Estética Teológica
Por José Pablo Noriega de Lomas
INTRODUCCIÓN
Esta vez presentamos un ensayo de
Estética, que es Teológica. En él hemos intentado de nuevo llevar las cosas a
sus consecuencias, lo cual ha significado llevarlas al terreno de Dios, pues la
mayor belleza es la Suya. Se ha dividido el trabajo en cinco capítulos. En el
primero, se trata sobre la Idea de Belleza desde la perspectiva de la
Filosofía. En el segundo, hemos escrito sobre la transición del mundo de la belleza
a la Belleza Excelsa, que es Dios. En el capítulo tercero, nos hemos detenido
en el tratamiento de las implicaciones que tiene para la ciencia de la Estética
la realidad de la existencia de Dios. En el cuarto, hemos tratado de las
consecuencias que tienen nuestras concepciones para el mundo de la Estética y
del Arte. Por último, en el capítulo quinto hemos criticado las concepciones
contemporáneas sobre la Estética y el Arte, defendiendo un Arte Teológico.
Deseamos que este escrito sea del agrado del lector.
CAPÍTULO I: SOBRE EL CONCEPTO DE BELLEZA
El hombre tiene algunos conocimientos que no
han sido puestos en él por la experiencia, sino que nace con ellos. Estos
conocimientos son difícilmente tematizables. La tematización de los mismos es
tarea de la ciencia específica de la filosofía. Todos sabemos lo que es verdadero,
y por la tematización filosófica de este concepto sabemos que conocemos la
verdad, y que ella consiste en la adecuación de lo que se dice con la realidad.
Igualmente, sabemos filosóficamente que ése es el concepto de verdad no
pudiendo existir ningún otro que sea verdadero.
Otro tanto podemos decir del concepto de
bien. Todos sabemos lo que es bueno, pero su tematización resulta igualmente
difícil. Por Aristóteles y la Filosofía Perenne sabemos que lo bueno se
presenta como aquello que se desea, y que por ello tiene forma de fin. Verdad,
bien y otras ideas son transcendentales, es decir, conceptos supracategóricos,
más allá de los cuales no se puede ir en el pensamiento excepto para llegar a
Dios. Son la cúspide del pensamiento.
En el tratamiento clásico de los
transcendentales está también el transcendental
Belleza
(el pulchrum). Así, todos decimos que
tal cosa es bella, pero si nos pusieran en la obligación de expresar lo que es
realmente la Belleza nos veríamos en algún apuro. Ello es porque, al igual que
la Verdad y la Bondad, es un transcendental que conocemos pero que es difícil
de definir.
Los antiguos definían lo bello, la Belleza
como aquello que tiene proporción, armonía, ritmo, número; y todos estos
atributos son verdaderos. Los medievales lo definían como el brillo de la forma
en la materia; y ello también es verdad. Por ello podemos concebir que la
Belleza es ese brillo que da la forma a la materia proporcionándola. Ahora
bien, esto es el concepto del transcendental bello que corresponde al mundo de
la sensibilidad. Pero también existe el mundo de la inteligencia, al que
corresponde igualmente este transcendental, el transcendental bello. En el
mundo inteligible alcanza el transcendental al que nos estamos refiriendo la
máxima dimensión en cuanto que se presenta como parte del Absoluto, de Dios; y
en cuanto se presenta no ya como brillo sino como resplandor, que ya no es
sensible sino que es propio de lo inteligible, del Absoluto, de Dios.
De lo dicho puede concluirse que los
transcendentales son realidades que se dan a
priori, que conocemos previamente a su definición, la cual tanto como un
conocimiento es un reconocimiento. Así, por ejemplo, en el Bien, según dice
Santo Tomás de Aquino, tenemos unas inclinaciones por la ley natural que nos
hacen reconocer como bueno la permanencia en el ser, que en nuestro caso es
vida. Esta querencia está grabada en nuestra naturaleza, y se nos presenta como
fin al que tendemos, querámoslo o no.
Aún con todo, en estos temas puede hablarse
de cierta herencia cultural, incluso de un
a priori cultural, refiriéndose a
los conocimientos que tiene la especie humana que se transmiten por la línea
del aprendizaje y del lenguaje. No obstante, ellos están en nuestra naturaleza
y está en ella el recibirlos como tales.
En conclusión, no podemos fingir que no
tenemos conocimientos innatos o que somos como una tabula rasa. Por ello, en nuestra naturaleza individual o social,
o en ambas poseemos unos conocimientos que no podemos negar, como puede ser la
idea de verdad o como puede ser el de que el primer principio del conocimiento
es innegable. Lo mismo ocurre con la idea de Belleza, que según hemos dicho se
muestra como el brillo que tienen las cosas que poseen esa cualidad de la
belleza; y que despierta en nosotros la alegría de la contemplación. De modo
que cuando contemplamos lo bueno, lo armonioso, lo consonante, lo numerado, la
claridad se despierta en nuestra mente de forma natural un sentimiento
placentero y alegre por el cual reconocemos la belleza de las cosas. (Nos
interesa también señalar que lo bueno tiene su propio brillo. Ello constituye
su belleza. En este sentido, algunos han confundido la Bondad con la Belleza
por ese brillo característico de lo bueno al que nos referimos, lo que
equivocadamente les ha llevado a identificar ambos transcendentales).
En estos órdenes de cosas podría tal vez
plantearse, al igual que More ha hecho con el concepto de bueno, que el
predicado bello sea una realidad indefinible que se capta o no. En arte ello es
cierto, pues captamos la belleza de las cosas innatamente, y hasta la
Revelación del Resplandor divino se capta de una sola vez, aunque haya sido
aprehendido viniendo de Dios, y se renueve en cada ocasión en que alguien
alcanza a intuir el esplendor divino.
Pero, según la tesis que estamos
estudiando, ello es cierto solamente de modo parcial porque, aunque muchos
reconozcan y perciban la belleza de las cosas sin saber definirla, la Filosofía
ha venido tematizando la Idea de Belleza desde la Antigüedad. Por nuestra parte,
recogiendo la tradición hemos considerado lo bello como el brillo en el proceso
de desvelamiento propio de la Idea. En cuanto al Resplandor divino, también
ello ha sido tratado por la Filosofía Perenne desde que la Revelación entró en
contacto con aquélla, y ha sido especialmente tratado. Por ello, no puede
decirse que la Idea sea indefinible, pues por ejemplo está definida en su
máxima realización como Resplandor.
Así pues, defendemos que existe la
Belleza. Existe en el mundo natural como atributo objetivo de las cosas. Pero,
sobre todo, existe la Belleza Absoluta de Dios que se muestra como un
resplandor. Un resplandor en sí mismo como tal, un resplandor de sus atributos
y un resplandor que comunica al mundo de las cosas, a la Creación. Por su
parte, ello no depende de que el resplandor divino nos guste o no, sino que
éste existe objetivamente, realmente, como verdad de la Belleza. Por tanto, no
depende de nosotros aceptarlo o no puesto que se nos impone por su evidencia a
no ser que nos pongamos en los ojos la venda de los prejuicios.
Esta captación, pues, de la Belleza del
Resplandor y de la belleza del brillo no depende de nosotros sino que, al igual
que conocemos que lo verdadero es la adecuación del pensamiento a la realidad,
también sabemos que la Belleza Absoluta está en Dios; y que las cosas
sensibles, las cosas del mundo son también bellas, aunque su belleza sea la del
brillo. (En ello existe cierto sentido subjetivo, pero igualmente se da en su
extensión más amplia la verdad del conocimiento de lo que es bello).
Por otro lado, Buda, el gran maestro de
una parte muy importante de la Humanidad, enseñó que toda la existencia es
sufrimiento. Y, como se puede comprobar por la experiencia histórica y la de nuestro
mundo actual, no estaba falto de razón. Pero, como no queremos el sufrimiento
es natural que busquemos motivos y formas de evitarlo o de mitigarlo, para
hacer la vida más feliz y placentera. Una de las maneras que tenemos de hacerlo
es con la creación del arte y con la contemplación de sus obras en su belleza.
(Nos referimos a las formas más variadas que desde el museo, al cine o al baile
y la danza. Todo ello nos vale).
En este sentido, es lamentable que la
fuente prístina de la Belleza, de la mayor belleza, que es la religiosa en el
Resplandor de Dios, esté en muchas ocasiones cegada para muchos que ni siquiera
ya saben que no conocen lo más exquisito de lo bello, por lo que la presencia
del dolor es mucho mayor. No en vano, los epicúreos, que conocían la gradación
de los placeres, explicitaban que los
placeres espirituales eran los superiores, frente a los elementales. Nos parece
que no estaría de más la aplicación a nosotros mismos de este modo de pensar.
No se niega con ello que el mundo sea
bello. Pero, en cuanto que es finito, no puede serlo totalmente. Y así es
porque, como se sabe, a pesar de que hay una cortina que intenta ocultárnoslo,
hay sufrimiento, injusticia, pobreza que hacen que el mundo sea en ello feo.
Además, incluso del mundo en el que no existe la pobreza tampoco se puede decir
que parezca bello, muchas veces porque los problemas de la vida cotidiana ponen
un velo que impide ver la belleza. E, incluso,
aunque no fuera así, como enseñó el Iluminado
la esencia de la vida de la Tierra es sufrimiento.
No obstante, hay que resaltar que es con
la alegría y la fiesta cuando estamos en mejores condiciones de apreciar la
belleza del mundo, pues con ellas la tristeza y la preocupación se atenúan o
desaparecen, y así nos quitan el velo que oculta el engaño. Pero aunque el
mundo de la sensibilidad sea bello, y su belleza se pueda apreciar en su
brillo, solamente cuando podemos vislumbrar el resplandor de Dios-
especialmente por medio de la religión- alcanzamos a ver la verdadera y más
alta Belleza; la mayor que los seres humanos son capaces en este mundo.
