacemos un breve tratamiento sobre algunos temas importantes de la filosofía de
nuestro tiempo.
CAPÍTULO I: VIAS A DIOS
Platón defendió en la Antigüedad que la
realidad y el conocimiento se dividen en dos mundos: el mundo sensible y el
mundo inteligible. El primero de ellos es el de las cosas. El segundo es el de
las Ideas, tales como son las de Justicia, Verdad o Belleza. Este mundo, el de
las ideas, constituye el mundo verdadero
tanto desde el punto de vista de la
Ontología como desde el de la Epistemología; es decir, tanto en la realidad
como en el conocimiento. Así, según Platón la tarea de la Filosofía es el
trabajo intelectual con las Ideas, de modo que el filósofo es quien está en
posesión del conocimiento más profundo de la realidad. Efectivamente, contempla
la realidad desde las Ideas.
La Filosofía desde Platón a nuestros días ha tenido una
larga evolución, pero todavía se organiza en torno a las Ideas, aunque éstas
hayan cambiado en el transcurso de la Historia (Bueno). Como consecuencia, se ve que las diferentes
ciencias filosóficas pueden descubrirse y analizarse según las Ideas de que
traten.
La Metafísica trata de las Ideas de Ser, Realidad, Dios…;
la Epistemología, de las Ideas de Conocimiento, Verdad, Experiencia, Razón…; la Ética, se organiza en
torno a las de Bien, Justicia, Imperativo y otras; la Filosofía de la Historia
trabaja las de Historia, Providencia, Reino de Dios, Ésjaton…; la Estética, con
las de Belleza o Arte; la Antropología con las de Hombre, Cultura o
Civilización; la Filosofía del Derecho con las de Derecho, Justicia o Bien; la
Filosofía de la Ciencia, con las de Conocimiento, Verdad…; la Filosofía de la
Religión, con las de Dios u Hombre; la Teología Natural tiene por centro las
Ideas de Dios, Creación, Revelación…; la de la Revelación, con las de
Revelación, Escritura, Dios…Y así sucesivamente.
Por otra parte, si seguimos a Platón,
podemos decir que las Ideas se relacionan entre sí. Hay una symploké de las Ideas en la que no es
posible cualquier tipo de relación, pues se sigue una línea de construcción y
desarrollo. Y efectivamente así es, porque, por ejemplo, la Idea de Verdad está
presente tanto en Epistemología como en Filosofía de la Ciencia; la Idea de
Providencia, tanto en Teología Natural como en Filosofía de la Historia; la de
Revelación, en Filosofía de la Revelación y en Filosofía de la Historia; la de
Justicia, en Filosofía Política como en Ética; la Idea de Derecho, tanto en
Filosofía del Derecho como en Filosofía Política. Y así sucesivamente.
Pero no todas las ideas tienen la misma
potencia constructiva. Entre ellas hay una que destaca por su capacidad de
construcción del conjunto de las Ciencias Filosóficas, así como por su potencia
para darles unidad. Tal Idea es la Idea de Dios. Por tanto, la Filosofía de la
Historia adquiere su unidad y racionalidad desde las Ideas de Reino de Dios y
Providencia, que manan directamente de Dios; la Antropología se construye
cabalmente desde la aceptación de que el Hombre es un ser esencialmente
religado a Dios de modo que encuentra su telos
en Él, recibiendo así su optimización; la Epistemología se construye en cuanto
que la Idea de Verdad está inscrita en Dios;
la Ética se construye en cuanto que la Idea de Bien supone la existencia
de Dios y se potencia con ella; la Filosofía Política puede aclararse por medio
de la Idea de Misericordia o Caridad que encuentran su potenciación en el mismo
Dios; la Psicología Filosófica supone la Idea de Alma que implica las de
Inmortalidad, que tiene a Dios como garante de ella; la Estética lleva con ella
la existencia de la Belleza Absoluta, es decir, de Dios. En fin, la Teología
Natural se construye directamente desde Dios como Idea central; la Metafísica
implica la Idea de Realidad que supone la de Creación, y ésta a su vez la de Dios. Y así sucesivamente.
Pero no sólo son las ciencias filosóficas
las que toman su racionalidad con la Idea de Dios, sino que las mismas ciencias
y las Humanidades encuentran su optimización en
Dios. De esta manera, por ejemplo,
las Ciencias Naturales se racionalizan completamente con la Idea de Creación.
De modo parecido, en la Psicología Dios
tiene poder terapéutico en cuanto que la relación con Él proporciona felicidad
y armonía. Todo ello hará que las ciencias no puedan cerrarse desde el punto de
vista del agnosticismo o el ateísmo, sino que por el contrario deben estar abiertas a Dios como condición de
su máxima racionalidad.
Así
es, porque las primeras noticias escritas atestiguan que el hombre
siempre se ha hecho preguntas sobre el
origen del cosmos, sobre su destino, sobre la Justicia, la Belleza, etc. En el
principio las grandes preguntas eran contestadas por medio de la imaginación
mitológica; pero cuando aparece la
Filosofía intenta hacerlo a través de la razón por lo que en consecuencia
también criticará las primeras respuestas de la imaginación mitológica.
Pero la Filosofía no encuentra su madurez
hasta que no es capaz de asimilar por la razón la Idea de Dios, que en un
principio le viene dada por la religión. Primero la Patrística, luego el Islam, y por último
la Filosofía Cristiana Medieval elaboran lo esencial de los sistemas que
perdurarán hasta nuestro tiempo en la Filosofía Perenne. Esta filosofía perenne
responde racionalmente a las preguntas que necesita saber el ser humano para
dar satisfacción a su instinto de racionalización de lo real, y es totalizadora
en cuanto que se presenta la real como un todo. Ello es debido a que los
fenómenos (de la ciencia, de la sensibilidad…)
están inacabados desde el punto de vista de la razón, y dejan una estela
de preguntas con las que la razón trabaja, una
vez depuradas las explicaciones míticas.
Efectivamente, desde el Absoluto la
filosofía ha podido dar respuesta racional a todas las grandes preguntas del
ser humano. Ha sido y es capaz de una totalización racional de lo real, lo que
significa que podemos dar una contestación racional al conjunto de lo real y a
los diferentes campos en que la realidad se especifica. Pero en la medida en que es la Idea de Dios la que con su
constitución y despliegue es capaz de unificar racionalmente la filosofía es
natural que la disciplina primera de toda la filosofía sea aquella que recorre
la vía racional de acceso a Dios; la que nos dice cómo llegar a Dios y cómo es
Él. Esta ciencia es la Teología Racional o Natural, que ensaya vías diversas y
métodos con los objetivos indicados.
Existen en la Escuela dos caminos para
llegar a demostrar la existencia de Dios, que tienen sus respectivas
implicaciones en la totalización racional de lo real, como conjunto y de sus
diferentes categorías. Ambos caminos arriban
a las mismas conclusiones, lo cual también es un argumento que corrobora
la verdad de Dios como Absoluto, sin quien lo real pierde consistencia y
racionalidad. Estas dos vías son la vía ascendente que va de los diferentes
aspectos de la Creación a Dios, como condición de racionalización del conjunto
de lo real; y la vía a priori, que
tiene su origen en el concepto de Dios,
y puede ir luego a la Creación. Así, la
Filosofía ha ensayado el argumento ontológico, y otras vías diferentes, que
pasamos a tratar someramente.
Las pruebas a posteriori sobre la
existencia de Dios nos elevan del mundo a Dios. Se puede demostrar que hay un
Primer Motor del mundo, que hay una Causa Primera Eficiente, que hay un Ser
Necesario etc. Pero afirmar que el Ser Necesario, el Primer Motor, la Primera
Causa Eficiente son Dios, es una sola realidad que tiene necesidad de otra
prueba, puesto que las vías en sí mismas no lo prueban. Es decir, llegan a un
Primer Motor, a una Primera causa, al Ser Necesario etc., pero ni el Primer
Motor, ni la Primera Causa, ni el Ser necesario son por sí solos Dios, puesto
que Él es el Ser Perfectísimo. Se necesita por ello un segundo argumento que
una estos principios en un solo Ser; y además mostrar que ese ser es el Absoluto
o Perfección Suprema.
En cambio si para demostrar la existencia
de Dios, del Ser Perfecto partimos de su solo concepto, como Anselmo de
Canterbury hizo, los conceptos cambian, pues desde el concepto de Ser
Perfectísimo se concluye que dicho ser existe. Igualmente se concluye que tiene
unas perfecciones que descienden de su mismo concepto, por lo que no es
necesario acudir a otro nexo sintético que una los diferentes predicados sobre
Él porque ocurre que los atributos se
derivan del mismo concepto. Así si el Ser es Perfecto se concluye directamente
que es Omnipotente, Santo Infinito…; en fin, que ha de tener los atributos
entitativos y los atributos operativos que otras escuelas han definido y
tratado.
Por otra parte, de ello se derivan corolarios
metafísicos. Así: Si Dios es Perfecto, es Bueno y Omnipotente. Si es Bueno y
Omnipotente no permitirá que si estamos llamados a la vida, muramos
eternamente. Ello implica la inmortalidad personal, cuyas formas canónicas son
la inmortalidad del alma y la Resurrección. O también: Si Dios es Omnipotente y
Bueno es natural que haya creado el mundo, pues quiere darse; y también es
natural que el mundo llegue a una vida perfecta y feliz. Ello significa
postular que en el final de los tiempos del mundo se encuentra el Reino de
Dios.
En conclusión, con el argumento ontológico
se cumple la verdad del creer para comprender; aunque no sea una simple
creencia sino una prueba racional, que constituye el punto de apoyo que permita
construir una cadena de razonamiento que puede totalizar racionalmente lo real.
De otro lado, también puede ensayarse el
siguiente argumento a priori: Se dice
que el mal, como imperfección que es, es racionalmente intransitable porque es
pura negatividad. Por ello, el bien es lo racional; y el Bien Absoluto,
máximamente racional. Pero la razón no tiene otra opción que afirmar que lo
real es racional como condición de su mismo ejercicio. De lo dicho se colige
que el Bien Absoluto existe. Por su parte, el Bien Absoluto es Dios puesto que
si el mal se da en todos los aspectos, el bien también debe darse en todos.
Siguiendo en el orden de cosas del
argumento ontológico, vamos a discutir dos objeciones que debo a mi querido
amigo José Antonio Martínez (Longoria). La primera consiste en decir que Dios
es Misterio, por lo que el atributo de Perfecto podía corresponderle o no. La
segunda señala que estamos aplicando la analogía con respecto al calificativo
de Perfectísimo y que es discutible que hablar de Dios pueda hacerse
analógicamente en la medida que nos sobrepasa completamente. A la primera de
las objeciones respondemos que efectivamente Dios es Misterio insondable, pero
de ello no se deduce que Dios sea irracional, de modo que no puede por eso
mismo negar las pruebas que racionalmente conducen a ese Misterio, una de las
cuales es la prueba anselmiana. Con respecto a la segunda objeción,
exponemos que cuando hablamos del Ser
Perfectísimo empleamos la analogía, al mismo tiempo que la desbordamos, pues el
concepto de perfección incluye todo posible predicado de que son capaces
nuestras posibilidades cognitivas. Ello se
añade al poder probatorio del argumento, pues más que emplear la
analogía en el argumento, la desbordamos sin que ello haga el razonamiento
ininteligible. Esto ocurre también porque la analogía está llevada a un plano
superlativo que la desborda. Por ello, podemos efectivamente predicar de Dios
sin caer en una analogía que rebajase o
empequeñeciera su suma grandeza. Aún con todo, estamos suponiendo que las
objeciones a la analogía del afirmar de Dios son válidas, cosa que está por
demostrar, y que no es aceptada por la Escuela, pues dicha analogía se produce
por la vía de la eminencia.
De otra parte, transitando lo que se ha
llamado el argumento antropológico puede observarse que nos son innatas una
serie de querencias. Nos es dado el deseo de inmortalidad, el deseo de un mundo
bueno, el deseo de conocer este mundo por la razón, y otros más. Entonces, es
racional que estos deseos puedan ser satisfechos de alguna manera. Por ello, el
deseo de un mundo bueno y feliz será satisfecho con el Reino de Dios; el deseo
de inmortalidad, con la inmortalidad del alma y la resurrección de la carne; el
deseo de conocer a Dios y de encontrarle, por las distintas y variadas formas que
tiene la razón humana de llegar a Dios. De ello, a su vez, se deduce que Dios
no es ni irracional ni caprichoso pues no nos ha dado estos deseos para que no
puedan ser satisfechos. En este sentido, también aquí se ve la racionalidad del credo ut intelligam porque sin la
creencia estos deseos serían pasiones inútiles o incluso absurdas, mientras que
con la creencia todo se vuelve racional y con sentido. Ello, por su parte,
denota la existencia de una Inteligencia Creadora de modo que los deseos
humanos aparecen como subordinados a un fin que se cumple. De otro modo
faltaría sentido a toda la realidad.
En otro orden de cosas, según hemos
señalado más arriba, como consecuencia de que la Idea de Dios juega un papel de
clave de racionalización de lo real en sus aspectos generales y en sus
desarrollos particulares, puede decirse que ella es el centro de todo el
discurso filosófico, que se desarrollará en diferentes disciplinas. Estas
disciplinas tienen su campo y sus Ideas pero, como decimos, todas ellas se
ordenan esencialmente a Dios; y ello aunque la Teología Natural pueda organizarse
en positivo, y a priori a partir del argumento de Anselmo de
Canterbury, o a posteriori (a partir
de la existencia del mundo).
Efectivamente, la Ontología en cuanto
Teoría de la Realidad, que abarca la
realidad del mundo, es fundamentada con la existencia de un Absoluto. Si Dios es el Absoluto ello significa que el
resto de lo real es relativo a Él, y por ello mismo dependientes. Como la
dependencia consecuente se refiere al orden del ser y del origen, la realidad
mundana ha de ser creada por Dios. El mundo es, pues, creación de Dios.
Pero el Absoluto lo es completamente. Ello
significa que no se encuentra atado por la necesidad. Por ello la creación del
mundo es libre. Dios crea entonces el mundo desde la libertad. Además, como no
crea por necesidad, la creación es acto de bondad, de querer salirse de Sí
mismo para dar. En otras palabras: es un acto de Amor. Y si Dios crea el mundo,
siendo Omnipotente y Amor, es natural que lo cree para su Salvación, aunque
debido a su finitud no sea perfecto, totalmente bueno. Como consecuencia de lo
que venimos exponiendo, ha de decirse que el mundo tiene como característica
fundamental la de ser creatura dependiente de Dios. Pero, por otra parte, está
llamado a la salvación final, la cual ha de consistir, en la medida en que Dios es el Absoluto, en su
presencia omnímoda al final de los tiempos. Esto es en lo que se llama el
advenimiento del Reino de Dios. Ello tiene como consecuencia que la muerte no
tiene la última palabra, y que habrá vida eterna con la Resurrección de la
Carne.
Pero, aún con todo, se puede levantar la
objeción de que la presencia del mal en el mundo lo hace irracional, por lo que
la argumentación que estamos ofreciendo no es válida. Creemos que ello no es
así porque la presencia del mal en lugar de cuestionar la realidad del
Absoluto, lo postula en la medida Él posee una racionalidad que desborda la de
los seres racionales finitos, que por tanto
se presenta como capaz de dar cuenta de la presencia del mal en la
realidad natural. Y no solamente aparece esta argumentación, sino que también
en la medida en que no pudiésemos racionalizar la realidad por este escolio, se
presenta como exigencia de la misma razón que Dios lo sea. Ello porque es una
exigencia de la misma razón en su mismo acto, en su mismo ejercicio el postular
la racionalidad de la realidad.
La Epistemología es Teoría del
Conocimiento, lo que implica que trata con la Idea de Verdad, pues en el mismo
concepto de Conocimiento se encuentra el de esta. Así que también en esta
ciencia filosófica el cierre se hace con Dios. Ello es así porque la única
comprensión posible de verdad no es la de construcción, o cualquier otro, sino
la de adecuación de lo que pensamos o decimos con la realidad. Este concepto de
verdad es el natural. De él no podemos prescindir, pues siempre podemos
preguntarnos si tal o cual entendimiento de la verdad es verdadero, es decir si
se conforma con el concepto natural de verdad.
Ello, por su parte, significa que en alguna medida es como una idea
innata. Y siguiendo el argumento también podemos preguntarnos a qué se adecúa
la idea de verdad que poseemos naturalmente. Y es aquí donde se hace preciso
defender que esta Idea de Verdad es Absoluta, lo que significa que si es
absoluta no puede sino ser la Idea divina de Verdad.
Por ello, también en Epistemología Dios es
principio de culminación y final de cierre de la comprensión de la Verdad, que
es la idea central de esta ciencia. Pero hay que añadir que esta concepción de
verdad se traslada a todas las ciencias. Así por ejemplo la Teoría de la
Ciencia que trata con la verdad científica, la cual no puede contradecir la
Idea filosófica de verdad. Asimismo puede afirmarse que la Idea de Verdad postula la existencia de
Dios, pues si no hubiera un absoluto sería imposible que un ser relativo y
dependiente se pudiera poner en posiciones absolutas, que es lo que hace cuando
hace uso de la Idea natural de Verdad. Por ello, puede asegurarse que las
ciencias también tienen, desde sus principios y con sus categorías, una vía de
acceso a Dios, como acabamos de ver con esta idea.
En cuanto a la Antropología, se sabe que
su idea vertebradora es la de Hombre, y que a la pregunta por él trata de
responder. Con respecto a ello hay que decir que la realidad del ser humano
encuentra su plenitud en Dios, por lo que está llamado al encuentro con Él. Así
es porque en la Tierra, en la medida en que el hombre es un ser necesitado de
amor, encuentra en la relación amistosa
con Dios una fuente de cariño y comprensión. A su vez, ello representa una vida
psíquica más sana, que implica un mejoramiento corporal y fisiológico con
respecto al hombre natural. Así pues, de este modo el hombre encuentra su
optimización en Dios, en la relación con Él.
Pero el ser humano desea vivir eternamente; y un Dios omnipotente y
bueno proporciona el cumplimiento de este deseo, lo que significa que
disfrutaremos de vida eterna.
Por otra parte, el mundo es creación y
nosotros somos creatura que depende totalmente de Él. Esto quiere decir que el
conocimiento de Dios hace que se despierten naturalmente, como una necesidad
antropológica, los deseos de adoración; lo cual se traduce en el hecho de que
somos, en nuestro punto más alto, seres religiosos, que encontramos en la
relación con Dios una armonía y plenitud mayores, aunque estas serán perfectas
en la plenitud escatológica.
Igualmente, por su parte, la Antropología
Filosófica dispone de una prueba específica de demostración de la existencia de
Dios, que sigue las huellas de Kant en la Crítica
de la razón práctica. Consiste en ver que el ser humano desea una vida
eterna feliz; y que sería absurdo que dándose tal deseo no pudiera cumplirse.
Ello lleva consigo que la vida eterna,
que deseamos, se da efectivamente. Pero ella es posible gracias a la
presencia de Dios en la medida en que es Bueno y Omnipotente, en la medida en
que quiere y puede hacer que disfrutemos
de tal vida.
Transitando hacia la Escatología, podemos
preguntarnos en que consistirá más en concreto esta vida nueva. La respuesta
adecuada es que será que dará cumplimiento a lo mejor de las aspiraciones
humanas, que son la Verdad, el Bien y la Belleza. Ello implica que, siendo Dios
el grado máximo de los tres transcendentales que decimos, lo esencial de la
vida eterna consistirá en la contemplación de Dios, en la que se darán
cumplimiento en su máximo grado las aspiraciones antropológicas, pues la
presencia de Dios será total. Ello es lo que las religiones han conocido como
Reino de Dios, etapa escatológica final.
Pasamos a tratar ahora sobre la Filosofía
Política. En cuanto a ella, puede afirmarse que también tiene su objeto, sus
términos y sus legalidades que le permiten un tratamiento autónomo. Así puede
afirmarse que el resto fanático producto del desacuerdo moral contemporáneo (Mc
Intre) tiene la posibilidad de encontrar su desbordamiento en una democracia
consecuente que elimine dicho desacuerdo,
puesto que uno es el hombre y una es la razón.
Pero esta autonomía o legalidad propia de
la Política no se cierra sobre sí misma. Al contrario, la Idea de Dios es capaz
de ofrecer una alternativa general a toda la visión de la ciencia política.
Para ello se hace preciso reconocer que la Tierra es de Él como soberano que
es. Por ello el gobierno de la Tierra corresponde a Dios como soberano en la
medida en que Él no se equivoca y puede constituir el poder de máxima justicia.
Ahora bien, lo más parecido que puede haber con respecto al gobierno de Dios es
el gobierno de los creyentes organizados como Iglesia, y por ello el gobierno
de sus representantes. Y en la medida en
que el Señor respeta la voluntad y la libertad humanas el Gobierno de la
Iglesia no se puede ejercer sin el respeto de las mismas, lo cual significa una
Democracia Teológica. Estos principios en nuestros tiempos se concretan como
supremacía del poder espiritual con respecto a otros poderes (Maritain). En
conclusión, en lo atingente al discurso principal, se ve entonces que en la
Teoría Política Dios tiene la máxima importancia, pues sirve para organizar y
unificar los conceptos políticos bajo Su campo. Así, por ejemplo: Justicia,
Gobierno, Libertad, etc.
En cuanto a la Ética – que trata de
bienes, deberes y virtudes- puede asegurarse que la parte de ella más
importante es la de la Ética Política, pues el vivimos dentro de un estado que
organiza y regula por la ley y el orden, la mayor parte de nuestras
actividades. Pues bien, en esta nueva disciplina también es notable en alto
grado la presencia de Dios. Ello no lleva consigo que el campo de esta
disciplina no tenga su autonomía, sino que el conjunto de deberes y virtudes
que manda un imperativo absoluto resultan potenciados en Dios. Así, en
cuanto la falta moral no es solamente
ética sino también desobediencia a la Voluntad Santa, el concepto de
transgresión moral queda transformado en pecado. Y el pecado refuerza el mandamiento
de la virtud y la ley, por lo que la moral tiene su prolongación natural en
Dios y la religión. De este modo, la existencia de Dios no deja incólume el
campo de la Ética sino que lo transforma y lo subsume bajo el concepto de
pecado y el de Voluntad Santa.
Hemos pensado, en alguna medida, estos
aspectos negativamente, pero positivamente también se puede presentar en tanto
que Dios como Voluntad Santa quiere y desea el bien, el deber y la virtud;
resultando que por el amor que nos inspira refuerza el cumplimiento con los
mismos, el cumplimiento de lo que es moral. En conclusión el mismo cumplimiento
de lo moral pide la creencia en Dios, lo que en sí es una prueba autónoma de Su
existencia que deriva de la misma ética.
En lo que respecta a la Filosofía del
Derecho, permítansenos unas breves palabras. Creemos que hay que señalar que el
Derecho encuentra su legitimidad, no en el hecho de ser vigente, sino en Ideas
como las de Paz o de Justicia, que caen en el terreno de la Filosofía Política,
por lo que la primer ciencia está subalternada a la segunda y le son aplicables
los concepto que derivan de ella.
En lo atinente a la Filosofía de la
Historia, también Dios es quien la completa y racionaliza. En primer lugar, porque la totalización racional de la historia
como proceso exige que este tenga un fin bueno que lo pueda racionalizar. Este
fin bueno se mide por el rasero humano, y puesto que para el hombre Dios es el
bien por excelencia, la constitución feliz del fin de la Historia pide el Reino
de Dios como acabamiento de la misma. Así pues,
si racionalizamos totalmente, la
teleología de la historia se exige el
Reino como su perfeccionamiento cabal. En segundo lugar, el proceso histórico
exige la Idea de Providencia. Ello quiere decir que el mal que se ha dado y se
dará en el devenir de la historia tiene una posibilidad de racionalización en la
Inteligencia divina; y que además Dios vela por la buena marcha del desarrollo
de la historia con cuidado amoroso, como parte de Su premoción de las cosas. En fin, la mirada de la razón aplicada a la
Filosofía de la Historia se desarrolla en mayor medida si se aplican las
categorías teológicas. También por ejemplo,
se puede entender la Idea de Progreso como proceso por el que nos vamos
acercando al mayor Bien, cuyo acabamiento es el Reino.
Para terminar este recorrido por las
Ciencias Filosóficas, haremos algunas consideraciones sobre la Estética. Dios
también la organiza porque la Idea central, que es la de Belleza, encuentra en
Él su perfección, pues como Él es el Ser Perfectísimo, es también la Belleza
por excelencia. La belleza consecuente es la de Dios, pues en el Absoluto
encuentra su perfección la Belleza. Por tanto, Él culmina esta ciencia
filosófica, más en la medida en que el alma humana desea la perfección de lo
real. Esto a su vez da lugar a un canon en el Arte que sale de la misma consideración
de la Belleza. Este consiste en defender que, en la medida en que el Arte es el
mismo tratamiento de la Belleza, deberá tener a Dios como motivo central.
No obstante, las Ideas no están inconexas
sino que forman lo que Platón conocía como una symploké, de tal manera unas Ideas se relacionan con otras según
líneas precisas, que hacen que las mismas ciencias estén conectadas. Así, por
ejemplo, la Idea de Estado está tratada tanto en Filosofía Política, como en
Filosofía del Derecho; la de Verdad está presente tanto en Epistemología, como
en Teoría de la Ciencia; La Idea de Reino de Dios se trabaja tanto en
Antropología como en Filosofía de la Historia; la Idea de Hombre tanto en
Antropología como en otras ciencias humanas. Pero entre todas las ideas hay una
que destaca por su importancia. Tal es la Idea de Dios, que es central y
produce una unificación epistemológica del campo del saber filosófico, según hemos visto, pues todas las
ciencias filosóficas culminan en ella que les brinda su consecuencia y su
coherencia.
CAPÍTULO
II: DIOS Y LAS CIENCIAS
Tampoco las Ciencias Formales, las Físicas y
las Naturales escapan a la totalización racionalizadota de la realidad, pues
todas ella ofrecen la existencia de un orden ejercido en sus legalidades. Este
orden, lógicamente, pide un ordenador, esto es, de Dios pues Él es el ser
inteligente, con la potencia infinita que ordena lo real. Además todas las
ciencias racionalizan (cada una) un sector de lo real, pero igualmente lo real
como conjunto exige una racionalización totalizadora, que se lleva a cabo de
manera eminente con Dios.
La racionalización sectorial la realiza
cada ciencia particularmente. Por ejemplo, la Física explica las leyes del Universo, que llegan
hasta los primeros instantes del mismo. Pero, como hemos visto, el orden que
implican estas leyes pide un Ordeandor, es decir, pide a Dios como Inteligencia
Originante. Por su parte, en las
Ciencias Biológicas la Evolución no se capta inmanentemente, pues la vida es un
salto que exige la premoción divina, la causalidad de Dios. Igualmente lo exige
la existencia del hombre, con un alma inmortal, que está llamada a una vida
imperecedera (por ello la Antropología no se agora en el mundo, como ciencia natural).
En conclusión, tampoco las Ciencias Física
y Naturales están cerradas sobre una categoría, sino que quedan abiertas a una
racionalidad ordenadora superior que se
completa con la existencia y la Idea de Dios.
En lo que respecta a las Ciencias Humanas
ocurre algo parecido, solamente que el pensar el hombre como ser teológico
tiene implicaciones muy fuertes para estas ciencias. La Idea de Dios desciende
sobre cada una de ellas dándoles un complemento que el paradigma agnóstico
dominante no puede ofrecer. Ello es así porque Dios no es una realidad
indiferente, y el hombre es un animal religado, cuya relación con Él es
determinante. Esto que exponemos ya lo hemos tratado en otros ensayos (por
ejemplo en Humanidades y Absoluto),
pero haremos nuevas consideraciones.
En primer lugar, hay que afirmar que si
Dios existe, y tiene lugar la religación, la definición de Hombre, el concepto
del mismo cambia, de modo que incide fundamentalmente en el objeto de las
ciencias. Por ejemplo, en Psicología no es lo mismo decir que la naturaleza del
hombre exige a Dios, que no, puesto que la definición y el alcance de esta
ciencia cambia sustancialmente. Pero, de igual manera, sucede en otras ciencias
del Hombre como la Sociología, la Historia o la Economía (también en las
ciencias subalternadas a las principales, como la Psicopedagogía).