En lo que se refiere al Arte, parece claro
que su máxima función artística el ser humano la consigue con la contemplación
del Resplandor del Absoluto, ese resplandor perfecto, inmarcesible e
inteligible. Pero, al mismo tiempo, es preciso reconocer que el mundo de la
sensibilidad puede hacer de imagen de la Belleza Absoluta, y servir de camino,
en cuanto que refleja esta belleza, que lleve a la contemplación de la misma o
a ser también una imagen, aunque pálida, de ella. En este sentido puede ser un
punto de partida para que muchos puedan acercarse a la Pura Belleza o a una
imagen más o menos aproximada de ella.
Ello
significa que el Arte en su más perfecta expresión es el religioso, puesto que
el profano, aunque también puede ser bello, por sí no alcanza los valores que
permite el otro porque éste último alcanza lo que el otro no, esto es, llega a
lo más Bello, a Dios. Con todo, ello no implica que el esfuerzo por encontrar
representaciones que dentro del ámbito de lo sensible reflejen lo más fielmente
posible la Belleza Inteligible deba cesar. Por el contrario, puede incluso
proponerse como un arte por descubrir y hacer en distintas manifestaciones.
Pero no solamente cabe hablar de un arte
bello. También es posible hablar de las almas bellas o de vidas bellas,
entendiendo por ellas aquellas que tienen a la belleza por su hacer. Es decir,
que se entregan a la realización de la Belleza Resplandeciente, a Dios. Ello significa
que se dedican a la contemplación de Ella o a su servicio. Igualmente implica
un servicio y una dedicación a la Bondad, pues como hemos dicho no puede ser
que la Belleza sea mala o neutra, sino que es buena. Por tanto, puede afirmarse
que las personas humanas tienen una vida más bella en la medida en que se
encuentra en una relación de servicio y adoración al Absoluto, lo que se da
eminentemente en aquellas personas que tienen su vida consagrada. Como
consecuencia, puede asegurarse que las almas y las vidas más bellas son
eminentemente por lo general las de los religiosos. Con respecto a esta
temática se hace preciso constatar que la vida bella es resultado de una
realidad interior que tiene la capacidad de producir la consagración al
Resplandor de la Belleza. Ello significa que una vida bella es el producto de
un alma que era o se hace bella. En ello nos referimos especialmente a los
santos- especialmente los grandes fundadores de religiones- de los que se puede
pensar siguiendo a Bergson que alumbran la vida de la Humanidad Como, por otra
parte, ocurre que la llamada al servicio de la Divina Hermosura se encuentra en
las distintas religiones de la Tierra, lo que venimos diciendo se aplica por lo
general a todos excepto obviamente a los violentos.
En efecto, también en esto se hace
necesario distinguir lo verdadero de lo falso, por lo que no cabe creer que se
de una vida bella en los militantes de las distintas clases de fanatismo. En
este sentido puede aseverarse que la hermosura de la vida religiosa queda
anulada cuando se anteponen los intereses de las propias creencias al diálogo
verdadero, que debe presidir la vida religiosa de una Humanidad dividida en diversas
religiones, que muchas veces se creen exclusivas portadoras de la verdad
absoluta.
CAPÍTULO II: TRANSICIONES
Por el ritmo, por la armonía, por la forma
sobre la materia captamos el brillo de las cosas, que es también el resplandor
apagado de la Belleza Inteligible, de Dios. Por medio de esos elementos podemos
elevarnos también a la captación de la Belleza Suprema del Absoluto, que ya no
es belleza sensible sino inteligible o, dicho de otro modo, Belleza Espiritual.
Pero la diferencia entre el brillo de la belleza del mundo de las cosas y el
Resplandor de la Belleza del mundo espiritual persiste; y si podemos captar
cierto resplandor en el mundo de la sensibilidad, de las cosas ello se debe al
hecho de que participan del mundo espiritual, inteligible en el que la Belleza
es prístina, y es verdadera naturaleza. Es esta especie de resplandor apagado
aquel al que llegamos cuando no es posible contemplar la belleza del mundo del
arte y de la sensibilidad como copia o reflejo del Resplandor de la Belleza del
Absoluto, que es lo bello por excelencia. Ello se da eminentemente en la forma
espiritual y se conoce por la inteligencia, pues Dios es espíritu e
inteligencia. De ahí que la copia sensible de la Hermosura Divina también nos
transporte, nos eleve, transformando el brillo de lo sensible en la
contemplación de las cosas de arriba, en que, según venimos diciendo, Dios
resplandece en su Belleza y Él es lo bello por excelencia y por propiedad.
Por otra parte, el brillo de la belleza
sensible se capta naturalmente por medio de los sentidos, pero también
interviene la inteligencia que da, comprende o recoge el ritmo, la armonía al
ordenar lo que aportan los sentidos. Por su parte, la inteligencia tiene la
capacidad de convertir lo percibido por los sentidos al símbolo; así por
ejemplo, la visión de una cruz no es solamente la cosa sino que remite a un
universo simbólico e inteligible de Belleza contribuyendo a mostrar sus
contornos, o su sencillez, a enseñar el esplendor de la misma.
Pero el órgano de la visión inteligible
también es capaz de captar, la Belleza puramente inteligible de Dios, que es
causa de la belleza en cuanto brillo de las cosas bellas. Así con este ojo
inteligible, noético somos capaces de comprender la perenne Belleza de Dios, en su pureza, o con mediaciones o
adherencias sensibles, que nos sirven para que, por mediación de los sentidos,
el órgano inteligible trabaje y sea capaz de la contemplación de la Pura
Belleza.
De este modo, el hombre una
vez que ha visto el Resplandor de la Belleza del Absoluto comprende que carecía
de algo. Por ello, quiere tenerlo presente en su alma, y verlo, con los ojos de
la inteligencia, tanto como sea posible. Esta comprensión de la carencia del pulchrum, como uno de los atributos
transcendentales de Dios, le lleva lógicamente a comprender que en un estado de
naturaleza le falta lo que le supone la contemplación de la Belleza Suprema. De
ahí, también que por medio de la sensibilidad, a través del brillo del símbolo
artístico en cuanto tal brillo procura evocar y traer a la presencia esta
Belleza, pero esta vez no con todo su resplandor, sino como reminiscencia que
hace recordarla. Por ello, la belleza de lo sensible constituye un tipo de
sustitución de la Belleza Inteligible de la que hace las veces, pero no
suplanta ni iguala.
En fin, el pulchrum como brillo existía, pero cuando
el hombre lo comprende como resplandor de Dios, lo desea por encima del brillo,
a no ser que se encuentre en una especie de ofuscamiento que le vele la
contemplación del mismo, y le haga perder la causa de un deleite que, en el
caso de la mística, llega hasta el éxtasis. Como corolario, puede decirse que
parece imprescindible remover los obstáculos que impiden dicha contemplación;
bien por la vía de la argumentación racional, bien por la vía de la emotividad
de la manera que los no creyentes puedan abrirse a la comprensión que los haga
capaces de Dios.
En este sentido, el viejo
problema - formulado por Epicuro- sobre
el mal en el mundo también puede ser reformulado como el problema de la fealdad
en el cosmos. Dicho de otra manera, parece haber una relación de
incompatibilidad entre la existencia de la fealdad y la de Dios como perfección
pura y, por ello, como bondad y sabiduría. Evidentemente ello es un problema
para la Estética, en sí mismo, y también porque lo bello no puede ser malo,
aunque se pude afirmar que la razón de por qué hay imperfección y no existe
sólo lo perfecto es un misterio para la razón.
Por nuestra parte, lo
escrito en Razón y realidad es
aplicable a este problema. Con ello se pueden admitir ampliaciones de la
realidad natural que la embellezcan, aunque totalmente el misterio de la
fealdad en el mundo por sí solo no desaparece. Por ello, puede afirmarse que
la racionalidad de la realidad –que la
razón no puede sino postular- pide no sólo las ampliaciones naturales (que
racionalizan lo real natural sin salirse de ello) sino la racionalización
absoluta. Esta racionalización absoluta consiste en la aceptación no solamente
del misterio para la razón humana, sino la de la existencia de la Inteligencia
Suprafinita, que desbordando nuestra racionalidad limitada, es capaz de
racionalizar el conjunto de lo real. Así, la misma Estética, en sus
planteamientos y en los problemas que plantea a la razón, se abre a la Teología
Natural y a la Metafísica, pues la problemática que plantea no puede ser
resuelta únicamente en su campo específico, sino que, por el contrario, refiere
su conexión con estas disciplinas. En conclusión, el problema del mal en el
mundo puede pasar a formularse como el problema de la imperfección del mismo, y
por ello como el problema de la fealdad; y tener en esta formulación unas
soluciones parecidas.
Con respecto a ello,
comenzamos preguntándonos como la voluntad de belleza del hombre permanece sin
ser satisfecha, puesto que es evidente que en el mundo hay fealdad. Para
responder a ello ya hemos planteado las
ampliaciones de la realidad del mundo natural porque estas ampliaciones atenúan
la irracionalidad anterior. La primera ampliación postula la existencia de la
libertad humana que hace lo feo, porque siendo libres es nuestra elección
escoger lo feo frente a lo bello.
La segunda ampliación se da
porque el ser humano con su voluntad de belleza hace por embellecer el mundo,
por ejemplo buscando el bien y respetando la ley moral. O también con el arte y
la microcreación, entre otras actividades. La tercera ampliación, que atenúa la
irracionalidad de que el hombre tenga voluntad de belleza y no exista un mundo
completamente bello, consiste en afirmar la inmortalidad personal, en la que
efectivamente contemplará la belleza. Pero ello mismo significa creen en la
existencia de Dios como Belleza Absoluta, puesto que es natural que el deseo se
vea colmado, y el deseo solo puede ser satisfecho con la contemplación del
Absoluto. Luego, también aquí –en el terreno de la razón estética- la
existencia del Ser Supremo racionaliza lo real, al permitir que el deseo de
Belleza pueda encontrar su objeto con esta nueva ampliación de la realidad
natural.
Así pues, como estamos
viendo, alcanzamos la optimización en Dios, en la realidad suprema tanto espiritualmente como psicológicamente,
como filosóficamente; en este estar cerca del Absoluto. En Ella alcanzamos
nuestras mejores posibilidades. Con la belleza ocurre lo mismo: alcanzamos con
Él la Suma Belleza. Pero alienados de Dios por nuestra propia ofuscación fuera
y alejados de Ella, somos incapaces de los beneficios que ello comporta como la
gran alegría, la paz del ánimo. Por eso el Arte Contemporáneo, con su
alejamiento de la prístina fuente de lo Bello no cumple con su misión para con
el hombre, y, más que alegrarle con la verdadera belleza, lo que hace realmente
es alejarle de la misma al alejarlo de la Belleza Inteligible. En efecto, al
poner el punto de mira en los objetos que se pierden en su valor estético por
no tener presente la dimensión religiosa, no la alcanza. Por ello frustra el
deseo de belleza verdadera que tiene el alma humana.
CAPÍTULO III: LA ESTÉTICA Y EL ABSOLUTO
Desde el Paleolítico
Superior el hombre ha sentido la necesidad del arte, y con ello la necesidad de
fabricar obras bellas, con los atributos propios de ellas, atributos que han
sido descritos desde la Antigüedad hasta la Edad Contemporánea, pasando por el
Medievo. Éstos son la simetría, la proporción, la armonía, la claridad, la
integridad y otros. Y desde una venus paleolítica o una pintura de Lascaux,
pasando por un templo egipcio o un palacio de Cnossos ha brillado lo bello.
Pero, en cuanto que en ellas
no ha aparecido la manifestación de la Belleza del Ser Perfecto, no puede
decirse que el ser humano hubiera alcanzado en ellas la contemplación del Resplandor de la más
pura belleza. Como se sabe éste sólo aparece a partir de la revelación
abrahámica, que se anticipa a la filosofía y el arte del Ser Perfecto, como
conjunto de todas las perfecciones, en los cuales ya puede decirse que se ve el
Resplandor de lo Bello Absoluto.
Con todo, la tematización de
dicho resplandor vendrá siglos después cuando la Filosofía Cristiana en la Edad
Media, recogiendo el legado de la Antigüedad, lo que significa que la tematización
de ello se ha dado relativamente tarde: Ha tenido una historia en la que hay
que destacar como importantes bases de la misma el trato platónico de la
Belleza Inteligible –las Ideas de Bien y Belleza- y el plotiniano de la belleza
–también inteligible- del Uno.
Así pues, la Estética que
estamos pensando es una estética teológica en tanto que Dios es el centro de
gravedad de la elaboración, la Idea que completa, y la que es condición de
posibilidad de la totalización racional del campo. Por ello, entronca con las
filosofías estéticas antigua y especialmente con la filosofía estética medieval,
a la que reivindica como construcción más potente y auténtica del campo que
debe su nombre a Baumgarten. Así, según hemos mencionado, en la Antigüedad se
debe especialmente a Platón y Plotino en cuanto a la comprensión de la Belleza
como absoluto; y en tanto que el Absoluto tiene como atributo esencial la
belleza. San Agustín – que está en la transición entre la Antigüedad y el Medievo-
es también un antecedente por situar las Ideas en el Entendimiento divino.
Igualmente, toda la filosofía de la Edad Media, en cuanto que hace de Dios la perfección de la Belleza, y constituye su
estética teniéndolo en cuenta, es muy importante para el trabajo de la Estética
Teológica. Así que, como estamos viendo, existe una Filosofía estética perenne,
que es la corriente más importante y más potente de la disciplina, precisamente
por tener su centro en Dios. Por el contrario, otras, lógicamente, no culminan
por intentar acabar su teoría inmanentemente, esto es, al margen de la
divinidad. (También en Filosofía del Arte).
De esta manera, cabe la
pregunta por la posibilidad de una estética sin Dios, contradictoriamente a la
que pensamos aquí, que, según planteamos, es una estética teológica. En
respuesta puede señalarse que una estética que no capta la Belleza Suprema, que
es Dios, está claramente incompleta puesto que no puede lograr una definición
adecuada de la Belleza, ni siquiera intentar averiguar dónde se encuentra esta
verdadera Belleza.
Igualmente, tampoco puede
responder a la cuestión de por qué la realidad no es perfecta desde el punto de
vista de lo bello porque ello exige una ampliación de la realidad natural que
una estética inmanentista es incapaz de hacer. En todo caso, podría definir lo
que es la belleza natural, pero una comprensión completa de la Idea de Belleza
no está a su alcance, puesto que dicha comprensión exige postular la realidad sobrenatural e
inteligible de Dios.
En consecuencia, también en el campo de la
Estética la comprensión cabal de su gnoseología necesita de la realidad de
Dios. Ocurre aquí, entonces, que Dios es el vértice sobre el que se construye
el desarrollo de la teoría, lo mismo que en la Metafísica, la Ética, la
Filosofía de la Historia, la Epistemología y, en general, en la filosofía toda.
En definitiva, el Absoluto marca siempre la compleción racional de las ciencias
que, sin el tratamiento sobrenatural, están carentes de totalización, aunque
puedan conseguir una racionalización parcial de lo real natural.
Así, la Metafísica distingue
los transcendentales del ser que son la verdad, la bondad y la belleza entre
otros. Ello son los predicables más generales que se puedan mentar sobre el
ser. Por ello, son supracategoriales. De otro lado, siguiendo el argumento
ontológico, Dios es el Ser que reúne todas las perfecciones. Ello significa que
no solamente es el ser por excelencia sino también la Belleza Absoluta, la
Verdad, y la Suprema Bondad. (Ello también porque por el método de la
afirmación de lo bueno, la negación de los atributos negativos y de la analogía,
de Dios se puede predicar los atributos,
que en los seres se presentan como finitos, en su expresión infinita). Nos
basta aquí subrayar que Dios es la Belleza Infinita, y que Él es la piedra
angular desde la que se construye toda la Estética, que así es Estética
Teológica. Ello no obsta para que pueda asegurarse que Dios también tiene otros
atributos como son la Omnisciencia, la Omnipotencia o la Eternidad, pues el si
es el Absoluto, lo es de todo lo bueno.
Por otro lado, en el orden
estético el alma humana tiene un deseo natural de belleza. Desde el Paleolítico
el hombre se ha adornado, ha esculpido, ha pintado buscando el orden o la simetría.
Ha buscado y ha hecho las cosas bellas con el mundo visible, hasta el punto de
que incluso su cuerpo ha sido objeto del planteamiento estético mediante, por
ejemplo el peinado o la ropa. Ahora bien, el ser humano ha podido encontrar la
belleza sensible e incluso cierta belleza espiritual, pero la Belleza Absoluta
sólo puede encontrarla en Dios. Y no de cualquier manera en la comprensión de
Él, sino en el momento en que Lo
descubre como el Ser Perfecto. Desde ese instante, se capta a Dios no sólo como
Suma Bondad o como Dios del Amor sino también como Suma Belleza. Y cuando se
capta la Belleza de Dios se la capta como Sumo Resplandor del cual las cosas
bellas son solamente reflejo. Así que,
comparadas con este Resplandor la belleza de las cosas, la belleza
sensible es solamente brillo.
En conclusión, puede decirse
que el alma humana encuentra en un momento tardío de su evolución el Resplandor
de la Belleza de Dios, por lo que Él era como un deseo desconocido que cuando
es descubierto cambia completamente nuestras realidades, puesto que el brillo
mundano queda en un segundo plano con respecto al Resplandor del Absoluto, que
se hace presente no solamente a través de la sensibilidad, sino sobre todo por
medio de la inteligencia. Por ello las cosas sensibles en cuanto hablan de Dios
también evocan la Belleza Inteligible, también en la medida en que son reflejo,
según estamos defendiendo.
En efecto, la visión de la
Belleza esplendorosa de Dios se capta por la luz inteligible. Por medio de
ella, se comprende que Dios tiene todas las cualidades estéticas de modo
perfecto. Estas cualidades las captamos analógicamente, auque también
realmente. Ello significa que también la sensibilidad juega su papel. Así, por
medio de una obra bella se puede remitir a la Belleza Total. Pero ello es de
modo aproximado, con una relación de semejanza con Ella. Por consiguiente,
podemos ser transportados a la Perfecta Belleza intuitivamente. Por ello el
Arte pude ser trasunto de Dios, pues Él también puede estar entre los pinceles,
por ejemplo.
Si, por otra parte, nos preguntamos que
tipo de belleza (la sensible o la inteligible; la Belleza de Dios o la de las
criaturas) es más fácilmente captable, la respuesta ofrece distintos matices. Efectivamente, primeramente parece
más que se aprehende con menor dificultad la belleza sensible- la belleza de
las cosas que han sido creadas por Dios como causa primera, o que han sido
hechas por la naturaleza o el hombre como causas segundas- en la medida en que
nos resultan más inmediatas o más próximas. Así por ejemplo, la belleza de una
pintura de Monet o la de un ramo de flores. Pero, de otro lado, la Belleza de
Dios es más fuerte, especialmente cuando somos capaces de comprenderla por la
vía de lo inteligible. Es el Resplandor de Dios la intensión máxima de lo bello
y así resulta que su contemplación nos da superlativamente una visión más fiel
de lo que verdaderamente es la Belleza en su resplandor mayor y en su verdad.