No obstante, la importancia de Dios para
las Humanidades no tiene solamente un sentido práctico. Con relación a ello,
podemos argumentar brevemente que si el hombre está llamado a entrar en
relación con el Absoluto, negar esta llamada o alienarla es perjudicial para el
ser humano; mientras que aceptarla y cultivarla es beneficioso. De esta manera,
la Pedagogía recomendará la enseñanza de la religión en la medida en que
posibilitar el bienestar de los discentes incrementa el potencial de
aprendizaje. También la Psicología clínica recomendará la práctica religiosa,
pues el descenso de la Gracia de Dios sobre el alma tiene efectos de sanación.
Igualmente la Economía recomendará la religión y su práctica como forma de
bienestar y enriquecimiento general. Todo ello lo trataremos más adelante con
algún detalle, pero puede adelantarse que Dios complementa y da un sentido
completamente diferente y ciertamente más positivo, que la constitución
agnóstica o atea de las ciencias. En efecto,
Dios es para las Ciencias Humanas un factor de verdadera constitución,
que ayuda al ser humano a conseguir la mayor felicidad de que es capaz en este
mundo.
Como corolario se puede deducir que las
Ciencias Humanas. En su paradigma dominante, no están construidas
adecuadamente, por lo que en sentido estricto no puede asegurarse que sean
ciencias. Ello supone que la implantación de alguna ciencia humana o corriente
de ellas depende de factores políticos e ideológicos, entre los cuales no es
menor el prestigio del que goza la ciencia en general. Como consecuencia, ello
da lugar a que los intereses de dominio
forman el entramado que nos tiene atados a una falsa conciencia, de modo que
recientemente se deja notar una proliferación de ideologías, que naturalmente
tienen un nivel divulgativo que se hace patente a través de los media. Por ello, se hace necesario
levantar la crítica de tales ideologías que nos dominan y nos alejan de la
verdadera humanidad.
En
conclusión, Dios da cuenta de todo el saber humano posibilitando la unificación
y organización del mismo. Dios racionaliza
de modo totalizador lo real, posibilitándolo como un todo organizado.
Frente a ello, el materialismo, con el concepto de materia, es incapaz de esta
racionalización, en la medida que no hay posibilidad de desarrollarse como idea
capaz de abarcar el conjunto de lo real
de manera explicativa y unitariamente. Es por ello una filosofía insuficiente
que deja sin explicación la realidad y
sin unificación; además es incapaz de una formulación que potencie
positivamente al hombre: al contrario, lo deja desmoralizado y desarmado; en
parte también porque el potencial racionalizador del concepto de materia es mucho
menor que el que aporta el Absoluto
Como resultado, aunque no hubiera
demostración de la existencia de Dios, bastaría el credo ut intellligam, pues la creencia en Dios permite la
comprensión de la realidad y de las ciencias, cuya compleción y armonía no
puede ser igualada por ninguna otra hipótesis que pretenda la explicación
totalizadora de la realidad. Es decir, la mera hipótesis, la creencia aporta
una racionalidad sobre la realidad que no se puede desarrollar de ninguna otra
manera.
En esto, es conveniente ver que la
creencia en Dios remonta el vuelo mucho
antes que la demostración filosófica; y por ello mismo también cabe hablar de
Revelación. Por ello, la creencia en el Absoluto ha tenido en la historia el
poder de unificar el saber racional y filosófico, que aparece posteriormente,
pues la vocación de Abraham es con mucho anterior a la filosofía presocrática y
a las pruebas aristotélicas. Así es que de la fusión de ambos saberes brotarán
la filosofía musulmana y la cristiana.
De otro lado acudiendo al postulado de
economía (navaja de Ockham) la filosofía teológica también es superior en
cuanto a la sencillez y claridad del conocimiento que aporta a los
conocimientos que se organizan desde la idea y realidad del Absoluto.
CAPITULO
III: DIOS Y LAS RELIGIONES Y FILOSOFÍAS DEL MUNDO
No
queremos pasar sin decir algo sobre las filosofías orientales tradicionales,
refiriéndonos a lo que es exclusivamente filosofía; es decir al pensamiento
chino e indio. La filosofía –no la
religión- china se desarrolla como filosofía política fundamentalmente. Como
tal hay que estudiarla, por lo que hay que pensar que carece de otros
desarrollos filosóficos, tales como la Ontología o la Teología Natural. En
cuanto a la filosofía india clásica (la de los darsanas) se desarrolla en varios casos sin la Idea de Absoluto, (que consideramos la
clave de toda filosofía bien tratada), o cuando la tiene no se desarrolla en
una symploké como sistema que agrupe las ramas del saber.
Como consecuencia, puede asegurarse que la filosofía occidental (también la
musulmana) es superior, más completa que las clásicas orientales, sin que ello
signifique que no tengan valor o que haya que dejar de considerarlas.
Con respecto a la filosofía budista, se
hace preciso señalar que, en la medida en que depende de la Iluminación de Buda,
no tiene un fundamento filosófico, a pesar de que ha tenido desarrollos
filosóficos importantes, aunque tenga la carencia de presentar el Absoluto como
Nirvana, y haya grandes preguntas (como por ejemplo la pregunta por la
creación) a las que no pretende dar respuesta. Con ello, su nivel filosófico
baja.
Con
respecto a las relaciones entre religión y filosofía haremos algunas
consideraciones. En Occidente, la historia de la filosofía atestigua que los
griegos tenían la Idea de Dios (Aristóteles, los estoicos…). Pero el
advenimiento del cristianismo es la que permite un perfeccionamiento de dicha
idea, en la medida que Dios aparece como Ser Perfectísimo, como Absoluto. De
esta manera, las nuevas determinaciones de la Idea son capaces de asimilar toda
la filosofía. Todo ello se realiza principalmente por la gran síntesis de Tomás
de Aquino como determinación medieval de la filosofía perenne. Esta síntesis
permite la organización de todas las disciplinas filosóficas y científicas bajo
el signo de Dios, tomando para su concreción una reinterpretación del
pensamiento de Aristóteles. No obstante, con la Modernidad esta filosofía sufre
una gran crítica, que desembocará en el ateísmo, especialmente en loa siglos
XIX y XX. Pero, aún con todo, es de esperar que la superioridad gnoseológica de
la filosofía teológica haga que ésta renazca, de modo que la eliminación de
Dios de la filosofía y de las ciencias termine desacreditándose.
Por ello, el conflicto entre religión y
filosofía, que tanto ha significado en cuanto crítica de la primera -debida a
algunos errores inesenciales de ella-, está llamado a ser superado, siendo de
esperar un reconocimiento de la religión, pues como hemos dicho en otros lados,
en el ser humano se despierta la necesidad de la adoración con el solo
conocimiento de Dios. Obviamente, ello no obsta para que la religión tenga que
experimentar su propio proceso de depuración racionalizadota, de
desmitologización para ponerse plenamente al corriente de los tiempos, los
cuales piden racionalidad plena. Por
ello una religión cuyos contenidos no entren en colisión con la razón científica
y filosófica es muy necesaria. Esto último, evidentemente, no significa que la
Idea de Dios no se haya mostrado capaz de ofrecer la máxima racionalidad y unificación
al saber humano.
Igualmente, pueden ser examinadas las
relaciones del conjunto de las religiones con las que son teístas y con la
filosofía. Así, en cuanto que las filosofías orientales (hinduismo, jainismo,
budismo…) no aceptan la Creación del mundo, ni su final en el Reino de Dios; o
en cuanto que tienen una comprensión del Absoluto que no es totalizadora (el
Absoluto no compete a todos los ámbitos de lo real), podemos decir que estas
filosofías son racionalmente
insuficientes (también según hemos mostrado en positivo en otros ensayos). En
efecto, el punto de vista de la razón que parte de la Idea de Ser Perfectísimo
incluye la racionalización totalizadora de la realidad con la perspectiva que
ella da. Ello implica que Dios es principio y fin de todas las cosas, que Dios
es creador, que el mundo está llamado a consumarse en el Reino escatológico. Y
ello en la medida que son conclusiones (además de otras) de la existencia del
Ser Perfectísimo. Ello implica que las religiones y las filosofías estrictamente
teístas son superiores en la medida en que son capaces de una mayor
racionalidad, que busca la totalización, a través de la Idea de Dios. Esta aporta
la capacidad de asumir el conjunto de la realidad en su desarrollo filosófico.
Por ello, puede asegurarse que las religiones orientales están llamadas a
converger con aquellas. Y ello en la medida en que las filosofías de Oriente no
tienen la misma capacidad de racionalización que tienen las religiones y las
filosofías teístas, aunque las primeras dependen de sus religiones respectivas
que, lógicamente, son igualmente capaces de devenir filosofías.
Por ejemplo, el Nirvana se presenta como
el Absoluto, pero es un absoluto de salvación personal y del final de las reencarnaciones,
y no un absoluto en el sentido de dar cuenta racional de toda la realidad, cosa
que ni Buda pretendió e n lo que se refiere a los grandes problemas
filosóficos, como es el del origen. En cuanto al jainismo, puede indicarse que,
aunque reconoce una salvación, sus soluciones son mitológicas; y sencillamente
no conoce a Dios. En lo atingente al hinduismo, las distintas formas de
salvación son de las almas, no del hombre entero; y, aunque, las religiones
reconozcan dioses, a veces en el henoteísmo, estos dioses no son plenamente el
Absoluto. Siguiendo con el hinduismo, tampoco el desarrollo más filosófico del
panteísmo es una forma adecuada de presentar a Dios, pues Su forma propia de
presentación incluye que el mundo es creación, en la medida en que de lo
contrario el Absoluto no sería tal y también en cuanto que el mundo no puede
ser el Creador. En otras palabras, Dios no puede coexistir con otro absoluto,
porque si fuera así no sería propiamente el Absoluto. Por lo que respecta al
taoísmo, cae en el error de no reconocer la realidad personal del Tao olvidando
que la personalidad es una perfección. Además, es también panteísta.
No nos referiremos a otras construcciones,
porque estamos tomando las formas más racionalizadas y menos mitológicas de
estas religiones del Lejano Oriente, pues las mitologías no son racionalmente
defendibles, aunque se consideren como formas simbólicas o alegóricas.
Por último, en lo atingente a las
religiones monoteístas, el tema y los resultados son muy diferentes, pues la
influencia mutua y la imbricación que han experimentado con la filosofía
perenne se ha resuelto con unos parámetros que hace que estas religiones
(judaísmo, cristianismo e Islam) se ajustan con mayor o menor aproximación y en
su esencia con esta filosofía, con unas conclusiones que en lo principal son
las mismas. Por ello cabe hablar del monoteísmo estricto como religión
racional.
Veamos algunos ejemplos. En cuanto a la
relación de Dios con el mundo se entiende que Dios es Creador y el mundo
criatura. En la escatología se entiendo que en el final de los tiempos vendrá
la Resurrección y advendrá el Reino de Dios (por ejemplo el Día de Yaveh
judío). En el desarrollo de la historia creen en un Dios providente.
Evidentemente consideran el Absoluto como ser perfectísimo. Igualmente piensan
que el ser humano encuentre su destino en el Absoluto. En lo que atañe a los
atributos consideran el Absoluto como Omnipotente, Veraz, Sabio, Bueno y
Misericordioso. Y así sucesivamente, de modo que el Dios de la religión y el
Dios de la Filosofía Perenne no se contradicen sino que son en sus aspectos más
generales son armonizables, relacionándose y condicionándose recíprocamente. No
obstante, la filosofía ha de reconocer que el origen y las características más
destacadas del Absoluto se encuentran originariamente en la Revelación, que por
lo mismo es tal. (Dicho lo cual se hace necesario defender que de ninguna
manera en nombre de los dogmas puede la razón filosófica y científica ser
contradicha por creencias inadecuadas, llamadas a ser eliminadas por la
religión racional. Por ello el programa desmitologizador de Bultmann sigue
vigente, sin que ello signifique un apoyo al cientifismo, tan en auge en
algunos países occidentales).
Como corolario, puede decirse que el
politeísmo en cualquiera de sus formas no puede formar religiones verdaderas en
la medida en que sus creencias son filosóficamente inasumibles, aunque pueda
ofrecer visiones parcialmente adecuadas del Absoluto. Por ello está llamado a
integrarse en la religión racional.
CAPÍTULO IV: DIOS Y LAS HUMANIDADES
Vamos
a ver en este capítulo que el Absoluto tiene por su mismo concepto la
capacidad de hacer inteligibles los distintos campos del saber humano,
ejemplificándolo en algunos de ellos. Ello constituye una manifestación del credo ut intelligam, pues partiendo del
axioma de la creencia se puede también unificar el saber sobre el hombre,
haciéndolo un conjunto con una estructura unitaria y relativamente sencilla.
Así aplicando la llamada navaja de Ockham la tesis teísta se muestra superior a
otras como la materialista, en la medida en que constituye una explicación más
económica para el conjunto y cada una de estas ciencias. Dicho en otras
palabras: su capacidad de racionalización de lo real es superior, y la máxima
que se puede encontrar, también para este conjunto, para las humanidades.
Pero, antes de entrar en el apartado de
las humanidades, vamos a hacer algunas reflexiones sobre la capacidad
racionalizadora de la Idea de Absoluto. Así, que el Absoluto es absoluto y no
mundo (panteísmo) se explica porque si fuera mundo ya no sería absoluto, porque
entonces estaría disminuido o degradado. Por ello, si hay absoluto y hay mundo,
se deduce que éste es creado, porque de lo contrario tampoco el Absoluto sería
tal. Por ello, con la tesis de la creación se explica el problema de los
orígenes, que es un tema muy importante de la Filosofía Natural. Igualmente, la
tesis da respuesta al tema de la realidad del mundo, en cuanto que este es
realidad creada.
Pero también cumple la Idea de Absoluto
para otras disciplinas filosóficas. De este modo, da campo a la Ontología en
cuanto que Dios, por ser absoluto, aparece como principio del ser y como ser
por excelencia, como ser pleno en cuanto que reúne en sí todas las perfecciones,
según hemos visto. En cuanto a la Teoría del Conocimiento Dios la fundamenta en
la medida en que tenemos un conocimiento a
priori del concepto de verdad, y
este conocimiento solamente encuentra su justificación y fundamentación en el
hecho de que existe una idea divina de Verdad, lo que significa que si sabemos
que la verdad se manifiesta como adecuación, podemos decir que la idea de
verdad nuestra es verdadera lo es porque corresponde a la Idea divina de Verdad.