Por consiguiente, el captar el auténtico y perfecto Esplendor nos lo da el
ámbito sobrenatural. Así por ejemplo, cuando entendemos a Dios como Dios del
Amor. Ahora bien, entre la belleza natural y la sobrenatural caben mediaciones
por medio de la sensibilidad, que puede elevarnos a la contemplación de la
Belleza Suprema. Nos referimos por ejemplo al arte religioso con el cual,
mediante la sensibilidad, nos podemos elevar a la contemplación de la más
grande Belleza con una gama enorme de matices y posibilidades. Así por ejemplo,
una catedral gótica como la de Oviedo o como la de Reims.
Como estamos viendo, el Esplendor de Dios
no es sensible, aunque se lo pueda representar simbólicamente por la
sensibilidad. Pero también se capta por medio de la razón o, si se quiere,
espiritualmente sin mediación sensible. Su Belleza es eterna como su ser. Es
infinita, y no puede aumentar ni disminuir. Existiría en sí aunque no
existieran las criaturas racionales para admirarla. Las criaturas participan
analógicamente de Ella, pues supera la belleza natural infinitamente. Todo lo bello
le guarda semejanza, y sin embargo supera infinitamente lo sensible. La belleza
de las criaturas lleva el sello de la sensibilidad, y por tanto de la
proporción y la armonía en lo sensible; la divina, siendo armónica y
proporcionada, es de otra manera, pues es espiritual y racional. Se entiende
por la razón y el espíritu. Además se mantiene inmarcesible. Mientras que la de
las criaturas el limitado, la del Absoluto es ilimitada: No tiene ni principio
ni fin. Al contrario que la belleza del mundo, la Absoluta no está mezclada ni
contaminada con la fealdad: Es bella en todo su ser, completamente, por lo que
la contemplación no necesita de ningún proceso de eliminación o
perfeccionamiento. En fin, cuanto más se aprecia y más penetra en los corazones
de las criaturas finitas, más alegría y felicidad experimentan, de modo que su
presencia es proporcional al bienestar de ellas. Y quien no tiene abierto el
ojo inteligible y espiritual no puede apreciarla, por lo que se tiene que
arreglar exclusivamente con la del mundo, con la natural, lo cual es una
carencia.
En consecuencia, desde la creencia en
Dios, que resplandece, el hombre de hoy puede comprender perfectamente que el
signo del arte cambie y se vuelque en la apreciación de la Belleza Absoluta. De
este modo, la representación artística buscaría el cambio en sus modos, pues el
artista de nuevo ha de sentirse impresionado por la Belleza Suprema e intentar
reflejarla y atraparla en la materia, aunque, como señalamos, el Fulgor de Dios
se capte fundamentalmente por el ojo inteligible y espiritual. Por ello, llevar
al Absoluto, por así decir, a la sensibilidad hace necesario encontrar los
medios expresivos para hacer que ésta sensibilidad se ajuste a Dios. De
este modo, el Arte podrá hacer de
símbolo analógico. De cualquier forma, lo que no se puede hacer es reprimir la
manifestación del Resplandor y la Grandeza, en la respuesta que provoca de
expresión y adoración, que dará lugar a un nuevo arte, transformado por esta
visión antigua. Ella ya había sido enaltecida por el arte de las diferentes
religiones desde los tiempos de las revelaciones históricas.
En lo que respecta al acercamiento a Dios
desde la perspectiva propia de la Estética, pueden ensayarse diferentes modos.
Por una parte, puede asegurarse que el ser humano en cuanto conoce la Idea de
Belleza Absoluta, aspira a ella. Pero sería irracional que existiera la
aspiración y que no pudiera ser satisfecha. Por ello, se hace imprescindible
ampliar la realidad natural de dos maneras. En primer lugar, postulando la
existencia de la Belleza Absoluta, la cual se manifiesta como Resplandor de
Dios, pues éste es uno de los atributos naturales del Ser Perfecto. En
conclusión, el concepto de Belleza Absoluta es también un argumento a favor de
la existencia del Absoluto o Dios.
En
segundo lugar, sería igualmente absurdo que tuviéramos el deseo de contemplar
la Belleza (y de contemplarla
eternamente) y, sin embargo, este deseo no pudiera ser cumplido. Ello implica
que en este caso también se hace necesaria la ampliación de la realidad
natural, y abogar por la existencia de una vida eterna en la que puedan
realizarse estos deseos. Ello supone la afirmación de la inmortalidad personal;
y es un argumento más a su favor. Pero, según hemos visto en otros ensayos,
postular la inmortalidad personal implica defender la existencia de una
potencia capaz de hacerlo, esto es, defender la existencia de Dios.
En tercer lugar, la aprehensión de la
Belleza de Dios se produce por intuición intelectual, por la que inmediatamente
y en un solo momento se nos aparece el deslumbrante Fulgor del Absoluto. (Este
modo también puede presentarse en un solo momento cuando se entiende la
existencia de la Perfección).
La cuarta vía es aquella en que habiéndose
acercado al Absoluto por la intelección parcial, (es decir, conociendo a Dios
en cuanto se comprenden Sus atributos) se logra también discernir el Resplandor
como resplandor de los mismos atributos. Esta vía no es la de la visión
repentina de Dios- como le ocurrió a Abraham – sino que es un acercamiento
discursivo e intelectivo. (En este último sentido, es obvio que al Absoluto no
se le puede captar sino por la vía de la intelección, aunque ésta pueda darse
con apoyos de la sensibilidad, que ayudan, pero
que no son la esencia del acercamiento).
En quinto lugar, puede considerarse que
las cosas bellas siempre tuvieron brillo para el hombre. No obstante, cuando se
da la Revelación este brillo aumenta de modo que las cosas se hacen más bellas,
en tanto que se las ve como creadas por Dios y en tanto que reflejan la Belleza
divina. Por ello la Revelación del Absoluto añade algo a las cosas de modo que
puede asegurarse que es como una nueva creación, que cambia con ella la
Humanidad. Al hilo de lo anterior, cabe asegurar que las críticas al teísmo y
la religión no hacen sino disminuir al ser humano, pues eliminan las
posibilidades positivas que aportan la creencia y la relación con Él. Hasta
puede indicarse que el ateísmo como
ocultación del Absoluto no es solamente
una desteologización, sino también una deshumanización pues el ser
humano encuentra su fin en la religión. Hay por tanto una belleza sin Dios y
una Belleza con Dios, que supera la anterior. Así pues, esta argumentación se
basa en la confluencia de la relativa autonomía de la Creación, y lo que añade
la Revelación, el Teísmo a la vida desde
el punto de vista de la estética.
Penúltimamente, vamos a tratar sobre el
tema de la búsqueda de la Belleza por el alma. Ella quiso siempre la Belleza,
pero el transcurrir de los tiempos no le daba lo que ansiaba. Por eso
permanecía inquieta. Cuando históricamente la encuentra, como la Belleza al
igual que el Amor es difusiva, el alma, que necesita de la Belleza del
Absoluto, se encuentra a sí misma como con una misión. De esta manera ilumina a
las demás almas, enseñándoles lo que ha visto; lo que les permite encontrar el
camino más fácilmente. Con todo, el alma solamente puede hacer ver los modos en
los que las otras pueden ponerse a contemplar la Belleza de Dios. Esto es así,
porque se hace preciso saber que la primacía, del encuentro proviene de Dios porque
el hombre solamente conocía el Resplandor atemáticamente. De esta manera, es la
iniciativa divina la que hace patente el Fulgor de su Belleza, manifestando lo
prístino estético. En efecto, el desvelamiento corre a cargo de Él. Así, el ser
humano encuentra lo que estaba buscando sin saberlo, hallando el brillo de las
cosas de otro modo: Como reflejo de Dios en su Belleza.
Por último, hablaremos someramente de los
argumentos más clásicos sobre la existencia de Dios y su relación con Su
Belleza en particular y con la Estética en general. Nosotros hemos defendido la
Belleza de Dios como Resplandor. Ello también
implica que es el mayor grado de belleza, que es la Belleza Absoluta y
que en ello supera toda la del mundo. Pero además cabe la pregunta sobre por
qué la Belleza Suprema está en Dios o es Dios, de manera parecida a la pregunta
de por qué los transcendentales están en Dios (la Verdad, la Bondad…).
Parece que la vía ensayada por San Anselmo
en el siglo XI –que es el conocido argumento ontológico, según lo llamó
Kant- nos aporta luz. Este argumento,
como se sabe, dice que todos tenemos la idea del ser máximamente perfecto, y
que tiene por tanto que existir necesariamente porque, de lo contrario, no
sería perfecto puesto que le faltaría la perfección de la existencia. Ahora
bien, si este ser existe se puede comprender que existe también la Bondad
Absoluta, que es omnipotente y, consiguientemente, que es también Belleza en su
máxima radicalidad, esto es, que es la Belleza por excelencia, la Belleza
Suprema o Absoluta. Efectivamente, de otro modo no tendría todas las
perfecciones en su máximo grado, y no podríamos decir que es el ser máximamente
perfecto. Por su parte, todo ello significa que es posible sintetizar en una
Idea las diferentes vías o cauces que conducen a absolutos en aspectos
concretos de la realidad, como lo absolutamente bueno, o lo absolutamente
bello, que es lo que ahora estamos viendo, pues el concepto de máxima
perfección se ha sintetizado por la tradición en una unidad de realidad, de
ser.
En cuanto a la relación entre las vías
tomistas y la Idea de Belleza
Perfectísima, también se puede hacer alguna consideración. En primer lugar, que
no todas las vías son directamente relacionables con el concepto de Belleza.