En cuanto a la Filosofía de la Historia,
la Idea de Absoluto permite la totalización racional de este campo, en la
medida en que la Historia es completamente racionalizada, por una parte, cuando
tiene un fin; y, por otra, se postula una racionalidad suprafinita por medio de
las Ideas de Reino de Dios y Providencia. Por medio de la Idea de Reino de Dios
todo el devenir queda racionalizado en cuanto se da un final feliz a la
Historia; y por la Idea de Providencia postulamos que, tras la aparente
irracionalidad que da el mal al mundo, hay otra racionalidad que, por ejemplo,
ordena las cosas a lo mejor; y que además puede dar cuenta de la realidad natural, en la
que está el proceso histórico.
En la Ética o Moral, Dios, en cuanto Dios
del Amor, tiene una fuerte influencia, puesto que la caridad como virtud por
excelencia tiene su fundamento en Dios; y en la medida en que si nos sentimos
incondicionalmente amados por Dios proyectamos ese amor como amor al prójimo.
Ello no significa que la virtud de la caridad (moral y teologal) no pueda ser alcanzada
por la razón. De la misma manera tiene fuertes implicaciones para la vida moral
las virtudes teologales de la fe y la esperaza, puesto que por medio de ellas
nos hacemos moralmente (además de espiritualmente) mejores. Como se sabe, estas
virtudes tienen su fuente en Dios. Por otra parte, hemos defendido en otros
ensayos que la relación religiosa (de Dios con el hombre y de este con Dios)
nos hace más felices, y que la felicidad nos hace mejores porque es difusiva.
Pero, con estas breves consideraciones se levanta un fuerte argumento a favor
de la existencia de Dios. El mismo consiste en afirmar que puesto que la
relación religiosa nos hace mejores, y ser buenos es una obligación moral,
entonces la creencia en Dios es una obligación moral. En este sentido, la
contradictoria es también válida: No creer en Dios nos hace peores de lo que
podríamos ser (por lo que el ateísmo no solamente es irracional sino también en
alguna medida inmoral, puesto que se opone a nuestra posibilidad de mejora,
según hemos visto).
No obstante, también se puede plantear la
argumentación moral de una segunda forma. Esta consiste en comprender que el
cumplimiento de la ley moral es querido por Dios; y, por ello, la transgresión
es una ofensa a Él, esto es, un pecado. Ahora bien, el concepto de pecado añade
un plus al deseo de ser buenos, lo que implica que la religión añade una ayuda
para ser moralmente mejores. También
porque la Voluntad Santa nos empuja a un mayor cumplimiento de los mandamientos
morales, lo cual sería una tercera forma de la argumentación moral que estamos
exponiendo. Es decir, que la santidad de Dios también por la vía del ejemplo
nos lleva a buscar el bien, pues despierta nuestro amor con el Amor que Él nos
da.
En lo que corresponde a la Antropología
Filosófica la Idea de Dios es de esencial importancia, y es la cúspide de todo
el sistema, pues la optimización de lo que constituye el ser del hombre- que
estudia la Ortología antropológica-
viene exactamente determinada en que el hombre descansa en Dios, ( si seguimos
a san Agustín de Hipona), pues estamos hechos para Dios y nuestro corazón no
descansa hasta que reposa en Él.
En Escatología, Dios es igualmente
transcendental porque, según hemos mostrado es la piedra angular sobre la que
se construye en concepto de inmortalidad personal. Por ejemplo, en la medida en
por medio de la acción de Dios podemos llegar al concepto de alma como la parte
inmortal del ser humano. (También el alma es el punto de partida de la
Psicología racional o filosófica).Otro tanto podría decirse de la disciplina de
la Estética porque la Belleza encuentra su perfección en el Absoluto; y el alma
humana desea la perfección de las cosas.
Así pues, puede asegurarse que en lo que
respecta a las Humanidades, en la medida en que el hombre encuentra su
perfeccionamiento en Dios, se hace preciso suponer que ellas encuentran en el
Absoluto su optimización. En este sentido, Dios es sumamente práctico. Vamos a
verlo ello más en concreto en algunas Ciencias Humanas empíricas (no filosóficas)
ya que hasta el momento solamente hemos estudiado las disciplinas filosóficas
que tratan de ser humano.
En la Psicología empírica Dios tiene la
máxima practicidad puesto que ofrece una mejora considerable de la vida de la
mente, en cuanto que aporta felicidad, paz, esperanza y optimismo. Por ello –
adentrándonos en el terreno de la Psicología Evolutiva- puede verse que la
constitución atea de las Ciencias Humanas no deja de tener sus consecuencias,
también en esta rama de la ciencia psicológica. En efecto, la Psicología
Evolutiva enseña que en la vejez las personas tienden al pesimismo. Ello es
natural porque la enfermedad se manifiesta más que en otras edades, y la
proximidad de la muerte es evidente. Frente a ello la Psicología en su paradigma
dominante, recomienda una visión positiva de la vida; por ejemplo, pensando en
lo bueno de lo que se ha vivido o en la obra realizada a lo largo del tiempo.
Nos parece que esto en sí no es suficiente
porque se ha suprimido la dimensión religiosa, que es fuente de alegría, de
consuelo y de esperanza. Efectivamente, la alegría que imprime el Amor de Dios
y la espera de una vida eterna nueva y feliz son superiores a cualquier otra
alternativa, de modo que cualquier otra manera está por debajo de ellos. De
ello se desprende que lo que ofrece la Psicología dominante es claramente
insuficiente e impide un tratamiento adecuado de esta problemática. Y es por
ello por lo que los métodos ofrecidos por el sacerdote son mejores para la vida
psicológica de estas edades. Por ello, si la Psicología científica persiste en
su constitución atea, tendrá una constitución insuficiente, frente a la que se
levantará la religión como una cura de almas mucho más efectiva. En efecto,
desde que se olvida la dimensión religiosa puede ocurrir que en lugar de
beneficiar la cura de almas perjudique por el hecho de resultar contradictoria
con la naturaleza humana, que pide lo que ha construido la tradición, la
historia y la sabiduría ancestral de la Humanidad, probadas por prácticas
milenarias. Así, lo que defendemos es fácil de corroborar porque no se tiene
más que hacer el experimento mental de intentar vivir psíquicamente las dos
propuestas y ver cuál de ellas es la más efectiva. Resulta claramente superior
la alternativa religiosa, por lo que el ateísmo pueden llegar a ser
perjudiciales para la salud psíquica (y por ende la corporal): No se encuentra
bien el hombre en la finitud (a pesar de Tierno, por ejemplo) y necesita de
eternidad en su alma, cosa con la que está de acuerdo mi gran amigo Arsenio Alonso.
Siguiendo con este orden de cosas, cabe
hablar de un motivo de Psicología Social como es el de los consuelos en los funerales
y entierros. Aquí, es igualmente necesario constatar el progreso del
agnosticismo o del ateísmo que, también en estas ceremonias, están esforzándose
por sacar la religión y la vida eterna de las formas de consuelo y duelo. Por
ello, en este sentido se hace igualmente necesario remarcar que el motivo
religioso de la vida eterna es superior a cualquier otro; y por ello sería
necesaria su recuperación. En consecuencia, sería recomendable que la
Psicología lo recuperase y también dejase de atribuirse funciones que
tradicionalmente han sido realizadas por los sacerdotes y la tradicional cura
de almas (suponiendo, claro está, que se quiera alcanzar la excelencia en este
dominio). Lógicamente, ocurrirá algo muy similar con el tratamiento de las
muertes en las grades catástrofes en las que lo que
pueden aportar los sacerdotes es muy superior a lo que pueden ofrecer
los psicólogos. Y, si seguimos con los
tópicos de la Psicología Social, en cuanto a los ritos y ceremonias de paso
(bautismo, boda…) puede tratarse la problemática de una manera muy parecida,
pues la significación religiosa en estos grandes eventos da, por ejemplo, un mayor realce a los mismos.
Por otra parte, en Pedagogía existen
claramente dos posibilidades. La primera de ellas es la que busca impulsar al
discente al estudio por medio de la motivación, y por ello emplea recursos que
intentan llevar al interés por el aprendizaje sin forzar voluntades. La segunda
de ellas es la que emplea la disciplina
e intenta obligar al estudio, cuando el alumno no se entrega voluntariamente al
mismo.
A nivel concreto y práctico el sistema
educativo en nuestro país lleva muchos años intentando la motivación por el
estudio sin que por ello lo haya conseguido, aún siguiendo todas las
posibilidades de las pedagogías de la motivación, que en muchas ocasiones
intentan partir de los intereses de los alumnos. Pero, en nuestra opinión, ello
no quiere decir que estas políticas pedagógicas estén fracasadas y que haya que
emplear políticas más coercitivas. La motivación por el estudio se sabe que es
importante para el rendimiento escolar. Aún con todo, según creemos, falla el
sistema filosófico dominante entre las gentes. Efectivamente, estas no están
interesadas por la cultura y, más bien, piensan en el entretenimiento y la
diversión. Entonces es natural que la infancia y la juventud tampoco lo estén,
pues proceden por imitación, con lo que sus preocupaciones e intereses no están
en el estudio y la cultura. Por ello, cambiar el estado de cosas significa
cambiar la mentalidad y los intereses de la gente que en su mayoría piensan que
lo importante de una vida buena no es el conocimiento y la sabiduría.
Para cambiar este estado de cosas se
necesita una ciudad educativa. Ello significa que la política educativa de los
estados no es un capítulo más de los diferentes campos que configuran las
sociedades complejas. Ello supone que cambiar la motivación de la infancia y la
juventud implica cambiar también la motivación de los padres y abuelos. Por
ello se necesita una acción concertada de los estados que haga ver a la
población que la cultura es algo que merece la pena; y no solamente en cuanto
permite acceder a otros bienes, sino por ella misma en cuanto tiene valor en
sí, pues permite poseer uno de los principales principios de la vida buena.
Pero, aún así. la mentalidad de las
gentes no cambiará si no es en el largo plazo, lo que significa que sus
motivaciones permanecerán largo tiempo. Por tanto, parece necesaria la
intervención en los asuntos generales, para difundir el interés por la cultura,
en lo cual entra una nueva política con los medios de comunicación, porque no
se pueden cambiar los gustos de las poblaciones sin educar con la política
comunicativa. Ello requiere una intervención del estado en estos temas con el
objetivo de conseguir la ciudad educativa.
No obstante, esto que hemos presentado
forma los objetivos pedagógicos mínimos
para una sociedad que ha erradicado a Dios y la religión de su pensamiento.
Pero esta erradicación no es beneficiosa
para la salud psíquica y espiritual de dicha sociedad, lo que hace
imprescindible de nuevo la presencia de Dios en el discurso pedagógico. Ello se
puede hacer a tres niveles: Primero, en cuanto a que en la formación integral
de la persona el vínculo religioso es un aspecto central de lo que debe ser una
personalidad sana. Segundo, en cuanto que el ambiente y la creencia facilita
los aprendizajes porque permite la paz y el optimismo espiritual que es natural
que ayude en la adquisición del conocimiento. Tercero, porque la religión añade
un plus de motivación, de modo que al de por sí atrayente del mundo del saber
se añade por ejemplo, el interés por el conocimiento del mundo y sus
estructuras y leyes como creación de Dios.
Por todo lo dicho, la religión lejos de
ser un aspecto de poca importancia del currículo educativo debe ser un aspecto
central en cuanto que por una parte es objetivo central de aprendizaje; y, por
otra, en cuanto que facilita e impulsa el resto del currículo. Así pues, de lo
argumentado se deduce que, con sus propios motivos, también es válido para la
política cultural, de modo que Dios puede estar en el lugar que le corresponde
en la vida de las personas. En conclusión, puede decirse que también en el
aspecto pedagógico la vuelta a Dios es
necesaria para el desarrollo de la vida cultural en la ciudad educativa.
En
otro aspecto, en lo que se refiere a las ciencias económicas, haremos unas
breves consideraciones en torno al concepto de riqueza, tan ligado al de
utilidad. Diremos, por una parte, que Dios en economía es sumamente práctico no
solamente en cuanto que aporta el marco moral en que se desarrolla la vida
económica; sino también en cuanto que el ser humano tiene la capacidad de crear
riqueza no solamente mediante la explotación de la naturaleza, sino también con
las propias relaciones humanas en la medida en que estas son una fuente de
utilidad puesto que pueden ser agradables. En efecto, la buena educación y el
buen trato no solo son convenciones, sino que forman parte del componente del
bienestar y la felicidad: Es evidente que no nos sentimos de la misma manera
cuando somos tratados con amabilidad que cuando lo somos con falta de
educación. De ello se deduce que mejorando el buen trato de unos con otros no
solo nos hacemos moralmente mejores sino que contribuimos al enriquecimiento
del prójimo y de nosotros mismos, aunque esta riqueza no sea ni cuantificable
ni suficiente: Aún con todo ella nos ayuda a entrar en el proceso de obtención
de otros bienes económicos con más
alegría, lo que lo facilita. Esto que defendemos, por su parte, es clara
expresión de la virtud más importante de todas que es la caridad, la cual se
expresa por la palabra y el gesto. Por ello Dios en la medida que aporta
alegría y optimismo ayuda en gran manera al logro de los bienes económicos a
que nos referimos.
De otro lado, también tiene Dios implicaciones
fuertes en la ciencia de la comunicación no verbal, ciencia de reciente
desarrollo. Con respecto a ello, es fácilmente comprensible que los distintos
paradigmas religiosos y religiones del mundo y de la historia tienen fuertes
implicaciones en la expresividad corporal en la medida en que están implantadas
en las conciencias de los seres humanos. Así, por ejemplo los conflictos en
estos terrenos se expresan en los cuerpos, en los individuos particulares de
modo que no es exclusivamente un tema psicológico, sino también filosófico. De
igual manera, las distintas concepciones religiosas de Dios se ven en la
expresividad de los cuerpos que forman parte del mensaje artístico, de tal modo
que la obra del arte figurativo se expresa en la mayoría de las ocasiones a
través de los cuerpos; o incluso a través de la ausencia de representación de
los cuerpos como es el caso del arte musulmán (no así del cristiano). En
conclusión, puede asegurarse que la comunicación no verbal se encuentra
contextualizada y explicada en una parte muy importante por las religiones, y
las Ideas de Dios de que son portadoras. Así pues, la comunicación no verbal
puede aclarar el sentido y el significado de estas últimas.