Así, por ejemplo, en la primera vía (la del movimiento) parece que la Idea de
Belleza no tiene aplicabilidad. Pero en cuanto a la vía de los grados de
perfección parece que sí, pues si no hubiera un ser máximamente perfecto no se
podrían hacer comparaciones y establecer grados. Esta verdad se aplica
igualmente al Esplendor de la Belleza; y así: En todos lados vemos cosas bellas
y las comparamos unas con otras, resultando una jerarquización de lo bello.
Pero si no hubiera una Belleza Total las comparaciones y gradaciones serían
imposibles. Por ello, se debe concluir que existe un ser absolutamente bello,
que es Dios.
En lo que atañe a la vía segunda, (la de
la causalidad eficiente) parece que es de aplicación al tema que nos ocupa, a
la Estética Teológica, pues si existe la belleza en lo real, ésta como toda
realidad debe tener una causa porque todas las cosas parecen provenir de otras
anteriores; y por ello debe existir una causa primera que sea también causa de
la belleza del mundo, es decir, debe existir Dios. Y como la causa debe ser
proporcionada a su efecto se concluye que Dios es la Suma Belleza.
Como corolario, nos interesa tratar la
relación entre la belleza y nuestra psique, lo cual ha sido tematizado por la
psicología estética. Según esta ciencia y nuestra propia experiencia, lo bello
deleita, produce placer por lo que da alegría al contemplarlo. Por tanto, es
natural pensar que la Belleza del Absoluto produce estos efectos en su grado
máximo. En la medida en que experimentamos el placer y el deleite en sumo
grado, en esa medida la alegría se convierte en júbilo. Ahora bien, sería
nuestro deseo natural el ver a Dios en todo su resplandor y en todo momento,
pues la experiencia de la belleza colma y nunca cansa. Pero ello no es posible
sino para un escogido número de personas porque las cosas de aquí abajo nos
ocupan, resultando que las necesidades del vivir nos hacen olvidar el
Resplandor. Ello significa que el mundo de la sensibilidad es ambivalente
porque muchas veces es bello por sí mismo o el artista lo ha embellecido, pero
también muchas veces es malo y feo, lo cual nos aleja de la Belleza de Dios.
Por ello se hace necesario un esfuerzo específico para poder contemplar la
Verdadera Belleza. Ello puede hacerse por ejemplo por la oración, la meditación
o la liturgia, lo cual puede acercarnos a ese júbilo que produce la
contemplación del Esplendor del Absoluto. De ahí que la vida del monje sea una
vida bella.
CAPÍTULO IV: CONSECUENCIAS
Como estamos viendo, la argumentación a
favor de la existencia de Dios no está acabada, como por ejemplo mostró la nouvell teologie sino que permanece
abierta, siendo de esperar que el devenir de la historia y de la filosofía
aporte nuevos argumentos que muestren, cada vez con más fuerza, la realidad del
Absoluto. Como estamos estudiando en el presente ensayo, la existencia de Dios
tiene enormes consecuencias en el territorio de la Estética. La belleza natural
es un brillo que da la forma sobre la materia, lo que implica que algo es bello
en la medida en que tiene número, proporción, equilibrio, medida etc. Con ello
se dice que las cosas naturales son bellas; y es verdad. Pero, cuando se las
considera como reflejo de la Belleza Sobrenatural, alcanzan la mayor de que son
capaces, pues a su brillo añaden el resplandor de lo Sobrenatural, el de Dios,
como belleza suprema. Ello quiera decir que las cosas sensibles son bellas en
sí, pero que alcanzan su máximo en
cuanto que son el reflejo de una realidad que es muy superior a ellas.
No obstante, si pensamos en el Ser
Perfecto inmediatamente nos apercibimos que tiene su propio brillo, que alcanza
la categoría de resplandor por ser máximamente. Este apercibimiento no es como
una premisa y una conclusión –aunque también puede presentarse así- sino que inmediatamente percibimos que la
Perfección es completamente bella, que resplandece. En este sentido, pasa que
teniendo en la inteligencia la existencia de lo Perfecto aceptamos
racionalmente que su resplandor es la Belleza, o que tiene una Belleza
esplendorosa. Por su parte, según estamos analizando, la captación de este
Esplendor no se hace por medio de la sensibilidad sino por la inteligencia,
aunque aquélla se constituya por medio de ésta, es decir, que la inteligencia
actúa sobre la sensibilidad para que también perciba la Belleza Perfecta. Ésta
se percibe de doble modo. En un primer momento, se acepta que ella existe en Él
como una perfección que es. En un segundo momento, se percibe el Resplandor de
todo Él, como perfección suprema, de modo que el esplendor de todo Dios
constituye Su misma belleza.
Pero este esplendor de Dios o, incluso el
reflejo de Él, muchas veces no nos llegan por causa de la cortina de las
fealdades y de la maldad del mismo mundo. Por ello, solamente desde la mística
es ello posible en la medida que para ella el aspecto principal de la vida es
la contemplación del Creador. Eso hace que los místicos sean testigos de que
esta vida terrenal pide otra celestial. Es por esas razones que solamente en la
vida futura -con la inmortalidad del alma y la resurrección- podemos ver
permanente la Belleza Imperecedera, al contemplar Su Rostro, pues este mundo y
sus debilidades estarán superados. En conclusión, la contemplación de la
Belleza Absoluta sólo se realizará plenamente en la vida eterna. Y ello, sin
falta de mediaciones.
Así pues, lo que más deleita es la
contemplación de la Belleza de Dios, que se ha comprendido como grado máximo de
brillo, como Resplandor. En la medida en que Dios es espíritu, ello se puede
hacer por el órgano inteligible. De ahí, que cuando aspiramos a gozar del mayor
grado de belleza, intentemos hacernos presente el gran Resplandor del Absoluto,
pues estamos forzados por nuestra naturaleza a buscar la felicidad y la
contemplación de la Belleza es una de las vías para acercarnos a ello.
Lógicamente, la belleza es un
transcendental en que se presenta Dios junto con otros como la Verdad y la
Bondad. Para la contemplación del transcendental que estamos tratando es
natural que tengamos en cuenta las vías de acceso que las distintas religiones
ofrecen para aproximarse a Dios.
La perfección del Creador movió a los
profetas verdaderos en la Antigüedad a anunciarle y predicarle. La predicación
fue atendida cuando el pueblo escuchó correctamente la voz de su interior que
era una anticipación atemática del Absoluto. De esta manera puede decirse que
nacieron las religiones monoteístas, en cuanto que la conciencia de la
Perfección lleva al ser humano a adorar a Dios.
Por otra parte la Suma Perfección hace que
se la capte también como Belleza Total y de ahí nazca el arte religioso, que
quiere ese deseo de acceder al Resplandor, y también a todas las perfecciones
del Altísimo. De este modo, la Belleza aparece en el mundo, que de manera
simbólica intenta acceder a Ella y hacerla entrar en esta realidad. De este modo,
por medio del arte religioso se da no solamente la belleza formal de una
celosía o un baldaquino, sino que el mismo Dios se expresa en dicho arte. La
Belleza del Absoluto se transfunde en la misma religión, que se hace arte y
belleza. Por tanto, por medio del símbolo religioso conseguimos hacer presentes
las distintas facetas, las distintas perfecciones del Santísimo.
Ahora bien, este derramarse del Resplandor
en el mundo ha sido progresiva y se ha realizado en las religiones de la
Humanidad de maneras distintas, por lo que se hace necesario comprender que en la Religión Universal se
dará una belleza mayor recogiendo las diferentes aportaciones.
Por consiguiente, según estamos viendo el
devenir humano se va perfeccionando. La perfección de los tiempos tendrá lugar
cuando devenga el Reino, que marcará el final de la historia. Para nuestro
campo ello quiere decir que también la belleza se va superando. Ello es natural
porque también consiste en la cada vez mayor presencia de Dios en la Tierra.
Por tanto, es de esperar que el Resplandor en detrimento del brillo hasta que
con la venida del Reino sólo encontremos el Resplandor o el brillo a la luz de
aquél, y su perfección sobre todas las cosas. Entonces la Humanidad habrá
recorrido un largo camino desde la Prehistoria, en la que la falta de la
Revelación sólo permitía el brillo, hasta el final escatológico de los tiempos,
pasando por la Revelación progresiva, que todavía deberá llegar a todos los
pueblos.
Por otro lado, las religiones tienen diferentes perspectivas.
En las religiones orientales, por ejemplo, la meditación o el yoga del budismo
intentan acceder al Absoluto como Nirvana. Por su parte, en el Islam aparece la
mística del sufismo, que por la santidad pretende acceder a la unión con Dios.
En Occidente la vía más conocida es la mística por la que se alcanza la
fruición de la divinidad, como muestran Echart o Santa Teresa de Jesús. También
en el cristianismo, la contemplación de los monjes es una de las vías de acceso
a la Belleza. En fin, es vía también el arte religioso, que ayuda a encontrar a
Dios, las formas populares de piedad o la liturgia de la Iglesia.
Concluyendo, todas estas formas de religiosidad permiten a los hombres la
visión de la Belleza más alta y les benefician espiritualmente y de otras
maneras: Por ejemplo, psicológicamente en cuanto que hacen llegar la alegría,
que no puede sino producir felicidad en las almas. En este sentido, es de
lamentar que distraídos por otros acontecimientos y ocupaciones, en Occidente
muchas personas apenas dediquen tiempo al ejercicio de la espiritualidad, y se
pierdan todo lo que aporta de beneficio. Se debe ello a que los bienes de la
religión se encuentran arrinconados en las conciencias; y solamente se accede a
ellos en momentos críticos como en las enfermedades o en el trance de la
muerte.
En este orden de cosas, podemos tratar el
tema si desde cualquier punto de vista religioso o desde cualquier religión
cabe encontrar la perspectiva estética absoluta. Respondiendo a ello, nos parece que la
consideración de Dios como ser perfecto es necesaria para una estética absoluta
porque solamente un ser que reúne en su esencia todas las perfecciones es capaz
de resplandecer. Consiguientemente, parece que exclusivamente las religiones
monoteístas poseen la capacidad de llegar a comprender en el curso de su desarrollo
a Dios como Resplandor. Pero tampoco queremos significar que, por ejemplo, el
henoteísmo no tenga la capacidad de contemplar a Dios como Belleza Total,
aunque sí aseguramos que ello es en cuanto Le afirman como Ser perfectísimo, y
aún cuando reconozcan la existencia de otros dioses menores. O por ejemplo que
el Budismo conviene en la capacidad de la Belleza Máxima, en la medida que
reconoce el Nirvana como Absoluto capaz de dar felicidad (que por otra parte no
sería completa si no incluye la contemplación del Resplandor). No obstante, son
principalmente las religiones proveniente del tronco abrahámico las que, por su
esencial creencia de el Ser Perfecto, se muestran con la capacidad de entender
todas las perfecciones del Santo y, entre ellas, la de la belleza suprema.
En estas religiones existen mediaciones
que por sí mismas y por el poder simbólico que poseen son capaces de evocar o
trasladarnos el Fulgor de Dios. Tal es el caso de la liturgia de la Iglesia,
que con sus variadas formas nos hace ver simbólicamente la Belleza de Dios, por
ejemplo por medio de la música o las mismas vestimentas litúrgicas. En este
sentido ella es el discurso de Dios que, por medio del símbolo, se nos hace
presente, por lo que es camino hacia la contemplación del pulchrun absoluto. Por medio
de la liturgia el Señor se hace presente a los fieles la posibilidad de acceder
no solo a la Bondad sino al Resplandor, aunque en ocasiones no se capte
plenamente. Por consiguiente la Iglesia es Sacramento en este mundo, pues por
medio de su vida se manifiesta el Altísimo en Su esplendor, aunque ella misma
tenga sus limitaciones en la medida en que está habitada también por seres
humanos.
Por otro lado, en la ciencia filosófica de
la Estética se plantea el problema de la disparidad del gusto, que se da entre
las distintas culturas y civilizaciones e internamente a ellas entre las
distintas clases o individuos, puesto que todos estos elementos tienen
distintas visiones en lo que respecta a lo que es bello. La cuestión se agudiza
si tenemos en cuenta que somos la misma especie, con la misma capacidad sensible
y racional, y que el pulchrum es un
transcendental más allá del cual el pensamiento no puede ir.
Para participar en la solución de esta
temática, nos hacemos partícipes de la línea inclusivista, que defiende que no
hay que plantear el gusto artístico como si se tratara de escoger entre
realidades antitéticas, en sentido exclusivo. Por el contrario, de lo que se
trata es de corroborar que las distintas
experiencias y concepciones estéticas pueden acogerse al juicio del gusto,
presentándose como armonizables. Con respecto a ello, si tenemos en cuenta que
el Absoluto es el dios de toda la Humanidad, hemos de concebir que Su Esplendor
puede ser compartido por todos (civilizaciones, personas…). Incluso se puede
asegurar que el más puro resplandor tendrá lugar con la Religión Universal, que
será compartida por todos los seres humanos, según hemos tratado en el ensayo Religión.
Por otro lado, muchas veces la disparidad
de criterios se debe al orgullo y la afirmación egoísta del sí propio de las culturas
o las personas. Por ello, los antídotos son la misericordia estética -que
impulsa a pensar en la comprensión y el compartir el gusto- y la argumentación
racional. Más si tenemos en cuenta que la mayoría de las ocasiones las
distinciones están movidas por otras concepciones que no son las puramente
estéticas. Por tanto, no negamos las variantes del gusto, ni estamos por la
desaparición de las mismas sino que defendemos el renacimiento religioso y
estético movido por la misericordia estética y la presencia del Señor en la
vida cotidiana de los seres humanos. Pero de cualquier modo, el transcendental
Belleza está en todas las personas y culturas, pues, aunque todavía no se hayan
resuelto las diferencias culturales y religiosas, más allá de la Belleza como
género supremo no se puede ir.
En este orden de cosas cabe tocar los
temas de la iconoclastia y el anaconismo. Con respecto al primero cabe decir
que cuando se entiende que la belleza que habita el mundo solamente puede
hablar analógicamente del Esplendor de Dios- pues Ella supera a las
criaturas- entonces se comprendemos que
no hay razones objetivas para la iconoclastia. Queremos significar que la
belleza del mundo, aunque intenta reflejar el Resplandor de Dios, no es capaz
de lograrlo. Por tanto, en ningún caso – sino analógicamente- puede
auténticamente suplantar la Belleza de Dios o hacer las veces de Ella, por lo
que el Arte queda convertido en puro símbolo del Absoluto, que lleva a Él. Así, lo que se expone es el modo de pensar
contemporáneo sobre las artes religiosas porque la ciencia no permite calificar
el arte religioso como representación directa de ningún dios, aunque estemos
necesitados de cierta representación de la divinidad en la sensibilidad. Es por
estas razones por las que en nuestros tiempos no tiene sentido la iconoclastia
que en la Edad Media eliminó las imágenes de los templos en el Imperio Bizantino, pues el hombre de hoy –intentado
armonizar ciencia y religión- no puede considerar cierta la proposición de que
las imágenes, el arte, los iconos son dioses; aunque quepa discutir la
conveniencia de que la escultura esté presente en los templos y a pesar de que
ello sea debido a otro tipo de consideraciones diferentes a las del principio
iconoclasta, pues prácticamente nadie estaría de acuerdo en que en que el culto
a las imágenes es lo mismo que la adoración a Dios.
En lo atingente al anaconismo se hace
preciso indicar que en muchas ocasiones las religiones han pensado que Dios no
debía tener ningún tipo de representación, pues creían que el respeto y la
adoración que Le es debido tendría que tomar la forma de un silencio anacónico,
más teniendo en cuenta que el pueblo caía múltiples veces en la idolatría, al
confundir las imágenes con la misma divinidad. En cambio, en otros momentos las
religiones pensaron que los iconos eran una forma de traer la divinidad a la
presencia, permitiendo la adoración y haciendo presente el Absoluto.
En este problema lo erróneo no es el
anaconismo o la presencia de iconos, sino el hecho de que se hagan antitéticas
dos posibilidades de adoración, que en lugar de excluirse pueden coexistir
perfectamente; más teniendo en cuenta que deben respetarse mutuamente como
sensibilidades diferentes; por ello, la relación no debe estar en la exclusión sino en la
conjunción. En este sentido, consideramos que no hay ningún inconveniente en
disfrutar de la belleza en religión siempre que no se caiga en idolatría, y se
olvide que las imágenes son símbolos que representan la Belleza analógicamente.
Ello quiere decir que, siendo adecuado que con el buen uso podamos disfrutar de
lo Bello Total, no tenemos que renunciar a ello; más teniendo en cuenta que sí
ayuda a la religión, y que ésta es, en su buen uso, una alegría y un gran
descanso.
Efectivamente, los hombres desde el
Paleolítico hasta nuestros días han mostrado tener una indiscutible voluntad de
belleza. En la Prehistoria la han producido con abalorios o con pinturas en
cuevas; y en nuestro tiempo, por ejemplo, con las obras de arte contenidas en
los museos. Pero según hemos visto, la máxima expresión de la Belleza se
encuentra en Dios. Así que si tenemos en cuenta que el ser humano tiene un
deseo natural de ver a Dios (Tomás de Aquino lo muestra), la voluntad de
belleza es una expresión de este deseo. Y si no se da satisfacción a él se
produce entonces la represión metafísica o religiosa (V. Frankl), que puede dar
lugar a la enfermedad, puesto que la mala o la buena relación con Dios es
objetivamente mórbida u objetivamente saludable según mostró Paul Tournier.
En nuestros días, en lo que nos ocupa se
da el contradictorio fenómeno –que no deja de tener efectos fisiológicos- de
que, por una parte, se da un verdadero culto a la belleza y al arte y, por
otra, se ciega la principal fuente de Belleza que es Dios. Por tanto, es
natural que si queremos ganar en creación y contemplación de belleza la
eliminación de la represión religiosa en general, y en el arte en
particular, produciría un enorme
beneficio para todos, y particularmente
para éste, que experimentaría un gran
avivamiento.
Por consiguiente, puede defenderse una
teoría de la belleza y del arte que tenga en cuenta estas argumentaciones. Así,
en otros ensayos hemos abogado por la conveniencia de una Ortología
antropológica, es decir, por la existencia de lo objetivamente adecuado para
las personas humanas. En ella hemos defendido que desde las perspectivas moral
y afectiva que lo más adecuado para el ser humano es una conveniente relación
con Dios. Lo mismo ocurre desde el punto de vista de la Estética donde nos
plantearemos que la mejor expresión de lo Bello es la religiosa, es decir,
aquella que tiene en cuenta el mayor grado de belleza que es la Belleza del
Absoluto. Así pues, defendemos un arte que Le tenga como objeto y como centro,
aunque parezca difícil de comprender para la mentalidad occidental, en que el
agnosticismo y el ateísmo tienen una fuerza importante.
Ello es debido a que desde el momento en
que reconocemos que el Supremo Resplandor de la Belleza se halla en el Señor es
natural defender que Él debe ser el principio y el fin de la creación
artística, y consecuentemente las
religiones más importantes, deben ser entendidas como centros de inspiración.