También venimos defendiendo que no es
pequeña la contribución de la Teología Natural a las Ciencias Humanas, pues a
la constitución atea de las mismas puede ser contrapuesta una constitución
creyente. Así es, porque como hemos dicho la construcción de ellas se ha hecho
sobre los supuestos del ateísmo epistemológico según los cuales el tema de Dios
es algo subjetivo, que no cuenta para las ciencias que estudian las distintas
facetas del ser humano; o incluso que es perjudicial para él, por ejemplo en
cuanto alienación, por lo que sería preciso criticarlo hasta llegar a la
desaparición de la religión.
Pero lo cierto es que las Humanidades a
pesar de llamarse científicas- con una pretensión que arranca de su
constitución en el siglo XIX- no han logrado un estatuto que permitiera llegar
a la demostración o intuición de sus presupuestos y conclusiones. Por el
contrario, ocurre que no han logrado siquiera el acuerdo sobre su objeto. De
este modo, la Psicología arranca en la segunda mitad del siglo XIX con la
pretensión de estudiar la mente humana (Wundt), pero a principios del XX cambia de objeto y se impone el estudio de la
conducta: Se argumenta que la mente no
es observable y la conducta sí lo es (Watson, conductismo), aunque más tarde
intente introducirse de nuevo la mente en el conductismo de las variables intermedias
(Tolman). Igualmente, es de resaltar que ha gozado de de prestigio y de una
práctica clínica importante una corriente de esta ciencia como es el
Psicoanálisis (hoy en día no está en boga porque sus construcciones han sido
criticadas), que ha llegado a tener psicoterapeutas que intentaron que sus
pacientes eliminaran la llamada pulsión
religiosa en cuanto era considerada una perjudicial ilusión infantil (Freud).
Además de ser contradictorias entre sí, todas tienen en común- aún tratando con
pensamientos, sentimientos, emociones, desarrollo afectivo- que olvidan que
todos los conceptos que emplean dependen y están ordenados a Dios, en cuanto
que constituye la cima del desarrollo, sea de la mente o sea de de la conducta.
En lo que atañe a la Antropología
científica, ocurre otro tanto parecido desde su constitución. Impregnada de las
corrientes filosóficas de la época toma la forma de estas, llegando hasta ser
contradictorias entre sí, como lo fueron en los inicios el evolucionismo
(Morgan) y el relativismo (Boas); sin que todavía hoy se hayan puesto de
acuerdo las distintas corrientes sobre el objeto de su ciencia. Todas ellas
olvidan que dependen de la Antropología Filosófica que se estructura en torno a
la Idea de Hombre, de modo que la modulación correcta de la Idea- que tiene en
cuenta materiales de las mismas ciencias antropológicas como la cultura, la
familia o el arte- pasa por pensar que
Dios es la teleología consciente e inconsciente a que está ordenado el ser
humano.
Vamos también a poner el ejemplo de la
Pedagogía en la que es evidente la diferencia entre las distintas alternativas
o corrientes que dependen de las filosofías respectivas. Además, es evidente el
fracaso de algunos sistemas educativos, que obviamente implica el fracaso de la
ciencia pedagógica que lo sostiene.
Por nuestra parte, hemos sostenido que
Dios tiene una importancia decisiva en la constitución de las Humanidades,
porque la alternativa teísta permite una construcción verdadera de las mismas,
también porque desde el punto de vista de la praxis el Absoluto es sumamente
beneficioso. De la constitución teológica es imposible salir porque de Dios
depende la construcción de una Ortología antropológica, que es transcendental
porque la constitución atea también la propone. Nosotros en nuestro ensayo Ortología antropológica hemos propuesto
por primera vez que Dios no es indiferente para el hombre, para las
Humanidades, pues el ser humano está diseñado para Dios y alcanza su
optimización en cuanto hombre que entra en relación con el Absoluto, como
hombre religioso. Es por ello por lo que, por tanto, el paradigma dominante de las ciencias del
hombre ha pergeñado un modelo inadecuado de hombre, una ortología inadecuada,
que se implanta en las ciencias y las constituye inadecuadamente.
Por ende, las propuestas filosófica de la
Ortología antropológica configuran una valoración de lo que es apropiado para
el sistema cultural del ser humano. Según ellas son apropiadas las realidades
que corresponden a un sistema cultural en el que la religión juega un papel de
primer orden. Ello significa que la norma del sistema cultural se encuentra en
Dios y la religión, y que en Él el sistema cultural y científico encuentra su
excelencia. Siguiendo estas premisas, se constituye una práctica humana que
debe impulsar la religión como verdadera alternativa, en vez del programa que
propone la ciencia normalizada, que impulsa programas de excelencia humana
completamente inadecuados. Por ello, en los medios de masas la práctica
religiosa, que recomienda la ortología antropológica, está completamente
olvidada y fuera del sistema humano.
Como consecuencia, nuestra alternativa
está en contradicción con las prácticas de los estados en los que están
prohibidos los signos y símbolos religiosos en el ámbito de lo público, porque
ello en lugar de favorecer el desarrollo humano, en todos sus ámbitos, lo daña.
Así por ejemplo, es fácil comprender que esta erradicación perjudica al mismo
desarrollo de las Humanidades, pues una verdadera constitución de las mismas
pasa por la incorporación del Absoluto a ellas. De otra manera: el ocultamiento
de Dios y la religión contribuye al oscurantismo, pues Dios y la religión
racionalizan la realidad total y la praxis humana en particular.
En conclusión, puede decirse que las
ciencias humanas no puede construirse cabalmente sino es dependiendo de la Idea
de Dios, que las atrae aunque cada una guarde la especificidad de su objeto que
no se pierde. Ello significa que las Humanidades conservan su autonomía en el orden
del discurso, en el orden gnoseológico a pesar de que este discurso deba
construirse en dependencia de Dios. Con ello no se pierde la Idea de Symploké
pues cada ciencia y la relación entre las distintas ciencias sigue un
camino que está ontológicamente determinado por le misma realidad de los
materiales humanos. Por tanto, debe señalarse que por medio del Absoluto se
puede establecer una conexión verdadera entre la Ideas filosóficas, y de estas
con las Ciencias Humanas en la que unas con otras se relacionan, por lo que
Dios- al igual que la Idea de Bien en el sistema platónico- es la cúspide del
saber. De lo dicho se desprende que es natural preguntarse por el papel que la
teología racional debe jugar en el saber humano. Creemos que puede adelantarse
que el papel de dicha ciencia es principalísimo porque la Idea de Dios es el
objeto central de su discurso; y las Humanidades, aunque se construyen
cabalmente con otros materiales, tienen como hilo conductor al Absoluto,
aunque, según hemos señalado, cada ciencia pueda tener su autonomía como célula
epistemológica.
Para terminar el capítulo, y como corolario,
unas breves palabras: Puede asegurarse que el sistema de las ciencias humanas
tiende a la especialización. Pero también se sabe que está en un proceso
permanente de creación. En nuestra opinión, este proceso de creación también
pasa por los discursos que relacionan ciencias distintas, que primariamente
estaban desconectadas. Con ello, se ve que la especialización a veces es una
carencia porque se opone al crecimiento del conocimiento mediante la relación
de unas ciencias con otras. Por ende, la existencia de generalistas es también
necesaria para la ciencia (igualmente para la Filosofía) en la medida en que la
totalización racional de lo real se desarrolla como venimos mostrando.
CAPÍTULO
V: TEODICEA
Es conocida en la Historia de la Filosofía
la antigua objeción que presenta el mal a la existencia de un Ser Perfecto,
Creador del mundo y perfectamente Bueno. Dicha objeción es fuerte y no ha
dejado de calar en el pensamiento occidental, especialmente en los últimos
siglos. Pero la Teología ha sabido responderle de diversas maneras, todas ellas
justificando la realidad de Dios, hasta tal punto que se defiende que la
existencia del mal en el mundo no es un argumento en contra de Dios sino a
favor (in malo pro Deo: Santo Tomás
de Aquino). Lo que modestamente vamos a hacer nosotros es defender que el mal
es en sí un misterio para la razón finita en cuanto que parece presentar la
opacidad de lo irracional. Como consecuencia, hemos planteado que para eliminar
la aparente irracionalidad del mal es necesaria la ampliación de la realidad
natural sucesivamente, hasta llegar a la Inteligencia de Dios, que es la que es
capaz verdaderamente de dar cuenta del problema con una racionalidad que se nos
escapaEn este sentido, pues, puede decirse, con la Escritura, que Sus caminos
no son nuestros caminos. En fin, no se trata de afirmar que existen dos
argumentaciones distintas sino de reconocer que el argumento contra la Teodicea
ha encontrado su contradictoria, por lo que la existencia del mal en el mundo
queda racionalizada postulando de la existencia de Dios.
Por su parte, el argumento, formulado por
el estoicismo, resalta que la razón ha de reconocer que Dios o es impotente o
es malo; y que un dios impotente o malo no es Dios. El argumento es fuerte y no
se puede suponer que se cree porque es
absurdo al modo de Tertuliano, porque en este orden de cosas es más consistente
la solución general de Kierkegaard que afirma que la fe es un salto que damos
por encima de la razón, por lo que a pesar de las razones en contra de la
creencia, la fe se afianza en ella. Siguiendo con las racionalizaciones ante el
problema que estamos tratando vemos que se han intentado diversas soluciones
dentro de la creencia. De esta manera, se ha afirmado la negatividad del mal,
la existencia de la libertad humana, creadora del mal (San Agustín de Hipona,
Leibniz, Maritain…), que son racionalizaciones de la realidad que no son
totales.
Con respecto a estas racionalizaciones,
cabe preguntarse que -puesto que se concede al menos cierta positividad al mal,
al mismo tiempo que se afirma la existencia de Dios- que por qué Dios puede
tolerar el mal. Creemos que la respuesta pasa por conceder que Dios no quiere
el mal, sino que, al igual que por ejemplo no puede crear un círculo cuadrado,
tampoco puede crear un ser finito sin mal. En efecto, los seres finitos son
limitados, y por ello están íntimamente ligados a la imperfección; aunque no
obstante también Dios permita igualmente la existencia del mal en la medida en
que el ser finito está destinado a la Salvación; es decir que, como defiende
Leibniz, el mal se permite en vista de un bien mayor. Todo ello, también
teniendo en cuenta, que el mundo tal como es tiene mucho bien, que como venimos
defendiendo en la línea de la Filosofía Perenne está llamado a un mejoramiento
en la Salvación escatológica del Reino de Dios. No obstante, aunque el ser
finito necesite de un proceso de mejoramiento hasta la llegada del Reino, esta
llegada no implica la perfección del ser finito, pues entonces sería igual a
Dios, sino, por ejemplo, la desaparición de las limitaciones que causan el
sufrimiento. En efecto, estas mismas limitaciones de lo finito implican la
necesidad de que atraviese por un proceso de perfeccionamiento, en el que
esencialmente consiste la historia del mundo desde la Creación has el Ésjaton
final.
Por otro lado, generalmente hablando, ante
el problema filosófico del mal existen dos posibilidades básicas de
racionalización. La primera es la que defiende la existencia de Dios (la
Filosofía Perenne: San Anselmo de Canterbury, Santo Tomás de Aquino, Newman,
Whitehead…); la segunda toca a cursos de racionalidad incompleta que niegan la
existencia de Dios (fundamentalmente, los diversos materialismos). Con respecto
a la dialéctica entre estas dos posibilidades, consideramos que el mayor nivel
de racionalidad ante estos temas se consigue con la Filosofía Teísta, pues
incluso en el problema central de la Teodicea se puede decir, siguiendo a Santo
Tomás de Aquino, que el mal es un argumento a favor de la existencia de Dios.
Precisamente porque la razón debe reconocer sus límites, que hacen incompleta
la racionalización del conjunto de lo real, es por lo que la razón en su mismo ejercicio
debe defender la existencia del Ser Infinito como Inteligencia Suprafinita, que
es capaz de racionalizar completamente el problema. Aquí, la razón humana se
encuentra con sus límites y se necesita una racionalización en segunda
instancia.
En este orden de cosas, la irracionalidad
de la existencia del mal postula otras realidades que atenúan la irracionalidad
del mal. Ello, según hemos visto, implica la transformación del mundo en un
mundo mejor en la Nueva Creación, lo cual si no elimina el problema sí lo
atenúa. Por eso, también se postula la ampliación de la realidad natural con
una sobrenatural, en la que el mundo aparece redimido. Pero, como la razón debe
postular que lo real es racional, y nuestra razón finita no puede agotar esta
posibilidad hay que afirmarlo como misterio para nuestra razón, al mismo tiempo
que defendemos que la Razón de Dios lo racionaliza. En conclusión, hablamos de
una racionalidad limitada de lo real porque la racionalización total es para
nosotros imposible. Por todo ello, puede afirmarse con Tomás de Aquino que la
existencia del mal es un argumento a favor de la existencia de Dios; y el tema
es así también porque la misma racionalización de lo real natural pide la
existencia de Dios.
En
este orden de cosas, podemos empezar señalando que en la historia de la
filosofía ya desde Parménides en Occidente, y desde la Metafísica advaita en
Oriente, se hace el planteamiento de que para la razón es natural reconocer
solamente la existencia del Absoluto. De este modo, lo relativo queda como una
apariencia que no tiene realidad consistente. Pero, para nosotros, esto no es
así porque no se puede negar la radical consistencia del mundo. Entonces, según
estamos viendo, aquí el problema no es la existencia de Dios sino refutar el
acosmismo. En este sentido, hay que reconocer que existe un impulso determinado
de la razón que lleva a negar la existencia del mundo o su consistencia
ontológica. Y este impulso tiene su justificación, pues la consistencia ontológica
del mundo no puede llegar a ser la del ser realísimo y perfecto. (Por ello
puede decirse que para un pensamiento maduro Dios es anterior, desde el punto
de vista de la Gnoseología, al mundo. E incluso ontológicamente porque, según
hemos visto, desde la mera idea de ser se concluye que existe el Absoluto, lo
que ha sido perceptible desde que el pensamiento ha emprendido su vuelo en la
Antigüedad). Pero no obstante, por ejemplo, la constitución transcendental de
nuestro cuerpo hace imposible el acosmismo puesto que el cuerpo nos recuerda
nuestras esclavitudes fisiológicas y físicas, y ellas se imponen de modo que es
imposible negarlas consecuentemente. De todo ello, se deduce que el mundo
existe y tiene sus propias legalidades, que son estudiadas por las distintas
ciencias. Por consiguiente, afirmar la realidad y excelencia de Dios no puede
justificar el acosmismo, puesto que el mundo tiene una consistencia y una
realidad propia, aunque sea de segundo orden con respecto a Dios.
Así pues, puesto que no se puede negar la
realidad mundana lo que se plantea es el problema de por qué existe lo
limitado, lo imperfecto y el mal. Ante ello, nosotros hemos defendido es que es
posible pensar en una serie de ampliaciones de mundo natural que lo hagan menos
irracional. Para tal fin se puede plantear el problema de diferentes maneras.
La primera consiste en aceptar que el bien es en sí racional. Así lo han hecho
los escolásticos atribuyendo al predicado bueno la cualidad de ser un transcendental del ser. Así, puesto que
el ens,
el verum y el bonum son convertibles puede afirmarse
que el ser es bueno, que la realidad es buena.
Que el ser tomado a priori es bueno es algo que puede ser aceptado en la construcción
de la teoría. Por ello, decir que el ser es
verdadero y bueno implica decir que el ser es racional en cuanto que bueno
y verdadero; también, porque lo bueno y lo verdadero son convertibles. Por otro
lado, si afirmamos que algo es verdadero estamos afirmando que es racional; y
si defendemos que lo real es verdadero y bueno estamos afirmando que lo real es
racional.
Así pues, desde la defensa de que lo real
es bueno se concluye que lo real es racional. Si fuese así totalmente no sería
tan necesaria la filosofía, ni los problemas serían tan difíciles como
realmente lo son. Pero ocurre que lo real no es totalmente bueno y por tanto
totalmente racionalizable para nosotros, los seres finitos. El mal existe en el
mundo y ello hace parcialmente irracional el conjunto de la realidad natural.
Existen, por oto lado, otras vías que demuestran que lo real no es totalmente
racional. Así, por ejemplo, desde el punto de vista antropológico no es
racional que el ser humano esté íntimamente llamado a la perfección y la
felicidad y que sin embargo no lo pueda lograr en la realidad natural.
No obstante, el mismo ejercicio de la
razón le lleva a postular que lo real como totalidad es raciónala. Entonces, la
pregunta es como puede salir la razón de la antinomia de que debe afirmar que
la realidad es racional y que al mismo tiempo en la realidad natural no se de
ello, por razones entre las que destaca la existencia del mal en el mundo. Por
un lado, por el acto del mal mismo, sin otros aditamentos. Por otra, por
ejemplo, porque el ansia de felicidad del corazón humano no se ve satisfecha en
este mundo, pues es irracional que exista esta necesidad de perfección y sin
embargo dicha perfección no se encuentre.
Como ya hemos estudiado en otros lugares (Razón y realidad, Razón y Absoluto),
existen vías para la solución de la antinomia de que venimos escribiendo, que
tienen su cénit en el teísmo filosófico, que sigue varios pasos. Así la
presencia de lo irracional en el mundo hace que la razón finita tenga que reconocer sus límites en
cuanto a las posibilidades de racionalización. Con ello, ha de defender la
existencia de una Inteligencia Suprafinita que es capaz de dar solución a la
antinomia, aunque para los seres racionales finitos no sea solucionable más que
bajo la vicariedad, esto es, bajo la suposición de que existe Dios como
Inteligencia Suprafinita que nos desborda y supera. Con todo ello, queda
racionalizado lo real y satisfecha nuestra razón, aunque lo mismo plantee
ulteriores problemas. Aún con todo, la racionalización que defiende la
existencia de Dios es la racionalización total y última. Por ende, antes que
ella es necesario sostener que existen hechos intermedios en los que la
realidad natural se amplía tanto propiamente como sobrenaturalmente.
La primera ampliación de la realidad
natural se hace en el tiempo, y no la supera sino que se hace dentro de la
misma. Ello consiste en postular que frente a la guerra, la injusticia y los
males morales que asolan a los seres humanos, habrá un futuro en que ellos
tengan una expresión mucho menor que la actual y la pasada. Esta es, pues, la
primera ampliación de lo real natural que exige el uso de la razón finita.
Pero el cumplimiento de los deseos humanos
de justicia, caridad y paz no racionaliza completamente la realidad natural
sino que el ser humano experimenta en su vida psicológica el deseo irreprimible
de no morir, de vivir eternamente. Este hecho solo se puede comprender
racionalmente si se cree en una nueva ampliación de la realidad natural, cual
es la de la inmortalidad personal. Esto es, con la suposición de que nuestra
vida natural tiene que ser seguida de una vida de inmortalidad. Y como no
solamente una vida inmortal satisface nuestras necesidades, sino que también
experimentamos el deseo de una vida feliz, habrá que defender una nueva ampliación
de lo real natural hacia la inmortalidad personal feliz.
Por ello, la razón cree que al final de
los tiempos advendrá una vida feliz e
inmortal. Es la escatología final, que se presenta como Reino de Dios, que es
por Dios en la medida en que su advenimiento exige la intervención de una
potencia igual a la potencia de la creación. En la medida en que el hombre no
se satisface plenamente con ningún bien transitorio o temporal, el Reino de
Dios implicará el hecho de la felicidad en la contemplación y la vivencia de
las perfecciones del Señor.
Pero la escatología final no representa
solo la racionalización de los deseos individuales de inmortalidad y felicidad,
racionalización que como hemos visto en otros lados (Sobre la Historia) significa también la racionalización de la misma
historia. En efecto, desde el momento en que postulamos la racionalidad de lo
real, hemos de defender también la racionalidad del proceso histórico como un
proceso racional en el que se amplía la historia natural para dar lugar al
mundo final feliz, que es el Reino de Dios en el que acabará el sufrimiento.
Ello amplía la linealidad del tiempo natural, pues de otra manera, la
racionalidad del tiempo histórico no puede ser tan completa.
Pero existe un tiempo entre la muerte
personal y el Reino de Dios. Conforme al hecho que marcan nuestros deseos de
inmortalidad es de razón que el hiato entre nuestra muerte y el Reino sea
ocupado por la inmortalidad personal. Esta inmortalidad personal de la
escatología intermedia implica que debe existir una realidad que conserva la
esencia de la vida de la persona. Esta realidad es la que es conocida
tradicionalmente como alma. Como consecuencia, es natural que se crea
filosóficamente en la inmortalidad del alma, esto es, la persistencia personal
entre la muerte y el Reino.
Pero esta nueva ampliación de lo real
natural también exige como condición de su posibilidad la existencia de un ser
omnipotente, un ser capaz de cambiar el curso natural de los acontecimientos
materiales, que lleva a la superación de la separación y la muerte final, para
instaurar la vida del alma; y también el Reino. Por consiguiente, puede
concluirse que tanto la inmortalidad del alma como el Reino, muestran la
realidad de la existencia de Dios como un camino suyo. Es decir, exigen la
existencia de Dios como potencia máxima y buena, que puede transformar el mundo
radicalmente por su poder, y que además, por su bondad, quiere.
Así pues, partiendo de que no se puede
negar la consistencia del mundo hemos intentado mostrar una explicación al
problema de la existencia de lo limitado, de lo imperfecto y del mal. De este
modo, hemos considerado que es posible pensar una serie de ampliaciones del
mundo que haga el total de lo real más racional. Así hemos arribado a una
ampliación más general que consiste en afirmar que la realidad natural alcanza
se mejoramiento en la escatología intermedia y final (que por su parte piden
también la existencia del Absoluto). Aún con todo, no hemos negado que el
problema como tal permanece como misterio, aunque hemos intentado mostrar una
racionalización necesaria que consiste esencialmente en decir que aunque los
seres racionales finitos no podamos agotar la racionalidad de lo real natural,
Dios sí puede hacerlo cono Conciencia Suprafinita, como inteligencia que supera
nuestra racionalidad sin negarla o contradecirla.
Esto es así porque la razón no tiene otra
opción que creer que lo real es racional, pues ello es condición de su mismo
ejercicio. Este axioma empuja a la razón a ir cada vez más lejos en la
construcción de la ciencia y la filosofía. Pero él mismo lleva a la razón
finita a reconocer sus límites, en cuanto que el mal hace lo real como totalidad irracionalizable para
nosotros. Por ello, en el mismo ejercicio de la razón ésta pide la existencia
de otra realidad que – sin negarla- la
supera. Esta Razón que supera los límites de la razón de los seres finitos es
la razón de la Inteligencia Suprafinita, la Razón de Dios; lo cual, ya en sí,
constituye una crítica de los límites y posibilidades de nuestra razón.
En fin, hemos defendido ya desde Razón y realidad que el mal es real e
irracional, y además hemos entendido que la realidad como totalidad es
racional. Estos presupuestos son los que nos han permitido las ampliaciones de
la realidad natural, así como la constatación de que queda un resto de
irracionalidad que se elimina con la afirmación de la existencia de Dios como
Razón Absoluta (Inteligencia Suprafinita), que es capaz de racionalizar
completamente la totalidad de lo real. Con ello se reconocen los límites de la
razón finita, en este caso ante el tema de la existencia del mal; aunque pueda
decirse que es irracional en sí que haya mal; y que el mal se manifiesta como
carencia de algo que es debido, es decir, como carencia o alejamiento de los
parámetros del bien (como cuando decimos que una enfermedad tiene una
sintomatología concreta distinta de la normalidad de la salud).
Concluyendo, podemos decir que es racional
que exista la Perfección (Dios) porque en caso contrario no podríamos pensarlo
como lo Perfecto. De ello se desprende que es irracional que exista la
imperfección. Sin embargo, como hemos estudiado, es condición de la razón el
postulado de la racionalidad de lo real en cuanto totalidad. Ello significa que
Dios existe, y que es Inteligencia capaz de racionalizar lo real por encima de
nuestro pensamiento, que tiene por ello sus límites. Resta por aclarar que no
nos hemos saltado el principio de no contradicción (diciendo que lo rea es
racional y que no lo es) puesto que en última instancia (para Dios) lo real es
racional. Tampoco hemos defendido que nuestra razón sea incapaz de conocer
verdades, pues estamos diciendo únicamente que Dios, sin negar nuestra razón,
la supera.
Como corolario, puede asegurarse que puede
también demostrarse que existe un Absoluto cuando pensamos que la razón en su
mismo ejercicio no tiene otra alternativa que asegurar que lo real es racional.
Ahora bien, si lo real es racional tiene que existir un ser que la racionalice,
es decir que tenga todas las perfecciones. A ese ser es al que todos llamamos
Dios. Luego, Dios existe como suma de todas las perfecciones.
Pero de lo dicho, en alguna manera, se deduce que el problema de la Teodicea queda
invertido. Ello quiere decir que en vez de justificar la existencia de Dios, de
lo que se trata más bien es de justificar la realidad de algo que no sea Dios,
que es el problema con el que se enfrenta el monismo de la Filosofía India, que
solamente cree en la realidad del Absoluto, pensando que el mundo más bien como
fenómeno que hay que explicar como apariencia frente a la consistencia absoluta
de Dios.
CAPÍTULO
VI: ESCATOLOGÍA
Ya hemos expresado en otros lugares que lo
racional es que exista lo perfecto, y que el misterio del mal hace el mundo
irracional parcialmente. Pero el mundo es una realidad que se impone con
forzosidad (Zubiri), por lo que es incuestionable afirmar la consistencia de la
realidad natural. Ello implica que la afirmación panteísta de su no existencia
añade irracionalidad al problema. También hemos de reconocer que el mundo no es
necesario por las mismas razones que lo hacen irracional parcialmente. Si el
mundo no es necesario se hace incuestionable la existencia de una Voluntad
Libre que sea su causa. De ahí, que Dios en cuanto que Voluntad produce el
mundo no por necesidad sino libremente. Ello significa que lo produce por amor,
pues una voluntad que no procede por necesidad procede por que quiere el mundo
y su existencia. Por tanto, una de las perfecciones de Dios es la bondad. Y
como es Omnipotente también, es lógico pensar que el mundo está destinado en Su
Voluntad a la Salvación escatológica.
Por otra parte, parecen existir, al menos,
dos tipos de bienes. El primero de ellos por ley natural es de la vida. El otro
es el bien sobrenatural que consiste en la posesión de Dios. Así, partiendo del
primero hemos podido construir intelectualmente muchas verdades, pero se impone
la afirmación de que Dios es el Bien Supremo. Él es el bien de orden
sobrenatural por excelencia, cuya posesión cabal supone que se ha alcanzado la
vida eterna, bien como inmortalidad del alma o bien como resurrección de la
carne. En estrecha relación con estas afirmaciones, está el hecho de que el
hombre es un ser indigente, por lo que busca lo que no tiene, aquello de lo que
carece. Ahora bien, desde que Dios es el ser que tiene todas las perfecciones,
Él ofrece todo lo que el ser humano necesita. Luego, el Sumo Bien humano es
Dios. Y puesto que este bien se alcanza con la vida eterna hay que concluir que
el sumo bien humano es de orden sobrenatural, y consiste en la mayor posesión
posible de Dios.
De otro lado, por qué razón no existe
solamente Dios se explica también porque Dios es Amor y Libertad, y ha creado
libremente el mundo por amor. No obstante, la Apocatástasis es en Escatología
algo sobre lo que hay que discurrir, siendo una posibilidad de la razón, pues,
si pensamos en sus argumentos, nos damos cuenta que si todo vuelve a Dios al
menos al final de los tiempos la realidad se haría perfecta, pues solo
existiría Dios, que es Perfección. Pero hay que afirmar que la realidad de la
Apocatástasis (todo vuelve y se disuelve en Dios) no es una alternativa
plenamente racional porque niega la Perfección y la Suficiencia divinas, que
suponen que a Dios no le falta nada. Como consecuencia, hay que defender que
hay un fin escatológico en el que el mundo queda redimido y mejorado (en bien,
en felicidad, en vida eterna…). En consecuencia, el Reino Escatológico es el
fin de la historia pero no una disolución del cosmos (acosmismo), como defiende
la filosofía más importante de la India.