Por ello, también cabe expresar que el arte natural, cuando se perfuma o se
impregna de la relación con Dios queda muy mejorado. Esto es así porque,
también en lo artístico, la plenitud debe consistir en estar centrado en la
divinidad (lo que se ha dado en las
manifestaciones del arte religioso), por medio de un arte adorante, que
describa Su Bondad, Su Verdad, Sus atributos y Su Vida. Todo ello significa un
nuevo Arte Teológico.
Por todo ello, estamos por la construcción
y el desarrollo del canon clásico religioso, que podrá tener nuevos modos y
formas, aunque en su esencia permanezca fiel a sí mismo, en cuanto se dedica a
la expresión de la Belleza. Se trata por tanto, no de sacar a Dios del Arte,
sino de meterlo como principal motivo, porque, aunque la vida es hermosa, el
Absoluto lo es infinitamente más. Esto significa que no se trata de innovar por
innovar, sino de trabajar desde el buen gusto, pues no cabe hablar de la
belleza del mal o de unos artistas que no lo tengan, por mucho que abunde lo
contrario. En este sentido, no todo es posible en nombre de la libertad de expresión,
lo que supone el relativismo no puede ser considerado como opción verdadera. En
fin, abogamos por un arte religioso, espiritual y teológico que será capaz de
expresar la Verdadera Belleza, que es Dios.
De este modo, contrariamente a la figura
que desde el Renacimiento se ha dibujado en el Arte en la que la religión ha
perdido peso muy significativamente al recluir la producción artística al
espacio de lo real natural, estamos por una vuelta a lo espiritual. Así es
porque se necesita una vuelta a la Belleza con toda su riqueza de matices. De
esta manera, la vuelta del arte a la religión será manifestación de las
innumerables posibilidades que tiene la experiencia religiosa para inspirar
movimientos artísticos: Por ello de la infinita riqueza de la contemplación de
la Hermosura Total. En definitiva, se trata de que el Arte valore a Dios como
fuente de la Belleza que le habrá de inspirar. Así desaparecería el
ocultamiento contemporáneo del Resplandor.
Pero la persona humana no es sólo razón, sino
que la totalidad de su vida psíquica está también integrada por la sensibilidad
y el sentimiento. De ahí que la contemplación de la Belleza no deje
indiferentes los sentimientos sino que provoca la efusión del mismo. Por tanto,
la recuperación de la Belleza de Dios, que para muchos está sumida en el olvido
o la ignorancia, tiene necesariamente que producir una nueva sentimentalidad,
cuya característica fundamental será la afectividad movida por el Amor; pues la
Belleza es también difusiva. Por su parte, ello significará también una mayor
valencia de lo positivo, una presencia mayor del amor en el terreno
antropológico; y una mayor presencia De Dios y una renovación de la misma en el
campo teológico.
Estos conceptos suponen una renovación de
la cultura y del espíritu, que hace la
vida más bella; y, en la medida que supone un impulso en la afectividad humana espiritual,
puede decirse que es un romanticismo. Este nuevo romanticismo busca la
radiación de Belleza de Dios, que impulsada por Ella transforma la
sentimentalidad humana al cambiar la relación y la comprensión del Absoluto,
pues ello tiene consecuencias muy importantes.
CAPÍTULO V: CRÍTICA
El arte occidental ha experimentado desde
el Renacimiento un doble proceso de crecimiento y de decadencia. Por una parte,
el arte que capta el brillo de la belleza de las cosas ha crecido. Pero el Arte
que representa el Resplandor del Absoluto ha disminuido, lo cual significa un
proceso de decadencia de todo el Arte religioso. Por ello, hablando en términos
generales, en la medida en que se olvida el motivo principal de la Belleza,
puede asegurarse que el conjunto del arte en su esencia ha declinado; en
particular, con respecto al Arte de la Edad Media, que era esencialmente un
arte religioso. Sólo el arte propiamente religioso ha resistido al proceso de
secularización con la consiguiente desaparición del culto a la Belleza
Por otra parte, entra dentro de lo normal
que el ser humano en un momento de su dilatado desarrollo histórico pretenda
hacer destacar el brillo propio de la belleza para un disfrute soberano de la
misma. El momento llegó en el siglo XVIII cuando se metió el arte en los
museos. Pero también hay que señalar que el fenómeno se desarrolló a la vez que
una pérdida en la impronta religiosa del arte, que agudiza la evolución
iniciada en el Renacimiento, pues la mayor parte del arte se encontraba en
manos de la Iglesia. Por tanto, por una parte nos encontramos con la exaltación
del brillo y, por otra, con el hecho de que el Resplandor de la Belleza divina
va perdiendo fuerza en el mundo occidental, hecho que corre paralelo al proceso
general de laicización de toda la vida, y que en arte se concreta en el
retroceso del arte religioso en esa zona geográfica y cultural.
Este proceso alcanza cotas muy altas en el
siglo XX, especialmente a partir de los años cincuenta, que acabó de postergar
el Resplandor y resaltar el brillo de las criaturas, según se había comenzado a
hacer a comienzos de la Modernidad. En efecto, la revalorización de lo mundano
ha conducido en muchas ocasiones al extremo del ateísmo práctico. Así, en la
famosa década de los sesenta del siglo XX se yerra claramente con respecto a lo que es el progreso, que, en
realidad, se debe construir con la vuelta del hombre a su Creador. Por el
contrario, lo que hay en los tiempos a que nos referimos es la consolidación de
la mundanización del arte, por ejemplo al establecer exclusivamente el amor
humano obsesivamente como tema de la canción popular, que va adquiriendo
progresivamente nuevas formas. Ello no deja de constituir un craso error, que
pretende encontrar la felicidad en el amor humano, y ello de manera exclusiva.
Por nuestra parte, ya hemos confirmamos
nuevamente que el fin principal y eminente al que está objetivamente llamado el
Arte es la expresión de la Belleza de Dios, aunque secundariamente también
puede mostrar el brillo del mudo sensible. Lógicamente, cuando se opta por
evitar este principio el resultado es que el arte se deshumaniza (Ortega), y
ello en la medida en que las personas humanas encuentran su optimización en su relación con Dios (naturalmente también
en la Estética y el Arte). Ello haría necesaria una rectificación del arte.
Pero quizá nos equivoquemos si pensamos
que dicha rectificación la puede hacer prontamente el hombre occidental. Por el
contrario, es más probable que se siga con los errores, pues no se ve otra cosa
que el afán de proselitismo en la extensión de sus criterios y valores
dominantes, que se manifiesta en la relación que se mantiene con otras
civilizaciones, más religiosas. Hay, no obstante, cierto lugar para la
esperanza, pues existen muchas personas que no han olvidado a Dios, de los que
puede decirse que siguen el consejo de Arcipreste de Hita de ir hacia Él, pues
“loco amor es mal consejo”. Quizá ello sea un proceso de larga duración, en la
medida en que también llevamos siglos en el camino inverso.
En ello, también hay que contar con el
proceso de globalización, que desde el final de la Guerra Fría, marca una
relación de interdependencia e interconexión entre las culturas y
civilizaciones de todo el planeta. Ello es evidente que no dejará de tener
consecuencias para la materia que estamos tratando por vías que pueden resultar
inesperadas, con resultados difíciles de prever. De todas maneras, hay que
desear que este fenómeno no tome la forma agnóstica, aunque sea porque ya es
hora que el modelo liberal-burgués nacido de la Ilustración periclite, siendo
sustituido por una forma de entender y hacer las cosas que tenga mucho más en
cuenta a Dios. Por ello, es de esperar que en la formación de la cultura global
predominen las formas religiosas, que son las que recogen lo mejor del legado
moral de la Humanidad. Ello tendría obvias repercusiones positivas para la
vuelta de la religión al arte y para los planteamientos estéticos del futuro.
Evidentemente, esta evolución tendría consecuencias en el mundo
occidental. Por ejemplo, en el sentido
de que podría marcar una vuelta de la cultura artística a Dios.
Así se cumpliría la inconsciente querencia del ser humano por los placeres
superiores. En efecto, ya sabemos que el hedonismo antiguo clasificaba los
placeres en superiores e inferiores, estando los primeros más cerca de lo que
podría llamarse espiritualidad, de tal manera que incluso para aquellos que
entienden la moral en términos de placer cabe hablar de un sentido espiritual.
Así pues, el hombre encuentra mayor satisfacción en los placeres
superiores. Por ejemplo la voluntad de sentido (V. Frankl) es una poderosa
necesidad de modo que enfermamos espiritualmente si no encontramos sentido a
nuestra vida. De la misma manera necesitamos contemplar la Belleza divina, pues
existe en nosotros la voluntad de belleza, que queda satisfecha cuando
contemplamos el divino Esplendor; también en cuanto da sentido a nuestra
existencia.
Por ello, es urgente que la sociedad y el
estado promuevan los valores espirituales, situándolos en la parte más visible
de nuestro mundo circundante. Pero, en nuestra modesta opinión, para ello las
religiones tienen la tarea de cumplir un proceso de aggiornamiento del orden natural al que llegó con las revelaciones
abrahámicas. En este proceso jugará su papel la práctica de las virtudes
religiosas (entre ellas la misericordia o caridad dialógica), así como la
desmitologízación de sus contenidos en un proceso de adecuación con la razón
científica y filosófica.
Por
otro lado, contrariamente al orden de pensamiento por el que nos estamos
esforzando, en nuestro tiempo se han revalorizado los placeres primarios- que
se encuentran en el estímulo más visible e inmediato- olvidando, en muchas ocasiones, los
superiores. Consiguientemente, es de esperar que si estimulamos unas
tendencias, las otras se queden sin vida, pues el cultivo de lo más elemental no
deja espacio para lo que es más complejo.
Por el contrario, si nuestras sociedades y
nuestros medios de comunicación fomentasen el estímulo espiritual se podría
ver, sentir y vivir lo que es el Resplandor, además del brillo de las cosas de
la Creación. Ello implica que, si queremos vivir la espiritualidad y la
auténtica belleza, hemos de cambiar el orden de los estímulos a los que estamos
expuestos e impulsar los de lo espiritual, lo cual en el terreno del Arte nos
llevará al Fulgor divino. Con ello, seríamos capaces de vivir de otra manera
muy distinta a la actual, la cual está
cegada para lo verdadero, y nos aleja de
lo que realmente nos conviene si queremos ser humanos excelentemente.
Por consiguiente, se aceptamos que el ser
humano encuentra en Dios la Verdad, la Bondad y la Belleza hemos de reconocer
el flaco favor que hace el ateísmo, en cuanto que deja desasistido, alienado de
esos bienes o valores, que iluminan y hacen mejor la vida sobre la tierra. Por
ello, no se piense que la religión es una realidad alienante en la que, por
ejemplo, proyectamos lo mejor de nosotros mismos en un ser imaginario
(Feuerbach). Al contrario en la religión nos encontramos más felices, más
asistidos. De otra manera, por ejemplo, seríamos incapaces de la Belleza que
aporta Dios a la existencia. Contrariamente a ello, el ateo está disminuido,
desestructurado. Por eso hemos demostrado que la religión optimiza al ser
humano, puesto que añade una edificación que sin la fe sería imposible de
alcanzar. Ello quiere significar que el que está verdaderamente alienado es el
ateo, o el agnóstico, contrariamente a lo que muchos creen.
También el pensamiento ateo ha hecho que
muchas personas en Occidente hayan perdido el sentido y la visión de la Belleza
del Absoluto, progresando el laicismo. Consiguientemente, es tarea de los que
no han perdido la fe guardar este tesoro y mostrarlo a los que efectivamente
han perdido o sencillamente desconocen la fe. Así es, porque no solamente se ha
producido una regresión religiosa sino que la misma se da en todos los
terrenos, entre ellos el estético al perder el contacto con lo Bello y, en el
mejor de los casos, una reducción de la estética al campo natural.
En fin, el ateísmo se niega a comprender
la distinción entre mundo natural y sobrenatural, entre mundo sensible y mundo
inteligible con lo que estéticamente se ciega ante la auténtica belleza,
permaneciendo ajeno a la parte más importante de lo real.
No obstante, se hace preciso ser
optimistas y pensar que la reducción de que hablamos terminará con lo que se
abrirá paso una reeducación que permita ver de nuevo el Resplandor, lo que pasa
también por un renacimiento de la religión en el que nos encontremos de nuevo
con los grandes valores eternos, con lo que ello tiene de positivo en todos los
terrenos de la multifacética vida del hombre (moral, ciencia, filosofía…), y
lógicamente también en el Arte, que deberá renacer en el campo que es más
genuino y brillante: El que permitirá encontrar la Luz de Dios. Así se
terminará el Arte plano, el arte que solamente ve el aspecto natural de la vida
y que tan sobredimensionado está, por ejemplo, con respecto a la Filosofía y
con respecto a aquél arte que se brinda a mostrar la Belleza Esplendorosa.
En lo que atañe al aspecto en el que
estamos, se hace necesario criticar los mitos –que no han dejado de ganar
influencia desde la Ilustración- de que la creencia o la increencia no tienen
implicaciones fuera de sí mismas, y de que además la religión debe ser recluida
al ámbito privado. Nosotros, por el contrario, pensamos que la creencia tiene
fuertes implicaciones en cuanto que, por ejemplo, impulsa la salud psicológica,
espiritual y corporal, en cuanto que da a la persona una alegría y una
felicidad a las que, de otro modo, no puede acceder.
Como consecuencia, lejos de reprimirla
trasladándola al ámbito exclusivamente personal (que en la práctica es lo mismo
que intentar que desaparezca) es procurar llevar el campo de lo divino y su
Resplandor a tantos lugares como sea posible, pues según vemos ello implica que
los bienes que trasmiten pierden su invisibilidad y se hacen efectivamente
presentes. De otro modo, en la medida en que somos seres simbólicos,
perderíamos estos grandes beneficios. Efectivamente estamos hechos para Dios y no reposa el
corazón hasta que no estamos en Él (San Agustín). Es en este sentido que nos
queda mucho que aprender de las sociedades orientales, en las que la presencia
de la religión y su belleza es algo normal, permanente y cotidiano en la vida
de los pueblos y las personas. Ello también hace necesaria la desaparición del
falso pudor que se nos ha impuesto con respecto a las manifestaciones
religiosas.
Por consiguiente, es normal que prefiramos
un régimen de cosas que aporte lo mejor que tuvo nuestra Edad Media y lo mejor
de la Modernidad reciente. Nos referimos a aquel estado de cosas en las que la
presencia de Dios es constante; y sin embargo se respetan las libertades
democráticas, que permiten la verdadera acogida de Dios, la cual no es
impuesta. Ello, a su vez, no permitiría que la minoría atea impusiera sus
posiciones religiosas y filosóficas a la mayoría de la sociedad (que dicho sea
de paso es creyente). De este modo la Belleza Radiante de Dios estaría
verdaderamente presente en las vidas de los hombres.
Por lo tanto, no tienen sentido los
argumentos que, para criticar la religión, intentan mostrar que la religión es
intrínsecamente fanática apoyándose en las manifestaciones pervertidas de la
religión, como es el caso del yihaidismo, que ocultan el verdadero rostro de la
religión (Francisco). Al contrario, pensamos que se pondría en algún apuro
aquellas posiciones si nos preguntamos cómo puede producir violencia la
contemplación de la Bondad y la Belleza, porque ella apacigua el ánimo, y es una
fuente de amor y amistad. Por ello, la Belleza de Dios, lejos de promover el
fundamentalismo, lo que produce es el Amor y la Paz entre los pueblos.
Naturalmente, de ello se sigue que la religión abre los ánimos hacia la
tolerancia y la misericordia dialógica, que son mayores en los creyentes, al
estar el ateísmo desprovisto de la ayuda psicológica que permite la creencia.
Para ir concluyendo con el ensayo, en
primer lugar haremos unas consideraciones sobre las Ciencias. Éstas a partir de
la Modernidad se han constituido dentro del proceso secularizador e
inmanentista, en especial las Ciencias Humanas. Hemos defendido que el olvido
de Dios hace que estén mal constituidas porque ignoran que la presencia de Él
tiene grandes implicaciones. El fenómeno ocurre de la misma manera en las
Ciencias Naturales que en la Psicología o la Epistemología. Por ello, hemos
defendido que la razón y la ciencia piden a Dios como necesario para su
formación y desarrollo. Por ejemplo, las Ciencias Naturales no encuentran su compleción
natural si no es postulando la realidad de Dios como principio explicativo,
pues sin Él la fundamentación sigue siendo un problema. De otra manera, se
intenta responder a los interrogantes por medio de la filosofía, muchas veces
pensando que la compleción racional es posible sin el Absoluto (ejemplo muy
conocido es Hawking). Valga también el caso de las Ciencias Humanas en las que
las aplicaciones de la religión son optimizadotas del ser humano en la medida
en que la creencia aporta bienestar o alegría. Otro tanto ocurre con la
Estética, que según estamos mostrando que la Belleza no es un asunto
intramundano sino que exige la apertura a la Transcendencia.
En este sentido, se trata de priorizar el
arte religioso frente al profano. En efecto, este último es capaz de atrapar el
brillo de lo natural, el brillo de la belleza. Pero el arte religioso tiene
mayor capacidad en cuanto que transporta a la Belleza Absoluta. Como
consecuencia, puede asegurarse que el religioso tiene mayor valor que el profano.
Aún con todo, en el arte contemporáneo este orden natural de lo bello se
encuentra invertido, y en Occidente es
considerado el arte profano como el arte por excelencia en detrimento del
religioso (bastaría contar el número de obras que se hacen en un campo
y en otro). Parece entonces necesaria una
inversión axiológica en los dos tipos de arte, de modo que el arte religioso
pasase a ocupar el primer plano de la escena, colocando al profano al segundo
lugar, que es el que le corresponde según su relación con lo bello. Así se
restablecería el orden natural de la Estética, que pide una mayor presencia de
Dios en la vida de los hombres.
Con ello, no negamos que la crítica de la
Modernidad a la religión haya sido positiva, pues ésta estaba necesitada de una
depuración y un mejoramiento, aunque la misma crítica haya tenido como
resultado una pérdida de influencia, lo que ha traído los problemas de los que
estamos hablando, y otros. En lo que se refiere a la Estética, el alejamiento
del arte de la religión ha traído una pérdida de la Belleza que nos hacía
intuir el Esplendor divino, pues el arte se fue por derroteros mundanales.
Ello, según vamos viendo, significa una pérdida.
Como consecuencia, también desde la
perspectiva de la producción de Belleza se daría una mayor calidad del Arte, se
mejoraría si se produjera el Renacimiento Religioso, que se necesita en todos
los campos de la vida y de la ciencia. Para ello valdrían motivos tradicionales
y nuevos.
En definitiva, hay que esperar que la
tendencia que arranca del Renacimiento se invierta, y que el proceso de
secularización se termine. Con ello se produciría una nueva temática del Arte,
que buscaría la vuelta a Dios. Para ello la religión también tendrá que
deshacerse de sus adherencias negativas, como es el exceso de mitología. De la
misma manera, con toda la fuerza que posee, podría abordar la crítica racional
del ateísmo y renovar la argumentación. Si ello se produjera, veríamos una
vuelta del arte y del hombre a la religión.