Así pues, para el hombre los temas
escatológicos no son de poca importancia. En efecto, como ha mostrado
repetidamente el existencialismo entre otras corrientes de pensamiento, el
hombre es un ser que sabe que va a morir; es un ser para la muerte. El joven
suele pensar que queda mucha vida por lo que la preparación para el final de la
vida suele quedar postpuesta. Pero, según escribió el poeta Ángel González,
cuando se alcanza una edad provecta el tema de la muerte resulta inaplazable. Y
en este caso no se encuentran igualmente preparados el ateo que el creyente,
puesto que el ateo ha de tener una muy
mayor propensión a contemplar el tema más angustiosamente; mientras el
creyente, que espera la salvación y la vida eterna y feliz, ha de contemplar el
problema con la esperanza y hasta con la alegría de una nueva vida que se le
ofrece.
Por ello, no sirve el olvido del tema, ni
la represión de la angustia por un optimismo fácil y epidérmico, que olvida las últimas preguntas o tiene para
ellas soluciones ateas, según enseñan las psicologías al uso. En este sentido,
es preciso constatar que la represión de la salida natural, (que es la de las
creencias escatológicas) que produce el ateísmo da lugar a unas determinadas
patologías, pues, según vamos viendo, esta represión de la salida natural
produce un estado mental negativo. Con ello, el optimismo de la increencia
resulta impostado y hasta contraproducente porque la realidad aflora por otros
derroteros.
Además, puede decirse que no somos una tabula rasa, sino que existen unos
deseos y conocimientos entre los que están por ejemplo el conocimiento de los
primeros principios, que no provienen de ninguna experiencia. En la materia que
estamos tratando, destaca también el pensamiento de Santo Tomás de Aquino.
Defendía él que los seres vivos quieren permanecer en el ser (al igual que el
resto de las sustancias). Por propia experiencia y por la observación de los
seres vivos, podemos asegurar que ello es verdadero, que los seres vivos desean
con vehemencia permanecer en la vida (salvo las excepciones en las que el
sufrimiento se hace insoportable). Y no solamente deseamos permanecer en la
vida, sino también que esta vida sea eterna y feliz. Como hemos señalado en
otras ocasiones, la realización de este deseo tiene que darse pues sería
completamente irracional que existiera el deseo y no su cumplimiento.
Así,
si deseamos una inmortalidad feliz, y ello no puede darse en el terreno de la
realidad natural ampliar racionalmente la realidad supone admitir que tal
inmortalidad se da. Pero, como el cuerpo muere, hay que afirmar la existencia
de una realidad que conserva lo esencial de la persona, su afectividad y su conocimiento;
es decir hay que creer en otra vida. Ello significa defender que de la muerte
corporal pasamos a una vida superior, y que como el cuerpo muere se exige
pensar que existe otra esencia: el alma.
Así que como lo que no es material es
espíritu, es decir, como realidad con conciencia, razón, afectividad es lógico
considerar el alma como espíritu personal. Pero igualmente es necesario
reconocer que los seres humanos no se encuentran completos sin el cuerpo. Por
tanto, por el método de la ampliación de la realidad, es necesario reconocer la
ampliación de lo real que se producirá con la resurrección, y ello también por
razones equivalentes a las que hemos aducido para pensar la inmortalidad feliz
del alma. Ello quiere decir que sería absurdo que tuviéramos un deseo y que
este no tuviera la posibilidad de realizarse. Para ir terminando con estos
temas, queremos indicar que otra razón por la que se puede argumentar a favor
de la escatología intermedia y final (la inmortalidad del alma y la resurrección
de la carne) es que Dios es bueno y omnipotente y por ello no permitirá que
permanezca la persona humana en la
muerte.
En cuanto a la pregunta de en qué
consistirá la inmortalidad feliz se puede responder que, en la medida en que lo
más elevado del hombre está en el trato con el Bien, la Verdad y la Belleza; y
que estas son cualidades que se dan perfectamente en Dios, esta finalización de
la vida del ser humano consistirá fundamentalmente en la vida con Dios, en
cuanto que Él es Perfección.
Por último, defenderemos otro argumento a
favor de la inmortalidad personal, basado en la Idea de Libertad. Ya Platón
consideraba el cuerpo como cárcel del alma. (También Santa Teresa de Jesús:
“Esta cárcel, estos hierros en que el alma está metida”). De ahí que tanto el
filósofo como la santa, concibieran la muerte como liberación y como acceso al
mundo verdadero al que el alma está llamada. Y ello es cierto porque es normal
sentir el mundo como realidad llena de servidumbres, como son las servidumbres
sociales e incluso las del propio cuerpo. Por tanto, es natural que el deseo de
muerte esté tratado en toda la literatura, entendida como libertad. (Freud
entendía que había dos instintos básicos que eran el Eros y el Tánatos: el
instinto sexual y el instinto de muerte).
Ahora bien, estas consideraciones abren la
posibilidad de construir otro argumento para la Escatología a favor de la
inmortalidad personal, que bien puede seguir las huellas de otros que hemos
ensayado más arriba. Efectivamente, si existe un deseo de libertad tienen que
darse las condiciones para que su realización sea posible, pues de lo contrario
sería irracional que teniendo el deseo no pudiera ser real. Por ello, es
preciso creer en una vida después de la muerte,
es preciso que exista la inmortalidad personal en el que este deseo de
libertad encuentra la posibilidad de su realización. Solo nos queda añadir que
la libertad del alma forma parte de la felicidad con que nos obsequiará Dios en
la vida eterna.
CAPÍTULO
VII: RELIGIÓN
El Hombre no es solo razón. Es también
experiencia. Pero es fácil comprender que la razón abre las puertas a la
experiencia. Así la Idea de Ser Absoluto que se expresa con el argumento
ontológico marca la posibilidad de la experiencia metafísica, en cuanto que
abre las puertas a la esperanza en la vida eterna, que junto con la certeza de
la muerte forman los goznes sobre los que se construye dicha experiencia. Esta
experiencia tiene también como característica la fascinación ante la presencia
del Ser Perfecto (R. Otto), y las posibilidades que abre la vida eterna.
Efectivamente, con ella entramos en la presencia directa de Dios. Ello
sobrecoge, y cambia completamente nuestra percepción de la realidad. Ante dicha
experiencia queda relativizado el mundo con sus cosas buenas y malas; y así, se
le ve, como dice el poeta, como camino hacia el otro que es morada. Por ello,
pasa al segundo plano la realidad del mundo natural. Con ello la esperanza en
la vida futura feliz cobra fuerza, aunque en muchas ocasiones ello llegue a olvidarse. No
obstante, a pesar de la fascinación, la creencia en la vida futura y en Dios no
deja de proporcionar tranquilidad de ánimo y bienestar psicológico y
espiritual, que tanto ayuda a vencer las dificultades. Por último, la
experiencia de la proximidad de la muerte en la vejez se corresponde
palmariamente con esta experiencia metafísica, pues con ella se da el objeto
adecuado que es la Grandeza de Dios.
La
Humanidad ha recorrido un largo camino desde la Revelación, su desarrollo y la
consiguiente experiencia religiosa. Frente a esta experiencia milenaria, es de
lamentar la actual pérdida de dicho legado. El problema con el que actualmente
nos encontramos es grande si tenemos en cuenta el gran desarrollo del ateísmo
en Occidente. Ello trae consigo la pérdida progresiva de estos hechos que
tienen una larga tradición. En efecto, ya existen generaciones que viven
ignorando la experiencia y los bienes que ella trae consigo, por lo que ni
siquiera pueden comparar la religión con el ateísmo. Ello daría lugar a
comprender la superioridad de la religión frente al fenómeno ateo, pero el
hecho es que gran parte de la gente se encuentra desprotegida frente a la
argumentación de la filosofía atea, a lo
que se añaden las carencias que todavía existen en la religión.
Pero ya hemos visto en otros ensayos (Religión y Salud…) que la relación con
Dios, que se manifiesta como religión, es riqueza y salud psicológica y
espiritual, de tal manera que nos hace un gran bien. Aún con todo, ha tenido
críticas fuertes, quizá debido también al hecho de que la religión- como toda
obra humana- no es perfecta. Ello ha llevado a la pérdida del peso que tenía en
las sociedades occidentales. Así, en estas sociedades los símbolos, las
ceremonias y la presencia visible de la religión ha ido aminorándose. En la
medida en que el símbolo religioso evoca los contenidos de la religión,
poniéndonos en la presencia de Dios, su encubrimiento nos aleja de ello. Ello
también trae como consecuencia la pérdida de sentido. Como resultado de ello,
parece necesario que el símbolo religioso vuelva a estar presente en la vida
cotidiana como ocurría antaño. No deja, en este sentido, de sorprender que,
aunque la mayoría de la población es creyente, acepte esta ocultación, que
puede ser antidemocrática, pues una minoría ha conseguido imponer sus criterios
y parcialmente su ideología a la
mayoría.
De la misma manera, hemos visto en otros
ensayos (Agnosticismo, creencia y
Humanidades…) que Dios constituye la constituye la condición de racionalización
de las Ciencias Humanas; y que, además, lejos de ser algo de arbitrio es
esencial para una verdadera construcción de las mismas y sus tecnologías. Por
consiguiente, Dios no es una hipótesis de la que se pueda prescindir, sino que
es un factor de la constitución de dichas ciencias. De ello se deduce que el
Absoluto, en vez de estar fuera de la ciencia, debe estar dentro. Por ello,
también en la Universidad y en la escuela.
Con respecto a ello, valga el ejemplo de
la Psicología. Aquí, hemos visto que la presencia de signos y símbolos
religiosos resulta de gran utilidad para el desarrollo psicológico y espiritual
de las personas. Como en nuestras sociedades (por ejemplo, en la escuela)
resulta que la presencia de la religión en la vida cotidiana es muy pequeña, de
ello resulta un gran perjuicio, que lógicamente produce enfermedad (Tournier).
La enfermedad propiamente es espiritual, pero sus manifestaciones son también
psicológicas y corporales. Lógicamente, la práctica clínica es inadecuada, pues
en su paradigma dominante solo reconoce tratamientos inmanentistas que olvidan
el componente trascendente, espiritual y religioso de la persona humana. Por
ello, se hace necesario un cambio de paradigma, un cambio de visión, que olvide
el ateísmo dominante.
Naturalmente, conviene que la religión esté en
las vidas de las personas y por ello en las partes más básicas del psiquismo.
Para que esto sea así se requiere una fundamentación sólida de la religión en
la psicología de las mentes. Pero ello se hace posible mediante una adecuada
educación religiosa, que debería
comenzar desde las fases más tempranas de la vida, pues de esta manera la
religión estará más asequible, más al alcance como recurso espiritual y
psicológico para toda la vida.
De otra manera, también pueden hacerse
algunas precisiones sobre la Literatura. Ella ha sido defensora de formas
filosóficas en lo concreto, no en el terreno de las grandes Ideas y
especulaciones filosóficas. Pero en los géneros literarios se defienden tesis filosóficas
y se expresan cosmovisiones. Por consiguiente, los cambios en las filosofías,
que llegan a la Literatura hacen un camino descendente que va desde las grandes
Ideas filosóficas hasta la concreción de la creación literaria, aunque esta
muchas veces no sea consciente de estos niveles filosóficos. Por ello, más que
comprender o representarse las filosofías las ejercen, hablando en términos
generales que lógicamente tienen sus excepciones (Tolstoi, Unamuno…).Pero, no
nos parece que esta falta de formación filosófica sea lo más conveniente para
una buena literatura, pues una adecuada formación filosófica es evidente que
mejoraría la creación literaria. Ello significaría una relación entre Filosofía
y Literatura en la que la Literatura alcanzaría más autonomía, creatividad y
mayor altura en la temática.
A ello hay naturalmente que añadir que la
pérdida de presencia de la religión que se experimenta progresivamente desde el
Renacimiento debe ser cambiado por un nuevo paradigma, en el que el tema religioso
ocupase el lugar que le corresponde en las creaciones humanas. En este sentido,
desde los años ochenta del siglo pasado se habla de que hemos pasado a una
nueva etapa de la Historia que se le da el nombre de Postmodernidad, que se
caracterizaría por el fin de las grandes ideologías, de los grandes relatos y
el comienzo del fragmento (Lyotard, Baudrillard, Vatimo, LL. X. Álvarez…). Por
otra parte, la entrada de Europa en la Modernidad significó el fin de la
cultura centrada en Dios (teocentrismo), que dio paso a una nueva cultura que
atiende mucho más al mundo y a su disfrute. Ello no deja de promover filosofías
nuevas y nuevas literaturas. El programa de alejamiento de la religión da sus
primeros frutos en el ateísmo del siglo XVI (librepensamiento, Meslier…) y
tiene una gran explosión en las filosofías ateas de los siglos XIX y XX (Marx, Nietzsche,, Freud, Sartre…).
Contrariamente a ello, en nuestros trabajos hemos abogado por una comprensión
del perjuicio que ocasionó esta deriva. Por eso, el sentido de que hablamos de
Postmodernidad no es el mismo en el que se emplean los autores que hemos
mencionado. Por el contrario, consideramos que el programa del alejamiento de
Dios, de adoración de lo profano, de una humanidad atea a que dio pie la
entrada de la Modernidad está fracasado. Por consiguiente, más bien defendemos
una postmodernidad de vuelta a la religión, vuelta que deberá darse en la nueva
construcción de los distintos campos del Arte y del Saber.
Pero distinguimos entre religiones
mitológicas y religiones racionales. En aquellas están presentes, en mayor o
menor medida, contenidos míticos, de modo que la religión puede ser enteramente
mitológica o coexistir con un núcleo racional o racionalizable. En cuanto a la
religión racional, entendemos por tal la
que se ajusta enteramente o mayormente a la razón. Lógicamente, las religiones
mitológicas deben ser tratadas por la crítica racional, mientras que las
parcialmente mitológicas deben desarrollar su núcleo racional hasta llegar a
ser una religión plenamente racional, este es, a estar en armonía completa con
la ciencia y la filosofía.
En este orden de cosas, es natural que la
racionalización más amplia de las realidades cosmológicas y antropológica que
se puede llevar a cabo se hace defendiendo la existencia de un Absoluto, lo que
no significa que el proceso racionalizador se haya adelantado a la Revelación
histórica. Por eso, es normal que aquellas religiones que tienen por núcleo la
creencia en Dios puedan ser consideradas racionales, aunque existan componentes
necesitados de crítica y depuración; por ejemplo un concepto de revelación que
intente oponerse a la razón filosófica hasta el punto de contradecirla en un
proceso que intente criticar la razón desde algo exterior a ella. En efecto, la
Revelación, en ocasiones, puede guiar a la razón, pero no contradecirla
(tampoco puede contener elementos irracionales).
En definitiva, hoy más que nunca es
necesario la armonización entre la fe y la razón. Por ello, se hace
imprescindible eliminar de la religión los contenidos irracionales, que no
responden a dicha armonización. Este es el proyecto de Bultmann que plantea la
necesidad de desmitologízar las religiones proporcionando alternativas que
destierren el mito y no entren en conflicto con la razón. Es de entender que
existen varios campos en los que puede entrar la razón desmitologizadora. Todo
ello es más necesario que nunca porque la religión mitológica es un factor de
importancia en la decadencia de la religión en Europa occidental. Ello es
debido a la fuerza de la crítica atea, que plantea la necesidad de una
renovación de la argumentación teísta, más si tenemos en cuenta el gran
prestigio de que gozan la ciencia y la razón. Así pues, es necesario tener en
cuenta los factores señalados si queremos hablar de una vuelta de Europa a la
religión, superando obstáculos que no son tan difíciles de salvar.
De esta manera, se evitaría el fenómeno de
los muchos casos de personas que tienen la creencia en Dios solamente para las
grandes ocasiones, de modo que solamente acuden a la religión en las ceremonias
o en casos de gran necesidad, pues en lo demás no encuentran ninguna utilidad a
la religión; y viven como si el tema no fuera de gran importancia. De otro modo
vivirían el sentimiento religioso y lo
podrían apreciar como beneficioso, lo que supondría que fuera la presencia de
Dios constante en su vida. Ello les haría capaces de comprender lo que de positivo tiene
la experiencia religiosa. Por consiguiente, como decimos es totalmente
necesario el izamiento de una nueva argumentación y la misma crítica racional a
favor del teísmo y la religión.
CAPÍTULO
VIII: CRÍTICA
Según hemos estudiado, los sistemas
filosóficos o religiosos pueden clasificarse en completos e incompletos. Los
sistemas completos son los sistemas teístas, que tienen: la existencia de un
vector y un final de progreso intramundano; reconocen la existencia del mundo y
la inmortalidad del alma; creen en un futuro personal absoluto; y, por supuesto,
tienen como cima de la construcción la existencia y la acción de Dios. Los
sistemas incompletos son tales en cuanto carecen de algunos de estos elementos
o de todos.
Puede, en primer lugar, haber sistemas que
no reconozcan ninguna de las racionalizaciones que hemos propuesto, pudiendo
incluso calificar la realidad como caótica o irracional, y sin perspectiva de
racionalización inmanente. En segundo lugar, cabe situar a sistemas en los que
la única ampliación de la realidad es la ampliación inmanente, cuando se
sostiene que el mismo mundo alcanza su perfección por su propio desarrollo
interno. Este es el caso del marxismo como materialismo histórico, que cree que con el comunismo se consigue la
racionalización de la realidad natural, la cual no necesita ulteriores
complementos o ampliaciones, puesto que con esta etapa final de la historia se
consigue la perfección humana.
En general, los materialismos se sitúan en
esta perspectiva. Los materialismo se presentan, tanto en Psicología Filosófica
como en Ontología, como si la única realidad fuera la materia, por lo que niega
tanto la inmortalidad personal, como la existencia de Dios. Este es el caso,
por ejemplo, del materialismo dialéctico de Engels. Como crítica al
materialismo se puede decir que la Idea de Materia no tiene la capacidad de
racionalización que tiene la de Inmortalidad Personal y la de Dios. Es la Idea
de Materia epistémicamente deficiente, de una potencia explicativa y
argumentativa mucho menor. Efectivamente, en lo que atañe al corazón humano lo
deja sin expectativas y sin esperanza al postular que la muerte física es el
final de la vida. En este aspecto, es irracional pues se registra como
incuestionable el ansia de inmortalidad feliz, que, sin embargo, no queda
satisfecha. Del mismo modo, es inconsecuente pensar que la irracionalidad del
mal en el mundo es la última palabra sobre el problema, ignorando a Dios como
inteligencia capaz de dar cuenta de ello. Igualmente, el materialismo puede
negar la línea argumentativa de racionalización de la Historia, pues si
suponemos que existe un final escatológico y un Señor de la Historia estamos en
condiciones de superar a aquella argumentación que sostiene que el final de
todo es la disipación de la materia o la conversión en otras formas de materia.
Otro argumento clásico es el que se refiere al problema de la creación. En él,
el materialismo supone que la materia entera está desprovista de la finalidad
consecuente que le da la existencia de una Inteligencia Creadora y Ordenadora,
que impide el puro azar irracional. En fin, el materialismo también impide la
construcción adecuada de las Humanidades. Así, Dios tiene la máxima practicidad
en Pedagogía, en Psicología y en todas las Ciencias Humanas. Por ende, en
Pedagogía la creencia en Dios mejora las capacidades de aprendizaje; en
Psicología, la vida religiosa ayuda a la psique y su dinamismo. Y así
sucesivamente puede concluirse que Dios es absolutamente necesario para la
constitución adecuada de estas regiones del saber y lógicamente para la praxis
liberadora que deben promover.
Asociado al materialismo aparece el
naturalismo. Desde ideologías ateas se critica como superstición la comprensión
del acontecer natural con causas sobrenaturales. Pero existe la comprensión de
la actividad sobrenatural que no entiende esta como causa primera de las realidades
naturales, aunque no se niegue toda actividad divina. Esta es la tesis de la
Escolástica. Ella consiste en comprender que existen las causas segundas como
efectos inmediatos de los fenómenos naturales, pero que además existe
igualmente la acción divina en lo que la Escuela llama la premoción divina, de
modo que Dios se vale de las causas segundas para efectuar su acción en el
mundo. No obstante, como se sabe, también existe una causalidad primera de
Dios, en sí misma. Esta se manifiesta propiamente como tal causalidad primera.
Pero también se manifiesta, por ejemplo, en el poder de la oración. Este, en la
medida en aporta bienestar psicológico y espiritual, manifiesta de manera
inmediata la acción de Dios en el mundo, pues aquí las causas segundas
desaparecen. Por ello, la premoción no es la única forma de acción inmediata
del Absoluto en el mundo, que contradice el naturalismo.
En cuanto a los sistemas que amplían la
realidad natural, los hay que lo hacen creyendo exclusivamente en la
inmortalidad personal o los hay que defienden la existencia de Dios. En el
segundo caso podemos encontrarnos exclusivamente con Dios, sin inmortalidad; y
en el primero con la inmortalidad personal sin Dios. El segundo caso es el del
judaísmo antiguo, monoteísta pero sin creer en ningún tipo de inmortalidad. En
el primer caso nos encontramos con el jainismo, que cree en la posibilidad de
liberación personal no teísta, la cual consiste en la existencia del alma
separada cuando ha alcanzado la perfección de la santidad por sus propios
medios.
Por último, existe la racionalización
teísta completa que consiste en la defensa de, en primer lugar, la
racionalización de lo real dentro del mismo mundo natural, como primera
ampliación de la realidad natural; en segundo lugar, en la ampliación de un
futuro personal absoluto, como inmortalidad del alma y como resurrección; y en
tercer lugar, en la ampliación absoluta con la existencia de Dios. Estas son
las ampliaciones que realizan las religiones monoteístas (judaísmo,
cristianismo e Islam), y las filosofías que se relacionan con ellas.
Desde luego, la ampliación de lo real
natural que no plantea un futuro personal absoluto (inmortalidad del alma,
resurrección) racionalizan limitadamente. Pero las religiones y filosofías como
el jainismo, que están a favor de un futuro personal absoluto sin creer en la
existencia de Dios plantean un problema para el teísmo porque se puede asegurar
que para el logro de la felicidad personal y la vida eterna es necesario el
Absoluto. Ello es así por varias razones. Primeramente, porque estamos hechos
para Dios, y nuestra felicidad personal completa no puede ser imaginada sin Él.
También porque la inmortalidad del alma supone una translocación tal de las
leyes naturales que exige la existencia de una realidad que pueda hacerlo
posible. Por tanto, Dios, mostrándose como confluencia de varios cursos de
racionalidad, representa también la condición de posibilidad de la inmortalidad
personal en la medida en que es omnipotente, y tiene por ello la capacidad de
superar las leyes naturales.
En cuanto a la solución que solamente
contempla la existencia de Dios sin futuro personal absoluto, hay que hacer
alguna observación. A este respecto, aunque la opción teísta, la opción de Dios
racionalice muchos aspectos, se hace necesario reconocer que deja sin solución
racional el problema del deseo de inmortalidad, que está en el corazón humano.
Por ello, lo deja sin esperanza. Así pues, como estos inconvenientes son
contrarios a la racionalización posible parece necesario reconocer que una
religión con futuro personal es superior a otra que no lo tiene, por lo que
resulta mucho más aceptable que la anterior, que niega la vida sobrenatural.
Como consecuencia, se colige que aquellos
sistemas filosóficos y religiosos que aceptan las dos proposiciones
(inmortalidad y Dios) son la que desde la razón dan mejor cuenta de lo real.
Entre ellas la más influyente es el cristianismo y su filosofía, aunque el
Islam es también muy importante.
EPÍLOGO
Algunos de los temas del presente ensayo
ya los hemos tratado de otra manera cuando defendimos que las opciones
metafísicas son decisivas en la construcción de las Humanidades, de modo que la
respuesta que se da a la pregunta por Dios las conduce en uno u otro sentido.
La Política también forma parte de las Humanidades y no escapa a esta regla
general de manera que la afirmación que
todo es política es falsa. Es falsa porque la respuesta que se da a la pregunta
por el Absoluto condiciona toda política. Siguiendo la Metafísica y la Teología
Natural, puede ofrecerse la conclusión de que la Política se encuentra
subalternada a la Metafísica por lo que no se puede defender la subalternación
de todo a la política. Ello supone que
las visiones totalizadoras de esta ciencia sobre el Saber no están justificadas. Por ello,
también está equivocado el pensar que las religiones están fuera del estado y
la política, pues por el contrario la respuesta que se les de condiciona toda
la vida de los estados. Prueba de lo que mantenemos es que el Derecho
eclesiástico del estado existe, porque es inevitable que todo estado debe
tratar con la religión y las iglesias.
Sobre todo esto existe un prejuicio
abundante, de modo que se dan por incuestionables los dogmas ilustrados que
pretenden hacer de la religión y la política dos mundos completamente separados,
quedando la religión relegada a una subjetividad calificada de acientífica.
Concluyendo, podemos decir que según la opción metafísica y religiosa que se
escoja mantendremos una política u otra sobre las realidades humanas, pues,
aunque a veces ello sea inconsciente o ejercido y no representado, la Política
depende de la Metafísica. Como consecuencia, en lugar de la afirmación de que
todo es política, debe decirse que todo es metafísica, lo que significa que el
filósofo no está en las nubes sino en el mismo corazón de la realidad, como ya
sostenía Platón.
Lógicamente esta subalternación de la
Política a la Metafísica (especialmente a la Teología Racional) y a la Religión
cambia la construcción actual de las Ciencias Políticas, proponiendo como tarea
la reconstrucción de esta parcela de las Humanidades, pues no es posible fingir
que el tema de Dios está fuera del campo de las Ciencias Humanas. Ganaríamos
mucho y en muchos aspectos se introdujéramos de nuevo a Dios en el campo
antropológico, según hemos mostrado en otros ensayos (Humanidades y Absoluto, por ejemplo).
Ello no significa obviamente que no quepa
establecer ninguna consideración política, porque el apogeo de los sistemas
filosóficos y religiosos depende muchas veces de la propia praxis humana. De
este modo, el triunfo o el fracaso de un sistema dependen de condiciones
políticas. Así, se habla de filosofías y religiones triunfantes o de formas
filosóficas y religiosas ignoradas y hasta perseguidas. En la historia se
registran ejemplos de ambos fenómenos. Por ejemplo se habla de una filosofía
triunfante cuando nos referimos a Hegel, que consiguió hacer de la suya, la
filosofía del estado prusiano; o se habla de Servet como ejemplo de religión
perseguida.
Lindando con lo que estamos diciendo, cabe
decir que además de la filosofía mundana y la filosofía académica (Kant) existe
en la realidad social la filosofía oficial. Esta es el conjunto de maneras de
entender la realidad aceptadas por un sistema social y político determinado.
Como filosofía que es, no puede escaparse tampoco de las opciones metafísicas.
Por medio de ellas se impone un sistema de pensamiento a la sociedad que consciente
o inconscientemente es compartido por la mayoría. Naturalmente, este sistema de
pensamiento es compartido por un número suficiente de personas para imponerse,
y organiza la realidad política y social. Por tanto, organiza la vida cotidiana
de la mayoría de la población, que pasa a compartir estas ideas o el núcleo
central de las mismas. Como resultado, puede decirse que la vida cotidiana de
las sociedades y las civilizaciones está tomada por estas filosofías y sus
Ideas. Ello no obsta para que los individuos tengan sus filosofías, aunque
muchas veces no sean conscientes de ellas, estando muchas veces orilladas por
la acción de la filosofía oficial triunfante. De todo ello destaca en nuestra
sociedad la ignorancia y transparencia
de la vida religiosa.
Al hilo de esto que estamos mostrando, nos
queda por hacer un breve alegato a favor de la libertad de cátedra, Ella forma
parte de la libertad de expresión, siendo un derecho formalmente reconocido en
las democracias. Sin embargo, es un hecho que no existe en muchos ámbitos. Por
ejemplo, en la enseñanza secundaria el prestigio de que disfrutan las Ciencias
Humanas oficiales ofrece una gran resistencia a la libertad de pensamiento.
Así, los contenidos son obligatorios y las interpretaciones pasan por científica
y por ende incontrovertibles. Pero en realidad son cuestionables. Valga como
ejemplo todo lo que venimos mostrando acerca de las Ciencias Humanas,
construidas sobre postulados agnósticos o ateos. Incluso el mismo hecho de la
imposición de las corrientes dominantes en Psicología, Pedagogía o Antropología
va en contra de la libertad a que nos referimos, de modo que esta queda para
las grandes palabras y las buenas intenciones.